PEQUEÑAS SEMILLITAS
Año 7 - Número 1787 ~
Miércoles 15 de Agosto de 2012
Desde la ciudad de Córdoba
(Argentina)
Alabado sea
Jesucristo…
Hoy la Iglesia celebra jubilosamente la Solemnidad de la Asunción de la Santísima
Virgen María al cielo.
La Asunción de María en cuerpo y alma al cielo es un
Dogma de nuestra fe católica, expresamente definido por el Papa Pío XII
hablando "ex-cathedra".
Y... ¿qué es un Dogma? Puesto en los
términos más sencillos, Dogma es una
verdad de Fe, revelada por Dios (en la Sagrada Escritura o contenida en la
Tradición), y que además es propuesta por la Iglesia como realmente revelada
por Dios.
En este caso se dice que el Papa habla "ex-cathedra", es decir, que
habla y determina algo en virtud de la autoridad suprema que tiene como Vicario
de Cristo y Cabeza Visible de la Iglesia, Maestro Supremo de la Fe, con
intención de proponer un asunto como creencia obligatoria de los fieles
Católicos.
El Dogma de la Asunción se refiere a que la Madre de
Dios, luego de su vida terrena fue elevada en cuerpo y alma a la gloria
celestial. Este Dogma fue proclamado por el Papa Pío XII, el 1º de noviembre de
1950, en la Constitución Munificentisimus Deus.
Ahora bien, ¿por qué es importante que los católicos
recordemos y profundicemos en el Dogma de la Asunción de la Santísima Virgen
María al Cielo?
El Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica (#966) nos lo
explica así, citando a Lumen Gentium 59, que a la vez cita la Bula de la
Proclamación del Dogma: "Finalmente,
la Virgen Inmaculada, preservada libre de toda mancha de pecado original,
terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada a la gloria del Cielo y
elevada al Trono del Señor como Reina del Universo, para ser conformada más
plenamente a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la
muerte".
La importancia de la Asunción para nosotros, hombres y
mujeres de comienzos del Tercer Milenio de la Era Cristiana, radica en la
relación que hay entre la Resurrección de Cristo y la nuestra. La presencia de
María, mujer de nuestra raza, ser humano como nosotros, quien se halla en
cuerpo y alma ya glorificada en el Cielo, es eso: una anticipación de nuestra
propia resurrección.
Aci Prensa
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud
a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó
a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo
el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando con
gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y
¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis
oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha
creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».
Y dijo María: «Proclama mi alma la grandeza del Señor y
mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador porque ha puesto los ojos en la
humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán
bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su
nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le
temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su
propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes.
A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a
Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como había anunciado a
nuestros padres- en favor de Abraham y de su linaje por los siglos». María
permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.
(Lc 1,39-56)
Comentario
Hoy celebramos la solemnidad de la Asunción de Santa
María en cuerpo y alma a los cielos. «Hoy —dice san Bernardo— sube al cielo la
Virgen llena de gloria, y colma de gozo a los ciudadanos celestes». Y añadirá
estas preciosas palabras: «¡Qué regalo más hermoso envía hoy nuestra tierra al
cielo! Con este gesto maravilloso de amistad —que es dar y recibir— se funden
lo humano y lo divino, lo terreno y lo celeste, lo humilde y lo sublime. El
fruto más granado de la tierra está allí, de donde proceden los mejores regalos
y los dones de más valor. Encumbrada a las alturas, la Virgen Santa prodigará
sus dones a los hombres».
El primer don que te prodiga es la Palabra, que Ella supo
guardar con tanta fidelidad en el corazón, y hacerla fructificar desde su
profundo silencio acogedor. Con esta Palabra en su espacio interior,
engendrando la Vida para los hombres en su vientre, «se levantó María y se fue
con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de
Zacarías y saludó a Isabel» (Lc 1,39-40). La presencia de María expande la
alegría: «Apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño
en mi seno» (Lc 1,44), exclama Isabel.
