PEQUEÑAS
SEMILLITAS
Año
12 - Número 3311 ~ Domingo 26 de Marzo de 2017
Desde
la ciudad de Córdoba (Argentina)
Alabado sea Jesucristo…
El
Cuarto Domingo de Cuaresma, es un Domingo excepcional, junto con el Tercer Domingo
de Adviento, pues difieren en algunas de las características propias de cada
tiempo. Este Domingo Cuarto de Cuaresma, se llama “Laetare” (“Alegraos”), debido a la antífona gregoriana del
Introito de la Misa, tomada del libro del Profeta Isaías (Is. LXVI, 10): “Regocíjate, Jerusalén, vosotros, los que la
amáis, sea ella vuestra gloria. Llenaos con ella de alegría, los que con ella
hicisteis duelo, para mamar sus consolaciones; para mamar en delicia a los
pechos de su gloria. Sal. 121, 1. ¡Qué alegría tan grande la que tuve
cuando oí que dijeron: ¡Andando ya, a la casa del Señor!”
Como
vemos, la liturgia de este Domingo la Iglesia suspende las tristezas de
Cuaresma y se ve marcada por la alegría, ya que se acerca el tiempo de vivir
nuevamente los Misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor
Jesucristo, durante la Semana Santa. Al igual que el tercer Domingo de Adviento
("Gaudete"), se rompe el esquema litúrgico de la Cuaresma, con
algunas particularidades en la música y en los ornamentos (rosados). Es como
que en este domingo vivimos un anticipo del gozo de la Resurrección de Jesús.
¡Buenos días!
Ayudar y colaborar
La
generosidad es una virtud que te pone en sintonía con Dios que es todo amor y
donación de sí mismo. Cada día puedes empezar a ser generoso en gestos
pequeños. Con la práctica se te irá abriendo el corazón, descubrirás la alegría
de dar y comprobarás, maravillado, que recibes mucho más de lo que das.
En una helada noche invernal, iba yo en auto con un
amigo por un barrio desconocido, de pronto el vehículo patinó, se salió del
camino y fuimos a dar al patio de una casa. Mi amigo y yo comenzamos a sacar la
nieve cuando varias personas llegaron de las casas vecinas para ayudarnos.
Conseguimos al fin desatascar el auto, y entonces ofrecí al dueño pagarle los
perjuicios del accidente. El propietario rechazó decididamente mi ofrecimiento
y exclamó: “¡Bien vale la pena sufrir un daño así, para admirar cómo la
adversidad saca a relucir lo bueno de la gente!”.
Ayudar
y servir son dos expresiones concretas de un amor que se brinda generosamente a
los demás. De este olvido de ti mismo, surgirá como por magia, tu propia
felicidad, tu auténtica realización. Mira, pues, alrededor cuántos hoy
necesitan de tu palabra, de tu sonrisa, de tu abrazo o simplemente de tu
compañía. ¡Procede ahora mismo!
* Enviado por el P. Natalio
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
Texto del Evangelio:
En
aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le
preguntaron sus discípulos: «Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya
nacido ciego?». Respondió Jesús: «Ni él pecó ni sus padres; es para que se
manifiesten en él las obras de Dios. Tenemos que trabajar en las obras del que
me ha enviado mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar.
Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo». Dicho esto, escupió en tierra,
hizo barro con la saliva, y untó con el barro los ojos del ciego y le dijo:
«Vete, lávate en la piscina de Siloé» (que quiere decir Enviado). El fue, se
lavó y volvió ya viendo.
Los
vecinos y los que solían verle antes, pues era mendigo, decían: «¿No es éste el
que se sentaba para mendigar?». Unos decían: «Es él». «No, decían otros, sino
que es uno que se le parece». Pero él decía: «Soy yo». Le dijeron entonces:
«¿Cómo, pues, se te han abierto los ojos?». Él respondió: «Ese hombre que se
llama Jesús, hizo barro, me untó los ojos y me dijo: ‘Vete a Siloé y lávate’.
Yo fui, me lavé y vi». Ellos le dijeron: «¿Dónde está ése?». El respondió: «No
lo sé».
