PEQUEÑAS SEMILLITAS
Año 8 - Número 2230 ~ Domingo
22 de Diciembre de 2013
Desde la ciudad de Córdoba
(Argentina)
Alabado sea
Jesucristo…
El evangelista Mateo tiene un interés especial en decir a
sus lectores que Jesús ha de ser llamado también “Emmanuel”. Sabe muy bien que
puede resultar chocante y extraño. ¿A quién se le puede llamar con un nombre
que significa “Dios con nosotros”? Sin embargo, este nombre encierra el núcleo
de la fe cristiana y es el centro de la celebración de la Navidad. Ese misterio
último que nos rodea por todas partes y que los creyentes llamamos “Dios” no es
algo lejano y distante. Está con todos y cada uno de nosotros. ¿Cómo lo puedo
saber? ¿Es posible creer de manera razonable que Dios está conmigo, si yo no
tengo alguna experiencia personal por pequeña que sea?
De ordinario, a los cristianos no se nos ha enseñado a
percibir la presencia del misterio de Dios en nuestro interior. Por eso, muchos
lo imaginan en algún lugar indefinido y abstracto del Universo. Otros lo buscan
adorando a Cristo presente en la eucaristía. Bastantes tratan de escucharlo en
la Biblia. Para otros, el mejor camino es Jesús.
El misterio de Dios tiene, sin duda, sus caminos para
hacerse presente en cada vida… Es normal que, al adentrarnos en nuestro propio
misterio, nos encontremos con nuestros miedos y preocupaciones, nuestras
heridas y tristezas, nuestra mediocridad y nuestro pecado. No hemos de
inquietarnos, sino permanecer en el silencio. La presencia amistosa que está en
el fondo más íntimo de nosotros nos irá apaciguando, liberando y sanando. El
misterio último de la vida es un misterio de bondad, de perdón y salvación, que
está con nosotros: dentro de todos y cada uno de nosotros. Si lo acogemos en
silencio, conoceremos la alegría de la Navidad. P. José Antonio Pagola
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre,
María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se
encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y
no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto.
Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le
apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a
María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz
un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus
pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por
medio del profeta: «Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le
pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: ‘Dios con nosotros’».
Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y
tomó consigo a su mujer.
(Mt 1,18-24)
Comentario
Hoy, la liturgia de la Palabra nos invita a considerar y
admirar la figura de san José, un hombre verdaderamente bueno. De María, la
Madre de Dios, se ha dicho que era bendita entre todas las mujeres (cf. Lc
1,42). De José se ha escrito que era justo (cf. Mt 1,19).
Todos debemos a Dios Padre Creador nuestra identidad
individual como personas hechas a su imagen y semejanza, con libertad real y
radical. Y con la respuesta a esta libertad podemos dar gloria a Dios, como se
merece o, también, hacer de nosotros algo no grato a los ojos de Dios.
No dudemos de que José, con su trabajo, con su compromiso
en su entorno familiar y social se ganó el “Corazón” del Creador,
considerándolo como hombre de confianza en la colaboración en la Redención
humana por medio de su Hijo hecho hombre como nosotros.
Aprendamos, pues, de san José su fidelidad —probada ya
desde el inicio— y su buen cumplimiento durante el resto de su vida, unida
—estrechamente— a Jesús y a María.
Lo hacemos patrón e intercesor para todos los padres,
biológicos o no, que en este mundo han de ayudar a sus hijos a dar una
respuesta semejante a la de él. Lo hacemos patrón de la Iglesia, como entidad
ligada, estrechamente, a su Hijo, y continuamos oyendo las palabras de María
cuando encuentra al Niño Jesús que se había “perdido” en el Templo: «Tu padre y
yo...» (Lc 2,48).
Con María, por tanto, Madre nuestra, encontramos a José
como padre. Santa Teresa de Jesús dejó escrito: «Tomé por abogado y señor al
glorioso san José, y encomendéme mucho a él (...). No me acuerdo hasta ahora
haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer».