Sobre todo, nos hace el don de su alabanza, su misma
alegría hecha canto, su Magníficat: «Proclama mi alma la grandeza del Señor y
mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador...» (Lc 1,46-47). ¡Qué regalo más
hermoso nos devuelve hoy el cielo con el canto de María, hecho Palabra de Dios!
En este canto hallamos los indicios para aprender cómo se funden lo humano y lo
divino, lo terreno y lo celeste, y llegar a responder como Ella al regalo que
nos hace Dios en su Hijo, a través de su Santa Madre: para ser un regalo de
Dios para el mundo, y mañana un regalo de nuestra humanidad a Dios, siguiendo
el ejemplo de María, que nos precede en esta glorificación a la que estamos
destinados.
P. Abad Dom Josep ALEGRE Abad de Santa Mª de Poblet
(Tarragona, España)
Santoral Católico:
La Asunción de Nuestra Señora
Un ángel se aparecía a la Virgen y le entregaba la palma
diciendo: "María, levántate, te traigo esta rama de un árbol del paraíso,
para que cuando mueras la lleven delante de tu cuerpo, porque vengo a
anunciarte que tu Hijo te aguarda". María tomó la palma, que brillaba como
el lucero matutino, y el ángel desapareció. Esta salutación angélica, eco de la
de Nazaret, fue el preludio del gran acontecimiento.
Poco después, los Apóstoles, que sembraban la semilla
evangélica por todas las partes del mundo, se sintieron arrastrados por una
fuerza misteriosa que les llevaba a Jerusalén en medio del silencio de la
noche. Sin saber cómo, se encontraron reunidos en torno de aquel lecho, hecho con
efluvios de altar, en que la Madre de su Maestro aguardaba la venida de la
muerte. En sus burdas túnicas blanqueaba todavía, como plata desecha, el polvo
de los caminos: en sus arrugadas frentes brillaba como un nimbo la gloria del
apostolado. Se oyó de repente un trueno fragoroso; al mismo tiempo, la
habitación de llenó de perfumes, y Cristo apareció en ella con un cortejo de
serafines vestidos de dalmáticas de fuego.
Arriba, los coros angélicos cantaban dulces melodías;
abajo, el Hijo decía a su Madre: "Ven, escogida mía, yo te colocaré sobre
un trono resplandeciente, porque he deseado tu belleza". Y María
respondió: "Mi alma engrandece al Señor". Al mismo tiempo, su
espíritu se desprendía de la tierra y Cristo desaparecía con él entre nubes
luminosas, espirales de incienso y misteriosas armonías. El corazón que no
sabía de pecado, había cesado de latir; pero un halo divino iluminaba la carne
nunca manchada. Por las venas no corría la sangre, sino luz que fulguraba como
a través de un cristal.
Después del primer estupor, se levantó Pedro y dijo a sus
compañeros: "Obrad, hermanos, con amorosa diligencia; tomad ese cuerpo,
más puro que el sol de la madrugada; fuera de la ciudad encontraréis un
sepulcro nuevo. Velad junto al monumento hasta que veáis cosas
prodigiosas". Se formó un cortejo. Las vírgenes iniciaron el desfile; tras
ellas iban los Apóstoles salmodiando con antorchas en las manos, y en medio
caminaba san Juan, llevando la palma simbólica. Coros de ángeles agitaban sus
alas sobre la comitiva, y del Cielo bajaba una voz que decía: "No te
abandonaré, margarita mía, no te abandonaré; porque fuiste templo del Espíritu
Santo y habitación del Inefable". Acudieron los judíos con intención de
arrebatar los sagrados despojos. Todos quedaron ciegos repentinamente, y uno de
ellos, el príncipe de los sacerdotes, recobró la vista al pronunciar estas
palabras: "Creo que María es el templo de Dios".