Lo
llevan donde los fariseos al que antes era ciego. Pero era sábado el día en que
Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos a su vez le preguntaron cómo
había recobrado la vista. Él les dijo: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y
veo». Algunos fariseos decían: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda
el sábado». Otros decían: «Pero, ¿cómo puede un pecador realizar semejantes
señales?». Y había disensión entre ellos. Entonces le dicen otra vez al ciego:
«¿Y tú qué dices de Él, ya que te ha abierto los ojos?». Él respondió: «Que es
un profeta».
No
creyeron los judíos que aquel hombre hubiera sido ciego, hasta que llamaron a los
padres del que había recobrado la vista y les preguntaron: «¿Es éste vuestro
hijo, el que decís que nació ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora?». Sus padres
respondieron: «Nosotros sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego.
Pero, cómo ve ahora, no lo sabemos; ni quién le ha abierto los ojos, eso
nosotros no lo sabemos. Preguntadle; edad tiene; puede hablar de sí mismo». Sus
padres decían esto por miedo por los judíos, pues los judíos se habían puesto
ya de acuerdo en que, si alguno le reconocía como Cristo, quedara excluido de
la sinagoga. Por eso dijeron sus padres: «Edad tiene; preguntádselo a él».
Le
llamaron por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron: «Da
gloria a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador». Les respondió:
«Si es un pecador, no lo sé. Sólo sé una cosa: que era ciego y ahora veo». Le
dijeron entonces: «¿Qué hizo contigo? ¿Cómo te abrió los ojos?». Él replicó:
«Os lo he dicho ya, y no me habéis escuchado. ¿Por qué queréis oírlo otra vez?
¿Es qué queréis también vosotros haceros discípulos suyos?». Ellos le llenaron
de injurias y le dijeron: «Tú eres discípulo de ese hombre; nosotros somos
discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios; pero ése no
sabemos de dónde es». El hombre les respondió: «Eso es lo extraño: que vosotros
no sepáis de dónde es y que me haya abierto a mí los ojos. Sabemos que Dios no
escucha a los pecadores; mas, si uno es religioso y cumple su voluntad, a ése
le escucha. Jamás se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos de un
ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios, no podría hacer nada». Ellos
le respondieron: «Has nacido todo entero en pecado ¿y nos das lecciones a nosotros?».
Y le echaron fuera.
Jesús
se enteró de que le habían echado fuera y, encontrándose con él, le dijo: «¿Tú
crees en el Hijo del hombre?». El respondió: «¿Y quién es, Señor, para que crea
en él?». Jesús le dijo: «Le has visto; el que está hablando contigo, ése es».
Él entonces dijo: «Creo, Señor». Y se postró ante Él. Y dijo Jesús: «Para un
juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y los que ven, se
vuelvan ciegos». Algunos fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron:
«Es que también nosotros somos ciegos?». Jesús les respondió: «Si fuerais
ciegos, no tendríais pecado; pero, como decís: ‘Vemos’ vuestro pecado
permanece». (Jn
9,1-41)
Comentario:
Hoy,
cuarto domingo de Cuaresma —llamado domingo “alegraos”— toda la liturgia nos
invita a experimentar una alegría profunda, un gran gozo por la proximidad de
la Pascua.
Jesús
fue causa de una gran alegría para aquel ciego de nacimiento a quien otorgó la
vista corporal y la luz espiritual. El ciego creyó y recibió la luz de Cristo.
En cambio, aquellos fariseos, que se creían en la sabiduría y en la luz,
permanecieron ciegos por su dureza de corazón y por su pecado. De hecho, «No
creyeron los judíos que aquel hombre hubiera sido ciego, hasta que llamaron a
los padres del que había recobrado la vista» (Jn 9,18).
¡Cuán
necesaria nos es la luz de Cristo para ver la realidad en su verdadera
dimensión! Sin la luz de la fe seríamos prácticamente ciegos. Nosotros hemos
recibido la luz de Jesucristo y hace falta que toda nuestra vida sea iluminada
por esta luz. Más aun, esta luz ha de resplandecer en la santidad de la vida para
que atraiga a muchos que todavía la desconocen. Todo eso supone conversión y
crecimiento en la caridad. Especialmente en este tiempo de Cuaresma y en esta
última etapa. San León Magno nos exhorta: «Si bien todo tiempo es bueno para
ejercitarse en la virtud de la caridad, estos días de Cuaresma nos invitan a hacerlo
de manera más urgente».
