PEQUEÑAS SEMILLITAS
Año 7 - Número 1897 ~ Viernes
14 de Diciembre de 2012
- AÑO DE LA FE -
Desde la ciudad de Córdoba
(Argentina)
Alabado sea
Jesucristo…
La Iglesia nos recuerda que estamos todos llamados por el
Bautismo a la santidad, y nos los pone como muestra; como confirmación de que
esto es posible.
Muchas veces pensamos en que ser santo es hacer algo muy
grande, doloroso, crear instituciones de beneficencia etc. Para ser santo lo
único que hay que tener grande es el corazón, inflamado de amor por Cristo.
En una ocasión le preguntaba a San Agustín su hermana,
¿qué se necesita para ser santo? A lo que le respondió: “querer”, pero ese
querer ha de ser un querer continuado, perseverante, ilusionado con un corazón
joven.
¿Cómo podemos ser santos? Convirtiendo nuestra vida
ordinaria, en algo extraordinario. Y la hacemos extraordinaria cuando, hagamos
lo que hagamos, lo que nos mueve es amor. Amor primero a Dios y luego a los
demás, por Dios.
San Agustín dijo: “Ama y haz lo que quieras”.
No podemos negar que se necesita mucha ayuda para poder
lograr llegar al cielo. ¿Dónde encontramos esta ayuda? Primero que nada en los
Sacramentos, ellos nos darán la misma fuerza de Cristo. La misma fuerza que
tuvieron los mártires.
Luego la oración, que es hablar con Dios cara a cara, como
diría San Josemaría Escrivá de Balaguer. Cuando leemos la vida de cualquier
santo, nos damos cuenta de cómo se apoyaba en ese trato íntimo, para sacar
fuerza todos los días y seguir adelante. Santa Teresa de Ávila repetía “Orar,
es un trato de amistad con Dios”. Preguntémonos a nosotros mismos ¿qué puedo
hacer yo por ti? Y lo que hagamos por el más pequeño, a Él se lo hacemos.
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
En aquel tiempo dijo Jesús a la gente: «¿Pero, con quién
compararé a esta generación? Se parece a los chiquillos que, sentados en las
plazas, se gritan unos a otros diciendo: ‘Os hemos tocado la flauta, y no
habéis bailado, os hemos entonado endechas, y no os habéis lamentado’. Porque
vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: ‘Demonio tiene’. Vino el Hijo del
hombre, que come y bebe, y dicen: ‘Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo
de publicanos y pecadores’. Y la Sabiduría se ha acreditado por sus obras».
(Mt 11,13-19)
Comentario
Hoy debiéramos removernos ante el suspiro del Señor: «Con
quién compararé a esta generación?» (Mt 11,16). A Jesús le aturde nuestro
corazón, demasiadas veces inconformista y desagradecido. Nunca estamos
contentos; siempre nos quejamos. Incluso nos atrevemos a acusarle y a echarle
la culpa de lo que nos incomoda.
Pero «la Sabiduría se ha acreditado por sus obras» (Mt
11,19): basta contemplar el misterio de la Navidad. ¿Y nosotros?; ¿cómo es
nuestra fe? ¿No será que con esas quejas tratamos de encubrir la ausencia de
nuestra respuesta? ¡Buena pregunta para el tiempo de Adviento!
Dios viene al encuentro del hombre, pero el hombre
—particularmente el hombre contemporáneo— se esconde de Él. Algunos le tienen
miedo, como Herodes. A otros, incluso, les molesta su simple presencia: «Fuera,
fuera, crucifícalo» (Jn 19,15). Jesús «es el Dios-que-viene» (Benedicto XVI) y
nosotros parecemos "el hombre-que-se-va": «Vino a los suyos y los
suyos no le recibieron» (Jn 1,11).
