martes, 25 de diciembre de 2012

Pequeñas Semillitas 1908


PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 7 - Número 1908 ~ Martes 25 de Diciembre de 2012
- AÑO DE LA FE -
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)

 
Feliz Navidad

Alabado sea Jesucristo…
Hoy es el día… se cumplieron las promesas de los antiguos profetas y lo anuncia Lucas: “Os traigo una buena nueva, una gran alegría, que es para todo el pueblo: Os ha nacido hoy un Salvador, que es el Mesías Señor”. Los coros celestiales cantan jubilosos: “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”
Vivamos la Navidad con alegría, compartamos con amor esa alegría con todos nuestros hermanos, especialmente con los más necesitados. Pidamos al Niño de Belén que fortalezca nuestra Fe.
Recordemos las palabras del Beato Juan Pablo II que nos dijo: “Navidad es la fiesta de la vida, porque Jesús, viniendo entre nosotros, enciende en el mundo el fuego del amor de Dios. Este fuego no se apagará jamás”
Que así sea…. Y ¡Feliz Navidad para todo el mundo!


La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy


Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios.
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.
En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron.
Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.
Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
El no era la luz, sino el testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre.
Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció.
Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron.
Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios.
Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él, al declarar: "Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo".
De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia:
porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.
Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.
(Jn 1,1-18)


Santoral Católico:
La Natividad de 
Nuestro Señor Jesucristo


Con la solemnidad de la Navidad, la Iglesia celebra “la manifestación del Verbo de Dios a los hombres”. En efecto, éste es el sentido espiritual más importante y sugerido por la misma liturgia, que en las tres misas celebradas por todo sacerdote ofrece a nuestra meditación “el nacimiento eterno del Verbo en el seno de los esplendores del Padre (primera misa); la aparición temporal en la humildad de la carne (segunda misa); el regreso final en el último juicio (tercera misa)” (Liber Sacramentorum)

Un antiguo documento del año 354 llamado el Cronógrafo confirma la existencia en Roma de esta fiesta el 25 de diciembre, que corresponde a la celebración pagana del solsticio de invierno “Natalis solis invicti”, esto es, el nacimiento del nuevo sol que, después de la noche más larga del año, readquiría nuevo vigor.

Al celebrar en este día el nacimiento de quien es el verdadero Sol, la luz del mundo, que surge de la noche del paganismo, se quiso dar un significado totalmente nuevo a una tradición pagana muy sentida por el pueblo, porque coincidía con las ferias de Saturno, durante las cuales los esclavos recibían dones de sus patrones y se los invitaba a sentarse a su mesa, como libres ciudadanos. Sin embargo, con la tradición cristiana, los regalos de Navidad hacen referencia a los dones de los pastores y de los reyes magos al Niño Jesús.

En oriente se celebraba la fiesta del nacimiento de Cristo el 6 de enero, con el nombre de Epifanía, que quiere decir “manifestación”; después la Iglesia oriental acogió la fecha del 25 de diciembre, práctica ya en uso en Antioquía hacia el 376, en tiempo de San Juan Crisóstomo, y en el 380 en Constantinopla. En occidente se introdujo la fiesta de la Epifanía, última del ciclo navideño, para conmemorar la revelación de la divinidad de Cristo al mundo pagano.

Los textos de la liturgia navideña, formulados en una época de reacción contra la herejía trinitaria de Arrio, subrayan con profundidad espiritual y al mismo tiempo con rigor teológico la divinidad y realeza del Niño nacido en el pesebre de Belén, para invitarnos a la adoración del insondable misterio de Dios revestido de carne humana, hijo de la purísima Virgen María.

Fuente: Catholic.net


Aviso de breve ausencia


Informo a los lectores de “Pequeñas Semillitas”
que esta página tendrá un receso de una semana,
para tomar un breve descanso.
Volveremos, si Dios así lo quiere,
el martes 1° de Enero de 2013.
¡Felicidades para todos!


Palabras del Beato Juan Pablo II

“El Niño divino, adorado por los pastores en la gruta, es el don supremo del amor misericordioso del Padre celestial: para salir al encuentro de los hombres de todos los tiempos no desdeñó hacerse él mismo semejante a nosotros, compartiendo hasta el fondo nuestra condición de criaturas, excepto el pecado”

Beato Juan Pablo II


Tema del día:
¿Qué significa para mí la Navidad?


