PEQUEÑAS SEMILLITAS
Año 9 - Número 2323 ~ Lunes
31 de Marzo de 2014
Desde la ciudad de Córdoba
(Argentina)
Alabado sea
Jesucristo…
La vida es nuestro máximo valor y, a la vez, nuestro
máximo problema. Tememos perderla; nos angustia la muerte física. Pero hay otra
muerte más sutil que nos envuelve: no encontrarle sentido, dirección acertada a
la vida. ¿Para qué vivimos? ¿Vale la pena vivir la vida? Esto que llamamos vida
¿es una oportunidad o un castigo?
El egoísmo atrofia al hombre, que sólo en la donación
generosa a los demás encuentra su madurez y plenitud. Si te preocupas demasiado
por ti mismo, si vives para acumular dinero y comodidades, no te quedará tiempo
para los demás. Si no vives para los demás, la vida carecerá de sentido para
ti, porque la vida sin amor no vale nada.
¡Buenos días!
¿Qué ves?
“Vanidad de
vanidades y todo vanidad”. Este tema bíblico sobre la vanidad y la inconsistencia
de la belleza, del poder, de la fama, del dinero, tiene especial actualidad en
nuestra civilización que propone como supremo ideal de la vida del hombre el
bienestar, el placer, la acumulación sin límite de los bienes materiales. Jesús
nos dice: Sed ricos a los ojos de Dios.
Cierto día, hace muchísimos años, un
comerciante rico y avaro, acudió a un sabio sacerdote anciano en busca de
orientación. Éste lo llevó ante una ventana y le dijo: —Mira a través de este
vidrio y dime: ¿qué ves? —Gente -contestó el rico comerciante. —Mírate en este
espejo. ¿Qué ves ahora? —Me veo a mí
mismo -le contestó al instante el avaro-. —He ahí, hermano, -le dijo entonces
el santo varón- en la ventana hay un vidrio y en el espejo también. Pero ocurre
que el vidrio del espejo está cubierto con un poquito de plata, y en cuanto hay
un poco de plata de por medio, dejamos de ver a los demás y sólo nos vemos a
nosotros mismos
Encerrarte en ti
mismo te dejará atrofiado y no te realizarás jamás. Una señal de madurez es
entregarte más a los demás que a ti mismo. San Pablo insiste que seamos ricos
en buenas obras, que demos con generosidad compartiendo las riquezas. “Así
—dice— adquirirán para el futuro un tesoro que les permitirá alcanzar la
verdadera Vida”, (1 Tm 6, 17-19).
Padre Natalio
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
En aquel tiempo, Jesús partió de Samaría para Galilea.
Jesús mismo había afirmado que un profeta no goza de estima en su patria.
Cuando llegó, pues, a Galilea, los galileos le hicieron un buen recibimiento,
porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta,
pues también ellos habían ido a la fiesta. Volvió, pues, a Caná de Galilea, donde
había convertido el agua en vino.
Había un funcionario real, cuyo hijo estaba enfermo en
Cafarnaúm. Cuando se enteró de que Jesús había venido de Judea a Galilea, fue
donde Él y le rogaba que bajase a curar a su hijo, porque se iba a morir.
Entonces Jesús le dijo: «Si no veis señales y prodigios, no creéis». Le dice el
funcionario: «Señor, baja antes que se muera mi hijo». Jesús le dice: «Vete,
que tu hijo vive».
Creyó el hombre en la palabra que Jesús le había dicho y
se puso en camino. Cuando bajaba, le salieron al encuentro sus siervos, y le
dijeron que su hijo vivía. El les preguntó entonces la hora en que se había
sentido mejor. Ellos le dijeron: «Ayer a la hora séptima le dejó la fiebre». El
padre comprobó que era la misma hora en que le había dicho Jesús: «Tu hijo
vive», y creyó él y toda su familia. Esta nueva señal, la segunda, la realizó
Jesús cuando volvió de Judea a Galilea. (Jn 4,43-54)
Comentario
Hoy volvemos a encontrar a Jesús en Caná de Galilea,
donde había realizado el conocido milagro de la conversión del agua en vino.
Ahora, en esta ocasión, hace un nuevo milagro: la curación del hijo de un
funcionario real. Aunque el primero fue espectacular, éste es —sin duda— más
valioso, porque no es algo material lo que se soluciona con el milagro, sino
que se trata de la vida de una persona.
Lo que llama la atención de este nuevo milagro es que
Jesús actúa a distancia, no acude a Cafarnaúm para curar directamente al
enfermo, sino que sin moverse de Caná hace posible el restablecimiento: «Le
dice el funcionario: ‘Señor, baja antes que se muera mi hijo’. Jesús le dice:
‘Vete, que tu hijo vive’» (Jn 4,49.50).