¿Por qué huimos? Por nuestra falta de humildad. San Juan
Bautista nos recomendaba "menguarnos". Y la Iglesia nos lo recuerda
cada vez que llega el Adviento. Por tanto, hagámonos pequeños para poder
entender y acoger al "Pequeño Dios". Él se nos presenta en la
humildad de los pañales: ¡nunca antes se había predicado un
"Dios-con-pañales"! Ridícula imagen damos a la vista de Dios cuando
los hombres pretendemos encubrirnos con excusas y falsas justificaciones. Ya en
los albores de la humanidad Adán lanzó las culpas a Eva; Eva a la serpiente y…,
habiendo transcurrido los siglos, seguimos igual.
Pero llega Jesús-Dios: en el frío y la pobreza extrema de
Belén no vociferó ni nos reprochó nada. ¡Todo lo contrario!: ya empieza a
cargar sobre sus pequeñas espaldas todas nuestras culpas. Entonces, ¿le vamos a
tener miedo?; ¿de verdad van a valer nuestras excusas ante a ese
"Pequeño-Dios"? «La señal de Dios es el Niño: aprendamos a vivir con
Él y a practicar también con Él la humildad» (Benedicto XVI).
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès,
Barcelona, España)
Santoral Católico:
San Juan de la Cruz
Doctor de la Iglesia
Es este el más famoso místico español. Nació de familia
muy humilde en Fontiveros, España, en 1542. Su nombre era Juan Yepes.
A la muerte de su padre, la familia quedó en la miseria,
y el niño era muy pequeño todavía. La mamá trabajaba en oficios domésticos en
un convento. La familia se trasladó a Medina del Campo, y allí Juan empezó a
aprender el oficio de tejedor, pero como no tenía aptitudes para los trabajos
manuales, entró a trabajar como mandadero y enfermero del hospital, y así duró
siete años.
Mientras hacía sus estudios en el colegio de los
jesuitas, practicaba fuertes mortificaciones corporales. A los 21 años fue
recibido como religioso en la comunidad de Padres Carmelitas, y obtuvo el
permiso de observar los reglamentos con toda la exactitud posible sin buscar
excepciones en nada.
Al ser ordenado sacerdote en 1567, pidió a Dios como
especial regalo que lo conservara siempre en gracia y sin pecado y que pudiera
sufrir con todo valor y con mucha paciencia toda clase de dolores, penas y
enfermedades.
Santa Teresa había fundado la comunidad de las Hermanas
Carmelitas Descalzas y deseaba fundar también una comunidad de Padres
Carmelitas que se dedicara a observar los reglamentos con la mayor exactitud
posible. Mientras tanto nuestro santo le pedía a Dios que le iluminara un modo
de vivir tan fervoroso que lo llevara pronto a la santidad. Y he aquí que al
encontrarse los dos santos, descubrió Santa Teresa que este frailecito
pequeñito, flaco y debilucho era el hombre indicado para empezar su nueva
comunidad (ella lo llamaba con humor: "mi medio fraile"). En adelante
la amistad entre santa Teresa y nuestro santo los hará crecer mucho en santidad
y en ciencias religiosas a los dos.
Con Fray Juan (que en adelante añadirá a su nombre el
apellido "De la Cruz") y con otros dos frailes fundó santa Teresa su
nueva comunidad de Carmelitas descalzos y los envió a vivir a un convento muy
pobre, llamado Duruelo. Allá nace y empieza a extenderse la nueva comunidad,
que tantos favores iba a traer a la humanidad. Pronto hubo varios conventos
más, y al fundar su nuevo convento en Salamanca, fue nombrado como rector Fray
Juan de la Cruz, el cual se dedicó con todas sus fuerzas al apostolado.
