PEQUEÑAS SEMILLITAS
Año 7 - Número 1673 ~ Viernes
6 de Abril de 2012
Desde la ciudad de Córdoba
(Argentina)
Viernes Santo
Hoy muere.
Al amanecer del viernes, le juzgan. Tiene sueño, frío, le
han dado golpes. Deciden condenarle y lo llevan a Pilatos. Judas, arrepentido,
no supo volver con la Virgen y pedir perdón, y se ahorcó. Los judíos
prefirieron a Barrabás. Pilatos se lava las manos y manda crucificar a Jesús.
Antes, ordenó que le azotaran. La Virgen está delante mientras le abren la piel
a pedazos con el látigo. Después, le colocan una corona de espinas y se burlan
de Él. Jesús recorre Jerusalén con la Cruz. Al subir al Calvado se encuentra
con su Madre. Simón le ayuda a llevar la Cruz. Alrededor de las doce del
mediodía, le crucificaron. Nos dio a su Madre como Madre nuestra y hacia las
tres se murió y entregó el espíritu al Padre. Para certificar la muerte, le
traspasaron con una lanza. Por la noche, entre José de Arimatea y Nicodemo le
desclavan, y dejan el Cuerpo en manos de su Madre. Son cerca de las siete
cuando le entierran en el sepulcro.
¡Dame, Señor dolor de amor! Ojalá lleves en el bolsillo
un crucifijo y lo beses con frecuencia.
Texto del P. José Pedro Manglano Castellary
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
En aquel tiempo, Jesús pasó con sus discípulos al otro
lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el que entraron él y sus
discípulos. Pero también Judas, el que le entregaba, conocía el sitio, porque
Jesús se había reunido allí muchas veces con sus discípulos. Judas, pues, llega
allí con la cohorte y los guardias enviados por los sumos sacerdotes y
fariseos, con linternas, antorchas y armas. Jesús, que sabía todo lo que le iba
a suceder, se adelanta y les pregunta: «¿A quién buscáis?». Le contestaron: «A
Jesús el Nazareno». Díceles: «Yo soy». Judas, el que le entregaba, estaba
también con ellos. Cuando les dijo: «Yo soy», retrocedieron y cayeron en
tierra. Les preguntó de nuevo: «¿A quién buscáis?». Le contestaron: «A Jesús el
Nazareno». Respondió Jesús: «Ya os he dicho que yo soy; así que si me buscáis a
mí, dejad marchar a éstos». Así se cumpliría lo que había dicho: «De los que me
has dado, no he perdido a ninguno». Entonces Simón Pedro, que llevaba una
espada, la sacó e hirió al siervo del Sumo Sacerdote, y le cortó la oreja
derecha. El siervo se llamaba Malco. Jesús dijo a Pedro: «Vuelve la espada a la
vaina. La copa que me ha dado el Padre, ¿no la voy a beber?».
Entonces la cohorte, el tribuno y los guardias de los
judíos prendieron a Jesús, le ataron y le llevaron primero a casa de Anás, pues
era suegro de Caifás, el Sumo Sacerdote de aquel año. Caifás era el que
aconsejó a los judíos que convenía que muriera un solo hombre por el pueblo.
Seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Este discípulo era conocido del
Sumo Sacerdote y entró con Jesús en el atrio del Sumo Sacerdote, mientras Pedro
se quedaba fuera, junto a la puerta. Entonces salió el otro discípulo, el
conocido del Sumo Sacerdote, habló a la portera e hizo pasar a Pedro. La
muchacha portera dice a Pedro: «¿No eres tú también de los discípulos de ese
hombre?». Dice él: «No lo soy». Los siervos y los guardias tenían unas brasas
encendidas porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos
calentándose. El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y su
doctrina. Jesús le respondió: «He hablado abiertamente ante todo el mundo; he
enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los
judíos, y no he hablado nada a ocultas. ¿Por qué me preguntas? Pregunta a los
que me han oído lo que les he hablado; ellos saben lo que he dicho». Apenas
dijo esto, uno de los guardias que allí estaba, dio una bofetada a Jesús,
diciendo: «¿Así contestas al Sumo Sacerdote?». Jesús le respondió: «Si he
hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me
pegas?». Anás entonces le envió atado al Sumo Sacerdote Caifás. Estaba allí
Simón Pedro calentándose y le dijeron: «¿No eres tú también de sus
discípulos?». Él lo negó diciendo: «No lo soy». Uno de los siervos del Sumo
Sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le dice:
«¿No te vi yo en el huerto con Él?». Pedro volvió a negar, y al instante cantó
un gallo.