Sólo
una cosa nos puede apartar de la luz y de la alegría que nos da Jesucristo, y
esta cosa es el pecado, el querer vivir lejos de la luz del Señor.
Desgraciadamente, muchos —a veces nosotros mismos— nos adentramos en este
camino tenebroso y perdemos la luz y la paz. San Agustín, partiendo de su
propia experiencia, afirmaba que no hay nada más infeliz que la felicidad de
aquellos que pecan.
La
Pascua está cerca y el Señor quiere comunicarnos toda la alegría de la
Resurrección. Dispongámonos para acogerla y celebrarla. «Vete, lávate» (Jn
9,7), nos dice Jesús… ¡A lavarnos en las aguas purificadoras del sacramento de
la Penitencia! Ahí encontraremos la luz y la alegría, y realizaremos la mejor
preparación para la Pascua.
* Rev. D. Joan Ant. MATEO i García (La Fuliola,
Lleida, España)
Palabras de San Juan Pablo II
“Prosigue
nuestro itinerario cuaresmal hacia la Pascua, itinerario de conversión guiado
por la palabra de Dios, que ilumina los pasos de nuestra vida. El gozo de la
resurrección de Cristo se anticipa, en cierto modo, en la liturgia de hoy, que
se abre con la invitación a alegrarnos: «Alegraos…». Precisamente la
resurrección manifiesta el verdadero valor de la cruz, hacia la que caminamos
en este período cuaresmal. Ella no es signo de muerte, sino de vida; no es
signo de frustración, sino de esperanza; no es signo de derrota, sino de
victoria. Más aún, como dice un antiguo himno litúrgico, la cruz de Cristo es
la «única esperanza», porque cualquier otra promesa de salvación es falsa,
desde el momento en que no resuelve el problema fundamental del hombre: el
problema del mal y de la muerte”.
Predicación del Evangelio
El ciego de nacimiento
La
curación del ciego de nacimiento nos toca de cerca, porque en cierto sentido
todos somos... ciegos de nacimiento. El mundo mismo nació ciego. Según lo que
nos dice hoy la ciencia, durante millones de años ha habido vida sobre la
tierra, pero era una vida en estado ciego, no existía aún el ojo para ver, no
existía la vista misma. El ojo, en su complejidad y perfección, es una de las
funciones que se forman más lentamente. Esta situación se reproduce en parte en
la vida de cada hombre. El niño nace, si bien no propiamente ciego, al menos
incapaz todavía de distinguir el perfil de las cosas. Sólo después de semanas
empieza a enfocarlas. Si el niño pudiera expresar lo que experimenta cuando
empieza a ver claramente el rostro de su mamá, de las personas, de las cosas,
los colores… ¡Cuántos "oh" de maravilla se oirían! ¡Qué himno a la
luz y a la vista! Ver es un milagro, sólo que no le prestamos atención porque
estamos acostumbrados y lo damos por descontado. He aquí entonces que Dios a
veces actúa de forma repentina, extraordinaria, a fin de sacudirnos de nuestro
sopor y hacernos atentos. Es lo que hizo en la curación del ciego de nacimiento
y de otros ciegos en el Evangelio.
¿Pero
es sólo para esto que Jesús curó al ciego de nacimiento? En otro sentido hemos
nacido ciegos. Hay otros ojos que deben aún abrirse al mundo, además de los
físicos: ¡Los ojos de la fe! Permiten vislumbrar otro mundo más allá del que
vemos con los ojos del cuerpo: el mundo de Dios, de la vida eterna, el mundo
del Evangelio, el mundo que no termina ni siquiera... con el fin del mundo.