Especialmente padre para aquellos que hemos oído la
llamada del Señor a ocupar, por el ministerio sacerdotal, el lugar que nos cede
Jesucristo para sacar adelante su Iglesia. —¡San José glorioso!: protege a
nuestras familias, protege a nuestras comunidades; protege a todos aquellos que
oyen la llamada a la vocación sacerdotal... y que haya muchos.
Rev. D. Pere GRAU i Andreu (Les Planes, Barcelona,
España)
Santoral Católico:
Santa Francisca Javier
Cabrini
Madre de los emigrantes
Información amplia haciendo clic acá.
Fuente: Catholic.net
¡Buenos días!
La alegría de servir
Hoy te ofrezco un
texto de la poetisa chilena Gabriela Mistral, que obtuvo hace años el premio
Nobel de literatura, cuando no era sino una humilde maestra de zona rural. Sus
reflexiones sobre la alegría y el valor de servir a los demás son de una
belleza clásica.
Toda la naturaleza es un anhelo de servicio.
Sirve la nube, sirve el viento, sirve el surco. Donde hay un árbol que plantar,
plántalo tú; donde hay un error que enmendar, enmiéndalo tú; donde hay un
esfuerzo que todos esquivan, acéptalo tú. Sé tú el que aparte la piedra del
camino, el odio entre dos corazones y los obstáculos de un problema. Hay la
alegría de ser sano y la de ser justo; pero hay, sobre todo, la hermosa, la
inmensa alegría de servir. Qué triste sería el mundo si todo en él estuviera
hecho, si no hubiera un rosal que plantar, una empresa que emprender. Que no te
llamen solamente los trabajos fáciles. ¡Es tan bello hacer lo que otros
esquivan! Pero no caigas en el error de que sólo se hace mérito con los grandes
trabajos; hay pequeños servicios que son buenos servicios: adornar una mesa,
ordenar unos libros, peinar una niña. Aquel que critica, es el que destruye, tú
sé el que sirve. El servir no es tarea sólo de seres inferiores. Dios, que da
el fruto y la luz, sirve. Pudiera llamársele así: “El que sirve”. Y tiene sus
ojos fijos en nuestras manos y nos pregunta cada día. ¿Serviste hoy? ¿A quién?
¿Al árbol, a tu amigo, o a tu madre?
Servir no es
tarea de seres de inferior categoría. Al contrario, Dios el creador del universo,
es en realidad el modelo y prototipo del verdadero servidor. El Sumo Pontífice
fue llamado por la tradición católica “Siervo de los siervos de Dios”. Y Jesús
dijo “No he venido para ser servido, sino para servir”. Que esta bellísima
página te motive a orientar tu vida.
Padre Natalio
Tema del día:
María y José
Estamos en el 4º domingo de Adviento, que quiere decir el
domingo inmediato anterior a la Navidad. Y en este domingo todos los años la
Iglesia nos presenta a la Santísima Virgen María, como la que mejor se ha
preparado para vivir santamente los días de Navidad. Ella tuvo un adviento
especial durante nueve meses y nos enseña a esperar de modo que Jesús nazca
también en nuestro corazón.
Pero en este año, el ciclo A, en el que el evangelio será
principalmente según san Mateo, juntamente con María nos presenta a san José,
el hombre bueno. María, después de la Anunciación, había ido a casa de su prima
Isabel y, cuando volvió a los tres meses, se notaba que iba a tener un niño.
Eran los meses en que ya se consideraban esposos, pero no vivían juntos. El
esposo aprovechaba esos meses para preparar la casa donde debía recibir a su
esposa. Algunos durante esos meses ya esperaban a un niño; pero no estaba bien
visto. Los que se consideraban fieles a las leyes, que era lo mismo como ser
fieles a Dios, esperaban hasta convivir.
