PEQUEÑAS SEMILLITAS
Año 8 - Número 2143 ~ Jueves
12 de Setiembre de 2013
- AÑO DE LA FE -
Desde la ciudad de Córdoba
(Argentina)
Alabado sea
Jesucristo…
Hay una leyenda que cuenta la vida de un volatinero, que
daba saltos y saltos por los pueblos para alegrar a la gente. Un día, cansado
de esa vida, quiso entrar a un convento para servir a Dios y fue aceptado por
su buen corazón. Pero, cuando los monjes iban a la iglesia a rezar en sus
grandes libros, él se sentía triste, porque no sabía leer y creía que nunca
podría hacer oración como los otros monjes.
Una noche, cuando todos estaban dormidos, se fue a la
capilla y le dijo al Señor: “Señor, Tú sabes que yo no sé leer ni rezar, pero
te amo y te lo quiero demostrar con mis saltos y piruetas como cuando hacía
reír a la gente. Ojalá te pueda consolar y hacer reír”. Así empezó su sesión de
saltos y más saltos para alegrar a Jesús.
Pero el Superior oyó ruidos y fue a la capilla. Y, cuando
le iba a llamar seriamente la atención, vio que Jesús se sonreía desde su
imagen; y entendió que estaba contento de aquella manera sencilla de expresarle
su amor, que era una bella manera de orar.
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Yo os digo
a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os
odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te
hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto,
no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no
se lo reclames. Y lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros
igualmente. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los
pecadores aman a los que les aman. Si hacéis bien a los que os lo hacen a
vosotros, ¿qué mérito tenéis? ¡También los pecadores hacen otro tanto! Si
prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También
los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente. Más
bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a
cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque
Él es bueno con los ingratos y los perversos.
»Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No
juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y
seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida,
rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con
que midáis se os medirá».
(Lc 6,27-38)
Comentario
Hoy, en el Evangelio, el Señor nos pide por dos veces que
amemos a los enemigos. Y seguidamente da tres concreciones positivas de este
mandato: haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad
por los que os difamen. Es un mandato que parece difícil de cumplir: ¿cómo
podemos amar a quienes no nos aman? Es más, ¿cómo podemos amar a quienes
sabemos cierto que nos quieren mal? Llegar a amar de este modo es un don de
Dios, pero es preciso que estemos abiertos a él. Bien mirado, amar a los
enemigos es lo más sabio humanamente hablando: el enemigo amado se verá
desarmado; amarlo puede ser la condición de posibilidad para que deje de ser
enemigo. En la misma línea, Jesús continúa diciendo: «Al que te hiera en una
mejilla, preséntale también la otra» (Lc 6,29). Podría parecer un exceso de
mansedumbre. Ahora bien, ¿qué hizo Jesús al ser abofeteado en su pasión?
Ciertamente no contraatacó, pero respondió con una firmeza tal, llena de
caridad, que debió hacer reflexionar a aquel siervo airado: «Si he hablado mal,
di en qué, pero si he hablado como es debido, ¿por qué me pegas?» (Jn
18,22-23).
En todas las religiones hay una máxima de oro: «No hagas
a nadie lo que no quieres que te hagan a ti». Jesús es el único que la formula
en positivo: «Lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros
igualmente» (Lc 6,31). Esta regla de oro es el fundamento de toda la moral.
Comentando este versículo, nos alecciona san Juan Crisóstomo: «Todavía hay más,
porque Jesús no dijo únicamente: ‘desead todo bien para los demás’, sino ‘haced
el bien a los demás’»; por eso, la máxima de oro propuesta por Jesús no se
puede quedar en un mero deseo, sino que debe traducirse en obras.
Rev. D. Jaume AYMAR i Ragolta (Badalona, Barcelona,
España)
Santoral Católico:
El Dulce Nombre de María
Ha sido Lucas en su evangelio quien nos ha dicho el
nombre de la doncella que va a ser la Madre de Dios: "Y su nombre era María". El nombre de María, traducido
del hebreo "Miriam", significa, Doncella, Señora, Princesa.
