domingo, 7 de abril de 2013

Pequeñas Semillitas 1997


PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 8 - Número 1997 ~ Domingo 7 de Abril de 2013
- AÑO DE LA FE -
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)

Domingo Divina Misericordia

Alabado sea Jesucristo…
El hombre moderno ha aprendido a dudar. Es propio del espíritu de nuestros tiempos cuestionarlo todo para progresar en conocimiento científico. En este clima la fe queda con frecuencia desacreditada. El ser humano va caminando por la vida lleno de incertidumbres y dudas. Por eso, todos sintonizamos sin dificultad con la reacción de Tomás, cuando los otros discípulos le comunican que, estando él ausente, han tenido una experiencia sorprendente: "Hemos visto al Señor". Tomás podría ser un hombre de nuestros días. Su respuesta es clara: "Si no lo veo...no lo creo".
Su actitud es comprensible. Tomás no dice que sus compañeros están mintiendo o que están engañados. Solo afirma que su testimonio no le basta para adherirse a su fe. Él necesita vivir su propia experiencia. Y Jesús no se lo reprochará en ningún momento.
Las comunidades cristianas deberían ser en nuestros días un espacio de diálogo donde pudiéramos compartir honestamente las dudas, los interrogantes y búsquedas de los creyentes de hoy. No todos vivimos en nuestro interior la misma experiencia. Para crecer en la fe necesitamos el estímulo y el diálogo con otros que comparten nuestra misma inquietud.
Pero nada puede remplazar a la experiencia de un contacto personal con Cristo en lo hondo de la propia conciencia. Según el relato evangélico, a los ocho días se presenta de nuevo Jesús. No critica a Tomás sus dudas. Su resistencia a creer revela su honestidad. Jesús le muestra sus heridas.
No son "pruebas" de la resurrección, sino "signos" de su amor y entrega hasta la muerte. Por eso, le invita a profundizar en sus dudas con confianza: "No seas incrédulo, sino creyente". Tomas renuncia a verificar nada. Ya no siente necesidad de pruebas. Solo sabe que Jesús lo ama y le invita a confiar: "Señor mío y Dios mío".
Un día los cristianos descubriremos que muchas de nuestras dudas, vividas de manera sana, sin perder el contacto con Jesús y la comunidad, nos pueden rescatar de una fe superficial que se contenta con repetir fórmulas, para estimularnos a crecer en amor y en confianza en Jesús, ese Misterio de Dios encarnado que constituye el núcleo de nuestra fe.
José Antonio Pagola


La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré».
Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros». Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído».
Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Éstas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.
(Jn 20,19-31)

Comentario
Hoy, Domingo II de Pascua, completamos la octava de este tiempo litúrgico, una de las dos octavas —juntamente con la de Navidad— que en la liturgia renovada por el Concilio Vaticano II han quedado. Durante ocho días contemplamos el mismo misterio y tratamos de profundizar en él bajo la luz del Espíritu Santo.
Por designio del Papa Juan Pablo II, este domingo se llama Domingo de la Divina Misericordia. Se trata de algo que va mucho más allá que una devoción particular. Como ha explicado el Santo Padre en su encíclica Dives in misericordia, la Divina Misericordia es la manifestación amorosa de Dios en una historia herida por el pecado. “Misericordia” proviene de dos palabras: “Miseria” y “Cor”. Dios pone nuestra mísera situación debida al pecado en su corazón de Padre, que es fiel a sus designios. Jesucristo, muerto y resucitado, es la suprema manifestación y actuación de la Divina Misericordia. «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito» (Jn 3,16) y lo ha enviado a la muerte para que fuésemos salvados. «Para redimir al esclavo ha sacrificado al Hijo», hemos proclamado en el Pregón pascual de la Vigilia. Y, una vez resucitado, lo ha constituido en fuente de salvación para todos los que creen en Él. Por la fe y la conversión acogemos el tesoro de la Divina Misericordia.
La Santa Madre Iglesia, que quiere que sus hijos vivan de la vida del resucitado, manda que —al menos por Pascua— se comulgue y que se haga en gracia de Dios. La cincuentena pascual es el tiempo oportuno para el cumplimiento pascual. Es un buen momento para confesarse y acoger el poder de perdonar los pecados que el Señor resucitado ha conferido a su Iglesia, ya que Él dijo sólo a los Apóstoles: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados» (Jn 20,22-23). Así acudiremos a las fuentes de la Divina Misericordia. Y no dudemos en llevar a nuestros amigos a estas fuentes de vida: a la Eucaristía y a la Penitencia. Jesús resucitado cuenta con nosotros.
Rev. D. Joan Ant. MATEO i García (La Fuliola, Lleida, España)


