sábado, 21 de enero de 2012

Pequeñas Semillitas 1599

PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 7 - Número 1599 ~ Sábado 21 de Enero de 2012
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
   

Hola…
Hoy es sábado y con la alegría que siempre nos produce la llegada del fin de semana, vamos a iniciar esta edición de “Pequeñas Semillitas” con un pensamiento de Miguel Ángel Arcel que dice:
Te regalo una sonrisa escrita para que la guardes y el dibujo de un sueño en tu cuaderno. Una palabra perfumada y un día de sol con tu nombre. El abrazo infinito de todos los árboles y un canto suave para que duermas. La mirada más tierna, el color de una nube y un beso en tu alma, para que me recuerdes siempre y en tu corazón me guardes.


La Palabra de Dios:
Evangelio del día


En aquel tiempo, Jesús volvió a casa y se aglomeró otra vez la muchedumbre de modo que no podían comer. Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de Él, pues decían: «Está fuera de sí».
(Mc 3,20-21)

Comentario
Hoy vemos cómo los propios de la parentela de Jesús se atreven a decir de Él que «está fuera de sí» (Mc 3,21). Una vez más, se cumple el antiguo proverbio de que «un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio» (Mt 13,57). Ni que decir tiene que esta lamentación no “salpica” a María Santísima, porque desde el primero hasta el último momento —cuando ella se encontraba al pie de la Cruz— se mantuvo sólidamente firme en la fe y confianza hacia su Hijo.
Ahora bien, ¿y nosotros? ¡Hagamos examen! ¿Cuántas personas que viven a nuestro lado, que las tenemos a nuestro alcance, son luz para nuestras vidas, y nosotros...? No nos es necesario ir muy lejos: pensemos en el Papa Juan Pablo II: ¿cuánta gente le siguió, y... al mismo tiempo, cuántos le interpretaban como un “tozudo-anticuado”, celoso de su “poder”? ¿Es posible que Jesús —dos mil años después— todavía siga en la Cruz por nuestra salvación, y que nosotros, desde abajo, continuemos diciéndole «baja y creeremos en ti» (cf. Mc 15,32)?
O a la inversa. Si nos esforzamos por configurarnos con Cristo, nuestra presencia no resultará neutra para quienes interaccionan con nosotros por motivos de parentesco, trabajo, etc. Es más, a algunos les resultará molesta, porque les seremos un reclamo de conciencia. ¡Bien garantizado lo tenemos!: «Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros» (Jn 15,20). Mediante sus burlas esconderán su miedo; mediante sus descalificaciones harán una mala defensa de su “poltronería”.
¿Cuántas veces nos tachan a los católicos de ser “exagerados”? Les hemos de responder que no lo somos, porque en cuestiones de amor es imposible exagerar. Pero sí que es verdad que somos “radicales”, porque el amor es así de “totalizante”: «o todo, o nada»; «o el amor mata al yo, o el yo mata al amor».
Es por esto que el Santo Padre nos habló de “radicalismo evangélico” y de “no tener miedo”: «En la causa del Reino no hay tiempo para mirar atrás, y menos para dejarse llevar por la pereza» (Juan Pablo II).
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)


Santoral Católico:
Santa Inés, Virgen y Mártir


Hay muy buenos documentos sobre la existencia de esta mártir que vivió a comienzos del siglo IV y que fue martirizada a los doce años, durante la feroz persecución de Diocleciano.

Su popularidad y su devoción hacen pensar que no son improbables las leyendas que se nos han transmitido de boca en boca y también con escritos. Basado en una tradición griega, el Papa Dámaso habla del martirio de Santa Inés sobre una hoguera. Pero parece más cierto lo que afirma el poeta Prudencio y toda la tradición latina, es decir, que la jovencita, después de haber sido expuesta a la ignominia de un lugar de mala fama por haberse negado a sacrificar a la diosa Vesta, fue decapitada.

Así comenta el hecho San Ambrosio, al que se le atribuye el himno en honor de Agnes heatae virginis: “¿En un cuerpo tan pequeño había lugar para más heridas? Las niñas de su edad no resisten la mirada airada de sus padres, y las hace llorar el piquete de una aguja: pero Inés ofrece todo su cuerpo al golpe de la espada que el verdugo descarga sobre ella”.

