PEQUEÑAS SEMILLITAS
Año 7 - Número 1791 ~ Domingo
19 de Agosto de 2012
Desde la ciudad de Córdoba
(Argentina)
Alabado sea
Jesucristo…
Según el relato de Juan, una vez más los judíos son
incapaces de ir más allá de lo físico y de lo material e interrumpen a Jesús, escandalizados
por el lenguaje agresivo que Jesús emplea: "¿Cómo puede éste, darnos a
comer su carne?". Jesús no retira su afirmación sino que da a sus palabras
un contenido más profundo.
Las palabras que siguen no hacen sino destacar su
carácter fundamental e indispensable: "Mi carne es verdadera comida y mi
sangre es verdadera bebida". Si los discípulos no se alimentan de Jesús,
podrán hacer y decir muchas cosas, pero no tienen que olvidar sus palabras:
"No tienen vida en ustedes".
Para tener vida dentro de nosotros, necesitamos
alimentarnos de Jesús, nutrirnos de su aliento vital, interiorizar sus
actitudes y sus criterios de vida. Éste es el secreto y la fuerza de la
Eucaristía. Sólo lo conocen aquellos que comulgan con Jesús y se alimentan de
su pasión por el Padre y de su amor a sus hijos.
La vida que Jesús transmite a sus discípulos en la
Eucaristía es la que Él mismo recibe del Padre que es Fuente inagotable de vida
plena. Una vida que no se extingue con nuestra muerte biológica. Por eso se
atreve Jesús a hacer esta promesa a los suyos: "El que come este pan, vivirá para siempre".
José Antonio Pagola
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: «Yo soy el pan
vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan
que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo». Discutían entre sí los
judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Jesús les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no
bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi
sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es
verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi
sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha
enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es
el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron;
el que coma este pan vivirá para siempre».
(Jn 6,51-58)
Comentario
Hoy continuamos con la lectura del Discurso del pan de
vida que nos ocupa en estos domingos: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo»
(Jn 6,51). Tiene una estructura, incluso literaria, muy bien pensada y llena de
ricas enseñanzas. ¡Qué bonito sería que los cristianos conociésemos mejor la
Sagrada Escritura! Nos encontraríamos con el mismo Misterio de Dios que se nos
da como verdadero alimento de nuestras almas, con frecuencia amodorradas y
hambrientas de eternidad. Es fantástica esta Palabra Viva, la única Escritura
capaz de cambiar los corazones.
Jesucristo, que es Camino, Verdad y Vida, habla de sí
mismo diciéndonos que es Pan. Y el pan, como bien sabemos, se hace para
comerlo. Y para comer —debemos recordarlo— hay que tener hambre. ¿Cómo podremos
entender qué significa, en el fondo, ser cristiano, si hemos perdido el hambre
de Dios? Hambre de conocerle, hambre de tratarlo como a un buen Amigo, hambre
de darlo a conocer, hambre de compartirlo, como se comparte el pan de la mesa. ¡Qué
bella estampa ver al cabeza de familia cortando un buen pan, que antes se ha
ganado con el esfuerzo de su trabajo, y lo da a manos llenas a sus hijos!
Ahora, pues, es Jesús quien se da como Pan de Vida, y es Él mismo quien da la
medida, y quien se da con una generosidad que hace temblar de emoción.
Pan de Vida..., ¿de qué Vida? Está claro que no nos
alargará ni un día más nuestra permanencia en esta tierra; en todo caso, nos
cambiará la calidad y la hondura de cada instante de nuestros días. Preguntémonos
con honestidad: —Y yo, ¿qué vida quiero para mí? Y comparémosla con la
orientación real con que vivimos. ¿Es esto lo que querías? ¿No crees que el
horizonte puede ser todavía mucho más amplio? Pues mira: mucho más aun que todo
lo que podamos imaginar tú y yo juntos... mucho más llena... mucho más
hermosa... mucho más... es la Vida de Cristo palpitando en la Eucaristía. Y
allí está, esperándonos para ser comido, esperando en la puerta de tu corazón,
paciente, ardiente como quien sabe amar. Y después de esto, la Vida eterna: «El
que coma este pan vivirá para siempre» (Jn 6,58). —¿Qué más quieres?
