PEQUEÑAS SEMILLITAS
Año 8 - Número 2054 ~ Domingo
9 de Junio de 2013
- AÑO DE LA FE -
Desde la ciudad de Córdoba
(Argentina)
Alabado sea
Jesucristo…
Jesús llega a Naín cuando en la pequeña aldea se está
viviendo un hecho muy triste. Jesús viene del camino, acompañado de sus
discípulos y de un gran gentío. De la aldea sale un cortejo fúnebre camino del
cementerio. Una madre viuda, acompañada por sus vecinos, lleva a enterrar a su
único hijo. Es una viuda, sin esposo que la cuide y proteja en aquella sociedad
controlada por los varones. Le quedaba solo un hijo, pero también éste acaba de
morir. La mujer no dice nada. Solo llora su dolor. ¿Qué será de ella?
El encuentro ha sido inesperado. Jesús venía a anunciar
también en Naín la Buena Noticia de Dios. ¿Cuál será su reacción? Según el
relato, “el Señor la miró, se conmovió y le dijo: No llores”. Es difícil
describir mejor al Profeta de la compasión de Dios.
No conoce a la mujer, pero la mira detenidamente. Capta
su dolor y soledad, y se conmueve hasta las entrañas. El abatimiento de aquella
mujer le llega hasta dentro. Su reacción es inmediata: “No llores”. Jesús no
puede ver a nadie llorando. Necesita intervenir.
No lo piensa dos veces. Se acerca al féretro, detiene el
entierro y dice al muerto: “Muchacho, a ti te lo digo, levántate”. Cuando el
joven se reincorpora y comienza a hablar, Jesús “lo entrega a su madre” para
que deje de llorar. De nuevo están juntos. La madre ya no estará sola.
Todo parece sencillo. El relato no insiste en el aspecto
prodigioso de lo que acaba de hacer Jesús. Invita a sus lectores a que vean en
él la revelación de Dios como Misterio de compasión y Fuerza de vida, capaz de
salvar incluso de la muerte. Es la compasión de Dios la que hace a Jesús tan
sensible al sufrimiento de la gente.
En la Iglesia hemos de recuperar cuanto antes la
compasión como el estilo de vida propio de los seguidores de Jesús. La hemos de
rescatar de una concepción sentimental y moralizante que la ha desprestigiado.
La compasión que exige justicia es el gran mandato de Jesús: “Sed compasivos
como vuestro Padre es compasivo”.
Esta compasión es hoy más necesaria que nunca. Desde los
centros de poder, todo se tiene en cuenta antes que el sufrimiento de las
víctimas. Se funciona como si no hubiera dolientes ni perdedores. Desde las
comunidades de Jesús se tiene que escuchar un grito de indignación absoluta: el
sufrimiento de los inocentes ha de ser tomado en serio; no puede ser aceptado
socialmente como algo normal pues es inaceptable para Dios. Él no quiere ver a
nadie llorando
José Antonio Pagola
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
En aquel tiempo, Jesús se fue a una ciudad llamada Naím,
e iban con Él sus discípulos y una gran muchedumbre. Cuando se acercaba a la
puerta de la ciudad, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre,
que era viuda, a la que acompañaba mucha gente de la ciudad. Al verla el Señor,
tuvo compasión de ella, y le dijo: «No llores». Y, acercándose, tocó el
féretro. Los que lo llevaban se pararon, y Él dijo: «Joven, a ti te digo:
levántate». El muerto se incorporó y se puso a hablar, y Él se lo dio a su
madre. El temor se apoderó de todos, y glorificaban a Dios, diciendo: «Un gran
profeta se ha levantado entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo». Y lo
que se decía de Él, se propagó por toda Judea y por toda la región
circunvecina.
(Lc 7,11-17)
Comentario
Hoy también nosotros quisiéramos enjugar todas las
lágrimas de este mundo: «No llores» (Lc 7,13). Los medios de comunicación nos
muestran —hoy más que nunca— los dolores de la humanidad. ¡Son tantos! Si
pudiéramos, a tantos hombres y mujeres les diríamos «levántate» (Lc 7,14).
Pero…, no podemos, ¡no podemos, Señor! Nos sale del alma decirle: —Mira, Jesús,
que nos vemos desbordados por el dolor. ¡Ayúdanos!
