PEQUEÑAS
SEMILLITAS
Año
11 - Número 3111 ~ Viernes 26 de Agosto de 2016
Desde
la ciudad de Córdoba (Argentina)
Alabado sea Jesucristo…
Un
niño muy educado y formal subió a un avión, buscó su asiento y se sentó. El
niño abrió su cuaderno de pintar y empezó a colorearlo. No presentaba rasgos de
ansiedad ni nerviosismo al despegar el avión.
Durante
un buen rato, hubo tormenta y mucha turbulencia. En un determinado momento hubo
una sacudida fuerte, y todos se pusieron muy nerviosos, pero el niño mantuvo su
calma y serenidad en todo momento. ¿Cómo lo hacía?, ¿Por qué estaba tan
calmado? Una mujer frenética le preguntó:
-
Niño: ¿no tienes miedo?
-
No señora, -contestó el niño y mirando su cuaderno de pintar le dijo-: "Mi
padre es el piloto".
Hay
tiempos en nuestra vida que los sucesos nos sacuden un poco y nos encontramos
en turbulencia. No vemos terreno sólido y nuestros pies no pisan lugar seguro.
No tenemos dónde agarrarnos, y no nos sentimos seguros. En esos momentos hay
que recordar que nuestro Padre Celestial es nuestro piloto. A pesar de las
circunstancias, nuestras vidas están puestas en el creador del cielo y la
tierra. Esa es la fe, la que nos alienta y nos da confianza en los momentos
difíciles.
Démosle
gracias a Dios por la fe que nos ha regalado y pidámosle que nos la conserve y
se la dé a aquellos que pasan por momentos de prueba…
¡Buenos días!
Palabras hirientes
En
verdad las palabras pueden doler como los golpes físicos. Los padres deben
saber que la crítica, el desprecio y los insultos –aun cuando se los diga en
broma– pueden lastimar el amor propio, o dañar la autoestima, o detener el
crecimiento de una imagen sana de sí mismo en los niños.
Las palabras dichas con amor ofrecen un real elemento
constructivo de elogio, aliento, gratitud, disculpa a quien escucha. Nuestras
palabras pueden herir o reconfortar, impedir o ayudar, frustrar o inspirar a la
acción. He aquí algunas frases que son dulce música al oído y al corazón: “¡Muy
buen trabajo!”. “Déjame ayudarte”. “Cometí un error, perdóname”.
“¡Felicitaciones!”. “Estamos orgullosos de ti”. “Gracias”. “Te quiero”. “Admiro
tu capacidad”. “Tú puedes hacerlo muy bien”.
“No
profieran palabras inconvenientes; al contrario, que sus palabras sean siempre buenas,
para que resulten edificantes cuando sea necesario y hagan bien a aquellos que
las escuchan” (Efesios 4, 29). San Francisco de Sales escribió: “El trato
cortés y delicado es la crema de la caridad”. Que este mensaje oriente cada día
tu conducta.
* Enviado por el P. Natalio
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
Texto del Evangelio:
En
aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los
Cielos será semejante a diez vírgenes, que, con su lámpara en la mano, salieron
al encuentro del novio. Cinco de ellas eran necias, y cinco prudentes. Las
necias, en efecto, al tomar sus lámparas, no se proveyeron de aceite; las
prudentes, en cambio, junto con sus lámparas tomaron aceite en las alcuzas.
Como el novio tardara, se adormilaron todas y se durmieron. Mas a media noche
se oyó un grito: ‘¡Ya está aquí el novio! ¡Salid a su encuentro!’. Entonces
todas aquellas vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas. Y las necias
dijeron a las prudentes: ‘Dadnos de vuestro aceite, que nuestras lámparas se
apagan’. Pero las prudentes replicaron: ‘No, no sea que no alcance para
nosotras y para vosotras; es mejor que vayáis donde los vendedores y os lo
compréis’. Mientras iban a comprarlo, llegó el novio, y las que estaban
preparadas entraron con él al banquete de boda, y se cerró la puerta. Más tarde
llegaron las otras vírgenes diciendo: ‘¡Señor, señor, ábrenos!’. Pero él
respondió: ‘En verdad os digo que no os conozco’. Velad, pues, porque no sabéis
ni el día ni la hora». (Mt 25,1-13)
Comentario:
Hoy,
Viernes XXI del tiempo ordinario, el Señor nos recuerda en el Evangelio que hay
que estar siempre vigilantes y preparados para encontrarnos con Él. A media
noche, en cualquier momento, pueden llamar a la puerta e invitarnos a salir a
recibir al Señor. La muerte no pide cita previa. De hecho, «no sabéis ni el día
ni la hora» (Mt 25,13).
