PEQUEÑAS SEMILLITAS
Año 8 - Número 1999 ~ Martes
9 de Abril de 2013
- AÑO DE LA FE -
Desde la ciudad de Córdoba
(Argentina)
Alabado sea
Jesucristo…
En estos tiempos en que, en nuestra vida cotidiana,
muchas veces nos invaden las preocupaciones, los temores y hasta el desánimo,
me gustaría iniciar este día con un pensamiento muy motivador, de Charles
Jinks.
“La principal diferencia entre el optimismo y el
pesimismo descansa en el concepto de memoria: El pesimista recuerda con toda
claridad los daños y fracasos del ayer, más no puede evocar las abundantes
posibilidades de un mañana nuevo. En cambio, el optimista ya tiene grabado en
la memoria un futuro lleno de esperanza”
Y tú… ¿de qué lado te vas a situar?
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: «No te asombres
de que te haya dicho: ‘Tenéis que nacer de lo alto’. El viento sopla donde
quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo
el que nace del Espíritu». Respondió Nicodemo: «¿Cómo puede ser eso?». Jesús le
respondió: «Tú eres maestro en Israel y ¿no sabes estas cosas? En verdad, en
verdad te digo: nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo
que hemos visto, pero vosotros no aceptáis nuestro testimonio. Si al deciros
cosas de la tierra, no creéis, ¿cómo vais a creer si os digo cosas del cielo?
Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Y como
Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo
del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna».
(Jn 3,7-15)
Comentario
Hoy, Jesús nos expone la dificultad de prevenir y conocer
la acción del Espíritu Santo: de hecho, «sopla donde quiere» (Jn 3,8). Esto lo
relaciona con el testimonio que Él mismo está dando y con la necesidad de nacer
de lo alto. «Tenéis que nacer de lo alto» (Jn 3,7), dice el Señor con claridad;
es necesaria una nueva vida para poder entrar en la vida eterna. No es
suficiente con un ir tirando para llegar al Reino del Cielo, se necesita una
vida nueva regenerada por la acción del Espíritu de Dios. Nuestra vida
profesional, familiar, deportiva, cultural, lúdica y, sobre todo, de piedad
tiene que ser transformada por el sentido cristiano y por la acción de Dios.
Todo, transversalmente, ha de ser impregnado por su Espíritu. Nada,
absolutamente nada, debiera quedar fuera de la renovación que Dios realiza en
nosotros con su Espíritu.
Una transformación que tiene a Jesucristo como
catalizador. Él, que antes había de ser elevado en la Cruz y que también tenía
que resucitar, es quien puede hacer que el Espíritu de Dios nos sea enviado. Él
que ha venido de lo alto. Él que ha mostrado con muchos milagros su poder y su
bondad. Él que en todo hace la voluntad del Padre. Él que ha sufrido hasta
derramar la última gota de sangre por nosotros. Gracias al Espíritu que nos
enviará, nosotros «podemos subir al Reino de los Cielos, por Él obtenemos la
adopción filial, por Él se nos da la confianza de nombrar a Dios con el nombre
de “Padre”, la participación de la gracia de Cristo y el derecho a participar
de la gloria eterna» (San Basilio el Grande).
Hagamos que la acción del Espíritu tenga acogida en
nosotros, escuchémosle, y apliquemos sus inspiraciones para que cada uno sea
—en su lugar habitual— un buen ejemplo elevado que irradie la luz de Cristo.
Rev. D. Xavier SOBREVÍA i Vidal (Sant Boi de Llobregat,
Barcelona, España)
Santoral Católico:
Santa Casilda de Toledo
Virgen
En el cerro que domina el valle, en el santuario actual,
descansan desde el 1750 las reliquias de Santa Casilda, -"la virgen mora
que vino de Toledo", muy venerada en Burgos, en la urna, obra de Diego de
Siloé, rematada por su propia imagen yacente. El lugar ha sido centro de
peregrinación durante siglos y no deja de frecuentarlo la piedad de nuestros
contemporáneos.
