domingo, 23 de junio de 2013

Pequeñas Semillitas 2068

PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 8 - Número 2068 ~ Domingo 23 de Junio de 2013
- AÑO DE LA FE -
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)

Alabado sea Jesucristo…
¿Quién es para nosotros ese Profeta de Galilea, que no ha dejado tras de sí escritos sino testigos? No basta que lo llamemos “Mesías de Dios”. Hemos de seguir dando pasos por el camino abierto por él, encender también hoy el fuego que quería prender en el mundo. ¿Cómo podemos hablar tanto de él sin sentir su sed de justicia, su deseo de solidaridad, su voluntad de paz?
¿Hemos aprendido de Jesús a llamar a Dios “Padre”, confiando en su amor incondicional y su misericordia infinita? No basta recitar el “Padrenuestro”. Hemos de sepultar para siempre fantasmas y miedos sagrados que se despiertan a veces en nosotros alejándonos de él. Y hemos de liberarnos de tantos ídolos y dioses falsos que nos hacen vivir como esclavos.
¿Adoramos en Jesús el Misterio del Dios vivo, encarnado en medio de nosotros? No basta confesar su condición divina con fórmulas abstractas, alejadas de la vida e incapaces de tocar el corazón de los hombres y mujeres de hoy. Hemos de descubrir en sus gestos y palabras al Dios Amigo de la vida y del ser humano. ¿No es la mejor noticia que podemos comunicar hoy a quienes buscan caminos para encontrarse con él?
¿Creemos en el amor predicado por Jesús? No basta repetir una y otra vez su mandato. Hemos de mantener siempre viva su inquietud por caminar hacia un mundo más fraterno, promoviendo un amor solidario y creativo hacia los más necesitados. ¿Qué sucedería si un día la energía del amor moviera el corazón de las religiones y las iniciativas de los pueblos?
¿Hemos escuchado el mandato de Jesús de salir al mundo a curar? No basta predicar sus milagros. También hoy hemos de curar la vida como lo hacía él, aliviando el sufrimiento, devolviendo la dignidad a los perdidos, sanando heridas, acogiendo a los pecadores, tocando a los excluidos. ¿Dónde están sus gestos y palabras de aliento a los derrotados?
Si Jesús tenía palabras de fuego para condenar la injusticia de los poderosos de su tiempo y la mentira de la religión del Templo, ¿por qué no nos sublevamos sus seguidores ante la destrucción diaria de tantos miles de seres humanos abatidos por el hambre, la desnutrición y nuestro olvido?
José Antonio Pagola

La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy

Y sucedió que mientras Jesús estaba orando a solas, se hallaban con Él los discípulos y Él les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos respondieron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los antiguos había resucitado». Les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro le contestó: «El Cristo de Dios». Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie.
Dijo: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día». Decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará».
(Lc 9,18-24)

Comentario
Hoy, en el Evangelio, Jesús nos sitúa ante una pregunta clave, fundamental. De su respuesta depende nuestra vida: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Lc 9,20). Pedro responde en nombre de todos: «El Cristo de Dios». ¿Cuál es nuestra respuesta? ¿Conocemos suficientemente a Jesús como para poder responder? La oración, la lectura del Evangelio, la vida sacramental y la Iglesia son fuentes inseparables que nos llevan a conocerle y a “vivirlo”. Hasta que no seamos capaces de responder con Pedro con todo el corazón y con la misma sencillez..., seguramente todavía no nos habremos dejado transformar por Él. Hemos de conseguir sentir como Pedro, ¡hemos de lograr sentir como la Iglesia para poder responder de manera satisfactoria a la pregunta de Jesús!
Pero el Evangelio de hoy acaba con una exhortación a seguir al Señor desde la humildad, desde la negación y la cruz. Seguir a Jesús de esta manera sólo puede dar salvación, libertad. «Lo que sucede con el oro puro, también sucede con la Iglesia; esto es, que cuando pasa por el fuego, no experimenta ningún mal; más bien lo contrario, su esplendor aumenta» (San Ambrosio). Ni la contrariedad, ni la persecución por causa del Reino, nos han de dar miedo, más bien nos han de ser motivo de esperanza e, incluso, de alegría. Dar la vida por Cristo no es perderla, es ganarla para toda la eternidad. Jesús nos pide que nos humillemos totalmente por fidelidad al Evangelio, quiere que, libremente, le demos toda nuestra existencia. ¡Vale la pena dar la vida por el Reino!
Seguir, imitar, vivir la vida de la gracia, en definitiva, permanecer en Dios es el objetivo de nuestra vida cristiana: «Dios se hizo hombre para que imitando el ejemplo de un hombre, cosa posible, lleguemos a Dios, cosa que antes era imposible» (San Agustín). ¡Que Dios, con la fuerza de su Espíritu Santo, nos ayude a ello!
Rev. D. Ferran JARABO i Carbonell (Agullana, Girona, España)

