miércoles, 26 de julio de 2017

Pequeñas Semillitas 3400

PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 12 - Número 3400 ~ Miércoles 26 de Julio de 2017
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
Alabado sea Jesucristo…
La memoria de San Joaquín y Santa Ana, los padres de la Virgen María y por lo tanto los abuelos de Jesús, que se celebra hoy, trae a la mente el tema de la educación, que tiene un lugar importante en la pastoral de la Iglesia.
Nos invita especialmente a rezar por los abuelos, que, en la familia, son los depositarios y, a menudo testigos de los valores fundamentales de la vida. La tarea educativa de los abuelos es siempre muy importante, y se vuelve aún más cuando, por diversas razones, los padres no son capaces de garantizar una presencia adecuada a sus hijos, a la edad de crecimiento.
Encomendamos a la protección de San Joaquín y Santa Ana todos los abuelos del mundo mediante el envío de una bendición especial.
Que la Virgen María, que -de acuerdo con una bella iconografía- aprendió a leer las Escrituras en el regazo de su madre Ana, siempre les ayuda a nutrir su fe y la esperanza de las fuentes de la Palabra de Dios.

¡Buenos días!

Dar y darse
La generosidad es una virtud que te pone en sintonía con Dios que es todo amor y donación de sí mismo. Cada día puedes empezar a ser generoso en gestos pequeños. Con la práctica se te irá abriendo el corazón, descubrirás la alegría de dar y comprobarás, maravillado, que recibes mucho más de lo que das.

El gran secreto está en dar. Aprende, pues, y la vida te recompensará con creces. Dale a tu prójimo una parte de tu tiempo, de tu dinero, de tu comprensión, de tu simpatía, de tu estimulo. De cierto te digo que a cambio recibirás algo valioso. Más al dar no esperes una recompensa inmediata y material. Por misteriosos caminos infalibles, el Supremo Dador te lo ofrecerá multiplicado y en su momento oportuno. A fin de cuentas, el negocio más productivo del mundo es dar (Clement Stone).

El propósito de actuar con generosidad abre el corazón poco a poco, y descubres admirado que nunca pierdes. Por el contrario te fortaleces y puedes superar el temor de ser vulnerable. Practicar esta actitud ejercita al corazón: cuanto más se da, más se fortalece. Recuerda que Jesús dijo: “Hay más alegría en dar que en recibir”.
* Enviado por el P. Natalio

La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
Texto del Evangelio:
En aquel tiempo, salió Jesús de casa y se sentó a orillas del mar. Y se reunió tanta gente junto a Él, que hubo de subir a sentarse en una barca, y toda la gente quedaba en la ribera. Y les habló muchas cosas en parábolas. Decía: «Una vez salió un sembrador a sembrar. Y al sembrar, unas semillas cayeron a lo largo del camino; vinieron las aves y se las comieron. Otras cayeron en pedregal, donde no tenían mucha tierra, y brotaron enseguida por no tener hondura de tierra; pero en cuanto salió el sol se agostaron y, por no tener raíz, se secaron. Otras cayeron entre abrojos; crecieron los abrojos y las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta. El que tenga oídos, que oiga». (Mt 13,1-9)

Comentario:
Hoy, Jesús —en la pluma de Mateo— comienza a introducirnos en los misterios del Reino, a través de esta forma tan característica de presentarnos su dinámica por medio de parábolas.
La semilla es la palabra proclamada, y el sembrador es Él mismo. Éste no busca sembrar en el mejor de los terrenos para asegurarse la mejor de las cosechas. Él ha venido para que todos «tengan vida y la tenga en abundancia» (Jn 10,10). Por eso, no escatima en desparramar puñados generosos de semillas, sea «a lo largo del camino» (Mt 13,4), como en «el pedregal» (v. 5), o «entre abrojos» (v. 7), y finalmente «en tierra buena» (v. 8).
Así, las semillas arrojadas por generosos puños producen el porcentaje de rendimiento que las posibilidades “toponímicas” les permiten. El Concilio Vaticano II nos dice: «La Palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo: los que escuchan con fe y se unen al pequeño rebaño de Cristo han acogido el Reino; después la semilla, por sí misma, germina y crece hasta el tiempo de la siega» (Lumen gentium, n. 5).
«Los que escuchan con fe», nos dice el Concilio. Tú estás habituado a escucharla, tal vez a leerla, y quizá a meditarla. Según la profundidad de tu audición en la fe, será la posibilidad de rendimiento en los frutos. Aunque éstos vienen, en cierta forma, garantizados por la potencia vital de la Palabra-semilla, no es menor la responsabilidad que te cabe en la atenta audición de la misma. Por eso, «el que tenga oídos, que oiga» (Mt 13,9).
Pide hoy al Señor el ansia del profeta: «Cuando se presentaban tus palabras, yo las devoraba, tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón, porque yo soy llamado con tu Nombre, Señor, Dios de los ejércitos» (Jr 15,16).
P. Julio César RAMOS González SDB (Mendoza, Argentina)

