PEQUEÑAS SEMILLITAS
Año 9 - Número 2381 ~ Martes
17 de Junio de 2014
Desde la ciudad de Córdoba
(Argentina)
Alabado sea
Jesucristo…
La beata Madre Teresa de Calcuta decía muchas veces: En lo que atañe a los bienes materiales,
nosotras dependemos por completo de la providencia de Dios. Jamás nos hemos
visto obligadas a rechazar a alguien por falta de medios. Siempre ha habido una
cama más, un plato más. Porque Dios se ocupa de sus hijos pobres… En Calcuta
damos de comer cada día a 10.000 enfermos. Un día vino la hermana encargada de
la comida y me dijo: “Madre, no tenemos nada para dar de comer a tanta gente”.
Yo me sentí muy sorprendida, porque era la primera vez que ocurría algo así.
Pero, a las nueve de la mañana, llegó un camión abarrotado de pan. Todos los
días el gobierno daba a los niños de las escuelas pobres un trozo de pan y un
vaso de leche. No sé por qué razón, las escuelas de la ciudad, aquel día,
permanecieron cerradas y todo el pan nos lo enviaron. Como ven, Dios había
cerrado las escuelas, porque no podía permitir que nuestra gente se quedase sin
comida. Y fue la primera vez que pudieron comer pan de buena calidad hasta
saciarse por completo.
Amigos: pidamos siempre ayuda a Dios y confiemos
plenamente en su infinita misericordia…
¡Buenos días!
Como las gallinas
Para amar como
Jesús nos enseñó, debemos aprender a vivir ciertas actitudes y sentimientos que
bajan el amor a la realidad cotidiana: dulzura, humildad, paciencia, e
indulgencia. Es indulgente quien es capaz de perdonar las debilidades de los
demás una y otra vez, “setenta veces siete”, como respondió Jesús a su apóstol
Pedro.
San Bernardino (1380-1444) fue un gran
predicador. Una vez exhortó a la paz a un grupo de güelfos y gibelinos que eran
acérrimos rivales políticos. Entre otras cosas les dijo: Imiten el ejemplo que
les dan las gallinas. Ellas se pelean, se picotean con furia, hasta se sacan
los ojos; pero, a los pocos minutos, olvidan todo y vuelven a comer, a beber y
a dormir de nuevo todas juntas en el mismo palo, en el mismo gallinero. Para
reconciliarse no necesitan ningún mediador. No sean ustedes peores que las
gallinas.
Vivir la caridad
cristiana no es fácil. En verdad está por encima de nuestra capacidad humana.
Por eso es indispensable suplicar con humildad y constancia al Señor el don de
la fraternidad para poder elevarnos sobre nuestros retraimientos y egoísmos.
Pero cuando el amor de Dios nos invade, podemos “perdonar, soportar y esperar
sin límites”.
Padre Natalio
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Habéis
oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo’. Pues yo os
digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis
hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y
llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué
recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no
saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso
mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto
vuestro Padre celestial». (Mt 5,43-48)
Comentario
Hoy, Cristo nos invita a amar. Amar sin medida, que es la
medida del Amor verdadero. Dios es Amor, «que hace salir su sol sobre malos y
buenos, y llover sobre justos e injustos» (Mt 5,45). Y el hombre, chispa de
Dios, ha de luchar para asemejarse a Él cada día, «para que seáis hijos de
vuestro Padre celestial» (Mt 5,45). ¿Dónde encontramos el rostro de Cristo? En
los otros, en el prójimo más cercano. Es muy fácil compadecerse de los niños
hambrientos de Etiopía cuando los vemos por la TV, o de los inmigrantes que
llegan cada día a nuestras playas. Pero, ¿y los de casa? ¿y nuestros compañeros
de trabajo? ¿y aquella parienta lejana que está sola y que podríamos ir a
hacerle un rato de compañía? Los otros, ¿cómo los tratamos? ¿cómo los amamos?
¿qué actos de servicio concretos tenemos con ellos cada día?
Es muy fácil amar a quien nos ama. Pero el Señor nos
invita a ir más allá, porque «si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais
a tener?» (Mt 5,46). ¡Amar a nuestros enemigos! Amar aquellas personas que
sabemos —con certeza— que nunca nos devolverán ni el afecto, ni la sonrisa, ni
aquel favor. Sencillamente porque nos ignoran. El cristiano, todo cristiano, no
puede amar de manera “interesada”; no ha de dar un trozo de pan, una limosna al
del semáforo. Se ha de dar él mismo. El Señor, muriéndose en la Cruz, perdona a
quienes le crucifican. Ni un reproche, ni una queja, ni un mal gesto...
