PEQUEÑAS
SEMILLITAS
Año 10 - Número 2836
~ Martes 3 de Noviembre de 2015
Desde la ciudad de
Córdoba (Argentina)
Alabado
sea Jesucristo…
En momentos de enfermedad, cuando uno
puede sentirse muy abandonado y muy solo, pueden aparecer pensamientos muy negros,
ideas de mucha desesperanza y de mucha tristeza. Para esas ocasiones es
importante la mano del hermano, el recurso de la oración, la fuerza de la
oración. La experiencia de la Iglesia nos dice que cuando rezamos por los
enfermos y cuando los enfermos pueden rezar, esa cadena de oración y la fuerza
del Señor Jesús, que quiso identificarse con los enfermos (“estuve enfermo y me visitaron” dice en el
capítulo 25 de San Mateo) el Señor se quiere identificar con esta particular
soledad, con esta particular situación de fragilidad y de limitación que vive
el hermano enfermo.
Por eso es tan importante que nosotros
podamos acompañar, visitar, estar presentes, animando a los hermanos enfermos.
Escuchándolos. Necesitan tanto de nuestra compañía y de nuestra escucha… Es
importante también, como un entrenamiento, para cuando nosotros estemos en la
misma situación y tengamos que enfrentar también la fragilidad.
Mons. Oscar Ojea
¡Buenos días!
Dios de la tierra y del cielo
En
este inspirado himno pides a Dios “salir de las vanidades”. Las vanidades del
hombre son esas frivolidades, completamente intrascendentes, que no pocas veces
acaparan tiempo y fatiga, mientras dejas en la penumbra tus auténticas
prioridades que merecen una dedicación y entusiasmo incansables.
Dios de la tierra y del cielo, que, por
dejarlas más claras,
las grandes aguas separas,
pones un límite al cielo.
Tú que das cauce al riachuelo y alzas la nube
a la altura,
tú que, en cristal de frescura,
sueltas las aguas del río sobre las tierras
de estío,
sanando su quemadura,
danos tu gracia, piadoso,
para que el viejo pecado no lleve al hombre
engañado
a sucumbir a su acoso.
Hazlo en la fe luminoso, alegre en la
austeridad
y hágalo tu claridad salir de sus vanidades;
dale, Verdad de verdades,
el amor a tu verdad. Amén.
Y
concluye el poema con una sólida súplica: “dame el amor a tu verdad”. La verdad
de Dios, es su voluntad, su camino, sus palabras. Este concepto está
ampliamente desarrollado en el salmo 119. Por ejemplo: “Enséñame, Señor, a
cumplir tu voluntad y a guardarla de todo corazón; guíame por la senda de tus
mandatos, porque ella es mi gozo. Dame vida con tu palabra”.
Enviado por el P. Natalio
La Palabra de
Dios:
Evangelio de hoy
En aquel tiempo, dijo a Jesús uno de los
que comían a la mesa: «¡Dichoso el que pueda comer en el Reino de Dios!». Él le
respondió: «Un hombre dio una gran cena y convidó a muchos; a la hora de la
cena envió a su siervo a decir a los invitados: ‘Venid, que ya está todo
preparado’. Pero todos a una empezaron a excusarse. El primero le dijo: ‘He
comprado un campo y tengo que ir a verlo; te ruego me dispenses’. Y otro dijo:
‘He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego me dispenses’.
Otro dijo: ‘Me he casado, y por eso no puedo ir’.
»Regresó el siervo y se lo contó a su señor.
Entonces, airado el dueño de la casa, dijo a su siervo: ‘Sal en seguida a las
plazas y calles de la ciudad, y haz entrar aquí a los pobres y lisiados, y
ciegos y cojos’. Dijo el siervo: ‘Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía
hay sitio’. Dijo el señor al siervo: ‘Sal a los caminos y cercas, y obliga a
entrar hasta que se llene mi casa’. Porque os digo que ninguno de aquellos
invitados probará mi cena». (Lc 14,15-24)
Comentario
Hoy, el Señor nos ofrece una imagen de
la eternidad representada por un banquete. El banquete significa el lugar donde
la familia y los amigos se encuentran juntos, gozando de la compañía, de la
conversación y de la amistad en torno a la misma mesa. Esta imagen nos habla de
la intimidad con Dios trinidad y del gozo que encontraremos en la estancia del
cielo. Todo lo ha hecho para nosotros y nos llama porque «ya está todo
preparado» (Lc 14,17). Nos quiere con Él; quiere a todos los hombres y las
mujeres del mundo a su lado, a cada uno de nosotros.
