viernes, 6 de abril de 2012

Pequeñas Semillitas 1673


PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 7 - Número 1673 ~ Viernes 6 de Abril de 2012
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
   

Viernes Santo
Hoy muere.
Al amanecer del viernes, le juzgan. Tiene sueño, frío, le han dado golpes. Deciden condenarle y lo llevan a Pilatos. Judas, arrepentido, no supo volver con la Virgen y pedir perdón, y se ahorcó. Los judíos prefirieron a Barrabás. Pilatos se lava las manos y manda crucificar a Jesús. Antes, ordenó que le azotaran. La Virgen está delante mientras le abren la piel a pedazos con el látigo. Después, le colocan una corona de espinas y se burlan de Él. Jesús recorre Jerusalén con la Cruz. Al subir al Calvado se encuentra con su Madre. Simón le ayuda a llevar la Cruz. Alrededor de las doce del mediodía, le crucificaron. Nos dio a su Madre como Madre nuestra y hacia las tres se murió y entregó el espíritu al Padre. Para certificar la muerte, le traspasaron con una lanza. Por la noche, entre José de Arimatea y Nicodemo le desclavan, y dejan el Cuerpo en manos de su Madre. Son cerca de las siete cuando le entierran en el sepulcro.
¡Dame, Señor dolor de amor! Ojalá lleves en el bolsillo un crucifijo y lo beses con frecuencia.
Texto del P. José Pedro Manglano Castellary