La S. Biblia dice que Dios a quien más ama, más le hace
sufrir, para que gane mayores premios en el cielo. Y así lo hizo con San Juan
de la Cruz. Él mismo cuenta lo que sucedió entonces: "De pronto se alejó
la devoción sensible. No sentía ningún gusto al rezar y meditar, sino más bien
antipatía y rechazo por todo lo que fuera devoción y oración. Llegaron los
escrúpulos que hacían ver como pecado lo que no lo era. Y mientras el demonio
atacaba con violentas tentaciones, la gente perseguía con calumnias". Todo
esto lo describió él en su libro titulado Noche Oscura del Alma (nombre que
desde entonces se ha hecho famoso para indicar el estado especial del alma en
crisis). A esto sucedió un período todavía más penoso de sequedad espiritual, y
tentaciones, de manera que el alma se veía como abandonada por Dios...".
Pero luego vino una inundación de luces espirituales y de santas alegrías y
consolaciones, que sirvieron de premio a la paciencia con la cual había
soportado todo lo anterior.
En 1571, santa Teresa lo eligió como director espiritual
de ella y de las monjitas en su convento en Ávila, y escribió acerca de él:
"Está obrando maravillas. El pueblo lo tiene por santo. Y es mi opinión
que lo es y que lo ha sido siempre". Sus dirigidas espirituales hacían
grandes progresos en santidad, al recibir sus consejos.
Pero los que no aceptaban esa nueva fundación de Padres
Carmelitas descalzos, dispusieron alejarlo para que la comunidad fracasara. Y
una noche llegaron por sorpresa a su habitación y se lo llevaron preso a
Toledo. Allá lo tuvieron encerrado durante nueve meses en la más inhumana de
las prisiones. Una piezucha oscura, cuya única ventana era altísima; sin ropa
para cambiarse, sin permitirle celebrar misa, con espantosos calores en verano
y tremendos fríos en invierno. Con piojos y demás insectos. Allí sufrió San
Juan de la Cruz lo que santa Teresa dice que les sucede a los santos cuando
llegan a la "Sexta Morada" en santidad: insultos, calumnias, dolores
físicos, hambre, sed, angustias espirituales, tentaciones de renunciar a todo
su plan de santidad, etc. Más tarde cuando otros le pregunten de dónde ha
sacado tanto valor para sufrir toda clase de males, responderá: "Cuando
estuve preso en Toledo aprendí a sufrir".
El santo aprovechó aquellos meses de espantosa soledad e
inactividad para componer alguna de sus más famosas poesías que lo han hecho
célebre en todo el mundo. (En una de ella dice a Dios: "A dónde te
escondiste amado – y me dejaste con gemido – Como el siervo huiste – habiéndome
herido – Salí tras de Ti clamando y ya eras ido").
En la noche de la fiesta de la Asunción, la Santísima
Virgen se le apareció en sueños y le dijo: "Ten paciencia, que pronto
terminará este tormento". Y señalándole una alta ventana del convento que
daba al río Tajo le añadió: "Por ahí saldrás y yo te ayudaré". Y
sucedió que al cumplir nueve meses de estar preso, le concedieron al santo el
poder salir cada mediodía unos pocos minutos a la azotea a asolearse y a hacer
un poco de ejercicio físico. Y por allí vio la ventana que le había indicado la
Virgen. Con un pequeño hierro fue aflojando por dentro las cerraduras de su
prisión y luego rasgando sábanas y ropas, logró fabricarse un largo lazo para
descolgarse hacia el precipicio por donde pasaba el tormentoso río.
Por la noche quitó las cerraduras, y salió hacia la
ventana. Amarró su cuerda, y sin que los guardianes se dieran cuenta, se
descolgó por el muro. Pero había calculado mal la distancia y quedó colgando a
varios metros más arriba de la muralla que rodea al río. Si se dejaba descolgar
sin mucha precisión, podía caer entre las aguas y se ahogaría. Se soltó y logró
caer en la muralla, pero en un sitio que no tenía salida hacia la calle y donde
podía ser descubierto. Entonces se encomendó a la Santísima Virgen y de un
momento a otro se sintió colocado en la parte exterior que llevaba hacia la
calle. Todo parecía como un milagro. Al amanecer corrió donde las hermanas
carmelitas. Ellas lo escondieron muy bien y por más que lo buscaron luego los
enviados a apresarlo no lo encontraron. Más tarde lo enviaron a un hospital
lejano y así se salvó de la prisión. Estos terribles meses le dañaron su salud
ya para toda la vida: pero lo hicieron crecer mucho en santidad.