Rev. D. Homer VAL i Pérez (Barcelona, España)
Santoral Católico:
San Juan Eudes
Presbítero y Fundador
Información amplia clic acá
San Ezequiel Moreno y Díaz
Obispo
Información amplia clic acá
Fuente: Catholic.net
Palabras del Beato Juan Pablo
II
“En la Hostia Santa está la respuesta a todos los
interrogantes, consuelo al dolor, prenda de satisfacción de la sed abrasadora
de felicidad y de amor que cada uno lleva dentro de sí en el secreto del
corazón. Lleva el sabor y el perfume de la Virgen Madre. La Eucaristía es el
Sacramento de la continua cercanía salvadora de Señor resucitado”
Beato Juan Pablo II
Tema del día:
Un acto sublime de amor
Los dos
domingos pasados veíamos la primera parte del “Discurso del Pan de vida” por
Jesús en Cafarnaún, donde anuncia el misterio de la Eucaristía. En esa primera
parte nos pedía fe, porque, si no creemos en El, es vano que nos anuncie la
maravilla de podernos unir tan íntimamente por medio de la Comunión. Terminaba
el domingo pasado con lo que comienza hoy. Jesús nos dice que Él mismo es el
pan bajado del Cielo que debemos comer. La mayoría de la gente que escucha y
que sólo piensa en el sentido material de las palabras y que no cree que haya
venido del cielo, porque conocen a su familia, comienza no sólo a admirarse de
esas palabras, sino a criticar o murmurar. Al final le tendrán por loco y
muchos, que antes se tenían por discípulos, se marcharán. Esto lo veremos el
próximo domingo. Hoy al ver la grandeza de las palabras de Jesús, hagamos un
acto de fe y sintamos el amor de Dios en la Eucaristía.
Como la
gente murmuraba y tomaba las palabras de Jesús en sentido materialista, como si
ellos tuvieran que comerle pedazo a pedazo, creían que se burlaba de ellos. Por
lo tanto Jesús repitió varias veces lo mismo, como para dar a entender que no
se había equivocado, sino que era verdad. Esto que ahora anunciaba, lo haría realidad
el Jueves santo en la Última Cena. Y no sólo les dio a comer su Cuerpo a los
apóstoles, sino que les dio autoridad para que hiciesen lo mismo, como se
realiza en la santa Misa, para que todos los que quieran puedan recibir ese
augusto alimento.
Se cuenta
que por el año 165, en tiempos de san Justino, que era un filósofo y escritor,
algunos paganos acusaron a los cristianos de algo horrendo y prohibido, como
era comer la carne de alguna persona. Esto se debía a que el sacerdote decía:
“Tomad y comed, esto es mi cuerpo”, y: “Tomad y bebed, esta es mi sangre”. En
realidad los paganos no podían entender cómo los cristianos pudieran quedar tan
alegres y al parecer tan satisfechos después de lo que habían celebrado y
recibido. Entonces san Justino tuvo que escribir algo muy hermoso en defensa de
la sagrada Eucaristía.
Algo que
tenemos que tener en cuenta es que Jesús no promete una presencia simbólica o
figurativa, como si fuese un recuerdo o una bella idea. La presencia de Jesús
es real y verdadera. Recibimos el verdadero Cuerpo de Jesús. Es Él en persona
quien viene a nosotros en la comunión. Esto sólo lo puede inventar Dios, de
modo que nos podemos estrechar íntimamente cuando recibimos aquello que parece
un poquito de pan o un poquito de vino. Nuestra fe nos dice que aquello ya no
es pan, sino que es el mismo Jesús que penetra en nuestro ser. Es un acto
sublime de amor de Dios.
