PEQUEÑAS SEMILLITAS
Año 7 - Número 1668 ~ Domingo
1° de Abril de 2012
Desde la ciudad de Córdoba
(Argentina)
Domingo de Ramos
Hola…
Ni el poder de Roma ni las autoridades del Templo
pudieron soportar la novedad de Jesús. Su manera de entender y de vivir a Dios
era peligrosa. No defendía el Imperio de Tiberio. Llamaba a todos a buscar el
reino de Dios y su justicia. No le importaba romper la ley del sábado ni las
tradiciones religiosas. Sólo le preocupaba aliviar el sufrimiento de las
personas enfermas y desnutridas de Galilea… No se lo perdonaron. Se
identificaba demasiado con las víctimas inocentes.
Si Dios ha muerto identificado con las víctimas, su
crucifixión se convierte en un desafío inquietante para los seguidores de
Jesús. No podemos separar a Dios del sufrimiento de los inocentes. No podemos
adorar al Crucificado y vivir de espaldas al sufrimiento de tantos seres
humanos destruidos por el hambre, las guerras o la miseria.
Dios nos sigue interpelando desde los crucificados de
nuestros días. No nos está permitido seguir viviendo como espectadores de ese
sufrimiento inmenso alimentando una ingenua ilusión de inocencia. Nos hemos de
rebelar contra esa cultura del olvido, que nos permite aislarnos de los
crucificados desplazando el sufrimiento injusto que hay en el mundo hacia una
"lejanía" donde desaparece todo clamor, gemido o llanto.
Cuando los cristianos levantamos nuestros ojos hasta el
rostro del Crucificado, contemplamos el Amor insondable de Dios, entregado
hasta la muerte por nuestra salvación. Si lo miramos más detenidamente, pronto
descubrimos en ese rostro el de tantos otros crucificados que, lejos o cerca de
nosotros, están reclamando nuestro amor solidario y compasivo.
José Antonio Pagola
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
Faltaban dos días para la Pascua y los Ázimos. Los sumos
sacerdotes y los escribas buscaban cómo prenderle con engaño y matarle. Pues
decían: «Durante la fiesta no, no sea que haya alboroto del pueblo».
Estando Él en Betania, en casa de Simón el leproso,
recostado a la mesa, vino una mujer que traía un frasco de alabastro con
perfume puro de nardo, de mucho precio; quebró el frasco y lo derramó sobre su
cabeza. Había algunos que se decían entre sí indignados: «¿Para qué este
despilfarro de perfume? Se podía haber vendido este perfume por más de
trescientos denarios y habérselo dado a los pobres». Y refunfuñaban contra
ella. Mas Jesús dijo: «Dejadla. ¿Por qué la molestáis? Ha hecho una obra buena
en mí. Porque pobres tendréis siempre con vosotros y podréis hacerles bien
cuando queráis; pero a mí no me tendréis siempre. Ha hecho lo que ha podido. Se
ha anticipado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Yo os aseguro:
dondequiera que se proclame la Buena Nueva, en el mundo entero, se hablará
también de lo que ésta ha hecho para memoria suya».
Entonces, Judas Iscariote, uno de los Doce, se fue donde
los sumos sacerdotes para entregárselo. Al oírlo ellos, se alegraron y
prometieron darle dinero. Y él andaba buscando cómo le entregaría en momento
oportuno.
El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el
cordero pascual, le dicen sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a hacer
los preparativos para que comas el cordero de Pascua?». Entonces, envía a dos
de sus discípulos y les dice: «Id a la ciudad; os saldrá al encuentro un hombre
llevando un cántaro de agua; seguidle y allí donde entre, decid al dueño de la
casa: ‘El Maestro dice: ¿Dónde está mi sala, donde pueda comer la Pascua con
mis discípulos?’. Él os enseñará en el piso superior una sala grande, ya
dispuesta y preparada; haced allí los preparativos para nosotros». Los
discípulos salieron, llegaron a la ciudad, lo encontraron tal como les había
dicho, y prepararon la Pascua.