Hoy se nos exponen las dudas y las angustias de san José
ante esta realidad que María ya no puede ocultar: va a ser madre. Alguno,
cuando oye esto, cree solucionarlo pronto con una buena conversación: ¿Por qué
María no le contó...? No hay que ver las cosas bajo nuestra mentalidad
democrática y modernista. En aquel tiempo los novios no podían hablar mucho a
solas y menos en privado. Era muy difícil que san José, ni nadie, creyera lo
del Espíritu Santo dicho sólo por María. El hecho de que San José dudara de
María no se le puede reprochar demasiado: según la manera de actuar entonces,
no podía conocer a María demasiado, ni su voto de virginidad, ni la mujer
totalmente fiel y piadosa, que luego conocería. El joven José, sin tener
explicaciones, sentiría el natural rechazo de hombre ofendido e inculcado su
derecho de esposo.
En este momento, el evangelio dice de José que “era
justo”. Hoy el evangelio nos propone a san José como modelo de justicia. No se
trata de una justicia que pretende defender sus derechos, al estilo del Antiguo
Testamento. En este caso, como buen judío, debería defender la ley y las
costumbres y debería castigar el adulterio. Era justo que salvase su honor con
un divorcio público para quedar bien ante la opinión pública y hasta con
derecho de ser indemnizado. Pero José era justo a la manera cristiana, que también
se decía de los buenos israelitas: es el hombre piadoso, servidor irreprochable
de Dios, cumplidor de la voluntad divina, bueno y caritativo con el prójimo. Y
porque era bueno, no podía permitir que María fuera entregada a la vergüenza
pública. Prefería que las culpas se las echasen a él, habiendo abandonado a la
“pobre muchacha”. Y esto es lo que piensa hacer, como una ofrenda a Dios y un
acto de respeto a su esposa. En este momento Dios soluciona las cosas y un
ángel (no sabemos cómo) le revela el gran misterio de la Encarnación. El
respiro de José tuvo que ser muy grande y el amor hacia su esposa y el Niño que
llevaba en sus entrañas también muy profundo.
Para san José no sólo fue conocer de parte de Dios un
gran misterio, sino recibir una gran tarea. Desde ese momento él iba a ser
responsable de ese niño. Eso es lo que significaba el “poner el nombre” al
Niño. Le pondría “Jesús” que significa Salvador, pues nos salvaría de los
pecados. Para el evangelio de san Mateo, que iba dirigido a los judíos, tenía
la importancia de exponer que legalmente Jesús era descendiente de David, según
las profecías. Para nosotros san José es el ejemplo de aceptación de la
voluntad de Dios y aceptación del cambio de planes en su vida. Muchas veces
nosotros hacemos con gusto lo que hemos programado nosotros mismos; pero
¡Cuánto nos cuesta seguir los planes de los demás! A veces Dios nos propone sus
planes a través de superiores y de circunstancias que no esperábamos. Pero en
esas circunstancias está Dios con nosotros. En estos días de Navidad Dios se
acerca más a nosotros, como niño, para que nosotros, también como niños,
estemos disponibles para El. P. Silverio Velasco (España)
Palabras del Beato Juan Pablo
II
“Niño de Belén, Profeta de paz, alienta las iniciativas
de diálogo y de reconciliación, apoya los esfuerzos de paz que aunque tímidos,
pero llenos de esperanza, se están haciendo actualmente por un presente y un
futuro más sereno para tantos hermanos y hermanas nuestros en el mundo”
Beato Juan Pablo II
(en su última Navidad)
Nuevo video y artículo
Hay un nuevo video subido a este blog.
Para verlo tienes que ir al final de la página.
