domingo, 14 de octubre de 2012

Pequeñas Semillitas 1842


PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 7 - Número 1842 ~ Domingo 14 de Octubre de 2012
- AÑO DE LA FE -
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
Mes del Rosario y de las Misiones
   

Alabado sea Jesucristo…
Hay algo muy claro en el Evangelio de Jesús. La vida no se nos ha dado para hacer dinero, para tener éxito o para lograr un bienestar personal, sino para hacernos hermanos. Si pudiéramos ver el proyecto de Dios con la transparencia con que lo ve Jesús y comprender con una sola mirada el fondo último de la existencia, nos daríamos cuenta de que lo único importante es crear fraternidad.
El amor fraterno que nos lleva a compartir lo nuestro con los necesitados es “la única fuerza de crecimiento”, lo único que hace avanzar decisivamente a la humanidad hacia su salvación.
La crisis económica nos está invitando a los seguidores de Jesús a dar pasos hacia una vida más sobria, para compartir con los necesitados lo que tenemos y sencillamente no necesitamos para vivir con dignidad. Hemos de hacernos preguntas muy concretas si queremos seguir a Jesús en estos momentos.
Lo primero es revisar nuestra relación con el dinero: ¿Qué hacer con nuestro dinero? ¿Para qué ahorrar? ¿En qué invertir? ¿Con quiénes compartir lo que no necesitamos? Luego revisar nuestro consumo para hacerlo más responsable y menos compulsivo y superfluo: ¿Qué compramos? ¿Dónde compramos? ¿Para qué compramos? ¿A quiénes podemos ayudar a comprar lo que necesitan?
Son preguntas que nos hemos de hacer en el fondo de nuestra conciencia y también en nuestras familias, comunidades cristianas e instituciones de Iglesia. No haremos gestos heroicos, pero si damos pequeños pasos en esta dirección, conoceremos la alegría de seguir a Jesús contribuyendo a hacer la crisis de algunos un poco más humana y llevadera. Si no es así, nos sentiremos buenos cristianos, pero a nuestra religión le faltará alegría.
José Antonio Pagola


La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy


En aquel tiempo, cuando Jesús se ponía en camino, uno corrió a su encuentro y arrodillándose ante Él, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?». Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes falso testimonio, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre». Él, entonces, le dijo: «Maestro, todo eso lo he guardado desde mi juventud». Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: «Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme».
Pero él, abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes. Jesús, mirando a su alrededor, dice a sus discípulos: «¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios!». Los discípulos quedaron sorprendidos al oírle estas palabras. Mas Jesús, tomando de nuevo la palabra, les dijo: «¡Hijos, qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja que un rico entre en el Reino de Dios». Pero ellos se asombraban aún más y se decían unos a otros: «Y ¿quién se podrá salvar?». Jesús, mirándolos fijamente, dice: «Para los hombres, imposible; pero no para Dios, porque todo es posible para Dios». Pedro se puso a decirle: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». Jesús dijo: «Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna».
(Mc 10,17-30)

Comentario
Hoy vemos cómo Jesús —que nos ama— quiere que todos entremos en el Reino de los cielos. De ahí esta advertencia tan severa a los “ricos”. También ellos están llamados a entrar en él. Pero sí que tienen una situación más difícil para abrirse a Dios. Las riquezas les pueden hacer creer que lo tienen todo; tienen la tentación de poner la propia seguridad y confianza en sus posibilidades y riquezas, sin darse cuenta de que la confianza y la seguridad hay que ponerlas en Dios. Pero no solamente de palabra: qué fácil es decir «Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío», pero qué difícil se hace decirlo con la vida. Si somos ricos, cuando digamos de corazón esta jaculatoria, trataremos de hacer de nuestras riquezas un bien para los demás, nos sentiremos administradores de unos bienes que Dios nos ha dado.
Acostumbro a ir a Venezuela a una misión, y allí realmente —en su pobreza, al no tener muchas seguridades humanas— las personas se dan cuenta de que la vida cuelga de un hilo, que su existencia es frágil. Esta situación les facilita ver que es Dios quien les da consistencia, que sus vidas están en las manos de Dios. En cambio, aquí —en nuestro mundo consumista— tenemos tantas cosas que podemos caer en la tentación de creer que nos otorgan seguridad, que nos sostiene una gran cuerda. Pero, en realidad —igual que los “pobres”—, estamos colgando de un hilo. Decía la Madre Teresa: «Dios no puede llenar lo que está lleno de otras cosas». Tenemos el peligro de tener a Dios como un elemento más en nuestra vida, un libro más en la biblioteca; importante, sí, pero un libro más. Y, por tanto, no considerarlo en verdad como nuestro Salvador.
Pero tanto los ricos como los pobres, nadie se puede salvar por sí mismo: «¿Quién se podrá salvar?» (Mc 10,26), exclamarán los discípulos. «Para los hombres, imposible; pero no para Dios, porque todo es posible para Dios» (Mc 10,27), responderá Jesús. Confiémonos todos y del todo a Jesús, y que esta confianza se manifieste en nuestras vidas.
Rev. D. Xavier SERRA i Permanyer (Sabadell, Barcelona, España)