Santoral Católico:
San Juan Bautista de La Salle
Presbítero, Educador y Fundador

Juan Bautista de La Salle vivió en un mundo totalmente diferente del nuestro. Era el primogénito de una familia acomodada que vivió en Francia hace 300 años. Nació en Reims, recibió la tonsura a la edad de 11 años y fue nombrado canónigo de la Catedral de Reims a los 16. Cuando murieron sus padres tuvo que encargarse de la administración de los bienes de la familia. Pero, terminados sus estudios de teología, fue ordenado sacerdote el 9 de abril de 1678. Dos años más tarde, obtuvo el título de doctor en teología. En ese período de su vida, intentó comprometerse con un grupo de jóvenes rudos y poco instruídos, a fin de fundar escuelas para niños pobres.

En aquella época, sólo algunas personas vivían con lujo, mientras la gran mayoría vivía en condiciones de extrema pobreza: los campesinos en las aldeas y los trabajadores miserables en las ciudades. Sólo un número reducido podía enviar a sus hijos a la escuela. La mayoría de los niños tenían pocas posibilidades de futuro. Conmovido por la situación de estos pobres que parecían "tan alejados de la salvación" en una u otra situación, tomó la decisión de poner todos sus talentos al servicio de esos niños, "a menudo abandonados a sí mismos y sin educación". Para ser más eficaz, abandonó su casa familiar y se fue a vivir con los maestros, renunció a su canonjía y su fortuna y a continuación, organizó la comunidad que hoy llamamos Hermanos de las Escuelas Cristianas.

Su empresa se encontró con la oposición de las autoridades eclesiásticas que no deseaban la creación de una nueva forma de vida religiosa, una comunidad de laicos consagrados ocupándose de las escuelas "juntos y por asociación". Los estamentos educativos de aquel tiempo quedaron perturbados por sus métodos innovadores y su absoluto deseo de gratuidad para todos, totalmente indiferente al hecho de saber si los padres podían pagar o no. A pesar de todo, La Salle y sus Hermanos lograron con éxito crear una red de escuelas de calidad, caracterizada por el uso de la lengua vernácula, los grupos de alumnos reunidos por niveles y resultados, la formación religiosa basada en temas originales, preparada por maestros con una vocación religiosa y misionera a la vez y por la implicación de los padres en la educación. Además, La Salle fue innovador al proponer programas para la formación de maestros seglares, cursos dominicales para jóvenes trabajadores y una de las primeras instituciones para la reinserción de "delincuentes". Extenuado por una vida cargada de austeridades y trabajos, falleció en San Yon, cerca de Rouen, en 1719, sólo unas semanas antes de cumplir 68 años.

Juan Bautista de La Salle fue el primero que organizó centros de formación de maestros, escuelas de aprendizaje para delincuentes, escuelas técnicas, escuelas secundarias de idiomas modernos, artes y ciencias. Su obra se extendió rapidísimamente en Francia, y después de su muerte, por todo el mundo. En 1900, Juan Bautista de La Salle fue declarado Santo. En 1950, a causa de su vida y sus escritos inspirados, recibió el título de Santo Patrono de los que trabajan en el ámbito de la educación. Juan Bautista mostró cómo se debe enseñar y tratar a los jóvenes, cómo enfrentarse a las deficiencias y debilidades con compasión, cómo ayudar, curar y fortalecer. Hoy, las escuelas lasallanas existen en 85 países del mundo.

