PEQUEÑAS
SEMILLITAS
Año
11 - Número 3205 ~ Domingo 4 de Diciembre de 2016
Desde
la ciudad de Córdoba (Argentina)
Alabado sea Jesucristo…
Considera
el humilde estado a que quiso abatirse el Hijo de Dios, no solo quiso tomar la
forma de esclavo, sí que de esclavo pecador. Por cuya razón escribió san
Bernardo:
“No
solo quiso tomar la condición de siervo, para sujetarse a otro, el que era
Señor de todas las cosas; sí que era el Santo de los Santos. A este fin quiso
vestirse de aquella misma carne de Adán, que había sido inficionada del pecado;
y si bien no contrajo su mancha, tomó sobre si nada menos que todas las
miserias que la naturaleza humana había contraído en pena del pecado.
Nuestro
Redentor, para alcanzarnos la salvación, se ofreció voluntariamente al Padre a
satisfacer por todas nuestras culpas. El Padre le cargó de todas nuestras
maldades; y he aquí al Verbo Divino,
inocente, purísimo, santo helo cargado desde niño de todas las
iniquidades, de las blasfemias, sacrilegios, fealdades y delitos de los
hombres, hecho por amor nuestro el objeto de las divinas iras en razón del
pecado, por el que se había obligado a pagar a la Divina justicia.
Así
que, tantas fueron las maldiciones que tomó sobre sí Jesucristo, cuantos fueron
y serán los pecados mortales de todos los hombres. Venido que hubo al mundo, desde
el principio de su vida se presentó al Padre cual reo y deudor de todas
nuestras maldades; y como tal, fue condenado a morir ajusticiado y maldecido
sobre la cruz:
¡Oh
Dios! si el eterno Padre hubiese sido capaz de dolor ¿Qué mayor pena hubiera
experimentado, que la de verse obligado a tratar como reo, y reo el más malvado
del mundo, a aquel Hijo inocente, su amado, que era tan digno de su amor? Ecce Homo, parece que el eterno Padre
diga a todos nosotros, mostrándonoslo en el establo de Belén.
“Este
pobre niño que veis, puesto en un pesebre de bestias, recostado sobre la paja,
sabed que este es mi Hijo amado, que ha venido a cargar con vuestros pecados y
vuestras pena; amadle, pues porque es muy digno de vuestro amor, y os tiene muy
obligados a amarle”.
(San Alfonso María Ligorio)
¡Buenos días!
Clima de oración y alegría
La
mañana del 5 de abril de 1846, estando los jóvenes en el prado, Don Bosco,
después de confesar a una buena parte, los reunió y les anunció que iban a ir a
misa al convento de Ntra. Sra. del Campo, casi a dos kilómetros, camino de
Lanzo.
Les dijo: “Vamos como peregrinos a honrar a María
para que esta piadosa Madre nos obtenga la gracia de encontrar pronto otro
lugar para nuestro Oratorio”. La propuesta fue recibida con alegría. Todos se
pusieron enseguida en orden. Dado que la excursión tenía carácter de devoción y
no de esparcimiento, mantuvieron una actitud más edificante que nunca y así, a
lo largo del camino, fueron rezando el rosario, cantando las letanías y otras
canciones piadosas.
Al
llegar al sendero flanqueado de árboles que lleva de la carretera al convento,
con gran maravilla de todos, empezaron a sonar a vuelo las campanas de la
iglesia. He dicho con maravilla de todos; porque, aunque habían ido allí otras
veces, nunca se había celebrado su llegada al son de los bronces sagrados. La
demostración fue tenida por tan extraña y fuera de costumbre que se corrió la
voz de que las campanas se habían puesto a tocar por sí mismas. Lo cierto es
que el padre Fulgencio, prior del convento, aseguró que ni él ni ninguno de la
Comunidad había dado orden de que se tocaran las campanas en tal ocasión y que,
por cuanto hizo para saber quién las había tocado, no le fue posible
descubrirlo.
* Enviado por el P. Natalio
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
Texto del Evangelio:
Por
aquellos días se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de
Judea: «Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos». Éste es aquél de
quien habla el profeta Isaías cuando dice: ‘Voz del que clama en el desierto:
Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas’. Tenía Juan su vestido
hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a sus lomos, y su comida
eran langostas y miel silvestre. Acudía entonces a él Jerusalén, toda Judea y
toda la región del Jordán, y eran bautizados por él en el río Jordán,
confesando sus pecados.
Pero
viendo él venir muchos fariseos y saduceos al bautismo, les dijo: «Raza de
víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente? Dad, pues, fruto
digno de conversión, y no creáis que basta con decir en vuestro interior:
‘Tenemos por padre a Abraham’; porque os digo que puede Dios de estas piedras
dar hijos a Abraham. Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo
árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego. Yo os bautizo en
agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y
no soy digno de llevarle las sandalias. Él os bautizará en Espíritu Santo y
fuego. En su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era: recogerá su trigo en
el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga». (Mt 3,1-12)
Comentario:
Hoy,
el Evangelio de san Mateo nos presenta a Juan el Bautista invitándonos a la
conversión: «Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos» (Mt 3,2).
