viernes, 6 de septiembre de 2013

Pequeñas Semillitas 2137

PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 8 - Número 2137 ~ Viernes 6 de Setiembre de 2013
- AÑO DE LA FE -
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
Alabado sea Jesucristo…
Así como buscamos hacernos con una riqueza que nos permita vivir esta vida terrena, así también hay que buscar hacernos ricos a los ojos de Dios, utilizando y empleando todos los dones y gracias que Dios nos ha concedido, y también tenemos que emplear los mismos dones que obtenemos para ese mismo fin, es decir, para hacernos con un tesoro en el Cielo, donde no hay peligro de que lo roben los ladrones.
Dios quiere obtener frutos de los hombres, por eso no vale el dicho de quien dice: “Yo no hago nada malo”, y cree que con eso está a salvo y merecerá el Cielo. ¡No! Dios quiere que evitemos el mal, pero que hagamos positivamente el bien, porque con su ayuda podemos dar gloria a Dios, que si bien no aumentamos la gloria de Dios, debido a que ella es infinita y a Dios no le podemos agregar nada, sin embargo tenemos que dar frutos porque Dios nos ha creado para ello.
Cada cual a su medida debe saber emplear bien su fortuna material y espiritual con que Dios lo ha dotado, y trabajar incansablemente para presentarse al fin de sus días ante Dios, con las manos llenas de buenas obras. Entonces sí que el siervo fiel podrá oír esas bellísimas palabras del Señor: “Ven, siervo bueno y fiel, entra a participar del gozo de tu Señor”. Y esto será para siempre, por los siglos de los siglos; o como se suele decir: “mientras Dios sea Dios”.

La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
En aquel tiempo, los fariseos y los maestros de la Ley dijeron a Jesús: «Los discípulos de Juan ayunan frecuentemente y recitan oraciones, igual que los de los fariseos, pero los tuyos comen y beben». Jesús les dijo: «¿Podéis acaso hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán en aquellos días».
Les dijo también una parábola: «Nadie rompe un vestido nuevo para echar un remiendo a uno viejo; de otro modo, desgarraría el nuevo, y al viejo no le iría el remiendo del nuevo. Nadie echa tampoco vino nuevo en pellejos viejos; de otro modo, el vino nuevo reventaría los pellejos, el vino se derramaría, y los pellejos se echarían a perder; sino que el vino nuevo debe echarse en pellejos nuevos. Nadie, después de beber el vino añejo, quiere del nuevo porque dice: ‘El añejo es el bueno’».
(Lc 5,33-39)

Comentario
Hoy, en nuestra reflexión sobre el Evangelio, vemos la trampa que hacen los fariseos y los maestros de la Ley, cuando tergiversan una cuestión importante: sencillamente, ellos contraponen el ayunar y rezar de los discípulos de Juan y de los fariseos al comer y beber de los discípulos de Jesús.
Jesucristo nos dice que en la vida hay un tiempo para ayunar y rezar, y que hay un tiempo de comer y beber. Eso es: la misma persona que reza y ayuna es la que come y bebe. Lo vemos en la vida cotidiana: contemplamos la alegría sencilla de una familia, quizá de nuestra propia familia. Y vemos que, en otro momento, la tribulación visita aquella familia. Los sujetos son los mismos, pero cada cosa a su tiempo: «¿Podéis acaso hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Días vendrán...» (Lc 5,34).
Todo tiene su momento; bajo el cielo hay un tiempo para cada cosa: «Un tiempo de rasgar y un tiempo de coser» (Qo 3,7). Estas palabras dichas por un sabio del Antiguo Testamento, no precisamente de los más optimistas, casi coinciden con la sencilla parábola del vestido remendado. Y seguramente coinciden de alguna manera con nuestra propia experiencia. La equivocación es que en el tiempo de coser, rasguemos; y que durante el tiempo de rasgar, cosamos. Es entonces cuando nada sale bien.
Nosotros sabemos que como Jesucristo, por la pasión y muerte, llegaremos a la gloria de la Resurrección, y todo otro camino no es el camino de Dios. Precisamente, Simón Pedro es amonestado cuando quiere alejar al Señor del único camino: «¡Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!» (Mt 16,23). Si podemos gozar de unos momentos de paz y de alegría, aprovechémoslos. Seguramente ya nos vendrán momentos de duro ayuno. La única diferencia es que, afortunadamente, siempre tendremos al novio con nosotros. Y es esto lo que no sabían los fariseos y, quizá por eso, en el Evangelio casi siempre se nos presentan como personas malhumoradas. Admirando la suave ironía del Señor que se trasluce en el Evangelio de hoy, sobre todo, procuremos no ser personas malhumoradas.
Rev. D. Frederic RÀFOLS i Vidal (Barcelona, España)