Estrella del Mar, feliz Puerta del cielo, como canta el
himno Ave Maris stella. El nombre de María está relacionado con el mar pues las
tres letras de mar guardan semejanza fonética con María. También tiene relación
con "mirra", que proviene de un idioma semita. La mirra es una hierba
de África que produce incienso y perfume.
En el Cantar de los Cantares, el esposo visita a la
esposa, que le espera con las manos humedecidas por la mirra. "Yo vengo a mi jardín, hermana y novia
mía, a recoger el bálsamo y la mirra". "He mezclado la mirra con mis
aromas. Me levanté para abrir a mi amado: mis manos gotean perfume de mirra, y
mis dedos mirra que fluye por la manilla de la cerradura". Los Magos
regalan mirra a María como ofrenda de adoración. "Y entrando a la casa, encontraron al niño con María, su madre, y
postrándose, lo adoraron y abriendo sus cofres, le ofrecieron oro, incienso y
mirra". La mirra, como María, es el símbolo de la unión de los hombres
con Dios, que se hace en el seno de María. María es pues, el centro de unión de
Dios con los hombres. Los lingüistas y los biblistas desentrañan las raíces de
un nombre tan hermoso como María, que ya llevaba la hermana de Moisés, y muy
común en Israel. Y que para los filólogos significa hermosa, señora, princesa,
excelsa, calificativos todos bellos y sugerentes.
En la Historia de la Salvación es Dios quien impone o
cambia el nombre a los personajes a quienes destina a una misión importante. A
Simón, Jesús le dice: "Tú te llamas
Simón. En adelante te llamarás Kefá, Pedro, piedra, roca, porque sobre esta
roca edificaré mi Iglesia". María venía al mundo con la misión más
alta, ser Madre de Dios, y, sin embargo, no le cambia el nombre. Se llamará,
simplemente, MARIA, el nombre que tenía, y cumple todos esos significados, pues
como Reina y Señora la llamarán todas las generaciones.
María, joven, mujer, virgen, ciudadana de su pueblo,
esposa y madre, esclava del Señor. Dulce mujer que recibe a su niño en las
condiciones más pobres, pero que con su calor lo envuelve en pañales y lo
acuna. María valiente que no teme huir a Egipto para salvar a su hijo.
Compañera del camino, firme en interceder ante su hijo cuando ve el apuro de
los novios en Caná, mujer fuerte con el corazón traspasado por la espada del
dolor de la Cruz de su Hijo y recibiendo en sus brazos su Cuerpo muerto. Sostén
de la Iglesia en sus primeros pasos con su maternidad abierta a toda la
humanidad. María, humana. María, decidida y generosa. María, fiel y amiga.
María fuerte y confiada. María, Inmaculada, Madre, Estrella de la
Evangelización.
Fuente: corazones.org
¡Buenos días!
Escucha tu voz interior
“En lo más profundo de su conciencia el hombre
descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya
voz resuena en los oídos de su corazón, llamándole siempre a amar y a hacer el
bien y a evitar el mal... La conciencia es el núcleo más secreto del hombre,
donde está solo con Dios, cuya voz resuena en su interior”, (Gaudium et Spes
16).
No importa donde estés, ni lo que te digan
que debes hacer. Siempre que tengas una duda, descansa un momento y escucha lo
que te dice tu voz interior. No te apresures en tu camino, ni sigas los pasos
de otros. Siéntate y descansa un momento, y escucha tu voz interior. Esta es la
voz que te busca y guía, el mejor consejo que puedes escuchar. Trae pureza a
tus sentimientos y te da la libertad de ser realmente la persona que quieres
ser. Recuerda: todas las respuestas que tú buscas, las tienes encerradas en tu
limpia y pura voz interior.
Agradece a Dios
esta inapreciable luz interior y guíate siempre por ella. En el Génesis (17,1)
se cuenta que Dios se apareció a Abrahán y le dio este consejo de perdurable
valor: “Camina en mi presencia y sé perfecto”. De eso se trata precisamente: de
vivir en la presencia de aquel que sondea tu corazón, te conoce y te ama. Así
crecerás en justicia y rectitud.
Padre Natalio
Palabras del Papa Francisco
"Queridos religiosos y religiosas, los conventos
vacíos no le sirven a la Iglesia para transformarlos en hoteles y ganar dinero.