La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy


En aquel tiempo, Jesús pasó con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el que entraron él y sus discípulos. Pero también Judas, el que le entregaba, conocía el sitio, porque Jesús se había reunido allí muchas veces con sus discípulos. Judas, pues, llega allí con la cohorte y los guardias enviados por los sumos sacerdotes y fariseos, con linternas, antorchas y armas. Jesús, que sabía todo lo que le iba a suceder, se adelanta y les pregunta: «¿A quién buscáis?». Le contestaron: «A Jesús el Nazareno». Díceles: «Yo soy». Judas, el que le entregaba, estaba también con ellos. Cuando les dijo: «Yo soy», retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó de nuevo: «¿A quién buscáis?». Le contestaron: «A Jesús el Nazareno». Respondió Jesús: «Ya os he dicho que yo soy; así que si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos». Así se cumpliría lo que había dicho: «De los que me has dado, no he perdido a ninguno». Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al siervo del Sumo Sacerdote, y le cortó la oreja derecha. El siervo se llamaba Malco. Jesús dijo a Pedro: «Vuelve la espada a la vaina. La copa que me ha dado el Padre, ¿no la voy a beber?».
Entonces la cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, le ataron y le llevaron primero a casa de Anás, pues era suegro de Caifás, el Sumo Sacerdote de aquel año. Caifás era el que aconsejó a los judíos que convenía que muriera un solo hombre por el pueblo. Seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Este discípulo era conocido del Sumo Sacerdote y entró con Jesús en el atrio del Sumo Sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta. Entonces salió el otro discípulo, el conocido del Sumo Sacerdote, habló a la portera e hizo pasar a Pedro. La muchacha portera dice a Pedro: «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?». Dice él: «No lo soy». Los siervos y los guardias tenían unas brasas encendidas porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos calentándose. El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y su doctrina. Jesús le respondió: «He hablado abiertamente ante todo el mundo; he enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he hablado nada a ocultas. ¿Por qué me preguntas? Pregunta a los que me han oído lo que les he hablado; ellos saben lo que he dicho». Apenas dijo esto, uno de los guardias que allí estaba, dio una bofetada a Jesús, diciendo: «¿Así contestas al Sumo Sacerdote?». Jesús le respondió: «Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?». Anás entonces le envió atado al Sumo Sacerdote Caifás. Estaba allí Simón Pedro calentándose y le dijeron: «¿No eres tú también de sus discípulos?». Él lo negó diciendo: «No lo soy». Uno de los siervos del Sumo Sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le dice: «¿No te vi yo en el huerto con Él?». Pedro volvió a negar, y al instante cantó un gallo.
De la casa de Caifás llevan a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse y poder así comer la Pascua. Salió entonces Pilato fuera donde ellos y dijo: «¿Qué acusación traéis contra este hombre?». Ellos le respondieron: «Si éste no fuera un malhechor, no te lo habríamos entregado». Pilato replicó: «Tomadle vosotros y juzgadle según vuestra Ley». Los judíos replicaron: «Nosotros no podemos dar muerte a nadie». Así se cumpliría lo que había dicho Jesús cuando indicó de qué muerte iba a morir. Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo: «¿Eres tú el Rey de los judíos?». Respondió Jesús: «¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?». Pilato respondió: «¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?». Respondió Jesús: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí». Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres Rey?». Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz». Le dice Pilato: «¿Qué es la verdad?». Y, dicho esto, volvió a salir donde los judíos y les dijo: «Yo no encuentro ningún delito en Él. Pero es costumbre entre vosotros que os ponga en libertad a uno por la Pascua. ¿Queréis, pues, que os ponga en libertad al Rey de los judíos?». Ellos volvieron a gritar diciendo: «¡A ése, no; a Barrabás!». Barrabás era un salteador.
Pilato entonces tomó a Jesús y mandó azotarle. Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le vistieron un manto de púrpura; y, acercándose a Él, le decían: «Salve, Rey de los judíos». Y le daban bofetadas. Volvió a salir Pilato y les dijo: «Mirad, os lo traigo fuera para que sepáis que no encuentro ningún delito en Él». Salió entonces Jesús fuera llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Díceles Pilato: «Aquí tenéis al hombre». Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: «¡Crucifícalo, crucifícalo!». Les dice Pilato: «Tomadlo vosotros y crucificadle, porque yo ningún delito encuentro en Él». Los judíos le replicaron: «Nosotros tenemos una Ley y según esa Ley debe morir, porque se tiene por Hijo de Dios». Cuando oyó Pilato estas palabras, se atemorizó aún más. Volvió a entrar en el pretorio y dijo a Jesús: «¿De dónde eres tú?». Pero Jesús no le dio respuesta. Dícele Pilato: «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?». Respondió Jesús: «No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba; por eso, el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado». Desde entonces Pilato trataba de librarle. Pero los judíos gritaron: «Si sueltas a ése, no eres amigo del César; todo el que se hace rey se enfrenta al César». Al oír Pilato estas palabras, hizo salir a Jesús y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado Enlosado, en hebreo Gabbatá. Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia la hora sexta. Dice Pilato a los judíos: «Aquí tenéis a vuestro Rey». Ellos gritaron: «¡Fuera, fuera! ¡Crucifícale!». Les dice Pilato: «¿A vuestro Rey voy a crucificar?». Replicaron los sumos sacerdotes: «No tenemos más rey que el César». Entonces se lo entregó para que fuera crucificado.
Tomaron, pues, a Jesús, y Él cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota, y allí le crucificaron y con Él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio. Pilato redactó también una inscripción y la puso sobre la cruz. Lo escrito era: «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos». Esta inscripción la leyeron muchos judíos, porque el lugar donde había sido crucificado Jesús estaba cerca de la ciudad; y estaba escrita en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: «No escribas: ‘El Rey de los judíos’, sino: ‘Éste ha dicho: Yo soy Rey de los judíos’». Pilato respondió: «Lo que he escrito, lo he escrito». Los soldados, después que crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos, con los que hicieron cuatro lotes, un lote para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo. Por eso se dijeron: «No la rompamos; sino echemos a suertes a ver a quién le toca». Para que se cumpliera la Escritura: «Se han repartido mis vestidos, han echado a suertes mi túnica». Y esto es lo que hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.
Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice: «Tengo sed». Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca. Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: «Todo está cumplido». E inclinando la cabeza entregó el espíritu.
Los judíos, como era el día de la Preparación, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado —porque aquel sábado era muy solemne— rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran. Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con Él. Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: «No se le quebrará hueso alguno». Y también otra Escritura dice: «Mirarán al que traspasaron».
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron, pues, y retiraron su cuerpo. Fue también Nicodemo —aquel que anteriormente había ido a verle de noche— con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en vendas con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar. En el lugar donde había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido depositado. Allí, pues, porque era el día de la Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús.
(Jn 18,1—19,42)

