miércoles, 14 de diciembre de 2016

Pequeñas Semillitas 3215

PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 11 - Número 3215 ~ Miércoles 14 de Diciembre de 2016
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
Alabado sea Jesucristo…
Vendrá vuestro Médico, dice el Profeta, a sanar los enfermos, y vendrá veloz como ave que vuela, y cual sol que al asomar en el horizonte envía al momento su luz al otro polo. 
Pero he aquí que ya ha venido. Consolémonos, pues, y démosle gracias, dice san Agustín, porque ha bajado hasta el lecho del enfermo, quiere decir, hasta tomar nuestras carne; puesto que nuestros cuerpos son los lechos de nuestras almas enfermas. 
Los otros médicos, por mucho que amen a los enfermos, solo ponen todo su cuidado por curarlos; pero ¿quién por sanarlos toma para sí la enfermedad?
Jesucristo solo, ha sido aquel médico que se ha cargado con nuestros males, a fin de sanarlos. No ha querido mandar a otro, sino venir Él mismo a practicar este piadoso oficio, para ganarse nuestros corazones. Ha querido con su misma sangre curar nuestras llagas, y con su muerte librarnos de la muerte eterna, de que éramos deudores.  En suma,  ha querido tomar la amarga medicina de una vida continuada de penas, y de una muerte cruel, para alcanzarnos la vida y librarnos de todos nuestros males.
“El cáliz que me ha dado el Padre ¿no lo tengo de beber?”  Decía el Salvador a Pedro (Jn. 18,11). Fue, pues, necesario, que Jesucristo abrazase tantas ignominias para sanar nuestra soberbia: abrazase una vida pobre para curar nuestra codicia: abrazase un mar de penas, hasta morir de puro dolor, para sanar nuestro deseo de placeres sensuales. (San Alfonso María Ligorio)

¡Buenos días!

Descubre tus talentos
Al nacer se nos regaló un capital de tiempo, capacidad de trabajo, un temperamento y carácter especial, una vocación señalada por nuestras aptitudes y una cantidad de cualidades a desarrollar… ¿Cómo usas estos dones?. ¿Pasas por la vida haciendo el bien, ayudando, ofreciendo tus capacidades?

“Señor, tú me ofreces vida y fortaleza. Pero a veces me desgastan mi desconfianza, mi tristeza y mis miedos. Ayúdame a renunciar a todo eso que me perturba, Señor, a echarlo fuera, para que despliegues en mi vida toda tu gloria. Sana toda pereza, toda indiferencia, todo desánimo, para que no te ofenda con pecados de omisión. Que pueda levantarme cada mañana con intensos deseos de hacer el bien a los demás. Ayúdame a descubrir mejor mis talentos, para gastar bien mis energías. Dios, potente y fuerte, mira mi debilidad y penetra todo mi ser con ese poder que no tiene límites. Amén.” (V. M. Fernández)

Hay una realidad indiscutible, normal y prevista por Dios con un designio de amor: los talentos han sido distribuidos en forma desigual. ¿No te parece que es con el fin de hacernos crecer en el amor y el servicio complementándonos, ayudándonos, intercambiando los dones, integrándonos a la familia humana? Libérate de toda envidia.
* Enviado por el P. Natalio

La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
Texto del Evangelio:
En aquel tiempo, Juan envió a dos de sus discípulos a decir al Señor: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?». Llegando donde Él aquellos hombres, dijeron: «Juan el Bautista nos ha enviado a decirte: ‘¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?’».
En aquel momento curó a muchos de sus enfermedades y dolencias, y de malos espíritus, y dio vista a muchos ciegos. Y les respondió: «Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!». (Lc 7,19-23)

Comentario:
Hoy, cuando vemos que en nuestra vida no sabemos qué hemos de esperar, cuando a veces perdemos la ilusión porque no nos atrevemos a mirar más allá de nuestras deficiencias, cuando estamos alegres por ser fieles a Jesucristo y, a la vez, inquietos o lánguidos por no saborear los frutos de nuestra misión apostólica, el Señor quiere que nos preguntemos como Juan Bautista: «¿Debemos esperar a otro?» (Lc 7,20).
Está claro, el Señor es “listo”, y quiere aprovechar esta incertidumbre —por cierto, de lo más normal— para que hagamos examen de toda nuestra vida, veamos nuestras deficiencias, nuestros esfuerzos, nuestras enfermedades... y, así, nos reafirmemos en nuestra fe y multipliquemos “infinitamente” nuestra esperanza.
El Señor no tiene límites a la hora de cumplir su misión: «Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios...» (Lc 7,22). ¿Dónde tengo puesta mi esperanza? ¿Dónde tengo situada mi alegría? Porque la esperanza está íntimamente relacionada con la alegría interior. El cristiano, como es natural, ha de vivir como una persona normal de la calle, pero siempre con los ojos puestos en Cristo, que no falla nunca. Un cristiano no puede vivir su vida al margen de la de Cristo y de su Evangelio. Centremos nuestra mirada en Él, que todo lo puede, absolutamente todo, y no pongamos límites a nuestra esperanza. «En Él encontrarás mucho más de lo que puedes desear o pedir» (San Juan de la Cruz).
La liturgia no es un “juego sagrado”, y la Iglesia nos da este tiempo de Adviento porque quiere que cada creyente reanime en Cristo la virtud de la esperanza en su vida. Frecuentemente, la perdemos porque confiamos demasiado en nuestras fuerzas y no queremos reconocernos “enfermos”, necesitados de la mano sanadora del Señor. Pero así ha de ser, y como Él nos conoce y sabe que todos estamos hechos de la misma “pasta”, nos ofrece su mano salvadora. —Gracias, Señor, por sacarme del barro y llenarme de esperanza el corazón.
* Rev. D. Bernat GIMENO i Capín (Barcelona, España)