Ante esta sensación de impotencia, procuremos reaccionar
con sentido sobrenatural y con sentido común. Sentido sobrenatural, en primer
lugar, para ponernos inmediatamente en manos de Dios: no estamos solos, «Dios
ha visitado a su pueblo» (Lc 7,16). La impotencia es nuestra, no de Él. La peor
de todas las tragedias es la moderna pretensión de edificar un mundo sin Dios
e, incluso, a espaldas de Dios. Desde luego es posible edificar “algo” sin
Dios, pero la historia nos ha mostrado sobradamente que este “algo” es
frecuentemente inhumano. Aprendámoslo de una vez por todas: «Sin mí no podéis
hacer nada» (Jn 15,5).
En segundo lugar, sentido común: el dolor no podemos
eliminarlo. Todas las “revoluciones” que nos han prometido un paraíso en esta
vida han acabado sembrando la muerte. Y, aun en el hipotético caso (¡un
imposible!) de que algún día se pudiera eliminar “todo” dolor, no dejaríamos de
ser mortales… (por cierto, un dolor al que sólo Cristo-Dios ha dado respuesta
real).
El espíritu cristiano es “realista” (no esconde el dolor)
y, a la vez, “optimista”: podemos “gestionar” el dolor. Más aun: el dolor es
una oportunidad para manifestar amor y para crecer en amor. Jesucristo —el
“Dios cercano”— ha recorrido este camino. En palabras del Papa Francisco,
«conmoverse (“moverse-con”), compadecerse (“padecer-con”) del que está caído,
son actitudes de quien sabe reconocer en el otro su propia imagen [de
fragilidad]. Las heridas que cura en el hermano son ungüento para las propias.
La compasión se convierte en comunión, en puente que acerca y estrecha lazos».
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès,
Barcelona, España)
Santoral Católico:
San Efrén
Diácono y Doctor de la
Iglesia
Información clic acá.
Fuente: Catholic.net
¡Buenos días!
Todas muy ocupadas…
Todos tememos la
muerte, pero, ¡qué distinto es ver la muerte desde la fe en la vida eterna y no
desde el vacío de la incredulidad! La
vida del cristiano es un confiado caminar hacia la Casa del Padre, y la muerte
es la puerta. Junto a ella está esperando Dios Padre para introducirnos en la
eterna fiesta de su inmenso corazón.
Santa María Mazzarello contó un día la siguiente
parábola: “La Muerte llegó a una casa de religiosas y le dijo a la portera:
‘¡Venga conmigo a la eternidad!’. Pero la portera le respondió: ‘Tengo mucho
trabajo en la portería y no me puedo alejar de aquí’. Entonces pasó la Muerte a
la cocina, y le dijo a la hermana cocinera: ‘¡Venga conmigo a la eternidad!’.
Pero la hermana cocinera le dijo: ‘Tengo tanto que cocinar. ¡No puedo
acompañarla!’. Y la Muerte se fue donde la Superiora, y le dijo: ‘Ud. tiene que
dar a las demás ejemplo de obediencia. ¡Venga conmigo a la eternidad!’. Y la
superiora, para dar ejemplo, se fue a la eternidad con la Muerte”.
Don Bosco solía
decir a los jóvenes: “La vida es demasiado corta. Los ociosos, al final de la
vida, experimentarán grandes remordimientos por el tiempo perdido. Las espinas
de la vida serán las flores de la eternidad. A la hora de la muerte se ven las
cosas desde otro punto de vista. Un rinconcito de cielo lo arregla todo”. Que
lo pienses y tomes tus decisiones.
Padre Natalio
Palabras del Beato Juan Pablo
II
"Para mí, que tuve la gracia especial de participar
y colaborar activamente en su desenvolvimiento, el Vaticano II ha sido siempre,
y es de modo particular en estos años de mi pontificado, el punto de referencia
constante de toda mi acción pastoral, con el compromiso responsable de traducir
sus directrices en aplicación concreta y fiel, a nivel de cada Iglesia y de
toda la Iglesia. Hay que acudir incesantemente a esa fuente".
Beato Juan Pablo II
Tema del día:
Compasión por los que sufren
Hoy nos trae el evangelio uno de los grandes milagros de
Jesucristo, una de las tres resurrecciones que nos narran los evangelios: la
resurrección del hijo de la viuda de Naín. Parece ser que fue la primera
resurrección que Jesús realizó. Este milagro sólo lo narra Lucas en su
evangelio. Una gran muchedumbre le seguía, cuando llegaron a la pequeña ciudad
de Naín, donde se encontraron con un entierro que salía de la ciudad. Toda esta
narración es un canto expresivo a la gran misericordia de Jesús.
