domingo, 18 de marzo de 2012

Pequeñas Semillitas 1654

PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 7 - Número 1654 ~ Domingo 18 de Marzo de 2012
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
   

Hola…
Según Jesús, la luz que lo puede iluminar todo está en el Crucificado. La afirmación es atrevida: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna». ¿Podemos ver y sentir el amor de Dios en ese hombre torturado en la cruz?
Acostumbrados desde niños a ver la cruz por todas partes, no hemos aprendido a mirar el rostro del Crucificado con fe y con amor. Nuestra mirada distraída no es capaz de descubrir en ese rostro la luz que podría iluminar nuestra vida en los momentos más duros y difíciles.
Sin embargo, Jesús, desde la cruz, nos está mandando señales de vida y de amor. En esos brazos extendidos que no pueden ya abrazar a los niños, y en esas manos clavadas que no pueden acariciar a los leprosos ni bendecir a los enfermos, está Dios con sus brazos abiertos para acoger, abrazar y sostener nuestras pobres vidas rotas, muchas veces, por tantos sufrimientos.
Desde ese rostro apagado por la muerte, desde esos ojos que ya no pueden mirar con ternura a pecadores y prostitutas, desde esa boca que no puede gritar su indignación por las víctimas de tantos abusos e injusticias, Dios nos está revelando el "amor loco" que tiene por la Humanidad.
José Antonio Pagola


La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy


En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: «Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por Él vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios.
»Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios».
(Jn 3,14-21)

Comentario:
Hoy, la liturgia nos ofrece un aroma anticipado de la alegría pascual. Los ornamentos del celebrante son rosados. Es el domingo "laetare" que nos invita a una serena alegría. «Festejad a Jerusalén, gozad con ella todos los que la amáis...», canta la antífona de entrada.
Dios quiere que estemos contentos. La psicología más elemental nos dice que una persona que no vive contenta acaba enferma, de cuerpo y de espíritu. Ahora bien, nuestra alegría ha de estar bien fundamentada, ha de ser la expresión de la serenidad de vivir una vida con sentido pleno. De otro modo, la alegría degeneraría en superficialidad y majadería. Santa Teresa distinguía con acierto entre la "santa alegría" y la "loca alegría". Esta última es sólo exterior, dura poco y deja un regusto amargo.
Vivimos tiempos difíciles para la vida de fe. Pero también son tiempos apasionantes. Experimentamos, en cierta manera, el exilio babilónico que canta el salmo. Sí, también nosotros podemos vivir una experiencia de exilio «llorando la nostalgia de Sión» (Sal 136,1). Las dificultades exteriores y, sobre todo, el pecado nos pueden llevar cerca de los ríos de Babilonia. A pesar de todo, hay motivos de esperanza, y Dios nos continúa diciendo: «Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti» (Sal 136,6).
Podemos vivir siempre contentos porque Dios nos ama locamente, tanto que nos «dio a su Hijo único» (Jn 3,16). Pronto acompañaremos a este Hijo único en su camino de muerte y resurrección. Contemplaremos el amor de Aquel que tanto ama que se ha entregado por nosotros, por ti y por mí. Y nos llenaremos de amor y miraremos a Aquel que han traspasado (Jn 19,37), y crecerá en nosotros una alegría que nadie nos podrá quitar.
La verdadera alegría que ilumina nuestra vida no proviene de nuestro esfuerzo. San Pablo nos lo recuerda: no viene de vosotros, es un don de Dios, somos obra suya (Col 1,11). Dejémonos amar por Dios y amémosle, y la alegría será grande en la próxima Pascua y en la vida. Y no olvidemos dejarnos acariciar y regenerar por Dios con una buena confesión antes de Pascua.
Rev. D. Joan Ant. MATEO i García (La Fuliola, Lleida, España)


Santoral Católico:
San Cirilo de Jerusalén
Obispo y Doctor de la Iglesia


San Cirilo nació cerca de Jerusalén y fue Arzobispo de esa ciudad durante 30 años, de los cuales estuvo 16 años en destierro. Cinco veces fue desterrado: tres por los de extrema izquierda y dos por los de extrema derecha. Era un hombre suave de carácter, enemigo de andar discutiendo, que deseaba más instruir que polemizar, y trataba de permanecer neutral en las discusiones. Pero por eso mismo una vez lo desterraban los de un partido y otra vez los del otro.

Aunque los de cada partido extremista lo llamaban hereje, sin embargo San Hilario (el defensor del dogma de la Santísima Trinidad) lo tuvo siempre como amigo, y San Atanasio (el defensor de la divinidad de Jesucristo) le profesaba una sincera amistad, y el Concilio general de Constantinopla, en el año 381, lo llama "valiente luchador para defender a la Iglesia de los herejes que niegan las verdades de nuestra religión".