Dios le había concedido una cualidad especial: la de
saber enseñar el método para llegar a la santidad. Y eso que enseñaba de
palabra a personas que dirigía, lo fue escribiendo y resultaron unos libros tan
importantes que le han conseguido que el Sumo Pontífice lo haya declarado
Doctor de la Iglesia. Algunos de sus libros más famosos son: "La subida
del Monte Carmelo", y "La noche oscura del alma". Como poeta ha
sido admirado por siglos a causa de la musicalidad de sus poesías y de la
belleza de sus versos. Es muy popular su "Cántico Espiritual".
A San Juan de la Cruz le costaba mucho dedicarse a las
labores materiales, porque su pensamiento vivía ocupado en Dios y en lo
espiritual. Después de celebrar la santa misa, el rostro le brillaba de una
manera especial. Su corazón ardía de tal manera en amor a Dios que hasta en su
piel se sentía su inmenso calor. Las horas que pasaba en oración le parecían
minutos. La gente decía que cuando daba consejos espirituales parecía estar
recibiendo mensajes directamente del Espíritu Santo.
Nuestro Señor le dijo un día: ¿Juan qué regalo me pides,
por lo que has escrito de mí?". Y él le respondió: "Que me concedas
valor para padecer por tu amor todos los sufrimientos que quieras permitir que
me sucedan". Y en verdad que le fueron llegando, en gran cantidad. Hubo
hombres que se dedicaron a inventarle toda clase de calumnias y hasta querían
hacerlo echar de su comunidad religiosa, su salud, después de la prisión era
muy deficiente, y llegaron a destituirlo de todos sus cargos y decretaron que
debía irse a un convento lejano.
La flebitis y la erisipela le atormentaban una pierna, y
el único modo que le permitía descansar un poco era amarrar la pierna a un
lazo, y echar este sobre una alta viga y colgar así la pierna. Los superiores
le propusieron dos conventos para ir a pasar sus últimos días, el de Beaza,
donde estaba de superior uno que lo amaba mucho, y el de Ubeda donde el
superior le tenía una tremenda antipatía. Y él escogió el de Ubeda para poder
sufrir más. Y allá fue enviado. El superior le echaba en cara hasta la comida y
los remedios que le daban. Le quitó un enfermero que era muy atento y puso a
que lo cuidara otro que lo trataba mal. No dejaba que le llegaran visitas, y lo
humillaba sin cesar. Esto lo hacía crecer cada día más y más en santidad. Todo
lo soportaba en silencio con la más admirable paciencia.
Después de tres meses de sufrimientos muy agudos, el
santo murió el 14 de diciembre del año 1591. Apenas tenía 49 años. Antes de
morir quiso que le leyeran unos salmos de la S. Biblia. Murió diciendo:
"En tus manos Señor, encomiendo mi espíritu".
Fuente: EWTN
La frase de hoy
“Mira que no reina Dios
sino en el alma pacífica y desinteresada.
El alma que venza la potencia del demonio
no lo podrá conseguir sin oración
ni podrá entender sus engaños
sin mortificación y sin humildad”
San Juan de la Cruz
Tema del día:
Consejos de Juan Bautista
para vivir el Adviento
En el Adviento, la Iglesia nos pone la figura de san Juan
Bautista, y con él otra nueva imagen. Ya no se trata de preparar una tierra
capaz de acoger adecuadamente la buena semilla: se trata de preparar un camino
para que pueda, por él, llegar a nuestra alma la Persona adorable del Señor.