El entierro era muy concurrido, no precisamente porque se
tratara de alguien muy importante, sino porque se trataba de una defunción que
había conmovido profundamente: quien había muerto era un joven, un muchacho que
además era el hijo único de una viuda. Quizá el evangelista no pudo encontrar
un cúmulo mayor de desgracias en una sola mujer, viuda y con su hijo muerto. Ha
perdido la compañía, el apoyo, el sustento y toda defensa. En aquel tiempo una
viuda no tenía seguridad social, ni derechos legales ni posibilidades laborales.
Son circunstancias que aumentan el sentido trágico de la muerte.
Al verla el Señor, tuvo lástima. Es un sentimiento muy
profundo que viene de muy dentro. La compasión es ‘sufrir con’. No fue solo una
idea fría, sino que sintió el dolor tan grande que estaba sufriendo esa viuda
por su hijo. A Jesús le dio lástima aquella mujer que había perdido su mejor
tesoro. Comprendió aquel dolor, lo compartió y, como podía, lo remedió de la
manera más total.
Este es el ejemplo que debemos imitar de Jesús, tener
compasión de todos cuantos sufren. No tenemos por qué dar explicaciones y, en
general, las palabras suelen servir de poco ante el dolor o la tragedia humana.
A veces estorban y sobran. Pero tampoco podemos hacer milagros como Jesús.
Entonces, ¿qué hacer? Hay algo que hizo Jesús y nosotros también podemos hacer:
conmoverse.
Jesús, sin que le llamen, sin que clamen a Él, sin que le
busquen, se acerca a la viuda madre y le dice: ”No llores”. Quiere consolarla y aliviar su gran dolor y
tristeza. A veces nuestras palabras de pésame son superficiales, dichas a
destiempo y faltas de esperanza, por no ponernos en el lugar del que sufre. No
por tener siempre el nombre de Dios en los labios somos más cristianos y
nuestras palabras son más consoladoras. Si nuestras muestras de condolencia no
son fruto de una auténtica compasión, serán contraproducentes e incluso
antievangélicas.
Cristo realizó sus milagros de manera muy variada, pero,
cuando resucita a los muertos, utiliza “su palabra” potente dirigida a ellos que
los llama a la vida. Jesús se acercó, lo tocó y le dijo: ”Joven, a ti te digo,
levántate”. También Jesús, una y otra vez, nos dice a cada uno de nosotros,
como a aquel muchacho: "Levántate". Levántate del egoísmo, y ábrete
más a los demás; levántate de pensar tanto en ti y piensa más en los demás;
levántate del pesimismo que te hace pensar que no vale la pena esforzarse, que
todo seguirá igual, y cree de verdad en la fuerza del amor de Dios que a cada
uno de nosotros puede cambiarnos.
Por la palabra de poder de Jesús aquel joven volvió a la
vida. “Y Jesús se lo entregó a su madre”. Las lágrimas de tristeza se
convertirían en lágrimas de gozo. Este es un gran ejemplo que nos da Jesús a
todos: la compasión. Ante tantos males que hay en el mundo, materiales,
psicológicos, espirituales, seamos consoladores. Si compartimos nuestra alma,
podemos ser consuelo para el mundo.
El evangelio de hoy termina diciéndonos que la gente
exclamaba: "Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a
su pueblo". Y las gentes alababan a Dios. Así también nosotros debemos
vivir de tal manera que la gente a través de nuestras vidas puedan glorificar a
Dios nuestro Padre. Esa es la manera de saber que el Señor ha pasado por
nuestras vidas y que vivimos resucitados.
P. Silverio Velasco (España)
Junio, mes del Corazón de
Jesús
Día 9: El pecado venial
En el tribunal de Anás, Jesús recibe una bofetada de un
siervo y en la humildad de su Corazón exclama: El pecado venial deliberado es
una bofetada a Jesús; no lo pone en la cruz como el pecado mortal, pero es
siempre un agravio, una injusticia, una ofensa.
¿Qué diríamos de un criado que obedeciese los mandatos
del amo, pero despreciase sus deseos y sus consejos? ¿Qué diríamos de un hijo
que diese una bofetada a su madre? Nosotros hacemos algo peor con Jesús cuando
cometemos el pecado venial.
