domingo, 20 de mayo de 2018

Pequeñas Semillitas 3666

PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 13 - Número 3666 ~ Domingo 20 de Mayo de 2018
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
Alabado sea Jesucristo…
“Estaban los discípulos en una casa... En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros»... Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor” (Jn 20, 19-10)
Había sido en el Cenáculo donde Jesús les demostró su amor hasta el extremo, instituyendo la Eucaristía, la Nueva Alianza. Fue en el Cenáculo donde estaban reunidos ese domingo de resurrección, donde Jesús se les aparece y les llena de alegría. Y será en ese mismo lugar, a los cincuenta días, que descenderá el Espíritu Santo sobre ellos, como leemos en la primera lectura de la misa de hoy. Pentecostés fue la experiencia mística del amor de Dios. De toda la Iglesia, y de cada uno de sus miembros, como se simbolizó en las lenguas de fuego que recibieron cada uno personalmente. La Iglesia somos las personas con Cristo y con María, no los edificios. Y el Espíritu Santo desciende sobre nosotros, en el Bautismo, y en plenitud en el día que recibimos el sacramento de la Confirmación.
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles. Enciende en mí el fuego de tu amor, para que te conozca a fondo, porque sólo en el amor se te conoce a Ti, Dios, Amor infinito.
Padre Jesús Martínez García

¡Buenos días!

Al Espíritu Santo
El Espíritu Santo habita en el bautizado en estado de gracia como en un templo y es para nosotros el principio de la vida sobrenatural, así como el alma es el principio de la vida corporal. Por eso podría decirse que, si el hombre está compuesto de cuerpo y alma, el cristiano está compuesto de cuerpo, alma y Espíritu Santo.

Ven, Espíritu Santo, luz y gozo, Amor, que en tus incendios nos abrasas:
renueva el alma de este pueblo tuyo que por mis labios canta tu alabanza.

En sus fatigas diarias, sé descanso; en su lucha tenaz, vigor y gracia:
haz germinar la caridad del Padre, que engendra flores y que quema zarzas.

Ven, Amor, que iluminas el camino, compañero divino de las almas:
ven con tu viento a sacudir al mundo y a abrir nuevos senderos de esperanza. Amén.

El Espíritu Santo comunica al bautizado la vida divina, la vigoriza y perfecciona. Nos alienta a practicar buenas obras. Con este fin, nos enriquece con sus siete dones que generan actos eminentes de virtud, llamados frutos del Espíritu. A saber, aplica a cada uno la Redención de Cristo, en especial por los sacramentos de la Iglesia. 
* Enviado por el P. Natalio

La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
Texto del Evangelio:
Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». (Jn 20,19-23)

Comentario:
Hoy, en el día de Pentecostés se realiza el cumplimiento de la promesa que Cristo había hecho a los Apóstoles. En la tarde del día de Pascua sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20,22). La venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés renueva y lleva a plenitud ese don de un modo solemne y con manifestaciones externas. Así culmina el misterio pascual.
El Espíritu que Jesús comunica, crea en el discípulo una nueva condición humana, y produce unidad. Cuando el orgullo del hombre le lleva a desafiar a Dios construyendo la torre de Babel, Dios confunde sus lenguas y no pueden entenderse. En Pentecostés sucede lo contrario: por gracia del Espíritu Santo, los Apóstoles son entendidos por gentes de las más diversas procedencias y lenguas.
El Espíritu Santo es el Maestro interior que guía al discípulo hacia la verdad, que le mueve a obrar el bien, que lo consuela en el dolor, que lo transforma interiormente, dándole una fuerza, una capacidad nuevas.
El primer día de Pentecostés de la era cristiana, los Apóstoles estaban reunidos en compañía de María, y estaban en oración. El recogimiento, la actitud orante es imprescindible para recibir el Espíritu. «De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno» (Hch 2,2-3).
Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y se pusieron a predicar valientemente. Aquellos hombres atemorizados habían sido transformados en valientes predicadores que no temían la cárcel, ni la tortura, ni el martirio. No es extraño; la fuerza del Espíritu estaba en ellos.
El Espíritu Santo, Tercera Persona de la Santísima Trinidad, es el alma de mi alma, la vida de mi vida, el ser de mi ser; es mi santificador, el huésped de mi interior más profundo. Para llegar a la madurez en la vida de fe es preciso que la relación con Él sea cada vez más consciente, más personal. En esta celebración de Pentecostés abramos las puertas de nuestro interior de par en par.
Mons. Josep Àngel SAIZ i Meneses Obispo de Terrassa (Barcelona, España)