Santoral Católico:
San José Cafasso
Confesor
Información amplia: clic acá

Fuente: Catholic.net    

¡Buenos días!

Erizos en dificultades

Tú eres parte de grupos humanos y tus tareas contribuyen a lograr los objetivos que dan sentido a la empresa común. Por lo tanto es importante que aprecies y respetes a todos –incluso a los más humildes– porque todos llevan adelante la organización. Y sientas la alegría y la responsabilidad de aportar lo que te corresponde para tu propio bien y el de tus compañeros.

Durante la era glacial, muchos animales morían a causa del frío. Los erizos, percibieron esta situación, acordaron vivir en grupo, así se daban abrigo y se protegían mutuamente. Pero las espinas de cada uno herían a los vecinos más próximos, justamente a aquellos que les brindaban calor, y por eso se separaron unos de otros. Pero volvieron a sentir frío y tuvieron que tomar una decisión, pues o desaparecían de la faz de la tierra o aceptaban las espinas de sus vecinos. Con sabiduría, decidieron volver a vivir juntos. Aprendieron así a vivir con las pequeñas heridas que una relación muy cercana podía ocasionar, porque lo que realmente era importante era el calor del otro. ¡Sobrevivieron!

Es conocido el sabio refrán: “grano no hace granero, pero ayuda al compañero”. Esto significa que la unión de lo pequeño e insignificante genera gran fuerza para lograr hermosos objetivos. Una comunidad es fuerte y sana cuando todos están unidos por vínculos de amistad y cada uno siente como propio, los objetivos comunes y aporta solidariamente su colaboración.
Padre Natalio

Palabras del Beato Juan Pablo II

«Con mis brazos abiertos os llevo a todos en mi corazón...
El recuerdo de estos días se hará oración
pidiendo para vosotros la paz en fraterna convivencia,
alentados por la esperanza cristiana que no defrauda»

Beato Juan Pablo II
  
Tema del día:
El Mesías de Dios

Algo de lo más importante y esencial en nuestra religión es conocer a Jesucristo. Y al mismo tiempo que conocemos a Jesucristo, adecuar nuestra vida a ese conocimiento, de modo que toda nuestra vida esté inmiscuida en el conocimiento y realidad de la persona de Cristo.

Para ello necesitamos la gracia de Dios, por aquello que nos dice san Pablo: “Nadie puede llamar a Jesús Señor si no es por medio del Espíritu Santo”. Llamar bíblico no es sólo proclamarlo, sino que lo sea efectivamente.

Lo primero que dice el evangelio de hoy es que Jesús estaba orando. Es un dato que lo traen todos los evangelistas: el hecho de que Jesús oraba, no sólo en acciones públicas o comunitarias, sino en privado apartándose de sus discípulos para hablar con su Padre Dios. Lo suelen exponer los evangelistas en momentos clave cuando va a realizar algún hecho especial o va a dar una gran proclamación.

Ahora quiere aclarar cuál es su misión, cuando las gentes y los discípulos van comentando si será algún profeta o el mismo Mesías esperado. Ahora, después de una profunda oración, Jesús reúne a sus discípulos y les pregunta: ¿Quién dice la gente que es él? Le responden que piensan que es un profeta, como Juan Bautista, como Elías. Sin duda que los apóstoles sabrían ya algo de lo que pensaban los fariseos y maestros de la ley y cómo estos estaban contra Jesús. Pero los apóstoles, como buenas personas, comentan sólo las buenas cosas que dicen sobre Jesús.