Fuente: Catholic.net


Fiesta de la Divina Misericordia

La fiesta que celebramos el Domingo II de Pascua es, de entre todas las formas de la devoción a la Divina Misericordia, la que tiene mayor rango. Jesús habló por primera vez a Santa Faustina de instituir esta fiesta el 22 de febrero de 1931 en Plock el mismo día en que le pidió que pintara su imagen y le dijo: “Yo deseo que haya una Fiesta de la Divina Misericordia. Quiero que esta imagen que pintarás con el pincel, sea bendecida con solemnidad el primer Domingo después de la Pascua de Resurrección; ese Domingo debe ser la Fiesta de la Misericordia”. Durante los años posteriores, Jesús le repitió a Santa Faustina este deseo en catorce ocasiones, definiendo precisamente la ubicación de esta fiesta en el calendario litúrgico de la Iglesia, el motivo y el objetivo de instituirla, el modo de prepararla y celebrarla, así como las gracias a ella vinculada.

Por fin, el 30 de abril del año 2000, coincidiendo con la canonización de Santa Faustina, “Apóstol de la Divina Misericordia”, el Beato Juan Pablo II instituyó oficialmente la Fiesta de la Divina Misericordia a celebrarse todos los años en esa misma fecha: Domingo siguiente a la Pascua de Resurrección. Con la institución de esta Fiesta, el Beato Juan Pablo II concluyó la tarea asignada por Nuestro Señor Jesús a Santa Faustina en Polonia, 69 años atrás, cuando en febrero de 1931 le dijo: “Deseo que haya una Fiesta de la Misericordia”.  Dicha Fiesta constituye uno de los elementos centrales del Mensaje de la Divina Misericordia según le fuera revelado por nuestro Señor a Sor Faustina.

"...El Siervo de Dios Juan Pablo II, valorando la experiencia espiritual de una humilde religiosa, Santa Faustina Kowalska, quiso que el Domingo después de Pascua estuviera dedicado de una forma especial a la Divina Misericordia; y la Providencia dispuso que él muriera precisamente en la vigilia de tal día [en las manos de la Misericordia Divina]. El misterio del Amor Misericordioso de Dios estuvo en el centro del pontificado de mi venerado Predecesor. Recordemos, en particular, la Encíclica DIVES IN MISERICORDIA de 1980, y la dedicación del nuevo Santuario de la Divina Misericordia en Cracovia, en 2002. Las palabras que él pronunció en esa última ocasión fueron como una síntesis de su magisterio, evidenciando que el culto de la Misericordia Divina no es una devoción secundaria, sino dimensión integrante de la fe y de la oración del cristiano." (Benedicto XVI, Ángelus. Domingo 23 de abril de 2006).


¡Buenos días!

El paso del tiempo

Al iniciar este día te comparto unas consignas que me han movilizado a lo largo de los años: “Saludaré con gozo y agradecimiento el don inapreciable de este nuevo día. Trataré con ternura cada hora, porque sé que no retornará jamás. Eludiré con decisión todo aquello que mata el tiempo. A la indecisión la destruiré con la acción. Sepultaré las dudas bajo la fe”.

Todos los niños habían salido en la fotografía y la maestra estaba tratando de persuadirlos para que cada uno comprara una copia de esa fotografía del grupo.
—Imagínense qué bonito será cuando ya sean grandes todos y digan: "Allí está Catalina, es abogada, o, ése es Miguel, ahora es doctor". Entonces se oyó una vocecita desde atrás del aula diciendo:
—Y allí está la maestra. Ya se murió."

Todos percibimos el paso fugaz del tiempo. “Ay, cómo huye el tiempo irreparable”, constató el poeta Virgilio. También el salmista (S. 90) dice que, aun cuando lleguemos a los 70 y 80 años, al fin nos parece que han pasado a prisa, volando. Por eso pide a Dios  le enseñe a calcular el número de años de vida, para obrar sabiamente. Buena lección, ¿verdad?

