PEQUEÑAS SEMILLITAS
Año 10 - Número 2606 ~ Jueves
19 de Febrero de 2015
Desde la ciudad de Córdoba
(Argentina)
Alabado sea
Jesucristo…
Confieso al mundo que hoy no me derrotará la vida, hoy
seré aliado de ella. Me aferraré a la ilusión de vivir mis sueños, no que mis
sueños vivan de mí y me consuman. Con fuerza renaceré, olvidaré y no dejaré que
mi mente rumee el pasado, y me dedicaré a vivir el presente. Tengo ganas de
demostrar que la vida merece la pena, de luchar por mí y afirmar a los demás que
estoy vivo.
Soy una persona única, especial y agradecida por ser
quien soy, por ser quien seré y por ser quien no seré. Soñaré alto por mis
sueños y me esforzaré por conseguirlos y en el camino viviré, en el camino
lucharé, no me detendré porque en la vida no hay problemas, sino solo
obstáculos que puedo convertir en oportunidades y encontraré enseñanza en ello.
Por esto y más, me entrenaré como atleta y saltaré y
después habre ganado la copa más importante, la copa de la vida.
¡Buenos días!
Hubo un momento…
La esperanza no
muere nunca. La ilusión acaba en desilusión. Pero la esperanza es una fuerza
estable, serena e inmortal que, cuando todo está en el suelo, ella siempre
responde: no importa, comencemos otra vez, mañana será mejor, ¡Arriba, vamos
adelante! (Ignacio Larrañaga).
Hubo un momento en el que creías que la
tristeza sería eterna, pero volviste a sorprenderte a ti mismo riendo sin
parar. Hubo un momento en el que la amistad parecía no existir. Y conociste a
ese amigo que te hizo reír y llorar en los mejores y peores días de tu vida.
Hubo un momento en el que una pelea prometía ser eterna. Y sin dejarte ni
siquiera entristecerte terminó en un abrazo. Así como hubo momentos en que la
vida cambió en un instante, nunca olvides que aún habrá momentos en que lo
imposible se tornará maravillosa realidad. Nunca dejes de esperar, porque
esperar es el principio de alcanzar lo que se anhela.
La esperanza
busca lo bueno en la gente, en lugar de subrayar lo malo. La esperanza descubre
lo que se puede hacer, en lugar de protestar por lo que no se puede. La
esperanza obtiene su poder de una profunda confianza en Dios y en la bondad
innata de la humanidad. La esperanza considera los problemas, sean grandes o
pequeños, como oportunidades.
Enviado por el P. Natalio
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «El Hijo
del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos
sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día». Decía a
todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz
cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien
pierda su vida por mí, ése la salvará. Pues, ¿de qué le sirve al hombre haber
ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina?». (Lc 9,22-25)
Comentario
Hoy es el primer jueves de Cuaresma. Todavía tenemos
fresca la ceniza que la Iglesia nos ponía ayer sobre la frente, y que nos
introducía en este tiempo santo, que es un trayecto de cuarenta días. Jesús, en
el Evangelio, nos enseña dos rutas: el Via Crucis que Él ha de recorrer, y
nuestro camino en su seguimiento.
Su senda es el Camino de la Cruz y de la muerte, pero
también el de su glorificación: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser
reprobado (...), ser matado y resucitar al tercer día» (Lc 9,22). Nuestro
sendero, esencialmente, no es diferente del de Jesús, y nos señala cuál es la
manera de seguirlo: «Si alguno quiere venir en pos de mí...» (Lc 9,23).
Abrazado a su Cruz, Jesús seguía la Voluntad del Padre;
nosotros, cargándonos la nuestra sobre los hombros, le acompañamos en su Via
Crucis.
El camino de Jesús se resume en tres palabras:
sufrimiento, muerte, resurrección. Nuestro sendero también lo constituyen tres
aspectos (dos actitudes y la esencia de la vocación cristiana): negarnos a
nosotros mismos, tomar cada día la cruz y acompañar a Jesús.
Si alguien no se niega a sí mismo y no toma la cruz,
quiere afirmarse y ser él mismo, quiere «salvar su vida», como dice Jesús.
Pero, queriendo salvarla, la perderá. En cambio, quien no se esfuerza por
evitar el sufrimiento y la cruz, por causa de Jesús, salvará su vida. Es la
paradoja del seguimiento de Jesús: «¿De qué le sirve al hombre haber ganado el
mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina?» (Lc 9,25).
Esta palabra del Señor, que cierra el Evangelio de hoy,
zarandeó el corazón de san Ignacio y provocó su conversión: «¿Qué pasaría si yo
hiciera eso que hizo san Francisco y eso que hizo santo Domingo?». ¡Ojalá que
en esta Cuaresma la misma palabra nos ayude también a convertirnos!
Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM (Barcelona, España)
Cada día de Cuaresma
Día 2: La Cruz de cada día
En el Evangelio de la Misa, Cristo nos habla: Si alguno quiere venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame (Lucas 9, 23). El
Señor se dirige a todos y habla de la Cruz de cada día. Son palabras dichas a
todos los hombres que quieren seguirle, pues no existe un Cristianismo sin
Cruz, para cristianos flojos y blandos, sin sentido del sacrificio. Uno de los
síntomas más claros de que la tibieza ha entrado en el alma es precisamente el
abandono de la Cruz. Por otra parte, huir de la cruz es alejarse de la santidad
y de la alegría; porque uno de sus frutos es precisamente la capacidad de
relacionarse con Dios y con los demás, y también una profunda paz, aun en medio
de la tribulación y de dificultades externas. No olvidemos pues, que la
mortificación está muy relacionada con la alegría, y que cuando el corazón se
purifica se torna más humilde para tratar a Dios y a los demás.
La Cruz del Señor, con la que hemos de cargar cada día,
no es ciertamente la que producen nuestros egoísmos, envidias o pereza. Esto no
es del Señor, no santifica. En alguna ocasión encontraremos la Cruz en una gran
dificultad, en una enfermedad grave y dolorosa, en un desastre económico, en la
muerte de un ser querido. Sin embargo, lo normal será que encontremos la cruz
de cada día en pequeñas contrariedades en el trabajo, en la convivencia; en un
imprevisto que no contábamos, planes que debemos cambiar, instrumentos de
trabajo que se estropean, molestias por el frío o calor, o el carácter difícil
de una persona con la que convivimos. Hemos de recibir estas contrariedades con
ánimo grande, ofreciéndolas al Señor con espíritu de reparación, sin quejarnos:
nos ayudará a mejorar en la virtud de la paciencia, en caridad, en comprensión:
es decir, en santidad. Además experimentaremos una profunda paz y gozo.
Además de aceptar la cruz que sale a nuestro encuentro,
muchas veces sin esperarla, debemos buscar otras pequeñas mortificaciones para
mantener vivo el espíritu de penitencia que nos pide el Señor. Unas nos facilitarán
el trabajo, otras nos ayudarán a vivir la caridad. No es preciso que sean cosas
más grandes, sino que se adquiera el hábito de hacerlas con constancia y por
amor de Dios. Digámosle a Jesús que estamos dispuestos a seguirle cargando con
la Cruz, hoy y todos los días.
Pbro. Francisco Fernández Carvajal
Santoral Católico:
San Conrado de Piacenza
Confalonieri
Eremita Franciscano
Nació en Piacenza (Italia) hacia el año 1290, de familia
noble. Fue amante de la vida mundana y de la caza. En una cacería ordenó a sus
criados que prendieran fuego al matorral donde se habían escondido unas piezas.
El fuego se extendió y arrasó campos y casas. Conrado volvió a la ciudad sin
que nadie lo viera. Acusado del incendio un hombre pobre, fue condenado a
muerte. Esto hizo reflexionar a Conrado, que se declaró culpable y tuvo que
satisfacer con sus bienes los daños causados. Él y su mujer quedaron en la
miseria, pero vieron en ello la mano de Dios y decidieron consagrarse al Señor.
Ella entró en las clarisas y él optó por la vida de ermitaño. Vistió el hábito
de la Tercera Orden de San Francisco. Peregrinó por Roma y Malta, llegó a
Sicilia y se estableció en Noto. Atendió a los enfermos del Hospital hasta que,
para huir de sus devotos, se retiró en un eremitorio cercano. Allí murió el 19
de febrero de 1351.
Oración: Oh Señor, justo y bueno, que llamaste a la
vida de retiro y penitencia a san Conrado, movido por el sentido de la
justicia, te pedimos, por su intercesión, valorar en su justa medida las cosas
de este mundo, y anhelar las del cielo. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
© Directorio Franciscano
Palabras del Papa Francisco
“Los cristianos van al encuentro de los pobres y débiles
no para obedecer un programa ideológico, sino porque la palabra y el ejemplo
del Señor nos dice que todos somos hermanos… Tener a un hermano, una hermana
que te quiere es una experiencia fuerte, impagable, insustituible”
Tema del día:
Decálogo de Cuaresma
¿Sabes qué es la Cuaresma? Un tiempo propicio para encontrar la paz del
corazón, para retomar el camino de Dios, que es un camino de amor, armonía y
paz. Paz que nace del saber que somos amados y perdonados por Dios y del saber
que correspondemos a ese amor.
La Cuaresma es una oportunidad para «volver a ser»
cristianos, a través de un proceso constante de cambio interior y de avance en
el conocimiento y en el amor de Cristo.
La conversión no tiene lugar nunca una vez para siempre,
sino que es un proceso, un camino interior de toda nuestra vida. Ciertamente
este itinerario de conversión evangélica no puede limitarse a un período
particular del año: es un camino de todos los días, que tiene que abarcar toda
la existencia, cada día de nuestra vida.
San Agustín dijo en una ocasión que nuestra vida es un
ejercicio único del deseo de acercarnos a Dios, de ser capaces de dejar entrar
a Dios en nuestro ser. «Toda la vida del cristiano fervoroso -dice- es un santo
deseo».
