sábado, 4 de agosto de 2012

Pequeñas Semillitas 1776


PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 7 - Número 1776 ~ Sábado 4 de Agosto de 2012
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
   

Alabado sea Jesucristo…
Hoy, Fiesta del Santo Cura de Ars, la Iglesia celebra el Día del Párroco, que es el sacerdote a quien la Iglesia le encomienda el cuidado pastoral de una Parroquia. No hay duda que la imagen ideal del párroco es la del Buen Pastor: “Yo soy el Bueno Pastor” nos dice Jesucristo (Jn. 10). En este bello pasaje del Evangelio el Señor nos ha dejado un modelo de Pastor que se define por su presencia y escucha, su conocimiento y amor, su acompañamiento y entrega.
La Parroquia transformada en una comunidad de comunidades, tiene una actividad que requiere permanentemente de la presencia del Párroco, ya sea para aportar una opinión, una sugerencia o una iniciativa, a través de él se trata de sobrellevar las pruebas, a las que somos sometidos, en nuestro tránsito por la vida cotidiana. Él se transforma en un guía espiritual en la búsqueda de Dios quien es en última instancia el sostén de la vida espiritual y física de todos los seres humanos que lo buscamos y necesitamos su presencia. El Párroco nos aconseja, nos contiene, perdona nuestros pecados en el sacramento de la reconciliación, bendice nuestros hogares, nos entrega el cuerpo y sangre de Nuestro Señor en la Eucaristía, acompaña nuestros enfermos con el sacramento de la unción, organiza los grupos parroquiales destinados a realizar diversas obras cristianas comunitarias presididas por la caridad… El Párroco siempre está cuando lo necesitamos. Sepamos también nosotros acompañar permanentemente con gestos concretos su ministerio sacerdotal.
En este día regalemos a nuestro Párroco la oración para que el Señor lo fortalezca en su misión, sumado a nuestro saludo personal y también renovemos nuestro sentido de pertenencia y de compromiso pastoral en la vida de nuestra Parroquia.


La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy


En aquel tiempo, se enteró el tetrarca Herodes de la fama de Jesús, y dijo a sus criados: «Ese es Juan el Bautista; él ha resucitado de entre los muertos, y por eso actúan en él fuerzas milagrosas».
Es que Herodes había prendido a Juan, le había encadenado y puesto en la cárcel, por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo. Porque Juan le decía: «No te es lícito tenerla». Y aunque quería matarle, temió a la gente, porque le tenían por profeta.
Mas llegado el cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó en medio de todos gustando tanto a Herodes, que éste le prometió bajo juramento darle lo que pidiese. Ella, instigada por su madre, «dame aquí, dijo, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista». Entristecióse el rey, pero, a causa del juramento y de los comensales, ordenó que se le diese, y envió a decapitar a Juan en la cárcel. Su cabeza fue traída en una bandeja y entregada a la muchacha, la cual se la llevó a su madre. Llegando después sus discípulos, recogieron el cadáver y lo sepultaron; y fueron a informar a Jesús.
(Mt 14,1-12)