En torno a santa Casilda todo lo que encontramos es
incierto, confuso y contradictorio. Pero su figura tiene el encanto de la
sencillez y el sabor de lo heroico en el amor. Cautivó al pueblo cristiano
medieval y le animó a la fidelidad. Su propio nombre -casida en árabe significa
cantar- es como un verso con alas de canción.
Ni siquiera se conoce con exactitud el nombre de su
padre, rey moro de Toledo, al que se nombra como Almacrin o Almamún. Sobre su
condición, unos lo describen como un sanguinario perseguidor de los cristianos,
mientras que otros lo presentan como apacible y bondadoso.
La princesita mora tiene un natural abundante en
clemencia y ternura. Rodeada de todo tipo de comodidades y atenciones en la
fastuosidad de la corte, no soporta la aflicción de los desafortunados que
están en las mazmorras. Siente una especial piedad con los cautivos pobres y
los intenta consolar llevándoles viandas en el hondón de su falda. Un día,
cuando realizaba esta labor misericordiosa, fue sorprendida por su padre que le
preguntó por lo que transportaba, contestando ella que "rosas" y… rosas
aparecieron al extender la falda!!!
Quizá fueron los mismos cautivos cristianos quienes,
viendo lo recto de su conducta, le hablaron de Cristo; posiblemente
correspondieron a sus múltiples delicadezas y dádivas de la mejor manera que
podían, instruyéndola en la fe cristiana.
Pero, aunque en su corazón era ya de Cristo, ¿cómo podría
recibir ella el Bautismo con los lazos tan fuertes del Islam que la rodeaban?
Comienza una grave dolencia. El flujo de sangre aumenta y
la ciencia médica de palacio es incapaz de curarla. El Cielo le revela que
encontrará remedio en las aguas milagrosas de San Vicente, allá por la Castilla
cristiana. Almamún prepara el viaje de su hija con comitiva real. En Burgos
recibe Casilda el Bautismo y marcha luego a los lagos de San Vicente, junto al
Buezo, cerca de Briviesca. Recuperada la salud según se le dijo, decide
consagrar a Cristo la virginidad de su cuerpo milagrosamente curado y resuelve
pasar el resto de sus días en la soledad, dedicada a la oración y a la
penitencia.
Murió de muy avanzada edad, siendo sepultada en la misma
ermita que ella mandó construir. Pronto se convirtió en lugar de peregrinación.
Cuentan que los caminantes sintieron desde entonces su especial protección y
las mujeres la invocan contra el flujo de sangre, y hasta dicen que basta que
una mujer pruebe las aguas y eche una piedra al lago para tener asegurada la
descendencia.
Se juntan la historia, la imaginación del pueblo sencillo
y la bruma del misterio en torno a la santa. Resta aprender la lección del
ejemplo. El amor a Cristo hace posible el trueque del regalo propio de la corte
morisca por la aspereza de una vida austera y penitente.
Fuente: Catholic.net
¡Buenos días!
Cazador de monos
Todo crecimiento
va acompañado de renuncia, por ejemplo cuando nace el bebé, entre estridentes
sollozos, y deja el tibio claustro materno. Renuncia, desapego, corte, que te
proyectan a una nueva etapa de maduración, nuevos horizontes y realidades que plenificarán tu existencia.
Es una ley de la vida y violarla significaría estancamiento y frustración.
Conocedor de cuánto les gustan las cerezas a
los monos, un cazador inventó un sencillo método para cazarlos: colocó una
cereza en el interior de un frasco de vidrio y lo dejó abierto en la selva.
Cuando llegó el primer mono, metió la mano en el recipiente, decidido a atrapar
el apetitoso fruto. Instintivamente, cerró el puño con firmeza y observó, con
inesperada tristeza, que no podría lograr su objetivo a pesar de su afán. La
mano había quedado atascada por la boca del frasco, aunque con el fruto
alcanzado. El cazador se acercó rápidamente al mono, lo ató, le dio un fuerte y
preciso golpe en el codo y logró sacar la mano sin la cereza, preparada e
intacta para una nueva víctima golosa.
