PEQUEÑAS SEMILLITAS
Año 9 - Número 2387 ~ Lunes
23 de Junio de 2014
Desde la ciudad de Córdoba
(Argentina)
Alabado sea
Jesucristo…
Compartir la mesa es el gran símbolo de la convivencia,
de la solidaridad, de la inclusión. Los banquetes son entonces la mejor
metáfora del Reino.
Durante su vida Jesús aprovechó el momento de las comidas para transmitir sus
enseñanzas: su concepción del Reino, el modo de actuar de quienes quieran
seguirle, su imagen del Padre. Todo lo necesario para darnos vida, para que
demos vida, para hacernos partícipes de su vida. Para que seamos alimento y
aliento para los demás. En primer lugar para las personas que no tienen, por la
injusticia e insolidaridad, el alimento ni las condiciones necesarias para una
vida digna y feliz.
El Concilio Vaticano II nos dejó esta enseñanza que a la
vez encierra toda una sentencia: “Alimenta al que se muere de hambre, porque si
no lo alimentas lo matas” (G.S. 69). Con la resonancia de la festividad del
Cuerpo y Sangre de Cristo en nuestros corazones, es un buen momento para
preguntarnos cuánto nos moviliza y qué hacemos frente al hambre de nuestros
hermanos…
¡Buenos días!
Aceptarse a sí mismo
Acéptate a ti
mismo incluso frente a los demás. No tengas miedo, no te dejes paralizar por
tus límites o carencias. Concéntrate, más bien en tus fortalezas. Acepta ser tú mismo ante los otros tal como
eres, con tus luces y sombras. Cada cual sabe dónde le aprieta el zapato. Lee
una graciosa anécdota: dos personas que se enfrentaron, cada una con su
fragilidad.
Lord George Byron (1788-1824), famoso poeta
inglés, era rengo. Su excesiva vanidad sufría horriblemente con ese defecto. La
más pequeña alusión a su renguera lo ponía colérico y mordaz. Cierto día la
duquesa de Devonshire, que era bizca, le preguntó: — ¿Cómo anda? Creyendo el
poeta que esta pregunta encerraba una burla a su defecto físico, le respondió
ásperamente: — ¡Como usted ve!
Recuerda que los
demás te necesitan tal como el Señor ha querido que fueras. No conviene que te
pongas una máscara o representes una comedia. Anímate a ti mismo: “voy a
llevarles algo especial, pues nunca se encontraron ni se encontrarán con
alguien como yo; soy una persona única salida de las manos de Dios”. Dios te
valora, hazlo tú también.
Padre Natalio
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No
juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis
seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá. ¿Cómo es que
miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que
hay en tu ojo? ¿O cómo vas a decir a tu hermano: ‘Deja que te saque la brizna
del ojo’, teniendo la viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu
ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano». (Mt 7,1-5)
Comentario
Hoy, el Evangelio me ha recordado las palabras de la
Mariscala en El caballero de la Rosa, de Hug von Hofmansthal: «En el cómo está
la gran diferencia». De cómo hagamos una cosa cambiará mucho el resultado en
muchos aspectos de nuestra vida, sobre todo, la espiritual.
Jesús dice: «No juzguéis, para que no seáis juzgados» (Mt
7,1). Pero Jesús también había dicho que hemos de corregir al hermano que está
en pecado, y para eso es necesario haber hecho antes algún tipo de juicio. San
Pablo mismo en sus escritos juzga a la comunidad de Corinto y san Pedro condena
a Ananías y a su esposa por falsedad. A raíz de esto, san Juan Crisóstomo
justifica: «Jesús no dice que no hemos de evitar que un pecador deje de pecar,
hemos de corregirlo sí, pero no como un enemigo que busca la venganza, sino
como el médico que aplica un remedio». El juicio, pues, parece que debiera
hacerse sobre todo con ánimo de corregir, nunca con ánimo de venganza.
Pero todavía más interesante es lo que dice san Agustín:
«El Señor nos previene de juzgar rápida e injustamente (...). Pensemos,
primero, si nosotros no hemos tenido algún pecado semejante; pensemos que somos
hombres frágiles, y [juzguemos] siempre con la intención de servir a Dios y no
a nosotros». Si cuando vemos los pecados de los hermanos pensamos en los
nuestros, no nos pasará, como dice el Evangelio, que con una viga en el ojo
queramos sacar la brizna del ojo de nuestro hermano (cf. Mt 7,3).
Si estamos bien formados, veremos las cosas buenas y las malas
de los otros, casi de una manera inconsciente: de ello haremos un juicio. Pero
el hecho de mirar las faltas de los otros desde los puntos de vista citados nos
ayudará en el cómo juzguemos: ayudará a no juzgar por juzgar, o por decir
alguna cosa, o para cubrir nuestras deficiencias o, sencillamente, porque todo
el mundo lo hace. Y, para acabar, sobre todo tengamos en cuenta las palabras de
Jesús: «Con la medida con que midáis se os medirá» (Mt 7,2).
Rev. D. Jordi POU i Sabater (Sant Jordi Desvalls, Girona,
España)
Santoral Católico:
San José Cafasso
Presbítero
En Turín, en el Piamonte, Italia, san José Cafasso,
presbítero, que se dedicó a la formación espiritual y cultural de los futuros
clérigos, y a reconciliar con Dios a los presos encarcelados y a los condenados
a muerte. († 1860)
Información amplia haciendo clic acá.
