domingo, 22 de abril de 2012

Pequeñas Semillitas 1689


PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 7 - Número 1689 ~ Domingo 22 de Abril de 2012
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)

Día de la Tierra

Hola…
Volver a Jesús. Esto es lo primero y más decisivo: poner a Jesús en el centro del cristianismo. Todo lo demás viene después.
Cuando olvidamos la presencia viva de Jesús en medio de nosotros; cuando lo hacemos opaco e invisible con nuestros protagonismos y conflictos; cuando la tristeza nos impide sentir todo menos su paz; cuando nos contagiamos unos a otros el pesimismo y la incredulidad... estamos pecando contra el Resucitado.
Para encontrarnos con él, hemos de recorrer el relato de los evangelios: descubrir esas manos que bendecían a los enfermos y acariciaban a los niños, esos pies cansados de caminar al encuentro de los más olvidados; descubrir sus heridas y su pasión. Es ese Jesús el que ahora vive resucitado por el Padre.
¿Qué puede haber más urgente y necesario para los cristianos que despertar entre nosotros la pasión por la fidelidad a Jesús? Él es lo mejor que tenemos. Lo mejor que podemos ofrecer y comunicar al mundo de hoy.
José Antonio Pagola


La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy


En aquel tiempo, los discípulos contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando Él se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero Él les dijo: «¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo». Y, diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo: «¿Tenéis aquí algo de comer?». Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos.
Después les dijo: «Éstas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: ‘Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí’». Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para el perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas».
(Lc 24,35-48)

Comentario
Hoy, el Evangelio todavía nos sitúa en el domingo de la resurrección, cuando los dos de Emaús regresan a Jerusalén y, allí, mientras unos y otros cuentan que el Señor se les ha aparecido, el mismo Resucitado se les presenta. Pero su presencia es desconcertante. Por un lado provoca espanto, hasta el punto de que ellos «creían ver un espíritu» (Lc 24,37) y, por otro, su cuerpo traspasado por los clavos y la lanzada es un testimonio elocuente de que se trata del mismo Jesús, el crucificado: «Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo» (Lc 24,39).
«Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor», canta el salmo de la liturgia de hoy. Efectivamente, Jesús «abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras» (Lc 24,45). Es del todo urgente. Es necesario que los discípulos tengan una precisa y profunda comprensión de las Escrituras, ya que, en frase de san Jerónimo, «ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo».
Pero esta compresión de la palabra de Dios no es un hecho que uno pueda gestionar privadamente, o con su congregación de amigos y conocidos. El Señor desveló el sentido de las Escrituras a la Iglesia en aquella comunidad pascual, presidida por Pedro y los otros Apóstoles, los cuales recibieron el encargo del Maestro de que «se predicara en su nombre (...) a todas las naciones» (Lc 24,47).
Para ser testigos, por tanto, del auténtico Cristo, es urgente que los discípulos aprendan -en primer lugar- a reconocer su Cuerpo marcado por la pasión. Precisamente, un autor antiguo nos hace la siguiente recomendación: «Todo aquel que sabe que la Pascua ha sido sacrificada para él, ha de entender que su vida comienza cuando Cristo ha muerto para salvarnos». Además, el apóstol tiene que comprender inteligentemente las Escrituras, leídas a la luz del Espíritu de la verdad derramado sobre la Iglesia.
Rev. D. Jaume GONZÁLEZ i Padrós (Barcelona, España)


Santoral Católico:
Santa María Egipciana
Penitente


Una hermosa tradición muy antigua cuenta que en el siglo V un santo sacerdote llamado Zósimo después de haber pasado muchos años de monje en un convento de Palestina dispuso irse a terminar sus días en el desierto de Judá, junto al río Jordán. Y que un día vio por allí una figura humana, que más parecía un esqueleto que una persona robusta. Se le acercó y le preguntó si era un monje y recibió esta respuesta: "Yo soy una mujer que he venido al desierto a hacer penitencia de mis pecados".

Según la tradición aquella mujer le narró la siguiente historia: Su nombre era María. Era de Egipto. Desde los 12 años llevada por sus pasiones sensuales y su exagerado amor a la libertad se fugó de la casa. Cometió toda clase de impurezas y hasta se dedicó a corromper a otras personas. Después se unió a un grupo de peregrinos que de Egipto iban al Santo Sepulcro de Jerusalén. Pero ella no iba a rezar sino a divertirse y a pasear.