Santoral Católico:
San Calixto I
Papa


Las catacumbas son una meta obligatoria para los peregrinos y turistas que van a Roma. Particularmente célebres y frecuentadas son las de San Calixto, que el Papa Juan XXIII definió “las más importantes y las más célebres de Roma”. Quedan cerca de las también famosas catacumbas de San Sebastián y de Santa Domitila. Comprenden un área de 400 metros por 300, con cuatro pisos sobrepuestos; se ha calculado que tienen no menos de 20 kilómetros de corredores.

Esta obra colosal recuerda para siempre a San Calixto, porque fue él quien se preocupó por su realización, primero como diácono del Papa Ceferino y después como Papa. Pero este lugar no es precioso sólo por sus dimensiones, sino por el gran número y la importancia de los mártires que fueron “depositados” allí: particularmente célebres son las criptas de Santa Cecilia y la contigua de los Papas Ponciano, Antero, Fabián, etc. Por eso, puede parecer raro que falte precisamente la de San Calixto que fue quien hizo construir esa cripta.

La tumba de San Calixto se encuentra en el corazón de la antigua y genuina Roma: en la basílica de Santa María en Trastevere, que fue construida por el Papa Julio a mediados del siglo IV, intitulada también a San Calixto.

Calixto nació en Trastevere en la segunda mitad del siglo II, y su padre era un tal Domicio. Era de humilde condición, pero muy apreciado por el correligionario o Carpóforo, que le confió la administración de sus bienes. Pero algo no marchó bien, pues poco después el pobre Calixto fue condenado a hacerle dar vueltas a una rueda de molino para pagar al patrón y a la comunidad cristiana los perjuicios ocasionados. Poco tiempo después Calixto tuvo que soportar otra dura condena, la flagelación y la deportación a Cerdeña, por las acusaciones de los judíos.

La comunidad cristiana lo rescató, incluso con la intervención de Marcia, la concubina de Commodo, y entonces Calixto colaboró con el Papa Víctor y con Ceferino, a quien sucedió como Papa en el 217.

Su elección provocó el cisma de Hipólito, que reprochaba a Calixto su origen servil y sobre todo su flexibilidad con los pecadores. San Calixto tuvo también que luchar contra la herejía sabeliana. Murió “mártir”, no a mano de la autoridad imperial como asegura el Martirologio Romano, sino durante una sublevación popular.

Fuente: Catholic.net


Palabras del Beato Juan Pablo II

“La fe en Él consiste en el continuo abrirse del hombre, el continuo entrar de Dios en el mundo de los hombres, es el moverse del hombre hacia Dios, un Dios que lleva a los hombres unos hacia otros. Pidamos a María el don de una fe fuerte que hace límpido el horizonte de nuestra existencia y transparentes la mente, el espíritu y el corazón”

Beato Juan Pablo II


Tema del día:
Ven y sígueme


Iba Jesús caminando entre sus discípulos y otras gentes, cuando viene uno que se arrodilla y, teniendo en gran estima a Jesús, le llama: “Maestro bueno”. Es un joven bueno, no un pecador, y le pregunta sobre algo esencial en nuestra vida: “¿Qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?” Es una gran pregunta que todos debemos hacer, porque es lo que más nos interesa. Jesús le responde diciendo que debe cumplir los mandamientos. Y le cita unos cuantos. Aquel joven, como dije, es bueno y los ha cumplido todos. Alguno de nosotros le diríamos: Qué bien, sigue así. O quizá alguno le induciría a la soberbia alabándole y comparándole con tantos jóvenes viciosos.

Pero Jesús quiere más. Y quiere más de él precisamente porque le ama. A veces tenemos miedo de que Dios nos pida algo. Y quizá no nos atrevemos a dar lo que nos pide, porque nos va a pedir más. Esto es cierto, pero si nos pide más es porque nos va a dar más. Y lo que nos pide es para nuestra felicidad. Eso no es fácil entenderlo, sobre todo si se está apegado a las cosas materiales. El hecho es que Jesús le miró con amor y le dijo: “Vete, vende cuanto tienes y dalo a los pobres... Después ven y sígueme”. Aquel joven se puso triste y se marchó, porque tenía mucha hacienda.

