domingo, 10 de julio de 2016

Pequeñas Semillitas 3064

PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 11 - Número 3064 ~ Domingo 10 de Julio de 2016
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
Alabado sea Jesucristo…
¿Quién es “el Buen Samaritano”?  Es una persona distinta para cada ser humano.  Para un muchacho en Nueva York que cayó en los carriles del metro, el “Buen Samaritano” era un trabajador afro-americano que lo salvó de un tren acercándose.  Para varios judíos en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, el “Buen Samaritano” era un católico llamado Oscar Schindler que los protegió de la Gestapo.  Para un académico, el “Buen Samaritano” es su esposa que en los primeros años de su matrimonio hizo sacrificios como madre de gemelos para permitir a su marido terminar su doctorado.
Los teólogos de los primeros siglos de la Iglesia, pensaban en Jesucristo mismo como “el Buen Samaritano”.  Según ellos el hombre asaltado y dejado por muerte describe toda la humanidad después de la caída de la gracia de Adán y Eva.  Como el judío en la parábola, no podíamos salvarnos porque la naturaleza humana era desesperadamente lastimada.  Entonces vino Cristo del cielo, lo cual Jerusalén simboliza en la parábola.  Él podía habernos pasado por alto, como hacen el sacerdote y el levita, pero tuvo compasión de nosotros.  Se detuvo para ayudarnos, tocándonos con los sacramentos, representados en la historia por el aceite y vino con que el samaritano unge a la víctima.  Finalmente, como el samaritano lleva al herido al mesón para repararse, Jesucristo nos introdujo a la Iglesia que nos enseña los modos evangélicos.  Junto con los otros sacramentos estas enseñanzas nos han convertido del pecado en personas de virtud.
En el final, “el Buen Samaritano” es todos nosotros cuando una vez evangelizados y dotados con la gracia de Cristo, nos hacemos prójimos de gentes en necesidad.  Es un ministro laical que visita a los asilos llevando a los ancianos no sólo la Santa Comunión sino también servicios de la Palabra de Dios.  Es una mujer que viene de los suburbios para repartir comida a los indigentes en un barrio peligroso de Chicago.  Es usted y yo cuando nos acogemos al extranjero con una sonrisa, escuchamos su historia, y nos disponemos a ayudarle en cuanto posible.
* P. Carmelo Mele O. P.

¡Buenos días!

La cierva tuerta
Hay en ti dos facultades rectoras que te ayudan a tomar decisiones. Son la inteligencia y la voluntad. La inteligencia ilumina las razones a favor o en contra, y hace una evaluación de lo que es más conveniente. Entonces tu voluntad, toma la decisión y actúa por lo mejor. A este proceso se lo llama discernimiento. Lee ahora una fábula que te alertará para no tomar decisiones imprudentes.

Una cierva a la que le faltaba un ojo pacía a orillas del mar, volviendo su ojo intacto hacia la tierra para observar la posible llegada de cazadores, y dando al mar el lado que carecía del ojo, pues de allí no esperaba ningún peligro. Pero sucedió que unos pescadores navegaban por ese lugar, y al ver a la cierva la abatieron con sus flechas. Y la cierva agonizando, se dijo para sí:
-¡Pobre de mí! Vigilaba la tierra, que creía llena de peligros, y el mar, al que consideraba un refugio, me ha sido mucho más funesto (Fábula de Esopo).

Como la cierva estamos rodeados de peligros por todas partes: de dentro de nosotros mismos y de afuera, del pasado y del futuro, de la derecha y de la izquierda… es la condición humana. Acepta la realidad y mantente alerta, orando al Señor, para no ser sorprendido y caer en la tentación: esas oscuras incitaciones al mal que pululan por doquier.
* Enviado por el P. Natalio

La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
Texto del Evangelio:
En aquel tiempo, se levantó un maestro de la Ley, y para poner a prueba a Jesús, le preguntó: «Maestro, ¿que he de hacer para tener en herencia la vida eterna?». Él le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?». Respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo». Díjole entonces: «Bien has respondido. Haz eso y vivirás».
Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «Y ¿quién es mi prójimo?». Jesús respondió: «Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: ‘Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva’.» ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?». Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Díjole Jesús: «Vete y haz tú lo mismo». (Lc 10,25-37)