Y al atardecer, llega Él con los Doce. Y mientras comían
recostados, Jesús dijo: «Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará, el que
come conmigo». Ellos empezaron a entristecerse y a decirle uno tras otro:
«¿Acaso soy yo?». Él les dijo: «Uno de los Doce que moja conmigo en el mismo
plato. Porque el Hijo del hombre se va, como está escrito de Él, pero ¡ay de
aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre
no haber nacido!».
Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo
partió y se lo dio y dijo: «Tomad, este es mi cuerpo». Tomó luego una copa y,
dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella. Y les dijo: «Ésta es mi
sangre de la Alianza, que es derramada por muchos. Yo os aseguro que ya no
beberé del producto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de
Dios». Y cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos.
Jesús les dice: «Todos os vais a escandalizar, ya que
está escrito: ‘Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas’. Pero después de
mi resurrección, iré delante de vosotros a Galilea». Pedro le dijo: «Aunque
todos se escandalicen, yo no». Jesús le dice: «Yo te aseguro: hoy, esta misma
noche, antes que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres». Pero él
insistía: «Aunque tenga que morir contigo, yo no te negaré». Lo mismo decían
también todos.
Van a una propiedad, cuyo nombre es Getsemaní, y dice a
sus discípulos: «Sentaos aquí, mientras yo hago oración». Toma consigo a Pedro,
Santiago y Juan, y comenzó a sentir pavor y angustia. Y les dice: «Mi alma está
triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad». Y adelantándose un poco,
caía en tierra y suplicaba que a ser posible pasara de Él aquella hora. Y
decía: «¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero no
sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú». Viene entonces y los encuentra
dormidos; y dice a Pedro: «Simón, ¿duermes?, ¿ni una hora has podido velar?
Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto,
pero la carne es débil». Y alejándose de nuevo, oró diciendo las mismas
palabras. Volvió otra vez y los encontró dormidos, pues sus ojos estaban
cargados; ellos no sabían qué contestarle. Viene por tercera vez y les dice:
«Ahora ya podéis dormir y descansar. Basta ya. Llegó la hora. Mirad que el Hijo
del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos! ¡vámonos!
Mirad, el que me va a entregar está cerca».
Todavía estaba hablando, cuando de pronto se presenta
Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo con espadas y palos, de parte de
los sumos sacerdotes, de los escribas y de los ancianos. El que le iba a
entregar les había dado esta contraseña: «Aquel a quien yo dé un beso, ése es,
prendedle y llevadle con cautela». Nada más llegar, se acerca a Él y le dice:
«Rabbí», y le dio un beso. Ellos le echaron mano y le prendieron. Uno de los
presentes, sacando la espada, hirió al siervo del Sumo Sacerdote, y le llevó la
oreja. Y tomando la palabra Jesús, les dijo: «¿Como contra un salteador habéis
salido a prenderme con espadas y palos? Todos los días estaba junto a vosotros
enseñando en el Templo, y no me detuvisteis. Pero es para que se cumplan las
Escrituras». Y abandonándole huyeron todos. Un joven le seguía cubierto sólo de
un lienzo; y le detienen. Pero él, dejando el lienzo, se escapó desnudo.
Llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote, y se reúnen
todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas. También Pedro le
siguió de lejos, hasta dentro del palacio del Sumo Sacerdote, y estaba sentado
con los criados, calentándose al fuego. Los sumos sacerdotes y el Sanedrín
entero andaban buscando contra Jesús un testimonio para darle muerte; pero no
lo encontraban. Pues muchos daban falso testimonio contra Él, pero los testimonios
no coincidían. Algunos, levantándose, dieron contra Él este falso testimonio:
«Nosotros le oímos decir: ‘Yo destruiré este Santuario hecho por hombres y en
tres días edificaré otro no hecho por hombres». Y tampoco en este caso
coincidía su testimonio. Entonces, se levantó el Sumo Sacerdote y poniéndose en
medio, preguntó a Jesús: «¿No respondes nada? ¿Qué es lo que éstos atestiguan
contra ti?». Pero Él seguía callado y no respondía nada. El Sumo Sacerdote le
preguntó de nuevo: «¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?». Y dijo Jesús:
«Sí, yo soy, y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir
entre las nubes del cielo». El Sumo Sacerdote se rasga las túnicas y dice: «
¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Habéis oído la blasfemia. ¿Qué os
parece?». Todos juzgaron que era reo de muerte. Algunos se pusieron a
escupirle, le cubrían la cara y le daban bofetadas, mientras le decían:
«Adivina», y los criados le recibieron a golpes.