Y sucedió que al llegar al Santo Sepulcro, mientras los demás entraban fervorosos a rezar, ella sintió allí en la puerta del templo que una mano la detenía con gran fuerza y la echaba a un lado. Y esto le sucedió por tres veces, cada vez que ella trataba de entrar al santo templo. Y una voz le dijo: "Tú no eres digna de entrar en este sitio sagrado, porque vives esclavizada al pecado". Ella se puso a llorar, pero de pronto levantó los ojos y vio allí cerca de la entrada una imagen de la Santísima Virgen que parecía mirarla con gran cariño y compasión. Entonces la pecadora se arrodilló llorando y le dijo: "Madre, si me es permitido entrar al templo santo, yo te prometo que dejaré esta vida de pecado y me dedicaré a una vida de oración y penitencia. Y le pareció que la Virgen Santísima le aceptaba su propuesta. Trató de entrar de nuevo al templo y esta vez sí le fue permitido. Allí lloró largamente y pidió por muchas horas el perdón de sus pecados. Estando en oración le pareció que una voz le decía: "En el desierto más allá del Jordán encontrarás tu paz".

María egipciaca se fue al desierto y allí estuvo por 40 años rezando, meditando y haciendo penitencia. Se alimentaba de dátiles, de raíces, de langostas y a veces bajaba a tomar agua al río. En el verano el terrible calor la hacía sufrir muchísimo y la sed la atormentaba. En invierno el frío era su martirio. Durante 17 años vivió atormentada por la tentación de volver otra vez a Egipto a dedicarse a su vida anterior de sensualidad, pero un amor grande a la Santísima Virgen le obtenía fortaleza para resistir a las tentaciones. Y Dios le revelaba muchas verdades sobrenaturales cuando ella estaba dedicada a la oración y a la meditación.

La penitencia le hizo prometer al santo anciano que no contaría nada de esta historia mientras ella no hubiera muerto. Y le pidió que le trajera la Sagrada Comunión. Era Jueves Santo y San Zósimo le llevó la Sagrada Eucaristía. Quedaron de encontrarse el Día de Pascua, pero cuando el santo volvió la encontró muerta, sobre la arena, con esta inscripción en un pergamino: "Padre Zósimo, he pasado a la eternidad el Viernes Santo día de la muerte del Señor, contenta de haber recibido su santo cuerpo en la Eucaristía. Ruegue por esta pobre pecadora, y devuélvale a la tierra este cuerpo que es polvo y en polvo tiene que convertirse".

El monje no tenía herramientas para hacer la sepultura, pero entonces llegó un león y con sus garras abrió una sepultura en la arena y se fue. Zósimo al volver de allí narró a otros monjes la emocionante historia, y pronto junto a aquella tumba empezaron a obrarse milagros y prodigios y la fama de la santa penitente se extendió por muchos países.

San Alfonso de Ligorio y muchos otros predicadores narraron muchas veces y dejaron escrita en sus libros la historia de María Egipciaca, como un ejemplo de lo que obra en un alma pecadora, la intercesión de la Santísima Madre del Salvador, la cual se digne también interceder por nosotros pecadores para que abandonemos nuestra vida de maldad y empecemos ya desde ahora una vida de penitencia y santidad.

Fuente: EWTN


Palabras del Beato Juan Pablo II

“Más allá de las crisis de civilización, de los relativismos filosóficos y morales, los pastores y los fieles deben tener en cuenta los interrogantes y las aspiraciones esenciales de los seres humanos de nuestro tiempo, para dialogar con las personas y los pueblos y proponer el mensaje evangélico y la persona de Cristo Redentor”

Beato Juan Pablo II


Tema del día:
Misioneros de la paz y la alegría


En estos domingos de Pascua nuestra reunión eucarística tiene una importancia añadida, pues evocamos más vivamente el misterio de la resurrección de Cristo, que es la piedra fundamental sobre la que se basa nuestra fe y la esencia del cristianismo. Esta fe no consiste sólo en creer que Cristo resucitó, sino en hacerlo vida por medio de alguna experiencia viva en la oración, en la caridad, en el trato con los demás.

