PEQUEÑAS SEMILLITAS
Año 8 - Número 2198 ~
Miércoles 20 de Noviembre de 2013
- AÑO DE LA FE -
Desde la ciudad de Córdoba
(Argentina)
Alabado sea
Jesucristo…
Los que caminamos por este mundo, en medio de cansancios
y conflictos, sabemos que nuestro destino y el de la humanidad está en las
manos y el corazón del Padre y es un destino de plenitud y felicidad. Nuestra
victoria es segura.
Nuestro Futuro está ya en nosotros, en el camino que vamos construyendo día a
día. Jesús es el ejemplo viviente del valor para vivir. Jesús siempre es Buena
Noticia. Más importante que el miedo ante el futuro es el ánimo para el
presente. Desde Jesús, nuestro fundamento, sabemos que es posible mejorar el
mundo; que es posible esperar contra toda esperanza. La historia no ha acabado,
es posible transformar a mejor la realidad. Jesús está presente entre nosotros
y, a la vez, está delante como meta, como horizonte al que mirar.
¿En qué consiste, para mí, lo fundamental del mensaje de
Jesús? ¿De quién, a quién, y cómo doy testimonio?
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
En aquel tiempo, Jesús estaba cerca de Jerusalén y añadió
una parábola, pues los que le acompañaban creían que el Reino de Dios
aparecería de un momento a otro. Dijo pues: «Un hombre noble marchó a un país
lejano, para recibir la investidura real y volverse. Habiendo llamado a diez
siervos suyos, les dio diez minas y les dijo: ‘Negociad hasta que vuelva’. Pero
sus ciudadanos le odiaban y enviaron detrás de él una embajada que dijese: ‘No
queremos que ése reine sobre nosotros’.
»Y sucedió que, cuando regresó, después de recibir la
investidura real, mandó llamar a aquellos siervos suyos, a los que había dado
el dinero, para saber lo que había ganado cada uno. Se presentó el primero y
dijo: ‘Señor, tu mina ha producido diez minas’. Le respondió: ‘¡Muy bien,
siervo bueno!; ya que has sido fiel en lo mínimo, toma el gobierno de diez
ciudades’. Vino el segundo y dijo: ‘Tu mina, Señor, ha producido cinco minas’.
Dijo a éste: ‘Ponte tú también al mando de cinco ciudades’. Vino el otro y dijo:
‘Señor, aquí tienes tu mina, que he tenido guardada en un lienzo; pues tenía
miedo de ti, que eres un hombre severo; que tomas lo que no pusiste, y cosechas
lo que no sembraste’. Dícele: ‘Por tu propia boca te juzgo, siervo malo; sabías
que yo soy un hombre severo, que tomo lo que no puse y cosecho lo que no
sembré; pues, ¿por qué no colocaste mi dinero en el banco? Y así, al volver yo,
lo habría cobrado con los intereses’.
»Y dijo a los presentes: ‘Quitadle la mina y dádsela al
que tiene las diez minas’. Dijéronle: ‘Señor, tiene ya diez minas’. ‘Os digo
que a todo el que tiene, se le dará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se
le quitará. Y aquellos enemigos míos, los que no quisieron que yo reinara sobre
ellos, traedlos aquí y matadlos delante de mí’». Y habiendo dicho esto,
marchaba por delante subiendo a Jerusalén.
(Lc 19,11-28)
Comentario
Hoy, el Evangelio nos propone la parábola de las minas:
una cantidad de dinero que aquel noble repartió entre sus siervos, antes de
marchar de viaje. Primero, fijémonos en la ocasión que provoca la parábola de
Jesús. Él iba “subiendo” a Jerusalén, donde le esperaba la pasión y la
consiguiente resurrección. Los discípulos «creían que el Reino de Dios
aparecería de un momento a otro» (Lc 19,11). Es en estas circunstancias cuando
Jesús propone esta parábola. Con ella, Jesús nos enseña que hemos de hacer
rendir los dones y cualidades que Él nos ha dado, mejor dicho, que nos ha
dejado a cada uno. No son “nuestros” de manera que podamos hacer con ellos lo
que queramos. Él nos los ha dejado para que los hagamos rendir. Quienes han
hecho rendir las minas —más o menos— son alabados y premiados por su Señor. Es
el siervo perezoso, que guardó el dinero en un pañuelo sin hacerlo rendir, el
que es reprendido y condenado.