Estando Pedro abajo en el patio, llega una de las criadas
del Sumo Sacerdote y al ver a Pedro calentándose, le mira atentamente y le
dice: «También tú estabas con Jesús de Nazaret». Pero él lo negó: «Ni sé ni
entiendo qué dices», y salió afuera, al portal, y cantó un gallo. Le vio la
criada y otra vez se puso a decir a los que estaban allí: «Éste es uno de
ellos». Pero él lo negaba de nuevo. Poco después, los que estaban allí
volvieron a decir a Pedro: «Ciertamente eres de ellos pues además eres
galileo». Pero él, se puso a echar imprecaciones y a jurar: «¡Yo no conozco a
ese hombre de quien habláis!». Inmediatamente cantó un gallo por segunda vez. Y
Pedro recordó lo que le había dicho Jesús: «Antes que el gallo cante dos veces,
me habrás negado tres». Y rompió a llorar.
Pronto, al amanecer, prepararon una reunión los sumos
sacerdotes con los ancianos, los escribas y todo el Sanedrín y, después de
haber atado a Jesús, le llevaron y le entregaron a Pilato. Pilato le
preguntaba: «¿Eres tú el Rey de los judíos?». El le respondió: «Sí, tú lo
dices». Los sumos sacerdotes le acusaban de muchas cosas. Pilato volvió a
preguntarle: «¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan». Pero Jesús
no respondió ya nada, de suerte que Pilato estaba sorprendido.
Cada Fiesta les concedía la libertad de un preso, el que
pidieran. Había uno, llamado Barrabás, que estaba encarcelado con aquellos
sediciosos que en el motín habían cometido un asesinato. Subió la gente y se
puso a pedir lo que les solía conceder. Pilato les contestó: «¿Queréis que os
suelte al Rey de los judíos?». Pues se daba cuenta de que los sumos sacerdotes
le habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes incitaron a la gente
a que dijeran que les soltase más bien a Barrabás. Pero Pilato les decía otra
vez: «Y ¿qué voy a hacer con el que llamáis el Rey de los judíos?». La gente
volvió a gritar: «¡Crucifícale!». Pilato les decía: «Pero, ¿qué mal ha hecho?».
Pero ellos gritaron con más fuerza: «¡Crucifícale!». Pilato, entonces,
queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás y entregó a Jesús, después
de azotarle, para que fuera crucificado.
Los soldados le llevaron dentro del palacio, es decir, al
pretorio y llaman a toda la cohorte. Le visten de púrpura y, trenzando una
corona de espinas, se la ciñen. Y se pusieron a saludarle: «¡Salve, Rey de los
judíos!». Y le golpeaban en la cabeza con una caña, le escupían y, doblando las
rodillas, se postraban ante Él. Cuando se hubieron burlado de Él, le quitaron
la púrpura, le pusieron sus ropas y le sacan fuera para crucificarle.
Y obligaron a uno que pasaba, a Simón de Cirene, que
volvía del campo, el padre de Alejandro y de Rufo, a que llevara su cruz. Le
conducen al lugar del Gólgota, que quiere decir: Calvario. Le daban vino con
mirra, pero Él no lo tomó. Le crucifican y se reparten sus vestidos, echando a
suertes a ver qué se llevaba cada uno. Era la hora tercia cuando le
crucificaron. Y estaba puesta la inscripción de la causa de su condena: «El Rey
de los judíos». Con Él crucificaron a dos salteadores, uno a su derecha y otro
a su izquierda. Y los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y
diciendo: «¡Eh, tú!, que destruyes el Santuario y lo levantas en tres días,
¡sálvate a ti mismo bajando de la cruz!». Igualmente los sumos sacerdotes se
burlaban entre ellos junto con los escribas diciendo: «A otros salvó y a sí
mismo no puede salvarse. ¡El Cristo, el Rey de Israel!, que baje ahora de la
cruz, para que lo veamos y creamos». También le injuriaban los que con Él
estaban crucificados.