Santoral Católico:
Santos Donaciano y Cleto
Vivieron en el siglo V. Ambos fueron obispos. Cleto fue quemado vivo. Donaciano murió en el desierto, deportado por el Rey Hunerico, en torno al año 484.
Fuente: EWTN

¡Buenos días!

Como los niños

¿Cómo es un niñito? Sencillo, sincero, confiado, humilde, puro, inocente… Pienso que Jesús cuando dijo, “Si no se hacen como un niño, no entrarán en el reino de los cielos”, tenía presente en su mente a una criatura descansando en los brazos de su madre. Así nos quiere el Señor por la confianza y abandono en él. La oración siguiente expresa muy bien estos sentimientos.

Como el niño que no sabe dormirse sin asirse a la mano de su madre,
así mi corazón viene a ponerse sobre tus manos al caer la tarde.
Como el niño que sabe que alguien vela su sueño de inocencia y esperanza,
así descansará mi alma segura, sabiendo que eres tú, Señor, quien nos aguarda.

Este breve himno es apropiado para recitar al fin del día. La imagen del niño y la madre nos lleva dulcemente a recuerdos de simplicidad e inocencia, afloja nuestras tensiones por la lucha diaria y predispone alma y cuerpo para el descanso de la noche. Que el Señor te bendiga con su paz.
Padre Natalio

La frase de hoy

“Hay algo tan necesario como el pan de cada día,
y es la paz de cada día.
La paz sin la cual el pan es amargo” 
-Amado Nervo-

Tema del día:
Jornada por la Paz
VATICANO, 04 Sep. 13 / 08:17 am (ACI).-
Al concluir su audiencia general de este miércoles, el Papa reiteró su apremiante llamado por la paz y su invitación a participar en la jornada de ayuno y de oración por la paz en Siria, en Oriente Medio y en el mundo entero, que se celebrará este sábado 7 de septiembre.

En particular, dirigiéndose a los fieles de lengua árabe, especialmente a los provenientes de Irak, Jordania y Egipto, el Papa alentó a “unirse siempre a Cristo, edificando su Reino con la fraternidad, el compartir y las obras de misericordia”.

“¡La fe es una fuerza poderosa capaz de hacer que el mundo sea más justo y más bello!”, exclamó el Santo Padre y alentó a ser “una presencia de la misericordia de Dios y a testimoniar al mundo que las tribulaciones, las pruebas, las dificultades, la violencia y el mal no podrán derrotar nunca a Aquel que derrotó la muerte: Jesucristo”.

Este fue el llamamiento del Papa: “el próximo sábado viviremos juntos una jornada especial de ayuno y de oración por la paz en Siria, en Oriente Medio y en el mundo entero. También por la paz en nuestros corazones. Porque la paz empieza en el corazón”.

“Renuevo mi invitación a toda la Iglesia a vivir intensamente este día, y, desde ahora, expreso mi gratitud a todos los hermanos cristianos, a todos los hermanos de otras religiones y a los hombres y mujeres de buena voluntad que se quieran unir, en los propios lugares y modos, a este momento”.

“Exhorto –concluyó– en particular a los fieles romanos y a los peregrinos a participar en la vigilia de oración, aquí, en la Plaza de San Pedro, a las 7 de la tarde, para invocar del Señor el gran don de la paz. ¡Que se eleve fuerte en toda la tierra el grito de la paz!”