Si esto es así, en Cuaresma se nos invita aún más a
«arrancar de nuestros deseos las raíces de la vanidad» para educar el corazón
en el deseo, es decir, en el amor de Dios. Dios -dice San Agustín- es todo lo
que deseamos» (Cf. «Tract. in Iohn.», 4).
Y esperamos que realmente comencemos a desear a Dios, y
de este modo desear la verdadera vida, el amor mismo y la verdad (Benedicto
XVI, 27 de febrero de 2007).
1. Amarás a Dios. Le amarás sin retóricas, como a tu
padre, como a tu amigo. No tengas nunca una fe que no se traduzca en amor.
Recuerda siempre que tu Dios no es una energía, un abstracto, la conclusión de
un silogismo, sino Alguien que te ama y a quien tienes que amar... Y, al mismo
tiempo que amas a Dios, huye de esos ídolos que nunca te amarán pero podrían
dominarte: el poder, el confort, el dinero, el sentimentalismo, la violencia.
2. No usarás en vano las palabras: Dios, familia, amor.
No las uses jamás contra nadie, jamás para sacar jugo de ellas, jamás para tu
propia conveniencia.
3. Piensa siempre que el domingo está muy bien inventado,
que tú no eres un animal de carga creado para sudar y morir. Impón a ese
desgastante exceso de trabajo, que te acosa y te asedia, algunas pausas de
silencio para encontrarte con la soledad, con la música, con la naturaleza, con
tu propia alma, con Dios en definitiva.
4. Recuerda siempre que lo mejor de ti lo heredaste de tu
padre y de tu madre.
5. No olvides que naciste carnívoro y agresivo y que,
aunque algún filósofo dijo que el "hombre era Lobo para el hombre”,
nosotros cristianos no lo somos, aunque te es más fácil matar que amar. Vive
despierto para no hacer daño a nadie, demostremos que tenemos razón, libertad y
voluntad para respetar a todos.
6. No temas ni la amistad, ni el amor. Pero no caigas
nunca en esa gran trampa de creer que el amor es recolectar placer para ti
mismo, cuando es transmitir alegría a los demás.
7. No robarás a nadie su derecho a ser libre. Recuerda
que te dieron el alma para repartirla y que roba todo aquel que no la reparte,
lo mismo que se estancan y se pudren los ríos que no corren.
8. Recuerda que, de todas tus armas, la más peligrosa es
la lengua. Rinde culto a la verdad, pero no olvides nunca dos cosas: que jamás
acabarás de encontrarla completa y que en ningún caso debes imponerla a los
demás.
9. No desearás la mujer de tu prójimo, ni su casa, ni su
coche, ni su sueldo. No dejes nunca que tu corazón se convierta en un
cementerio de chatarra, en un cementerio de deseos innobles.
10. No codiciarás los bienes ajenos ni tampoco los
propios. Sólo de una cosa puedes ser avaro: de tu tiempo, de llenar la vida de
los años -pocos o muchos- que te fueron concedidos.
La Cuaresma avanza y todos, al inicio de estos 40 días,
comenzamos con buenos propósitos para ser mejores y al final sentirnos amados
por Dios y en su casa. Aún tenemos
este tiempo para decir al Señor, que SÍ QUEREMOS.
© P. Dennis Doren LC | Fuente: Catholic.net
Oración por la Patria
Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos.
Nos sentimos heridos y agobiados.
Precisamos tu alivio y fortaleza.
Queremos ser nación, una nación cuya identidad
sea la pasión por la verdad y el compromiso por el bien
común.
Danos la valentía de la libertad de los hijos de Dios
para amar a todos sin excluir a nadie,
privilegiando a los pobres y perdonando a los que nos
ofenden,
aborreciendo el odio y construyendo la paz.
Concédenos la sabiduría del diálogo
y la alegría de la esperanza que no defrauda.
Tú nos convocas. Aquí estamos, Señor,
cercanos a María, que desde Luján nos dice:
¡Argentina! ¡Canta y camina!
Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos.
Amén.
Unidos a María
Antes de morir en
la Cruz, Jesús dio a María como Madre de todos los hombres. A partir de ese
momento todos los hombres tenemos por Madre a la Virgen. Pero para ser dignos
hijos suyos tenemos que evitar el pecado, porque cuando pecamos es como que
volvemos a crucificar a Jesús, y a María le duele eso, porque es Madre nuestra
pero también lo es de Jesús. Entonces, abandonemos el pecado para ser hijos
gratos a la Virgen y para ganarnos su ayuda en todo momento. Pero si tenemos la
desgracia de ser pecadores, también invoquemos a María, que se apiada de las
miserias humanas y nos puede levantar a la vida de la gracia. Ella es la llave
que abre la puerta de los milagros del Señor, como bien lo demostró en las
bodas de Caná. Si tenemos a María, lo tenemos todo, porque Ella tiene a Dios y
nos lo comunica.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
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