Llegada la hora sexta, hubo oscuridad sobre toda la
tierra hasta la hora nona. A la hora nona gritó Jesús con fuerte voz: «Eloí,
Eloí, ¿lema sabactaní?», que quiere decir «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me
has abandonado?». Al oír esto algunos de los presentes decían: «Mira, llama a
Elías». Entonces uno fue corriendo a empapar una esponja en vinagre y,
sujetándola a una caña, le ofrecía de beber, diciendo: «Dejad, vamos a ver si
viene Elías a descolgarle». Pero Jesús lanzando un fuerte grito, expiró.
Y el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo.
Al ver el centurión, que estaba frente a Él, que había expirado de esa manera,
dijo: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios». Había también unas mujeres
mirando desde lejos, entre ellas, María Magdalena, María la madre de Santiago
el menor y de José, y Salomé, que le seguían y le servían cuando estaba en
Galilea, y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén.
Y ya al atardecer, como era la Preparación, es decir, la
víspera del sábado, vino José de Arimatea, miembro respetable del Consejo, que
esperaba también el Reino de Dios, y tuvo la valentía de entrar donde Pilato y
pedirle el cuerpo de Jesús. Se extraño Pilato de que ya estuviese muerto y,
llamando al centurión, le preguntó si había muerto hacía tiempo. Informado por
el centurión, concedió el cuerpo a José, quien, comprando una sábana, lo
descolgó de la cruz, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro que
estaba excavado en roca; luego, hizo rodar una piedra sobre la entrada del
sepulcro. María Magdalena y María la de José se fijaban dónde era puesto.
(Mc 14,1—15,47)
Comentario
Hoy, en la Liturgia de la palabra leemos la pasión del
Señor según san Marcos y escuchamos un testimonio que nos deja sobrecogidos:
«Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15,39). El evangelista tiene
mucho cuidado en poner estas palabras en labios de un centurión romano, que
atónito, había asistido a una más de entre tantas ejecuciones que le debería
tocar presenciar en función de su estancia en un país extranjero y sometido.
No debe ser fácil preguntarse qué debió ver en Aquel
rostro -a duras penas humano- como para emitir semejante expresión. De una
manera u otra debió descubrir un rostro inocente, alguien abandonado y quizá
traicionado, a merced de intereses particulares; o quizá alguien que era objeto
de una injusticia en medio de una sociedad no muy justa; alguien que calla,
soporta e, incluso, misteriosamente acepta todo lo que se le está viniendo
encima. Quizá, incluso, podría llegar a sentirse colaborando en una injusticia
ante la cual él no mueve ni un dedo por impedirla, como tantos otros se lavan
las manos ante los problemas de los demás.
La imagen de aquel centurión romano es la imagen de la
Humanidad que contempla. Es, al mismo tiempo, la profesión de fe de un pagano.
Jesús muere solo, inocente, golpeado, abandonado y confiado a la vez, con un
sentido profundo de su misión, con los "restos de amor" que los
golpes le han dejado en su cuerpo.
Pero antes -en su entrada en Jerusalén- le han aclamado
como Aquel que viene en nombre del Señor (cf. Mc 11,9). Nuestra aclamación este
año no es de expectación, ilusionada y sin conocimiento, como la de aquellos
habitantes de Jerusalén. Nuestra aclamación se dirige a Aquel que ya ha pasado
por el trago de la donación total y del que ha salido victorioso. En fin,
«nosotros deberíamos prosternarnos a los pies de Cristo, no poniendo bajo sus
pies nuestras túnicas o unas ramas inertes, que muy pronto perderían su verdor,
su fruto y su aspecto agradable, sino revistiéndonos de su gracia» (San Andrés
de Creta).
Rev. D. Fidel CATALAN i Catalan (Terrassa, Barcelona,
España)
Santoral Católico:
San Hugo, Obispo
Detalles de su vida: clic acá
Fuente: Catholic.net
Jornada Mundial por la
Juventud
La Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) es un evento
organizado por la Iglesia Católica que convoca a los jóvenes de todo el mundo
en torno a la figura del papa.
