PEQUEÑAS SEMILLITAS
Año 8 - Número 2196 ~ Lunes
18 de Noviembre de 2013
- AÑO DE LA FE -
Desde la ciudad de Córdoba
(Argentina)
Alabado sea
Jesucristo…
Meditando todavía el Evangelio de ayer domingo, podemos
ver que el lenguaje “catastrófico” que utiliza Jesús no anuncia el fin del
mundo; llegará el día abrasador como un horno en que todos los arrogantes y los
que hacen el mal serán como paja.
Jesús advierte a sus seguidores sobre las dificultades
que vendrán. ¡Gran previsión! Nunca fue fácil ser cristiano. Identificarse con Cristo
implica padecer incomprensiones, rechazos, burlas, desprecios sociales. Ante el
testimonio cristiano, el “mundo”, muchas veces reacciona tratando de eliminar o
silenciar la voz de los creyentes. Aunque no faltan las persecuciones cruentas,
lo más común en los países “cristianos” es el hostigamiento, la confabulación
del silencio, la falta de respeto a nuestros símbolos religiosos, la burla de
nuestras convicciones…
Toda situación ha de servir para manifestar la belleza de
nuestra fe y su mandamiento supremo: el amor. (El Domingo)
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
En aquel tiempo, sucedió que, al acercarse Jesús a
Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna; al oír que
pasaba gente, preguntó qué era aquello. Le informaron que pasaba Jesús el
Nazareno y empezó a gritar, diciendo: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de
mí!». Los que iban delante le increpaban para que se callara, pero él gritaba
mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». Jesús se detuvo, y mandó que
se lo trajeran y, cuando se hubo acercado, le preguntó: «¿Qué quieres que te
haga?». Él dijo: «¡Señor, que vea!». Jesús le dijo: «Ve. Tu fe te ha salvado».
Y al instante recobró la vista, y le seguía glorificando a Dios. Y todo el
pueblo, al verlo, alabó a Dios.
(Lc 18,35-43)
Comentario
Hoy, el ciego Bartimeo (cf. Mc 10,46) nos provee toda una
lección de fe, manifestada con franca sencillez ante Cristo. ¡Cuántas veces nos
iría bien repetir la misma exclamación de Bartimeo!: «¡Jesús, Hijo de David,
ten compasión de mí!» (Lc 18,37). ¡Es tan provechoso para nuestra alma
sentirnos indigentes! El hecho es que lo somos y que, desgraciadamente, pocas
veces lo reconocemos de verdad. Y..., claro está: hacemos el ridículo. Así nos
lo advierte san Pablo: «¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has
recibido, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?» (1Cor 4,7).
A Bartimeo no le da vergüenza sentirse así. En no pocas
ocasiones, la sociedad, la cultura de lo que es “políticamente correcto”,
querrán hacernos callar: con Bartimeo no lo consiguieron. Él no se “arrugó”. A
pesar de que «le increpaban para que se callara, (...) él gritaba mucho más:
‘¡Hijo de David, ten compasión de mí!’» (Lc 18,39). ¡Qué maravilla! Da ganas de
decir: —Gracias, Bartimeo, por este ejemplo.
Y vale la pena hacerlo como él, porque Jesús escucha. ¡Y
escucha siempre!, por más jaleo que algunos organicen a nuestro alrededor. La
confianza sencilla —sin miramientos— de Bartimeo desarma a Jesús y le roba el
corazón: «Mandó que se lo trajeran y (...) le preguntó: «¿Qué quieres que te
haga?» (Lc 18,40-41). Delante de tanta fe, ¡Jesús no se anda con rodeos! Y...
Bartimeo tampoco: «¡Señor, que vea!» (Lc 18,41). Dicho y hecho: «Ve. Tu fe te
ha salvado» (Lc 18,42). Resulta que «la fe, si es fuerte, defiende toda la
casa» (San Ambrosio), es decir, lo puede todo.