Son cuatro las órdenes, los consejos o las consignas que
san Juan Bautista -y la Iglesia con él- nos da:
• La primera consigna de san Juan el Bautista es bajar
los montes: todo monte y toda colina sea humillada, sea volteada, bajada,
desmoronada. Y cada uno tiene que tomar esto con mucha seriedad y ver de qué
manera y en qué forma ese orgullo -que todos tenemos- está en la propia alma y
está con mayor prestancia, para tratar en el Adviento -con la ayuda de la
gracia que hemos de pedir-, de reducirlo, moderarlo, vencerlo, ojalá suprimirlo
en cuanto sea posible, a ese orgullo que obstaculizaría el descenso fructífero
del Señor a nosotros.
• En segundo lugar, Juan el Bautista nos habla de
enderezar los senderos. Es la consigna más importante: Yo soy una voz que grita en el desierto: Preparen el camino del Señor,
allanen sus senderos. Y aquí tenemos, entonces, el llamado también
obligatorio a la rectitud, es decir, a querer sincera y prácticamente sólo el
bien, sólo lo que está bien, lo que es bueno, lo que quiere Dios, lo que es
conforme con la ley de Dios o con la voluntad de Dios según nos conste de
cualquier manera, lo que significa imitarlo a Jesús y darle gusto a Él, aquello
que se hace escuchando la voz interior del Espíritu Santo y de nuestra
conciencia manejada por Él.
A cada uno corresponde en este momento ver qué es lo que
hay que enderezar en la propia conducta, pero sobre todo en la propia actitud
interior para que Jesucristo Nuestro Señor, viendo claramente nuestra buena
voluntad y viéndonos humildes, esté dispuesto a venir a nuestro interior con
plenitud, o por lo menos con abundancia de gracias.
• El tercer aspecto del mensaje de san Juan el Bautista
se refiere a hacer planos los caminos abruptos, los que tienen piedras o
espinas, los que punzan los pies de los caminantes, los que impiden el camino
tranquilo, sin dificultad. Y ese llamado hace referencia a la necesidad de ser
para nuestro prójimo, precisamente, camino fácil y no obstáculo para su virtud
y para su progreso espiritual: quitar de nosotros todo aquello que molesta al
prójimo, que lo escandaliza, que lo irrita o que le dificulta de cualquier
manera el poder marchar, directa o indirectamente, hacia el cielo.
• El cuarto elemento del mensaje de san Juan Bautista es
el de llenar toda hondonada, todo abismo, todo vacío. Los caminos no sólo se
construyen bajando los montes excesivos, ni sólo enderezando los senderos
torcidos, o allanando los caminos que tengan piedras: también llenando las
hondonadas o cubriendo las ausencias. Este mensaje se refiere a la necesidad de
llenar nuestras manos y nuestra conciencia con méritos, con oraciones, con
obras buenas -como hicieron los Reyes Magos y los pastores- para poder acoger a
Jesucristo con algo que le dé gusto; no sólo con la ausencia de obstáculos o de
cosas que lo molesten, no sólo con ausencia de orgullo o con ausencia de falta
de rectitud o de dificultades en nuestra conducta para con el prójimo, sino
también positivamente con la construcción: con nuestras oraciones y con
nuestras buenas obras y un pequeño -al menos- caudal, capital de méritos, que
dé gusto al Señor cuando venga y que podamos depositar a sus pies.
El Adviento, además de la conmemoración y el sentido del
Antiguo Testamento -de la tierra que espera la buena semilla-, además de la
figura límite entre el Antiguo Testamento y el Nuevo -san Juan Bautista-, este
Tiempo nos acerca más al Señor por aquélla que, en definitiva, fue quien nos
entregó a Jesucristo: la Virgen. No sólo en el hemisferio sur entramos al
Adviento por la puerta del Mes de María, sino que en toda la Iglesia se entra
al Adviento por la fiesta de la Inmaculada Concepción.