La Jornada Mundial de la Juventud se realiza anualmente
en cada diócesis del mundo el día de Domingo de Ramos, con una ceremonia
principal en el Vaticano. Sin embargo, cada dos o tres años, se realiza un gran
encuentro internacional realizado en una ciudad sede. Esta ceremonia es
presidida por el papa. Este último encuentro, de varios días de duración, es el
que se asocia habitualmente con el nombre de Jornada Mundial de la Juventud.
Esta iniciativa tuvo su origen en la idea del papa Pablo
VI, que en el Año Santo de 1975 reunió en Roma a varios miles de jóvenes en
representación de numerosos países, tras su participación en la "I Marcha
Internacional de la Reconciliación Cristiana" que recorrió el camino de
San Francisco, entre Asís y Roma. En 1984 durante el papado de Juan Pablo II se
llevó a cabo una nueva convocatoria mundial, para incentivar la participación
juvenil en la Iglesia, llegando a reunir a más de cinco millones de personas
durante la edición de 1995, realizada en Manila, Filipinas.2
En 1997, la Jornada Mundial dio un cambio transformándose
en un festival para la juventud con una duración de tres días antes de la
ceremonia final. De allí en adelante se ha organizado sucesivamente en París,
Roma, Toronto, Colonia, Sídney y Madrid. La edición del año 2013, se celebrará
en la ciudad de Río de Janeiro.
Palabras del Beato Juan Pablo
II
“Jóvenes, a vosotros os toca ahora responder a Cristo”
Beato Juan Pablo II
Tema del día:
Humildad y mansedumbre
Comenzamos la Semana Santa. La Iglesia nos presenta en
esta semana los hechos más importantes de nuestra redención: la pasión, muerte
y resurrección de Jesús. Dios nos podría haber salvado con medios más
sencillos, pero quiere unirse a nuestro dolor y testifica con su sufrimiento
que su amor es sincero, es grandioso y que merece toda nuestra correspondencia.
Para ello Dios se hizo hombre, aceptó un cuerpo como el nuestro y se entregó a
la muerte y una muerte de cruz.
Pero el dolor no es el final de Jesús, como tampoco Dios
quiere que sea nuestro final, sino la gloria y la felicidad. Por eso esa
demostración sublime de amor terminó en la gloria de la resurrección. Hoy
comenzamos la consideración de la Pasión de Jesús, que va unida al triunfo de
su entrada en Jerusalén. La liturgia de este día tiene dos partes: En la
primera asistimos al recuerdo, hecho vida en nosotros, de la entrada triunfal
de Jesús. Después se celebra la misa donde se lee en el evangelio la Pasión de
Jesús. Este año, que es el ciclo B, las dos lecturas son del evangelio de san
Marcos.
San Marcos es el evangelio más sencillo. Según todos los
entendidos fue el primero que se escribió. San Marcos era algo así como el
secretario de san Pedro, de quien recoge estas grandiosas vivencias de un modo
tierno y sencillo. En la entrada triunfal en Jerusalén se fija de una manera
especial en la sencillez y mansedumbre. Parece ser que fue el mismo Jesús quien
suscitó esa entrada cabalgando como en señal de triunfo o más bien de
protagonismo profético. Porque ya lo había dicho el profeta que el Mesías iba a
entrar en Jerusalén aclamado, pero de una manera humilde. La diferencia con un
líder triunfador es que éste hubiera entrado cabalgando un caballo muy bien
adornado, mientras que Jesús va a entrar cabalgando un burro o borriquito.
Algo que debemos destacar en este “entrada” es la
aclamación profética que hacen las gentes sencillas, que se dejan llevar del
entusiasmo de algunos. Seguramente los apóstoles serían algunos de los que
excitarían a muchos a gritar los “hosanna”. Pero hoy nuestra consideración debe
ir a la inconstancia de la gente, precisamente por no estar muy fundamentada en
la fe y en el amor. Muchos de los que ese día gritaban “hosanna”, el viernes
santo gritarían: “Crucifícale”. Para nosotros debe ser una gran lección y un
acicate en nuestra fe y en el amor a Jesús. Hoy nosotros debemos clamar y
bendecir a Jesús: a Dios que se hizo hombre por nuestro amor. Pero quiere
entrar triunfante en nuestros corazones. En vista de aquella falta de coherencia
de la multitud, prometamos al Señor ser fieles y perseverantes en la fe y en el
amor continuo a Dios.