"Sed constantes, hermanos, hasta la venida del Señor" (St 5,7)

Con estas palabras el Apóstol Santiago nos indica la actitud interior para prepararnos a escuchar y a acoger de nuevo el anuncio del nacimiento del Redentor en la cueva de Belén, misterio inefable de luz, de amor y de gracia.

Queridos amigos, Santiago nos exhorta a imitar al agricultor, que "espera con constancia el precioso fruto de la tierra" (St 5,7). (...) ¿Pero es realmente así? La invitación a la espera de Dios ¿está fuera de nuestra época? Una vez más, podemos preguntarnos con radicalidad: ¿Qué significa para mí la Navidad?, ¿es realmente importante para mi existencia, para la construcción de la sociedad?

Son muchas, en nuestra época, las personas, que ponen voz a la pregunta de si debemos esperar algo o a alguien; si debemos esperar a otro mesías, a otro dios; si vale la pena confiar en aquel Niño que en la noche de Navidad encontramos en el pesebre entre José y María.

La exhortación del Apóstol a la constancia paciente, que en nuestro tiempo podría dejar un poco perplejo, es, en realidad, el camino para acoger en profundidad la cuestión de Dios, el sentido que tiene en la vida y en la historia, porque es en la paciencia, en la fidelidad y en la constancia de la búsqueda de Dios, de la apertura a Él, donde Él revela su rostro. No necesitamos un dios genérico, indefinido, sino un Dios vivo y verdadero, que abra el horizonte del futuro del hombre a una perspectiva de esperanza firme y segura, una esperanza rica de eternidad y que permita afrontar con valentía el presente en todos sus aspectos. Deberíamos decir entonces: ¿dónde puedo buscar el verdadero Rostro de este Dios? O mejor todavía: ¿Dónde Dios se encuentra conmigo mostrándome su Rostro, revelándome su misterio, entrando en mi historia?

Queridos amigos, la invitación de Santiago: "Sed contantes, hermanos, hasta la venida del Señor", nos recuerda que la certeza de la gran esperanza del mundo se nos da y que no estamos solos y que no construimos nuestra historia en soledad. Dios no está lejos del hombre, sino que se ha inclinado hacia él y se ha hecho carne (Jn 1,14), para que el hombre comprenda donde reside el sólido fundamento de todo, el cumplimiento de sus aspiraciones más profundas: en Cristo (cfr Exhort. ap. postsin. Verbum Domini, 10).

La paciencia es la virtud de los que se confían a esta presencia en la historia, que no se dejan vencer por la tentación de poner la esperanza en lo inmediato, en perspectivas puramente horizontales, en proyectos técnicamente perfectos, pero lejos de la realidad más profunda, la que da la dignidad más alta a la persona humana: la dimensión trascendente, el ser criatura a imagen y semejanza de Dios, el llevar en el corazón el deseo de elevarse hacia Él.

Hay otro aspecto que quisiera destacar. Santiago nos ha dicho: "Mirad al agricultor: este espera con constancia" (5,7). Dios, en la Encarnación del Verbo, en la encarnación de su Hijo, experimentó el tiempo del hombre, de su crecimiento, de su hacer en la historia. Este Niño es el signo de la paciencia de Dios, que en primer lugar es paciente, constante, fiel a su amor hacia nosotros; Él es el verdadero "agricultor" de la historia, que sabe esperar. ¡Cuántas veces los hombres han intentado construir el mundo solos, sin o contra Dios! El resultado está marcado por el drama de las ideologías que, al final, se ha demostrado que van contra el hombre y su dignidad profunda.

La constante paciencia en la construcción de la historia, tanto a nivel personal como comunitario, no se identifica con la tradicional virtud de la prudencia, de la que ciertamente se tiene necesidad, sino que es algo más grande y complejo. Ser constantes y pacientes significa aprender a construir la historia con Dios, porque sólo edificando sobre Él y con Él la construcción está bien fundada, no instrumentalizada para fines ideológicos, sino verdaderamente digna del hombre.

Hoy reencendemos de una forma más luminosa la esperanza de nuestros corazones, porque la Palabra de Dios nos recuerda que la venida del Señor está cerca, incluso el Señor está con nosotros y es posible construir con Él.

