lunes, 19 de marzo de 2012

Pequeñas Semillitas 1655

PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 7 - Número 1655 ~ Lunes 19 de Marzo de 2012
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
   

Hola…
Hoy, con alegría, celebramos a San José, el más grande de los santos después de María. Es modelo de prudencia, de obediencia heroica, de disponibilidad pronta, de justicia, desprendimiento y pureza. Padre ejemplar y esposo solícito, lleno de fe, amor y respeto por Dios y los hombres. Elegido por Dios para ser el guardián, proveedor y protector de su Hijo y de su Madre Santísima.
Si todos los esposos y padres de hoy fijaran su mirada en San José como modelo y lo imitaran en sus virtudes, nuestras familias serían más fuertes y en ellas reinaría la fe, la unidad, el equilibrio y la armonía.
Quienes leen “Pequeñas Semillitas” desde hace tiempo, saben que San José es patrono de esta página, igual que la Santísima Virgen de Lourdes. Y ambos, junto a Jesús y a Juan Pablo II, son mis cuatro “secretarios de redacción”, inspiradores permanentes, y ayuda en todos los momentos de mi vida.
Que San José nos cuide, como cuidó siempre a Jesús, y nos llene de bendiciones a todos…  
Felipe.


La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy


Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo. La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto.
Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados». Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado.
(Mt 1,16.18-21.24a)

Comentario:
Hoy, celebra la Iglesia la solemnidad de San José, el esposo de María. Es como un paréntesis alegre dentro de la austeridad de la Cuaresma. Pero la alegría de esta fiesta no es un obstáculo para continuar avanzando en el camino de conversión, propio del tiempo cuaresmal.
Bueno es aquel que, elevando su mirada, hace esfuerzos para que la propia vida se acomode al plan de Dios. Y es bueno aquel que, mirando a los otros, procura interpretar siempre en buen sentido todas las acciones que realizan y salvar la buena fama. En los dos aspectos de bondad, se nos presenta a San José en el Evangelio de hoy.
Dios tiene sobre cada uno de nosotros un plan de amor, ya que «Dios es amor» (1Jn 4,8). Pero la dureza de la vida hace que algunas veces no lo sepamos descubrir. Lógicamente, nos quejamos y nos resistimos a aceptar las cruces.
No le debió ser fácil a San José ver que María «antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo» (Mt 1,18). Se había propuesto deshacer el acuerdo matrimonial, pero «en secreto» (Mt 1,19). Y a la vez, «cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños» (Mt 1,20), revelándole que él tenía que ser el padre legal del Niño, lo aceptó inmediatamente «y tomó consigo a su mujer» (Mt 1,24).
La Cuaresma es una buena ocasión para descubrir qué espera Dios de nosotros, y reforzar nuestro deseo de llevarlo a la práctica. Pidamos al buen Dios «por intercesión del Esposo de María», como diremos en la colecta de la misa, que avancemos en nuestro camino de conversión imitando a San José en la aceptación de la voluntad de Dios y en el ejercicio de la caridad con el prójimo. A la vez, tengamos presente que «toda la Iglesia santa está endeudada con la Virgen Madre, ya que por Ella recibió a Cristo, así también, después de Ella, San José es el más digno de nuestro agradecimiento y reverencia» (San Bernardino de Siena).
Mons. Ramon MALLA i Call Obispo Emérito de Lleida (Lleida, España)


Santoral Católico:
San José
Esposo de la Virgen María


Las fuentes biográficas que se refieren a san José son, exclusivamente, los pocos pasajes de los Evangelios de Mateo y de Lucas. Los evangelios apócrifos no nos sirven, porque no son sino leyendas. “José, hijo de David”, así lo llama el ángel. El hecho sobresaliente de la vida de este hombre “justo” es el matrimonio con María. La tradición popular imagina a san José en competencia con otros jóvenes aspirantes a la mano de María. La elección cayó sobre él porque, siempre según la tradición, el bastón que tenía floreció prodigiosamente, mientras el de los otros quedó seco. La simpática leyenda tiene un significado místico: del tronco ya seco del Antiguo Testamento refloreció la gracia ante el nuevo sol de la redención.

El matrimonio de José con María fue un verdadero matrimonio, aunque virginal. Poco después del compromiso, José se percató de la maternidad de María y, aunque no dudaba de su integridad, pensó “repudiarla en secreto”. Siendo “hombre justo”, añade el Evangelio -el adjetivo usado en esta dramática situación es como el relámpago deslumbrador que ilumina toda la figura del santo-, no quiso admitir sospechas, pero tampoco avalar con su presencia un hecho inexplicable.