Luego viene la gran pregunta, la que principalmente Jesús quería hacerles: “Y vosotros ¿quién pensáis que soy yo?” Seguramente se quedaron un poco desconcertados y callados. Sólo Pedro, que se sentía un poco más cabecilla, no podía quedarse callado y le dice: “El Mesías de Dios”. Según san Mateo, que estaba allí, dijo: “Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Dicen algunos que esto último sería una expresión posterior, a la luz de la resurrección de Jesús. También según san Mateo, entonces Jesús prometió a san Pedro que iba a ser el responsable, la piedra fundamental del edificio espiritual de salvación, que iba a ser la Iglesia.

El hecho es que san Pedro proclama que Jesús es el Mesías. ¿Qué entendería entonces san Pedro por el Mesías? Seguro que en su mente estaría la aureola de poder y dignidad humana que los siglos habían puesto sobre el mesías temporal.

Por eso Jesús tiene que prohibirles decir a la gente que él es el Mesías, aunque lo sea, porque lo iban a enseñar mal y la gente lo iba a entender de mala manera. Por eso comienza a explicarles que en la nueva fundación o Iglesia el más grande no va a ser quien tenga más poder o cualidades humanas, sino el que esté dispuesto a perder su vida para darla en provecho y salvación de los demás.

Y comienza a ponerse él mismo como ejemplo. Y, como lo repetirá otras veces hasta que estén subiendo por última vez a Jerusalén, a él, que es el “Mesías” le van a desechar, va a padecer mucho hasta ir a la cruz por nosotros. Claro que luego va a resucitar. Pero esto lo entendían menos los apóstoles.

El hecho es que nosotros, si queremos ser discípulos de Cristo, el Mesías, debemos estar dispuestos a padecer injurias y persecuciones, si es porque somos cumplidores del evangelio y seguidores de Cristo. Después, y muchas veces aquí, sentiremos que somos discípulos y seguidores del Resucitado.

Hoy también Jesús nos pregunta a cada uno de nosotros: Para ti ¿Quién soy yo? No basta responder con lo que dicen los obispos y los concilios sobre Jesús. ¿Qué es lo que significa Jesús para nuestra vida? Quizá nuestros actos religiosos son rutinarios y tenemos una religión muy infantil. Debemos llegar a tener un trato personal, adulto, con Jesucristo para que Él sea el centro de nuestra vida y que sea realmente el camino, la verdad y la vida.
P. Silverio Velasco (España)

Junio, mes del Corazón de Jesús
Día 23: Frente a tanto mal

Cuando San Juan Bautista desde la prisión envió a dos de sus discípulos a Jesús para pedirle si era verdaderamente el redentor prometido. Jesús, por toda respuesta se refirió a los frutos: "Id y referid a Juan que los ciegos ven, los cojos andan, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados". Jesús quiere nuestra salvación. Él vive y obra por nosotros; por nosotros muere en la cruz.
Siembra mucho, siembra a manos llenas el bien; no se perderá en la tierra; fructificará siempre para el cielo. Los cojos caminarán.
¡Cuántos defectos en las personas que tú conoces, que tú quieres! ¡Cuántas malas inclinaciones y quizá cuántos escándalos! Tú sabes que la caridad cristiana obliga a todos a la corrección fraterna.
Fuente: Web Católico de Javier

Nuevo video y artículo

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"Juan Pablo II inolvidable"
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Nunca olvidemos agradecer

Alguna vez leí que en el cielo hay dos oficinas diferentes para tratar lo relativo a las oraciones de las personas en la tierra:
Una es para receptar pedidos de diversas gracias, y allí los muchos ángeles que atienden trabajan intensamente y sin descanso por la cantidad de peticiones que llegan en todo momento.
La otra oficina es para recibir los agradecimientos por las gracias concedidas y en ella hay un par de ángeles aburridos porque prácticamente no les llega ningún mensaje de los hombres desde la tierra para dar gracias...
Desde esta sección de "Pequeñas Semillitas" pretendemos juntar una vez por semana (los domingos) todos los mensajes para la segunda oficina: agradecimientos por favores y gracias concedidas como respuesta a nuestros pedidos de oración.

Desde Guatemala, nuestra lectora Lesbia del Carmen, nos dice que ya salió del hospital y “que todo anduvo bien gracias a nuestro Señor Jesús y a la intercesión de nuestra Madre la Virgen María y a todos vosotros hermanos de Pequeñas Semillitas por esas oraciones que las miro ir en forma de rayitos hacía el cielo”. Damos gracias a Dios y seguimos rezando para que su biopsia hepática tenga buenos resultados. 