Una de las acusaciones que le hicieron los enemigos fue el haber vendido varias posesiones de la Iglesia de Jerusalén para ayudar a los pobres en épocas de grandes hambres y miserias. Pero esto mismo hicieron muchos obispos en diversas épocas, con tal de remediar las graves necesidades de los pobres.

El emperador Juliano, el apóstata, se propuso reconstruir el templo de Jerusalén para demostrar que lo que Jesús había anunciado en el evangelio ya no se cumplía. San Cirilo anunció mientras preparaban las grandes cantidades de materiales para esa reconstrucción, que aquella obra fracasaría estrepitosamente. Y así sucedió y el templo no se reconstruyó.

San Cirilo de Jerusalén se ha hecho célebre y ha merecido el título de Doctor de la Iglesia, por unos escritos suyos muy importantes que se llaman "Catequesis". Son 18 sermones pronunciados en Jerusalén, y en ellos habla de la penitencia, del pecado, del bautismo, y del Credo, explicándolo frase por frase. Allí instruye a los recién bautizados acerca de las verdades de la fe y habla bellísimamente de la Eucaristía.

En sus escritos insiste fuertemente en que Jesucristo sí está presente en la Santa Hostia de la Eucaristía. A los que reciben la comunión en la mano les aconseja: "Hagan de su mano izquierda como un trono en el que se apoya la mano derecha que va a recibir al Rey Celestial. Cuidando: que no se caigan pedacitos de hostia. Así como no dejaríamos caer al suelo pedacitos de oro, sino que los llevamos con gran cuidado, hagamos lo mismo con los pedacitos de Hostia Consagrada".

Al volver de su último destierro que duró 11 años, encontró a Jerusalén llena de vicios y desórdenes y divisiones y se dedicó con todas sus fuerzas a volver a las gentes al fervor y a la paz, y a obtener que los que se habían pasado a las herejías volvieran otra vez a la Santa Iglesia Católica.

A los 72 años murió en Jerusalén en el año 386. En 1882 el Sumo Pontífice lo declaró Doctor de la Iglesia.

Fuente: EWTN


Día del Seminario


El domingo más cercano anterior a San José se celebra el día del seminario en la mayoría de las diócesis españolas, ya que San José es patrono de los seminarios.
Para conocer el lema de este año y su explicación, así como conocer datos estadísticos sobre el número de seminaristas, les propongo acceder al siguiente link tomado del Web Católico de Javier: http://webcatolicodejavier.org/sacerdote.html 


Palabras del Beato Juan Pablo II

“Redescubrid en estos días santos [de Cuaresma] el sacramento de la Reconciliación, que os hace pasar de las tinieblas del pecado a la luz de la gracia y de la amistad con Dios. Sois conscientes de la gran fuerza espiritual que este sacramento proporciona para la vida cristiana: os hace crecer en intimidad con Dios, adquirir nuevamente la alegría perdida y gozar de la consolación de sentirse personalmente acogidos por el abrazo misericordioso de Dios”

Beato Juan Pablo II


Tema del día:
Mirar a la cruz


Nicodemo era un buen fariseo. Procuraba cumplir todas las leyes, pero también buscaba la verdad. Por eso quiso hablar a solas con Jesús. Lo hizo de noche, quizá porque no estaba de acuerdo con sus compañeros. El hecho es que el evangelista Juan nos narra lo principal de esta conversación. Comienza Nicodemo por llamar “Rabí” a Jesús. Es la idea que tenía de Él: un maestro de la ley, que explica la ley, aunque de forma más sublime. Pero Jesús le dirá que es intermediario de Dios para una nueva vida que Dios nos quiere dar. Para recibir esa vida hay que nacer de nuevo, lo que se realiza en el bautismo. Y terminará la conversación con las primeras palabras del evangelio de este día. Él, Jesús, que se hace llamar “el hijo del hombre” tiene que ser levantado en alto, para que todos los que le miren con fe tengan la vida eterna.

Y pone Jesús el ejemplo de la serpiente de bronce que Moisés había levantado en el desierto. Resulta que, debido a los pecados de los israelitas, en el desierto salieron unas serpientes que con sus mordeduras ocasionaban la muerte a muchos. Entonces Moisés oró al Señor y se le reveló que hiciera una serpiente de bronce, para que puesta en alto librara de las mordeduras a todos los que la miraran. Claro que no era la imagen la que curaba, sino era la fe puesta en Dios, en su grandeza y misericordia, que se veía reflejada en esa imagen, siguiendo el parecer popular de pueblos vecinos. Jesús nos enseña que la cruz es la expresión más grandiosa del amor de Dios y que todo el que mire a Jesús en la cruz con amor y con el deseo y la realidad de seguirle en sus enseñanzas, obtendrá la vida eterna, que no es sólo una promesa de felicidad futura, sino que es la expresión de la verdadera felicidad que Dios quiere para todos.