Palabras de San Juan Pablo II
“La Iglesia… instruida por la palabra de Cristo, partiendo de la experiencia de Pentecostés y de su historia apostólica, proclama desde el principio su fe en el Espíritu Santo como Aquel que es dador de vida. Aquel en el que el inescrutable Dios uno y trino se comunica a los hombres, constituyendo en ellos la fuente de vida eterna”.

Predicación del Evangelio:
¡No estamos solos!
La culminación de la Pascua no es la Ascensión del Señor. Se marchó y nos dejó un sugerente y difícil encargo: “Id por el mundo”.

Y el tesoro de la fe, llevado en nuestras manos de barro (como dice San Pablo) necesita de una fuerza que lo sostenga; un ánimo que lo empuje; una presencia que lo haga más vigoroso y fuerte.

Aquel testigo, que Jesús dejó a sus apóstoles, ha ido pasando de mano en mano, de continente en continente, de pueblo en pueblo, de parroquia en parroquia, a través de los siglos.

Y, un buen día, llegó hasta nosotros (ciudad, comunidad, parroquia). ¡Cómo no agradecer en este día del Espíritu Santo, esa acogida, a nuestros antepasados! Lo que, Cristo confío a aquellos primeros seguidores, nuestros padres lo adoptaron, lo vivieron y… nos lo dejaron como el mejor testamento para nuestra existencia: ¡Vivid según Dios y no os faltara su espíritu!

Hoy, no podemos quedarnos absortos en un Cristo crucificado; no podemos complacernos por haber cumplido –más o menos– con la Pascua. El Espíritu Santo baja, viene y se mete en el meollo de lo que somos y realizamos para que nuestra fe, lejos de debilitarse, se fortalezca y sea más auténtica.

¿Quién es esa fuerza misteriosa –invisible pero sensible– que habla en el corazón? Es el Espíritu Santo quien, con soplo del cielo, nos estimula para no renunciar a lo que bebimos en la fuente del Bautismo: la gracia de ser Hijos de Dios.

¿Quién es Ese que, como fuerza transformadora, muda un pedazo de pan en cuerpo de Cristo; una copa de vino en sangre de Jesús?

¿Quién es Ese que, para asombro de todos nosotros, nos hace Hijos de Dios por el Bautismo; sacerdotes al desparramarse en nuestras cabezas y manos; limpios cuando necesitamos volver al buen camino; saludables cuando estamos enfermos; sólidos y convencidos en la confirmación; fieles en el amor, cuando dos personas, delante del altar, se dicen “te quiero”?

Es el Espíritu Santo que, en un acto de confianza por parte de Dios, viene para que no desfallezcamos y caminemos con la cabeza bien alta proclamando: ¡Somos cristianos, el Espíritu nos acompaña!

Hoy es Pentecostés. ¡Todos los días son Pentecostés! Cuando cantamos y celebramos la alegría de pertenecer al Pueblo de Dios. Cuando anunciamos sin temblor ni vergüenza que Dios sigue siendo el tejedor de nuestra vida. Cuando revisamos nuestros caminos y, de ellos, vamos vedando las piedras que nos impiden alcanzar los dones que, Dios, desde el cielo tantas veces nos consigna.

Hoy es Pentecostés. ¡Todos los días son Pentecostés! Cuando trabajamos por la paz en nuestras propias casas; cuando damos y recibimos el perdón de los que nos rodean; cuando contribuimos –con palabra y obra– a una realidad más pacífica, serena y habitable.

PENTECOSTÉS, es el día de la Iglesia. Un momento en el que, lejos de sentir miedo, sabemos que hay una fuerza poderosa que nunca le faltará ni le fallará hasta la vuelta definitiva de Jesús.