Alrededor de su imagen de pureza y de constancia en la fe, la leyenda ha tejido un acontecimiento que tiene el mismo origen de la historia de otras jóvenes mártires: Agata, Lucia, Cecilia, que también encuentran lugar en el Canon Romano de la Misa. Según la leyenda popular, fue el mismo hijo del prefecto de Roma el que atentó contra la pureza de Inés. Al ser rechazado, él la denunció como cristiana, y el prefecto Sinfronio la hizo exponer en una casa de mala vida por haberse negado a rendirle culto a la diosa Vesta. Pero Inés salió prodigiosamente intacta de esa difamante condena, porque el único hombre que se atrevió a acercarse a ella cayó muerto a sus pies.

Pero el prefecto no se rindió ante el prodigio y la condenó a muerte. Un antiguo rito perpetúa el recuerdo de este ejemplo heroico de pureza. En la mañana del 21 de enero se bendicen dos corderitos, que después ofrecen al Papa para que con su lana sean tejidos los palios destinados a los Arzobispos. La antiquísima ceremonia tiene lugar en la iglesia de Santa Inés, construida por Constantina, hija de Constantino, hacia el 345.

Fuente: Catholic.net


La frase de  hoy

"Nada vale como la oración,
hace posible lo que es imposible,
fácil lo que es difícil.
Es imposible que el hombre que ora pueda pecar"

San Juan Crisóstomo


Cuentos de Mamerto Menapace:
Nuestro loro


En casa teníamos un loro. Pero un loro auténtico. No una cotorra. Ni siquiera se lo hubiera podido confundir con uno de esos loros chicos, que comen girasol y que en norte llaman calancates. El nuestro era un loro grande, nacido en el norte. Lo habían traído de pichón y se había criado con nosotros, compartiendo nuestra vida de cada día, nuestros entusiasmos y nuestras discusiones. Y fue así como aprendió a gritar muchas cosas.

Se llamaba Pastor. Es cierto que ese nombre se lo habíamos impuesto. Pero él lo había aceptado. Cuando tenía hambre, por ejemplo, y quería suscitar nuestra compasión, repetía en tono triste:

-¡Pobrecito Pastor! ¡La papa para Pastor, pobrecito Pastor! - Y agarraba con una de sus patitas el pedazo de pan familiar. Aferrándose con la otra de donde estaba apoyado, lo comía con gesto humano. Con gesto de familia.

Cuando sentía torear los perros, gritaba: "¡Fuera, fuera!", y compartía nuestras euforias gritando: "¡Viva Boca!" cuando escuchaba los partidos por radio. Además repetía las órdenes que se daban a los chicos, y así nos mandaba encerrar los terneros, traer agua; o simplemente nos llamaba por nuestro nombre.

En casa lo teníamos por uno más de la familia. Habiendo compartido casi la totalidad de su vida consciente con nosotros, pensábamos que todos sus ideales se identificaban con los nuestros. Lo creíamos un loro domesticado. Le teníamos tanta confianza que le habíamos otorgado plena libertad.

Porque tienen que saber que teníamos otros pájaros: tres cardenales copete rojo y una urraca de monte. Tuvimos tordos y boyeros de esos que hacen su nido como una larga media colgada de las ramas de un algarrobo. En fin, una variedad de otros pájaros salvajes. Pero a todos los teníamos en cerrados en sus jaulas. De ellos nos interesaban sus trinos y sus colores; pero sabíamos que no deseaban compartir nuestra vida. No estaban integrados.

En cambio nuestro loro, no. Se subía a nuestros mismos árboles y gateaba las mismas ramas que nosotros, los chicos. Nuestro parral era también suyo. Y los días de lluvia o frío compartía la tibieza de nuestra cocina.

Para saber dónde estaba, bastaba con gritar fuerte:
-¡Pastor!…- y él, desde su rama o su rincón contestaba:
-¡Eu!
Con pico y patas descendía hasta uno para tomar su pedazo de pan familiar.
Eso sí. Tenía sus agresividades. ¡Cómo no! Y también sus antipatías. Eso era lógico. A todos en casa nos pasaba más o menos lo mismo. Pero no. Seguramente no fue ése el motivo de su insólita actitud aquella tarde de otoño.

Sí. Era otoño. Lo recuerdo bien. Como una cicatriz de mi infancia. Era otoño porque aquella tarde casi todos los mayores estaban juntando algodón en el campo. Papá estaba en el pueblo. Algunos estábamos en la escuela, y sólo quedaba en casa mamá y uno o dos de los más chicos. Habrán sido las tres o cuatro de la tarde. Cada uno estaba en lo suyo, y todo parecía estar en paz.

Viniendo desde el sur, una bandada de loros salvajes emigraba hacia el norte; hacia las selvas, las Cataratas, el Paraguay. Su vuelo nervioso era apuntado por esos gritos característicos del loro en vuelo:
-¡Creo, creo, creo!…- y la bandada pasó sobre mi casa.