Comentario
Hoy celebramos el primer día del Triduo Pascual. Por tanto, es el día de la Cruz victoriosa, desde donde Jesús nos dejó lo mejor de Él mismo: María como madre, el perdón —también de sus verdugos— y la confianza total en Dios Padre.
Lo hemos escuchado en la lectura de la Pasión que nos transmite el testimonio de san Juan, presente en el Calvario con María, la Madre del Señor y las mujeres. Es un relato rico en simbología, donde cada pequeño detalle tiene sentido. Pero también el silencio y la austeridad de la Iglesia, hoy, nos ayudan a vivir en un clima de oración, bien atentos al don que celebramos.
Ante este gran misterio, somos llamados —primero de todo— a ver. La fe cristiana no es la relación reverencial hacia un Dios lejano y abstracto que desconocemos, sino la adhesión a una Persona, verdadero hombre como nosotros y, a la vez, verdadero Dios. El “Invisible” se ha hecho carne de nuestra carne, y ha asumido el ser hombre hasta la muerte y una muerte de cruz. Pero fue una muerte aceptada como rescate por todos, muerte redentora, muerte que nos da vida. Aquellos que estaban ahí y lo vieron, nos transmitieron los hechos y, al mismo tiempo, nos descubren el sentido de aquella muerte.
Ante esto, nos sentimos agradecidos y admirados. Conocemos el precio del amor: «Nadie tiene mayor amor que el de dar la vida por sus amigos» (Jn 15,13). La oración cristiana no es solamente pedir, sino —antes de nada— admirar agradecidos.
Jesús, para nosotros, es modelo que hay que imitar, es decir, reproducir en nosotros sus actitudes. Hemos de ser personas que aman hasta darnos y que confiamos en el Padre en toda adversidad.
Esto contrasta con la atmósfera indiferente de nuestra sociedad; por eso, nuestro testimonio tiene que ser más valiente que nunca, ya que el don es para todos. Como dice Melitón de Sardes, «Él nos ha hecho pasar de la esclavitud a la libertad, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida. Él es la Pascua de nuestra salvación».
Rev. D. Francesc CATARINEU i Vilageliu (Sabadell, Barcelona, España)


Santoral Católico:
San Samuel, Profeta


Más información haciendo clic acá

Fuente: EWTN


Palabras del Beato Juan Pablo II

“El cristiano contempla con confianza la cruz,
encontrando en su misterio de amor
valentía y vigor para caminar con fidelidad
tras las huellas de Cristo crucificado y resucitado.
En la cruz reconocemos
el signo simple y sagrado
del amor de Dios por la humanidad”

Beato Juan Pablo II


Tema del día:
Significado del Viernes Santo


En este día celebramos la muerte de Jesús como paso necesario hacia la resurrección, este recuerdo está lleno de esperanza y de victoria. Es un día centrado en la Cruz, pero no con aire de tristeza, sino de celebración, ya que Cristo Jesús, como Sumo Sacerdote, en nombre de toda la humanidad, se ha entregado voluntariamente a la muerte para salvarnos a todos.

Hoy no se celebra en ningún templo la Eucaristía, el acto litúrgico principal de este día es la celebración de la Pasión del Señor en las horas de la tarde, es un acto sencillo y silencioso durante el cual se propone a la meditación de los fieles la Pasión del Señor, que es proclamada con particular solemnidad. Las lecturas de hoy muestran la fortaleza con que Cristo afronta el dolor y la muerte. Al final se hace la oración por las necesidades materiales y espirituales de toda la humanidad.

Después de la oración universal el sacerdote invita a venerar la cruz, representando en ella la pasión de Cristo y su amor infinito por nosotros.Terminada la adoración de la cruz, se ora el Padre Nuestro como preparación a la comunión; como en este día no ha habido propiamente Misa, la Eucaristía que se va a distribuir en la comunión es traída del Monumento, donde se había colocado, después de la celebración del jueves.

Con la comunión se concluye la celebración de hoy para dar a todos la posibilidad de unirse íntimamente al Señor que se ha entregado a la muerte para darnos su vida. Al terminar la celebración, la cruz queda expuesta a la veneración de comunidad; dentro de la tristeza de este día brota ya la alegría por la esperanza de la resurrección.