Hay nuevo material publicado en el blog
"Juan Pablo
II inolvidable"
Puedes acceder en la dirección:
“Intimidad Divina”
Domingo 4 de
Adviento
La liturgia del último domingo de Adviento se orienta
hacia el nacimiento del Salvador. En primer lugar se presenta la famosa
profecía sobre el Emanuel, pronunciada en un momento particularmente difícil
para el reino de Judá. Al impío rey Acaz que rehusa creer que Dios puede salvar
la situación, responde Isaías con un duro reproche, y como para demostrarle que
Dios puede hacer cosas mucho más
grandes, añade: “El Señor mismo os dará por eso la señal: He aquí que la virgen
grávida da a luz, y le llama Emanuel” (7, 14). Aun en el caso que la profecía
pudiese aludir al nacimiento del heredero del trono, su plena realización se
cumplirá sólo siete siglos más tarde con el nacimiento milagroso de Jesús; sólo
él agotó todo su contenido y alcance. El Evangelio de San Mateo confirma esta
interpretación, cuando concluyendo la narración del nacimiento virginal de
Jesús, dice: “Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que el Señor había
anunciado por el profeta, que dice: He aquí que una virgen concebirá y parirá
un hijo, y se le pondrá por nombre Emanuel, que quiere decir Dios con nosotros”
(1, 22-23)
Al trazar la genealogía de Jesús, Mateo demuestra que es
verdadero hombre, “hijo de dios, hijo de Abrahán” (ib. 1); al narrar su
nacimiento de María Virgen hecha madre, “por obra del Espíritu Santo” (ib. 18),
afirma que es verdadero Dios; y al citar finalmente la profecía de Isaías,
declara que él es el Salvador prometido por los profetas, el Emanuel, el Dios
con nosotros. En este cuadro tan esencial, Mateo levanta el velo sobre una de
las circunstancias más humanas y delicadas del nacimiento de Jesús: la duda
penosa de José y su comportamiento en aceptar la misión que le es confiada por
Dios. Frente a la maternidad misteriosa de María, queda fuertemente perplejo y
piensa despedirla en secreto. Pero cuando el ángel del Señor lo asegura y le
ordena tomarla consigo “pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo”
(ib. 20), José –hombre justo que vive de fe– obedece aceptando con humilde
sencillez la consigna sumamente comprometedora de esposo de la Virgen-madre y
de padre virginal del Hijo de Dios.
En este ambiente la vida del Salvador brota como
protegida por la fe, la obediencia, la humildad y la entrega del carpintero de
Nazaret. Estas son las virtudes con que debemos recibir al Señor que está por
llegar. En la segunda lectura, San Pablo se alinea con los profetas y con San
Mateo al proclamar a Jesús “nacido de la descendencia de David según la carne”
(Rm 1, 3), y con Mateo al declararlo “Hijo de Dios” (ib. 4). El Apóstol que se
define a sí mismo “siervo de Cristo Jesús” (ib. 1), elegido para anunciar el
Evangelio, resume toda la vida y la obra del Salvador en este doble momento y
dimensión: desde su nacimiento en carne humana, hasta su resurrección gloriosa
y a su poder de santificar a los hombres. En efecto, la encarnación, pasión,
muerte y resurrección del Señor constituyen un solo misterio que tiene su
principio en Belén y su vértice en la Pascua. Sin embargo la Navidad ilumina la
Pascua en cuanto nos revela los orígenes y la naturaleza de Aquel que morirá en
la cruz para la salvación del mundo: él es el Hijo de Dios, el Verbo encarnado.
¡Oh glorioso San
José!, fuiste verdaderamente hombre bueno y fiel, con quien se desposó la Madre
del Salvador. Fuiste siervo fiel y prudente, a quien constituyó Dios consuelo
de su Madre, proveedor del sustento de su cuerpo y, a ti solo sobre la tierra,
coadjutor fidelísimo del gran consejo. Verdaderamente descendiste de la casa de
David y fuiste verdaderamente hijo de David… Como a otro David, Dios te halló
según su corazón, para encomendarte con seguridad el secretísimo y sacratísimo
arcano de su corazón; a ti te manifestó los secretos y misterios de su
sabiduría y te dio el conocimiento de aquel misterio que ninguno de los príncipes
de este siglo conoció. A ti, en fin, te concedió ver y oír al que muchos reyes
y profetas queriéndole ver no le vieron y queriéndole oír no le oyeron, y no
sólo verle y oírle, sino tenerle en tus brazos, llevarle de la mano, abrazarle,
besarle, alimentarle y guardarle. (San Bernardo)
P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
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