Al tercer día, los Apóstoles que velaban en torno al
sepulcro oyeron una voz muy conocida, que repetía las antiguas palabras del
Cenáculo: "La paz sea con vosotros". Era Jesús, que venía a llevarse
el cuerpo de su Madre. Temblando de amor y de respeto, el Arcángel San Miguel
lo arrebató del sepulcro, y, unido al alma para siempre, fue dulcemente
colocado en una carroza de luz y transportado a las alturas. En este momento
aparece Tomás sudoroso y jadeante. Siempre llega tarde; pero esta vez tiene una
buena excusa: viene de la India lejana. Interroga y escudriña; es inútil, en el
sepulcro sólo quedan aromas de jazmines y azahares. En los aires una estela
luminosa, que se extingue lentamente, y algo que parece moverse y que se acerca
lentamente hasta caer junto a los pies del Apóstol. Es el cinturón que le envía
la virgen en señal de despedida.
Esta bella leyenda iluminó en otros siglos la vida de los
cristianos con soberanas claridades.
Nunca la Iglesia quiso incorporarla a sus libros
litúrgicos, pero la dejó correr libremente para edificación de los fieles.
Penetró en todos los países, iluminó a los artistas e inspiró a los poetas.
Parece que resurgió, una vez más, en el valle de Josafat, allá donde los
cruzados encontraron el sepulcro en el que se habían obrado tantas maravillas y
sobre el cual suspendieron tantas lámparas. Como la piedad popular quiere
saber, pidiendo certezas y realidades, la leyenda dorada aparece con los rasgos
con que el oriental sabe tejerlos entre el perfume del incienso y azahares,
adornada con estallidos y decorada con ángeles y pompas del Cielo. Se difunde
en el siglo V en Oriente con el nombre de un discípulo de San Juan, Melitón de
Sardes, Gregorio de Tours la pasa a las Galias, los españoles la leen en el
fervor de la reconquista con peregrinos detalles y toda la Cristiandad busca en
ella durante la Edad Media alimento de fe y entusiasmo religioso.
Ni fecha, ni lugar. ¿Cómo fue el prodigio? Escudriñando
la Tradición hay un velo impenetrable. San Agustín dice que pasó por la muerte,
pero no se quedó en ella. Los Orientales gustan de llamarla Dormición con ánimo
de afirmar la diferencia. ¿Tránsito? Separación inefable. Ni el Areopagita, ni
Epifanio, ni Dante acertaron a describir lo real indescriptible, inefable: el
último eslabón de la cadena que se inicia con la Inmaculada Concepción y,
despertando secretos armónicos, apostilla la Asunción con la Coronación que el
arte de Fra Angélico se atreve a plasmar con pasta conservada en el Louvre. La
Iglesia celebra, junto al Resucitado Hijo triunfante, a la Madre, singularmente
redimida, Glorificada desde la Traslación.
Fuente: Catholic.net
Palabras del Beato Juan Pablo
II
"El dogma de la Asunción afirma que el cuerpo de
María fue glorificado después de su muerte. En efecto, mientras para los demás
hombres la resurrección de los cuerpos tendrá lugar al fin del mundo, para
María la glorificación de su cuerpo se anticipó por singular privilegio"
(2-julio-97).
"Contemplando el misterio de la Asunción de la
Virgen, es posible comprender el plan de la Providencia Divina con respecto a
la humanidad: después de Cristo, Verbo encarnado, María es la primera criatura
humana que realiza el ideal escatológico, anticipando la plenitud de la
felicidad, prometida a los elegidos mediante la resurrección de los
cuerpos" (9-julio-97).
"María Santísima nos muestra el destino final de
quienes ‘oyen la Palabra de Dios y la cumplen’ (Lc. 11, 28). Nos estimula a
elevar nuestra mirada a las alturas, donde se encuentra Cristo, sentado a la
derecha del Padre, y donde está también la humilde esclava de Nazaret, ya en la
gloria celestial" (15-agosto-97)
Beato Juan Pablo II
Palabras de S.S. Benedicto VI
“En esta solemnidad de la Asunción contemplamos a María:
ella nos abre a la esperanza, a un futuro lleno de alegría y nos enseña el
camino para alcanzarlo: acoger en la fe a su Hijo; no perder nunca la amistad
con él, sino dejarnos iluminar y guiar por su Palabra; seguirlo cada día,
incluso en los momentos en que sentimos que nuestras cruces resultan pesadas.