Padre Natalio


Palabras del Beato Juan Pablo II

«En todo el mundo, el segundo Domingo de Pascua recibirá el nombre de Domingo de la Divina Misericordia. Una invitación perenne para el mundo cristiano a afrontar, con confianza en la benevolencia divina, las dificultades y las pruebas que esperan al género humano en los años venideros»

Beato Juan Pablo II


Tema del día:
Paz y alegría

Todos los años en este segundo domingo de Pascua la Iglesia nos presenta estas mismas escenas en el evangelio: Jesús se hace ver por los apóstoles reunidos en la tarde o noche del primer domingo de resurrección, y luego vuelve a presentarse, ahora estando ya Tomás, el domingo siguiente, correspondiente al día de hoy. La primera idea a considerar es cómo la primitiva comunidad acepta el cambio del día del Señor, que en vez de ser el sábado comienza a ser el domingo. Es el mismo Jesucristo, que, al cambiar la mentalidad religiosa del Antiguo Testamento al Nuevo por medio de su resurrección, transforma ese día de gloria en el día más propio para la alabanza a Dios. Por eso parece querer celebrar ese día una semana después de su resurrección. En la 2ª lectura de hoy vemos que un día de domingo el autor del Apocalipsis es “arrebatado en espíritu” para expresar grandes revelaciones para la esperanza de nuestra fe.

Los apóstoles estaban cerrados por miedo a los que habían matado a Jesús. San Juan no nos dice si ya estaban algo consolados, aunque sin creer del todo, por lo que les había dicho san Pedro y los dos de Emaús. El hecho es que Jesús viene a consolarles y a darles unos cuantos regalos. El primero que les da es el de la paz. La necesitan de verdad. Una paz, que no es sólo una tranquilidad externa, como para quitar el miedo, sino algo que permanece en lo más íntimo de la persona, como persuasión de que la vida tiene un gran sentido, porque Cristo vive entre nosotros. Ese sentimiento de paz nos la desea la Iglesia en la Eucaristía y debemos desearla y, si es posible, sentirla, en nuestro encuentro comunitario del domingo, día del Señor.

Y con la paz les da la alegría, que es un fruto del Espíritu Santo. Por eso les da el Espíritu Santo. Sabemos que el día de Pentecostés lo recibirían de una manera más palpable; pero todo acto bueno, como la celebración eucarística, puede hacer que el Espíritu Santo venga más íntima y plenamente a nosotros. También les da el poder de perdonar pecados. Nunca podremos tener el Espíritu de Dios si en nosotros domina el pecado. Por eso, si tenemos conciencia de pecado, debemos recibir la Confesión.

Pero Tomás no estaba con ellos. Habría tenido que marcharse el mismo domingo quizá antes de que las mujeres dieran la primera gran noticia. Nos parece demasiada terquedad y demasiada exigencia por parte de Tomás. Tardaría unos cuantos días en unirse a sus compañeros. Tomás amaba mucho a Jesús. En una ocasión había dicho que estaba dispuesto a morir con El. Por eso en aquellos días, después de los trágicos sucesos del Viernes Santo, su alma estaría como sin vida, pensando que todo se había terminado. Cuando sus compañeros le dijeron que Jesús había resucitado le parecería demasiado hermoso y casi como un complot contra él. Por eso se encerró en su idea. Aquí aparece la infinita bondad de Jesús que condesciende a los deseos de Tomás. También parece como decirle que la fe no se aumenta por hechos externos, como el tocar, sino por la aceptación de la palabra de Dios. Y en ese momento Tomás pronuncia una de las exclamaciones más bellas del evangelio: “Señor mío y Dios mío”.

Hay muchas personas que pronuncian esa exclamación llena de fe en el momento de la elevación de Jesús en la Consagración. Ello es como cumplir la bienaventuranza que en ese momento decía Jesús: “Dichosos más bien los que crean sin haber visto”.