Vigilar
no significa vivir con miedo y angustia. Quiere decir vivir de manera
responsable nuestra vida de hijos de Dios, nuestra vida de fe, esperanza y
caridad. El Señor espera continuamente nuestra respuesta de fe y amor,
constantes y pacientes, en medio de las ocupaciones y preocupaciones que van
tejiendo nuestro vivir.
Y
esta respuesta sólo la podemos dar nosotros, tú y yo. Nadie lo puede hacer en
nuestro lugar. Esto es lo que significa la negativa de las vírgenes prudentes a
ceder parte de su aceite para las lámparas apagadas de las vírgenes necias: «Es
mejor que vayáis donde los vendedores y os lo compréis» (Mt 25,9). Así, nuestra
respuesta a Dios es personal e intransferible.
No
esperemos un “mañana” —que quizá no vendrá— para encender la lámpara de nuestro
amor para el Esposo. Carpe diem! Hay que vivir en cada segundo de nuestra vida
toda la pasión que un cristiano ha de sentir por su Señor. Es un dicho
conocido, pero que no estará de más recordarlo de nuevo: «Vive cada día de tu
vida como si fuese el primer día de tu existencia, como si fuese el único día
de que disponemos, como si fuese el último día de nuestra vida». Una llamada
realista a la necesaria y razonable conversión que hemos de llevar a término.
Que
Dios nos conceda la gracia en su gran misericordia de que no tengamos que oír
en la hora suprema: «En verdad os digo que no os conozco» (Mt 25,12), es decir,
«no habéis tenido ninguna relación ni trato conmigo». Tratemos al Señor en esta
vida de manera que lleguemos a ser conocidos y amigos suyos en el tiempo y en
la eternidad.
* Rev. D. Joan Ant. MATEO i García (La Fuliola,
Lleida, España)
Santoral Católico:
Santa Teresa de Jesús Jornet Ibars
Virgen y Fundadora
Fundadora
de la Congregación de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, y Patrona de
la Ancianidad. Nació en Aytona (Lérida, España) el año 1843 de familia
labradora; era sobrina del beato Francisco Palau. Recibió una buena formación,
estudió magisterio y lo ejerció en Argensola. Su tío la invitó a entrar en la
congregación por él fundada, pero ella prefirió ingresar, en 1868, en las
clarisas de Briviesca (Burgos); por falta de salud tuvo que dejar el noviciado
y renunciar al magisterio. Colaboró en varias organizaciones de la Iglesia que
atendían a los ancianos pobres, y en torno a ella se formó un grupo de jóvenes
que con el tiempo se transformó en su Congregación, admirable por su dedicación
a los ancianos desamparados. La obra empezó en Barbastro y la casa-madre está
en Valencia. Tuvo que superar numerosas dificultades, pero consolidó su
fundación, formó aspirantes y novicias, y las fundaciones se multiplican por
España y América. Murió en Liria (Valencia) el 26 de agosto de 1897.
Oración: Oh Dios, que has guiado a la virgen santa
Teresa a la perfecta caridad en el cuidado de los ancianos, concédenos, a
ejemplo suyo, servir a Cristo en el prójimo, para ser testimonios de su amor.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
© Directorio Franciscano
El pensamiento del día
“La
Nueva Evangelización implica un esfuerzo por salir
al
encuentro de todas las mujeres y varones de nuestros ambientes,
especialmente
de los que se sienten más alejados,
allí
donde se hallan y en la situación en la que se encuentran,
para
ayudarles a experimentar la misericordia del Padre”
-Conferencia
Episcopal Argentina-
Temas Médicos:
Ante el enfermo terminal
Los
progresos en medicina han cambiado la vida de muchas personas. Son notables los
avances técnicos de los últimos 100 años. Gracias a descubrimientos y a
aparatos altamente sofisticados, muchas enfermedades antes incurables pueden
ser vencidas o, al menos, pueden evitarse muertes prematuras. Junto al
desarrollo técnico, la ética ha tenido que ofrecer sus reflexiones sobre los
valores y los principios que deben acompañar el ejercicio de la medicina.