Santoral Católico:
San Juan de la Cruz
Presbítero y Doctor de la Iglesia
Nació en Fontiveros, provincia de Avila (España), hacia el año 1542 en el seno de una familia humilde. En su juventud sirvió a los enfermos en el hospital de Medina del Campo a la vez que estudiaba en el colegio de los jesuitas. En 1563 ingresó en la Orden del Carmen. Completó su formación en la Universidad de Salamanca y, ya sacerdote, se sintió atraído por los cartujos, pero, tras un encuentro casual con santa Teresa de Jesús, fue el primero de los frailes carmelitas que a partir de 1568 se declaró a favor de su reforma, por la que soportó innumerables sufrimientos y trabajos. Fue apóstol, a la vez que contemplativo, en particular de la pasión de Cristo, y escritor. Sus poesías son una cumbre literaria, y es un clásico de la mística. Como atestiguan sus escritos, ascendió a través de la noche oscura del alma al monte Carmelo, monte de Dios, buscando una vida escondida en Cristo y dejándose quemar por la llama viva del amor de Dios. Murió en Úbeda (Jaén) el 14 de diciembre de 1591.
Oración: Dios, Padre nuestro, que hiciste a tu presbítero san Juan de la Cruz modelo perfecto de negación de sí mismo y de amor a la cruz, ayúdanos a imitar su vida en la tierra para llegar a gozar de tu gloria en el cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
© Directorio Franciscano    

Pensamiento de San Juan de la Cruz 
“El estado de esta divina unión
consiste en tener el alma según la voluntad
con total transformación en la voluntad de Dios,
de manera que no haya en ella
cosa contraria a la voluntad de Dios,
sino que en todo y por todo,
su movimiento sea voluntad solamente de Dios”

“Sólo la verdad os hará libres”

“La contemplación es una cumbre
en la cual Dios se comienza
a comunicar y manifestar al alma.
Pero no acaba de manifestarse, solo asoma.
Pues por muy altas que sean las noticias
que al alma se le dan de Dios en esta vida,
no son más que lejanas asomadas”

“El alma que está enamorada de Dios
es un alma gentil, humilde y paciente”

“El alma que venza la potencia del demonio
no lo podrá conseguir sin oración
ni podrá entender sus engaños sin mortificación y sin humildad”

“En el ocaso de nuestra vida seremos juzgados en el amor;
aprende a amar como Dios quiere ser amado y deja tu condición”

Tema del día:
El sentimiento de culpa
Mientras crecía miraba mucho la serie Comedy Central, y aprendí dos lecciones: 1) no debes ser particularmente divertido para llegar a la televisión, y 2) una cantidad impresionante de cómicos está constituida por católicos no practicantes. Y una cantidad impresionante de esos católicos bromea con su propio “sentimiento de culpa católico”. Uno de los objetivos preferidos es la regla del “nada de carne el viernes”, con bromas del estilo “no rezo y ya no respeto ningún mandamiento, pero sigo aterrorizado por el hecho de comerme un hot dog el fin de semana”.

Este sentimiento de culpa es representado como una piedra de molino alrededor del cuello de personas más bien tranquilas, una cadena amarrada a los tobillos del fiel por siniestros clérigos propensos al control absoluto de la vida de las personas.

Con todo el respeto por los que cuentan ese tipo de chistes, digo que no es así. El sentimiento de culpa no es un castigo, sino un don de Dios.

Lejos de ser un obstáculo psicológico impuesto por parientes y clérigos prepotentes, es la campana de alarma que suena en la conciencia y que nos dice cuándo hemos violado la ley natural y hemos perdido la sincronía con el orden divino de las cosas.