Los conventos vacíos no son nuestros, son para la carne de Cristo que son los
refugiados. El Señor llama a vivir con generosidad y coraje la acogida en los
conventos vacíos… Claro, no es algo simple, hacen falta criterio,
responsabilidad, pero también hace falta coraje. Hacemos mucho, pero quizás
estamos llamados a hacer más, recibiendo y compartiendo con decisión lo que la
Providencia nos ha donado para servir"
Papa Francisco
Tema del día:
Espasmos eutanásicos
Con la legalización hace unos años en Holanda de la
eutanasia activa bajo ciertas circunstancias, el viejo "derecho a pedir
una muerte digna" ha pasado ya a ser el "derecho a dar una muerte
digna" (el salto del pedir al dar no es de poca importancia).
Ese salto –que ha sido ya imitado en otros lugares– ha
contribuido a reavivar el viejo debate de la eutanasia, aunque esta vez de
forma bastante más inquietante. Un debate que a todos nos interesa, porque,
cuando se habla de la vida y de la muerte, todos tenemos cosas que decir.
—Pero parece que querer morir dignamente es una
aspiración legítima, sensata y coherente.
La dignidad y la dulzura son dos cualidades que hacen al
hombre más humano, y es natural que todos estemos un poco seducidos por la idea
de que ambas estén presentes en nuestra propia muerte. El problema viene a la
hora de pensar en cómo se muere uno dignamente.
Porque, ¿qué es más digno, esperar pacientemente la
llegada de la muerte, luchando en lo posible por mitigar el dolor, o morir sin dolor
a manos de otro hombre?
Porque en este punto se da no pocas veces una cierta
manipulación de las palabras, presentando la eutanasia como algo más inocuo de
lo que es. Se dice muerte dulce, o muerte digna para propiciar su aceptación
social, como si no existiera, o como si fuera secundario el hecho central de
que, en la eutanasia, un ser humano da muerte –consciente y deliberadamente– a
otro ser humano inocente.
El respeto a la dignidad de la vida humana es un
fundamento esencial de la sociedad. Por eso la eutanasia debe considerarse
siempre como un acto de intolerancia inaceptable, por muy presuntamente nobles
o altruistas que aparezcan las motivaciones que animen a ejecutar tal acción, y
por suaves y dulces que sean los medios que se utilicen para realizarla.
Quien aplica la eutanasia no permite continuar una vida
que él considera inútil o sin sentido. Pero... ¿Quién es él para decidir que
una vida está de más, es inútil, no tiene sentido, o no tiene derecho a vivir?
Alfonso Aguiló
Nuevo artículo
Hay nuevo material publicado en el blog
"Juan Pablo
II inolvidable"
Puedes acceder en la dirección:
Pedidos de oración
Pedimos oración por la Santa Iglesia Católica; por el Papa Francisco, por el Papa
Emérito Benedicto, por los obispos, sacerdotes, diáconos, seminaristas,
catequistas y todos los que componemos el cuerpo místico de Cristo; por la
unión de los cristianos para que seamos uno, así como Dios Padre y nuestro
Señor Jesucristo son Uno junto con el Espíritu Santo; por las misiones, por la
Paz en el mundo, por nuestros hermanos sufrientes por diversos motivos
especialmente por las enfermedades, el hambre y la pobreza; por los presos políticos
y la falta de libertad en muchos países del mundo, por la unión de las
familias, la fidelidad de los matrimonios y por más inclinación de los jóvenes
hacia este sacramento; por el aumento de las vocaciones sacerdotales y
religiosas, y por las Benditas Almas del Purgatorio.
Pedimos oración por Walter,
Stephanie, Oscar, Adanila, Concepción, todos de Nicaragua, que están
quebrantados en su salud. Y por María D.
para protección en sus proyectos y trabajos. Unidos en oración por todos
ellos.
