PEQUEÑAS SEMILLITAS
Año 8 - Número 1997 ~ Domingo
7 de Abril de 2013
- AÑO DE LA FE -
Desde la ciudad de Córdoba
(Argentina)
Domingo Divina Misericordia
Alabado sea
Jesucristo…
El hombre moderno ha aprendido a dudar. Es propio del
espíritu de nuestros tiempos cuestionarlo todo para progresar en conocimiento
científico. En este clima la fe queda con frecuencia desacreditada. El ser
humano va caminando por la vida lleno de incertidumbres y dudas. Por eso, todos
sintonizamos sin dificultad con la reacción de Tomás, cuando los otros
discípulos le comunican que, estando él ausente, han tenido una experiencia
sorprendente: "Hemos visto al
Señor". Tomás podría ser un hombre de nuestros días. Su respuesta es
clara: "Si no lo veo...no lo
creo".
Su actitud es comprensible. Tomás no dice que sus
compañeros están mintiendo o que están engañados. Solo afirma que su testimonio
no le basta para adherirse a su fe. Él necesita vivir su propia experiencia. Y
Jesús no se lo reprochará en ningún momento.
Las comunidades cristianas deberían ser en nuestros días
un espacio de diálogo donde pudiéramos compartir honestamente las dudas, los
interrogantes y búsquedas de los creyentes de hoy. No todos vivimos en nuestro
interior la misma experiencia. Para crecer en la fe necesitamos el estímulo y
el diálogo con otros que comparten nuestra misma inquietud.
Pero nada puede remplazar a la experiencia de un contacto
personal con Cristo en lo hondo de la propia conciencia. Según el relato
evangélico, a los ocho días se presenta de nuevo Jesús. No critica a Tomás sus
dudas. Su resistencia a creer revela su honestidad. Jesús le muestra sus
heridas.
No son "pruebas" de la resurrección, sino
"signos" de su amor y entrega hasta la muerte. Por eso, le invita a
profundizar en sus dudas con confianza: "No
seas incrédulo, sino creyente". Tomas renuncia a verificar nada. Ya no
siente necesidad de pruebas. Solo sabe que Jesús lo ama y le invita a confiar: "Señor mío y Dios mío".
Un día los cristianos descubriremos que muchas de
nuestras dudas, vividas de manera sana, sin perder el contacto con Jesús y la
comunidad, nos pueden rescatar de una fe superficial que se contenta con
repetir fórmulas, para estimularnos a crecer en amor y en confianza en Jesús,
ese Misterio de Dios encarnado que constituye el núcleo de nuestra fe.
José Antonio Pagola
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
Al atardecer de aquel día, el primero de la semana,
estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se
encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La
paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los
discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con
vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre
ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les
quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con
ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al
Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y
no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no
creeré».
Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro
y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y
dijo: «La paz con vosotros». Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira
mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino
creyente». Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». Dícele Jesús: «Porque me
has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído».
Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas
señales que no están escritas en este libro. Éstas han sido escritas para que
creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis
vida en su nombre.
(Jn 20,19-31)
Comentario
Hoy, Domingo II de Pascua, completamos la octava de este
tiempo litúrgico, una de las dos octavas —juntamente con la de Navidad— que en
la liturgia renovada por el Concilio Vaticano II han quedado. Durante ocho días
contemplamos el mismo misterio y tratamos de profundizar en él bajo la luz del
Espíritu Santo.
Por designio del Papa Juan Pablo II, este domingo se
llama Domingo de la Divina Misericordia. Se trata de algo que va mucho más allá
que una devoción particular. Como ha explicado el Santo Padre en su encíclica
Dives in misericordia, la Divina Misericordia es la manifestación amorosa de
Dios en una historia herida por el pecado. “Misericordia” proviene de dos
palabras: “Miseria” y “Cor”. Dios pone nuestra mísera situación debida al
pecado en su corazón de Padre, que es fiel a sus designios. Jesucristo, muerto
y resucitado, es la suprema manifestación y actuación de la Divina
Misericordia. «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito» (Jn
3,16) y lo ha enviado a la muerte para que fuésemos salvados. «Para redimir al
esclavo ha sacrificado al Hijo», hemos proclamado en el Pregón pascual de la
Vigilia. Y, una vez resucitado, lo ha constituido en fuente de salvación para
todos los que creen en Él. Por la fe y la conversión acogemos el tesoro de la
Divina Misericordia.