Comentario:
Hoy, nos preguntamos: «Y, ¿quién es mi prójimo?» (Lc 10,29). Cuentan de unos judíos que sentían curiosidad al ver desaparecer su rabino en la vigilia del sábado. Sospecharon que tenía un secreto, quizá con Dios, y confiaron a uno el encargo de seguirlo... Y así lo hizo, lleno de emoción, hasta una barriada miserable, donde vio al rabino cuidando y barriendo la casa de una mujer: era paralítica, y la servía y le preparaba una comida especial para la fiesta. Cuando volvió, le preguntaron al espía: «¿Dónde ha ido?; ¿al cielo, entre las nubes y las estrellas?». Y éste contestó: «¡No!, ha subido mucho más arriba».
Amar a los otros con obras es lo más alto; es donde se manifiesta el amor. ¡No pasar de largo!: «Es el propio Cristo quien alza su voz en los pobres para despertar la caridad de sus discípulos», afirma el Concilio Vaticano II en un documento.
Hacer de buen samaritano significa cambiar los planes («llegó junto a él»), dedicar tiempo («cuidó de él»)... Esto nos lleva a contemplar también la figura del posadero, como dijo Juan Pablo II: «¡Qué habría podido hacer sin él? De hecho, el posadero, permaneciendo en el anonimato, realizó la mayor parte de la tarea. Todos podemos actuar como él cumpliendo las propias tareas con espíritu de servicio. Toda ocupación ofrece la oportunidad, más o menos directa, de ayudar a quien lo necesita (...). El cumplimiento fiel de los propios deberes profesionales ya es practicar el amor por las personas y la sociedad».
Dejarlo todo para acoger a quien lo necesita (el buen samaritano) y hacer bien el trabajo por amor (el posadero), son las dos formas de amar que nos corresponden: «‘¿Quién (...) te parece que fue prójimo?’. ‘El que practicó la misericordia con él’. Díjole Jesús: ‘Vete y haz tú lo mismo’» (Lc 10,36-37).
Acudamos a la Virgen María y Ella —que es modelo— nos ayude a descubrir las necesidades de los otros, materiales y espirituales.
* Rev. D. Llucià POU i Sabater (Granada, España)

Palabras de San Juan Pablo II 
“Actuad siempre con la dulzura de la caridad
y los valores de la verdad […]
Vivir la caridad es, pues,
un gozoso anuncio para todos,
haciendo visible el amor de Dios
que no abandona a nadie”

Predicación del Evangelio
¿Quién es mi prójimo?
La parábola no se comprende si no se tiene en cuenta la pregunta a la que, con aquella, Jesús intentaba responder: «¿Quién es mi prójimo?».  A este interrogante de un doctor de la ley, Jesús responde narrando una parábola… ¡La parábola del buen samaritano!

En el ambiente judaico de aquel tiempo se discutía sobre quién debía ser considerado, para un israelita, el propio prójimo. Se llegaba en general a comprender, en la categoría de prójimo, a todos los compatriotas y a los prosélitos, esto es, a los gentiles que se habían adherido al judaísmo. Con la elección de los personajes (¡un samaritano que socorre a un judío!) Jesús viene a decir que la categoría de prójimo es universal, no particular. Tiene como horizonte el hombre, no el círculo familiar, étnico o religioso. ¡Prójimo es también el enemigo! Se sabe que de hecho los judíos «no tenían buenas relaciones con los samaritanos» (cfr. Jn 4, 9).

La parábola enseña que el amor al prójimo debe ser no sólo universal, sino también concreto y activo. ¿Cómo se comporta el samaritano de la parábola? Si el samaritano se hubiera contentado con acercarse y decir a ese desdichado que yacía en su propia sangre: «¡Pobrecito! ¡Cuánto lo siento! ¿Qué ha pasado? ¡Ánimo!», o palabras así, y después se hubiera marchado, ¿no habría sido todo ello una ironía y un insulto? Hizo otra cosa: «Acercándosele, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. A día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: “Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva”».