Somos muchos los que nos parecemos a Tomás, pues estamos acostumbrados a una mentalidad materialista y pragmática. El caso es que nos fiamos de muchas cosas sin haberlas visto y palpado, como son hechos de ciencias, astronomía o geografía, y no nos fiamos de la Palabra de Dios testificada por argumentos más convincentes; Palabra de quien ha dado la inteligencia a esos científicos, palabra que vive en el corazón de los que permiten que Cristo viva en su ser y se dé a conocer por el amor y la alegría y paz de saber que la vida tiene pleno sentido en compañía del Señor, con quien esperamos vivir plenamente un día en el cielo.

P. Silverio Velasco (España)


Meditación breve

¿Qué hay en este día por lo cual sientes amor? ¿Qué hay de este momento que sinceramente valores?
Hay algo en tu vida que te empuja a conocer y experimentar y entender más de esa misma vida. ¿Qué es eso que, desde el centro mismo de las cosas, produce esa sensación en ti? ¿Qué es lo que hace que resulte tan hermoso flotar tranquilamente en un mar calmo bajo un cálido sol? ¿Por qué la belleza de la cima de una montaña observada a la distancia puede llegar a tu corazón tan profundamente?
Hay una razón por la cual tienes ciertas y determinadas opiniones respecto de un amplio rango de cuestiones, grandes, pequeñas, y de las ni tan grandes ni tan pequeñas. Hay un propósito rector en la raíz de cada sincera elección que llevas a cabo.
Mientras danzas con la vida cada día, tus pasos siguen un ritmo que es fiel a esa persona genuina que llevas dentro, no importa qué otras cosas puedan o no estar sucediendo. Aunque interactúes íntimamente con todo lo que te rodea, algo dentro de ti se mantiene aparte de todo ello, disfrutando de la experiencia.
Respira hondo el aire fresco y dulce del ser. Y sigue danzando, a medida que cada instante que se va presentando aporta un verso completamente nuevo a esa canción que has conocido desde siempre.


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"Juan Pablo II inolvidable"
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Nunca nos olvidemos de agradecer

Alguna vez leí que en el cielo hay dos oficinas diferentes para tratar lo relativo a las oraciones de las personas en la tierra:
Una es para receptar pedidos de diversas gracias, y allí los muchos ángeles que atienden trabajan intensamente y sin descanso por la cantidad de peticiones que llegan en todo momento.
La otra oficina es para recibir los agradecimientos por las gracias concedidas y en ella hay un par de ángeles aburridos porque prácticamente no les llega ningún mensaje de los hombres desde la tierra para dar gracias...
Desde esta sección de "Pequeñas Semillitas" pretendemos juntar una vez por semana (los domingos) todos los mensajes para la segunda oficina: agradecimientos por favores y gracias concedidas como respuesta a nuestros pedidos de oración.

Desde El Salvador (Centro América) agradecen a Dios Misericordioso, a la Santísima Virgen María y a las personas que rezaron por Claudia y Mariana, madre e hija, ya que la cesárea se desarrolló sin inconvenientes y ambas están bien. Seguiremos rezando por la completa recuperación de la mamá.

Desde Buenos Aires, Argentina, Ana María agradece a Dios y a todos los que rezaron por Gabriela, ya que los médicos no han encontrado ningún rastro de enfermedad en ella y ya no necesita tratamiento del cáncer que tenía.

También desde Buenos Aires, recibimos un agradecimiento a Dios y los hermanos que han rezado por Enrique, de City Bell, operado de tumor de colon, se está recuperando muy bien. Y nuestra lectora Cecilia Claudia agradece a la Divina Providencia porque sus familiares que viven en la zona de las recientes inundaciones no se vieron afectados por las mismas, a la vez que nos invita a rezar por todos los que sufrieron consecuencias graves.