Fuente: Web Católico de Javier
Nuevo video y artículo
Hay un nuevo video subido a este blog.
Para verlo tienes que ir al final de la página.
Hay nuevo material publicado en el blog
"Juan Pablo
II inolvidable"
Puedes acceder en la dirección:
“Intimidad Divina”
Domingo 10 del
Tiempo Ordinario
En Jesús se comprueban todas las señales mesiánicas
contenidas en los profetas: “Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, y
las orejas de los sordos se abrirán. Entonces saltaré al cojo como ciervo, y la
lengua del mudo lanzará gritos de júbilo” (Is 35, 5-6). Jesús mismo manda decir
al Bautista como testimonio de su mesianidad: “Los ciegos ven, los cojos andan,
los leprosos quedan limpios, los muertos resucitan” (Lc 7, 22). Es lo que
sucedía a su paso; ni la muerte se resistía. En las afueras de Naím encuentra
Jesús una comitiva fúnebre; una pobre viuda llora a su hijo único muerto… Tal
vez aquella mujer llorosa le recordaba otra, su Madre, que un día le vería
morir en la cruz, pero luego le contemplaría resucitado. También a ella quiere
devolverle el hijo. No espera que se lo rueguen, no exige un acto de fe –como
casi siempre antes d hacer un milagro–, sino movido de su sola compasión dice:
“Muchacho, a ti te lo digo: levántate” (ib. 14). Como a la madre le ha dicho
que no llore, al hijo muerto le manda que se levante. Sólo quien es señor de la
vida y de la muerte puede hablar así y con palabras que hacen lo que expresan.
“El muerto se incorporó y Jesús se lo entregó a su madre” (ib. 15).
También el Antiguo Testamento registra la resurrección de
un niño –hijo de la viuda de Serpta– por obra de Elías. Pero ¡qué diferencia!
El profeta dirigió primero a Dios una súplica, luego se tendió tres veces sobre
el cadáver del niño diciendo: “Señor, Dios mío, que vuelva, por favor, el alma
de este niño a él” (1 Re 17, 21). Jesús en cambio no necesita interponer gestos
ni súplicas, sino con autoridad de quien obra por virtud propia, da una orden
sencilla: ¡Levántate! Dice San Agustín comentando este hecho: “Hallamos en el
Evangelio tres muertos resucitados visiblemente por el Señor, pero él ha
resucitado miles de muertos invisibles” (Serm 98, 3). Él era uno de ellos,
resucitado por la gracia de Cristo de la muerte tremenda del pecado. Y con él
otros innumerables.
Precisamente hoy recuerda la segunda lectura la
conversión de Pablo. Él mismo habla de ella a los Gálatas con franqueza
extrema: “Habéis oído hablar de mi conducta pasada…: con qué saña perseguía a
la Iglesia de Dios y la asolaba” (1, 13). Pero cuando la gracia lo derribó en
Damasco, “en seguida, sin consultar con hombres” (ib. 16), cambió la ruta y se
consagró enteramente al Evangelio de Cristo. Estos son los milagros que no cesa
el Señor de hacer resucitando a la nueva vida a tantas criaturas dominadas por
el pecado. Pero es preciso que alguien llore y sufra para obtener esas
resurrecciones. “Llore por ti –dice San Ambrosio dirigiéndose al pecador– la
madre Iglesia, la cual interviene por cada uno de sus hijos como interviene la
madre viuda por su hijo único… Y un pueblo numerosísimo [el pueblo de los
creyentes] participe en el dolor de la buena madre”
¡De qué amargura
tan grande me has librado con frecuencia oh buen Jesús, viniendo de mí!
¡Cuántas veces después de afanosos llantos, después de inenarrables gemidos y
sollozos has sanado mi conciencia llagada, con la unción de tu misericordia y
la has bañado en el óleo de la alegría! ¡Cuántas veces la oración, que al
principio me vio casi desesperado, me despidió exultante y audazmente seguro
del perdón! Los que están atribulados del mismo modo, ésos saben que el Señor
Jesús es verdaderamente el médico que sana a los contritos de corazón… Los que
no tienen experiencia de ella, créanle a él mismo que dice: El Espíritu del
Señor me ha ungido, me ha enviado a evangelizar a los mansos y a sanar a los
contritos de corazón. Si dudan aún, acérquense con seguridad, experiméntenlo y
así aprenderán en sí mismos lo que quiere decir Misericordia quiero y no
sacrificio. (San Bernardo).
P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
.
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