domingo, 15 de abril de 2012

Pequeñas Semillitas 1682


PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 7 - Número 1682 ~ Domingo 15 de Abril de 2012
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
   

Hola…
El 30 de abril del año 2000, coincidiendo con la canonización de Santa Faustina, “Apóstol de la Divina Misericordia”, el Beato Juan Pablo II instituyó oficialmente la Fiesta de la Divina Misericordia a celebrarse todos los años en esa misma fecha: Domingo siguiente a la Pascua de Resurrección.
Con la institución de esta Fiesta, el Beato Juan Pablo II concluyó la tarea asignada por Nuestro Señor Jesús a Santa Faustina en Polonia, 69 años atrás, cuando en febrero de 1931 le dijo: “Deseo que haya una Fiesta de la Misericordia”. Dicha Fiesta constituye uno de los elementos centrales del Mensaje de la Divina Misericordia según le fuera revelado por nuestro Señor a Sor Faustina.


La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy


Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré».
Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros». Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído».
Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Éstas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.
(Jn 20,19-31)

Comentario
Hoy, Domingo II de Pascua, completamos la octava de este tiempo litúrgico, una de las dos octavas —juntamente con la de Navidad— que en la liturgia renovada por el Concilio Vaticano II han quedado. Durante ocho días contemplamos el mismo misterio y tratamos de profundizar en él bajo la luz del Espíritu Santo.
Por designio del Papa Juan Pablo II, este domingo se llama Domingo de la Divina Misericordia. Se trata de algo que va mucho más allá que una devoción particular. Como ha explicado el Santo Padre en su encíclica Dives in misericordia, la Divina Misericordia es la manifestación amorosa de Dios en una historia herida por el pecado. “Misericordia” proviene de dos palabras: “Miseria” y “Cor”. Dios pone nuestra mísera situación debida al pecado en su corazón de Padre, que es fiel a sus designios. Jesucristo, muerto y resucitado, es la suprema manifestación y actuación de la Divina Misericordia. «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito» (Jn 3,16) y lo ha enviado a la muerte para que fuésemos salvados. «Para redimir al esclavo ha sacrificado al Hijo», hemos proclamado en el Pregón pascual de la Vigilia. Y, una vez resucitado, lo ha constituido en fuente de salvación para todos los que creen en Él. Por la fe y la conversión acogemos el tesoro de la Divina Misericordia.
La Santa Madre Iglesia, que quiere que sus hijos vivan de la vida del resucitado, manda que —al menos por Pascua— se comulgue y que se haga en gracia de Dios. La cincuentena pascual es el tiempo oportuno para el cumplimiento pascual. Es un buen momento para confesarse y acoger el poder de perdonar los pecados que el Señor resucitado ha conferido a su Iglesia, ya que Él dijo sólo a los Apóstoles: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados» (Jn 20,22-23). Así acudiremos a las fuentes de la Divina Misericordia. Y no dudemos en llevar a nuestros amigos a estas fuentes de vida: a la Eucaristía y a la Penitencia. Jesús resucitado cuenta con nosotros.
Rev. D. Joan Ant. MATEO i García (La Fuliola, Lleida, España)


Santoral Católico:
San Ezequiel 
Profeta


Información detallada, hacer clic acá
Fuente: EWTN

San Damián de Molokai
Sacerdote


Información detallada, hacer clic acá
Fuente: Catholic.net


Palabras del Beato Juan Pablo II

«En todo el mundo, el segundo Domingo de Pascua recibirá el nombre de Domingo de la Divina Misericordia. Una invitación perenne para el mundo cristiano a afrontar, con confianza en la benevolencia divina, las dificultades y las pruebas que esperan al genero humano en los años venideros».

Beato Juan Pablo II


Tema del día:
“Señor mío y Dios mío”


Todos los años en este 2º domingo de Pascua la Iglesia nos presenta esta parte del evangelio en que Jesús se presenta ante sus discípulos el domingo de la resurrección y  vuelve a presentarse al domingo siguiente ante ellos, estando ya Tomás. Una primera enseñanza que podemos sacar de esto es que Jesús, aunque siempre está espiritualmente con nosotros, desea estar de una manera más viva el día del domingo. Podemos decir que estableció este día, como distintivo de su presencia resucitada.

Siempre que asistimos a misa celebramos la muerte y resurrección de Jesús. Lo proclamamos especialmente al terminar la consagración. Pero el domingo es el día del Señor, el día también del encuentro de la comunidad formando una unidad de amor y de fe, como nos dice hoy la primera lectura hablando de la primitiva comunidad que “tenían un solo corazón y una sola alma”. Consecuencia de ese amor era el repartirse los  bienes externos y vivir en verdadera comunidad. Ese era un testimonio de que Cristo había resucitado. Tenían sus defectos, pero éste es el ideal.

En todas las épocas ha habido y hay comunidades de fieles, hombres y mujeres, que tienen esta vida de paz y de unidad, de modo que son testimonio de que Cristo vive entre nosotros. Y aunque no tengamos esta unidad tan plena, el hecho de que en medio esté el amor a Cristo y entre nosotros significa ser testigos del Señor.