Y la Inmaculada Concepción significa dos cosas: por una
parte, ausencia de pecado original y, por otra, ausencia de pecado para y por
la plenitud de la gracia. La Virgen fue eximida del pecado original y de las
consecuencias del pecado original que en el orden moral fundamentalmente es la
concupiscencia, es decir, la rebelión de las pasiones, la falta de orden dentro
de nuestra persona, el rechazo que nuestra materia y nuestros apetitos
indómitos oponen a la reyecía de la voluntad y de la razón iluminadas por la
fe, por la esperanza y por la caridad; iluminadas y encendidas y sostenidas por
la gracia. La Virgen, preservada del pecado original en el momento mismo de su
concepción y liberada de todo obstáculo, tuvo el alma plenamente capacitada
desde el primer instante para recibir la plenitud de la gracia de Jesucristo.
Por lo tanto su fiesta de la Inmaculada Concepción, con
ese carácter sacramental que tienen todas las fiestas de la Iglesia, ese
carácter de signo que enseña y de signo eficaz que produce lo que enseña, nos
trae la gracia de liberarnos del pecado y de vencer, de moderar, de sujetar en
nosotros las pasiones sueltas por la concupiscencia, a los efectos de que nos
pueda llegar plenamente la gracia; y naturalmente, si estamos en Adviento, para
que pueda venir la gracia del nacimiento de Jesucristo místicamente a nuestra
alma, el día de Navidad.
Por lo tanto, unamos a toda la ayuda que nos pueden
prestar los patriarcas del Antiguo Testamento que desde el cielo ruegan por
nosotros (ellos que tanto pidieron la venida del Mesías), unamos a la
intercesión y a la figura sacramental de san Juan Bautista, unamos por encima
de ellos la presencia de la Santísima Virgen en su fiesta el 8 de diciembre y
en todo este tiempo, pidiendo bien concretamente el poder liberarnos del
pecado, de todo lo que en nosotros haya de orgullo, de falta de rectitud, de
falta de caridad con el prójimo, de ausencia de virtud; liberarnos de todo ello
para que, cuando venga Jesucristo el día de Navidad, no encuentre en nosotros
ningún obstáculo a sus intenciones de llenar nuestra alma con su gracia.
La perspectiva de un nuevo nacimiento del Señor, en
nosotros y en el mundo tan necesitado de Él, tiene que ser objeto de una
preocupación, de todo un conjunto de sentimientos y de actos de voluntad que
estén polarizados por el deseo de poner de nuestra parte todo lo que podamos,
para que el Señor venga lo más plenamente posible sobre cada uno y sobre el
mundo.
Y si esto vale siempre, se hace más exigente en las
circunstancias del mundo presente que desvirtúa precisamente lo que Jesucristo
trajo con su nacimiento. ¡Qué necesario es que pongamos todo de nuestra parte
para que Jesús venga a nosotros con renovada fuerza el día de Navidad y, a
través nuestro, sobre las personas que están cerca, sobre la Iglesia y sobre el
mundo!
Quedémonos en espíritu de oración, fomentando en nuestro
interior el deseo de que las cosas ocurran según las intenciones y los deseos
del mismo Señor.
El Adviento es una época muy linda del año. Después de
las fiestas de Navidad y de Pascua, quizá es la más linda, porque es una época
de total esperanza, de seguridad alegre y confiada. En ese sentido nuestro
Adviento es más lindo que el del Antiguo Testamento: se esperaba lo que todavía
no había venido, en cambio nosotros sabemos que el Señor ya ha venido sobre el
mundo, sobre la Iglesia, sobre cada uno y entonces tenemos mucho más apoyo para
nuestra seguridad de que ha de venir nuevamente, a perfeccionar lo ya iniciado.
Por otra parte, esa presencia del Señor en la Iglesia y
en nosotros nos ha hecho ir conociendo a Jesús, amándolo y tratándolo con
confianza; por tanto, este esperar su nuevo nacimiento tiene que ser mucho más
dulce, mucho más suave, mucho más seguro, mucho más esperanzado (con el doble
elemento de seguridad y alegría de la esperanza) que lo que fue la espera de
los hombres y mujeres del Antiguo Testamento.