Él lo es todo; Él nos lo da todo. Entonces, ¿qué otra
cosa podemos hacer ante Él, sino darle una respuesta de fe? Y esta “respuesta
de fe” equivale a “dejarse encontrar” por este Dios que —movido por su afecto
de Padre— nos busca desde siempre. Dios no se nos impone, pero pasa
frecuentemente muy cerca de nosotros: aprendamos la lección de Bartimeo y...
¡no lo dejemos pasar de largo!
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès,
Barcelona, España)
Santoral Católico:
Dedicación de las Basílicas
de San Pedro y San Pablo
Dedicación de las basílicas de los santos Pedro y Pablo,
apóstoles. La primera de ellas fue edificada por el emperador Constantino sobre
el sepulcro de san Pedro en la colina del Vaticano, y al deteriorarse por el
paso de los años fue reconstruida con mayor amplitud y de nuevo consagrada en
este mismo día de su aniversario. La otra, edificada por los emperadores
Teodosio y Valentiniano en la vía Ostiense, después de quedar aniquilada por un
lamentable incendio fue reedificada en su totalidad y dedicada el diez de
diciembre. Con su común conmemoración se quiere significar, de algún modo, la
fraternidad de los apóstoles y la unidad en Iglesia (1626; 1854).
Información amplia haciendo clic acá.
Fuente: Catholic.net
¡Buenos días!
Paz, esperanza y gozo
“Nosotros los
creyentes, cuando rezamos por nuestros muertos, nos reencontramos con ellos en
una misteriosa comunión de fe, esperanza y amor. Ellos han transpuesto ya la frontera del tiempo y entrado en el ámbito
de la eternidad, propio de Dios. Pero aunque hayan dejado de existir para
nuestro mundo físico, siguen viviendo, con todo, en el mismo mundo espiritual
en que vivimos nosotros.
Siempre que hacemos oración por ellos, los
encontramos dentro del infinito abrazo con que estrecha Dios a cuantos lo aman.
He aquí el motivo de por qué, quienes nos hemos abierto por la fe a un sentido
cristiano de la muerte, no nos dejamos abatir por el pesimismo o la
desesperación. Desde luego, cuando se produce el deceso de algún ser querido,
los creyentes experimentamos, como cualquier ser humano, un profundo dolor.
Nuestro corazón puede derramar lágrimas de sangre. Nuestra sensibilidad puede
haber quedado destrozada. Pero en la zona más secreta del alma, la fe nos hace
vivir una experiencia de paz, esperanza y gozo.
Paz, esperanza y
gozo que surgen de saber con seguridad que ellos, nuestros muertos, viven. No
podemos precisar cómo ni dónde, pero sabemos que viven. Así como sabemos que un
día nos volveremos a encontrar definitivamente con ellos, para compartir en
plenitud la existencia trascendente que ellos ya viven”. (H. Valla). Que
Cristo, “resurrección y vida”, aliente tu esperanza.
Padre Natalio
Mes de María
Día doce (18/NOV)
La plegaria de la noche
CONSIDERACIÓN.
Cada noche hay, para aquel que ha llenado laboriosamente su día, una satisfacción
bien legítima, al ver llegar, al fin, la hora del reposo. Mas, antes de
entregarse al sueño, el cristiano desea santificar esas horas de la noche,
haciéndolas preceder de una plegaria, en la cual da gracias a Dios, por los
favores que ha recibido y solicita su protección todopoderosa.
Después, manteniéndose en su presencia, examina
seriamente su conciencia y, como un negociante, que, cada noche, no deja de
poner sus cuentas en orden, se pregunta si, desde el punto de vista de su salvación,
hay pérdida o ganancia para él. Cuando ha reconocido sus faltas, se humilla por
ellas delante de Dios, pidiéndole perdón y prometiéndole evitarlas en el porvenir.
La muerte podría sorprenderle durante ese sueño, del cual es la imagen; él está
sometido a la voluntad de Dios y de antemano, acepta la decisión tomada por el
Soberano Maestro, sobre nuestros destinos.