Y, al terminar ese diálogo, en el versículo 16, según todos los entendidos, es el evangelista quien hace una reflexión, inspirada por Dios, en que expresa la verdad más importante de toda la Biblia: Dios nos ama, y tanto, pero tanto que entrega a su Hijo para que el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna. Toda la historia de Dios con el ser humano es una historia de amor: la creación con la vida material, la redención por medio de Jesús y el perdón, todos los sacramentos que nos ayudan a tener, conservar y aumentar la vida eterna. Dios no quiere la muerte, sino la vida y la alegría. Nosotros, con la libertad dada por Dios, somos los que escogemos a veces la muerte. Dios tiene para todos un proyecto de salvación por medio de Jesucristo.

La cruz no se opone a la alegría, que es compatible con la mortificación y el dolor. En esta vida en que estamos rodeados de pecados, tiene que haber mortificación y dolor para poder salir de ellos y así caminar en la verdadera alegría. A veces es Dios mismo quien, como un buen padre, nos pone las cosas duras para que podamos salir del mal. Como pasaba en el pueblo de Israel, cuando fueron al destierro por sus pecados, como nos narra la primera lectura. Ellos clamaron a Dios, como nos dice el salmo de hoy, y fueron liberados por medio del rey Ciro. Así pasa en nuestra vida. Sin embargo la parte más dura la quiso llevar el mismo Dios, hecho hombre. Jesús fue a la cruz para que pudiéramos tener fuerzas para podernos librar de nuestros males.

Por eso es tan importante mirar a la cruz. Mirar con fe y con amor. Mirar para seguir las huellas de Jesús. Este tiempo de Cuaresma es más apto para esperar en la misericordia de Dios a través de su acción en Cristo Jesús que lo expresaremos más en la próxima Semana Santa. Todo ello terminará en la gloria de la resurrección. Porque Dios nos ha hecho para la alegría. La tecnología moderna aumenta las ocasiones de placer; pero no es lo mismo que alegría. Muchas veces el dinero y los placeres materiales están juntos con la tristeza y la aflicción. La alegría viene del saberse amado por Dios y a la vez amar a Dios. Ese amor se debe traducir en obras buenas, donde la paz de Dios muchas veces abundará en medio de sufrimientos por nosotros y por los demás. El amor siempre engendra alegría.

P. Silverio Velasco (España)


Nuevo video y artículo

Hay un nuevo video subido a este blog.
Para verlo tienes que ir al final de la página.

Hay nuevo material publicado en el blog
"Juan Pablo II inolvidable"
Puedes acceder en la dirección:


Pensamientos sanadores


Hoy pídele a Dios la gracia de pertenecerle cada día más

Para ti que estás creciendo día a día en la experiencia del amor de Dios; para ti que renuevas cada día el deseo de pertenecerle; para ti que empiezas a ser uno con él; para ti que como San Pablo reconoces ser de Dios: llénate de alegría y de esperanza pues gradualmente irás saliendo de la oscuridad de la inquietud y de los muchos temores que te agobian, para habitar en la luz y en la paz verdadera, a través de la cual verás y vivirás las cosas cotidianas de un modo diferente.
La conciencia de pertenecer a otro, y en este caso a Dios, llena nuestra mente de una nueva serenidad, nuestro corazón de esperanza y nuestro cuerpo de una renovada vitalidad.

Ninguno de nosotros vive para sí, ni tampoco muere para sí. Si vivimos, vivimos para el Señor y si morimos, morimos para el Señor: tanto en la vida como en la muerte, pertenecemos al Señor. Porque Cristo murió y volvió a la vida para ser Señor de los vivos y de los muertos. Romanos 14, 7-9.


Nunca nos olvidemos de agradecer


Alguna vez leí que en el cielo hay dos oficinas diferentes para tratar lo relativo a las oraciones de las personas en la tierra:
Una es para receptar pedidos de diversas gracias, y allí los muchos ángeles que atienden trabajan intensamente y sin descanso por la cantidad de peticiones que llegan en todo momento.
La otra oficina es para recibir los agradecimientos por las gracias concedidas y en ella hay un par de ángeles aburridos porque prácticamente no les llega ningún mensaje de los hombres desde la tierra para dar gracias...
Desde esta sección de "Pequeñas Semillitas" pretendemos juntar una vez por semana los mensajes para la segunda oficina: agradecimientos por favores y gracias concedidas como respuesta a nuestros pedidos de oración.