Comentario
Hoy, la liturgia nos invita a contemplar una injusticia: la muerte de Juan Bautista; y, a la vez, descubrir en la Palabra de Dios la necesidad de un testimonio claro y concreto de nuestra fe para llenar de esperanza el mundo.
Os invito a centrar nuestra reflexión en el personaje del tetrarca Herodes. Realmente, para nosotros, es un contratestigo pero nos ayudará a destacar algunos aspectos importantes para nuestro testimonio de fe en medio del mundo. «Se enteró el tetrarca Herodes de la fama de Jesús» (Mt 14,1). Esta afirmación remarca una actitud aparentemente correcta, pero poco sincera. Es la realidad que hoy podemos encontrar en muchas personas y, quizás también en nosotros. Mucha gente ha oído hablar de Jesús, pero, ¿quién es Él realmente?, ¿qué implicación personal nos une a Él?
En primer lugar, es necesario dar una respuesta correcta; la del tetrarca Herodes no pasa de ser una vaga información: «Ese es Juan el Bautista; él ha resucitado de entre los muertos» (Mt 14,2). De cierto que echamos en falta la afirmación de Pedro ante la pregunta de Jesús: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Simón Pedro le respondió: ‘Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo’» (Mt 16,15-16). Y esta afirmación no deja lugar para el miedo o la indiferencia, sino que abre la puerta a un testimonio fundamentado en el Evangelio de la esperanza. Así lo definía Juan Pablo II en su Exhortación apostólica La Iglesia en Europa: «Con toda la Iglesia, invito a mis hermanos y hermanas en la fe a abrirse constante y confiadamente a Cristo y a dejarse renovar por Él, anunciando con el vigor de la paz y el amor a todas las personas de buena voluntad que, quién encuentra al Señor conoce la Verdad, descubre la Vida y reconoce el Camino que conduce a ella».
Que, hoy sábado, la Virgen María, la Madre de la esperanza, nos ayude a descubrir realmente a Jesús y a dar un buen testimonio de Él a nuestros hermanos.
Rev. D. Joan Pere PULIDO i Gutiérrez (El Papiol, Barcelona, España)


Santoral Católico:
San Juan María Vianney
Cura de Ars


Uno de los santos más populares en los últimos tiempos ha sido San Juan Vianey, llamado el santo Cura de Ars. En él se ha cumplido lo que dijo San Pablo: "Dios ha escogido lo que no vale a los ojos del mundo, para confundir a los grandes".

Era un campesino de mente rústica, nacido en Dardilly, Francia, el 8 de mayo de 1786. Durante su infancia estalló la Revolución Francesa que persiguió ferozmente a la religión católica. Así que él y su familia, para poder asistir a misa tenían que hacerlo en celebraciones hechas a escondidas, donde los agentes del gobierno no se dieran cuenta, porque había pena de muerte para los que se atrevieran a practicar en público su religión. La primera comunión la hizo Juan María a los 13 años, en una celebración nocturna, a escondidas, en un pajar, a donde los campesinos llegaban con bultos de pasto, simulando que iban a alimentar sus ganados, pero el objeto de su viaje era asistir a la Santa Misa que celebraba un sacerdote, con grave peligro de muerte, si los sorprendían las autoridades.

Juan María deseaba ser sacerdote, pero a su padre no le interesaba perder este buen obrero que le cuidaba sus ovejas y le trabajaba en el campo. Además no era fácil conseguir seminarios en esos tiempos tan difíciles. Y como estaban en guerra, Napoléon mandó reclutar todos los muchachos mayores de 17 años y llevarlos al ejército. Y uno de los reclutados fue nuestro biografiado. Se lo llevaron para el cuartel, pero por el camino, por entrar a una iglesia a rezar, se perdió del grupo. Volvió a presentarse, pero en el viaje se enfermó y lo llevaron una noche al hospital y cuando al día siguiente se repuso ya los demás se habían ido. Las autoridades le ordenaron que se fuera por su cuenta a alcanzar a los otros, pero se encontró con un hombre que le dijo. "Sígame, que yo lo llevaré a donde debe ir". Lo siguió y después de mucho caminar se dio cuenta de que el otro era un desertor que huía del ejército, y que se encontraban totalmente lejos del batallón.

Y al llegar a un pueblo, Juan María se fue a donde el alcalde a contarle su caso. La ley ordenaba pena de muerte a quien desertara del ejército. Pero el alcalde que era muy bondadoso escondió al joven en su casa, y lo puso a dormir en un pajar, y así estuvo trabajando escondido por bastante tiempo, cambiándose de nombre, y escondiéndose muy hondo entre el pasto seco, cada vez que pasaban por allí grupos del ejército. Al fin en 1810, cuando Juan llevaba 14 meses de desertor el emperador Napoleón dio un decreto perdonando la culpa a todos los que se habían fugado del ejército, y Vianey pudo volver otra vez a su hogar.

