lunes, 2 de diciembre de 2013

Pequeñas Semillitas 2210

PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 8 - Número 2210 ~ Lunes 2 de Diciembre de 2013
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
Alabado sea Jesucristo…
Todos estamos envueltos en intereses, preocupaciones, expectativas que nos absorben. Muchas son superficiales y tontas, pero otras se relacionan con la familia, el trabajo, los hijos, el porvenir y otros valores muy legítimos que no podemos dejar de lado.
¿Quién no siente el peso de la lucha, el cansancio del camino? Muchos se agobian, pierden las esperanzas…
El Adviento que acabamos de iniciar es, en el Año Litúrgico, el Tiempo de la Esperanza. El Señor viene. El Señor está cerca. Jesús se hace “uno de nosotros”. Ya no luchamos solos. Por eso, el salmo [de la misa de ayer domingo] es un himno de alegría del peregrino que va al encuentro del Señor: Vamos con alegría a la casa del Señor.
Esta alegre esperanza no es mágica: hay que buscarla y conquistarla. Por eso san Pablo exhorta: “Ya es hora de que despierten… revístanse de Jesucristo”. Se busca y se conquista la esperanza acudiendo al encuentro de Cristo que viene a nosotros. ¡Despertemos, llega el Señor! El Domingo

La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
En aquel tiempo, habiendo entrado Jesús en Cafarnaún, se le acercó un centurión y le rogó diciendo: «Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos». Dícele Jesús: «Yo iré a curarle». Replicó el centurión: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: ‘Vete’, y va; y a otro: ‘Ven’, y viene; y a mi siervo: ‘Haz esto’, y lo hace».
Al oír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande. Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos».
(Mt 8,5-11)

Comentario
Hoy, Cafarnaún es nuestra ciudad y nuestro pueblo, donde hay personas enfermas, conocidas unas, anónimas otras, frecuentemente olvidadas a causa del ritmo frenético que caracteriza a la vida actual: cargados de trabajo, vamos corriendo sin parar y sin pensar en aquellos que, por razón de su enfermedad o de otra circunstancia, quedan al margen y no pueden seguir este ritmo. Sin embargo, Jesús nos dirá un día: «Cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). El gran pensador Blaise Pascal recoge esta idea cuando afirma que «Jesucristo, en sus fieles, se encuentra en la agonía de Getsemaní hasta el final de los tiempos».
El centurión de Cafarnaún no se olvida de su criado postrado en el lecho, porque lo ama. A pesar de ser más poderoso y de tener más autoridad que su siervo, el centurión agradece todos sus años de servicio y le tiene un gran aprecio. Por esto, movido por el amor, se dirige a Jesús, y en la presencia del Salvador hace una extraordinaria confesión de fe, recogida por la liturgia Eucarística: «Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa: di una sola palabra y mi criado quedará curado» (cf. Mt 8,8). Esta confesión se fundamenta en la esperanza; brota de la confianza puesta en Jesucristo, y a la vez también de su sentimiento de indignidad personal, que le ayuda a reconocer su propia pobreza.
Sólo nos podemos acercar a Jesucristo con una actitud humilde, como la del centurión. Así podremos vivir la esperanza del Adviento: esperanza de salvación y de vida, de reconciliación y de paz. Solamente puede esperar aquel que reconoce su pobreza y es capaz de darse cuenta de que el sentido de su vida no está en él mismo, sino en Dios, poniéndose en las manos del Señor. Acerquémonos con confianza a Cristo y, a la vez, hagamos nuestra la oración del centurión.
Rev. D. Joaquim MESEGUER García (Sant Quirze del Vallès, Barcelona, España)

Santoral Católico:
Santa Bibiana (o Viviana)
Mártir
 
Información amplia haciendo clic acá.
Fuente: Catholic.net    

¡Buenos días!

En un ómnibus

La regla de oro de las grandes religiones es el amor al prójimo. En el libro de Tobías el anciano ciego, sintiéndose cercano a la muerte, dio preciosos consejos a su hijo. Entre ellos se destaca: “No hagas a nadie lo que no te agrada a ti”. Norma fundamental y obvia, pero tantas veces transgredida por egoísmo o inconsciencia. “Al final de la vida se nos juzgará por el amor”.