Estaban los dos discípulos de Emaús contando entusiasmados lo que les había pasado con aquel caminante y cómo al fin reconocieron que era Jesús. Los otros discípulos seguían más bien tristes y desanimados, cuando se presenta Jesús en medio de ellos. No se lo creen, sino que piensan ser un fantasma. Jesús con mucho cariño les da pruebas de que es Él mismo: les muestra las señales de la Pasión y hasta come con ellos. Primeramente les da la paz, pues la necesitaban. También a nosotros nos da su paz. Es un gran signo de vivir resucitados con Cristo. En realidad todo el mundo desea la paz; pero hay muchas maneras de entender la paz. Algunos quieren que siga la paz que tienen, que es la del bienestar, la del poder político, sin ver cómo están los demás. Para otros significa el que les dejen tranquilos. Para otros sólo ven la paz del cementerio. La paz del Señor es algo mucho más profundo y dinámico. Reside en lo profundo del corazón. Para ello se debe quitar el egoísmo, el afán de dominio, la venganza, la intransigencia. Es un don del Espíritu Santo que debemos pedir.

Y junto con la paz les da la alegría. Por eso quiere que se quite toda turbación. A nosotros también quiere darnos la alegría verdadera, que es certeza de estar con Dios, a pesar de las dificultades que podemos encontrar. Podemos decir con san Pablo: “¿Quién nos apartará del amor de Cristo? Nada ni nadie”. Y estamos en el amor de Cristo, si estamos persuadidos de que Cristo ciertamente resucitó y vive con nosotros.

Jesús “les abrió la inteligencia para que entendieran la Escritura”. Nosotros también necesitamos que se nos abra la inteligencia: algo que siempre debemos pedir a Dios. Para poder entender las Escrituras, la Iglesia nos presenta en la primera parte de la Misa diversos pasajes de la Escritura y luego se nos explica. Poner interés en ello es tener abierto el corazón, que es lo que Dios quiere para que se abra la inteligencia y esa Palabra de Dios pueda penetrar en nuestro espíritu. Lo que Jesús les quiere hacer ver es que, según las Escrituras, convenía que Él hubiera muerto, y con una muerte tan terrible, para que la resurrección pudiera ser más feliz y más provechosa para nuestra salvación. ¿Estamos convencidos de que Cristo vive entre nosotros?

Los apóstoles lo necesitaban especialmente porque iban a ser los testigos de Cristo y los propagadores de la fe. Una de las razones para creer en la resurrección de Cristo son los muchos testigos fieles a través de la historia. Muchos entregando su vida en el martirio, otros entregando sus bienes de este mundo para vivir la alegría de Cristo resucitado en soledad o en compañía o en el testimonio misional.

Jesús come con los apóstoles. No se trata sólo de un hecho material. Para Jesús las comidas era un momento de intimidad y era un momento de dar a conocer grandes mensajes. Hoy nos da la certeza de la resurrección, a pesar de las calamidades de la vida. Y precisamente la resurrección nuestra llegará si sabemos llevar con paz y con alegría las dificultades. Dar alegría a los demás es uno de los grandes signos para poder decir que palpamos a Cristo resucitado. Debemos palparlo en la oración, en la celebración de la Eucaristía, en tantos ejemplos de personas buenas, en la caridad.

Hoy en el salmo responsorial pedimos: “Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor”. En medio de tantas tinieblas que hay en el mundo, que la luz del Señor brille entre nosotros. Para ello debemos morir al pecado constantemente, porque el pecado es lo que trae las tinieblas y sentir, como Jesús les dijo a los apóstoles, que seamos misioneros de la alegría y la paz del Señor resucitado.

P. Silverio Velasco (España)


Nuevo video y artículo

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"Juan Pablo II inolvidable"
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Pensamientos sanadores


Hoy pídele a Dios una nueva mirada sobre este día

Solamente quien tiene, como María Santísima, un corazón humilde y agradecido, puede abrir los ojos para contemplar todo lo bello que hay a su alrededor y, con fuerzas renovadas, mirar el día con entusiasmo, paz y esperanza.
Acepta este día como único y especial, un día de renovación que Dios quiere regalarte.
Sé, con el correr de las horas, cada vez más consciente de Dios, como Señor de todas tus actividades, para que estando junto a él, puedas recibir y producir profundos cambios en tu vivir, los cuales serán siempre para bien.
Siente que así como el Señor te sirve en todo lo creado, también tú con tu sólo vivir, ya lo estás alabando y sirviendo. De esta conciencia surgirán todas las otras actividades y servicios, realizados con un espíritu libre, sereno y alegre.