En la gruta de Belén la soledad del hombre está vencida, nuestra existencia ya no está abandonada a las fuerzas impersonales de los procesos naturales e históricos, nuestra casa puede ser construida en la roca: nosotros podemos proyectar nuestra historia, la historia de la humanidad, no en la utopía sino en la certeza de que el Dios de Jesucristo está presente y nos acompaña.

Queridos amigos, corramos con alegría hacia Belén, acojamos en nuestros brazos al Niño que María y José nos presentarán. Volvamos a partir de Él y con Él, afrontando todas las dificultades.

A cada uno de vosotros el Señor os pide que colaboréis en la construcción de la ciudad del hombre, conjugando de un modo serio y apasionado la fe y la cultura.

Por esto os invito a buscar siempre, con paciente constancia, el verdadero Rostro de Dios. (...) Buscar el Rostro de Dios es la aspiración profunda de nuestro corazón y es también la respuesta a la cuestión fundamental que va emergiendo cada vez más en la sociedad contemporánea.

Queridos amigos, hoy nos apresuramos unidos con confianza en nuestro camino hacia Belén, llevando con nosotros las esperanzas de nuestros hermanos, para que todos podamos encontrar al Verbo de la vida y confiarnos a Él. (...) Llevar a todos el anuncio de que el verdadero rostro de Dios está en el Niño de Belén, tan cercano a cada uno de nosotros, porque Él es el Dios paciente y fiel, que sabe esperar y respetar nuestra libertad.

A Él, queremos confesar con confianza el deseo más profundo de nuestro corazón: "Yo busco tu rostro, Señor, ¡ven, no tardes!" Amén.

Autor: SS Benedicto XVI
Fuente: Catholic.net


Pensamientos sanadores


¿Qué le regalarás al Niño Dios?

Hasta esa cueva perdida también llegaron unos hombres llenos de sabiduría No eran los conocimientos según el mundo, sino la sabiduría de Dios; la ciencia de aquellos que llegan a renunciar a todo para buscar al que es el Todo.
Estos hombres siguieron el llamado silencioso que sólo ellos podían oír; y la estrella que seguían se unía al anhelo que el Señor ponía en sus corazones.
Ellos, al igual que nosotros, venían desde muy lejos y, al encontrarse con la pobre familia, le ofrecieron sus riquezas: oro, incienso y mirra. Con la mirada, María y José se habrán recordado mutuamente las palabras que Abraham pronunció a su hijo Isaac: “Dios proveerá” (Gn 22, 8).
En esta Navidad y a lo largo de todo el próximo año, ¿qué regalo le has de hacer al Niño Dios? Ten confianza, él no te va a pedir más de lo que le puedas dar y te dará a cambio algo mucho mejor.

Preguntaron: “¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo” (…) y encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra. Mateo 2, 2 y 11.


Oración por la Patria


Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos. Nos sentimos heridos y agobiados. Precisamos tu alivio y fortaleza. Queremos ser nación, una nación cuya identidad sea la pasión por la verdad y el compromiso por el bien común. Danos la valentía de la libertad de los hijos de Dios para amar a todos sin excluir a nadie, privilegiando a los pobres y perdonando a los que nos ofenden, aborreciendo el odio y construyendo la paz. Concédenos la sabiduría del diálogo y la alegría de la esperanza que no defrauda. Tú nos convocas. Aquí estamos, Señor, cercanos a María, que desde Luján nos dice: ¡Argentina! ¡Canta y camina! Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos. Amén.


Oración de fin de año


Señor, al terminar este año quiero darte gracias por todo aquello que recibí de ti.
Gracias por la vida y el amor, por las flores, el aire y el sol, por la alegría y el dolor por lo que fue posible y por lo que no pudo ser.
Te ofrezco cuanto hice en este año: el trabajo que pude realizar y las cosas que pasaron por mis manos y lo que con ellas pude construir.
Te presento las personas que a lo largo de estos meses amé, las amistades nuevas y los antiguos amores, los más cercanos a mí y los que están más lejos, los que me dieron la mano y aquellos a los que pude ayudar, con los que compartí la vida, el trabajo, el dolor y la alegría.
Pero también, Señor, hoy quiero pedir perdón por el tiempo perdido, por el dinero malgastado, por la palabra inútil y el amor desperdiciado.
Perdón por las obras vacías, y el trabajo mal hecho, por vivir sin entusiasmo.
Por la Oración que fui aplazando y que hasta ahora vengo a presentarte.
Por todos mis olvidos, descuidos y silencios, nuevamente te pido perdón.