Santoral Católico:
San Joaquín y Santa Ana
Padres de la Virgen María
Una antigua tradición, que arranca del siglo II, atribuye estos nombres a los padres de la Santísima Virgen María. Los evangelios no nos hablan de ellos. Las noticias sobre los mismos nos han sido transmitidas por los escritos apócrifos, en particular el Protoevangelio de Santiago, del siglo II. Éste cuenta que Joaquín contrajo matrimonio a los veinte años con Ana, perteneciente como él a la tribu de Judá y al linaje de David. Procedentes de Galilea, se instalaron pronto en Jerusalén, cerca de la piscina Probática, en la que Jesús curó a un paralítico. La actual iglesia de Santa Ana recuerda esta tradición, aunque según otra, la casa de los abuelos de Jesús estaría en Séforis (Galilea). Ser los padres de María es mucho.
Oración: Señor, Dios de nuestros padres, tú concediste a san Joaquín y a santa Ana la gracia de traer a este mundo a la Madre de tu Hijo; concédenos, por la plegaria de estos santos, la salvación que has prometido a tu pueblo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
© Directorio Franciscano

Palabras del Papa Francisco
"Todo el misterio de la oración cristiana se resume aquí, en esta palabra: tener el coraje de llamar a Dios con el nombre de Padre. Lo afirma también la liturgia cuando, invitándonos a recitar comunitariamente la oración de Jesús, utiliza la expresión «nos atrevemos a decir» […] Invocarlo como “Padre” nos pone en una relación de confianza con Él, como un niño que se dirige a su papá, sabiendo que es amado y cuidado por él. Esta es la gran revolución que el cristianismo imprime en la psicología religiosa del hombre”.

Historias:
La nieta que salvó a su abuelo
En un lugar del Perigord (Francia), ejercía su profesión un médico, a quien nadie hacía referencia por su propio nombre, sino al que todos llamaban “el buen Doctor”. Y en verdad merecía este título, porque era realmente bueno con todos, y, sobre todo, con los pobres.

Sin embargo, el doctor no era un hombre religioso. No es que fuese descreído. No llegaba a tanto. Más bien era “indiferente”. Así, se daba el caso de que desde la fecha lejana de su matrimonio no se había preocupado de recibir los sacramentos...

Los muchos años y la excesiva actividad profesional desarrollada postraron al doctor en el lecho, con irreparable agotamiento. Toda esperanza de curación quedaba descartada. ¡Y “el buen Doctor” iba a morir en la impiedad!

Este pensamiento y temor torturaba el corazón de una nieta que le acompañaba en aquella ocasión. La niña era un ángel de dulzura y de piedad. Sentada junto al enfermo, lo entretenía y cuidaba. Y mientras descansaba el anciano, dirigía con lágrimas esta plegaria al cielo:

“¡Oh, Virgen buena, Vos que sois todo misericordia y todo lo podéis, moved a penitencia el corazón de mi abuelo!
No permitáis, santa Madre de Dios, que muera sin auxilios espirituales.
En Vos, Madre mía, tengo puesta toda mi confianza.”

Y tras de esa oración rezaba las tres Avemarías...

Una tarde, con el fin de distraer a su abuelo, la niña empezó a pasar revista al contenido de una gran cartera donde aquél había ido dejando recuerdos de pasados tiempos... Sus ojos se detuvieron en un sobre viejo, y exclamó:
–Una antigua carta, abuelo. ¿De quién será que la habéis conservado?...

El anciano le respondió:
–Léela y haremos memoria.