Jesús viene en aquella tarde noche a consolar a sus discípulos. Y como Jesús es bueno y es el Señor, en su visita les da unos grandes dones. Lo primero la paz, pues la necesitan. Estaban llenos de miedo, pues los que habían condenados a Jesús, podían ahora ir a por ellos. Jesús era, según los profetas, el “príncipe de la paz”. Siempre la paz era un signo de su presencia, desde que nació en Belén.

Y juntamente con la paz les dio la alegría. Es lo propio de estos días de resurrección. La paz y la alegría son dos frutos del Espíritu Santo. Por eso a continuación “sopló sobre ellos”. Es un signo simbólico de dar algo importante, de dar vida. Se parece a lo que se dice de la creación, dando el soplo de la vida. Así pues, les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”. Quizá más propio sería decir: “Recibid Espíritu Santo”. De una manera solemne recibirían el Espíritu Santo el día de Pentecostés. Ahora lo recibían según la capacidad que tenían, con las imperfecciones de este momento.

Y como siempre tendremos imperfecciones y pecados, necesitaremos el perdón de Dios. Para que sea fácil poder recibir el perdón de Dios, Jesús les da a los apóstoles el poder de perdonar pecados. Este es un poder maravilloso que sigue teniendo la Iglesia y que administra por medio de los sacerdotes. Todos tenemos que dar muchas gracias a Jesús por este don y tenemos que aprovecharnos de él para obtener el perdón.

Pero Tomás no estaba entonces. Quizá vendría a los pocos días. Quien no se une a su comunidad se pierde muchas gracias de Dios. Quizá por mezcla de orgullo y por  amor mal entendido hacia Jesús, se puso terco y no quiso creer. Sus palabras: “Si no veo la señal de los clavos, etc..” demuestran que estaba encerrado en la idea de un Cristo pasado y no en el de Jesús resucitado, que da vida. Hasta que vino Jesús, el domingo siguiente, y con mucho cariño le mostró la señal de los clavos en sus manos y  la herida del costado. No hizo falta tocar, porque ante la vista de Jesús se acrecentó su fe en Jesús, no sólo como hombre resucitado, sino como Dios. Y con mucho amor pronunció la declaración más hermosa del evangelio: “Señor mío y Dios mío”. Era un acto de fe, de adoración y de entrega sin límites.

Jesús se lo agradece, pero dice algo grandioso para nosotros: “Dichosos los que tienen fe sin haber visto”. Podemos decir que las dudas de Santo Tomás sirven para confirmar nuestra fe. Y como dice la 2ª lectura, que es de la 1ª carta de san Juan, si creemos de verdad en Cristo resucitado, con una fe que debe ir unida al amor de Dios y de los hermanos, habremos vencido al “mundo”, como símbolo del mal.

P. Silverio Velasco (España)


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Pensamientos sanadores


Hoy pídele a Dios la virtud de la pureza

Dios, antes de nacer, preparó el corazón de quien ha sido una pequeña y una gran mujer: la Virgen María.
Así como en un gran tesoro hay joyas que asombran por su belleza unas más que otras, en ella se destacan, entre todas sus virtudes, la humildad y la pureza.
Ambas virtudes están intrínsecamente unidas, ya que una alimenta a la otra.
Si tú notas que la lucha para ser fiel al don de la pureza es algo que te cuesta mucho, entonces pídele a la Virgen María que te ayude, concediéndote la gracia de las virtudes que en ella han sobreabundado.
Para crecer en la verdadera pureza, es necesario dejar de racionalizar y justificar los pecados de la carne.
No justificar lo que no puede ser justificado, pero tampoco vivir con culpabilidad y angustia las propias debilidades, si en verdad se recorre el camino de la vida cristiana buscando la auténtica superación que procede del Espíritu.

Todo es puro para los puros. En cambio, para los que están contaminados y para los incrédulos, nada es puro. Su espíritu y su conciencia están manchados. Tito 1, 15.


Nunca nos olvidemos de agradecer


Alguna vez leí que en el cielo hay dos oficinas diferentes para tratar lo relativo a las oraciones de las personas en la tierra:
Una es para receptar pedidos de diversas gracias, y allí los muchos ángeles que atienden trabajan intensamente y sin descanso por la cantidad de peticiones que llegan en todo momento.
La otra oficina es para recibir los agradecimientos por las gracias concedidas y en ella hay un par de ángeles aburridos porque prácticamente no les llega ningún mensaje de los hombres desde la tierra para dar gracias...
Desde esta sección de "Pequeñas Semillitas" pretendemos juntar una vez por semana los mensajes para la segunda oficina: agradecimientos por favores y gracias concedidas como respuesta a nuestros pedidos de oración.