El cristiano, pues, ha de esperar —¡claro está!— el
regreso de su Señor, Jesús. Pero con dos condiciones, si se quiere que el
encuentro sea amistoso. La primera es que aleje la curiosidad malsana de querer
saber la hora de la solemne y victoriosa vuelta del Señor. Vendrá, dice en otro
lugar, cuando menos lo pensemos. ¡Fuera, por tanto, especulaciones sobre esto!
Esperamos con esperanza, pero en una espera confiada sin malsana curiosidad. La
segunda es que no perdamos el tiempo. La espera del encuentro y del final
gozoso no puede ser excusa para no tomarnos en serio el momento presente.
Precisamente, porque la alegría y el gozo del encuentro final será tanto mejor
cuanto mayor sea la aportación que cada uno haya hecho por la causa del reino
en la vida presente.
No falta, tampoco aquí, la grave advertencia de Jesús a
los que se rebelan contra Él: «Aquellos enemigos míos, los que no quisieron que
yo reinara sobre ellos, traedlos aquí y matadlos delante de mí» (Lc 19,27).
P. Pere SUÑER i Puig SJ (Barcelona, España)
Santoral Católico:
San Edmundo
Mártir
Información amplia haciendo clic acá.
Fuente: Catholic.net
¡Buenos días!
Aceptar en paz
Para la persona
de fe, todo sucede porque lo quiere o lo permite Dios. Y él es experto en sacar
bien del mal. Imagínate el río de bendiciones que bajó del Calvario donde murió
Jesús en la cruz. También él tiene proyectos de salvación para cada una de tus
contradicciones aceptadas en paz.
Un profesor de química al mismo tiempo que
hacía experimentos solía dejar enseñanzas inolvidables. Una vez tenía en la
mano una botella de leche, y a propósito la dejó caer en la batea del agua.
Quedaron los vidrios y toda la leche se escurrió por el desagüe. “La leche está
perdida, dijo. No podemos rescatarla más. Seamos más cuidadosos y no lloremos
nunca por la leche derramada”.
Hay una oración
muy buena para rezar si nos suceden esas cosas desagradables que no tienen más
solución: “Señor, concédeme fortaleza para solucionar lo que tiene solución;
pero, valor para aceptar lo que ya no tiene solución; y sabiduría para
reconocer la diferencia”. Es una sabia lección que se resume así: “Aceptar,
olvidar, y seguir adelante”.
Padre Natalio
Mes de María
Día catorce (20/NOV)
Del amor al prójimo
CONSIDERACIÓN.
El Divino Maestro, nos dice, en el Evangelio, que el primer mandamiento es amar
a Dios sobre todas las cosas y que el segundo, en todo semejante al primero, es
amar al prójimo como a nosotros mismos, por el amor de Él.
María, nuestra Madre, no dejó nunca de practicar, con
gran perfección, esta bella virtud de la caridad. Ella amaba al prójimo puesto
que amaba a Dios; veía el prójimo en Él y más tarde, llevó este amor a la
sublimidad, puesto que, al pie de la Cruz, aceptó la muerte de su divino Hijo,
por la salvación del género humano.
No basta reconocer, de un modo general, que debemos amar
a nuestros hermanos; es necesario, en la práctica, probarles ese amor y esto
nos será más fácil, cuanto más nos dejamos guiar por la fe, porque de este
modo, viendo, como veía la Santa Virgen, a Dios en nuestros hermanos, los
amaremos a pesar de
todos sus defectos y podremos triunfar de las antipatías
y aversiones naturales que tantas veces perjudican la paz en las familias.