A veces en la
vida puede ocurrirte algo parecido. Por no soltar algunos apegos queridos, te
quedas anclado en una etapa provisoria, debilitado y vulnerable ante cualquier
mínimo temporal devastador. Una simple apertura de mano, un soltar oportuno, te
acercará a nuevas metas, para llevar adelante el plan de Dios sobre tu vida.
Piénsalo y que te ayude a crecer.
Padre Natalio
La frase de hoy
“Todas las obras, preces y proyectos apostólicos, la vida
conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso del alma y del cuerpo,
si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de la vida, si se sufren
pacientemente, se convierten en hostias espirituales, aceptables a Dios por
Jesucristo”
(Vaticano II - LG 34)
Tema del día:
Carta al Papa Francisco
Hermano Francisco:
Nunca pensé que me dirigiría así a un Papa, pero
como en tu saludo inicial no nos
llamaste “hijos e hijas” sino “hermanos y hermanas”, siento que tengo permiso
para hacerlo. Y me sale también un tú, aunque llenísimo de respeto, porque no
me imagino llamando de usted a un hermano de verdad y el vos argentino no me va
a salir.
En el diario “La Nación” del 14 de Marzo he leído que tu
elección “ha resultado balsámica” y me ha parecido un adjetivo perfecto para
calificar lo que nos está pasando desde que nos saludaste desde el balcón, con
aquel tono en el que se mezclaban la
timidez y la confianza. Primer
efecto balsámico: te vemos distendido y hasta bromista (¡qué maravilla, un papa
con sentido del humor…!), sin dar en ningún momento la impresión de estar
abrumado por el peso de esa responsabilidad agobiante y desmesurada que los
Papas se han ido echando sobre los hombros, como si les tocara a ellos solos
encargarse de toda la Iglesia universal. Como si no existieran los otros
Pastores, como si el pueblo de Dios fuera un fardo con el que cargar y no una
comunidad de hombres y mujeres capaces de iniciativa y con deseos de
participar y de colaborar, como soñamos
con el Concilio.
Tú, en cambio, estás consiguiendo comunicarnos la
convicción de que ese camino que comienzas lo vas a hacer acompañado por todos
nosotros. Qué manera tan franciscana por lo sencilla y tan ignaciana por su
lucidez de señalar un nuevo estilo eclesial. Porque si lo que deseas es que se
nos reconozca por la fraternidad, el
amor y la confianza, empiezan a sobrar y a estorbar (hace tiempo que a
bastantes ya nos estaban sobrando y estorbando…) tantas conductas, prácticas y costumbres en las que se han ido
confundiendo la dignidad con la magnificencia y lo solemne con lo suntuoso.
Resulta una sorpresa balsámica sentir que ahora te
tenemos como cómplice en el deseo de ir cambiando esas usanzas e inercias que
nadie se decidía a declarar obsoletas y ante cuya incongruencia habían dejado
de dispararse las alarmas. No son cuestiones irrelevantes, son indicadores que
revelan una preocupante atrofia de los sensores que tendrían que haber puesto
alerta, hace mucho, de que estaban en contradicción con los usos de Jesús. Así
que bienvenida sea esa tarea que emprendes de volver a la frescura del
Evangelio y a la radicalidad de sus palabras: ya nos estamos dando cuenta de que,
en lo que toca a los pobres, no vas a darnos tregua.
Comienzas tu camino en momentos de extrema debilidad de
la Iglesia: lo mismo que aquel joven que huyó desnudo en el huerto, a ella le
han sido arrancadas las vestiduras con las que se protegía: secretismo,
hermetismo, ocultamiento, negación de lo evidente. Pero es precisamente ahora,
cuando aparece desnuda y despojada ante la mirada enjuiciadora del mundo,
cuando se le presenta inesperadamente una ocasión maravillosa: la de revestirse
por fin, únicamente, del manto de la gloria de su Señor.
Nos has confiado la tarea de sostenerte con nuestra
oración y en estos momentos estoy pidiendo para ti unas cuantas cosas:
paciencia ante el rastreo que la prensa está haciendo de tu pasado y que es una
consecuencia de lo que dijiste a los periodistas: “Habéis trabajado ¿eh?,
habéis trabajado…”. Pues eso, se han crecido y siguen trabajando. También pido
que no te agobien más de la cuenta las expectativas descomunales que estás
despertando y que te sientas muy libre (y muy hábil también) para elegir a
quienes creas que pueden ayudarte en el gobierno de la Iglesia.