La Santa Madre Iglesia, que quiere que sus hijos vivan de
la vida del resucitado, manda que —al menos por Pascua— se comulgue y que se
haga en gracia de Dios. La cincuentena pascual es el tiempo oportuno para el
cumplimiento pascual. Es un buen momento para confesarse y acoger el poder de
perdonar los pecados que el Señor resucitado ha conferido a su Iglesia, ya que
Él dijo sólo a los Apóstoles: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis
los pecados, les quedan perdonados» (Jn 20,22-23). Así acudiremos a las fuentes
de la Divina Misericordia. Y no dudemos en llevar a nuestros amigos a estas
fuentes de vida: a la Eucaristía y a la Penitencia. Jesús resucitado cuenta con
nosotros.
Rev. D. Joan Ant. MATEO i García (La Fuliola, Lleida,
España)
Santoral Católico:
San Juan Bautista de La Salle
Presbítero, Educador y
Fundador
Juan Bautista de La Salle vivió en un mundo totalmente
diferente del nuestro. Era el primogénito de una familia acomodada que vivió en
Francia hace 300 años. Nació en Reims, recibió la tonsura a la edad de 11 años y
fue nombrado canónigo de la Catedral de Reims a los 16. Cuando murieron sus
padres tuvo que encargarse de la administración de los bienes de la familia.
Pero, terminados sus estudios de teología, fue ordenado sacerdote el 9 de abril
de 1678. Dos años más tarde, obtuvo el título de doctor en teología. En ese
período de su vida, intentó comprometerse con un grupo de jóvenes rudos y poco
instruídos, a fin de fundar escuelas para niños pobres.
En aquella época, sólo algunas personas vivían con lujo,
mientras la gran mayoría vivía en condiciones de extrema pobreza: los
campesinos en las aldeas y los trabajadores miserables en las ciudades. Sólo un
número reducido podía enviar a sus hijos a la escuela. La mayoría de los niños
tenían pocas posibilidades de futuro. Conmovido por la situación de estos
pobres que parecían "tan alejados de la salvación" en una u otra
situación, tomó la decisión de poner todos sus talentos al servicio de esos
niños, "a menudo abandonados a sí mismos y sin educación". Para ser
más eficaz, abandonó su casa familiar y se fue a vivir con los maestros,
renunció a su canonjía y su fortuna y a continuación, organizó la comunidad que
hoy llamamos Hermanos de las Escuelas Cristianas.
Su empresa se encontró con la oposición de las
autoridades eclesiásticas que no deseaban la creación de una nueva forma de
vida religiosa, una comunidad de laicos consagrados ocupándose de las escuelas
"juntos y por asociación". Los estamentos educativos de aquel tiempo
quedaron perturbados por sus métodos innovadores y su absoluto deseo de
gratuidad para todos, totalmente indiferente al hecho de saber si los padres
podían pagar o no. A pesar de todo, La Salle y sus Hermanos lograron con éxito
crear una red de escuelas de calidad, caracterizada por el uso de la lengua
vernácula, los grupos de alumnos reunidos por niveles y resultados, la
formación religiosa basada en temas originales, preparada por maestros con una
vocación religiosa y misionera a la vez y por la implicación de los padres en
la educación. Además, La Salle fue innovador al proponer programas para la
formación de maestros seglares, cursos dominicales para jóvenes trabajadores y
una de las primeras instituciones para la reinserción de
"delincuentes". Extenuado por una vida cargada de austeridades y trabajos,
falleció en San Yon, cerca de Rouen, en 1719, sólo unas semanas antes de
cumplir 68 años.
Juan Bautista de La Salle fue el primero que organizó
centros de formación de maestros, escuelas de aprendizaje para delincuentes,
escuelas técnicas, escuelas secundarias de idiomas modernos, artes y ciencias.