Tú quisiste, Señor, que tu Hijo unigénito soportara
nuestras debilidades,
para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la
paciencia;
escucha ahora las plegarias que te dirigimos por
nuestros hermanos enfermos
y concede a cuantos se hallan sometidos al dolor, la
aflicción o la enfermedad,
la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu
hijo ha llamado dichosos,
y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la
redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Amén
“Intimidad Divina”
El camino de la
justicia
“Se te ha declarado, oh hombre, lo que es bueno, lo que
el Señor de ti reclama: tan sólo practicar la justicia, amar la piedad y
caminar humildemente con tu Dios” (Mq 6, 8). La práctica de la justicia no debe
excluir la del amor y misericordia; justicia y misericordia deben unirse en el
hombre como se unen en Dios. Dios ha manifestado su justicia salvando a la
humanidad. “Yo hago acercarse mi victoria, no está lejos, mi salvación no
tardará”, dice el Señor por boca de Isaías (46, 13); y más claramente aún: “mi
salvación está para llegar y mi justicia para manifestarse” (56, 1). En el
Nuevo Testamento esta promesa se hace realidad: Dios ha salvado a los hombres
“en orden a mostrar su justicia en el tiempo presente, para ser él justo y justificador
del que cree en Jesús” (Rm 3, 26). La justicia de Dios para con la humanidad se
revela así como misericordia que salva; lo cual está infinitamente por encima
de una justicia entendida como simple respecto del derecho o del merecimiento.
El hombre pecador no tenía derecho ninguno a ser salvado ni podía en manera
alguna merecer la salvación; la redención es puramente obra del amor
misericordioso y gratuito de Dios.
“Quien con obediencia a Cristo busca ante todo el reino
de Dios, encuentra en éste un amor más fuerte y más puro para ayudar a todos
sus hermanos y para realizar la obra de la justicia bajo la inspiración de la
caridad” (GS 72). La justicia del cristiano debe ir más allá que la simple
justicia humana, justamente porque se origina mucho más de la adhesión a Cristo
y a su Evangelio, del amor de Dios y de la obediencia a su voluntad, que del
respeto al derecho. Pero no debe faltar éste tampoco. Pues sería ilusoria una
caridad que no tuviese presentes los deberes de la justicia. El Concilio amonesta
a “cumplir antes que nada las exigencias de la justicia, para no dar como ayuda
de caridad lo que ya se debe por razón de justicia” (AA 8). No sería grata a
Dios una limosna hecha con dinero debido ya a alguien en justicia, por ejemplo
como justo salario a los obreros o como saldo de deudas. Faltando a la
justicia, no se puede practicar la caridad ni con Dios ni con el prójimo.
Amaos –exhorta el Apóstol–, dad a vuestros siervos lo que
es justo y equitativo, teniendo presente que también vosotros tenéis un Amo en
el cielo” (Cl 4, 1). Una de las cosas que más escandalizan al mundo es ver a
personas religiosas que no hacen escrúpulo de faltar a la justicia cerrando los
ojos frente a los derechos ajenos, y entretanto se consideren en regla porque
hacen algunas obras de caridad. ¿Qué valor puede tener hacer regalos u obras de
beneficencia cuando se está negando a alguien su derecho? El respeto a los
derechos ajenos impone frecuentemente alguna incomodidad y hasta puede tal vez
no concordar un tanto con nuestros supuestos derechos. Pero el que está animado
de caridad sabe siempre olvidarse y sacrificarse con tal de dejar a salvo lo
que se debe al prójimo. La defensa egoísta y exagerada de los derechos
personales puede fácilmente convertirse en injusticia para con los derechos
ajenos. El camino de la justicia cristiana es el de la caridad, que “no busca
su interés” (1 Cr 13, 5), que “no hace mal al prójimo” (Rm 13, 10) y antepone
el bien ajeno al propio.
Tú, oh Dios, me
enseñaste desde mi juventud. ¿Qué me enseñaste? Que debo recordar tu sola
justicia. Recordando mi vida pasada veo qué se me debe y qué he recibido por lo
que se me debía. Se me debía castigo, y se me dio la gracia; se me debía el
infierno, y se me dio la vida eterna… Desde el mismo comienzo de mi fe, por la
que me renovaste, me enseñaste que nada precedió en mí, para que yo dijera que
se me debía lo que me diste. Desde el momento que me dirigí a ti fui trocado
por ti, que me creaste; fui reformado, porque fui formado. Desde el instante de
mi conversión aprendí que no precedieron méritos míos, sino que me diste
gratuitamente tu gracia para que me acordase de tu sola justicia. (San Agustín)
P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
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