La palabra del ángel aclara el angustioso dilema. Así él “tomó consigo a su esposa” y con ella fue a Belén para el censo, y allí el Verbo eterno apareció en este mundo, acogido por el homenaje de los humildes pastores y de los sabios y ricos magos; pero también por la hostilidad de Herodes, que obligó a la Sagrada Familia a huir a Egipto. Después regresaron a la tranquilidad de Nazaret, hasta los doce años, cuando hubo el paréntesis de la pérdida y hallazgo de Jesús en el templo.

Después de este episodio, el Evangelio parece despedirse de José con una sugestiva imagen de la Sagrada Familia: Jesús obedecía a María y a José y crecía bajo su mirada “en sabiduría, en estatura y en gracia”. San José vivió en humildad el extraordinario privilegio de ser el padre putativo de Jesús, y probablemente murió antes del comienzo de la vida pública del Redentor.

Su imagen permaneció en la sombra aun después de la muerte. Su culto, en efecto, comenzó sólo durante el siglo IX. En 1621 Gregorio V declaró el 19 de marzo fiesta de precepto (celebración que se mantuvo hasta la reforma litúrgica del Vaticano II) y Pío IX proclamó a san José Patrono de la Iglesia universal. El último homenaje se lo tributó Juan XXIII, que introdujo su nombre en el canon de la misa.

Fuente: Catholic.net


Palabras del Beato Juan Pablo II

“San José es el hombre abierto a escuchar a Dios en la oración, dispuesto a aceptar sus designios que superan los límites humanos”

“San José es el modelo de fe, de total abandono a la Providencia Divina, especialmente cuando se nos pide confiar en Dios ‘por su palabra’, es decir, sin ver claro su designio”

“San José nos enseña el valor de la humilde obediencia, de la sencillez, del respeto y de la búsqueda amorosa de la Voluntad de Dios”

Beato Juan Pablo II


Tema del día:
San José, esposo y padre


Celebramos hoy a san José, el hombre que más cerca estuvo de Jesucristo, y de la Virgen María haciendo las veces de padre en la tierra del Hijo de Dios hecho hombre. Hoy nos habla el evangelio del anuncio que hace Dios a san José para que admita como esposa a María y se haga cargo de su hijo como si fuese hijo propio.

Tuvo que ser tremendo para san José el darse cuenta de que María iba a ser madre. Quizá fuese cuando María volvió de visitar a su prima Isabel. Quizá se enteró por las habladurías de la gente y hasta quizá fue cuando alguien le felicitó por ello. Resulta que entre los judíos existían unas leyes, para nosotros extrañas, leyes casi sólo tenidas por la costumbre, sobre el momento del matrimonio: una cosa era el contrato y otra la cohabitación. Entre estos dos momentos solían pasar unos cuantos meses. Parece ser que José y María habían hecho el contrato. Por eso se dice en la Anunciación que María estaba desposada con José. Pero parece que aún no cohabitaban pues hoy al final del evangelio dice que “José se llevó a María a su casa”. También por ello pudo estar María tres meses con su prima Isabel.

El caso es que durante esos meses se llamaban esposos, pero era mal visto que pudieran ya esperar un hijo, aunque en realidad era aceptado. De tal manera que si alguno tenía una relación carnal con otra persona, se consideraba ya un adulterio. San José sabía que él no había tenido parte en esa paternidad; pero también sabía de la santidad de María. Por eso tuvo que ser grande su angustia. ¿Qué hacer? La podía acusar como adúltera; pero san José era “bueno”, como dice el evangelio. Algunas veces se traduce como “justo”; pero esta palabra puede tener dos sentidos. Si se trata de una justicia, como la señalada por las leyes de los judíos, debía acusarla; pero Jesús nos enseñó otra clase de justicia, que llamamos santidad. Por ella uno debe tender a hacer el bien. Por eso san José pensó sacrificarse él mismo y prefirió dejarla y marcharse lejos, abandonado en las manos de Dios.

Alguno pensará que por qué no hablaron y por qué María no explicó todo como le había dicho el ángel. Esto es muy difícil explicarlo y mucho más difícil creerlo, si no hay una intervención de Dios. Por eso Dios intervino y le anunció a José todo lo que había sucedido. El evangelio habla de un “sueño”. Es una forma bíblica para expresar que hubo una manifestación extraordinaria de Dios. De alguna manera fue un ángel o mensajero de Dios. No sólo le explica lo que ha sucedido con María, sino que le da a José un encargo muy especial: el poner el nombre al niño. En lenguaje bíblico quería decir que fuese responsable del niño como si fuese su padre. Poner el nombre era aceptar que se responsabilizaba de la educación y crianza de aquel niño. El nombre que debía ponerle era “Jesús”, que significa salvador. Pero no salvador del poder de los enemigos externos, sino salvador de los pecados, para darnos su gracia.