Trató de ir a estudiar al seminario pero su intelecto era romo y duro, y no lograba aprender nada. Los profesores exclamaban: "Es muy buena persona, pero no sirve para estudiante No se le queda nada". Y lo echaron.

Se fue en peregrinación de muchos días hasta la tumba de San Francisco Regis, viajando de limosna, para pedirle a ese santo su ayuda para poder estudiar. Con la peregrinación no logró volverse más inteligente, pero adquirió valor para no dejarse desanimar por las dificultades.

El Padre Balley había fundado por su cuenta un pequeño seminario y allí recibió a Vianey. Al principio el sacerdote se desanimaba al ver que a este pobre muchacho no se le quedaba nada de lo que él le enseñaba Pero su conducta era tan excelente, y su criterio y su buena voluntad tan admirables que el buen Padre Balley dispuso hacer lo posible y lo imposible por hacerlo llegar al sacerdocio.

Después de prepararlo por tres años, dándole clases todos los días, el Padre Balley lo presentó a exámenes en el seminario. Fracaso total. No fue capaz de responder a las preguntas que esos profesores tan sabios le iban haciendo. Resultado: negativa total a que fuera ordenado de sacerdote.

Su gran benefactor, el Padre Balley, lo siguió instruyendo y lo llevó a donde sacerdotes santos y les pidió que examinaran si este joven estaba preparado para ser un buen sacerdote. Ellos se dieron cuenta de que tenía buen criterio, que sabía resolver problemas de conciencia, y que era seguro en sus apreciaciones en lo moral, y varios de ellos se fueron a recomendarlo al Sr. Obispo. El prelado al oír todas estas cosas les preguntó: ¿El joven Vianey es de buena conducta? - Ellos le repondieron: "Es excelente persona. Es un modelo de comportamiento. Es el seminarista menos sabio, pero el más santo" "Pues si así es - añadió el prelado - que sea ordenado de sacerdote, pues aunque le falte ciencia, con tal de que tenga santidad, Dios suplirá lo demás".

Y así el 12 de agosto de 1815, fue ordenado sacerdote, este joven que parecía tener menos inteligencia de la necesaria para este oficio, y que luego llegó a ser el más famoso párroco de su siglo (4 días después de su ordenación, nació San Juan Bosco). Los primeros tres años los pasó como vicepárroco del Padre Balley, su gran amigo y admirador.

Unos curitas muy sabios habían dicho por burla: "El Sr. Obispo lo ordenó de sacerdote, pero ahora se va a encartar con él, porque ¿a dónde lo va a enviar, que haga un buen papel?".

Y el 9 de febrero de 1818 fue enviado a la parroquia más pobre e infeliz. Se llamaba Ars. Tenía 370 habitantes. A misa los domingos no asistían sino un hombre y algunas mujeres. Su antecesor dejó escrito: "Las gentes de esta parroquia en lo único en que se diferencian de los ancianos, es en que ... están bautizadas". El pueblucho estaba lleno de cantinas y de bailaderos. Allí estará Juan Vianey de párroco durante 41 años, hasta su muerte, y lo transformará todo.