Su obra se extendió rapidísimamente en Francia, y después de su muerte, por
todo el mundo. En 1900, Juan Bautista de La Salle fue declarado Santo. En 1950,
a causa de su vida y sus escritos inspirados, recibió el título de Santo
Patrono de los que trabajan en el ámbito de la educación. Juan Bautista mostró
cómo se debe enseñar y tratar a los jóvenes, cómo enfrentarse a las
deficiencias y debilidades con compasión, cómo ayudar, curar y fortalecer. Hoy,
las escuelas lasallanas existen en 85 países del mundo.
Fuente: Catholic.net
Fiesta de la Divina
Misericordia
La fiesta que celebramos el Domingo II de Pascua es, de
entre todas las formas de la devoción a la Divina Misericordia, la que tiene
mayor rango. Jesús habló por primera vez a Santa Faustina de instituir esta
fiesta el 22 de febrero de 1931 en Plock el mismo día en que le pidió que
pintara su imagen y le dijo: “Yo deseo que haya una Fiesta de la Divina
Misericordia. Quiero que esta imagen que pintarás con el pincel, sea bendecida
con solemnidad el primer Domingo después de la Pascua de Resurrección; ese Domingo
debe ser la Fiesta de la Misericordia”. Durante los años posteriores, Jesús le
repitió a Santa Faustina este deseo en catorce ocasiones, definiendo
precisamente la ubicación de esta fiesta en el calendario litúrgico de la
Iglesia, el motivo y el objetivo de instituirla, el modo de prepararla y
celebrarla, así como las gracias a ella vinculada.
Por fin, el 30 de abril del año 2000, coincidiendo con la
canonización de Santa Faustina, “Apóstol de la Divina Misericordia”, el Beato
Juan Pablo II instituyó oficialmente la Fiesta de la Divina Misericordia a
celebrarse todos los años en esa misma fecha: Domingo siguiente a la Pascua de
Resurrección. Con la institución de esta Fiesta, el Beato Juan Pablo II
concluyó la tarea asignada por Nuestro Señor Jesús a Santa Faustina en Polonia,
69 años atrás, cuando en febrero de 1931 le dijo: “Deseo que haya una Fiesta de
la Misericordia”. Dicha Fiesta
constituye uno de los elementos centrales del Mensaje de la Divina Misericordia
según le fuera revelado por nuestro Señor a Sor Faustina.
"...El Siervo de Dios Juan Pablo II, valorando la
experiencia espiritual de una humilde religiosa, Santa Faustina Kowalska, quiso
que el Domingo después de Pascua estuviera dedicado de una forma especial a la
Divina Misericordia; y la Providencia dispuso que él muriera precisamente en la
vigilia de tal día [en las manos de la Misericordia Divina]. El misterio del
Amor Misericordioso de Dios estuvo en el centro del pontificado de mi venerado
Predecesor. Recordemos, en particular, la Encíclica DIVES IN MISERICORDIA de
1980, y la dedicación del nuevo Santuario de la Divina Misericordia en
Cracovia, en 2002. Las palabras que él pronunció en esa última ocasión fueron
como una síntesis de su magisterio, evidenciando que el culto de la Misericordia
Divina no es una devoción secundaria, sino dimensión integrante de la fe y de
la oración del cristiano." (Benedicto XVI, Ángelus. Domingo 23 de abril de
2006).
¡Buenos días!
El paso del tiempo
Al iniciar este
día te comparto unas consignas que me han movilizado a lo largo de los años:
“Saludaré con gozo y agradecimiento el don inapreciable de este nuevo día.
Trataré con ternura cada hora, porque sé que no retornará jamás. Eludiré con
decisión todo aquello que mata el tiempo. A la indecisión la destruiré con la
acción. Sepultaré las dudas bajo la fe”.
Todos los niños habían salido en la
fotografía y la maestra estaba tratando de persuadirlos para que cada uno
comprara una copia de esa fotografía del grupo.
—Imagínense qué bonito será cuando ya sean
grandes todos y digan: "Allí está Catalina, es abogada, o, ése es Miguel,
ahora es doctor". Entonces se oyó una vocecita desde atrás del aula
diciendo:
—Y allí está la maestra. Ya se murió."
Todos percibimos
el paso fugaz del tiempo. “Ay, cómo huye el tiempo irreparable”, constató el
poeta Virgilio. También el salmista (S. 90) dice que, aun cuando lleguemos a
los 70 y 80 años, al fin nos parece que han pasado a prisa, volando. Por eso
pide a Dios le enseñe a calcular el
número de años de vida, para obrar sabiamente. Buena lección, ¿verdad?