A
él acudían muchas personas buscando bautizarse y «confesando sus pecados» (Mt
3,6). Pero dentro de tanta gente, Juan pone la mirada en algunos en particular,
los fariseos y saduceos, tan necesitados de conversión como obstinados en negar
tal necesidad. A ellos se dirigen las palabras del Bautista: «Dad fruto digno
de conversión» (Mt 3,8).
Habiendo
ya comenzado el tiempo de Adviento, tiempo de gozosa espera, nos encontramos
con la exhortación de Juan, que nos hace comprender que esta espera no se
identifica con el “quietismo”, ni se arriesga a pensar que ya estamos salvados
por ser cristianos. Esta espera es la búsqueda dinámica de la misericordia de
Dios, es conversión de corazón, es búsqueda de la presencia del Señor que vino,
viene y vendrá.
El
tiempo de Adviento, en definitiva, es «conversión que pasa del corazón a las
obras y, consiguientemente, a la vida entera del cristiano» (San Juan Pablo
II).
Aprovechemos,
hermanos, este tiempo oportuno que nos regala el Señor para renovar nuestra
opción por Jesucristo, quitando de nuestro corazón y de nuestra vida todo lo
que no nos permita recibirlo adecuadamente. La voz del Bautista sigue resonando
en el desierto de nuestros días: «Preparad el camino al Señor, enderezad sus
sendas» (Mt 3,3).
Así
como Juan fue para su tiempo esa “voz que clama en el desierto”, así también
los cristianos somos invitados por el Señor a ser voces que clamen a los hombres
el anhelo de la vigilante espera: «Preparemos los caminos, ya se acerca el
Salvador y salgamos, peregrinos, al encuentro del Señor. Ven, Señor, a
libertarnos, ven tu pueblo a redimir; purifica nuestras vidas y no tardes en
venir» (Himno de Adviento de la Liturgia de las Horas).
* Pbro. Walter Hugo PERELLÓ (Rafaela, Argentina)
Palabras de San Juan Pablo II
“Amadísimos
hermanos: este Adviento se ha de transformar para nosotros en el tiempo de la
regeneración y santificación sacramental. Que la penitencia sacramental, a la
que nos invita la liturgia, prepare la venida eucarística de Cristo en nuestra
vida. Que Aquel que llama a la puerta de la morada interior de cada uno de
nosotros reciba la invitación a entrar. Tomemos conciencia de que la realidad
mesiánica no es sólo la comunión de vida con el Dios de la Alianza, sino el
habitar de Dios mismo en el interior de los hombres. El Adviento nos da para
que nos preguntemos, en el interior de nuestra conciencia, cuál es nuestra
respuesta”
Predicación del Evangelio
Una voz en el desierto
En
el Evangelio del segundo domingo de Adviento no nos habla directamente Jesús,
sino su precursor, Juan el Bautista. El corazón de la predicación del Bautista
se contiene en esa frase de Isaías que repite a sus contemporáneos con gran
fuerza: «Voz del que grita en el desierto: preparad el camino del Señor,
enderezad sus sendas». Isaías, a decir verdad, expresaba: «Una voz clama: en el
desierto abrid camino al Señor» (Is 40, 3). No es por lo tanto una voz en el
desierto, sino un camino en el desierto. Los evangelistas, aplicando el texto
al Bautista que predicaba en el desierto de Judea, han modificado la
puntuación, pero sin cambiar el sentido del mensaje.
Jerusalén
era una ciudad rodeada por el desierto: a Oriente los caminos de acceso, en
cuanto se trazaban, fácilmente desaparecían por la arena que mueve el viento,
mientras que a Occidente se perdían entre las asperezas del terreno hacia el
mar. Cuando una comitiva o un personaje importante debía llegar a la ciudad,
era necesario salir y caminar por el desierto para abrir una vía menos
provisional; se cortaban las zarzas, se colmaban las hondonadas, se allanaban
los obstáculos, se reparaba un puente o un paso. Así se hacía, por ejemplo, con
ocasión de la Pascua para acoger a los peregrinos que llegaban de la Diáspora.
En este dato de hecho se inspira Juan el Bautista. Está a punto de llegar,
clama, uno que está por encima de todos, «el que debe venir», el que esperan
las gentes: es necesario trazar una senda en el desierto para que pueda llegar.
Pero
he aquí el salto de la metáfora a la realidad: este sendero no se traza sobre
el terreno, sino en el corazón de cada hombre; no se traza en el desierto, sino
en la propia vida. Para hacerlo, no es necesario ponerse materialmente al
trabajo, sino convertirse:
«Enderezad las sendas del Señor»: este mandato presupone una amarga realidad:
el hombre es como una ciudad invadida por el desierto; está cerrado en sí mismo,
en su egoísmo; es como un castillo con un foso alrededor y los puentes alzados.