“Intimidad Divina”

Domingo 2 de Pascua

En el Evangelio de Juan (20, 19-29), la narración de la aparición de Jesús a los Apóstoles reunidos en el cenáculo aparece enriquecida con datos de especial interés. En el día de la Resurrección por la tarde, tras haber confiado a los suyos la misión que había recibido del Padre –“Como me envió mi Padre, así os envío yo–, les da el Espíritu Santo… Pero aquella tarde Tomás estaba ausente y cuando vuelve rehúsa creer que Jesús ha resucitado: “Si no veo… y meto mi dedo en el lugar de los clavos y mi mano en su costado, no creeré”. No sólo ver, sino hasta meter la mano en la hendidura de las heridas. Jesús lo toma por la palabra. Pasados ocho días vuelve y le dice: “Alarga acá tu dedo y mira mis manos y tiende tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino fiel”. El Señor tiene compasión de la obstinada incredulidad del apóstol y le ofrece con infinita bondad las pruebas exigidas por él con tanta arrogancia. Tomás se da por vencido y su incredulidad se disuelve en un gran acto de fe: “¡Señor mío y Dios mío!”. Enseñanza preciosa que amonesta a los creyentes que no se maravillen de las dudas y de las dificultades que pueden tener los demás para creer. Es necesario, por el contrario, tener compasión de los vacilantes y de los incrédulos y ayudarlos con la oración.

“Porque me has visto has creído; dichosos los que sin ver creyeron” (Jn 20, 29). Jesús alaba así la fe de todos aquellos que habrían de creer en él sin el apoyo de experiencias sensibles. La alabanza de Jesús resuena en la voz de Pedro conmovido por la fe viva de los primeros cristianos, que creían en Jesús como si lo hubieran conocido personalmente: “a quien amáis sin haberlo visto, en quien ahora creéis sin verle, y os regocijáis con un gozo inefable y glorioso” ( 1 Pe 1, 8). He aquí la bienaventuranza de la fe proclamada por el Señor, y que debe ser la bienaventuranza de los creyentes de todos los tiempos. Frente a las dificultades y a la fatiga de creer, es necesario recordar las palabras de Jesús para hallar en ellas el sostén de una fe descarnada y desnuda, pero segura por estar fundada sobre la palabra de Dios. La fe en Cristo era la fuerza que tenía reunidos a los primitivos creyentes en una cohesión perfecta de sentimientos y de vida. Esta era la característica fundamental de la primera comunidad cristiana nacida del “vigor” con que “los Apóstoles atestiguaban la resurrección del Señor Jesús” (Hc 4, 33)

Fe tan fuerte que los llevaba a renunciar espontáneamente a los propios bienes para ponerlos a disposición de los más necesitados, considerados verdaderos hermanos en Cristo. No era una fe teórica, ideológica, sino tan concreta y operante que daba una impronta del todo nueva a la vida de los creyentes, no sólo en el sector de las relaciones con Dios y de la oración, sino también en el de las relaciones con el prójimo y hasta en el mismo campo de los intereses materiales de que el hombre se siente tan tremendamente celoso. Esta es la fe que hoy escasea; para muchos que dicen ser creyentes la fe no ejercita influjo alguno sobre sus costumbres ni cambia en nada o casi en nada su vida. Un cristianismo tal no convence ni convierte al mundo. Es necesario volver a templar la propia fe en el ejemplo de la Iglesia primitiva, hay que implorar de Dios una fe profunda, ya que en el vigor de la fe está la victoria del cristiano. “Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Y quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? (1 Jn 5, 4-5).

¡Oh Señor Jesucristo!, no te hemos visto en la carne con los ojos del cuerpo, y sin embargo sabemos, creemos y profesamos que tú eres verdaderamente Dios. ¡Oh Señor!, que esta nuestra profesión de fe nos conduzca a la gloria, que esta fe nos salve de la segunda muerte, que esta esperanza nos conforte cuando lloremos en medio de tantas tribulaciones, y nos lleve a los gozos eternos. Y tras la prueba de esta vida, cuando hayamos llegado a la meta de la vocación celestial y visto tu cuerpo glorificado en Dios… también nuestros cuerpos recibirán la gloria de ti, ¡oh Cristo!, nuestra Cabeza. (Liturgia mozárabe)

P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
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