Es
lo que quiso recordarnos Jesús con la curación del ciego de nacimiento. Ante
todo, Él envía al joven ciego a la piscina de Siloé. Con ello Jesús quería
significar que estos ojos diferentes, los de la fe, empiezan a abrirse en el
bautismo, cuando recibimos precisamente el don de la fe. Por eso en la
antigüedad el bautismo se llamaba también «iluminación» y estar bautizados se
decía «haber sido iluminados».
En
nuestro caso no se trata de creer genéricamente en Dios, sino de creer en
Cristo. El episodio sirve al evangelista para mostrarnos cómo se llega a una fe
plena y madura en el Hijo de Dios. La recuperación de la vista para el ciego
tiene lugar, de hecho, al mismo tiempo que su descubrimiento de quién es Jesús.
Al principio, para el ciego, Jesús no es más que un hombre: «Ese hombre que se
llama Jesús, hizo barro...». Más tarde, a la pregunta: «¿Y tú qué dices de él,
ya que te ha abierto los ojos?», responde: «Que es un profeta». Ha dado un paso
adelante; ha entendido que Jesús es un enviado de Dios, que habla y actúa en
nombre de Él. Finalmente, encontrando de nuevo a Jesús, le grita: «¡Creo,
Señor!», y se postra ante Él para adorarle, reconociéndole así abiertamente
como su Señor y su Dios.
Al
describirnos con tanto detalle todo esto, es como si el evangelista Juan nos
invitara muy discretamente a plantearnos la cuestión: «Y yo, ¿en qué punto
estoy de este camino? ¿Quién es Jesús de Nazaret para mí?». Que Jesús sea un
hombre nadie lo niega. Que sea un profeta, un enviado de Dios, también se
admite casi universalmente. Muchos se detienen aquí. Pero no es suficiente. Un
musulmán, si es coherente con lo que haya escrito en el Corán, reconoce
igualmente que Jesús es un profeta. Pero no por esto se considera un cristiano.
El salto mediante el cual se pasa a ser cristianos en sentido propio es cuando
se proclama, como el ciego de nacimiento, Jesús «Señor» y se le adora como
Dios. La fe cristiana no es primariamente creer algo (que Dios existe, que hay
un más allá...), sino creer en alguien. Jesús en el Evangelio no nos da una
lista de cosas para creer; dice: «Creed en Dios; creed también en mí» (Jn
14,1). Para los cristianos creer es creer en Jesucristo.
* P. Raniero Cantalamessa
Cuaresma día a día
La alegría en la Cruz
I.
La alegría es una característica esencial del cristiano y la Iglesia nos
recuerda durante la Cuaresma que debe estar presente en todos los momentos de
nuestra vida. Ahora meditamos la alegría de la Cruz. La alegría es compatible
con la mortificación y el dolor. Lo que se opone a la alegría es la tristeza,
no la penitencia. La mortificación que vivimos en estos días no debe
ensombrecer nuestra alegría interior, sino todo lo contrario: Debe hacerla
crecer, porque nuestra Redención se acerca, el derroche de amor por los hombres
que es la Pasión se aproxima, el gozo de la Pascua es inminente. Por eso
queremos estar muy unidos al Señor, para que también en nuestra vida se repita,
una vez más, el mismo proceso: Llegar, por su Pasión y su Cruz, a la gloria y a
la alegría de la Resurrección.
II.
La alegría es equivalente a felicidad, y lógicamente se manifiesta en el
exterior de la persona. La alegría verdadera tiene un origen espiritual. El
Papa Pablo Vi nos dice: “La sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las
ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil engendrar la alegría. Porque la
alegría tiene otro origen: es espiritual. El dinero, el “confort”, la higiene,
la seguridad material, no faltan con frecuencia; sin embargo, el tedio, la
aflicción, la tristeza, forman parte, por desgracia, de la vida de muchos”
(Exhortación Apostólica Gaudete in Domino). Nosotros sabemos que la alegría
surge de un corazón que se siente amado por Dios y que a su vez ama con locura
al Señor. De un corazón que se esfuerza que ese amor se traduzca en buenas
obras; de un corazón que está en unión y en paz con Dios, pues, aunque se sabe
pecador, acude a la fuente del perdón: Cristo en el sacramento de la
Penitencia. El Señor nos pide que perdamos el miedo al dolor, a las
tribulaciones, y nos unamos a Él, que nos espera en la Cruz. Nuestra alma
quedará más purificada, nuestro amor más firme. Entonces comprenderemos que la
alegría está muy cerca de la Cruz.