Desde Medellín, Colombia, escribe Juan Carlos E. para agradecer al Padre celestial y a las personas que oraron para que se hiciera la santa voluntad de Dios en su tío Luis Carlos M., residente en Miami, y que finalmente ya descansa en la casa del Señor.

Desde Ecuador nos escribió la mamá de Mishel Joseline S. que cumplió 15 hermosos años el día 13, para agradecer por esta vida y que el Señor la siga bendiciendo siempre y la Virgen la proteja de todo mal.


Cuaresma día por día


Dolor de los pecados.

¿Qué crimen tan brutal ha cometido este hombre, que ha tenido que pagarlo con una muerte tan horrorosa?, preguntó un mahometano a un sacerdote refiriéndose a un crucifijo que tenía en la mesa. - Él no cometió ningún crimen -respondió éste-; era completamente inocente.

- Pues, ¿Quién lo clavó en este madero?

- Fuimos nosotros los hombres quienes lo hicimos con nuestros pecados -exclamó con tristeza el sacerdote.

- Ahora comprendo - añadió lleno de compasión el mahometano- por qué tienes siempre la imagen del crucificado.

¿Has pensado alguna vez que el pecado supone volver a crucificar al Señor? El Señor espera, una vez que nos ha redimido, que le amemos con obras. Y amar a Dios supone también decirle muchas veces: ¡lo siento! Procura, cuando vayas a preparar tu confesión, pedir mucho perdón a Jesús por los pecados, y también pídele que te dé dolor por ellos, dolor de amor.

Si tienes a mano un crucifijo ahora, puedes hablar con Jesús en la Cruz comentando esto; Jesús, que no me acostumbre a verte crucificado; cada vez que vea un crucifijo trataré de acordarme de decirte: ¡Te amo!

Coméntale a Dios con tus palabras algo de lo que has leído. Después termina con una oración final.
P. José Pedro Manglano Castellary


"Intimidad Divina"

Domingo 4° de Cuaresma

La Liturgia de la Palabra sigue sacando de la historia de Israel enseñanzas concretas sobre la necesidad de la conversión y sobre la misericordia de Dios que persigue al hombre para conducirle a la salvación. Dios no dejó de enviar constantemente avisos “por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo… Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira del Señor contra su pueblo a tal punto, que ya no hubo remedio” (2 Par 36, 15-16). Llegó entonces el castigo con la destrucción del templo y la deportación a Babilonia. Es la misma historia que aún hoy, después de tan amargas experiencias, sigue repitiéndose en la vida de los pueblos, de las familias, de los individuos. Cuanto más se deja dominar el hombre por las pasiones, tanto más se cierra a la palabra de Dios.

Pero el Nuevo Testamento atestigua que ahora Dios castiga al hombre sólo después de haber agotado para con él los supremos recursos de su amor infinito. Es éste el gesto extremo de la misericordia de Dios: en lugar de castigar en el hombre ingrato y reincidente sus pecados, los castiga en su Unigénito, a fin de que creyendo en Cristo Crucificado se salve el hombre. Don absolutamente gratuito, que ninguna criatura habría podido nunca ni esperar ni merecer. Y sin embargo desde hace dos mil años este don ha sido otorgado a toda la humanidad, y para beneficiarse de él el hombre no tiene más que creer en Cristo, aceptando ser salvado por Cristo y adhiriéndose a su Evangelio.

Sin embargo existirá una condenación, pero será la que el hombre se imponga a sí mismo, porque así como el que cree en Cristo “no será condenado”, así “el que no cree, ya está condenado”. El que rechaza a Cristo redentor, el que le recusa, se excluye a sí mismo de la salvación, y el juicio de Dios no hará otra cosa que ratificar su libre elección. “La inmensa riqueza” de la gracia y de la bondad de Dios “para con nosotros en Cristo Jesús” (Ef 2, 7) manifiesta cuán grande es la responsabilidad del que recusa el don divino o abusa de él con ligereza. En realidad, nunca el hombre hará demasiado para acogerlo con la gratitud, la fe y el amor de que ese don es merecedor.

Te alabamos, Padre Santo, porque eres grande, porque hiciste todas las cosas con sabiduría y amor… Y tanto amaste al mundo, Padre Santo, que, al cumplirse la plenitud de los tiempos, nos enviaste como salvador a tu único Hijo. El cual se encarnó por obra del Espíritu Santo, nació de María, la Virgen, y así compartió en todo nuestra condición humana menos en el pecado; anunció la salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos y a los afligidos el consuelo. Para cumplir tus designios él mismo se entregó a la muerte, y resucitando, destruyó la muerte y nos dio nueva vida. (Misal Romano, Plegaria eucarística, 4)
P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
.

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