El nuevo Cura Párroco de Ars se propuso un método triple para cambiar a las gentes de su desarrapada parroquia. Rezar mucho. Sacrificarse lo más posible, y hablar fuerte y duro. ¿Qué en Ars casi nadie iba a la Misa? Pues él remplazaba esa falta de asistencia, dedicando horas y más horas a la oración ante el Santísimo Sacramento en el altar. ¿Qué el pueblo estaba lleno de cantinas y bailaderos? Pues el párroco se dedicó a las más impresionantes penitencias para convertirlos. Durante años solamente se alimentará cada día con unas pocas papas cocinadas. Los lunes cocina una docena y media de papas, que le duran hasta el jueves. Y en ese día hará otro cocinado igual con lo cual se alimentará hasta el domingo. Es verdad que por las noches las cantinas y los bailaderos están repletos de gentes de su parroquia, pero también es verdad que él pasa muchas horas de cada noche rezando por ellos. ¿Y sus sermones? Ah, ahí si que enfoca toda la artillería de sus palabras contra los vicios de sus feligreses, y va demoliendo sin compasión todas las trampas con las que el diablo quiere perderlos.

Cuando el Padre Vianey empieza a volverse famoso muchas gentes se dedican a criticarlo. El Sr. Obispo envía un visitador a que oiga sus sermones, y le diga qué cualidades y defectos tiene este predicador. El enviado vuelve trayendo noticias malas y buenas.

El prelado le pregunta: "¿Tienen algún defecto los sermones del Padre Vianey? - Sí, Monseñor: Tiene tres defectos. Primero, son muy largos. Segundo, son muy duros y fuertes. Tercero, siempre habla de los mismos temas: los pecados, los vicios, la muerte, el juicio, el infierno y el cielo". - ¿Y tienen también alguna cualidad estos sermones? - pregunta Monseñor-. "Si, tienen una cualidad, y es que los oyentes se conmueven, se convierten y empiezan una vida más santa de la que llevaban antes".

El Obispo satisfecho y sonriente exclamó: "Por esa última cualidad se le pueden perdonar al Párroco de Ars los otros tres defectos".

Los primeros años de su sacerdocio, duraba tres o más horas leyendo y estudiando, para preparar su sermón del domingo. Luego escribía. Durante otras tres o más horas paseaba por el campo recitándole su sermón a los árboles y al ganado, para tratar de aprenderlo. Después se arrodillaba por horas y horas ante el Santísimo Sacramento en el altar, encomendando al Señor lo que iba decir al pueblo. Y sucedió muchas veces que al empezar a predicar se le olvidaba todo lo que había preparado, pero lo que le decía al pueblo causaba impresionantes conversiones. Es que se había preparado bien antes de predicar.

Pocos santos han tenido que entablar luchas tan tremendas contra el demonio como San Juan Vianey. El diablo no podía ocultar su canalla rabia al ver cuántas almas le quitaba este curita tan sencillo. Y lo atacaba sin compasión. Lo derribaba de la cama. Y hasta trató de prenderle fuego a su habitación. Lo despertaba con ruidos espantosos. Una vez le gritó: "Faldinegro odiado. Agradézcale a esa que llaman Virgen María, y si no ya me lo habría llevado al abismo".

Un día en una misión en un pueblo, varios sacerdotes jóvenes dijeron que eso de las apariciones del demonio eran puros cuentos del Padre Vianey. El párroco los invitó a que fueran a dormir en el dormitorio donde iba a pasar la noche el famoso padrecito. Y cuando empezaron los tremendos ruidos y los espantos diabólicos, salieron todos huyendo en pijama hacia el patio y no se atrevieron a volver a entrar al dormitorio ni a volver a burlarse del santo cura. Pero él lo tomaba con toda calma y con humor y decía: "Con el patas hemos tenido ya tantos encuentros que ahora parecemos dos compinches". Pero no dejaba de quitarle almas y más almas al maldito Satanás.

Cuando concedieron el permiso para que lo ordenaran sacerdote, escribieron: "Que sea sacerdote, pero que no lo pongan a confesar, porque no tiene ciencia para ese oficio". Pues bien: ese fue su oficio durante toda la vida, y lo hizo mejor que los que sí tenían mucha ciencia e inteligencia. Porque en esto lo que vale son las iluminaciones del Espíritu Santo, y no nuestra vana ciencia que nos infla y nos llena de tonto orgullo.