El ejercicio del Vía Crucis en el Viernes Santo, ha sido una tradición muy sentida por el pueblo cristiano desde los comienzos de la Iglesia; las parroquias y comunidades los preparan con anticipación y participan en él con mucha fe. Generalmente el ejercicio del Vía Crucis concluye con el Sermón de las Siete Palabras, que ayuda a comprender el significado que la muerte del Señor tiene para los cristianos y para el mundo entero; y estimulan a la conversión y al compromiso.

El Sermón de las Siete Palabras: es el recuerdo de la últimas palabras de Jesús en la cruz, cada una de ellas nos descubre un aspecto diferente  del misterio de la Pasión.
     
1. “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Lc 23, 34
2. “En verdad te digo: Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Lc 23, 43
3. “Mujer, he ahí a tu hijo. Hijo he ahí a tu madre”. Jn 19, 26-27
4. “¿Dios mío, por qué me has abandonado?”. Mc 15, 34
5. “Tengo sed”. Jn 19, 28
6. “Todo está consumado”. Jn 19, 30
7. “Padre, en tus manos entrego mi espíritu”. Lc 23, 46

En la noche del Viernes Santo muchas personas permanecen en oración ante el sepulcro, expresando y alimentando su fe en la resurrección, donde encontramos el verdadero sentido de la muerte.

¿Cómo vivir este día?

Hoy estamos sumergidos en el recuerdo de la muerte del Señor, mientras observamos a nuestro alrededor como hoy Jesús sigue muriendo en tantos hermanos que son victimas de nuestro egoísmo y de estructuras injustas que maltratan, o sepultan la vida. No obstante, alimentamos la certeza de que la resurrección y la vida triunfarán sobre la violencia y la muerte.

Mientras Jesús da hasta la última gota de su Sangre porque se ha solidarizado con nuestra condición de fragilidad y de pecado, nosotros miembros de su cuerpo, seguidores de su proyecto, no podemos permanecer indiferentes, tranquilos. La muerte del Señor nos saca de nuestro individualismo y nos cambia nuestro corazón de carne por un corazón sensible, humano y solidario.

¿Cómo podemos transcurrir este día tan grande, desentendidos de los sufrimientos de nuestras familias, vecinos, amigos o personas que necesitan hasta lo más elemental para vivir?

Hoy la Iglesia nos invita al ayuno como expresión de penitencia y solidaridad con la muerte del Señor. Para que nuestro ayuno sea también expresión de solidaridad con los hermanos en los cuales Cristo sigue muriendo, salgamos a su encuentro entregándoles nuestra ayuda, nuestro tiempo.

Sería lindo compartir hoy nuestra mesa con personas alguna familia necesitada o con alguien con quien queremos reanudar nuestra amistad. En los grupos o movimientos parroquiales se puede organizar una colecta de mercados para familias más necesitadas.

La participación en el tradicional Vía Crucis de este día, no es para nosotros una procesión cualquiera, o la presentación de un teatro religioso. Venimos al Vía Crucis para acompañar a Jesús, reviviendo con gratitud y amor su Pasión, descubriendo el sentido verdadero de la cruz, si sabemos llevarla con amor, para ayudar a otros y dar un poco de vida a quienes nos rodean.

En la celebración vespertina de la Pasión entreguemos al Señor los gérmenes de muerte que hay en nuestro corazón, en nuestra familia, en la comunidad y en nuestro pueblo y pidamos que lo transforme todo en semilla de vida y esperanza.

Cuando llegue el momento de la adoración de la cruz, tengamos presente que no es un leño al que besamos y ante el cual nos inclinamos, sino que la cruz bañada con la Sangre redentora es una sola cosa con Cristo y es a Él, que da su vida por nosotros, a quien adoramos y agradecemos.

Al comulgar unámonos a Jesús que da su vida por nosotros, comprometiéndonos a morir a nuestro egoísmo y solidarizarnos con las personas en quienes Cristo sigue muriendo hoy: los enfermos, los pobres, los desechados por la sociedad.