María, el arca de la alianza que está en el santuario del cielo, nos indica con
claridad luminosa que estamos en camino hacia nuestra verdadera Casa, la
comunión de alegría y de paz con Dios”
SS Benedicto XVI
Tema del día:
La Asunción de María al cielo
Hay dos fechas en el calendario de la Iglesia universal
que marcan todo el esplendor espiritual de María: es el comienzo y el final de
toda su existencia en esta tierra: la Inmaculada Concepción y la Asunción al
Cielo. En diferentes pueblos y en varias naciones hay advocaciones marianas que
encierran en sí toda la vida y belleza espiritual de María y por lo tanto todo
eso lo celebran en fechas determinadas; pero en la Iglesia universal estas dos
son las dos grandes celebraciones en honor a María. A ellas dos podemos añadir
el 1 de Enero, fiesta de la Madre de Dios.
La Asunción es una fiesta muy antigua y expresa un
sentimiento del pueblo cristiano. No lo narra el Nuevo Testamento, pero se fue
trasmitiendo en el pueblo cristiano, de modo que se levantaron muchos templos y
catedrales en honor de María en su Asunción. Desde 1950 es dogma de fe, cuando
el papa Pío XII, habiendo escuchado el parecer de toda la Iglesia, determinó
que todos lo tenemos que creer.
Asunción al Cielo, significa que fue a gozar con Dios en
el Cielo en cuerpo y alma, con todo su ser humano. No se trata de si hizo un
viaje por los aires o qué dirección tomó. Es una manera simbólica o metafórica
de expresar la gran verdad de que todo su ser comienza a vivir una vida más
especial en la presencia de Dios. El papa no quiso determinar si esto fue en el
momento de la muerte o tuvo una resurrección semejante a la de Jesucristo. Sólo
dijo: “cumplido el curso de su vida mortal”. Eso nos basta para que en este día
nos gocemos por la grandeza que Dios ha realizado con su madre. Alabemos con
ella a Dios por este gran beneficio y avivemos nuestra esperanza de poder un
día estar gozando con nuestra Madre en el Cielo.
Para poder llegar un día también nosotros al Cielo, hoy
la Iglesia nos invita a imitar lo más posible la vida de María. No es mucho lo
que los evangelios nos cuentan sobre su vida, ya que lo principal que
intentaban era reproducir la doctrina de Jesús. Pero hay datos muy expresivos.
Hoy en el evangelio se nos narra la visita que hizo María a su prima Isabel.
María se había enterado por el ángel de la Anunciación, que su prima, ya con
muchos años, estaba esperando a un niño y ya estaba en el sexto mes. María
piensa en atenderla durante esos últimos tres meses y va “de prisa” hacia la
montaña, donde vivía Isabel. Nos muestra en primer lugar la caridad, que en
cierto sentido es olvido de sus propias necesidades para atender a las
necesidades del prójimo. También nos enseña la alegría, el optimismo y la
esperanza. Este gozo se expresa con ese ir “de prisa”, en el sentido material y
espiritual. Y con gozo porque dentro de sí tenía ya a Jesús. Nuestra vida debe
estar llena de gozo sabiendo que dentro de nuestro ser habita la Santísima
Trinidad, y especialmente en la comunión con Jesús.
Este gozo se hizo palabra en el saludo de María y en la
felicitación de Isabel cuando, llena del Espíritu Santo, comprendió quién era
la que venía a visitarla. María ya estaba llena del Espíritu Santo, porque
tenía en sí a Jesús, Hijo de Dios. Y donde está Jesús tiene que estar el
Espíritu Santo. Por eso María en su respuesta habla con la virtud y gracia del
Espíritu, glorificando a Dios, con la oración del Magnificat.