Tenía que pasar 12 horas diarias en el confesionario durante el invierno y 16 durante el verano. Para confesarse con él había que apartar turno con tres días de anticipación. Y en el confesionario conseguía conversiones impresionantes.

Desde 1830 hasta 1845 llegaron 300 personas cada día a Ars, de distintas regiones de Francia a confesarse con el humilde sacerdote Vianey. El último año de su vida los peregrinos que llegaron a Ars fueron 100 mil. Junto a la casa cural había varios hoteles donde se hospedaban los que iban a confesarse.

A las 12 de la noche se levantaba el santo sacerdote. Luego hacía sonar la campana de la torre, abría la iglesia y empezaba a confesar. A esa hora ya la fila de penitentes era de más de una cuadra de larga. Confesaba hombres hasta las seis de la mañana. Poco después de las seis empezaba a rezar los salmos de su devocionario y a prepararse a la Santa Misa. A las siete celebraba el santo oficio. En los últimos años el Obispo logró que a las ocho de la mañana se tomara una taza de leche.

De ocho a once confesaba mujeres. A las 11 daba una clase de catecismo para todas las personas que estuvieran ahí en el templo. Eran palabras muy sencillas que le hacían inmenso bien a los oyentes.

A las doce iba a tomarse un ligerísimo almuerzo. Se bañaba, se afeitaba, y se iba a visitar un instituto para jóvenes pobres que él costeaba con las limosnas que la gente había traído. Por la calle la gente lo rodeaba con gran veneración y le hacían consultas.

De una y media hasta las seis seguía confesando. Sus consejos en la confesión eran muy breves. Pero a muchos les leía los pecados en su pensamiento y les decía los pecados que se les habían quedado sin decir. Era fuerte en combatir la borrachera y otros vicios.

En el confesionario sufría mareos y a ratos le parecía que se iba a congelar de frío en el invierno y en verano sudaba copiosamente. Pero seguía confesando como si nada estuviera sufriendo. Decía: "El confesionario es el ataúd donde me han sepultado estando todavía vivo". Pero ahí era donde conseguía sus grandes triunfos en favor de las almas.

Por la noche leía un rato, y a las ocho se acostaba, para de nuevo levantarse a las doce de la noche y seguir confesando.

Cuando llegó a Ars solamente iba un hombre a misa. Cuando murió solamente había un hombre en Ars que no iba a misa. Se cerraron muchas cantinas y bailaderos.

En Ars todos se sentían santamente orgullosos de tener un párroco tan santo. Cuando él llegó a esa parroquia la gente trabajaba en domingo y cosechaba poco. Logró poco a poco que nadie trabajara en los campos los domingos y las cosechas se volvieron mucho mejores.

Siempre se creía un miserable pecador. Jamás hablaba de sus obras o éxitos obtenidos. A un hombre que lo insultó en la calle le escribió una carta humildísima pidiéndole perdón por todo, como si él hubiera sido quién hubiera ofendido al otro. El obispo le envió un distintivo elegante de canónigo y nunca se lo quiso poner. El gobierno nacional le concedió una condecoración y él no se la quiso colocar. Decía con humor: "Es el colmo: el gobierno condecorando a un cobarde que desertó del ejército". Y Dios premió su humildad con admirables milagros.

El 4 de agosto de 1859 pasó a recibir su premio en la eternidad.

Fue beatificado el 8 de enero de 1905 por el Papa San Pío X, y canonizado por S.S. Pío XI el 31 de mayo de 1925.