A veces, cuando leemos este evangelio, nos quedamos tan tranquilos porque creemos que, por las palabras duras que pronuncia luego Jesús contra los que tienen riquezas, va contra los muy ricos y pecadores; pero que no nos atañen a nosotros. Antes ya he dicho que Jesús no se está dirigiendo a ningún pecador, sino a quien cumple todos los mandamientos. Así Jesús se está dirigiendo a quien va a misa todos los domingos, que no hace ningún mal a nadie, que está casado normal y amando a su esposa (o), que no hace trampas en los negocios, no habla mal de otros y cuida a sus padres. ¿Entonces? Pues que Jesús quiere más: que no estemos atados a las riquezas.

Hay varias clases de riquezas, a las cuales estamos atados. Pueden ser varios negocios, que impiden tener tiempo, no sólo de ir a misa, sino de reuniones para la caridad o para grupos de apostolado. Pueden ser amigos o amigas que nos hacen gastar mucho dinero que podría ser para los pobres u obras de apostolado. Pueden ser las ataduras a juegos, diversiones, que nos impiden tener suficiente paz en la familia.

Jesús hoy dice que las riquezas impiden entrar en el Reino de los cielos. No son las riquezas como tales, ya que ha habido santos ricos y reyes; pero es muy difícil. Tan difícil como lo del camello pasando por el ojo de una aguja. Es una de aquellas frases populares, que Jesús usaba, para expresar mucha dificultad. No es lo mismo tener veneno que envenenarse; pero si no nos queremos envenenar procuraremos no tenerlo constantemente a nuestro alcance. Lo que Jesús pide es que, si queremos seguirle más de cerca, debemos tener el corazón libre de ataduras mundanas. Esto es porque hay pobres, gente sin dinero, que están muy atados a los bienes materiales: en lo poco que tienen y sobre todo en cuanto el deseo. El hecho es que por el dinero vienen muchos males, como la mayoría de las guerras, odios e infidelidades.

Así que estas expresiones son para todos. El mismo san Pedro se espantó y se sintió aludido y por eso exclamó que lo habían dejado todo. Todavía pensaba en una recompensa material que les diera Jesús. Y ciertamente nos dice que habrá una recompensa muy grande para aquel que quiera tener el corazón libre pensando en seguir al Señor. Esa recompensa muchas veces se verá en esta misma vida por la alegría que da el seguir al Señor. La historia nos dice que las riquezas endurecen el corazón y muchas veces sienten la tristeza, como le pasó a aquel joven, como más trágicamente le pasó a Judas Iscariote. Jesús no nos propone un programa social, sino una actitud de libertad en el corazón. A veces se pueden tener unos bienes, como les pasaba a los mismos apóstoles, o a Jesús, cuando era invitado a una casa de ricos; pero esos bienes deben servirnos para amar más a Dios y hacer el bien a los demás.

P. Silverio Velasco (España)


Nuevo video

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Pensamientos sanadores


Dios llena tus vacíos

La sensación de vacío es una de las experiencias más dolorosas por la que puede pasar la persona, pues no es consciente de aquello que está necesitando, no comprende la necesidad de recibir amor, por lo que tampoco puede darlo.
Algunas de estas personas son como vampiros emocionales, quienes absorben toda la fuerza emocional y la paz de quienes las rodean, pero no retienen nada para sí mismas y tampoco dan nada a cambio.
Esa sensación de vacío puede tener varios orígenes, puede ser incluso de índole espiritual. Sin embargo, lo más importante es que Dios puede restaurar las grietas por las cuales se pierde todo lo recibido y colmar profundamente a esas personas, a fin de que el vaso del propio espíritu se vaya colmando de su vida nueva que procede del Espíritu de Dios.

Jesús le respondió (a la Samaritana): “El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que bebe del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la vida eterna” Juan 4, 13-14


Nunca nos olvidemos de agradecer


Alguna vez leí que en el cielo hay dos oficinas diferentes para tratar lo relativo a las oraciones de las personas en la tierra:
Una es para receptar pedidos de diversas gracias, y allí los muchos ángeles que atienden trabajan intensamente y sin descanso por la cantidad de peticiones que llegan en todo momento.
La otra oficina es para recibir los agradecimientos por las gracias concedidas y en ella hay un par de ángeles aburridos porque prácticamente no les llega ningún mensaje de los hombres desde la tierra para dar gracias...
Desde esta sección de "Pequeñas Semillitas" pretendemos juntar una vez por semana (los domingos) todos los mensajes para la segunda oficina: agradecimientos por favores y gracias concedidas como respuesta a nuestros pedidos de oración.

Exequiel, de San Lorenzo, Santa Fe, Argentina, agradece las oraciones hechas por el alma de su hermano Cristian, que hace 15 meses partió al cielo cuando todavía era muy joven. También agradece las oraciones por toda su familia, en especial las hechas por su hijito Pablo, que cumple once meses y crece sano y bendecido por Jesús.