Hoy san José nos da un ejemplo magnífico de entrega en las manos de Dios. Se fía de Dios. Y cuando uno se fía de Dios, pueden venir muchas dificultades, que serán purificadoras; pero al final brilla la luz. No fue todo fácil en la vida de san José para hacer de padre de Jesús: el tener que dejar su tranquilidad de Nazaret para el nacimiento de Jesús, la huida a Egipto, el volver a comenzar el trabajo, la oscuridad de la fe para comprender a Jesús al quedarse en el templo y en la vida ordinaria. Pero san José es el hombre que más cerca ha estado de Jesús y eso le reportaría un sin fin de gracias.

Hoy san José sigue estando junto a Jesús en el cielo y, como decía santa Teresa, no puede haber cosa que desee y que le niegue Jesús. Por eso debemos invocarle con mucha fe para nosotros mismos, para la unión en las familias, para el bien de la Iglesia y para que todos podamos tener, como él, una santa muerte en los brazos de Jesús y de María.  Pongamos nuestros trabajos en las manos de Dios, como san José, y un día podremos gozar para siempre de su compañía.

P. Silverio Velasco

Pensamientos sanadores


Hoy pídele a Dios, que por intercesión de San José, bendiga tu trabajo

Hay quienes buscan un trabajo digno y no lo encuentran, mientras que hay otros que no quieren trabajar y rezan esperando que les llueva maná del cielo o planes sociales del gobierno de turno.
Dios no acepta la pereza, por eso para cuidar de su Hijo, eligió a San José, un hombre justo y trabajador, quien desde su trabajo honesto de carpintero fue el padre providente que cuidó a Jesús y le enseñó un oficio.
San José es intercesor poderoso para el trabajo y la economía familiar, siempre que la oración de petición sea acompañada por el esfuerzo, el trabajo y la honestidad.
Tal como afirmaba Santa Teresa: “Este padre me libró mejor de lo que yo le sabía pedir. No me acuerdo, hasta hoy, de haberle suplicado nada que no me lo haya concedido. Es cosa que asombra las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo”.

El deseo mata al perezoso, porque sus manos se niegan a trabajar. Proverbios 21, 25.


Pedidos de oración

Pedimos oración por la Paz del Mundo; por la Santa Iglesia Católica; por el Papa, los sacerdotes y todos los que componemos el cuerpo místico de Cristo; por la unión de los cristianos para que seamos uno, así como Dios Padre y nuestro Señor Jesucristo son Uno junto con el Espíritu Santo; por las misiones, por nuestros hermanos sufrientes por diversos motivos especialmente por las enfermedades, el hambre y la pobreza; por la unión de las familias y la fidelidad de los matrimonios; por el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas, y por las Benditas Almas del Purgatorio.

Pedimos oración por la salud del señor Carmelo B. de 82 años de edad, que vive en Ituzaingó, Buenos Aires, Argentina, que padece de diversas enfermedades dolorosas de los huesos y además un tumor de páncreas. Que en este día, por intercesión de San José, el Señor le conceda el alivio de sus dolores y la fortaleza en su alma para afrontar lo que le toque.

Pedimos oración por Sam M. de 11 años de edad que vive en Fort Worth, Texas quien sufrió una cirugía de cerebro y que ha estado en terapia intensiva por seis días. Pedimos a Dios Nuestro Señor que lo mejore rápidamente y que por intercesión de San José, Juan Pablo II, y la Santísima Virgen María, lo ayuden a salir adelante y que su familia tenga la fortaleza necesaria para pasar por este problema.
.
Tú quisiste, Señor, que tu Hijo unigénito soportara nuestras debilidades,
para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia;
escucha ahora las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos
y concede a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad,
la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos,
y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Amén

Nota de Redacción:
Para dar curso a los Pedidos de Oración es imprescindible dar los siguientes datos: nombres completos de la persona (habitualmente no publicamos apellidos), ciudad y país donde vive, y explicar el motivo de la solicitud de oración.


Cuaresma día por día


No aceptar un "no".