Padre Natalio
Palabras del Beato Juan Pablo
II
«En todo el mundo, el segundo Domingo de Pascua recibirá
el nombre de Domingo de la Divina Misericordia. Una invitación perenne para el
mundo cristiano a afrontar, con confianza en la benevolencia divina, las
dificultades y las pruebas que esperan al género humano en los años venideros»
Beato Juan Pablo II
Tema del día:
Paz y alegría
Todos los años en este segundo domingo de Pascua la
Iglesia nos presenta estas mismas escenas en el evangelio: Jesús se hace ver
por los apóstoles reunidos en la tarde o noche del primer domingo de
resurrección, y luego vuelve a presentarse, ahora estando ya Tomás, el domingo
siguiente, correspondiente al día de hoy. La primera idea a considerar es cómo
la primitiva comunidad acepta el cambio del día del Señor, que en vez de ser el
sábado comienza a ser el domingo. Es el mismo Jesucristo, que, al cambiar la
mentalidad religiosa del Antiguo Testamento al Nuevo por medio de su resurrección,
transforma ese día de gloria en el día más propio para la alabanza a Dios. Por
eso parece querer celebrar ese día una semana después de su resurrección. En la
2ª lectura de hoy vemos que un día de domingo el autor del Apocalipsis es
“arrebatado en espíritu” para expresar grandes revelaciones para la esperanza
de nuestra fe.
Los apóstoles estaban cerrados por miedo a los que habían
matado a Jesús. San Juan no nos dice si ya estaban algo consolados, aunque sin
creer del todo, por lo que les había dicho san Pedro y los dos de Emaús. El
hecho es que Jesús viene a consolarles y a darles unos cuantos regalos. El
primero que les da es el de la paz. La necesitan de verdad. Una paz, que no es
sólo una tranquilidad externa, como para quitar el miedo, sino algo que
permanece en lo más íntimo de la persona, como persuasión de que la vida tiene
un gran sentido, porque Cristo vive entre nosotros. Ese sentimiento de paz nos
la desea la Iglesia en la Eucaristía y debemos desearla y, si es posible,
sentirla, en nuestro encuentro comunitario del domingo, día del Señor.
Y con la paz les da la alegría, que es un fruto del
Espíritu Santo. Por eso les da el Espíritu Santo. Sabemos que el día de
Pentecostés lo recibirían de una manera más palpable; pero todo acto bueno,
como la celebración eucarística, puede hacer que el Espíritu Santo venga más
íntima y plenamente a nosotros. También les da el poder de perdonar pecados.
Nunca podremos tener el Espíritu de Dios si en nosotros domina el pecado. Por
eso, si tenemos conciencia de pecado, debemos recibir la Confesión.
Pero Tomás no estaba con ellos. Habría tenido que
marcharse el mismo domingo quizá antes de que las mujeres dieran la primera
gran noticia. Nos parece demasiada terquedad y demasiada exigencia por parte de
Tomás. Tardaría unos cuantos días en unirse a sus compañeros. Tomás amaba mucho
a Jesús. En una ocasión había dicho que estaba dispuesto a morir con El. Por
eso en aquellos días, después de los trágicos sucesos del Viernes Santo, su
alma estaría como sin vida, pensando que todo se había terminado. Cuando sus
compañeros le dijeron que Jesús había resucitado le parecería demasiado hermoso
y casi como un complot contra él. Por eso se encerró en su idea. Aquí aparece
la infinita bondad de Jesús que condesciende a los deseos de Tomás. También
parece como decirle que la fe no se aumenta por hechos externos, como el tocar,
sino por la aceptación de la palabra de Dios. Y en ese momento Tomás pronuncia
una de las exclamaciones más bellas del evangelio: “Señor mío y Dios mío”.
Hay muchas personas que pronuncian esa exclamación llena
de fe en el momento de la elevación de Jesús en la Consagración. Ello es como
cumplir la bienaventuranza que en ese momento decía Jesús: “Dichosos más bien
los que crean sin haber visto”.