De la casa de Caifás llevan a Jesús al pretorio. Era de
madrugada. Ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse y poder así
comer la Pascua. Salió entonces Pilato fuera donde ellos y dijo: «¿Qué
acusación traéis contra este hombre?». Ellos le respondieron: «Si éste no fuera
un malhechor, no te lo habríamos entregado». Pilato replicó: «Tomadle vosotros
y juzgadle según vuestra Ley». Los judíos replicaron: «Nosotros no podemos dar
muerte a nadie». Así se cumpliría lo que había dicho Jesús cuando indicó de qué
muerte iba a morir. Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús
y le dijo: «¿Eres tú el Rey de los judíos?». Respondió Jesús: «¿Dices eso por
tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?». Pilato respondió: «¿Es que
yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has
hecho?». Respondió Jesús: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de
este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos:
pero mi Reino no es de aquí». Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres Rey?».
Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto
he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la
verdad, escucha mi voz». Le dice Pilato: «¿Qué es la verdad?». Y, dicho esto,
volvió a salir donde los judíos y les dijo: «Yo no encuentro ningún delito en
Él. Pero es costumbre entre vosotros que os ponga en libertad a uno por la
Pascua. ¿Queréis, pues, que os ponga en libertad al Rey de los judíos?». Ellos
volvieron a gritar diciendo: «¡A ése, no; a Barrabás!». Barrabás era un
salteador.
Pilato entonces tomó a Jesús y mandó azotarle. Los
soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le
vistieron un manto de púrpura; y, acercándose a Él, le decían: «Salve, Rey de
los judíos». Y le daban bofetadas. Volvió a salir Pilato y les dijo: «Mirad, os
lo traigo fuera para que sepáis que no encuentro ningún delito en Él». Salió
entonces Jesús fuera llevando la corona de espinas y el manto de púrpura.
Díceles Pilato: «Aquí tenéis al hombre». Cuando lo vieron los sumos sacerdotes
y los guardias, gritaron: «¡Crucifícalo, crucifícalo!». Les dice Pilato:
«Tomadlo vosotros y crucificadle, porque yo ningún delito encuentro en Él». Los
judíos le replicaron: «Nosotros tenemos una Ley y según esa Ley debe morir,
porque se tiene por Hijo de Dios». Cuando oyó Pilato estas palabras, se
atemorizó aún más. Volvió a entrar en el pretorio y dijo a Jesús: «¿De dónde
eres tú?». Pero Jesús no le dio respuesta. Dícele Pilato: «¿A mí no me hablas?
¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?». Respondió
Jesús: «No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba;
por eso, el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado». Desde entonces Pilato
trataba de librarle. Pero los judíos gritaron: «Si sueltas a ése, no eres amigo
del César; todo el que se hace rey se enfrenta al César». Al oír Pilato estas
palabras, hizo salir a Jesús y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado
Enlosado, en hebreo Gabbatá. Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia
la hora sexta. Dice Pilato a los judíos: «Aquí tenéis a vuestro Rey». Ellos
gritaron: «¡Fuera, fuera! ¡Crucifícale!». Les dice Pilato: «¿A vuestro Rey voy
a crucificar?». Replicaron los sumos sacerdotes: «No tenemos más rey que el
César». Entonces se lo entregó para que fuera crucificado.
Tomaron, pues, a Jesús, y Él cargando con su cruz, salió
hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota, y allí le
crucificaron y con Él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio. Pilato
redactó también una inscripción y la puso sobre la cruz. Lo escrito era: «Jesús
el Nazareno, el Rey de los judíos». Esta inscripción la leyeron muchos judíos,
porque el lugar donde había sido crucificado Jesús estaba cerca de la ciudad; y
estaba escrita en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos
dijeron a Pilato: «No escribas: ‘El Rey de los judíos’, sino: ‘Éste ha dicho:
Yo soy Rey de los judíos’». Pilato respondió: «Lo que he escrito, lo he
escrito». Los soldados, después que crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos,
con los que hicieron cuatro lotes, un lote para cada soldado, y la túnica. La
túnica era sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo. Por eso se
dijeron: «No la rompamos; sino echemos a suertes a ver a quién le toca». Para
que se cumpliera la Escritura: «Se han repartido mis vestidos, han echado a
suertes mi túnica». Y esto es lo que hicieron los soldados. Junto a la cruz de
Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y
María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien
amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dice al discípulo:
«Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su
casa.
Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba
cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice: «Tengo sed». Había allí una
vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en
vinagre y se la acercaron a la boca. Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: «Todo
está cumplido». E inclinando la cabeza entregó el espíritu.