Amar sin esperar nada a cambio. A la hora de amar tenemos
que enterrar las calculadoras. La perfección es amar sin medida. La perfección
la tenemos en nuestras manos en medio del mundo, en medio de nuestras
ocupaciones diarias. Haciendo lo que toca en cada momento, no lo que nos viene
de gusto. La Madre de Dios, en las bodas de Caná de Galilea, se da cuenta de
que los invitados no tienen vino. Y se avanza. Y le pide al Señor que haga el
milagro. Pidámosle hoy el milagro de saberlo descubrir en las necesidades de
los otros.
Rev. D. Iñaki BALLBÉ i Turu (Rubí, Barcelona, España)
Santoral Católico:
San Gregorio Barbarigo
Obispo
Información amplia haciendo clic acá.
Fuente: EWTN
Palabras del Papa Francisco
“En su defensa de los más débiles, como los concebidos y
no nacidos o los que padecen injustas desigualdades sociales, y en su
participación ciudadana con todas las personas de buena voluntad, los
cristianos deben mostrar una actitud no de pura polémica, sino de
clarividencia, que procede de la propia coherencia en el compromiso con Dios y
con los demás. Esto no es posible hoy sin una vida espiritual intensa, que nada
tiene que ver con intimismos o espiritualismos”
Papa Francisco
Tema del día:
La lujuria, plaga del
carácter
La lujuria es un excesivo amor por los placeres de la
carne. Es la prostitución del amor, la extensión del amor a sí mismo hasta un
punto donde el ego se proyecta en otra persona y la ama bajo la ilusión que es
el tú amado. El verdadero amor está dirigido hacia una persona, la cual es
vista como irreemplazable y única, pero la lujuria excluye toda consideración
personal en favor de una experiencia de los sentidos.
El yo coloca de forma equivocada rótulos modernos sobre
la lujuria pretendiendo que éste es un pecado necesario para la “salud” o para
una “vida plena” o para “expresar la personalidad”. El fervoroso intento de
otorgarle una garantía científica a esta conducta es, en sí mismo, una
indicación de cuán grande es la renuencia que normalmente siente la gente a
considerar esta ruptura de la ley moral como el pecado que en realidad es. Hoy
en día, los hombres y mujeres están aburridos y descontentos; se vuelven
entonces hacia la lujuria para compensar su aflicción interior, sólo para, al
final encontrarse hundidos en una mayor desesperanza. Como dice San Agustín:
“Dios no obliga al hombre a ser puro; deja solos exclusivamente a quienes
merecen ser olvidados”.
La lujuria es una desviación del centro de la
personalidad del espíritu a la carne, del yo al ego. En algunas instancias, sus
excesos nacen de una conciencia intranquila y del deseo de escapar de su
persona hacia otras. Algunas veces existe el deseo contrario de hacer del yo
algo supremo a través de la subordinación de otras personas a él. Asimismo, los
excesos vacían la fuente de la energía espiritual hasta el grado tal que
finalmente uno se vuelve incapaz de emitir un juicio sereno en ningún otro
campo.
Lujuria no es igual a sexo, porque el sexo es puramente
biológico y una capacidad otorgada por Dios. Tampoco es amor, que encuentra en
el sexo una de sus expresiones legítimas. La lujuria es el aislamiento del
sexo, del verdadero amor. No hay pasión que lleve más rápidamente a la
esclavitud como la lujuria, así como no hay una cuyas perversiones destruyan
más rápidamente el poder del intelecto y de la voluntad. Los excesos afectan a
la razón de cuatro modos: pervirtiendo el entendimiento, de manera que uno se
vuelve intelectualmente ciego e incapaz de ver la verdad; debilitando la
prudencia y el sentido de los valores, por lo que se desemboca en la temeridad;
vigorizando el amor propio y hasta generar la irreflexión; debilitando la
voluntad hasta que el poder de decisión se pierde y uno se vuelve víctima de la
inconstancia de carácter.
Los efectos sobre la voluntad y la razón son desastrosos.
En aquellos que se entregan repetidas veces a los excesos, es posible que haya
un odio a Dios y a la religión y una negación de la inmortalidad. El odio a lo
divino viene porque Dios es visto como un obstáculo para la autogratificación.