Somos muchos los que nos parecemos a Tomás, pues estamos
acostumbrados a una mentalidad materialista y pragmática. El caso es que nos
fiamos de muchas cosas sin haberlas visto y palpado, como son hechos de
ciencias, astronomía o geografía, y no nos fiamos de la Palabra de Dios
testificada por argumentos más convincentes; Palabra de quien ha dado la
inteligencia a esos científicos, palabra que vive en el corazón de los que
permiten que Cristo viva en su ser y se dé a conocer por el amor y la alegría y
paz de saber que la vida tiene pleno sentido en compañía del Señor, con quien
esperamos vivir plenamente un día en el cielo.
P. Silverio Velasco (España)
Meditación breve
¿Qué hay en este día por lo cual sientes amor? ¿Qué hay
de este momento que sinceramente valores?
Hay algo en tu vida que te empuja a conocer y
experimentar y entender más de esa misma vida. ¿Qué es eso que, desde el centro
mismo de las cosas, produce esa sensación en ti? ¿Qué es lo que hace que
resulte tan hermoso flotar tranquilamente en un mar calmo bajo un cálido sol?
¿Por qué la belleza de la cima de una montaña observada a la distancia puede
llegar a tu corazón tan profundamente?
Hay una razón por la cual tienes ciertas y determinadas
opiniones respecto de un amplio rango de cuestiones, grandes, pequeñas, y de
las ni tan grandes ni tan pequeñas. Hay un propósito rector en la raíz de cada
sincera elección que llevas a cabo.
Mientras danzas con la vida cada día, tus pasos siguen un
ritmo que es fiel a esa persona genuina que llevas dentro, no importa qué otras
cosas puedan o no estar sucediendo. Aunque interactúes íntimamente con todo lo
que te rodea, algo dentro de ti se mantiene aparte de todo ello, disfrutando de
la experiencia.
Respira hondo el aire fresco y dulce del ser. Y sigue
danzando, a medida que cada instante que se va presentando aporta un verso
completamente nuevo a esa canción que has conocido desde siempre.
Nuevo video y artículo
Hay un nuevo video subido a este blog.
Para verlo tienes que ir al final de la página.
Hay nuevo material publicado en el blog
"Juan Pablo
II inolvidable"
Puedes acceder en la dirección:
Nunca nos olvidemos de
agradecer
Alguna vez leí que en el cielo hay dos oficinas
diferentes para tratar lo relativo a las oraciones de las personas en la
tierra:
Una es para receptar pedidos de diversas gracias, y allí
los muchos ángeles que atienden trabajan intensamente y sin descanso por la
cantidad de peticiones que llegan en todo momento.
La otra oficina es para recibir los agradecimientos por
las gracias concedidas y en ella hay un par de ángeles aburridos porque
prácticamente no les llega ningún mensaje de los hombres desde la tierra para
dar gracias...
Desde esta sección de "Pequeñas Semillitas"
pretendemos juntar una vez por semana (los domingos) todos los mensajes para la
segunda oficina: agradecimientos por favores y gracias concedidas como
respuesta a nuestros pedidos de oración.
Desde El Salvador (Centro América) agradecen a Dios
Misericordioso, a la Santísima Virgen María y a las personas que rezaron por
Claudia y Mariana, madre e hija, ya que la cesárea se desarrolló sin
inconvenientes y ambas están bien. Seguiremos rezando por la completa recuperación
de la mamá.
Desde Buenos Aires, Argentina, Ana María agradece a Dios
y a todos los que rezaron por Gabriela, ya que los médicos no han encontrado
ningún rastro de enfermedad en ella y ya no necesita tratamiento del cáncer que
tenía.
También desde Buenos Aires, recibimos un agradecimiento a
Dios y los hermanos que han rezado por Enrique, de City Bell, operado de tumor
de colon, se está recuperando muy bien. Y nuestra lectora Cecilia Claudia
agradece a la Divina Providencia porque sus familiares que viven en la zona de
las recientes inundaciones no se vieron afectados por las mismas, a la vez que
nos invita a rezar por todos los que sufrieron consecuencias graves.