Es necesario, sin embargo, que queramos
ir. Y a pesar de saber que es donde mejor se está, porque el cielo es nuestra
morada eterna, que excede todas las más nobles aspiraciones humanas —«ni el ojo
vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para
los que le aman» (1Cor 2,9) y, por lo tanto, nada le es comparable—; sin
embargo, somos capaces de rechazar la invitación divina y perdernos eternamente
el mejor ofrecimiento que Dios podía hacernos: participar de su casa, de su
mesa, de su intimidad para siempre. ¡Qué gran responsabilidad!
Somos, desdichadamente, capaces de
cambiar a Dios por cualquier cosa. Unos, como leemos en el Evangelio de hoy,
por un campo; otros, por unos bueyes. ¿Y tú y yo, por qué somos capaces de
cambiar a aquél que es nuestro Dios y su invitación? Hay quien por pereza, por
dejadez, por comodidad deja de cumplir sus deberes de amor para con Dios: ¿Tan
poco vale Dios, que lo sustituimos por cualquier otra cosa? Que nuestra
respuesta al ofrecimiento divino sea siempre un sí, lleno de agradecimiento y
de admiración.
Rev. D. Joan COSTA i Bou (Barcelona, España)
Santoral Católico:
San Martín de
Porres
Religioso Dominico
Nació en Lima (Perú) el año 1579, de un
funcionario real español, Juan de Porres, y de una joven de origen africano,
Ana Velázquez, que no se casaron: Martín era mulato e hijo ilegítimo, lo que le
causó muchas dificultades. Fue educado cristianamente por su madre y aprendió
de joven el oficio de barbero-cirujano. En 1603 fue admitido en la Orden de los
dominicos como hermano converso, después de vivir ocho años en el convento como
donado. Desde el principio se le confió el oficio de enfermero que ejerció, con
gran competencia y mayor caridad, en favor de los frailes y de los numerosos
pobres que acudían al convento; además instituyó varias obras caritativas. Supo
conjugar la incesante actividad asistencial con el recogimiento de un
contemplativo. Llevó una vida de mortificación y de humildad, y tuvo una gran
devoción a la Eucaristía. Murió en Lima el 3 de noviembre de 1639.
Oración: Señor, Dios nuestro, que has
querido conducir a san Martín de Porres por el camino de la humildad a la
gloria del cielo, concédenos la gracia de seguir sus ejemplos, para que
merezcamos ser coronados con él en la gloria. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
© Directorio Franciscano
La frase de hoy
"Debemos ayudar a los que se hallan
en el Purgatorio.
Demasiado insensible seria quien no
auxiliara
a un ser querido encarcelado en la
tierra;
más insensible es el que no auxilia
a
un amigo que está en el Purgatorio,
pues no hay comparación posible
entre las penas de este mundo y las de
allí"
~ Santo Tomás de Aquino ~
Tema del día:
Fray Daniele Natale, fue un sacerdote
capuchino italiano que se dedicó a misionar en medio de tierras hostiles
durante la Segunda Guerra Mundial. Socorría con prisa a los heridos, enterraba
a los muertos y ponía a salvo los objetos litúrgicos. Él mismo relata:
He desenvuelto mi vida haciendo el
trabajo que me correspondía; de portero, sacristán, pedir limosnas y cocinero.
Con frecuencia me iba con la mochila en la espalda a pedir limosnas de puerta
en puerta. Hacía la compra todos los días para el convento. Todos me conocían y
me querían bien. Siempre que compraba alguna cosa me hacían descuentos, y
aquellas pocas liras que recogía, en vez de entregárselas al superior, las
conservaba para la correspondencia, para mis pequeñas necesidades y también
para ayudar a los militares que llamaban a la puerta del convento.
Inmediatamente después de la guerra, me
encontraba en San Giovanni Rotondo, mi pueblo nativo, en el mismo convento del
Padre Pío. Un poco tiempo después comencé con algunos dolores en el aparato
digestivo y me fui a una consulta médica, y el médico me diagnosticó un mal
incurable: un tumor en el bazo.
Pensando ya en la muerte, fui a
referírselo todo al Padre Pío, el que -después de haberme escuchado-
bruscamente me dijo: «Opérate.» Permanecí confuso y reaccionando le dije:
«Padre, no vale la pena. El médico no me ha dado ninguna esperanza. Ahora sé
que debo morir.»
«No importa lo que te ha dicho el médico:
opérate, pero en Roma en la clínica Regina Elena con el Dr. Riccardo Moretti.»
El Padre Pío me dijo esto con tal fuerza y con tanta seguridad que le contesté:
«Si Padre, lo haré». Entonces él me miró con dulzura y, conmovido, añadió: «No
temas, yo estaré siempre contigo».
A la mañana siguiente salí ya en viaje
para Roma, y estando sentado en el tren, advertí al lado mío una presencia
misteriosa: era el Padre Pío que mantenía la promesa de estar conmigo.