¿Qué le pasó a nuestro loro? ¿Habrá estado triste, disconforme? ¿Se habrá sentido oprimido o alienado? Puedo asegurarles que en casa no le faltaba nada y papá era exigente en que no se maltratara a ningún animal; menos al loro familiar por el cual sentía afecto especial.

No. Estoy seguro de que no. No fue por ninguno de esos motivos. No fue para liberarse de algo. Fue simplemente porque sintió que algo se liberaba en él. Sacudido por ese grito ancestral de su raza en vuelo, también en él surgió la necesidad imperiosa de afirmar su fe en aquellas realidades primordiales que constituyen la esencia de todos los loros. Y agitando sus alas torpes, no adiestradas para el vuelo, lanzó también él ese grito que le dormía dentro:
-¡Creo, creo, creo!… - y se largó a volar.

Fue sólo un gesto. Una manera de concretizar su profunda fe en las selvas, en las cataratas, en yerbales y naranjales que él nunca viera, y que nunca serían plenamente suyos.

La bandada se perdió pronto sobre los chañares, arreando hacia el norte su profesión de fe. Nuestro loro no pudo seguirla. A las pocas cuadras perdió altura y aterrizó. No estaba adiestrado para el vuelo largo. En nuestra familia nadie tenía esas oportunidades, y a él mismo nunca se había presentado la necesidad de ensayarlas.

Esa noche, al reencontrarnos todos nuevamente reunidos en familia, notamos la ausencia de Pastor. En su media lengua, mi hermanito menor dio a entender que el loro se había volado hacia el norte. Alguien creyó recordar que, efectivamente, a media tarde una bandada de loros había sobrevolado el algodonal.

Todos lamentados sinceramente que nuestro loro se hubiera podido ir con ellos. Y a todos nos sobrecogió el temor por los peligros que acecharían a Pastor, ya que sabíamos que era imposible que hubiera podido seguir el ritmo de la bandada. Caído a mitad de vuelo, quizás no habría un árbol cerca; así estaría en pleno campo bajo el peligro de los zorros o de los gatos. Una de mis hermanas - la más sensible - se largó a llorar.

Con todo, creo que se exageraron un poco los peligros. Probablemente lo que nos preocupaba no era tanto las dificultades que encontraría nuestro loro en su nueva situación, cuando el haberlo perdido. Sobre todo nos mortificaba que ya no fuera nuestro loro.

De hecho, Pastor había caído a unas pocas cuadras entre el algodonal. Dos o tres días después lo encontramos. ¡Pobre!, daba lástima. Estaba muerto de hambre. Y lo descubrimos justamente porque al pasar cerca de él, se puso a gritar esa serie de frases familiares que había aprendido entre nosotros. Sus ¡vivas! y sus ¡fuera! Fue así como descubrimos su paradero.

Todos nos alegramos de haberlo reencontrado. Y todos estuvimos de acuerdo en que había que cortarle las plumas de sus alas para que no volviera a repetir la experiencia. Hasta mi hermana - ¡la más sensible! - estuvo de acuerdo también. Porque Pastor nunca podría seguir a las bandadas. Por tanto había que impedirle nuevas experiencias.

Hoy, al pensar en aquella decisión de mi familia, me pregunto: "¿Fue un auténtico y sincero cariño por Pastor lo que nos llevó a cortarle las alas para evitarle problemas?".

Tal vez hubiera sido mejor darle mayores oportunidades de vuelos controlados, para que realmente estuviera capacitado. No sé. Por ejemplo, se lo podría haber llevado lejos, dejándolo luego un poco solo, para obligarlo a volar por su cuenta hasta nosotros. Así, a la vez que ensayaba el vuelo largo, aprendería a tomar nuestra casa como punto de referencia y lograría realizar el vuelo de retorno. Pero tengo que reconocer que fuimos egoístas. Preferimos la solución fácil. Pastor fue humillado y perdió las hermosas plumas de colores de la punta de sus alas.

Pienso que también dramatizamos algo que no era para tanto. ¿Qué es lo que en el fondo había hecho Pastor? Seguramente, su gesto no fue un signo de protesta contra nuestro estilo de vida familiar. No fue un querer irse porque estuviera en desacuerdo, o como un decirnos que todos sus gestos anteriores habían sido un simple formulismo hecho sin convicción; como si nunca hubiera compartido auténticamente lo nuestro.

Simplemente había sentido de repente ese grito que despertaba en Pastor una fidelidad que nunca había sentido antes entre nosotros. Era la profesión de fe de su raza en vuelo. Y Pastor, sacudido por ese grito de su raza, había realizado un gesto sin pensar siquiera en las consecuencias, y menos que con ello pudiera ofender nuestra incapacidad de volar.