Los judíos, como era el día de la Preparación, para que
no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado —porque aquel sábado era muy
solemne— rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran.
Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro
crucificado con Él. Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le
quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con
una lanza y al instante salió sangre y agua. El que lo vio lo atestigua y su
testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros
creáis. Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: «No se le
quebrará hueso alguno». Y también otra Escritura dice: «Mirarán al que
traspasaron».
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de
Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para
retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron, pues, y retiraron su
cuerpo. Fue también Nicodemo —aquel que anteriormente había ido a verle de
noche— con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras. Tomaron el cuerpo de
Jesús y lo envolvieron en vendas con los aromas, conforme a la costumbre judía
de sepultar. En el lugar donde había sido crucificado había un huerto, y en el
huerto un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido depositado. Allí,
pues, porque era el día de la Preparación de los judíos y el sepulcro estaba
cerca, pusieron a Jesús.
(Jn 18,1—19,42)
Comentario
Hoy celebramos el primer día del Triduo Pascual. Por
tanto, es el día de la Cruz victoriosa, desde donde Jesús nos dejó lo mejor de
Él mismo: María como madre, el perdón —también de sus verdugos— y la confianza
total en Dios Padre.
Lo hemos escuchado en la lectura de la Pasión que nos
transmite el testimonio de san Juan, presente en el Calvario con María, la
Madre del Señor y las mujeres. Es un relato rico en simbología, donde cada
pequeño detalle tiene sentido. Pero también el silencio y la austeridad de la
Iglesia, hoy, nos ayudan a vivir en un clima de oración, bien atentos al don
que celebramos.
Ante este gran misterio, somos llamados —primero de todo—
a ver. La fe cristiana no es la relación reverencial hacia un Dios lejano y
abstracto que desconocemos, sino la adhesión a una Persona, verdadero hombre
como nosotros y, a la vez, verdadero Dios. El “Invisible” se ha hecho carne de
nuestra carne, y ha asumido el ser hombre hasta la muerte y una muerte de cruz.
Pero fue una muerte aceptada como rescate por todos, muerte redentora, muerte
que nos da vida. Aquellos que estaban ahí y lo vieron, nos transmitieron los
hechos y, al mismo tiempo, nos descubren el sentido de aquella muerte.
Ante esto, nos sentimos agradecidos y admirados.
Conocemos el precio del amor: «Nadie tiene mayor amor que el de dar la vida por
sus amigos» (Jn 15,13). La oración cristiana no es solamente pedir, sino —antes
de nada— admirar agradecidos.
Jesús, para nosotros, es modelo que hay que imitar, es
decir, reproducir en nosotros sus actitudes. Hemos de ser personas que aman
hasta darnos y que confiamos en el Padre en toda adversidad.
Esto contrasta con la atmósfera indiferente de nuestra
sociedad; por eso, nuestro testimonio tiene que ser más valiente que nunca, ya
que el don es para todos. Como dice Melitón de Sardes, «Él nos ha hecho pasar
de la esclavitud a la libertad, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la
vida. Él es la Pascua de nuestra salvación».
Rev. D. Francesc CATARINEU i Vilageliu (Sabadell,
Barcelona, España)
Santoral Católico:
San Samuel, Profeta
Más información haciendo clic acá
Fuente: EWTN
Palabras del Beato Juan Pablo
II
“El cristiano contempla con confianza la cruz,
encontrando en su misterio de amor
valentía y vigor para caminar con fidelidad
tras las huellas de Cristo crucificado y resucitado.
En la cruz reconocemos
el signo simple y sagrado
del amor de Dios por la humanidad”
Beato Juan Pablo II
Tema del día:
Significado del Viernes Santo
En este día celebramos la muerte de Jesús como paso
necesario hacia la resurrección, este recuerdo está lleno de esperanza y de
victoria. Es un día centrado en la Cruz, pero no con aire de tristeza, sino de
celebración, ya que Cristo Jesús, como Sumo Sacerdote, en nombre de toda la
humanidad, se ha entregado voluntariamente a la muerte para salvarnos a todos.
Hoy no se celebra en ningún templo la Eucaristía, el acto
litúrgico principal de este día es la celebración de la Pasión del Señor en las
horas de la tarde, es un acto sencillo y silencioso durante el cual se propone
a la meditación de los fieles la Pasión del Señor, que es proclamada con
particular solemnidad. Las lecturas de hoy muestran la fortaleza con que Cristo
afronta el dolor y la muerte. Al final se hace la oración por las necesidades
materiales y espirituales de toda la humanidad.