Y la joven leyó:
“Mi querido ahijado: ¡Cuánto siento no poder abrazarte antes de que te marches a París!, pero me es imposible ir a verte. Estoy atada a la cama por mi reumatismo. Seguramente no volverás a ver aquí abajo a tu vieja madrina, y por esto te pido escuches mis consejos, que serán los últimos.
Tú sabes que París ha sido siempre un abismo, y ante ese peligro tiemblo por ti. Sé un hombre fuerte, de buen temple, firme en la fe. Permanece fiel al Dios de tu bautismo, que has de ver en la eternidad... Yo te pongo bajo la protección de la Santísima Virgen María, y te recomiendo encarecidamente seas constante en las prácticas de piedad que desde muy niño tuviste de rezar mañana y noche las tres Avemarías...
Rogará por ti tu madrina, que te estrecha fuertemente sobre su corazón...”

La carta que tenía fecha de hacía cuarenta y ocho años, produjo una honda emoción al doctor. Rememoró los años despreocupados de su juventud, sus extravíos y ligerezas, su apartamiento de los actos de culto y el abandono de sus devociones. Pensó también en sus tareas profesionales y en su vida familiar y se detuvo recordando a su bondadosa madrina, que murió a los pocos meses de escribir aquella carta. Ella le había enseñado a rezar las tres Avemarías en su infancia...

Sintió el doctor un vivo impulso de gratitud hacia esa mujer buena, cuyos buenos consejos no siguió. Y mirando tiernamente a la nieta, balbuceó:
–¡Por mi madrina!... Dios te salve, María...

Y rezó las tres Avemarías juntamente con la nieta, que, con íntimo gozo, sonreía y lloraba a la vez. ¡Estaba ganado para Dios “el buen Doctor”!...

–Llama al Padre –dijo el enfermo–, porque he de contarle estas cosas.

Acudió el sacerdote diligentemente, y el doctor hizo su confesión con singular fervor.

Al día siguiente empeoró alarmantemente y hubo que administrarle el Santo Viático... Con paso acelerado se aproximaba a la muerte.

Tomó “el buen Doctor” con dificultad una mano de su nieta y, haciendo un gran esfuerzo, le dijo:
–Esto se acaba..., reza conmigo las tres Avemarías...

Al terminar la tercera Avemaría expiró dulcemente.
© P. Didier de Cre, O. F. M. Cap.

Mensaje de María Reina de la Paz 
Mensaje de María Reina de la Paz del 25 de Julio de 2017

"Queridos hijos, sean oración y reflejo del amor de Dios para todos los que están lejos de Dios y de los Mandamientos de Dios. Hijitos, sean fieles y decididos en la conversión y trabajen en sí mismos a fin de que la santidad de la vida pueda hacerse verdad para ustedes. Exhórtense al bien a través de la oración para que su vida en la Tierra sea más agradable. Gracias por haber respondido a mi llamado"

Nuevo vídeo

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Meditaciones
La memoria de los santos Joaquín y Ana, padres de la Virgen María y por consiguiente abuelos de Jesús, que celebramos hoy me ofrece entre otras este punto de reflexión. Esta celebración me hace pensar en el tema de la educación que tiene un lugar importante en la pastoral de la Iglesia.
Ella nos invita especialmente a rezar por los abuelos que en la familia son los depositarios y a menudo los testigos de los valores fundamentales de la vida. La tarea educativa de los abuelos es siempre muy importante, y lo es todavía mas cuando por diversas razones los padres no están en la posibilidad de asegurar la presencia necesaria a sus hijos, en la edad de crecimiento.
Yo confío a la protección de santa Ana y san Joaquín todos los abuelos del mundo y les envío mi bendición especial. Que la Virgen Maria que, según una hermosa iconografía, aprendió a leer las Sagradas Escrituras en el regazo de su madre Ana, les ayude siempre a nutrir la fe y la esperanza en las fuentes de la Palabra de Dios.
Benedicto VI

Los cinco minutos de María
Julio 26
A veces, la devoción a la Virgen se expresa con actos externos: la bendición de los hogares, de los coches, de los lugares de trabajo; o también la veneración de imágenes y estampas. Todos estos actos tienen sentido si son expresión sincera de nuestra confianza en la Madre de Dios.
Podemos confundirnos o equivocarnos si les damos un sentido mágico. Ellos no solucionan mágicamente los problemas de la vida con las dificultades del trabajo, los problemas de la convivencia familiar, la salud de nuestros enfermos. Pero sí nos ayudan a ponernos en comunicación con la Virgen, sí nos impulsan a comprometernos cada día con el amor a Dios y a los hermanos, son recordatorios del camino del Evangelio de Jesús.
Santa Madre de Dios, queremos renovar nuestro amor a ti, para que en todas nuestras devociones crezcamos en la confianza de hijos tuyos y discípulos del Señor.
* P. Alfonso Milagro

Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-

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