Peor: el hombre ha complicado sus sendas con el pecado y ahí se ha quedado,
seducido, como en un laberinto. Isaías y Juan el Bautista hablan
metafóricamente de precipicios, de montes, de pasos tortuosos, de lugares
impracticables. Basta con llamar estas cosas por sus verdaderos nombres, que
son orgullo, acidia, vejaciones, violencias, codicias, mentiras, hipocresía,
impudicias, superficialidades, ebriedades de todo tipo (se puede estar ebrio no
sólo de vino o de drogas, sino también de la propia belleza, de la propia
inteligencia, o de uno mismo ¡que es la peor ebriedad!). Entonces se percibe
inmediatamente que el discurso también es para nosotros; es para cada hombre
que en esta situación desea y espera la salvación de Dios.
Enderezar
un sendero para el Señor tiene por lo tanto un significado concretísimo:
significa emprender la reforma de nuestra vida, convertirse. En sentido moral
lo que hay que allanar y los obstáculos que hay que retirar son el orgullo -que
lleva a ser despiadado, sin amor hacia los demás-, la injusticia -que engaña al
prójimo, tal vez aduciendo pretextos de resarcimiento y de compensación para
acallar la conciencia-, por no hablar de rencores, venganzas, traiciones en el
amor. Son hondonadas a colmar la pereza, la acidia, la incapacidad de imponerse
un mínimo esfuerzo, todo pecado de omisión.
La
palabra de Dios jamás nos aplasta bajo una mole de deberes sin darnos al mismo
tiempo la seguridad de que Él nos brinda lo que nos manda hacer. Dios, [dice el
profeta Baruc], «ha ordenado que sean rebajados todo monte elevado y los
collados eternos, y colmados los valles hasta allanar la tierra, para que
Israel marche en seguro bajo la gloria de Dios» [Ba 5, 7. Ndr]. Dios allana,
Dios colma, Dios traza la senda; es tarea nuestra secundar su acción,
recordando que «quien nos ha creado sin nosotros, no nos salva sin nosotros».
P.
Raniero Cantalamessa
Nuevo vídeo
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un nuevo vídeo subido al blog
de
"Pequeñas Semillitas" en
internet.
Para
verlo tienes que ir al final de esta página
Agradecimientos
Imaginemos
que en el cielo hay dos oficinas diferentes para tratar lo relativo a las
oraciones de las personas en la tierra:
Una
es para receptar pedidos de diversas gracias, y allí los muchos ángeles que
atienden trabajan intensamente y sin descanso por la cantidad de peticiones que
llegan en todo momento.
La
otra oficina es para recibir los agradecimientos por las gracias concedidas y
en ella hay un par de ángeles aburridos porque prácticamente no les llega
ningún mensaje de los hombres desde la tierra para dar gracias...
Desde
esta sección de "Pequeñas Semillitas" pretendemos juntar una vez por
semana (los domingos) todos los mensajes para la segunda oficina:
agradecimientos por favores y gracias concedidas como respuesta a nuestros
pedidos de oración.
Lamentablemente esta semana no ha llegado ningún agradecimiento por las gracias concedidas por el Señor...
Lamentablemente esta semana no ha llegado ningún agradecimiento por las gracias concedidas por el Señor...
Los cinco minutos de Dios
Diciembre 4
El
rostro más bello no suele ser el mejor conformado, el más estético o
proporcionado, sino el que se halla más frecuentemente iluminado por una
sonrisa sincera.
Una
sonrisa es capaz de cambiar cien planes, de dar aliento a un corazón postrado,
de transformar la dureza en condescendencia.
Una
sonrisa hace que la frente se irradie, los rasgos del rostro se hermoseen al
dilatarse.
El
atractivo del rostro no es, pues, la belleza sino la bondad expresada en él, el
gesto de comprensión y ternura que irradia serenidad a su alrededor.
Pasa
por este mundo desparramando sonrisas de comprensión en lugar de seños de
rechazo; alegrías de campanitas de plata que repiquetean en tu interior y no
cencerros de monotonía que arrastran rebaños polvorientos.
Ofrece
siempre y a todos, el arco iris de tus colores de gracia y de la gracia de tus
colores, y no la oscuridad de las nubes preñadas de tormentas.
“Por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no
ha sido estéril en mí” (1 Cor 15,10). Tú también puedes afirmar, con el
apóstol, que eres lo que eres por la gracia de Dios; a Él se lo debes todo y
sin Él nada hubieras podido conseguir.
Pero has de procurar imitar también al apóstol también en la segunda afirmación
que hace de sí: la gracia de Dios no puede ser estéril en tu vida; has de
hacerla fructificar: gracia consciente y gracia creciente.
* P. Alfonso Milagro
Jardinero de Dios
-el
más pequeñito de todos-
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