Pedidos de oración
Pedimos oración por la Santa Iglesia Católica; por el Papa Francisco, por el Papa Emérito Benedicto, por los obispos, sacerdotes, diáconos, seminaristas, catequistas y todos los que componemos el cuerpo místico de Cristo; por la unión de los cristianos para que seamos uno, así como Dios Padre y nuestro Señor Jesucristo son Uno junto con el Espíritu Santo; por las misiones, por la Paz en el mundo, por nuestros hermanos sufrientes por diversos motivos especialmente por las enfermedades, el hambre y la pobreza; por los presos políticos y la falta de libertad en muchos países del mundo, por la unión de las familias, la fidelidad de los matrimonios y por más inclinación de los jóvenes hacia este sacramento; por el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas, y por las Benditas Almas del Purgatorio.

Hoy hacemos todos unidos un pedido único: por la Paz en Siria y en todo el mundo. Te lo pedimos Señor...!!!

Tú quisiste, Señor, que tu Hijo unigénito soportara nuestras debilidades,
para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia;
escucha ahora las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos
y concede a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad,
la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos,
y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Amén

“Intimidad Divina”

Fuertes y magnánimos

San Ignacio de Antioquía, condenado a las fieras, suplicaba que nadie se interpusiese para salvarle la vida: “No me procuréis otra cosa fuera de permitirme inmolar por Dios… Cuando el mundo no vea ya ni mi cuerpo, entonces seré verdaderamente discípulo de Cristo” (A los Rom. 2, 4). Este gran mártir, había tomado en serio las palabras del Señor: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará” (Mc 8, 34-35). El deseo del martirio tiene que tener un puesto en el corazón de todo cristiano, no para alienarlo con el pensamiento de un heroísmo que tal vez nunca le será pedido, sino para moverlo a la magnanimidad y a la generosidad en todos los aspectos de su vida. El cristiano que se reserva y procura dar a Dios lo mínimo indispensable para no traicionarlo, que está más atento a evitar la cruz que a llevarla, más a defenderse que a negarse, más a salar la vida que a entregarla, no es verdadero discípulo de Cristo. Si no le es dado testimoniar su amor y su fe con el martirio cruento, debe testimoniarlos abrazando con corazón generoso todos los deberes que el seguimiento de Cristo le impone, sin retroceder frente al sacrificio.

“Estoy avezado a todo y en todo: a la saciedad y al hambre, a la abundancia y a la privación. Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Fl 4, 12-13). Tal es la actitud de la magnanimidad: no excluir nada de la propia vida, abrazarse a cualquier situación, allanarse a cualquier fatiga, tentarlo todo con la ayuda de Dios contando con su auxilio. La magnanimidad cristiana no se funda en las fuerzas del hombre, sino en la fuerza de Dios; se aviene, pues, muy bien con la humildad y desconfianza de sí, y aun las presupone. Su lema es el del Apóstol: “soy el último de todos” (1 Cr 15, 8).

El magnánimo no se deja engañar de esa falsa humildad que, a pretexto de evitar el orgullo, teme empeñarse en acciones generosas o comprometerse en obras arduas y se echa atrás prefiriendo un pasar tranquilo y cómodo. “El amor perfectísimo –enseña Santo Tomás– emprende las cosas más difíciles” Cuando se hace esto con recta intención, mirando sólo el beneplácito y gloria de Dios y sin apartarse de la línea de la obediencia, el peligro de orgullo no existe; en cambio, puede ser orgullo sutil el no querer exponerse por temor al fracaso. Los cristianos no buscan la grandeza propia, sino la de Dios, y si ven que Dios puede ser exaltado por la humillación de ellos, no la huyen. Con tal que el Señor sea servido, aceptan vivir “en la gloria e ignominia, en calumnia y en buena fama; como tristes, pero siempre alegres…, como quienes nada tienen, aunque todo lo poseen” (2 Cr 6, 8-10).

¡Oh amor fuerte de Dios! ¡Y cómo no le parece que ha de haber cosa imposible a quien ama! ¡Oh, dichosa alma que ha llegado a alcanzar esta paz de su Dios, que esté señoreada sobre todos los trabajos y peligros del mundo, que ninguna teme, a cuento de servir a tan buen Esposo y Señor! (Santa Teresa de Jesús, Conceptos de amor de Dios, 3, 4)
P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D. 
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-

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