Desde la ciudad de Buenos Aires, Dolores E. nos escribe para agradecer profundamente a Dios y la Santísima Virgen María, por el nacimiento de Camila el día 5 de abril, en la clínica Suizo-Argentina para alegría de Marisa y Roberto, sus papis, y todos sus familiares y amigos.

Desde México nos escribe Milagros M. para agradecer las oraciones por Eduardo M. que estaba sufriendo mucho por su enfermedad y al que Dios lo llamó a su lado en los días de la Semana Santa poniendo fin a sus padecer en la tierra y abriéndole las puertas del cielo.

Desde Ontario, Canadá, Elena agradece a Dios porque el chequeo médico de su esposo Boris ha salido bien.

Desde San Lorenzo, provincia de Santa Fe, Argentina, nuestro lector y amigo Exequiel M. pide que elevemos un agradecimiento especial a Dios y a la Virgen de Itatí, por su familia (esposa Pamela e hijo Pablito) y por todas las gracias recibidas. Nos sumamos a la oración de acción de gracias.

Desde México nos escribe Martha Tagle para formular estos agradecimientos: gracias Señor por tu infinita bondad en concedernos salud de Laura H. que su trasplante de riñón fue un éxito y que no tuvo necesidad su hijo, gracias a Ti, de donar su riñón, a última hora surgió un riñón compatible y ya tenía año y medio esperándolo. Gracias porque Chabelina está bien y recuperándose en su casa en lo que cabe, por su edad. Demos gracias por el Profesor Ocaranza que ya está casi recuperado de su operación a corazón abierto. También gracias porque la familia Cid Marmolejo ya está esperando un bebé y tienen a su angelito María cuidándolos desde el cielo. Gracias Señor por esa bendición para la familia.


"Intimidad Divina"

II Domingo de Pascua

En el Evangelio de Juan, la narración de la aparición de Jesús a los Apóstoles reunidos en el cenáculo aparece enriquecida con datos de especial interés. El día de la Resurrección, por la tarde, Tomás estaba ausente y cuando vuelve rehusa creer que Jesús ha resucitado: “Si no lo veo… y meto mi dedo en el lugar delos clavos y mi mano en su costado, no creeré”. No sólo ver, sino hasta meter la mano en la hendidura de las heridas. Jesús lo toma por la palabra. “Pasados ocho días” vuelve y le dice: “Alarga acá tu dedo y mira mis manos y tiende tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino fiel”. El Señor tiene compasión de la obstinada incredulidad del apóstol y le ofrece con infinita bondad las pruebas exigidas por él con tanta arrogancia. Tomás se da por vencido y su incredulidad se disuelve en un gran acto de fe: “¡Señor mío y Dios mío!”.

“Porque me has visto has creído; dichosos los que sin ver creyeron” (Jn 20, 29) Jesús alaba así la fe de todos aquellos que habrían de creen en él sin el apoyo de experiencias sensibles. La alabanza de Jesús resuena en la voz de Pedro conmovido por la fe viva  de los primeros cristianos, que creían en Jesús como si lo hubieran conocido personalmente; “a quien amáis sin haberlo visto, en quien ahora creéis sin verle, y os regocijáis con un gozo inefable y glorioso” (1 P 1, 8). He aquí la bienaventuranza de la fe proclamada por el Señor, y que debe ser la bienaventuranza de los creyentes de todos los tiempos. Frente a las dificultades y a la fatiga de creer, es necesario recordar las palabras de Jesús para hallar en ellas el sostén de una fe descarnada y desnuda, pero segura por estar fundada sobre la palabra de Dios.

La fe en Cristo era la fuerza que tenía reunidos a los primitivos creyentes en una cohesión perfecta de sentimientos y de vida. Esta era la característica fundamental de la primera comunidad cristiana nacida del “vigor” con que “los Apóstoles atestiguaban la resurrección del Señor Jesús” (Hc 4, 33) y del correspondiente vigor de la fe de cada uno de los creyentes. Fe tan fuerte que los llevaba a renunciar espontáneamente a los propios bienes para ponerlos a disposición de los más necesitados, considerados verdaderos hermanos en Cristo. Es necesario volver a templar la propia fe con el ejemplo de la Iglesia primitiva, hay que implorar de Dios una fe profunda, ya que en el vigor de la fe está la victoria del cristiano. “Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Y quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1 Jn 5, 4-5).

¡Oh Señor Jesucristo!, no te hemos visto en la carne con los ojos del cuerpo, y sin embargo sabemos, creemos y profesamos que tú eres verdaderamente Dios. ¡Oh Señor!, que esta nuestra profesión de fe nos conduzca a la gloria, que esta fe nos salve de la segunda muerte, que esta esperanza nos conforte cuando lloremos en medio de tantas tribulaciones, y nos lleve a los gozos eternos. Y tras la prueba de esta vida, cuando hayamos llegado a la meta de la vocación celestial y visto tu cuerpo glorificado por Dios… también nuestros cuerpos recibirán la gloria de ti, ¡oh Cristo!, nuestra Cabeza. (Liturgia mozárabe)

P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
 
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
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