“Intimidad Divina”
Domingo 2 de
Pascua
En el Evangelio de Juan (20, 19-29), la narración de la
aparición de Jesús a los Apóstoles reunidos en el cenáculo aparece enriquecida
con datos de especial interés. En el día de la Resurrección por la tarde, tras
haber confiado a los suyos la misión que había recibido del Padre –“Como me
envió mi Padre, así os envío yo–, les da el Espíritu Santo… Pero aquella tarde
Tomás estaba ausente y cuando vuelve rehúsa creer que Jesús ha resucitado: “Si
no veo… y meto mi dedo en el lugar de los clavos y mi mano en su costado, no
creeré”. No sólo ver, sino hasta meter la mano en la hendidura de las heridas.
Jesús lo toma por la palabra. Pasados ocho días vuelve y le dice: “Alarga acá
tu dedo y mira mis manos y tiende tu mano y métela en mi costado, y no seas
incrédulo sino fiel”. El Señor tiene compasión de la obstinada incredulidad del
apóstol y le ofrece con infinita bondad las pruebas exigidas por él con tanta
arrogancia. Tomás se da por vencido y su incredulidad se disuelve en un gran
acto de fe: “¡Señor mío y Dios mío!”. Enseñanza preciosa que amonesta a los
creyentes que no se maravillen de las dudas y de las dificultades que pueden
tener los demás para creer. Es necesario, por el contrario, tener compasión de
los vacilantes y de los incrédulos y ayudarlos con la oración.
“Porque me has visto has creído; dichosos los que sin ver
creyeron” (Jn 20, 29). Jesús alaba así la fe de todos aquellos que habrían de
creer en él sin el apoyo de experiencias sensibles. La alabanza de Jesús
resuena en la voz de Pedro conmovido por la fe viva de los primeros cristianos,
que creían en Jesús como si lo hubieran conocido personalmente: “a quien amáis
sin haberlo visto, en quien ahora creéis sin verle, y os regocijáis con un gozo
inefable y glorioso” ( 1 Pe 1, 8). He aquí la bienaventuranza de la fe
proclamada por el Señor, y que debe ser la bienaventuranza de los creyentes de
todos los tiempos. Frente a las dificultades y a la fatiga de creer, es
necesario recordar las palabras de Jesús para hallar en ellas el sostén de una
fe descarnada y desnuda, pero segura por estar fundada sobre la palabra de
Dios. La fe en Cristo era la fuerza que tenía reunidos a los primitivos
creyentes en una cohesión perfecta de sentimientos y de vida. Esta era la
característica fundamental de la primera comunidad cristiana nacida del “vigor”
con que “los Apóstoles atestiguaban la resurrección del Señor Jesús” (Hc 4, 33)
Fe tan fuerte que los llevaba a renunciar espontáneamente
a los propios bienes para ponerlos a disposición de los más necesitados,
considerados verdaderos hermanos en Cristo. No era una fe teórica, ideológica,
sino tan concreta y operante que daba una impronta del todo nueva a la vida de
los creyentes, no sólo en el sector de las relaciones con Dios y de la oración,
sino también en el de las relaciones con el prójimo y hasta en el mismo campo
de los intereses materiales de que el hombre se siente tan tremendamente
celoso. Esta es la fe que hoy escasea; para muchos que dicen ser creyentes la
fe no ejercita influjo alguno sobre sus costumbres ni cambia en nada o casi en
nada su vida. Un cristianismo tal no convence ni convierte al mundo. Es
necesario volver a templar la propia fe en el ejemplo de la Iglesia primitiva,
hay que implorar de Dios una fe profunda, ya que en el vigor de la fe está la
victoria del cristiano. “Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra
fe. ¿Y quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de
Dios? (1 Jn 5, 4-5).
¡Oh Señor
Jesucristo!, no te hemos visto en la carne con los ojos del cuerpo, y sin
embargo sabemos, creemos y profesamos que tú eres verdaderamente Dios. ¡Oh
Señor!, que esta nuestra profesión de fe nos conduzca a la gloria, que esta fe
nos salve de la segunda muerte, que esta esperanza nos conforte cuando lloremos
en medio de tantas tribulaciones, y nos lleve a los gozos eternos. Y tras la
prueba de esta vida, cuando hayamos llegado a la meta de la vocación celestial
y visto tu cuerpo glorificado en Dios… también nuestros cuerpos recibirán la
gloria de ti, ¡oh Cristo!, nuestra Cabeza. (Liturgia mozárabe)
P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
.
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