III.
Dios ama al que da con alegría (2 Corintios 9, 7). No nos tiene que sorprender
que la mortificación y la penitencia nos cuesten; lo importante es que sepamos
encaminarnos hacia ellas con decisión, con la alegría de agradar a Dios, que
nos ve. La experiencia que nos transmiten los santos es unánime en este
sentido: “Estoy lleno de consuelo, reboso de gozo en todas nuestras
tribulaciones” (2 Corintios, 11, 24-27). Si hemos tenido miedo a la expiación,
llenémonos de valor, pensando que el tiempo es breve y el premio grande, sin
proporción con la pequeñez de nuestro esfuerzo.
Francisco Fernández Carvajal
Nuevo vídeo
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un nuevo vídeo subido al blog
de
"Pequeñas Semillitas" en
internet.
Para
verlo tienes que ir al final de esta página
Agradecimientos
Imaginemos
que en el cielo hay dos oficinas diferentes para tratar lo relativo a las
oraciones de las personas en la tierra:
Una
es para receptar pedidos de diversas gracias, y allí los muchos ángeles que
atienden trabajan intensamente y sin descanso por la cantidad de peticiones que
llegan en todo momento.
La
otra oficina es para recibir los agradecimientos por las gracias concedidas y
en ella hay un par de ángeles aburridos porque prácticamente no les llega
ningún mensaje de los hombres desde la tierra para dar gracias...
Desde
esta sección de "Pequeñas Semillitas" pretendemos juntar una vez por
semana (los domingos) todos los mensajes para la segunda oficina:
agradecimientos por favores y gracias concedidas como respuesta a nuestros
pedidos de oración.
Desde
USA, María Teresa P. escribe y dice:
“Mi enorme gratitud se une a todos
los que reciben estos bellos mensajes de Pequeñas Semillitas, pero hoy tengo un
motivo especial para dar gracias a Jesus y a su Madre Santísima y a San José en
este mes dedicado a él porque un auto nuestro se incendió a la entrada de la
casa y Dios en su misericordia infinita nos libró de lo que pudo haber sido una horrible catástrofe. Solo los que fuimos testigos de este enorme
milagro podemos -aunque pobremente- comprender lo que hubiese podido haber
pasado y nuestros abogados en el Cielo lo previnieron. ¡Gloria a Dios por
siempre! Y a la protección de María Santísima por el constante rezo del Santo
Rosario.
Desde
México, Martha T. agradece a Dios y
a los que rezaron porque los estudios de Bárbara T. V. no tienen nada serio y por Cristina L. F. que salió bien de su operación.
El
autor de esta página, Felipe,
expresa su agradecimiento a Dios y a sus padres, que ya están en el cielo y que
tanto hicieron por su educación, por el 42° aniversario, cumplido ayer, de su
graduación como médico. Ahora ya encaminado a la jubilación, han sido un poco
más de cuatro décadas de entrega al prójimo tratando de curar sus cuerpos y sus
almas.
Los cinco minutos de María
Marzo 26
Dicen
que el apóstol San Juan, en su ancianidad, no hacía sino repetir a sus
discípulos el precepto del Maestro: “Ámense los unos a los otros”. Podemos
imaginar que la Madre de Jesús, en sus continuas conversaciones y
exhortaciones, no haría sino repetir a los apóstoles y primeros discípulos la
enseñanza de Jesús: el amor.
Así,
procurando amarse unos a otros como Jesús los había amado, comenzaron a formar
la Iglesia de Jesucristo.
Así
debemos hacer también los discípulos de hoy: debemos aprender a amarnos, a
hacer la Iglesia amándonos, a vivir el Evangelio amándonos. La Madre de Jesús
nos sigue dictando la misma lección de amor…
Madre de los vivientes: que, para conseguir la paz,
todos defendamos la vida.
* P. Alfonso Milagro
Jardinero de Dios
-el
más pequeñito de todos-
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