San Juan, llegado a una edad muy avanzada, se hacía
llevar a la asamblea de los fieles y les repetía sin cesar: “mis pequeños
hijos, amaos los unos a los otros”, resumiendo así, esta sublime doctrina de la
caridad, de la cual fue el apóstol toda la vida.
Los primeros cristianos habían comprendido bien esto:
estaban tan unidos los unos a los otros, que los paganos se admiraban de sus
virtudes y decían: “¡Ved cómo se aman!” Sus bienes eran comunes y ponían en
práctica este mandamiento del Salvador: “Amad a vuestro prójimo como a vosotros
mismos”.
EJEMPLO. En un
invierno tan riguroso que mucha gente moría de frío, San Martín encontró en una
de las puertas de la ciudad de Amiens, a un pobre harapiento. Movido a
compasión, viendo que nadie había reparado en su miseria, pensó que Dios se lo
había reservado particularmente para aliviarlo. Mas ¿qué podría hacer habiendo
distribuido ya todo su dinero en obras de esta naturaleza y no teniendo más que
una capa con la cual se hallaba cubierto? Cortó en dos partes la capa con su
espada y reservándose la más pequeña dio la otra al pobre, para revestirse. La
noche siguiente, cuando San Martín dormía, se le apareció Jesús, cubierto con
esta parte de la capa y oyó estas palabras: “Aunque Martín no sea aún más que
catecúmeno, me ha dado, sin embargo, este vestido”.
Recordando así, que es Él mismo, a quien nosotros
vestimos o alimentamos en la persona del pobre.
PLEGARIA DE SAN
BUENAVENTURA. Pueda ¡oh María! arder siempre mi corazón y consumirse mi
alma por Vos. Jesús, mi Salvador y María, mi tierna Madre, acordadme, por vuestros
méritos, amaros tanto como sois dignos. Así sea.
RESOLUCIÓN. Asistiré
a los pobres tanto como pueda y veré a nuestro Señor sufriendo, en ellos.
JACULATORIA. Oh
María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos.
Fuente: www.santisimavirgen.com.ar
La frase de hoy
“Jesucristo, luego de habernos dado
todo aquello que podía darnos,
nos hizo incluso herederos de lo más precioso que tenía,
es decir a su Santa Madre”
Santo Cura de Ars
Pedidos de oración
Pedimos oración por la Santa Iglesia Católica; por el Papa Francisco, por el Papa
Emérito Benedicto, por los obispos, sacerdotes, diáconos, seminaristas,
catequistas y todos los que componemos el cuerpo místico de Cristo; por la
unión de los cristianos para que seamos uno, así como Dios Padre y nuestro
Señor Jesucristo son Uno junto con el Espíritu Santo; por las misiones, por la
Paz en el mundo, por nuestros hermanos sufrientes por diversos motivos
especialmente por las enfermedades, el hambre y la pobreza; por los presos
políticos y la falta de libertad en muchos países del mundo, por la unión de
las familias, la fidelidad de los matrimonios y por más inclinación de los
jóvenes hacia este sacramento; por el aumento de las vocaciones sacerdotales y
religiosas, y por las Benditas Almas del Purgatorio.
Pedimos oración por dos personas de Costa Rica: por Wendolyn R. (17 años), quien tendrá un
juicio el viernes a las 7:00 am. para que se haga la voluntad del Señor, que es
su abogado. Y también pedimos por el embarazo de Fabiola M.
Pedimos oración por el eterno descanso del alma de Lito (Marcelo), que ha fallecido en
México, rogando al Señor para que lo reciba en su seno, y otorgue consuelo a
sus familiares y amigos.
Pedimos oración por Brenda
B., de ciudad de México, que está embarazada y con temores, pues tiene un
bebé con problemas neurológicos. Que la Virgen de Guadalupe interceda ante
Jesús para que la gestación llegue a feliz término.