Un buen
padre no se contenta sólo con haber dado la vida a sus hijos, sino que les
alimenta y les proporciona los medios para crecer y ser personas dignas. Muchos
medios nos da Dios, después que nos hicimos sus hijos por el Bautismo; pero el
alimento más importante es el que anuncia hoy: su propio Cuerpo. Algo muy
especial que tiene este alimento es lo que se dice desde hace muchos siglos:
que los alimentos corrientes se convierten en nuestra propia naturaleza, porque
son inferiores a nosotros; pero el alimento del Cuerpo de Cristo es tan
superior a nosotros que tiende a que nosotros nos convirtamos en su naturaleza.
Por lo cual no encontramos un medio más importante para unirnos a Dios que
recibir dignamente la sagrada Eucaristía.
Así que
recordemos que cuando el sacerdote pronuncia las palabras de la Consagración,
no se trata de un simple recuerdo, sino que se está realizando presente el
mismo sacrificio de la Cruz, ahora ya glorificado. Y luego Jesús permanece en
el Sagrario, para que le visitemos y le adoremos. Él quiere venir para
fortalecer nuestra vida espiritual. Por eso, cuando vamos a la misa, no vamos
sólo para cumplir un precepto, sino para estar con quien más nos quiere, poder
fortalecer nuestra fe en las luchas de cada día y poder recibir la alegría para
la vida. Cuando rezamos “Danos hoy nuestro pan de cada día”, no sólo pedimos el
pan material, sino el espiritual.
P.
Silverio Velasco (España)
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"Juan Pablo
II inolvidable"
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Pensamientos sanadores
Pídele a Dios el don de la perseverancia
Así como la lluvia que cae del cielo empapa la tierra que
en apariencia era estéril, dándole nueva vida a todo lo que estaba en sus
entrañas, de manera similar, la gracia de Dios se derrama cada día más en tu
pobre corazón.
En ti se encuentran semillas de bondad y de bendición que
aún no han germinado. Por eso, pídele a Dios ser receptivo a su gracia y
disponte a recibir todo el amor del Señor. Entonces, verás brotar en tu
interior, frutos nuevos que ni siquiera imaginabas que estaban en tu alma.
Luego pídele al Señor que las plantitas de los nuevos
comportamientos echen raíces profundas por medio de la virtud de la
perseverancia, no sea que los embates del demonio hagan que esos frutos se
marchiten y que tú vuelvas a vivir en aridez.
(…) aquel que
persevere hasta el final se salvará. Mateo 10, 22.
Nunca nos olvidemos de
agradecer
Alguna vez leí que en el cielo hay dos oficinas
diferentes para tratar lo relativo a las oraciones de las personas en la
tierra:
Una es para receptar pedidos de diversas gracias, y allí
los muchos ángeles que atienden trabajan intensamente y sin descanso por la
cantidad de peticiones que llegan en todo momento.
La otra oficina es para recibir los agradecimientos por
las gracias concedidas y en ella hay un par de ángeles aburridos porque
prácticamente no les llega ningún mensaje de los hombres desde la tierra para
dar gracias...
Desde esta sección de "Pequeñas Semillitas"
pretendemos juntar una vez por semana los mensajes para la segunda oficina:
agradecimientos por favores y gracias concedidas como respuesta a nuestros pedidos
de oración.
Desde Bragado, Argentina, nos escribe la mamá de María
Victoria, agradeciendo las oraciones hechas por su hija. La seguimos
acompañando en las plegarias.
Desde Córdoba, Argentina, Mily agradece a Dios y a las
personas que rezaron por la operación de hernia de Carlos, su esposo, y de ella
misma (vesícula), que han salido bien. Damos gracias al Señor por habernos
escuchado una vez más.