Érase una vez un borracho que subió a un ómnibus en el que viajaba mucha gente, y parándose en el pasillo empezó a gritar: —Los de la derecha son unos tarados, los de la izquierda son unos idiotas, los de atrás son unos imbéciles y los de enfrente son unos estúpidos. Cuando escuchó eso el conductor, frenó sorpresivamente, y toda la gente cayó al piso, incluyendo al borracho, y muy enojado el chofer tomó al borracho por el cuello y le preguntó: —¡Ahora sí, dime, ¿Quiénes son unos tarados, unos idiotas, unos imbéciles y unos estúpidos? Y el borracho contestó: —Ya ni sé, ¡están todos revueltos!

La buena convivencia comienza por el respeto. Respetas a una persona cuando la tienes por lo que es: un ser humano con toda su dignidad. Una forma distinguida de respeto es el trato cortés y urbano. Las reglas fundamentales de la cortesía son bien simples: alabar lo bueno de los otros, suprimir los reproches, dar importancia a los demás y prestarles atención.
Padre Natalio

Mes de María
Día veintiséis (2/DIC)
Santificación del Domingo
CONSIDERACIÓN. Dios nos ha ordenado consagrarle un día de cada semana y entregarnos al reposo, en memoria de Aquél que ha querido tomarlo, después de haber cumplido la obra de la Creación. La Escritura Santa nos habla de la severidad con la cual los judíos guardaban el sábado, equivalente a nuestro domingo. La Sagrada Familia fue en esto también un modelo de perfección cumplida.
¡Ay! en nuestra época, esta ley tan sabia, que tiene por objeto no solamente hacernos glorificar a Dios, sino también obligarnos a tomar un reposo necesario al cuerpo después de seis días de trabajo, es a menudo violada, aún entre los cristianos.
Si nos abstenemos de trabajar ¿hacemos del verdaderamente del domingo un día de plegarias? ¿Asistimos siempre a Misa o a los oficios religiosos?
Sin duda, Dios nos permite algunas honestas diversiones, pero a condición de que no se vuelvan las únicas ocupaciones de un día que es el suyo: Nos quejamos durante la semana de no tener tiempo para pensar en las cosas de Dios, salvo para cumplir los actos de la mañana, oraciones de la noche, etc.
Que al menos el domingo sea empleado en una sola ocupación: la ocupación esencial para nosotros: la de nuestra salvación.

EJEMPLO. Diocleciano había prohibido a los cristianos, bajo pena de muerte, asistir los domingos a los oficios divinos. No obstante, San Saturnino, Santa Victoria y muchos otros santos de África, no se dejaron atemorizar con estas amenazas. Cuando se apoderaron de sus personas, los torturaron, los desgarraron, pero en medio de estos suplicios declararon con firmeza que la asistencia a los oficios del domingo era un deber indispensable y que quien lo descuidase, se hacía culpable de un crimen enorme.
En cuanto a nosotros, hagamos lo posible por cumplirlos. Jamás faltemos a las asambleas religiosas. Seamos fieles al precepto divino. ¡Deba nuestra fidelidad costarnos la vida! Estos santos murieron en prisión, de las heridas recibidas, el año 304.

PLEGARIA DE SANTO TOMÁS DE AQUINO. ¡Oh Bienaventurada y dulcísima Virgen María, Madre de Dios, Reina de los Ángeles, he aquí que yo me acojo en el seno de vuestra bondad, recomendándoos este día y todos los días de mi vida, mi cuerpo, mi alma, todas mis acciones, mis pensamientos, mis deseos, toda mi vida y el fin de mis días, a fin de que, por vuestra intercesión, ellos tiendan todos al bien, según la voluntad de Nuestro Señor Jesucristo. Así sea.

RESOLUCIÓN. Santificaré el domingo asistiendo a los oficios y jamás bajo ningún pretexto me entregaré al trabajo.

JACULATORIA. Oh María, vaso insigne de devoción, rogad por nosotros.