En esa entrada de Jesús también se va fraguando la
Pasión, porque allí estaban los enemigos de siempre, fariseos y jefes
religiosos del pueblo. Estaban llenos de envidia porque la gente se iba tras de
Jesús. Esto llenaba la copa de su indignación y soberbia. Donde no hay amor y
perdón, la venganza y el rencor no tienen freno.
En la misa hoy se lee la Pasión. San Marcos recalca al
principio el drama de Judas. Es muy difícil entrar en esa alma atormentada por
las dudas sobre el mesianismo de Jesús, por la ambición de dinero y quizá de
poder temporal. El hecho es que ese hombre se siente decepcionado por los
mensajes de Jesús de amor y perdón. Judas hubiera preferido a un Mesías
poderoso y ambicioso en lo material. También aparecen los enemigos de Jesús de
siempre rematando su obra de odio en aquella noche con la ayuda de Judas.
Y nosotros debemos pensar que las acciones grandes no se
hacen de un momento a otro, sino que van preparándose por pequeños actos. ¿Para
qué nos preparamos nosotros? Seamos perseverantes en el bien y en el aclamar a
Jesús, veamos y aprendamos su gran humildad y mansedumbre, su entrega al
sufrimiento o al triunfo. Dios nos irá presentando lo que nos sea más
conveniente. De nuestra parte pongamos mucho amor y sacaremos salvación y
gloria.
P. Silverio Velasco (España)
Nuevos videos y artículo
Hay dos nuevos videos subidos a este blog.
Para verlos tienes que ir al final de la página.
Hay nuevo material publicado en el blog
"Juan Pablo II inolvidable"
Puedes acceder en la dirección:
Pensamientos sanadores
Hoy entrega a Dios el niño herido que aún habita en ti
Todos los adultos aún llevamos, en nuestro interior, al
niño que fuimos en un tiempo.
Algunos rasgos de ese niño interior contienen una reserva
de fuerzas, entusiasmo y energía que son de gran ayuda. Sin embargo, en algunas
personas, ese niño interior sufrió excesivamente y guarda heridas muy profundas
y comportamientos inmaduros.
Despréndete ya de ese niño herido que trata de agradar a
todos y de recibir caricias y lisonjas. Ése ya no eres tú. Tú eres alguien
mucho más grande que trata de agradar a Dios sabiendo que al Señor le gusta lo
que a ti te hace verdaderamente y sanamente feliz.
Después se tendió
tres veces sobre el niño e invocó al Señor y dijo:”¡Señor, Dios mío, que vuelva
la vida a este niño!”. El Señor escuchó el clamor de Elías: el aliento vital
volvió al niño, y este revivió. I Reyes, 17, 21-22.
Estadísticas de los Blogs
El siguiente es un cuadro estadístico demostrativo de la
cantidad de visitas registradas en los dos blogs que llevamos adelante en
internet: "Pequeñas Semillitas" y "Juan Pablo II
inolvidable". Esta información se publica el primer día de cada mes.
Debe recordarse que las visitas se cuentan desde el
inicio de cada uno de ellos que ha sido en fechas distintas:
• "PEQUEÑAS SEMILLITAS" desde el 1º de Marzo de 2007.
• "JUANPABLO II INOLVIDABLE" desde el 26 de Diciembre de 2009.
Cuaresma día por día
Es necesario dar Gloria a Dios.
Los discípulos "trajeron la borrica y el pollino, y
pusieron sobre ellos los mantos, y encima de ellos montó Jesús. La mayor parte
de la gente desplegaban sus mantos por el camino, mientras que otros, cortando
ramas de árboles, los extendían por la calzada. La multitud que le precedía y
la que le seguía gritaba, diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que
viene en nombre del señor! ¡Hosanna en las alturas!" (Mt 21, 7,9).