En el Magnificat aparece la acción de Dios sobre ella:
“Miró la humillación de su esclava e hizo cosas grandes”. Dios mira al humilde
para dar. Le había dado cosas grandes: ser Inmaculada, llena de gracia,
corredentora, medianera universal de las gracias y por fin la daría el llevarla
al Cielo en cuerpo y alma. Aparece la acción de María para con Dios, que es
alabar y dar gracias, que es reconocer que todo lo que tiene es recibido de la
bondad de Dios. Y aparece nuestra acción para con María: “Desde ahora me
felicitarán todas las generaciones”. Estas alabanzas que hoy damos a María en
definitiva son para Dios, autor de todas las bondades. Y muestra también
nuestra esperanza de que, si seguimos sus pasos en esta vida, como Cristo
resucitó primero, también nuestra vida terminará en una resurrección eterna.
P. Silverio Velasco (España)
Nuevo video y artículo
Hay un nuevo video subido a este blog.
Para verlo tienes que ir al final de la página.
Hay nuevo material publicado en el blog
"Juan Pablo II inolvidable"
Puedes acceder en la dirección:
Pensamientos sanadores
La Asunción de la Virgen nos invita a meditar en la vida
eterna
La Virgen María al enseñarnos cómo vivir en la tierra, en
medio de las realidades de cada día, y al enseñarnos con su ejemplo, cómo
afrontar las dificultades y disfrutar de las ocasiones de alegría, también nos
enseña el camino para llegar al cielo.
Contemplándola a ella, tendremos la seguridad que
seguiremos aprendiendo cómo vivir mejor y alcanzar, libre de temores, la vida
eterna; para que un día, en el encuentro con ella, con Dios, con los santos y
con todos los seres queridos que ya están participando de esa gran fiesta del
cielo, podamos recibir la plenitud del gozo que anhelamos desde lo más profundo
de nuestro corazón.
Lo más bello de todo es que, aunque fue llevada en cuerpo
y alma a los cielos, ella continúa junto a cada uno de nosotros.
Y apareció en el
cielo un gran signo: una Mujer revestida de sol, con la luna bajo sus pies y
una corona de doce estrellas en su cabeza. Apocalipsis 12, 1
Pedidos de oración
Pedimos oración por la Paz del Mundo; por la Santa
Iglesia Católica; por el Papa, los sacerdotes y todos los que componemos el
cuerpo místico de Cristo; por la unión de los cristianos para que seamos uno,
así como Dios Padre y nuestro Señor Jesucristo son Uno junto con el Espíritu
Santo; por las misiones, por nuestros hermanos sufrientes por diversos motivos
especialmente por las enfermedades, el hambre y la pobreza; por la unión de las
familias y la fidelidad de los matrimonios; por el aumento de las vocaciones
sacerdotales y religiosas, y por las Benditas Almas del Purgatorio.
Pedimos oración por Esperanza O. que vive en Miami, Florida,
USA, por su problema de garganta, confiando que el Señor Jesús sane su
enfermedad.
Pedimos oración por las necesidades físicas y
espirituales de Aylen, de Córdoba, Argentina.
Pedimos oración por José Mario C. G. que vive en
Medellín, Colombia y sufre de retinitis pigmentaria. Esta enfermedad de los
ojos no tiene cura y finalmente puede conducir a la ceguera. Rogamos para que
Dios mantenga esa pequeña luz que todavía hay en sus ojos.
Pedimos oración por Henry R. que vive en Bogotá, Colombia
y en el momento está pasando por un estado de depresión, por lo que lo ponemos
en las manos sanadoras del Señor Jesús para que le conceda la gracia de
sanarse.
Pedimos oración por la salud de Carlos, de Córdoba,
Argentina, que hoy se opera de hernia, rogando al Señor que todo resulte bien.
Pedimos oración por las siguientes personas de Santa Fe,
Argentina:
Celia M. de G., de 85 años. Le están haciendo estudios
porque tiene fuerte dolor en hueso ilíaco y estómago.
María Rosa B., 83 años, con problemas respiratorios,
circulatorios y en el vientre.
Y por las siguientes personas que necesitan trabajo:
Matías, de 27 años y María Rosa, de 58 años.