La frase de hoy

“María es la esperanza de aquellos
a los que no les queda ninguna”
San Efrén

Tema del día:
Ya estamos en Adviento
Cuatro domingos de Adviento tienen que pasar para que ya, una vez más, estemos en Navidad. Ayer fue el primero y el advenimiento que vamos a celebrar es la conmemoración de la llegada del Hijo de Dios a la Tierra. Es tiempo de preparación puesto que siempre que esperamos recibir a una persona importante, nos preparamos.

La Iglesia nos invita a que introduzcamos en nuestro espíritu y en nuestro cotidiano vivir un nuevo aspecto disciplinario para aumentar el deseo ferviente de la venida del Mesías y que su llegada purifique e ilumine este mundo, caótico y deshumanizado, procurando el recogimiento y que sean más abundantes y profundos los tiempos de oración y el ofrecimiento de sacrificios, aunque sean cosas pequeñas y simples, preparando así los Caminos del Señor.

Caminos que llevamos en nuestro interior y que tenemos que luchar para que no se llenen de tinieblas, de ambición, de lujuria, de envidia, de soberbia y de tantas otras debilidades propias de nuestro corazón humano, sino que sean caminos de luz, senderos que nos conduzcan a la cima de la montaña, a la conquista de nuestro propio yo.

Hace unos días celebrábamos el día de Cristo Rey. Cristo es un Rey que no es de este mundo. El reino que Él nos vino a enseñar pertenece a los pobres, a los pequeños y también a los pecadores arrepentidos, es decir, a los que lo acogen con corazón humilde y los declara bienaventurados porque de "ellos es el Reino de los Cielos".... y a los "pequeños" es a quienes el Padre se ha dignado revelar las cosas ocultas a los sabios y a los ricos.

Es preciso entrar en ese Reino y para eso hay que hacerse discípulo de Cristo. A nosotros no toca ser portadores del mensaje que Jesús vino a traer a la Tierra.

Cristo no vivió su vida para sí mismo, sino para nosotros desde su Encarnación. Por "nosotros los hombres y por nuestra salvación hasta su muerte, por nuestros pecados" (1Co 15,3) y en su Resurrección "para nuestra justificación (Rm4,1) "estando siempre vivo para interceder en nuestro favor" (Hb 7,25). Con todo lo que vivió y sufrió por nosotros, de una vez por todas, permanece presente para siempre "ante el acatamiento de Dios en favor nuestro" (Hb 9,24).

Estamos ya en Adviento. Días y semanas para meditar, menos carreras, menos cansancio del bullicio y ajetreo de compras y compromisos, de banalidades y gastos superfluos.... mejor preparar nuestro corazón y tratar de que los demás lo hagan también para el Gran Día del Nacimiento en la Tierra de Dios que se hace hombre.

Esto es el Adviento. Preparémonos con ilusión y con fe.
Autor: Ma Esther De Ariño / Fuente: Catholic.net

Pedidos de oración
Pedimos oración por la Santa Iglesia Católica; por el Papa Francisco, por el Papa Emérito Benedicto, por los obispos, sacerdotes, diáconos, seminaristas, catequistas y todos los que componemos el cuerpo místico de Cristo; por la unión de los cristianos para que seamos uno, así como Dios Padre y nuestro Señor Jesucristo son Uno junto con el Espíritu Santo; por las misiones, por la Paz en el mundo, por nuestros hermanos sufrientes por diversos motivos especialmente por las enfermedades, el hambre y la pobreza; por los presos políticos y la falta de libertad en muchos países del mundo, por la unión de las familias, la fidelidad de los matrimonios y por más inclinación de los jóvenes hacia este sacramento; por el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas, y por las Benditas Almas del Purgatorio.

Pedimos oración por José Miguel, que vive en Madrid (España) y ha sido despedido de su trabajo para que pueda encontrar otro a la mayor brevedad posible.

Pedimos oración por Roberto Carlos P., de Santiago del Estero, Argentina, enfermo de tumor de recto y próximo a comenzar tratamiento de radioterapia, rogando al Señor, que en su infinita misericordia lo proteja para que pueda recuperar una vida normal. 