Fuente: Catholic.net


Palabras del Beato Juan Pablo II

“Jesús es el testigo verdadero: testimonia el amor de Dios hacia nosotros mediante su entrega sin reservas para la salvación de la humanidad. Del mismo modo, los sacerdotes deben testimoniar el amor divino que arde en su corazón, haciéndose amigos y colaboradores de Cristo en  la obra sublime de la redención. La Iglesia hoy no tiene necesidad de funcionarios, administradores o empresarios, sino sobre todo de ‘amigos de Cristo’, que sepan manifestar el amor en una actitud de servicio altruista que no excluya a nadie”

Beato Juan Pablo II


Tema de hoy:
Día del Párroco


El 4 de Agosto, Fiesta del Santo Cura de Ars, se celebra el día del Párroco. Es una fiesta que quisiera recordar en la vida de la Iglesia.

Si me preguntaran cuál es, dentro de las diversas tareas que desarrollan los sacerdotes, la más destacada si es que podemos hablar así, yo les diría la de Párroco a riesgo de ser parcial, pero reconozco que tengo una particular valoración y estima por este ministerio sacerdotal.

En la Parroquia el sacerdote vive de una manera plena y concreta la misión de Jesucristo, el Buen Pastor. La Parroquia abarca toda nuestra vida como hijos de Dios. En ella nacemos a la vida cristiana por el bautismo y crecemos como familia cristiana. En este ámbito local es donde se aprecia en toda su dimensión eclesial la persona y el ministerio del párroco. Al referirnos a él, la palabra Padre, adquiere todo su significado y valor espiritual.

En el reciente documento de Aparecida cuando se habla de la renovación de las parroquias se mira en primer lugar a la persona del párroco y se dice que: “la primera exigencia es que el párroco sea un auténtico discípulo de Jesucristo, porqué sólo un sacerdote enamorado del Señor puede renovar una parroquia. Pero al mismo tiempo debe ser, continúa, un ardoroso misionero que vive el constante anhelo de buscar a los alejados y no se contenta con la simple administración”.

¡Cuánta riqueza y responsabilidad pastoral pone la Iglesia sobre los hombros de este hijo suyo al que ha ordenado sacerdote para el servicio del pueblo de Dios! Cómo no valorarlo y acompañarlo en esta misión.

Cuando el Código define a la parroquia como una comunidad estable de fieles, agrega que se la encomienda a un párroco, como a su pastor propio (c. 515). Esto, ser pastor propio, significa que todos tenemos en nuestro párroco una referencia de cuidado pastoral que hace a su tarea y responsabilidad, pero además, esta relación nos involucra y compromete como miembros vivos de una misma comunidad. Como vemos no se trata de un camino con sentido único que va, del párroco al fiel, sino que es necesaria también esa otra relación del fiel a su párroco. Así crece la Iglesia según el proyecto de Jesucristo. Esta relación pastor-comunidad reclama una mirada de fe para ser vivida en su originalidad y fecundidad pastoral.

Fortalecer la vida e identidad de nuestras comunidades parroquiales es fortalecer la presencia viva de la Iglesia, en cada barrio, pueblo o ciudad.

Por ello quiero agradecer y felicitar a nuestros párrocos en su día y elevar mi oración por su ministerio sacerdotal. Pero quisiera, además, hacerlos partícipes a ustedes en esta celebración, para que la vivan desde la intimidad de la oración personal y a través del gesto cercano de saludarlos en sus comunidades. Ellos han sido ordenados al servicio de ustedes, ellos necesitan de la presencia y la colaboración de ustedes.

Deseándoles un buen fin de semana en familia y en compañía de sus amigos, reciban junto a mi afecto y oraciones mi bendición en el Señor Jesús.

Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


Oración por mi Párroco

 
Padre Pedro Torres
Parroquia Ntra. Sra. del Valle
Córdoba - Argentina


Amado Jesús:
Te damos gracias por la gracia de tener con nosotros como párroco al Padre Pedro, digno servidor tuyo y querido pastor de esta comunidad.
Te rogamos que le concedas la gracia de tener una buena salud física y toda la fortaleza espiritual que requiere su difícil tarea.
Pedimos que le otorgues fidelidad y perseverancia en su labor sacerdotal, para que en comunión con el Obispo, sea ministro diligente en el anuncio de la Palabra a través del Evangelio, dándonos a todos el mensaje de salvación.
Ilumínalo con los dones de tu Santo Espíritu para que cuanto haga en el ejercicio de sus funciones sea siempre para mayor gloria tuya y para el crecimiento espiritual de todos nosotros, tus hijos, que has confiado a Pedro como guía y padre espiritual.
Dale Señor espíritu de sabiduría, amor paterno, paciencia y fortaleza ante las dificultades, fervor y santidad en su misión, para que nos conduzca por los caminos que llevan hacia la gloria del Reino de los cielos.
Y concédenos a nosotros la fuerza de la fe para ver en él a tu mensajero, sosteniéndolo en todo momento y siguiendo la línea pastoral que él vaya marcando para el bien de nuestra comunidad.
Te lo pedimos por la intercesión de nuestra amada Madre, la Virgen del Valle, bajo cuya advocación nos reunimos en esta comunidad parroquial conducida por Pedro.
Amén.


Pensamientos sanadores


Cómo enfrentar las tormentas de la vida

Seguramente, en algunos momentos de tu vida, habrás atravesado un frente de tormenta. Pregúntate: ¿Cómo reaccionaste en esas situaciones?
Hay una hermosa canción que dice: “Cuando lloras por las veces que intestaste y tratas de olvidar las lágrimas que lloraste, sólo tienes pena y tristeza, el futuro incierto. Pero puedes tener paz en las tormentas”
Si en los momentos de tormenta uno quiere asumir una visión real, un panorama objetivo de la situación, debe esperar que el viento se calme y que el polvo se asiente; de lo contrario la visión se distorsiona y se seguirá avanzando en medio de lo confuso.
Por querer mirar con prisa lo lejano y alcanzar cuanto antes lo distante, se correrá el riesgo de chocar con lo inmediato.

Entonces se desencadenó sobre el lago un fuerte vendaval; la barca se iba llenando de agua y ellos corrían peligro. Lucas 8, 23.


Pedidos de oración


Pedimos oración por la Paz del Mundo; por la Santa Iglesia Católica; por el Papa, los sacerdotes y todos los que componemos el cuerpo místico de Cristo; por la unión de los cristianos para que seamos uno, así como Dios Padre y nuestro Señor Jesucristo son Uno junto con el Espíritu Santo; por las misiones, por nuestros hermanos sufrientes por diversos motivos especialmente por las enfermedades, el hambre y la pobreza; por la unión de las familias y la fidelidad de los matrimonios; por el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas, y por las Benditas Almas del Purgatorio.

Pedimos oración por Joseph que vive en Atlanta, EEUU, para que el Señor lo sane de los fuertes dolores de cabeza que ha venido sufriendo. Le detectaron dos pequeñas ‘masas’ en el cerebro y pedimos que Señor le confirme el milagro de la salud en su vida. Sánalo Señor.

Pedimos oración por Natalia C., de Buenos Aires, Argentina, una joven de 29 años que el próximo día martes será operada por un cáncer de mama, rogando a la Santísima Virgen que la proteja e interceda por ella ante Jesús para que todo salga bien.

Pedimos oración por Rafael, Mariano y Martín, nietos de nuestra lectora argentina Ana María. Que el Señor atienda generosamente sus necesidades materiales y espirituales.

Pedimos oración por Mariana P. B. de la ciudad de Córdoba, Argentina, por una operación que tiene que realizarse.

Tú quisiste, Señor, que tu Hijo unigénito soportara nuestras debilidades,
para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia;
escucha ahora las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos
y concede a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad,
la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos,
y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Amén

Nota de Redacción:
Para dar curso a los Pedidos de Oración es imprescindible dar los siguientes datos: nombres completos de la persona (habitualmente no publicamos apellidos), ciudad y país donde vive, y explicar el motivo de la solicitud de oración. Por favor: en los pedidos ser breves y concretos y enviarlos a pequesemillitas@gmail.com y deben poner en el asunto “Pedido de oración”, ya que los correos que llegan sin asunto (o con el asunto en blanco) son eliminados sin abrirlos.