Fuente: Catholic.net
La frase de hoy
““En los caminos de Dios,
no avanzar y permanecer
siempre en el mismo estado,
es retroceder”
-San Bernardo-
Tema del día:
Sentido cristiano del dolor
El dolor está presente en el mundo animal. Pero solamente
el hombre, cuando sufre, sabe que sufre, y se pregunta entonces por qué. Y
sufre de una manera más profunda cuando no encuentra para ese dolor una
respuesta satisfactoria. Es una pregunta difícil, casi universal, que ha
acompañado al hombre a lo largo de su vida en todas las épocas y lugares, un
enigma que se vincula de modo inmediato al del sentido del mal. ¿Por qué el
mal? ¿Por qué el mal en el mundo?
En la Antigüedad era bastante corriente pensar que el
sufrimiento se abatía sobre el hombre como consecuencia de sus propios malos
actos, como castigo del propio pecado personal. Sin embargo, el mensaje
cristiano afirma que el sufrimiento es una realidad que está vinculada al mal,
y que este no puede separarse de la libertad humana, y, por ella, del pecado
original, del trasfondo pecaminoso de las acciones personales de la historia
del hombre.
En el sufrimiento está como contenida una particular
llamada a la virtud, a perseverar soportando lo que molesta y causa dolor.
Haciendo esto, el hombre hace brotar la esperanza, que le mantiene en la
convicción de que el sufrimiento no prevalecerá sobre él. Y a medida que busque
y encuentre su sentido, hallará una respuesta. A veces se requiere mucho tiempo
hasta que esta respuesta comience a ser interiormente perceptible, pero es
cierto que el sufrimiento, más que cualquier otra cosa, abre el camino a la
transformación de un alma.
En el sufrimiento bien asumido se esconde una particular
fuerza que acerca interiormente al hombre a Dios, que le hace hallar como una
nueva dimensión de su vida. Un descubrimiento que es, por otra parte, como una
confirmación particular de la grandeza espiritual de una persona.
El sufrimiento posee, a la luz de la fe, una elocuencia
que no pueden captar quienes no creen. Es la elocuencia de la alegría que se
deriva de verse libre de la sensación de inutilidad del dolor. La fe cristiana,
además, lleva consigo la certeza interior de que el hombre que sufre completa
lo que falta a los padecimientos de Cristo. Que sus sufrimientos sirven, como
los de Cristo, para la salvación de los demás hombres y, por tanto, no solo son
útiles a los demás, sino que incluso realiza con ello un servicio insustituible
al resto de la humanidad.
—¿Y por qué unos parecen sufrir tanto, y otros tan poco?
¿No podría Dios hacer que cada uno sufriera proporcionalmente a su capacidad de
soportar el dolor?
Pienso que ya lo hace. Cada uno tiene el sufrimiento que
es capaz de soportar. Y, por otra parte, ese dolor tiene mucho que enseñarle.
Lo que sucede es que no todos lo aceptan igual.
El dolor es una escuela en donde se forman en la
misericordia los corazones de los hombres. La familia, y todas las
instituciones educativas, deberían esforzarse seriamente por despertar y
encauzar esa sensibilidad hacia el prójimo, de modo que -como señala Juan Pablo
II- todo hombre se detenga siempre junto al sufrimiento de otro hombre, y se
conmueva ante su desgracia.
La explicación cristiana al problema del mal tiene sus
puntos de difícil comprensión, como sucede siempre con las realidades
complejas, y la del mal ciertamente lo es. Como la ardilla que hace girar su
jaula tanto más rápidamente cuanto más se agita para librarse de ella, el
hombre que entiende así el mundo se pierde en el ciclo de la historia. Solo la
revelación cristiana rompe el círculo, lo hiende de arriba abajo, lo transforma
en una historia con sentido, en la que Dios está presente y conduce a los
hombres a su salvación.
Alfonso Aguiló
Junio, mes del Corazón de
Jesús
Día 23.- Frente a
tanto mal
Cuando San Juan Bautista desde la prisión envió a dos de
sus discípulos a Jesús para pedirle si era verdaderamente el redentor
prometido. Jesús, por toda respuesta se refirió a los frutos: "Id y
referid a Juan que los ciegos ven, los cojos andan, los muertos resucitan, los
pobres son evangelizados". Jesús quiere nuestra salvación. Él vive y obra
por nosotros; por nosotros muere en la cruz.
Siembra mucho, siembra a manos llenas el bien; no se
perderá en la tierra; fructificará siempre para el cielo.
¡Cuántos defectos en las personas que tú conoces, que tú
quieres! ¡Cuántas malas inclinaciones y quizá cuántos escándalos! Tú sabes que
la caridad cristiana obliga a todos a la corrección fraterna.
Fuente: Web Católico de Javier
Un estímulo todos los días
Junio 23
“Dios mío, que derramas vida por todas partes, te doy
gracias por mis seres queridos, que son un regalo de tu amor infinito. Tú los
creaste con inmensa ternura y los confiaste a mi cuidado. Sabes bien, Señor,
que es una misión muy grande y delicada.
Muchas veces dudo, me lleno de temores, y no sé cómo
actuar. Por eso estoy aquí, en tu presencia, para dejarlos en tus brazos. Tú
conoces sus necesidades más profundas. Sabes mejor que nadie cómo están hechos.
Ayúdalos, Dios mío, para que vivan felices, sanos y
fuertes. Rodéalos con tu protección divina, para que nada ni nadie les haga
daño, y enséñales a enfrentar las dificultades de la vida. Entre en ellos,
Jesús, para hacerles experimentar tu amor que los sostiene. Que te conozcan,
Señor, que crezcan en tu amistad, y que encuentren en tu compañía el mayor
apoyo. Amén.”
Mons. Víctor Manuel Fernández
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
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