Pero lo verdaderamente nuevo, en la parábola del buen samaritano, no es que en ella Jesús exija un amor universal y concreto. La auténtica novedad, está en otro punto. Después de narrar la parábola, Jesús pregunta al doctor de la ley que le había interrogado: «¿Quién de estos tres [el levita, el sacerdote, el samaritano] te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?».

Jesús opera una inversión inesperada respecto al concepto tradicional de prójimo. Prójimo es el samaritano, no el herido, como nos habríamos esperado. Esto significa que no hay que esperar pasivamente a que el prójimo se cruce en nuestro camino, tal vez con luces de emergencia y alarmas. Nos toca a nosotros estar dispuestos a percibir quién es, a descubrirle. ¡Prójimo es aquello a lo que cada uno de nosotros está llamado a convertirse! El problema del doctor de la ley aparece derribado; de problema abstracto y académico, se hace problema concreto y operativo. La cuestión que hay que plantearse no es: «¿Quién es mi prójimo?», sino: «¿De quién me puedo hacer prójimo, ahora, aquí?».

Desearía apuntar otra posible actualización de la parábola. Estoy convencido de que si Jesús viviera hoy en Israel, y un doctor de la ley le preguntara de nuevo: «¿Quién es mi prójimo?», cambiaría ligeramente la parábola, ¡y en el lugar de un samaritano pondría a un palestino! Si después le interrogara un palestino, ¡en el lugar del samaritano encontraríamos a un judío!

Pero es muy cómodo limitar el tema a África o a Oriente Medio. Si fuéramos uno de nosotros el que le preguntara a Jesús: «¿quién es mi prójimo?», ¿qué respondería? Nos recordaría ciertamente que nuestro prójimo no es sólo el compatriota, sino también el extranjero; no sólo el cristiano, sino también el musulmán; no sólo el católico, sino también el protestante. Pero añadiría enseguida que no es esto lo más importante; lo más importante no es saber quién es mi prójimo, sino ver de quién me puedo hacer yo prójimo, ahora, aquí; para quién puedo ser yo el buen samaritano.
* P. Raniero Cantalamessa, ofmcap

Nuevo vídeo

Hay un nuevo vídeo subido al blog
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Agradecimientos
Dicen que en el cielo hay dos oficinas diferentes para tratar lo relativo a las oraciones de las personas en la tierra:
Una es para receptar pedidos de diversas gracias, y allí los muchos ángeles que atienden trabajan intensamente y sin descanso por la cantidad de peticiones que llegan en todo momento.
La otra oficina es para recibir los agradecimientos por las gracias concedidas y en ella hay un par de ángeles aburridos porque prácticamente no les llega ningún mensaje de los hombres desde la tierra para dar gracias...
Desde esta sección de "Pequeñas Semillitas" pretendemos juntar una vez por semana (los domingos) todos los mensajes para la segunda oficina: agradecimientos por favores y gracias concedidas como respuesta a nuestros pedidos de oración.

— Esta semana ningún agradecimiento —

Los cinco minutos de Dios
Julio 10
La fe no es un producto de la razón, sino que es un don de Dios; en consecuencia, no llegarás nunca a la fe discurriendo tú; Dios solamente te la puede dar; y ciertamente te la dará si tú eres suficientemente humilde para esperarla de Él y nada más que de Él; pero si pretendes alcanzarla por ti mismo, no llegarás a la fe nunca.
¿Cuál será tu responsabilidad, si no tienes fe? El no haberte dispuesto con suficiente humildad. A Dios solamente se lo puede ver cuando se pone uno de rodillas, por más que nos duela doblar nuestras rodillas y por más que juzguemos que esa posición es indigna de un hombre.
La experiencia del mundo nos ha llevado al convencimiento de que el que no se arrodilla ante Dios, no tarda en arrodillarse ante los hombres; y esto sí que es humillante; como Dios está en tu interior, si caminas con la cabeza demasiado erguida, nunca verás a Dios; pero si la inclinas, como mirándote a ti mismo, a ti interior, allí lo podrás descubrir con facilidad.
“El que crea y se bautice se salvará. El que no crea, se condenará” (Mc 16,16). “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el padre que me envió” (Jn 6, 44)
* P. Alfonso Milagro

Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-

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