Quedémonos, pues, unidos con Jesús, conversemos sobre
estos temas, preguntémosle qué nos sugiere a cada uno en particular para que
podamos, desde el comienzo, vivir el Adviento del modo más conducente para
obtener la plenitud de Navidad que Él sin duda quiere darnos.
Autor: P. Luis María Etcheverry Boneo
Fuente: Catholic.net. Imagen: Google
Pensamientos sanadores
Da gloria a Dios en todo
Había un pensamiento que obsesionaba sanamente a San
Ignacio de Loyola: Que todas las decisiones, palabras y acciones fueran
dirigidas para la mayor gloria de Dios. Como consecuencia, eran el mayor bien
para la Iglesia y para todos los hermanos.
También tú puedes dirigir tu voluntad en la misma
dirección, a fin de que, siendo todo para su mayor gloria, puedas sentir la paz
de haber hecho lo que él te pide y glorificarlo en todo.
Quien busca en todo lo que más glorifica a Dios no
experimenta la tristeza, logra la victoria sobre todas las emociones negativas,
se hace capaz de ser receptivo a todos los dones y carismas con los cuales el
Espíritu Santo quiere colmarlo y bendecirlo.
Toma hoy la decisión y pídele al Señor la gracia de que
todas tus intenciones y motivaciones sean santas, teniendo como centro de tus
deseos glorificar en todo a Dios.
Yo te he
glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste. Ahora,
Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía contigo antes que el
mundo existiera. Juan 17, 4-5.
Pedidos de oración
Pedimos oración por la Paz del Mundo; por la Santa
Iglesia Católica; por el Papa, los sacerdotes y todos los que componemos el
cuerpo místico de Cristo; por la unión de los cristianos para que seamos uno,
así como Dios Padre y nuestro Señor Jesucristo son Uno junto con el Espíritu
Santo; por las misiones, por nuestros hermanos sufrientes por diversos motivos
especialmente por las enfermedades, el hambre y la pobreza; por los presos
políticos y la falta de libertad en muchos países del mundo, por la unión de
las familias y la fidelidad de los matrimonios; por el aumento de las
vocaciones sacerdotales y religiosas, y por las Benditas Almas del Purgatorio.
Pedimos oración por Ana Josefa B. que vive en Guatemala y
a la que van a amputar su pierna complicada por la diabetes, rogando que
nuestro Señor le de fuerzas para que todo le salga bien y su corazón resista y
acepte esta realidad que le toca vivir.
Tú quisiste, Señor, que tu Hijo unigénito soportara
nuestras debilidades,
para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la
paciencia;
escucha ahora las plegarias que te dirigimos por
nuestros hermanos enfermos
y concede a cuantos se hallan sometidos al dolor, la
aflicción o la enfermedad,
la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu
hijo ha llamado dichosos,
y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la
redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Amén
Nota de Redacción:
Para dar curso a los Pedidos de Oración es imprescindible
dar los siguientes datos: nombres completos de la persona (habitualmente no
publicamos apellidos), ciudad y país donde vive, y explicar el motivo de la
solicitud de oración. Por favor: en los pedidos ser breves y concretos y
enviarlos a pequesemillitas@gmail.com
y deben poner en el asunto “Pedido de oración”, ya que los correos que llegan
sin asunto (o con el asunto en blanco) son eliminados sin abrirlos. No se
reciben pedidos de oración a través de Facebook ni por otro medio que no sea el
correo antes señalado.
Los Pedidos de Oración se publican de lunes a sábados.
Los domingos se publican los agradecimientos por las gracias concedidas.