¡Cómo alaban a Dios! Alabar a una persona es decirle,
¡qué bien has hecho esto!; o qué buen amigo eres; o alguna otra afirmación por
el estilo.
Alabar significa que se reconoce algo bueno como bueno;
que se valora, y que se dice a quien lo ha hecho o a quien pertenece. Esto es
un gozo para quien lo escucha y para quien lo dice (si lo dice sinceramente, y
no para sacar algún beneficio).
Alabar a Dios es una obligación para toda criatura. Es
bueno que alabes muchas veces a Dios: que le digas lo bueno que es, que
agradezcas lo bien que ha hecho esto o aquello, la belleza del mundo, etc. Y
que cuando reces el gloria, lo hagas con esta intención.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo; como era
en un principio, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén
Continúa hablándole a Dios con tus palabras
P. José Pedro Manglano Castellary
"Intimidad Divina"
Domingo de Ramos de la Pasión del Señor
Se abre la Semana Santa con el recuerdo de la entrada
triunfal de Cristo en Jerusalén, que se verificó exactamente el domingo antes
de la pasión. Jesús, que se había opuesto siempre a toda manifestación pública
y que huyó cuando el pueblo quiso proclamarlo rey (Jn 6, 15), hoy se deja
llevar en triunfo. Sólo ahora, que está para ser llevado a la muerte, acepta su
aclamación pública como el Mesías, el Redentor, el Rey y el Vencedor. La
entrada jubilosa en Jerusalén constituye el homenaje espontáneo del pueblo a
Jesús, que se encamina a través de la pasión y de la muerte, a la plena
manifestación de su realeza divina.
La liturgia invita a fijar la mirada en la gloria de
Cristo Rey eterno, para que los fieles estén preparados para comprender mejor
el valor de su humillante pasión, camino necesario para la exaltación suprema.
No se trata pues de acompañar a Jesús en el triunfo de una hora, sino de
seguirle al Calvario, donde, muriendo en la cruz, triunfará para siempre del
pecado y de la muerte. Estos son los sentimientos que la Iglesia expresa
cuando, al bendecir los ramos, ora para que el pueblo cristiano complete el
rito externo “con devoción profunda, triunfando en todo corazón la
misericordiosa obra de salvación” del Señor. No hay un modo más bello de honrar
la pasión de Cristo que conformándose a ella para triunfar con Cristo del
enemigo, que es el pecado.
Sólo un amor infinito puede explicar las desconcertantes
humillaciones del Hijo de Dios. Cristo lleva hasta el límite extremo la
renuncia a hacer valer los derechos de su divinidad; no sólo los esconde bajo
las apariencias de la naturaleza humana, sino que se despoja de ellos hasta
someterse al suplicio de la cruz, hasta exponerse a los más amargos insultos.
Al igual que el Evangelista, la Iglesia no vacila en proponer a la
consideración de los fieles la pasión de Cristo en toda su cruda realidad, para
que quede claro que él, siendo verdadero Dios, es también verdadero hombre, y
como tal sufrió y se hizo hermano de los hombres hasta compartir con ellos la
muerte para hacerles partícipes de su divinidad. Del máximo anonadamiento se
deriva la máxima exaltación; Cristo en nombrado Señor de todas las criaturas y
ejerce su señorío pacificándolas con Dios, rescatando a los hombres del pecado
y comunicándoles su vida divina.
¡Oh Jesús!, présago
de la turba que iba a ir a tu encuentro, montaste en un asnillo y diste ejemplo
de admirable humildad entre los aplausos del pueblo, que acudió a recibirte,
que cortaba ramas de los árboles y alfombraba el camino con sus mantos. Y
mientras las muchedumbres entonaban himnos de alabanza, tú, siempre pronto a la
compasión, elevaste el lamento sobre el exterminio de Jerusalén. Levántate
ahora, ¡oh sierva del Salvador!, incorpórate al cortejo de las hijas de Sión y
ve a ver a tu verdadero rey… Acompaña al Señor del cielo y de la tierra que va
sentado sobre las ancas de un potro, síguele siempre con ramos de olivo y de
palma, con obras de piedad y con virtudes victoriosas. (San Buenaventura, El
madero de la vida, 15)
P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
.
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