Nuestra lectora Araceli escribe para agradecer a Dios y a las personas que hace unas semanas rezaron por la salud de su nieta Vanesa, de 24 años, residente en Florida, USA, que ya se ha recuperado plenamente y ha vuelto a sus actividades habituales.

Recibimos un hermoso mensaje de Patricia, de Villa Ballester, Buenos Aires, Argentina, que dice: "Simplemente quiero agradecer a Dios todos los días por poder abrir mis ojos, poder ver desde mi corazón las necesidades de mis hijos, de mi madre, de quien necesite de mi una palabra, una ayuda, una oración, un abrazo. Esa es la pequeña gran misión que Jesús nos enseña cada día si sabemos ver. AMAR, simplemente. El ser humano necesita aprender todos los días, es como el alimento que ingerimos para crecer. Yo me alimento al leer las Sagradas Escrituras. Rezo para que las enseñanzas que trasmites en tu pagina, además de las del Libro Sagrado sean nutrientes que cada día fortalezcan mi espíritu, motor de todo mi ser".

Otro lector amigo de esta página nos escribe y dice: "Yo, José Arámbula Martínez, de México D.F. doy gracias infinitas al Señor de la Misericordia porque me libró de morir por una pancreatitis aguda severa el pasado 11 de julio de la que estoy totalmente sanado. Agradezco a toda la comunidad de Pequeñas Semillitas  por sus oraciones". Demos gracias a Dios...


"Intimidad Divina"

Domingo XXVIII del  Tiempo Ordinario

Los textos eucarísticos de hoy giran en torno al valor de la sabiduría en oposición a la riqueza como inmensamente preferible a ella. La primera lectura (Sb 7, 7-11) reproduce el elogia de la sabiduría puesto en boca de Salomón, que la pide a Dios sobre todo otro bien. La riqueza es un valor puramente terreno, y por tanto, caduco; la sabiduría, en cambio, posee un “resplandor que no tiene ocaso” que permanece eternamente. Es claro que no se trata de la sabiduría humana, sino de la que procede de Dios, irradiación de su sabiduría infinita. La sabiduría divina se comunica a los hombres por medio de la palabra de Dios que es su vehículo seguro y cuyas prerrogativas presenta la segunda lectura (Hb 4, 12-13). “La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu…” Es imposible permanecer indiferentes ante la palabra de Dios; ella fuerza al hombre a declararse en pro o en contra y, por ende, a revelarse tal cual es en su interior.

El Evangelio (Mc 10, 17-30) da un paso adelante y presenta la encarnación de la sabiduría, primero en Jesús, Sabiduría del Padre, y luego en sus enseñanzas. Un joven que asegura haber guardado los mandamientos y, por lo tanto, haber vivido sabiamente según la palabra de Dios “desde pequeño” (ib 20), se presenta al Maestro deseoso de hacer más aún. “Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: Una cosa te falta; anda, vende todo lo que tienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo– y luego sígueme” (ib 21). Jesús le propone la sabiduría suprema: renunciar a todos los bienes terrenos para seguirle a él, Sabiduría infinita. No es una obligación sino una invitación concreta a “estimar en nada la riqueza” en comparación con los bienes eternos y del seguimiento de Cristo. La palabra del Señor penetra en el corazón del joven y lo aboca a una crisis, más, por desgracia el joven nos se pronuncia afirmativamente… y Jesús dice “¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!” (ib 23).

Aquí como en otros pasajes del Evangelio, aparece la riqueza como un obstáculo casi insuperable para la salvación. No porque sea en sí misma mala, sino porque el hombre es demasiado proclive a atarse a ella hasta el punto de preferirla a Dios. “Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios” (ib 2, 5). Los discípulos se quedan extrañados; la frase del Maestro parece exagerada, sin embargo, él no la retira. Procura, con todo, infundir confianza. Si para todo hombre, no sólo para los ricos, es difícil salvarse, “Dios lo puede hacer todo” (ib 27), Dios no niega esa gracia a quien la pide con humilde confianza y recurre al auxilio divino para vencer los obstáculos que se le atraviesan. Dichosos los Apóstoles, pues, teniendo poco, no han vacilado en dejarlo todo: casa, redes o tierras, padre y madre, hermanos y hermanas, por Cristo y por el Evangelio.

Supliqué y se me concedió la prudencia, invoqué y vino a mí un espíritu de sabiduría. La preferí a los cetros y a los tronos, y en su comparación tuve en nada la riqueza. No le equiparé la piedra más preciosa, porque todo el oro a su lado es un poco de arena y junto a ella la plata vale lo que el barro. La preferí a la salud y a la belleza, me propuse tenerla por luz, porque su resplandor no tiene ocaso. Todos los bienes juntos me vinieron con ella, había en sus manos riquezas incontables. Porque es para los hombres un tesoro inagotable y los que la adquieren se granjean la amistad de Dios. (Sabiduría, 7, 7-11. 14)

P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
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