Se había equivocado. De acuerdo. Pero ¿a quién en casa no le había pasado alguna vez algo parecido, no se había equivocado al escuchar un grito nuevo?

-Habría podido consultar - se me dirá. Pero ¿a quién? Cada uno estaba enteramente ocupado en lo suyo y ni siquiera hubiera podido comprender su intimidad intransferible de loro.

Nosotros sacamos demasiadas conclusiones. La verdad: le tuvimos miedo al futuro. Y olvidamos sus diez mil gestos buenos, profundos, con sentido auténtico, por uno que le fracasó y que había hecho sin consultar.

¡Qué ridículo fuiste, Pastor, durante un tiempo, caminando pasito a paso por los patios, intentando vuelos que irremediablemente terminaban en tumbos, con tus alas amputadas! Para alcanzar las ramas que antes eran las metas de sus vuelos, ahora tenías que gatear el tronco con pico y patas como una comadreja. Realmente, Pastor, te hicimos sufrir una gran humillación.

Pero, creémelo: lo pensábamos justificado. Porque con ello asegurábamos tu permanencia definitiva entre nosotros. Nosotros, ¡te hubiéramos extrañado tanto! Con esa decisión de cortarte las plumas y no permitirte el vuelo largo, nosotros nos comprometíamos con vos, con tu futuro, con tu seguridad.

Pero nuestra familia no era dueña del futuro. Ni del tuyo, ni del de ella misma. El futuro es sólo de Dios. ¡Es tan delicado comprender a los demás definitivamente mediante nuestras decisiones arbitrarias y poco generosas!

Unos cuantos años después nuestra familia tuvo que emigrar. Tuvo que dejar ese campo familiar, ese rancho con tantos recuerdos y esos árboles que vos y yo gateábamos rama a rama. Y nos fuimos a vivir al pueblo.

No. No fue fácil acostumbrarse. Tampoco para nosotros. Creémelo. El terreno era pequeño. La casa de material, con pisos de cemento. No había árboles. Al principio ni siquiera teníamos un parral.

Pero si a mi familia se la hacía difícil amoldarse, a vos se te hizo imposible.

No hubo santo. No tenías espacio vital. Comenzaste a ponerte triste. Ya no hablabas. Perdías el color de tus plumas. Andabas todo el día huraño. Y lo que es peor: molestabas en todas partes porque no lograbas ubicarte vos mismo.

Las visitas, que allá en el campo dejabas admiradas, ahora preguntaban para qué te teníamos. Y entre esas visitas, no faltó quien te codiciara. En su casa tenía un lindo bananal.

Y fue así nomás: te vendimos. Siento una profunda vergüenza al tener que confesarlo. Pero… te vendimos. Quinientos pesos viejos. Casi como para decir que carecías de valor. Como quien se saca de encima un estorbo.

La última vez que te vi estabas encaramado entre las hojas del bananal. No diste señales de reconocerme. Y sin embargo yo quiero creer que no nos guardás rencor. Necesito creerlo. Para que en mí no muera lo mejor de vos.

Nota:
Este cuento no es un cuento. Es un sucedido. Es estrictamente histórico hasta en sus detalles. Por ello puede ser una parábola.

Mamerto Menapace


Pensamientos sanadores


Hoy pídele a Dios el equilibrio que procede de la fe en Él.

Cuando confiamos a Dios nuestros sentimientos, nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras obras, entonces, podemos ver en todo el equilibrio que procede de Dios.
El equilibrio, en todas las dimensiones de la vida, es una actitud positiva que vamos forjando desde la propia experiencia y con la ayuda del Espíritu Santo.
Para esto, es necesario entregar la actitud de independencia que asumimos ante el Señor y abrirnos dócilmente a las inspiraciones de su Santo Espíritu, de manera tal, que en todas las dimensiones de nuestra vida, reine la armonía que procede de Él.