Los libertinos niegan a Dios porque su omnipresencia significa que su conducta
ha sido observada por Aquel que la reprobará. Hasta tanto esos individuos
abandonen su animalidad egocéntrica, deben insistir en ser ateos, ya que sólo
un ateo es capaz de imaginar que nadie lo observa.
La negación de la inmortalidad es un efecto secundario de
la lujuria. Puesto que el ególatra vive cada vez en la carne, la idea de un
juicio se le vuelve más y más desagradable. Para aquietar sus temores, adopta
la creencia de que nunca habrá un Juicio. Aceptar la inmortalidad significaría
una responsabilidad que el lujurioso ego del libertino teme enfrentar, ya que,
si lo hiciera, lo forzaría a transformar su vida entera. La mera mención de una
vida futura puede llevar a esta persona a un furioso cinismo; que le recuerden
la posibilidad del juicio aumenta su angustiosa ansiedad. Todo intento de
salvar a una persona así es visto por ella como un ataque a su felicidad.
La lujuria no tiene relación con la lícita expresión del
sexo dentro de un matrimonio legítimo. El amor matrimonial es la formación del
“nosotros”, que es la extinción del ego-centrismo. En el amor matrimonial, el
yo busca el crecimiento completo del Tú, de la personalidad opuesta al yo. No
existe momento más sagrado que aquel en que el ego se rinde a otra
personalidad, de manera tal que la necesidad de poseer desaparece en la alegría
de amar a la otra persona. El amor es la unión de dos pobrezas que dan
surgimiento a una gran riqueza.
El divorcio, la infidelidad, la ausencia planeada de
hijos, los matrimonios no válidos, son otras tantas parodias y herejías contra
el amor, y aquello que es enemigo del amor, es enemigo de la vida y la
felicidad.
Mons.Fulton J. Sheen
“Eleva tu corazón”. Ed.
Lumen Bs.As.-México 2003.
Junio, mes del Corazón de
Jesús
Día 17.- Sembrar
obras de bien
El Corazón de Jesús habló claro y fuerte: Toda la ley
divina se compendia en los mandamientos: el amor a Dios y el amor al prójimo.
Sin estos dos amores es imposible agradar al Señor, es imposible entrar en el
Cielo. Pocos comprenden bien en qué consiste el amor al prójimo. Si crees que
amar al prójimo basta con no odiarlo, no hacerle mal, sólo crees a medias. No,
esto será de buenos hombres, pero no de buenos cristianos. El amor es operativo
y debe manifestarse haciendo aquello que queremos y deseamos se nos haga a
nosotros. La prueba generosa de este amor viene dada por el ejercicio de las
obras de misericordia.
Jesús tiene como hecho a sí mismo todo lo que se hace a
los pobres en su nombre. Y cuando alguna persona está enferma, busca una media
hora para visitarla, para darle una palabra de ánimo, para consolarla en sus
dolores, para animarla a la paciencia, a la santa resignación a la voluntad de
Dios.
Fuente: Web Católico de Javier
Ofrecimiento para sacerdotes
y religiosas
Formulo el siguiente ofrecimiento únicamente para sacerdotes o religiosas que reciben diariamente
"Pequeñas Semillitas" por e-mail:
Si desean recibir el power point y los comentarios del Evangelio del
domingo siguiente con dos o tres días de anticipación, para tener tiempo de
preparar sus meditaciones, homilías o demás trabajos sobre la Palabra de Dios,
pueden pedírmelo a feluzul@gmail.com
Solo deben indicar claramente su nombre, su correo
electrónico, ciudad de residencia y a qué comunidad religiosa pertenecen.
Un estímulo todos los días
Junio 17
“Señor, a veces pretendo un paraíso para ser feliz. Me
lamento porque la vida de cada día está llena de límites, de imprevistos, de
cansancios y preocupaciones. Sin embargo, igualmente me invitas a ser feliz.
Ayúdame a encontrar la felicidad en medio de las dificultades, sabiendo que
estás conmigo.
Recuerdo que tu cruz siempre trae bendiciones, y cuando
te ofrezco mis dificultades allí siempre nace una bendición. Te doy gracias,
Señor, por las cosas buenas que aprendo gracias a las dificultades porque así
me enseñas a convivir, a entregarme y a hacer el bien.
Gracias porque me haces madurar y crecer, y porque estás
conmigo en cada momento. Amén.”
Mons. Víctor Manuel Fernández
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
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