Padres Columbanos


"Intimidad Divina"

Natividad del Señor

“Hoy nos ha nacido el Salvador, que es Cristo Señor” (Leccionario). Los profetas entrevieron este día a distancia de siglos y lo describieron con profusión de imágenes: “El pueblo que andaba en tinieblas, vio una luz grande” (Is 9, 2). La luz que disipa las tinieblas del pecado, de la esclavitud y de la opresión es el preludio de la venida del Mesías portador de libertad, de alegría y de paz. “Nos ha nacido un niño, nos ha sido dado un hijo” (ib 6). La profecía sobrepasa inmensamente la perspectiva de un nuevo David enviado por Dios para liberar a su pueblo y se proyecta sobre Belén iluminando el nacimiento no de un rey poderoso, sino del “Dios fuerte” hecho hombre; él es el “Niño” nacido para nosotros, el “Hijo” que nos ha sido dado. Sólo a él competen los títulos de “Maravilloso Consejero, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la paz” (ib). Pero cuando la profecía se hace historia, brilla una luz infinitamente más grande y el anuncia no viene ya de un mensajero terrestre sino del cielo. Mientras los pastores velaban de noche sobre sus rebaños, “se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvía con su luz… Os traigo una buena nueva, una gran alegría, que es para todo el pueblo: Os ha nacido hoy un Salvador, que es el Mesías Señor” (Lc 2, 9-11). El Salvador prometido y esperado desde hacía siglos, está vivo y palpitante entre los hombres… El nuevo pueblo de Dios posee ya en ese niño al Mesías suspirado desde tiempos antiguos; la inmensa esperanza se ha convertido en inmensa realidad.

La liturgia de las dos primeras misas de Navidad celebran sobre todo el nacimiento del Hijo de Dios en el tiempo, mientras que la tercera se eleva a su generación eterna en el seno del Padre. Siendo Dios como el Padre, el Verbo que había existido siempre y que en el principio del tiempo presidió la obra de la creación, al llegar la plenitud de los tiempos “se hizo carne y habitó entre nosotros”. Misterio inaudito, inefable; y sin embargo no se trata de un mito ni de una figura, sino de una realidad histórica y documentada: “y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad”. El evangelista Juan levanta un poco el velo del misterio: el Hijo de Dios al encarnarse se ha puesto al nivel del hombre para levantar el hombre a su dignidad: “a cuantos le recibieron dioles poder de venir a ser hijos de Dios”. Y no sólo esto, sino que se hizo carne para hacer a Dios accesible al hombre y que éste le conociera.

Los profetas nos habían transmitido la palabra de Dios, pero Jesús es esa misma Palabra, el Verbo de Dios: Palabra encarnada que traduce a Dios en nuestro lenguaje humano revelándonos sobre todo su infinito amor por los hombres. Los profetas habían dicho cosas maravillosas sobre el amor de Dios; pero el Hijo de Dios encarna este amor y lo muestra vivo y palpable en su persona. Ese “niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre” (Lc 2, 12), dice a los hombres que dios los ama hasta dar a su Unigénito para la salvación. Este mensaje anunciado un día por los ángeles a los pastores debes ser llevado hoy a todos los hombres, especialmente a los pobres, a los humildes, a los despreciados, a los afligidos, no ya por los ángeles sino por los creyentes. ¿De qué serviría, en efecto, festejar el nacimiento de Jesús si los cristianos no supiesen anunciarlo a los hermanos con su propia vida? Celebra la Navidad de veras quien recibe en sí al Salvador con fe y con amor cada día más intensos, quien lo deja nacer y vivir en su corazón para que pueda manifestarse al mundo a través de la bondad, de la benignidad y de la entrega caritativa de cuantos creemos en él. 

¡Oh dulce Niño de Belén!, haz que yo me acerque con toda el alma a este profundo misterio de la Navidad. Pon en el corazón de los hombres aquella paz que ellos buscan tan ásperamente a veces y que sólo tú puedes dar. Ayúdanos a conocernos mejor y a vivir fraternalmente como hijos de un mismo Padre. Descúbrenos tu belleza, tu santidad y tu pureza. Despierta en nuestro corazón el amor y el agradecimiento por tu infinita bondad. Une a todos los hombres en la caridad. Y danos tu celeste paz. (Juan XXIII, Breviario)

P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
.

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