Pero Samuel dijo al pueblo: “¡No teman! Por más que hayan cometido todo este mal, no se aparten del Señor, y sírvanlo de todo corazón! 1 Samuel 12, 20


Nunca nos olvidemos de agradecer


Alguna vez leí que en el cielo hay dos oficinas diferentes para tratar lo relativo a las oraciones de las personas en la tierra:
Una es para receptar pedidos de diversas gracias, y allí los muchos ángeles que atienden trabajan intensamente y sin descanso por la cantidad de peticiones que llegan en todo momento.
La otra oficina es para recibir los agradecimientos por las gracias concedidas y en ella hay un par de ángeles aburridos porque prácticamente no les llega ningún mensaje de los hombres desde la tierra para dar gracias...
Desde esta sección de "Pequeñas Semillitas" pretendemos juntar una vez por semana los mensajes para la segunda oficina: agradecimientos por favores y gracias concedidas como respuesta a nuestros pedidos de oración.

Desde Buenos Aires, Argentina, nuestra amiga Liliana agradece a Dios y a las personas que rezaron hace unos días por Romina, de Banfield, que había sido atropellada cuando llevaba en bicicleta a su pequeña hija al colegio. Gracias a la intercesión de la Virgen de Fátima, las operación de la rodilla fue exitosa y ya está en su casa para comenzar la rehabilitación. Damos gracias a Dios.


"Intimidad Divina"

III Domingo de Pascua

En los domingos después de la Pascua, las lecturas del Antiguo Testamento son sustituidas por los Hechos de los Apóstoles, que a través de la predicación primitiva testimonian la resurrección del Señor y demuestran cómo la Iglesia nació en nombre del Resucitado. En la primera lectura de Hoy, Pedro presenta la resurrección de Jesús encuadrada en la historia de su pueblo como cumplimiento de todas las profecías y promesas hechas a los Padres. A esto mismo se refiera la conmovedora exhortación de Juan en la segunda lectura… Juan, que había oído en el Calvario a Jesús agonizante pedir el perdón del Padre para quien lo había crucificado, sabe hasta qué punto Jesús defiende a los pecadores.

El mismo pensamiento se trasluce en el Evangelio del día. Apareciéndose a los Apóstoles después de la Resurrección, Jesús les saluda con estas palabras: “La paz sea con vosotros” (Lc 24, 36). El Resucitado da la paz a los Once atónitos y asustados por su aparición, pero no menos llenos de confusión y de arrepentimiento por haberlo abandonado durante la pasión. Muerto para destruir el pecado y reconciliar a los hombres con Dios, él les ofrece la paz para asegurarlos su perdón y su amor inalterado. Y antes de despedirse de ellos los hace mensajeros de conversión y de perdón para todos los hombres: “será predicada en su nombre la penitencia para la remisión de los pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén” (ib. 47). De esta manera la paz de Cristo es llevada a todo el mundo precisamente porque “él es la propiciación por nuestros pecados”. ¡Misterio de su amor infinito!

“¿Qué nos darás, pues Señor, qué nos darás?”  Os doy la paz, dice, mi paz os dejo (Jn 14, 27). Eso me basta, Señor; te agradezco lo que me dejas y de dejo lo que retienes. Esta participación me agrada, y no dudo de que me es sumamente ventajosa… Quiero la paz, deseo tu paz, y nada más. Aquel a quien la paz no basta, tú mismo no le bastarás. Porque tú eres nuestra paz, pues nos has reconciliado contigo (Ef 2, 14). Eso me es necesario; a mí me basta estar reconciliado contigo, para estar reconciliado conmigo mismo porque desde que me hice tu contrario híceme también gravoso a mí mismo (Jb 7, 20). Cuidaré ya de no ser ingrato al beneficio de la paz que me has dado… Quede para ti, Señor, quede para ti toda la gloria; yo seré muy feliz si logro conservar la paz. Líbrame, ¡oh Señor! del ojo soberbio y del corazón insaciable que busca inquieto la gloria que te pertenece a ti solo, no pudiendo por eso conservar la paz ni alcanzar la gloria eterna. (San Bernardo, In Cantica Cant. 13, 4-5)

P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
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