Vas a encontrar muchas piedras en ese camino: críticas,
resistencias y hasta zancadillas así que, siguiendo la recomendación de tu
preciosa homilía el día de San José, trata de custodiarte un poco a ti mismo. Y
por si no aciertas del todo, que se ocupen de ello las santas de la Iglesia de
Roma: Cecilia, Inés, Domitila, Tatiana, Agripina, Demetria, Martina, Basilisa,
Melania, Anastasia, Digna, Emérita, Martina, Sabina.
Han ido a buscarte casi hasta el fin del mundo y ha sido
un acierto: gracias por haber aceptado quedarte, sin poder volver a recoger tus
cosas. Menos mal que los zapatos que llevas parecen cómodos.
Muchos nos sentimos ahora responsables de rezar por ti,
aunque no seamos de tu diócesis y nos alegra saber que estás también encargado
de velar por la Iglesia universal. De pronto, está recobrando sentido llamar
Papa al Obispo de Roma.
Que el Señor te bendiga, te guarde y derrame sobre ti el
bálsamo de su paz.
Dolores Aleixandre RSCJ+
Nº 2.842 de Vida Nueva.
4 de Abril de 2013
Meditación breve
Un hombre anciano vivía con su hijo, su nuera y su nieto
de 4 años. Las manos del anciano temblaban, su vista estaba nublada y su paso
era inseguro. La familia solía sentarse unida a la mesa, pero las manos
temblorosas y la mala vista del anciano hacían difícil la comida. Los guisantes
se caían de la cuchara al suelo. Cuando agarraba el vaso, la leche se derramaba
en el mantel.
Esto era irritante para su nuera y su hijo, que dijo
"Tenemos que hacer algo con mi padre. Ya estoy cansado de esa leche
derramada, de su ruido al comer y de la comida en el suelo". Así pues,
colocaron una pequeña mesa en un rincón. Allí pusieron a comer al anciano sólo mientras
el resto de la familia disfrutaba las cenas. Como el viejo había roto ya un par
de platos, le servían la comida en un cuenco de madera.
A veces podía verse una lágrima en el ojo del anciano
mientras comía sólo. Aun así, las únicas palabras que la pareja tenía para él
eran de reprensión cuando se le caía el tenedor o la comida. El niño de 4 años
observaba todo en silencio.
Un día antes de la cena, el padre notó que su hijo estaba
tratando de tallar algo con un trozo de madera. "¿Qué haces hijo?" le
preguntó al chiquillo. El niño respondió sonriendo: "Oh, sólo estoy
haciendo un pequeño cuenco para mamá y para tú, así podréis comer cuando yo
crezca".
Aquella noche, el marido tomó al abuelo y lo volvió a
sentar con amabilidad a la mesa con el resto de la familia, donde siguió
comiendo cada día.
Ofrecimiento para sacerdotes
y religiosas
Formulo el siguiente ofrecimiento únicamente para sacerdotes o religiosas que reciben diariamente
"Pequeñas Semillitas" por e-mail:
Si desean recibir el power point y los comentarios del Evangelio del
domingo siguiente con dos o tres días de anticipación, para tener tiempo de
preparar sus meditaciones, homilías o demás trabajos sobre la Palabra de Dios,
pueden pedírmelo a pequesemillitas@gmail.com
Solo deben indicar claramente su nombre, su correo
electrónico, ciudad de residencia y a qué comunidad religiosa pertenecen.