"En septiembre de 1980 -cuenta la Madre Teresa de Calcuta-, estuve en el Berlín Oriental, donde íbamos a abrir nuestra primera casa en un país bajo gobierno comunista. Llegué de Berlín Occidental con una hermana que debía quedarse allí para iniciar la labor. Habíamos solicitado el correspondiente visado, pero como no nos lo habían concedido todavía, le dijeron que sólo podría permanecer en el Berlín Oriental durante 24 horas; son muy estrictos en eso... Así pues, nos pusimos a rezar "Acordaos" a la Virgen, y al cabo de un rato, sonó el teléfono; no había nada que hacer: la hermana tendría que volverse conmigo... Pero como nunca aceptamos un "no" por respuesta, seguimos rezando y, al octavo "Acordaos", volvió a sonar el teléfono, lo cogí y una voz dijo: "Enhorabuena. Le han concedido el visado. Puede quedarse..." Le habían concedido un visado de seis meses, lo mismo que a otras hermanas. Al día siguiente, regresé a Berlín Occidental, dándole gracias a la Virgen".

Madre mía, auméntame la fe y que me dé cuenta de que las cosas que son para bien de Dios o de los demás, el "no" quiere decir "sigue rezando". Tú siempre nos escuchas.

Continúa hablándole a Dios con tus palabras.

P. José Pedro Manglano Castellary


"Intimidad Divina"

Alegría y dolor

El Evangelio anuncia la venida del Salvador como “una gran alegría, que es para todo el pueblo” (Lc 2, 10), alegría espiritual sobre todo, pero que tiene también proyecciones concretas de alivio y de consuelo sobre muchos sufrimientos humanos. Jesús no ha venido a traer un mensaje de felicidad terrena, ni a instaurar en este mundo una era de la que se excluya todo llanto y dolor. Ha venido, más bien, a tomar sobre sí el peso del sufrimiento humano para transformarlo en instrumento de salvación, y por consiguiente de felicidad eterna. La “gran alegría” traída por Jesús es tan verdadera, que puede pasar por sufrimientos de todo género sin quedar sofocada. Antes bien, Jesús ha indicado que precisamente en las tribulaciones abrazadas con amor a Dios está el camino que conduce a la bienaventuranza: “Bienaventurados los pobres, los que lloran, los que tienen hambre, los que padecen persecución” (Mt. 5, 3-10).

El misterio pascual de Cristo es un trenzado de dolor y de alegría, de muerte y de resurrección: la vida del cristiano mana de este misterio y se fundamenta en él, reproduce sus características. Y así como el misterio pascual no termina en la pasión y muerte de Cristo, sino que a través del dolor y la muerte culmina en la alegría de la resurrección, así la vida cristiana, a través de las tribulaciones terrenas, está constantemente orientada hacia la alegría eterna. El cristiano experimenta la dura realidad del dolor, y sin embargo, no tiene una visión pesimista de la vida, porque sabe que cualquier sufrimiento es un instrumento precioso para asociarse a la pasión de Cristo y, por lo tanto, también a su resurrección.

El sufrimiento es la puerta que introduce al hombre en el misterio pascual del Señor y se lo hace vivir en su aspecto de pasión y muerte para disponerle el de la resurrección. Es imposible participar en la resurrección de Cristo, si antes no se padece y se muere con él. Jesús no rechazó nunca a los atribulados que recurrieron a él; alguna vez puso a prueba su fe tratándoles con aparente dureza, como hizo con el funcionario real que le pedía la curación de su hijo (Jn 4, 46-51), pero por fin fue e intervino en su favor. Como quiera que sea, aún en los casos en que Dios no concede el alivio y permite que el sufrimiento se prolongue, hay que seguir confiando en él. Sólo él sabe lo que verdaderamente conviene a cada uno. Ciertas tribulaciones que desde el punto de vista humano parecen absurdas e injustas, están situadas con toda precisión en sus planes divinos; de la aceptación de tales tribulaciones puede depender la salvación personal y la de muchos humanos.

Es un bien para mí, Señor, hallarme en la angustia, con tal que tú estés conmigo; prefiero esto a reinar sin ti, a estar sin ti sumido en los placeres, sin ti en la gloria. Es mejor para mí ceñirme a ti en la angustia, tenerte conmigo en el crisol de la prueba, que estar sin ti aunque fuera en el cielo. De hecho, ¿quién otro hay para mí en el cielo? (Salmo 75, 25). El oro se prueba en el crisol, y los justos en la tentación de la angustia. Aquí, Señor, tú estás con ellos; aquí, tú estás presente en medio de los que se reúnen en tu nombre. ¿Por qué tenemos miedo, por qué vacilamos, por qué procuramos huir de este crisol? Es verdad, el fuego arrecia; pero tú, Señor, estás con nosotros en la angustia. Si estás con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? (Rom 8, 31). Y si tú nos libras, ¿quién nos apartará de tu mano? ¿Quién podrá arrancarnos de tu mano? En fin, si tú nos glorificas, ¿quién podrá sumirnos en la ignominia? (San Bernardo)

P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
.

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