Para usar una analogía médica, el sentimiento de culpa es el equivalente espiritual al dolor físico: nos dice cuando algo no está bien. Si algo nos hace daño, el dolor nos hace entender que es necesario prestar atención sobre cierta zona de nuestro cuerpo.

Al mismo tiempo, el sentimiento de culpa nos informa que debemos concentrarnos en una zona particular del alma: nuestra fe, nuestra esperanza o nuestra caridad pueden haberse debilitado.

Podemos haber dicho una palabra poco amable o haber cometido un acto imprudente, y ese sentimiento de ahogo es la sensación de la herida que hemos infringido en nuestra alma. Y es algo que deberíamos querer saber.

El sentimiento de culpa no es un instrumento infalible. La persona escrupulosa es muy sensible en relación al sentimiento de culpa, y creo que es a estas personas a quienes se refieren los cómicos cuando hablan del “sentimiento de culpa católico”. Las personas escrupulosas, sin embargo, son la excepción, no la regla.

Podríamos decir que son una especie de hipocondríacas espirituales, constantemente preocupadas por cualquier pequeño dolor, seguras de que en la mejor de las hipótesis se trate de un signo de una enfermedad debilitadora y angustiosa que se posa sobre ellas.

Las personas escrupulosas no nos ofrecen una imagen del sentimiento de culpa mejor que la que los hipocondríacos ofrecen de la medicina.

En el otro extremo existen personas cuya conciencia ha quedado tan anestesiada en relación al sentimiento de culpa que no consideran de hecho las consecuencias espirituales de sus acciones.

Caen cada vez más en el comportamiento pecaminoso, desde las pequeñas cosas hasta las más importantes, sin notar las heridas y las contusiones que están acumulando y que podrían conducir a una infección mortal. Su sentimiento de culpa atrofiado ya no es capaz de advertir el mal que se provocan a sí mismas.

Estas aberraciones han enlodado la reputación del sentimiento de culpa y ya tienen demasiados daños. Más que rechazar nuestro sentimiento de culpa a causa de los excesos de algunos, debemos formar bien nuestra conciencia y abrazar el sentimiento de culpa como el don de la autoconciencia que es en realidad.

Prestar atención a los acontecimientos de nuestro sentimiento de culpa hace la diferencia para la salud de nuestra alma, y no es una broma.
© Nicholas Senz (Aleteia)

Pedidos de oración
Pedimos oración por la Santa Iglesia Católica; por el Papa Francisco, por el Papa Emérito Benedicto, por los obispos, sacerdotes, diáconos, seminaristas, catequistas y todos los que componemos el cuerpo místico de Cristo; por la unión de los cristianos para que seamos uno, así como Dios Padre y nuestro Señor Jesucristo son Uno junto con el Espíritu Santo; por las misiones; por el triunfo del Sagrado Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de María;  por la conversión de todos los pueblos; por la Paz en el mundo; por los cristianos perseguidos y martirizados en Medio Oriente, África, y en otros lugares; por nuestros hermanos sufrientes por diversos motivos especialmente por las enfermedades, el abandono, la carencia de afecto, la falta de trabajo, el hambre y la pobreza; por los niños con cáncer y otras enfermedades graves; por el drama de los refugiados del Mediterráneo; por los presos políticos y la falta de libertad en muchos países del mundo; por la unión de las familias, la fidelidad de los matrimonios y por más inclinación de los jóvenes hacia este sacramento; por el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas; y por las Benditas Almas del Purgatorio.

Los cinco minutos de Dios
Diciembre 14
Después de la muerte del califa Abderramán III se encontró un escrito de su puño y letra que decía: "He gobernado durante largos años; he probado cuantos placeres pueda apetecer un mortal; he sido alabado y admirado hasta el tope máximo que pueda serlo un hombre. Durante todo este largo tiempo, sólo catorce días he gozado de  verdadera felicidad".
Los que lean esta página podrán pensar que hay exageración; sin embargo, podemos creer a su autor.
La felicidad no se halla en la gloria, en los placeres, en el dinero, en la fama; no se halla fuera de nosotros mismos; está dentro, muy dentro de nosotros; y, por lo tanto, nosotros y solamente nosotros somos los que podremos darnos la felicidad.
No la busquemos fuera de nosotros, pues no la encontraremos; no se la pidamos a nadie, pues nadie nos la puede dar. Pero si no la gozamos, no le echemos la culpa a nada ni a nadie.
Todos buscamos la felicidad, y no todos hallan la felicidad, y es que muchos la buscan donde no está; la felicidad comienza con “fe” y si la buscamos en otro lugar nos condenamos al fracaso. “Mientras toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia, aleccionada por la Revelación divina, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz, situado más allá de las fronteras de la miseria terrestre” (GS 18)
* P. Alfonso Milagro

Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-

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