"Pequeñas Semillitas" por e-mail


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Felipe de Urca


"Intimidad Divina"

Arraigados en la caridad

Dios nos quiere santos en la caridad, y no puede ser de otra manera porque él, el solo santo, es caridad. Derramando sobre el hombre su amor, Dios le hace partícipe de su santidad. Dios santifica al hombre haciéndolo más semejante cada vez a sí, lo que equivale a enraizarlo cada vez más en la caridad. A medida que el cristiano se abre al don del amor divino y secunda su desarrollo, se hace santo con la santidad misma de Dios. “Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor”, exhorta San Pablo (Ef 5, 1). En el hombre no puede darse la santidad, sólo Dios puede santificarlo; y es claro que cuanto más unido a él esté, tanto más le dará Dios parte de su santidad. La fuerza que une al hombre con Dios es precisamente la caridad: “La caridad –dice Santo Tomás– hace tender hacia Dios, uniendo a él el afecto del hombre, de modo que éste no viva ya para sí, sino para Dios” (S. T. 2-2, 17, 6).

Así como la fe guarnece la inteligencia del hombre y la habilita para el conocimiento sobrenatural de Dios, del mismo modo la caridad guarnece la voluntad y la habilita para amar a Dios, Bien infinito. Aun en el campo de los afectos humanos, el amor consiste esencialmente en el acto de la voluntad que quiere bien a alguien; pero dada la psicología del hombre ese acto lleva consigo una actividad del sentimiento. Lo mismo acaece en el campo de la caridad teologal, la cal transfigura los afectos humanos, pero no cambia su dinamismo. Sin embargo la caridad teologal no se insiere en el sentimiento, sino en la voluntad; por eso no se puede confundir la emoción sensible con la caridad, y tanto menos podrá sustituir aquélla a ésta.

Dios pide al hombre que le ame con todas sus fuerzas y por lo tanto también “con todo el corazón” (Mc 12, 30). El no desprecia el afecto sensible de su criatura, más bien lo quiere y a veces lo excita para facilitar el ejercicio de la caridad al que necesita ser animado con un poco de atractivo sensible. Dios, espíritu purísimo, no puede ser alcanzado por el sentimiento, sino únicamente por la voluntad transfigurada por su amor. Puede darse un amor grande de Dios, sin ninguna resonancia sensible. Con frecuencia conduce Dios a sus amigos por este camino árido y en privación de todo gusto, justamente para hacer su amor más puro y sobrenatural, más semejante al suyo y por ende más santificador. Dios nos ha elegido “para ser santos en la caridad”: en su caridad que es el acto infinito y eterno de su voluntad, al que debe corresponder el acto pleno y generoso de nuestra voluntad.

¡Oh Señor!, “ponme como señal en tu corazón, como señal en tu brazo; porque la dilección –esto es, el acto y obra de amor– es fuerte como la muerte, y dura emulación y porfía como el infierno”… Haz Señor, que no busque ni consuelo ni gusto, ni en ti ni en otra cosa. No pretendo pedirte mercedes, porque veo claro que hartas me tienes hechas. Haz que ponga todo mi cuidado en cómo podré darte algún gusto y servirte algo, por lo que mereces y de ti tengo recibido… ¡Ay, Dios y Señor mío, cuán muchos hay que andan a buscar en ti consuelo y gusto y a que les concedas mercedes y dones, mas los que a ti pretenden dar gusto y darte algo a su costa, pospuesto su particular, son muy pocos! Amado mío, todo lo áspero y trabajoso quiero para mí, y todo lo suave y sabroso quiero para ti. (San Juan de la Cruz, Dichos de luz y amor)

P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
.

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