Si, el Espíritu Santo acampa entre nosotros. ¡Adelante! El futuro, aunque sea incierto, seguirá contando con hombres y mujeres que propongan, vivan y anuncien lo que Jesús nos dejó: ¡Id y anunciad!
© Padre Javier Leoz

Nuevo vídeo y artículo

Hay un nuevo vídeo subido al blog
de "Pequeñas Semillitas" en internet.
Para verlo tienes que ir al final de esta página

Hay nuevo material publicado en el blog
"Juan Pablo II inolvidable"
Puedes acceder en la dirección:

Ofrecimiento para sacerdotes y religiosas

Formulo el siguiente ofrecimiento únicamente para sacerdotes o religiosas que reciben diariamente "Pequeñas Semillitas" por e-mail: Si desean recibir los comentarios del Evangelio del domingo siguiente con dos o tres días de anticipación, para tener tiempo de preparar sus meditaciones, homilías o demás trabajos pastorales sobre la Palabra de Dios, pueden pedírmelo a feluzul@gmail.com 
Sólo deben indicar claramente su nombre, su correo electrónico, ciudad de residencia y a qué comunidad religiosa pertenecen.

Meditaciones de “Pequeñas Semillitas”
Con relación al Espíritu Santo que se derrama sobre la Iglesia en Pentecostés, contemplemos estas meditaciones breves:
“No penséis, hijas mías, que la oración sea obra del espíritu humano, es un don especial del Espíritu Santo, que eleva las potencias del alma sobre las fuerzas naturales, para unirse a Dios por sentimientos y comunicaciones de que son incapaces el raciocinio y la sabiduría de los hombres.” (San Francisco de Sales)
“El consuelo es la alegría que envuelve al dolor, es la alegría que brota de las entrañas mismas del dolor; por eso el Espíritu Santo se llama «el Paráclito el Consolador», porque derrama en las almas esa alegría del destierro, esa alegría que no es incompatible con el dolor, antes bien en cierta manera lo supone [...] “¡Si comprendiéramos esto, si nos diéramos cuenta de que llevamos al Espíritu Santo en nuestras almas, cómo se transformaría nuestra vida! ¿Por qué quejarnos de la soledad cuando nos acompaña el Espíritu Santo? ¿Por qué sentir pena e inquietud cuando llevamos en nuestra alma al Paráclito? ¿Por qué andar suspirando por la felicidad de los bienaventurados? ¡Oh!, ¡Si tuviéramos una fe viva! ¡Si nos diéramos cuenta del misterio que se realiza en nuestras almas! Como dijo Jesús a la Samaritana en el brocal del pozo de Jacob: “Si scires donum Dei — ¡Si conocieras el don de Dios…!” (Monseñor Luis María Martínez.

Cinco minutos del Espíritu Santo
Mayo 20
Ahora te invito a meditar parte por parte, durante varios días, algunos trozos de la hermosa secuencia de Pentecostés, que comienza diciendo: "Ven Espíritu Santo, y envía desde el cielo un rayo de tu luz".
Cuando le pedimos que envíe su luz desde el cielo, esto no significa que él esté allá arriba, lejos de nosotros que estamos aquí abajo.
Siempre imaginamos al Espíritu Santo llegando desde arriba, y levantamos nuestras manos a lo alto para invocarlo. Pero en realidad él ya está en nosotros, más cerca que nadie. Lo que hace falta es que nos transforme con esa presencia.
Sin embargo, nosotros miramos hacia el cielo, como si fuera a descender desde allí. Eso en realidad es un símbolo que nos recuerda que él nos supera, que está por encima de todo, que es Dios. Así como el cielo está por encima de nosotros y no podemos abarcarlo, eso vale con más razón para el Espíritu Santo, que es Dios. Nosotros no podemos pretender que ya lo conocemos, que lo podemos dominar, que lo podemos apresar y tenerlo bajo nuestro dominio. Aunque él habita en nosotros, al mismo tiempo nos supera, nos trasciende infinitamente. Si no podemos abarcar el cielo infinito, menos podremos abarcarlo a él. Por eso miramos hacia lo alto invocándolo, y por eso le pedimos que envíe desde el cielo un rayo de su luz.
* Mons. Víctor Manuel Fernández
FELIPE
-Jardinero de Dios-
(el más pequeñito de todos)

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