Esto nos recuerda a todos nosotros que podemos hacer
mucho bien a distancia, es decir, sin tener que hacernos presentes en el lugar
donde se nos solicita nuestra generosidad. Así, por ejemplo, ayudamos al Tercer
Mundo colaborando económicamente con nuestros misioneros o con entidades
católicas que están allí trabajando. Ayudamos a los pobres de barrios
marginales de las grandes ciudades con nuestras aportaciones a instituciones
como Cáritas, sin que debamos pisar sus calles. O, incluso, podemos dar una
alegría a mucha gente que está muy distante de nosotros con una llamada de
teléfono, una carta o un correo electrónico.
Muchas veces nos excusamos de hacer el bien porque no
tenemos posibilidades de hacernos físicamente presentes en los lugares en los
que hay necesidades urgentes. Jesús no se excusó porque no estaba en Cafarnaúm,
sino que obró el milagro.
La distancia no es ningún problema a la hora de ser
generoso, porque la generosidad sale del corazón y traspasa todas las
fronteras. Como diría san Agustín: «Quien tiene caridad en su corazón, siempre
encuentra alguna cosa para dar».
Rev. D. Ramon Octavi SÁNCHEZ i Valero (Viladecans,
Barcelona, España)
Santoral Católico:
San Benjamín
Diácono y Mártir
En el lugar de Argol, en Persia, san Benjamín, diácono,
que al predicar insistentemente la palabra de Dios, consumó su martirio con
cañas agudas entre sus uñas, en tiempo del rey Vararane V (c. 420).
Información amplia haciendo clic acá.
Fuente: Catholic.net
La frase de hoy
“El arte de vivir consiste, fundamentalmente, en llegar a
verlo todo con el corazón. Sólo el corazón descubre en todo las huellas de la última Verdad y Certeza, que me mira
desde el rostro de cada persona, desde la inmovilidad de una piedra, desde el
tallo del campo, y me dice: Tú eres
amado, siéntete amado. El amor te abraza en todo cuanto ves.”
A. Grül
A. Grül
Cuaresma:
Reflexión para cada día
Lunes de la cuarta
semana de Cuaresma
“He venido al mundo
para que los que no ven, vean” (Jn 9,1-41)
Nos abrimos a una nueva semana (la de la luz) con este
lunes. Estamos ya en la cuarta semana y, con ella, vamos cayendo en la cuenta
de lo que debe suponer como renovación interna el llegar a la PASCUA: ser
sensibles a los Misterios que vamos a celebrar convirtiéndonos a Dios. No mirar
tanto atrás y ver muy de cerca a un Dios comprometido con nuestra salvación,
cercano a nuestra vida y sanador de nuestras dolencias.
Os traigo a la consideración esta sugestiva anécdota:
Una madre, Gloria, acompañaba todos los días a su hijo al
colegio. Era tan grande su aprecio y tan intenso su amor que “todo” le parecía
poco para darse lo que más quería: su
hijo. Este iba creciendo y, más tarde, pasó del colegio al Instituto. Ella –fiel
como el primer día- seguía acompañando a su hijo hasta la misma puerta del
centro docente.
Gloria tenía prácticamente quemado todo su cuerpo; desde
las manos hasta los pies, desde el rostro y pasando por los brazos conservaba
todas y cada una de las marcas de algún fuego devastador.
Un buen día, después de las clases de la mañana, su hijo
volvió a casa y le dijo: “mamá te pido por favor que no me acompañes al
Instituto... siento vergüenza y, además, todo el mundo se ríe de ti”.
La madre reaccionó con profundas lágrimas en sus ojos
pero, sin mediar palabra, siguió fiel a su misión: le sirvió la mesa y lejos de
amonestar a su hijo le respondió con más generosidad pero, eso sí, respetándole
en su petición.
El joven ingresó en la universidad y cuando un fin de
semana volvía a su casa, el padre de un gran amigo salió a su paso y le dijo:
“oye, quisiera decirte algo. Tal vez jamás nadie te ha hecho saber que las
quemaduras de tu madre, las cicatrices de su rostro, la deficiencia en su
andar... se debe a que cuando tú eras muy pequeño ella te salvó de un incendio:
hizo de escudo entre tu vida y las llamas. Quiero que sepas que tu vida se la
debes a ella”.
El joven marchó corriendo hacia su casa y, subiendo las
escaleras de cuatro en cuatro, entró donde estaba su madre diciéndole: “madre
perdóname por haber sentido vergüenza de ti; por no haber sabido conocer y
agradecer lo que tú hiciste por mí”. La madre le respondió: “yo, lo único que
esperaba de ti hijo mío, es que te dieras cuenta de la fuerza inagotable de mi
amor”.
¿Que por qué digo esto?