Aunque estoy corporalmente lejos, mi espíritu está con ustedes y me alegro de ver el equilibrio y la solidez de su fe en Cristo. Han recibido a Cristo Jesús como el Señor; tomen pues su camino. Permanezcan arraigados en Él y edificados sobre Él, estén firmes en la fe tal como fueron instruidos y siempre dando gracias. Colosenses 2, 5-7


Pedidos de oración

Pedimos oración por la Paz del Mundo; por la Santa Iglesia Católica; por el Papa, los sacerdotes y todos los que componemos el cuerpo místico de Cristo; por la unión de los cristianos para que seamos uno, así como Dios Padre y nuestro Señor Jesucristo son Uno junto con el Espíritu Santo; por las misiones, por nuestros hermanos sufrientes por diversos motivos especialmente por las enfermedades, el hambre y la pobreza; por la unión de las familias y la fidelidad de los matrimonios; por el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas, y por las Benditas Almas del Purgatorio. Agregamos también un pedido especial por los niños todavía no nacidos y en peligro de ser abortados y para que el Señor guarde en su seno a los que desgraciadamente ya lo fueron

Pedimos una oración por el eterno descanso del alma de Felipe de Jesús, de Durango, México, que después de 3 años de lucha contra el cáncer ha partido al encuentro del Señor. Que la Virgen Santísima acompañe a su esposa y sus hijas.

Pedimos oración por Jair, un joven de 19 años, de México, baleado en la columna en ocasión de un asalto y ahora postrado en cama o silla de ruedas. Nos unimos en esta oración: “Padre Santo, Dios de amor todopoderoso, me uno a los que oran por Jair para suplicarte que derrames tu bendición sobre su columna vertebral y sus piernas para que sean fortalecidas a través de tu Espíritu Santo y así pueda volver a caminar, en el nombre de Jesús. Amén”.

Estamos en oración permanente por el jovencito José Cruzat, de 17 años, de Chile, al que han realizado un trasplante cardíaco y está en su tercer día de evolución favorable. Recordamos en la oración a su hermanito Felipe, que falleció en abril de 2009 con 11 años de edad, mientras esperaba también un corazón para trasplante, el cual nunca llegó. Rezamos por toda la familia.


Tú quisiste, Señor, que tu Hijo unigénito soportara nuestras debilidades,
para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia;
escucha ahora las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos
y concede a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad,
la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos,
y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.


"Pequeñas Semillitas" por e-mail


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Felipe de Urca


"Intimidad Divina"


El Maestro interior

Jesús no sólo enseña la verdad, sino que ayuda a aceptarla; es el único Maestro capaz de obrar directamente sobre el espíritu de sus alumnos, sobre su mente y su voluntad. Jesús mueve interiormente al hombre a aceptar sus enseñanzas y a ponerlas en práctica. Las verdades que enseña son misterios divinos, que superan la capacidad del entendimiento humano; para que el hombre pueda prestarles asentimiento, necesita una luz nueva, la luz sobrenatural de la fe. La fe es un don de Jesús, fruto de su obra redentora: Él es “el que inicia y consuma la fe” (Hb 12, 2), el que la mereció y ahora la infunde en sus fieles.

Al mismo tiempo que instruye, Jesús enciende en los fieles el fuego del amor divino, como lo experimentaron los discípulos de Emaús, que se decían mutuamente: “¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24, 32). Jesús, desde el cielo junto a su Padre, continúa enviando el Espíritu Santo a sus fieles; y este divino Espíritu les da a entender el profundo significado de la doctrina del Salvador, inspirándoles las aplicaciones prácticas a los casos concretos de cada día. Jesús además instruye por medio del magisterio de la Iglesia a la que ha confiado el cometido de guardar y transmitir integralmente su doctrina a todos los fieles.

Aceptar a Jesús como Maestro significa aceptar toda su enseñanza: la Palabra escrita del santo Evangelio, la palabra viva de la Iglesia, la palabra interior, misteriosa y escondida, con que Él mismo instruye individualmente a los creyentes. Mas para aprovecharse de ella no basta escucharla, hay que profundizarla. “Porque el discípulo tiene la obligación grave para con Cristo Maestro de conocer cada día más la verdad que de Él ha recibido” (DH 14); conocimiento que se adquiere con el estudio, pero que se profundiza con la oración y la meditación imitando a la Virgen que conservaba en su corazón (Lc 2, 19) todo lo que veía y oía acerca de su Hijo divino.

Maestro divino, que sea yo corroborada en la fe, en esa fe que no permite al alma adormecerse, sino que la mantiene siempre vigilante bajo tu mirada, totalmente recogida en la luz de tu Palabra creadora… ¡Oh Vero eterno, Palabra de mi Dios! Quiero pasar mi vida escuchándote. Quiero pasar mi vida atenta a tus inspiraciones para que seas mi único Maestro. Quiero vivir siempre en tu presencia y morar bajo tu luz infinita a través de todas las noches, vacíos y fragilidades. ¡Oh mi Astro querido! Ilumíname con tu esplendor fulgurante de tal modo que ya no pueda apartarme de tu divina irradiación. (Isabel de la Trinidad)

P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
.

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