Después de la oración universal el sacerdote invita a
venerar la cruz, representando en ella la pasión de Cristo y su amor infinito
por nosotros.Terminada la adoración de la cruz, se ora el Padre Nuestro como
preparación a la comunión; como en este día no ha habido propiamente Misa, la
Eucaristía que se va a distribuir en la comunión es traída del Monumento, donde
se había colocado, después de la celebración del jueves.
Con la comunión se concluye la celebración de hoy para
dar a todos la posibilidad de unirse íntimamente al Señor que se ha entregado a
la muerte para darnos su vida. Al terminar la celebración, la cruz queda
expuesta a la veneración de comunidad; dentro de la tristeza de este día brota
ya la alegría por la esperanza de la resurrección.
El ejercicio del Vía Crucis en el Viernes Santo, ha sido
una tradición muy sentida por el pueblo cristiano desde los comienzos de la
Iglesia; las parroquias y comunidades los preparan con anticipación y
participan en él con mucha fe. Generalmente el ejercicio del Vía Crucis
concluye con el Sermón de las Siete Palabras, que ayuda a comprender el
significado que la muerte del Señor tiene para los cristianos y para el mundo
entero; y estimulan a la conversión y al compromiso.
El Sermón de las Siete Palabras: es el recuerdo de la
últimas palabras de Jesús en la cruz, cada una de ellas nos descubre un aspecto
diferente del misterio de la Pasión.
1. “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Lc
23, 34
2. “En verdad te digo: Hoy estarás conmigo en el
paraíso”. Lc 23, 43
3. “Mujer, he ahí a tu hijo. Hijo he ahí a tu madre”. Jn
19, 26-27
4. “¿Dios mío, por qué me has abandonado?”. Mc 15, 34
5. “Tengo sed”. Jn 19, 28
6. “Todo está consumado”. Jn 19, 30
7. “Padre, en tus manos entrego mi espíritu”. Lc 23, 46
En la noche del Viernes Santo muchas personas permanecen
en oración ante el sepulcro, expresando y alimentando su fe en la resurrección,
donde encontramos el verdadero sentido de la muerte.
¿Cómo vivir este día?
Hoy estamos sumergidos en el recuerdo de la muerte del
Señor, mientras observamos a nuestro alrededor como hoy Jesús sigue muriendo en
tantos hermanos que son victimas de nuestro egoísmo y de estructuras injustas
que maltratan, o sepultan la vida. No obstante, alimentamos la certeza de que
la resurrección y la vida triunfarán sobre la violencia y la muerte.
Mientras Jesús da hasta la última gota de su Sangre
porque se ha solidarizado con nuestra condición de fragilidad y de pecado,
nosotros miembros de su cuerpo, seguidores de su proyecto, no podemos
permanecer indiferentes, tranquilos. La muerte del Señor nos saca de nuestro
individualismo y nos cambia nuestro corazón de carne por un corazón sensible,
humano y solidario.
¿Cómo podemos transcurrir este día tan grande,
desentendidos de los sufrimientos de nuestras familias, vecinos, amigos o
personas que necesitan hasta lo más elemental para vivir?
Hoy la Iglesia nos invita al ayuno como expresión de
penitencia y solidaridad con la muerte del Señor. Para que nuestro ayuno sea
también expresión de solidaridad con los hermanos en los cuales Cristo sigue
muriendo, salgamos a su encuentro entregándoles nuestra ayuda, nuestro tiempo.
Sería lindo compartir hoy nuestra mesa con personas
alguna familia necesitada o con alguien con quien queremos reanudar nuestra
amistad. En los grupos o movimientos parroquiales se puede organizar una colecta
de mercados para familias más necesitadas.
La participación en el tradicional Vía Crucis de este
día, no es para nosotros una procesión cualquiera, o la presentación de un
teatro religioso. Venimos al Vía Crucis para acompañar a Jesús, reviviendo con
gratitud y amor su Pasión, descubriendo el sentido verdadero de la cruz, si
sabemos llevarla con amor, para ayudar a otros y dar un poco de vida a quienes
nos rodean.
En la celebración vespertina de la Pasión entreguemos al
Señor los gérmenes de muerte que hay en nuestro corazón, en nuestra familia, en
la comunidad y en nuestro pueblo y pidamos que lo transforme todo en semilla de
vida y esperanza.
Cuando llegue el momento de la adoración de la cruz,
tengamos presente que no es un leño al que besamos y ante el cual nos
inclinamos, sino que la cruz bañada con la Sangre redentora es una sola cosa
con Cristo y es a Él, que da su vida por nosotros, a quien adoramos y
agradecemos.