María también, conoció la necesidad del reposo. Pero ¡con
cuánta perfección lo ha santificado, ofreciéndolo a su Creador! Sus ojos se
cerraban a la luz material, pero su corazón vivía unido al Señor, pues Ella
cumplió su voluntad.
Imitemos a nuestra Madre y así, ni un solo instante de nuestra
vida, aún de aquellos que consagramos al sueño, será perdido para la eternidad.
Hay, no obstante, hombres bastante insensatos que no consagran a Dios ni el
comienzo ni el fin de cada día. Es a éstos, a quienes se dirigen las palabras
de San Bernardo: “Cuando dais a un pobre mendigo un pedazo de pan, no abandona
vuestra puerta sin daros las gracias. Y Dios os ha alimentado todo el día, no
solamente a la noche sino también a la mañana y al mediodía y queréis acostaros
sin haber agradecido a vuestro bienhechor.
Vuestro criado os desea buenas noches y le agradecéis y
cuando se trata de Dios, que puede no solamente desearos sino acordaros una
buena noche, no le hacéis un saludo ni un signo de gratitud.
¡Qué proceder extraño e inconcebible!
EJEMPLO. San
Alfonso de Ligorio, había tenido la felicidad de nacer de padres cristianos. La
piadosa madre no descuidaba nada, para cultivar en el corazón de sus hijos, el
germen de lavirtud.
Cada mañana y cada noche los reunía e inspiraba a sus
tiernos corazones el amor a Dios y una tierna devoción a la Santa Virgen.
San Alfonso, todavía niño, mostraba gran afición hacia
esos piadosos ejercicios. Oía inmóvil, el curso de instrucción religiosa que
daba su madre y luego, cuando llegaba el momento de la plegaria de la noche, su
modestia, su recogimiento, su fervor, eran para todos, un motivo de grande
edificación.
PLEGARIA DE SAN
EFRÉN. ¡Oh Santa Madre de Dios, protegednos, conservadnos bajo las alas de
vuestra misericordia! Toda nuestra confianza está en Vos.
¡Oh Virgen Inmaculada! nosotros os estamos consagrados y
nos ponemos bajo vuestra protección para siempre. Así sea.
RESOLUCIÓN. No
omitiré jamás, la oración de la noche.
JACULATORIA. Virgen
poderosa, rogad por nosotros.
Fuente: www.santisimavirgen.com.ar
La frase de hoy
“Dios juntó todas las aguas en un depósito y lo llamó
MAR…
y juntó todas las gracias en una persona y la llamó
MARÍA”
San Luis María Grignon de Montfort
Pedidos de oración
Pedimos oración por la Santa Iglesia Católica; por el Papa Francisco, por el Papa
Emérito Benedicto, por los obispos, sacerdotes, diáconos, seminaristas,
catequistas y todos los que componemos el cuerpo místico de Cristo; por la
unión de los cristianos para que seamos uno, así como Dios Padre y nuestro
Señor Jesucristo son Uno junto con el Espíritu Santo; por las misiones, por la
Paz en el mundo, por nuestros hermanos sufrientes por diversos motivos
especialmente por las enfermedades, el hambre y la pobreza; por los presos
políticos y la falta de libertad en muchos países del mundo, por la unión de
las familias, la fidelidad de los matrimonios y por más inclinación de los
jóvenes hacia este sacramento; por el aumento de las vocaciones sacerdotales y
religiosas, y por las Benditas Almas del Purgatorio.