"Intimidad Divina"
Vida con Dios
Jesús comparó a los hombres a unos niños caprichosos, a
los que nada va bien y nada les contenta. “Vino Juan, que no comía ni bebía y
dicen: Está poseído por el demonio. Vino el Hijo del hombre, comiendo y
bebiendo, y dicen: Es un comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y
pecadores” (Mt 11, 18-19). La historia se repita, y también los hombres de hoy
encuentran más fácil criticar el Evangelio y la Iglesia que seguir a Cristo
Salvador, luz y verdad infinita. Ni siquiera los mismos creyentes dan siempre
testimonio de una completa adhesión a Cristo; muchas veces su existencia
fluctúa entre los caprichos de un querer o no querer y entre la incoherencia
entre la fe y las obras. Para vivir con Dios presente en nuestro corazón, no es
necesario ni se puede permanecer siempre en soledad y en oración. Hay
ocupaciones y contactos con las criaturas que son exigidos por las obligaciones
del propio estado: son manifestaciones de la voluntad de Dios y, por lo tanto,
no es posible para buscar a Dios sustraerse a ellas. Pero es necesario
permanecer únicamente en el marco de la voluntad divina; en otras palabras,
nuestro contacto con las criaturas y todas nuestras actividades tienen que
llevar una sola intención: el cumplimiento del deber.
Todo el mal del hombre y todas sus desviaciones dependen
de no seguir con generosidad las enseñanzas de Dios, sus indicaciones y sus
preceptos. Y, al contrario, todo su bien procede de la adhesión perfecta a
cualquier indicación de la voluntad divina. “Vosotros sois mis amigos si hacéis
lo que os mando” (Jn 15, 14) El bien supremo de la amistad con Dios y de la
vida de unión con él es, en efecto, fruto de una generosa disponibilidad a los
divinos quereres: disponibilidad que de los momentos de intimidad en la oración
debe extenderse a todos los aspectos de la vida. En esta vida la búsqueda de Dios
y la unión con él se realizan mucho más por medio de la voluntad que por medio
del entendimiento. Aún en los mismos casos en que el deber –llámese estudio,
trabajo, enseñanza, negocios– exige una intensa aplicación de la mente y una
notable entrega de sí mismo a las obras externas, puede permanecer el alma
orientada hacia Dios con el afecto del corazón, o sea, con el “deseo de la
caridad” que incesantemente la impulsa a buscar a Dios, su voluntad y su
gloria.
Si nos mueve la caridad de Cristo, nada podrá separarnos
de Cristo. Entonces todas nuestras acciones, negocios y trabajos, en vez de
apartarnos de Dios, se convertirán en medio para unirnos con él. El Concilio
Vaticano II afirma: “Todas las obras, preces y proyectos apostólicos, la vida
conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso del alma y del cuerpo,
si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de la vida, si se sufren
pacientemente, se convierten en hostias espirituales, aceptables a Dios por
Jesucristo” (LG 34). “Hostias espirituales aceptables a Dios” que consolidan
cada vez más la amistad del hombre con Dios. Pero para que sean tales deben ser
“realizadas en el Espíritu”, es decir, conformes al Espíritu Santo que guía al
alma en una sola dirección: el cumplimiento perfecto de la voluntad de Dios.
Para ello es necesario, además del desasimiento, fomentar el recogimiento
interior de manera que, aun en medio de las ocupaciones y de los negocios, se
pueda acoger la voz del Espíritu, o sea sus inspiraciones y llamadas, para
seguirlas con generosidad.
¡Oh Jesús!, hacer
la voluntad de tu Padre y obrar sólo por él fue tu comida y tu vida… Sea
también nuestro alimento y nuestra vida el obrar continuamente por agradarte;
que vivamos siempre con el pensamiento de tu voluntad y de tu gloria… Tener
continuamente delante de los ojos tu voluntad y tu gloria. He aquí nuestra
vida, nuestro pan cotidiano, nuestro alimento de cada instante, siguiendo tu
ejemplo, ¡oh mi Señor y mi Dios! (Carlos de Foucauld)
P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
.
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