Al comulgar unámonos a Jesús que da su vida por nosotros,
comprometiéndonos a morir a nuestro egoísmo y solidarizarnos con las personas
en quienes Cristo sigue muriendo hoy: los enfermos, los pobres, los desechados
por la sociedad.
Fuente:
Parroquia de San Francisco Javier
Turbaco-Bolívar-Colombia
Pensamientos sanadores
Hoy pídele a Dios ser sanado de las huellas que en ti
dejaron los conflictos
Si los pequeños conflictos o confrontaciones cotidianas
te agotan y te roban la paz, quizás en tu memoria aún haya problemas y
discusiones no resueltos que evocan el pasado, que están allí enterrados y que,
de algún modo, te siguen atormentando.
En ocasiones, los padres que discuten, gritan y se faltan
el respeto delante de sus hijos ignoran el daño que les están causando y las
secuelas que les están legando.
Si en tu memoria surgen recuerdos de este tipo, habla
sobre ello con Dios, déjate llevar de su mano por esos conflictos del pasado y
entrégale todo lo que sentiste en aquellos momentos y lo que sientes hoy al
recordarlo. Entonces ya no te agotarás ni te bloquearás ante los embates del
presente, ni tampoco sentirás pánico ante las posibles dificultades del futuro,
pues Dios habrá sanado y fortalecido tu corazón.
El Señor dijo: “Yo
he visto la opresión de mi pueblo (…) y he oído los gritos del dolor (…). Sí,
conozco muy bien sus sufrimientos. Por eso he bajado a librarlos”. Éxodo 3, 7-8
"Intimidad Divina"
Traspasado por nuestras rebeliones
La Liturgia del Viernes Santo es una conmovedora
contemplación del misterio de la Cruz, cuyo fin no es sólo conmemorar, sino
hacer revivirá los fieles la dolorosa Pasión del Señor. Dos son los grandes
textos que la presentan: el texto profético atribuido a Isaías (Is 52, 13; 53,
12) y el texto histórico de Juan (18, 1; 19, 42). La enorme distancia de más de
siete siglos que los separa queda anulada por la impresionante coincidencia de
los hechos referidos por el profeta como descripción de los padecimientos del
Siervo del Señor, y por el Evangelista como relato de la última jornada terrena
de Jesús. Todo demuestra que la Cruz de Cristo se halla en el centro mismo de
la salvación. Y es éste el camino que cada uno de los fieles debe recorrer para
ser un salvado y un salvador.
Entre la lectura de Isaías y la de Juan, la Liturgia
inserta un tramo de la carta a los Hebreos (4, 14-16; 5, 7-9). Jesús, Hijo de
Dios, es presentado en su cualidad de Sumo y Único Sacerdote. Es la prueba de
su vida terrena, y, sobre todo, de su pasión, por la que ha experimentado en su
carne inocente todas las agruras, los sufrimientos, las angustias, las
debilidades de la naturaleza humana. Así, a un mismo tiempo, él se hace
Sacerdote y Víctima, y no ofrece en expiación de los pecados de los hombres
sangre de toros o de corderos, sino la propia sangre.
Pero a la muerte de Cristo siguió inmediatamente su
glorificación. El centurión de guardia exclama: “Realmente, este hombre era
justo” (Lc 23, 47). La Iglesia sigue el mismo itinerario, y tras de haber
llorado la muerte del Salvador, estalla en un himno de alabanza y se postra en
adoración: “Tu cruz adoramos Señor, Señor, y tu santa resurrección alabamos y
glorificamos. Por el madero ha venido la alegría al mundo entero”. Con los
mismos sentimientos, la Liturgia invita a los fieles a nutrirse con la
Eucaristía, que, nunca como hoy, resplandece en su realidad de memorial de la
muerte del Señor. Resuenan en el corazón las palabras de Jesús: “Esto es mi
cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía” (Lc 22, 19).
¡Oh Cristo Jesús,
caído bajo el peso de la cruz, yo te adoro! “Fuerza de Dios”, te mostraré
abatido por la debilidad para enseñarnos la humildad y confundir nuestro
orgullo. “Oh Sumo Sacerdote, lleno de santidad, que pasaste por nuestras mismas
pruebas para asemejarte a nosotros y poder compadecerte de nuestras
debilidades”, no me abandones a mí mismo, porque no soy más que debilidad; dame
tu fuerza para que no sucumba al pecado. (C. Marmión, Cristo en sus misterios,
14)
P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
.
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