“Intimidad Divina”
Padre nuestro
Jesús nos ha dado en el “Padre nuestro” (Mt 6, 9-13) el
esquema esencial de la oración cristiana. Ante todo el concepto de la
paternidad de Dios. Dios es el Padre que nos hace participantes de su vida
divina, que se acerca a nosotros y pone su morada en los que le aman: “Si
alguno me ama… mi Padre le amará y vendremos a él y en él haremos morada” (Jn
14, 23). Pero al mismo tiempo él es el Altísimo “que está en los cielos”,
infinitamente superior a toda criatura y al cual se debe el acatamiento de la
adoración, la alabanza y la sumisión. La primera parte del “Padre nuestro”
afirma precisamente los derechos de la soberanía de Dios y de su trascendencia,
que sin embargo no desdicen de su paternidad. La oración auténtica no pone a
Dios al servicio del hombre, sino el hombre al servicio de Dios, y servirlo es
santificar su nombre, emplearse en la difusión del Reino y en el cumplimiento
de su voluntad. Son estos los grandes valores hacia los cuales orienta Jesús en
primer lugar la oración del cristiano. El que ha sido el perfecto adorador del
Padre, quiere asociarnos a su actitud personal de adoración, de alabanza, de
entrega a la causa del Padre. El “Padre nuestro” es la síntesis de toda oración
cristiana…
“Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón
está lejos de mí” (Mt 15, 8); de esta manera reprochaba Jesús a los fariseos
que habían reducido el culto divino a un puro formalismo exterior, sin alma.
Pero a sus discípulos enseñaba a rogar “en espíritu y en verdad” (Jn 4, 23), es
decir, con aquella oración que antes de ser expresión verbal es elevación de la
mente y del corazón a Dios y expresión del deseo y del amor interior. “Para mí,
dice Sta. Teresa del Niño Jesús, la oración es un impulso del corazón, una
simple mirada dirigida al cielo, un grito de gratitud y de amor, tanto en medio
de la tribulación como en medio de la alegría” (Manuscrito B: Obras, p. 351).
Sin tal inspiración profunda la oración pierde su verdadero sentido y se
convierte en una mera recitación mecánica que ni honra a Dios ni nos une con
él.
Por eso insiste la Santa: “Si habéis de estar como es
razón se esté hablando con tan gran Señor, que es bien estéis mirando con quién
habláis y quién sois vos, siquiera para hablar con crianza”. Este empeño ayuda
a hacer la oración viva y vivificante: verdadero diálogo con Dios que lleva a
una íntima comunicación con él y continuamente la alimenta. Jesús mismo, antes
de enseñar el “Padre nuestro”, indicó con qué disposiciones interiores había
que aplicarse también a la simple oración vocal: “Tú, cuando ores, entra en tu
alcoba y, cerrada la puerta, ora a tu Padre en secreto” (Mt 6, 6);
evidentemente, no hay que entender estas palabras sólo en sentido material,
sino también en el sentido espiritual de recogimiento, de aplicación interior,
porque sólo de esta manera se puede hablar a Dios y ofrecerle una oración que
le sea agradable.
¡Qué bueno sois,
Dios mío, permitiéndome llamaros “Padre nuestro”! ¿Quién soy yo, para que mi
Criador, mi Rey, mi supremo Señor me permita llamarlo “Padre mío”? ¿Y no sólo
que me lo permita, sino que me lo mande? ¡Dios mío, qué bueno sois! ¡Cómo debo
recordarme en todos los momentos de mi vida de este mandato tan dulce! ¡Qué
reconocimiento, qué alegría, qué amor, pero sobre todo qué confianza debe
inspirarme! Pues eres mi Padre, debo siempre esperar en ti. Y siendo tú tan
bueno para conmigo, ¡cómo debo ser yo también bueno para con los demás!
Queriendo ser tú mi Padre y de todos los hombres, debo alimentar para con
ellos, sean quienes sean, los sentimientos de un verdadero hermano… Padre
nuestro, Padre nuestro, enséñame a tener continuamente este nombre en los
labios, junto con Jesús, en él y gracias a él, pues poderlo decir es mi mayor
felicidad. Padre nuestro, Padre nuestro, que yo pueda vivir y morir diciendo:
“¡Padre nuestro!”, y ser siempre, por mi gratitud, amor y obediencia, un hijo
tuyo verdaderamente fiel y según tu corazón. (Carlos De Foucauld, Meditaciones
sobre el Pater).
P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
.
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