En Roma, llegué a la clínica «Regina
Elena» y hacia el atardecer ingresé. Parecía que todos me esperaban, como si
alguno hubiera anunciado mi llegada, y me acogieron inmediatamente. El doctor
Riccardo Moretti al principio, no quería realizar la operación, porque estaba
seguro de que no iba a sobrevivir. Al final, sin embargo, influenciado por un
impulso interior, decidió internarme y hacer la cirugía.
La intervención se llevó a cabo al día
siguiente por la mañana. Fray Daniele, a pesar de que le habían administrado la
anestesia, siguió consciente. Sentía un gran dolor, pero no lo manifestaba; al
contrario, estaba satisfecho de poder ofrecer su sufrimiento a Jesús. Al mismo
tiempo, tenía la impresión de que el dolor que estaba sufriendo, estaba
purificando cada vez más su alma de pecados. Al cabo de un momento sintió que
se dormía.
Los médicos, sin embargo, afirmaron que después
de la intervención, el paciente había entrado en coma y permaneció en este
estado durante tres días, tiempo en que después falleció. Se expidió el
certificado médico de su defunción y acudieron los familiares para rezar por el
difunto. Sin embargo, pasadas unas horas, para asombro de los allí reunidos, de
repente el muerto volvió a la vida.
¿Qué le había pasado a Fray Daniel
durante aquellas escasas horas? ¿Dónde había estado su alma? Prontamente el
religioso capuchino contaría su propia experiencia con el purgatorio en el
libro “Fra Daniele raconta”. De este escrito, les compartimos los siguientes
fragmentos:
“Yo estaba de pie delante del trono de
Dios. Lo vi, pero no como un juez severo, sino como un padre afectuoso y lleno
de amor. Entonces me di cuenta de que el Señor lo había hecho todo por amor
mío, que había cuidado de mí desde el primer hasta el último instante de mi
vida, amándome como si fuera la única criatura existente sobre esta tierra. Me
di cuenta también, sin embargo, de que yo no sólo no había correspondido a este
inmenso amor divino, sino que lo había descuidado del todo. Fui condenado a
dos-tres horas de Purgatorio.
«Pero ¿cómo? -me pregunté- ¿Sólo
dos-tres horas? ¿Y después voy a permanecer para siempre junto a Dios, eterno
Amor?». Di un salto de alegría y me sentí como un hijo predilecto. Estando en
el Purgatorio sentía unos dolores terribles, que no se sabe de dónde venían,
pero se sentían intensamente. Los sentidos que más habían ofendido a Dios en
este mundo: los ojos, la lengua… sentían mayor dolor y era una cosa increíble,
porque ahí en el Purgatorio uno se siente como si tuviera el cuerpo y conoce,
reconoce a los otros como ocurre en el mundo”.
Mientras tanto -explica- no habían
pasado más que unos pocos momentos de esas penas y ya me parecía que fuese una
eternidad. Entonces pensé en ir a un hermano de mi convento para pedirle que
rezara por mí, que yo estaba en el Purgatorio. Ese hermano se quedó
maravillado, porque sentía mi voz, pero no veía mi persona, y él preguntaba «Dónde
estás? ¿Por qué no te veo?» (…). Sólo entonces me di cuenta de estar sin
cuerpo. Me contentaba con insistirle en que rezara mucho por mí y me fui de
allí. «Pero, ¿cómo? –me decía a mí mismo- ¿No deben ser sólo dos-tres horas de
Purgatorio…? ¡Y ya han pasado trescientos años!»… al menos así me lo parecía.
De repente se me aparece la
Bienaventurada Virgen María y le supliqué, le imploré diciéndole «¡Oh,
Santísima Virgen María, madre de Dios, obtén para mí del Señor la gracia de
retornar a la tierra para vivir y actuar sólo por amor de Dios!». Me di cuenta
también de la presencia del Padre Pío y le supliqué también a él: «Por tus
atroces dolores, por tus benditas llagas, Padre Pío mío, reza tú por mí a Dios
para que me libere de estas llamas y me conceda continuar el Purgatorio sobre
la tierra». Después no vi nada más, pero me di cuenta de que el Padre Pío le
hablaba a la Virgen.
Después de unos instantes se me apareció
de nuevo la Bienaventurada Virgen María (…) ella inclinó su cabeza y me sonrió.
En aquel preciso momento recuperé la posesión de mi cuerpo (…) con un
movimiento brusco, me liberé de la sábana que me cubría. (…) los que me estaban
velando y rezando, asustadísimos se precipitaron fuera de la sala para ir en
busca de los enfermeros y de los doctores. En pocos minutos en la clínica se
armó un jaleo. Todos creían que yo era un fantasma”.