Existen,
sin embargo, situaciones en las que no resulta claro hasta dónde debería llegar
la intervención médica, o cuál debería ser la mejor manera de tratar a un
enfermo. De manera especial, cuando el equipo médico no puede curar a una
persona, cuando constata cómo la enfermedad avanza inexorablemente, surgen no
pocas veces dudas sobre hasta dónde es lícito actuar, y cuándo habría que
suspender terapias ineficaces, costosas o dañinas para el mismo enfermo al que
se pretende ayudar.
No
es fácil ofrecer criterios generales para las distintas situaciones por las que
atraviesan los enfermos terminales. Vamos a limitarnos a recorrer algunos
principios que son en parte el resultado de la reflexión ética elaborada
recientemente.
El
primer criterio nos dice: cada enfermo conserva siempre su dignidad, y goza de
una vida que le permite seguir entre nosotros. Por lo mismo, merece el máximo
respeto y las mejores atenciones médicas, psicológicas, afectivas.
Imaginemos
un enfermo que sufre mucho, que depende de complicados aparatos, que necesita
la ayuda de calmantes que lo privan de la plena conciencia, que debe recibir
frecuentes transfusiones de sangre. Este enfermo no puede ser visto simplemente
como “una cama ocupada” o como un “gasto excesivo” para el hospital. Debemos
recordar siempre que estamos ante un ser humano, un ser humano que merece el
mismo respeto y amor de todos. Considerar que su vida vale menos porque no es
productiva, o porque no puede realizar muchas actividades humanas, o porque
depende de la ayuda de la ciencia médica y de tecnologías más o menos costosas,
es caer en una mentalidad discriminatoria que ha provocado injusticias
sumamente graves a lo largo de la historia humana.
El
segundo criterio depende en parte del anterior: el enfermo ha de ser informado
de su estado de salud y de las alternativas que la moderna medicina ofrece para
atender la última etapa de su vida. Esta información debería incluir aquellas
terapias experimentales que tal vez serían capaces de lograr un importante
beneficio terapéutico. A partir de la información recibida, el enfermo debe ser
escuchado y comprendido en sus deseos y aspiraciones, incluso cuando rechaza
algún tratamiento que puede ser visto como excesivamente doloroso. Sin embargo,
cuando el enfermo pide al equipo médico que realice algún acto que vaya contra
la moral médica (como, por ejemplo, un suicidio asistido o un acto de
eutanasia), tal petición no debe ser atendida, en cuanto contraria a la
deontología médica y al respeto debido al mismo enfermo (necesitado, en esas
ocasiones, de una especial ayuda espiritual y psicológica).
Son
muchos los casos, especialmente cuando se pierde completamente la conciencia,
en los que el enfermo no podrá manifestar su parecer. En tales casos, toca a
los familiares el determinar con los médicos el mejor tratamiento a ofrecer,
siempre en vistas a lograr buenos resultados según el estado general del
enfermo y los progresos actuales de la medicina.
El
tercer criterio nos recuerda la obligación moral de omitir aquellos actos
técnicos que llevan a prolongar la agonía innecesariamente o a aumentar los dolores
del enfermo sin ningún beneficio para su salud. Es decir, hay que evitar
cualquier tipo de “ensañamiento terapéutico”.
¿Cómo
saber si este acto médico es excesivo, es ensañamiento? A través de la
constatación de dos aspectos: primeramente, por su ineficacia (no produce la
curación o no conduce a una mejora sustancial); en segundo lugar, por producir
graves dolores para el paciente (algo recogido también en la doctrina católica,
como afirma Juan Pablo II en la encíclica Evangelium vitae, n. 65).
El
cuarto criterio nos dice que deben ser aplicados en favor del enfermo todos
aquellos tratamientos que puedan aliviar su dolor y hacer más llevadero el
decurso de su enfermedad en la etapa final. Tales tratamientos necesitan ser
valorados atentamente en función de los beneficios concretos que se espera
produzcan en el enfermo terminal. En concreto, respecto a cualquier posible tratamiento,
habría que considerar:
-De
qué tipo de acto terapéutico se trata: uso de un calmante, de una operación
quirúrgica...
-El
grado de dificultad y riesgos que conlleva.
-Los
gastos que supone (para el enfermo, para la familia, para la sociedad).