Fuente:
Parroquia de San Francisco Javier
Turbaco-Bolívar-Colombia


Pensamientos sanadores


Hoy pídele a Dios ser sanado de las huellas que en ti dejaron los conflictos

Si los pequeños conflictos o confrontaciones cotidianas te agotan y te roban la paz, quizás en tu memoria aún haya problemas y discusiones no resueltos que evocan el pasado, que están allí enterrados y que, de algún modo, te siguen atormentando.
En ocasiones, los padres que discuten, gritan y se faltan el respeto delante de sus hijos ignoran el daño que les están causando y las secuelas que les están legando.
Si en tu memoria surgen recuerdos de este tipo, habla sobre ello con Dios, déjate llevar de su mano por esos conflictos del pasado y entrégale todo lo que sentiste en aquellos momentos y lo que sientes hoy al recordarlo. Entonces ya no te agotarás ni te bloquearás ante los embates del presente, ni tampoco sentirás pánico ante las posibles dificultades del futuro, pues Dios habrá sanado y fortalecido tu corazón.

El Señor dijo: “Yo he visto la opresión de mi pueblo (…) y he oído los gritos del dolor (…). Sí, conozco muy bien sus sufrimientos. Por eso he bajado a librarlos”. Éxodo 3, 7-8


"Intimidad Divina"

Traspasado por nuestras rebeliones

La Liturgia del Viernes Santo es una conmovedora contemplación del misterio de la Cruz, cuyo fin no es sólo conmemorar, sino hacer revivirá los fieles la dolorosa Pasión del Señor. Dos son los grandes textos que la presentan: el texto profético atribuido a Isaías (Is 52, 13; 53, 12) y el texto histórico de Juan (18, 1; 19, 42). La enorme distancia de más de siete siglos que los separa queda anulada por la impresionante coincidencia de los hechos referidos por el profeta como descripción de los padecimientos del Siervo del Señor, y por el Evangelista como relato de la última jornada terrena de Jesús. Todo demuestra que la Cruz de Cristo se halla en el centro mismo de la salvación. Y es éste el camino que cada uno de los fieles debe recorrer para ser un salvado y un salvador.

Entre la lectura de Isaías y la de Juan, la Liturgia inserta un tramo de la carta a los Hebreos (4, 14-16; 5, 7-9). Jesús, Hijo de Dios, es presentado en su cualidad de Sumo y Único Sacerdote. Es la prueba de su vida terrena, y, sobre todo, de su pasión, por la que ha experimentado en su carne inocente todas las agruras, los sufrimientos, las angustias, las debilidades de la naturaleza humana. Así, a un mismo tiempo, él se hace Sacerdote y Víctima, y no ofrece en expiación de los pecados de los hombres sangre de toros o de corderos, sino la propia sangre.

Pero a la muerte de Cristo siguió inmediatamente su glorificación. El centurión de guardia exclama: “Realmente, este hombre era justo” (Lc 23, 47). La Iglesia sigue el mismo itinerario, y tras de haber llorado la muerte del Salvador, estalla en un himno de alabanza y se postra en adoración: “Tu cruz adoramos Señor, Señor, y tu santa resurrección alabamos y glorificamos. Por el madero ha venido la alegría al mundo entero”. Con los mismos sentimientos, la Liturgia invita a los fieles a nutrirse con la Eucaristía, que, nunca como hoy, resplandece en su realidad de memorial de la muerte del Señor. Resuenan en el corazón las palabras de Jesús: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía” (Lc 22, 19).

¡Oh Cristo Jesús, caído bajo el peso de la cruz, yo te adoro! “Fuerza de Dios”, te mostraré abatido por la debilidad para enseñarnos la humildad y confundir nuestro orgullo. “Oh Sumo Sacerdote, lleno de santidad, que pasaste por nuestras mismas pruebas para asemejarte a nosotros y poder compadecerte de nuestras debilidades”, no me abandones a mí mismo, porque no soy más que debilidad; dame tu fuerza para que no sucumba al pecado. (C. Marmión, Cristo en sus misterios, 14)

P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
 
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Gracias por participar comentando! Por favor, no te olvides de incluir tu nombre y ciudad de residencia al finalizar tu comentario dentro del cuadro donde escribes.