Desde Argentina, Ana agradece las oraciones hechas en favor de su hermano Juan Carlos, que fue operado del corazón el pasado miércoles 19, y se está recuperando favorablemente. Damos gracias a Dios.

“Intimidad Divina”

Domingo 12 del Tiempo Ordinario

El profeta Zacarías hablando de  la época mesiánica la describe como el templo en el que Dios derramaría para Jerusalén “un espíritu de gracia y de clemencia” (12, 10). Pero esa alegría será turbada por la muerte violenta de un personaje misterioso, “a quien traspasaron” (ib.), por el que todo el pueblo llorará amargamente. Es una profecía del Mesías doliente que reaparece bajo otra forma en los vaticinios de Isaías sobre el Siervo de Yahvé, “herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas” (53, 5). Asistiendo a la muerte de Jesús, Juan se acordará de las palabras de Zacarías y más tarde las referirá en su evangelio para comprobar que en el Cristo crucificado y atravesado con una lanza se habían cumplido las Escrituras (Jn 19, 37). Jesús mismo había sido el primero en hacer esta confrontación cuando, queriendo dar a sus discípulos una idea exacta de su persona y de su misión, les había anunciado los sufrimientos que le aguardaban.

Al fin de su primer año de ministerio, Jesús reúne en torno a sí a los discípulos y después de haberse entretenido con ellos en oración –pues nadie puede comprender a Cristo si el Padre no le ilumina–, descorre el velo de su misterio. Ante todo les pregunta “¿Quién dice la gente que soy yo?” (Lc 9, 18-20). Si las multitudes le tienen por profeta, los discípulos admitidos a su intimidad, testigos de sus milagros y destinatarios privilegiados de sus enseñanzas, tienen que haber captado algo más. Y Pedro responde en nombre de todos: Tú eres “el Mesías de Dios” (ib.). La respuesta es exacta; es eco de la profecía de Isaías sobre “el Ungido del Señor”, enviado “a anunciar la buena nueva a los pobres” (61, 1). Pero no es eso todo. Y Jesús la completa hablando por primera vez de su pasión: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser… ejecutado” (Lc 9, 22). Así se presenta como el Siervo de Yahvé, “despreciable y deshecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias” (Is 53, 3).

Para los discípulos que lo mismo que sus compatriotas pensaban sólo en un Mesías-rey, esta revelación hubo de ser muy dura y avisándoles que también ellos habrán de pasar por el camino de sufrimiento: “El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo” (Lc 9, 23). Él irá delante para dar ejemplo, y llevará el primero la cruz; el que quiera ser su discípulo, deberá imitarle y no una vez sola, sino “cada día”, negándose a sí mismo para conformarse con el Maestro sufriente y crucificado. “Los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo os habéis revestido de Cristo” –dice San Pablo– (Gl 3, 27) revestidos de su pasión y de su muerte. Como bautizado en la muerte de Cristo, el cristiano debe vivir a imagen del que antes de ser glorificado fue el “varón de dolores”. Y como la pasión del Señor desembocó en la alegría de la resurrección, así el cristiano que lleve la cruz hasta perder la vida por Cristo, la salvará encontrándola en él en la gloria eterna.

Oh Cristo, Hijo de Dios, meditando tu pasión y muerte, resuena en mi alma tu palabra divina: “Yo no te amé fingidamente”. Esta frase me hiere con dolor mortal, porque me abre los ojos del alma y comprueba la verdad de esa afirmación. Veo las obras de tu amor, veo cuánto has hecho, Hijo de Dios, para manifestarme tu amor. Descubro cuánto has soportado durante la vida y en la muerte, siempre por el desmedido amor que me tienes. Veo en ti todas las señales de un amor cierto, y no puedo en modo alguno dudar de la verdad de esas palabras: no fingidamente, sino con amor perfectísimo y entrañable me has amado… Veo cómo tú me has amado de veras, descubro en ti todas las señales y las obras del más verdadero amor, cómo te has dado todo en servicio mío y te has acercado a mí hasta hacerte hombre y sentir en ti mis dolores. Y tú dices: “Todos los que me amaren e imitaren mi pobreza, mi dolor y mi humildad, esos serán mis hijos legítimos. Los que tuvieren su espíritu fijo en mi pasión y muerte, donde está la verdadera salud y no en otra parte, esos serán mis hijos legítimos”. (Ángela de Foligno)
P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D. 
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-

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