Porque el AMOR de DIOS es ilógico. Rompe esquemas,
límites y fronteras. Es como una fuente de la que espontáneamente
(prescindiendo de si se va hacia ella con cántaros rotos o nuevos, de oro o de
plata, de barro o de metal) sigue manando lo que tiene dentro: agua limpia y
fresca.
El AMOR de DIOS no sale a flote por el hecho de que el
ser humano sea bueno o mediocre. Es un surtidor porque DIOS, simplemente, es
BUENO.
Por ello mismo, como hijos suyos, es bueno buscar en este
tiempo una cruz (elevada en el monte o puesta en la cabecera del dormitorio, a
la entrada de la Iglesia o colgando en el pecho) y mirándola o sujetándola con
la mano poder decirle:
- Te levantaron en la cruz... por mí
- Clavaron tus manos... por mí
- Ciñeron esa corona de espinas en tu cabeza... por mí
- Se burlaron y te escupieron en el rostro... por mí
- Te traspasaron y te hicieron mofa... por mí
- Diste un grito... por mí
- Cerraste los ojos y diste tu vida... por mí
El Dios de la cruz es, desde entonces, aquel Padre que
hizo de escudo entre la mentira y la verdad, entre la perdición y la salvación,
entre la caducidad y la eternidad, entre la oscuridad y la luz.
Aun así, y a pesar de esa locura del amor de DIOS, muchos
siguen avergonzándose de su nombre, limitando
su presencia o compañía. Aun así, y a pesar de haber sido la cruz el
máximo exponente del amor que DIOS nos tiene, nos cuesta ponernos frente a ella
y exclamar: ¡QUE GRANDE TUVO Y QUE GRANDE TIENE QUE SER EL AMOR DE DIOS PARA
HACER ESTO POR MI!
P. Javier Leoz
Pedidos de oración
Pedimos oración por la Santa Iglesia Católica; por el Papa Francisco, por el Papa
Emérito Benedicto, por los obispos, sacerdotes, diáconos, seminaristas,
catequistas y todos los que componemos el cuerpo místico de Cristo; por la
unión de los cristianos para que seamos uno, así como Dios Padre y nuestro
Señor Jesucristo son Uno junto con el Espíritu Santo; por las misiones, por la
Paz en el mundo, por nuestros hermanos sufrientes por diversos motivos
especialmente por las enfermedades, el hambre y la pobreza; por los presos
políticos y la falta de libertad en muchos países del mundo, por la unión de
las familias, la fidelidad de los matrimonios y por más inclinación de los
jóvenes hacia este sacramento; por el aumento de las vocaciones sacerdotales y
religiosas, y por las Benditas Almas del Purgatorio.
Pedimos oración por Alcívar
y Edelina, son ecuatorianos, viven en Nueva York. A él le diagnosticaron cáncer de colon y
ella, su esposa, tiene diabetes.
Pedimos oración por dos personas de México: por Gina M., de Guadalajara, para que sus
estudios médicos salgan bien; y por Martha
R. T. de México DF, por lo mismo: por los buenos resultados de sus estudios
médicos. Que la Virgen de Guadalupe las proteja y todo resulte bien.
Pedimos oración por Juan
Manuel, que ha perdido un mellizo de 3 meses, para que logren la paz en el
seno familiar.
Pedimos oración por Roque
D., de 41 años, su esposa y un sobrino, de la provincia de Santa Fe,
Argentina, que han tenido un accidente, para que el Señor los proteja y los
cure.
Tú quisiste, Señor, que tu Hijo unigénito soportara
nuestras debilidades,
para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la
paciencia;
escucha ahora las plegarias que te dirigimos por
nuestros hermanos enfermos
y concede a cuantos se hallan sometidos al dolor, la
aflicción o la enfermedad,
la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu
hijo ha llamado dichosos,
y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la
redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Amén
Un estímulo todos los días
Marzo 31
“Señor, fuerza de mi vida, has puesto en mi corazón el
deseo de progresar, y de hacer felices a mis seres queridos con el fruto de mi
trabajo.
Bendice mis proyectos, Señor. Protégeme de las envidias y
de las malas intenciones. Dame astucia y habilidad. Ayúdame a servir a los
demás con mis tareas.
Que mi trabajo no sea solamente un afán de dinero.
Concédeme ofrecerle a la gente lo que realmente necesita, y prestarle un buen
servicio. Dame un rostro amable y un trato bondadoso, lleno de paciencia.
Ayúdame, Señor, para que pueda progresar y salir
adelante, para que sepa cómo superar las trabas y resolver los problemas que se
me presente. No dejes que me obsesione ni que me vuelva ansioso. Lléname de tu
paz en medio del trabajo. Y bendice a los pobres, para que a nadie falte el pan
y la alegría. Amén.”
Mons. Víctor Manuel Fernández
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
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