Al día siguiente, por la mañana, Fray
Daniele se levantó por sí mismo de la cama y se sentó en un sillón. Eran las
siete. Los médicos pasaban normalmente alrededor de las nueve. Pero ese día, el
doctor Riccardo Moretti, el mismo que había redactado el certificado médico de
defunción de Fray Daniele, había llegado más temprano al hospital. Se paró en
frente de él y con lágrimas en los ojos le dijo: «Sí, ahora creo en Dios y en
la Iglesia, creo en el Padre Pío…».
Fray Daniele, regresó a la vida para
pasar más de cuarenta largos años padeciendo todo tipo de sufrimientos, que él
tomaba a trueque de una eternidad junto a Dios. Quienes le conocieron dan fe de
la alegría con la que siempre vivió sus enfermedades, que se sucedían de modo
ininterrumpido, sumándose unas a otras.
Solamente recuerdo algunas intervenciones
que sufrió: de próstata, colecistitis, aneurisma abdominal con prótesis; otra
intervención después de un accidente callejero cerca de Bolonia, prescindiendo
ya de otros dolores no sólo físicos, sino también morales.
A la hermana Felicetta, que le preguntó
cómo se sentía de salud, Fray Daniele le confió: «Hermana mía, hace más de 40
años que no recuerdo que significa estar bien». Pero a Fray Daniele, todo le
parecía poco, replicando al dolor con oración, de modo que terminó por hacer de
su vida una plegaria.
Cuando murió, el 6 de julio de 1994, se
rezó un Rosario en sufragio por su alma en la misma enfermería del convento de
los Hermanos Capuchinos de san Giovanni Rotondo. Varios de entre los orantes
juraron haber visto los labios del fraile contestar las letanías. A nadie le
extrañó demasiado. Durante 2012 se abrió una causa de beatificación y es hoy considerado
Siervo de Dios.
Resumido de Interet. Para leer el
artículo completo hacer clic acá.
Mensaje de María
Reina de la Paz
Mensaje de María Reina de la Paz del 2 de Noviembre de 2015
“Queridos hijos, de nuevo quiero
hablarles del amor. Los he reunido en torno a mí, en Nombre de mi Hijo, según
Su voluntad. Quiero que su fe sea firme y que provenga del amor, porque mis
hijos que comprenden el amor de mi Hijo y lo siguen, viven en el amor y en la
esperanza. Ellos han conocido el amor de Dios. Por eso, hijos míos, oren, oren
para que puedan amar más y hacer obras de amor, porque la fe sola, sin amor y
sin obras de amor, no es lo que busco de ustedes. Hijos míos, esa es una
apariencia de fe, eso es vanagloriarse. Mi Hijo pide fe y obras, amor y bondad.
Yo oro y les pido también a ustedes, que oren y vivan el amor, porque quiero
que mi Hijo, cuando mire los corazones de todos mis hijos, pueda ver en ellos
amor y bondad, y no odio ni indiferencia. Queridos hijos, apóstoles de mi amor,
no pierdan la esperanza, no pierdan la fuerza, ustedes pueden lograrlo. Yo los
aliento y los bendigo, porque todas las cosas de esta tierra –que
desgraciadamente muchos hijos míos ponen en el primer lugar– desaparecerán, y
permanecerán solo el amor y las obras de amor, que les abrirán las puertas del
Reino de los Cielos. Yo los estaré esperando en Esas puertas. En Esas puertas
quiero esperar y abrazar a todos mis hijos. ¡Les doy las gracias!”
Unidos a María
A la
primera comunidad cristiana, cuando los discípulos se vuelven cada vez más
conscientes de que Jesús es el Hijo de Dios, se le hace evidente que María es
la Theotokos, la Madre de Dios. (...)
Desde
el siglo III, según un antiguo testimonio escrito, los cristianos de Egipto se
dirigían a María con esta oración: «Bajo tu protección nos refugiamos, Santa
Madre de Dios, no desprecies nuestras oraciones, mira que estamos en la
dificultad, aléjanos todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita» En este
antiguo testimonio, el término Theotokos, "Madre de Dios", aparece
por primera vez de forma explícita.
A
partir del siglo IV, el término Theotokos se utiliza con frecuencia en Oriente
y Occidente. (...) Por lo tanto, podemos entender el gran movimiento de
protesta que se creó en el siglo V cuando Nestorius puso en duda la legitimidad
del título de "Madre de Dios" (...). El Concilio de Éfeso en el año
431, condenó sus tesis y afirmando la subsistencia de la naturaleza divina y la
naturaleza humana en la persona del Hijo, proclamó a María Madre de Dios.
Jardinero de Dios
-el más
pequeñito de todos-
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