Tú quisiste, Señor, que tu Hijo unigénito soportara
nuestras debilidades,
para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la
paciencia;
escucha ahora las plegarias que te dirigimos por nuestros
hermanos enfermos
y concede a cuantos se hallan sometidos al dolor, la
aflicción o la enfermedad,
la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo
ha llamado dichosos,
y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la
redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Amén
Nota de Redacción:
Para dar curso a los Pedidos de Oración es imprescindible
dar los siguientes datos: nombres completos de la persona (habitualmente no
publicamos apellidos), ciudad y país donde vive, y explicar el motivo de la
solicitud de oración. Por favor: en los pedidos ser breves y concretos y
enviarlos a pequesemillitas@gmail.com
y deben poner en el asunto “Pedido de oración”, ya que los correos que llegan
sin asunto (o con el asunto en blanco) son eliminados sin abrirlos.
"Intimidad Divina"
La caridad es benigna
La benignidad es fruto de un corazón bueno y benévolo,
que a imitación de Dios quiere y busca sólo el bien de los hermanos: “procurad
siempre el bien mutuo y el de todos”, exhorta San Pablo (1 Ts 5, 15). Si el
corazón es bueno, serán también buenos los pensamientos y benévolos los
juicios… El juicio toca a Dios, porque sólo él escruta los corazones. “El
hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón” (1 Sm 16, 7). Al no
conocer las intenciones ni las circunstancias de la obra ajena, el juicio del
hombre –a no ser que esté obligado a él por oficio– es siempre temerario y
usurpa los derechos de Dios. Jesús condena el juicio intransigente y le aplica
la norma dada para el perdón “No juzguéis, para que no seáis juzgados; porque
con el juicio que juzguéis seréis juzgados” (Mt 7, 1-2). En vez de juzgar al
prójimo, la caridad alimenta para él sentimientos de misericordia,
preocupándose de excusar más bien que de condenar.
A los trabajadores de la primera hora que murmuraban
porque los de la última hora eran tratados como ellos, el amo de la viña les
dijo: “¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O va a ser tu ojo malo
porque yo soy bueno?” (Mt 20, 15). Si el ojo es malo, el corazón no es benévolo
hacia el prójimo; y en consecuencia el bien de los otros engendra descontento,
celos, envidia. La caridad, al contrario, “no es envidiosa”, antes se goza con
el bien ajeno, lo favorece y procura, aun a su costa. La conducta del cristiano
para con el prójimo debe reflejar benignidad y el amor de Dios, por cuya bondad
hemos sido salvados. Benignidad en los sentimientos, en las palabras y en las
acciones, como inculca de continuo la Escritura.
San Pedro dice: “Hacedlo todo sin murmuraciones ni
discusiones, para que seáis irreprochables e inocentes, hijos de Dios sin
tacha” (Fl 2, 14-15). Sin tacha en la práctica de una caridad benévola y pura
que busca el bien de los otros y no la satisfacción del propio corazón y el
propio interés. La caridad, en fin, es benigna en sus modos amables y corteses,
es benigna sembrando doquiera bondad, aun donde parece que no hay ninguna. En
todo hombre, por malvado que sea, hay un bien, es la huella de Dios que le ha
creado. Es cometido de la bondad descubrirlo y verlo aflorar. La bondad del
cristiano debe ser semejante a la de Dios, que crea el bien en lo que ama.
Hacer el bien
significa representarte a ti perfectamente, oh Jesús, Hijo de Dios, Hijo de
María, Maestro universal y Salvador del mundo. No hay ciencia, no hay riqueza
humana que iguale el valor de la bondad: dulce, amable, paciente. Puede sufrir
mortificaciones y choques el ejercicio de la bondad, pero acaba siempre
venciendo, porque la bondad es amor y el amor lo vence todo. Haz, oh Señor, que
no caiga en el error de creer que la bondad, la afabilidad, es una virtud
pequeña. Es una gran virtud, porque es dominio de sí, es desinterés personal,
búsqueda fervorosa de la justicia, expresión y esplendor de la caridad
fraterna: en tu gracia, oh Jesús, está el toque de la perfección humana y
divina. (Juan XXIII, Breviario)
P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
.
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