Tú quisiste, Señor, que tu Hijo unigénito soportara
nuestras debilidades,
para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la
paciencia;
escucha ahora las plegarias que te dirigimos por
nuestros hermanos enfermos
y concede a cuantos se hallan sometidos al dolor, la
aflicción o la enfermedad,
la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu
hijo ha llamado dichosos,
y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la
redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Amén
“Intimidad Divina”
El corazón nuevo
“Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados de
todas vuestras manchas… Yo os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un
espíritu nuevo” (Ez 36, 25-26). Esta gran promesa hecha a Israel se cumple
plenamente en las criaturas que, abandonándose del todo a la acción
purificadora del Espíritu Santo, salen con un corazón renovado en el agua pura
de la gracia y en la llama viva del amor. Característica inconfundible de este
corazón nuevo es la humildad profunda, que lo libra de todo vestigio de orgullo
y vanagloria. Lejos de complacerse en sí misma y en su generosidad en el
servicio de Dios, la criatura purificada por el Espíritu Santo “se tiene por
más mala averiguadamente que todas las otras almas…, porque le va el amor
enseñando lo que merece Dios”. El amor, mejor que cualquier razonamiento,
permite intuir lo digno que es Dios de ser amado y honrado con dedicación
absoluta; el hombre presa de él pierde toda presunción y, por mucho que haga
por el Señor se siente siempre siervo inútil y como nada delante de él. El amor
divino, al mismo tiempo que inflama a la criatura, la ilumina y abisma en la
contemplación del todo de Dios, frente al cual por contraste resalta más
vivamente la nada del hombre.
“No temas –dice el Señor–, que yo te he rescatado, te he
llamado por tu nombre. Tú eres mío” (Is 43, 1). Aunque consciente de su miseria
e indignidad y como atónita en presencia de la santidad de Dios, advierte la
criatura que él la invita, la llama, quiere introducirla en su intimidad. No
está aún “perfeccionada en amor, por no haber llegado a la unión. [Sin
embargo], el hambre y sed que tiene de lo que falta… y las fuerzas que ya el
amor ha puesto en la voluntad…, la hace ser osada y atrevida”, y tiende con
todas sus fuerzas a la comunión perfecta con Dios. El corazón nuevo que el
Espíritu Santo va plasmando en ella es humilde, pero también osado. Humilde por
su indignidad, que conoce perfectamente, pero osada por el amor que llamea en
ella y por la invitación que Dios mismo le dirige atrayéndola secretamente a
sí, el alma osa aspirar el bien sumo de la unión divina. Es humilde en su audaz
deseo, porque sabe que no merece tan alto don, pero osada, porque comprende que
Dios mismo se lo quiere dar.
El amor de Dios le ha salido al paso, haciéndola
semejante a él por creación y por gracia; esa divina semejanza está diciendo
justamente el deseo de Dios de unirla a sí y a la vez el fundamento de dicha
unión. “Porque como se casa joven con doncella, se casará contigo tu
Edificador” (Is 62, 5). Dios ha creado al hombre semejante a sí, para unirlo
consigo por el amor; y el Hijo del hombre se ha inmolado y ha orado para que
esa unión en la Iglesia su Esposa se realice con todo hombre: “Como tú, Padre,
en mí y yo en ti, que ellos sean también uno en nosotros” (Jn 17, 21). Que lo
sean todos los creyentes, unidos entre sí por la misma caridad que los une a
Dios; que lo sea cada uno en una relación personal de amor y de “comunión con
el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1 Jn 1, 3).
Señor, te doy
posesión de mí misma, pues no sé qué hacer de mí, como no sea un infierno y por
mí sola. Señor, quisiera hacer este trueque contigo: yo pondré este mi ser
maligno en tus manos, porque tú sólo lo puedes ocultar en tu bondad y dirigirme
de modo que de la servidumbre de mí misma no se vea ya cosa alguna, y tú m
darás la posesión de tu amor esplendoroso que extinga en mí todo otro amor y me
aniquile toda en ti mismo, y luego, manteniéndome ocupada en ti, ninguna otra
cosa tenga ni tiempo ni lugar de estar conmigo. (Santa Catalina de Génova,
Diálogo)
P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
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