-Las
posibilidades de su aplicación en esta situación concreta.
-El
resultado esperado según las condiciones del enfermo, su estado de ánimo, sus
fuerzas físicas, etc.
Junto
a los tratamientos orientados a la curación y a la paliación del dolor (a
través del uso de analgésicos y calmantes), existen una serie de atenciones que
deben ser ofrecidas siempre, como son la nutrición/hidratación, la atención del
dolor y la higiene física. Omitir estos tratamientos implica abandonar al
enfermo a su suerte y provocarle, por omisión, la muerte. Es decir: cometer un
homicidio, hacer un acto de eutanasia.
Otra
obligación del personal médico consiste en la prevención y tratamiento de
eventuales llagas que pueden formarse si se está demasiado tiempo en la cama,
etc.
En
cambio, merece una valoración distinta, según cada caso, el uso de medios más
complejos, como la diálisis, las transfusiones de sangre, la ventilación
mecánica, el recurso a un pulmón artificial, etc.
Respecto
al tratamiento del dolor, conviene recordar que el enfermo puede decidir, si es
consciente, la renuncia en parte al mismo, sobre todo si quiere conservar la
lucidez mental o si quiere dar algún sentido religioso o ético a su
sufrimiento. Pero también puede pedir sin ningún remordimiento de conciencia una
mayor atención a sus dolencias a través del uso de calmantes y analgésicos
eficaces. Incluso los médicos pueden facilitar tales medicinas a pesar de que
pueden reducir en parte la duración de la agonía. No pueden, sin embargo, dar
una dosis excesiva de analgésicos o calmantes con la intención explícita de
provocar la muerte del enfermo.
Es
oportuno añadir, al concluir estas reflexiones, que la medicina puede ayudar
mucho al enfermo en su etapa final. Pero a pesar de los progresos técnicos, el
dolor y la muerte siguen siendo un misterio ante el cual todos sentimos una
invitación especial a valorar aún más la belleza de la vida y a interrogarnos
sobre su sentido y su significado más profundo. A la vez, no debería faltar
nunca junto al enfermo el acompañamiento del afecto de los familiares y amigos,
un acompañamiento que es capaz de producir un alivio mucho mayor que el que
pueda ser resultado de un aumento de la dosis de calmantes.
* P. Fernando Pascual
Mensaje de María Reina de la Paz
Mensaje de María Reina de la Paz del 25 de agosto de
2016
“Queridos
hijos! Hoy quiero compartir con vosotros la alegría del Cielo. Vosotros, hijos
míos, abrid la puerta del corazón a fin de que en vuestro corazón crezca la
esperanza, la paz y el amor que solo Dios da. Hijos míos, estáis demasiado
apegados a la Tierra y a las cosas terrenales, por eso Satanás os agita como el
viento lo hace con las olas del mar. Por lo tanto, que la cadena de vuestra
vida sea la oración con el corazón y la adoración a mi Hijo Jesús. Entregad a
Él vuestro futuro para que en Él seáis alegría y ejemplo para los demás con
vuestras vidas. Gracias por haber respondido a mi llamada.”
Los cinco minutos de Dios
Agosto 26
Nos
resulta difícil admitir a los otros tal como ellos son; siempre tratamos de
corregirlos, de hacerlos como somos nosotros.
Pero,
¿con qué derecho pretendemos anular su personalidad, hacerlos de distinta forma
de como los hizo Dios?
Por
otra parte, si nosotros pretendemos cambiarlos, para que sean como nosotros, es
porque inconscientemente estamos convencidos de que nosotros somos como hay que
ser, de que nuestra forma de ser es la mejor de todas; por eso quisiéramos que
los demás fueran como nosotros.
Y
tener ese convencimiento es evidentemente un orgullo desmedido.
Cada
uno tiene su personalidad y todos debemos respetar la personalidad de los
demás; reconocer que ellos tienen derecho a ser distintos de nosotros y a
pensar que la forma de ser de ellos es mejor que la nuestra.
En
conclusión: hay que aceptar a los demás tal como son y sin pretender cambiarlos
a nuestro gusto.
“Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es
misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán
condenados; perdonen y serán perdonados… porque la medida con que ustedes midan
también se usará para ustedes” (Lc 6,36-38).
* P. Alfonso Milagro
Jardinero de Dios
-el
más pequeñito de todos-
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