“Intimidad Divina”
El fuego devorador
Dios no admite contrincante: para los que ama y quiere admitir
a su intimidad, es un “fuego devorador” que destruye en ello todo cuanto puede
dividir su corazón. Es fuego devorador, pero fuego de amor. Cuando su llama se
apodera del espíritu, lo escudriña en toda dirección y en todos sus repliegues,
dejando al desnudo todo lo que es contrario al amor. Sus resplandores descubren
al hombre todas sus miserias, y le muestran toda su fealdad, para que se dé
cuenta de la distancia infinita que hay entre él y Dios, para que se humille y
reconozca indigno de los favores divinos y para que se duela de ello y
doliéndose merezca ser liberado. Mientras la criatura no está del todo
purificada, dice San Juan de la Cruz, la llama del amor divino “no es [para
ella] clara sino oscura, que, si alguna luz le da, es para ver sólo y sentir
sus miserias y defectos…; aunque algunas veces le pega calor de amor, es con
tormento y aprieto”. Es una especie de purgatorio, en el que el alma agoniza,
temiendo ser rechazada para siempre de Dios.
“He venido a poner fuego en el mundo: ¡Y ojalá estuviera
ya ardiendo!” (Lc 12, 49). Este fuego divino, encendido por la caridad en el
corazón de cada cristiano, no está destinado a quedar sofocado bajo un cúmulo
de miserias y de limitaciones humanas, sino a llamear libremente para elevarse
a Dios llevando hacia él a su criatura purificada y resplandeciente por la
fuerza del amor. Esto no podrá realizarse nunca si Dios, por particular
misericordia suya, no interviene de un modo especial en la vida de sus amigos,
metiéndolo en esas pruebas purificadoras. “Mira –dice el Señor– que te he
purificado al fuego como plata: te he probado en el crisol de la desgracia” (Is
48, 10). El fuego que purifica a las almas, no es un fuego hostil, sino el
fuego amigo del amor divino; fuego devorador y purificante, pero al mismo
tiempo amoroso e iluminador.
San Juan de la Cruz ve en este fuego divino al mismo
Espíritu Santo, el cual lo mismo que derrama su amor en el hombre, así lo
purifica por medio del mismo amor… El que esta acción purificadora sea
dolorosa, no depende ni del Espíritu Santo ni de la naturaleza del amor, que de
por sí es gozoso, sino del estado imperfecto en que se encuentra la criatura.
Los sufrimientos purificadores son algo así como los dolores del parto, que
preparan y anuncian una vida nueva. ¿No dijo Jesús que es necesario nacer de
nuevo y que este nacimiento ha de tener lugar por medio del Espíritu? “Si uno
no naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3,
5). Ese nuevo nacimiento iniciado en el bautismo, debe llegar a plenitud a
través del esfuerzo de toda la vida, porque mientras el hombre vive aquí abajo,
necesita siempre morir a sí mismo y, por ende, ser purificado por el Espíritu
para ser regenerado por él. Cuando las pruebas purificadoras se hacen más
intensas, no hay más que un cable de salvación al que agarrarse: saber que, a
pesar de sentirse el hombre abandonado de Dios, en realidad no lo está; antes
se encuentra bajo un influjo especial del Espíritu Santo, que dirige la obra de
su purificación.
Oh Señor mío, yo he
estado hasta aquí en gran paz, contento y deleite, porque todas mis facultades
gozaban del amor que me dabas tú, y las parecía estar en el paraíso… Ahora me
encuentro desnuda y despojada de todo e incapaz de amar y obrar como solía;
¿qué haré, pues, viva y muerta a la vez, sin entendimiento, sin memoria, sin
voluntad y, lo que es peor, sin amor? Yo creía que sin éste no se podía vivir,
habiendo sido creado el hombre para amar y para gozar, para gozarte a ti sobre
todo, oh Dios, nuestro primer objeto y nuestro fin… ¡Oh qué dura e intolerable
me parece esta vida!... La abandonada y desolada humanidad ¿cómo vivirá
quedando árida, desnuda y sin vigor?... ¡Oh, qué dulce y cruel purgatorio es
éste no conocido en la tierra! Dulce en comparación con el purgatorio de la
otra vida. Nos parece cruel a nosotros ciegos… mas lo que nos parece crueldad
de tu parte, oh mi Dios, es gran misericordia. (Santa Catalina de Génova)
P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
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