Desde Buenos Aires, Argentina, Ana María escribe para dar
gracias a Dios y a todos los que rezaron por su reciente operación de la vista
que salió muy bien. Nos sumamos dando gracias a Dios.
Desde México, agradecen oraciones hechas en favor de Rosy
G. que ahora está en plena recuperación.
"Intimidad Divina"
Domingo XX del Tiempo Ordinario
En línea con los domingos precedentes, continúa hoy el
discurso del “pan de vida” (Jn 6, 51-59) presentado explícitamente en términos
sacramentales: carne y sangre de Cristo dados en alimento a los hombres. Al
decir Jesús: “el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo” (Jn 6,
51) manifiesta su intención de llevar el
don de sí a los hombres hasta dejarles en comida su carne y su sangre. La
Eucaristía se presenta así no sólo en relación estrecha con la muerte del Señor
sino también con su Encarnación, como prolongación mística de la misma. La
carne tomada por el Verbo para hacer de ella una oblación al Padre en la cruz,
continuará siendo sacrificada místicamente en el Sacramento eucarístico y
ofrecida a los creyentes en alimento.
“Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre
y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe
mi sangre, tiene vida eterna… Mi carne es verdadera comida y mi sangre es
verdadera bebida” (ib 53-55). El Señor no da explicaciones que hagan el
misterio más accesible; quien no cree en él no las aceptaría. Él quiere la fe.
Pero los creyentes, que han recibido el don de la fe, ¿cómo y hasta qué punto
creen en este admirable misterio? Tal vez el mundo moderno es tan escéptico
frente a la Eucaristía porque con demasiada frecuencia tratan este Sacramento
con una superficialidad y ligereza espantosas. Hay que postrarse, suplicar
perón, pedir una fe viva, profundizar en oración las palabras del Señor, adorar
su Sacramento, comer de él con estremecimiento y con amor.
La Eucaristía está destinada a nutrir al cristiano para
que sea siempre sarmiento vivo de Cristo, criatura conformada con su Señor, de
tal modo abismada en él que de su ser y su obra se trasluzca la presencia de
Aquel que, alimentándolo con su carne y con su sangre, lo asemeja a sí. La
conducta del cristiano debe demostrar que no vive ya por sí mismo encerrado en
estrechos horizontes terrenos, sino para Cristo, abierto a inmensos horizontes
eternos, y que sus obras llevan ya la impronta de la vida eterna de que la
Eucaristía se nutre. Sólo así puede el creyente ser en el mundo un testimonio
vivo de la realidad inefable del misterio eucarístico.
Dios eterno, suma y
eterna pureza, te has unido al barro de nuestra humanidad movido por el fuego
de tu caridad, con el que te has quedado para alimento nuestro… Comida de los
ángeles, suma y eterna pureza; por eso requiere tanta pureza en el alma que te
recibe en este dulcísimo sacramento… ¿Cómo se purifica el alma? En el fuego de
tu cariad, lavando su rostro en la sangre de tu unigénito Hijo… Me despojaré de
mi vestido hediondo, y con la luz de la fe santísima… conoceré que tú, trinidad
eterna, eres nuestro alimento, mesa y servidor. Tú, Padre eterno, eres la mesa
que nos da el alimento del Cordero, tu Unigénito Hijo; él es nuestra comida
suavísima, sea por su doctrina que nos nutre en tu voluntad, sea por el
sacramento que recibimos en la santa comunión, el cual nos apacienta y
reconforta mientras somos peregrinos y viandantes en esta vida. El Espíritu
Santo es el que nos sirve la comida, porque nos provee esta doctrina iluminando
el ojo de nuestro entendimiento e inspirándonos seguirla. Nos da también la
caridad ara con el prójimo y el hambre de dar de comer a las almas y de la
salvación de todo el mundo, para honra tuya, oh Padre. (Santa Catalina de
Siena, Plegarias y elevaciones, 18)
P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
.
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