Pedimos oración por las siguientes personas de Argentina: Haydée A., 84 años, con un tumor de riñón; Amalia Margarita S., 72 años, con nódulo en pulmón y otras enfermedades; y Lautaro, 37 años, con parálisis en un brazo. Rogamos por todos ellos.

Pedimos oración por Brenda B., de ciudad de México, para que su embarazo llegue a feliz término bajo la protección de Nuestra Señora de Guadalupe.

Pedimos oración por Elsa, de Capital Federal, Argentina, y por su familia.

Pedimos oración por Adriana A., de ciudad de México, que tuvo un paro cardio respiratorio y ahora está en terapia intensiva, pidiendo a Dios que la ayude a salir de esta situación tan difícil.

Tú quisiste, Señor, que tu Hijo unigénito soportara nuestras debilidades,
para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia;
escucha ahora las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos
y concede a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad,
la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos,
y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Amén

“Intimidad Divina”

Llamados a ser santos

Con la caída de Adán, el pecado desbarató el plan divino para la santificación del hombre. Nuestros primeros padres, criados a imagen y semejanza de Dios, colocados en un estado de gracia y de justicia, elevados a la dignidad de hijos de Dios, se hundieron en un abismo de miseria, arrastrando consigo a todo el género humano. Durante largos siglos gime el hombre en su pecado, que ha abierto entre él y Dios una sima infranqueable. Al otro lado yace el hombre, absolutamente incapaz de levantarse. Para llevar a cabo eso que el hombre no puede realizar, o sea, la destrucción del pecado y la restitución de la gracia al linaje humano, dios nos promete un Salvador. La promesa hecha y renovada a través de los siglos, no se limita al pueblo de Israel, sino que interesa a la humanidad entera… Jesús ha venido a salvar a todos los pueblos y a llevarlos a la mesa de su Padre en el reino de los cielos. Dios “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Tm 2, 4), y para que todos se salven ha dado “a su unigénito Hijo, para que todo el que crea en él no perezca sino que tenga la vida eterna” (Jn 3, 16).

Escribiendo a los cristianos de Corinto, San Pablo pone así la dirección de su carta: “A los santificados de Cristo Jesús, llamados a ser santos, con todos los que invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo en todo lugar” (1 Cr 1, 2). Todos los que creen en Cristo, a cualquier pueblo o raza que pertenezcan, son en efecto “llamados a ser santos”, lo que significa sobre todo en el lenguaje del Apóstol pertenecer y estar consagrados a Dios por el bautismo y consiguientemente y en fuerza de esta consagración hacerse santos personalmente. También la santidad, lo mismo que la salvación, es ofrecida a todos los hombres. “Os santificaréis y seréis santos, porque yo soy santo” (Lv 11, 44), había dicho ya Dios al pueblo de Israel; y Jesús puntualizó: “Sed perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial” (Mt 5, 48). Jesús no dirigió estas palabras a un grupo escogido de personas, ni las reservó a sus apóstoles y a sus íntimos, sino que las proclamó ante la multitud que le seguía. Siendo él el Santo por excelencia, vino para santificarnos a todos y ofrecer a todos los hombres no sólo los medios necesarios de salvación, sino también de santificación.

La Iglesia no se cansa de repetir e inculcar estas enseñanzas del Señor: “Nadie crea que… [la santidad] incumbe únicamente a unos pocos hombres escogidos entre muchos, y que los demás pueden limitarse a un grado inferior de virtud… Todos absolutamente… se hallan comprendidos sin excepción alguna en esta ley” (Pío X). De esta manera particular, el Concilio Vaticano II ha proclamado de nuevo este llamamiento personal a la santidad: “Todos en la Iglesia, ya pertenezcan a la jerarquía, ya pertenezcan a la grey, son llamados a la santidad… El Señor Jesús, divino Maestro y modelo de toda perfección, predicó la santidad de vida, de la que él es autor y consumador, a todos y cada uno de sus discípulos, de cualquier condición que fuesen” (LG 39, 40). El hombre no puede encontrar en sí mismo recursos y fuerzas que lo santifiquen: sólo Dios es santo y Dios sólo puede santificarlo. Más aun, Dios mismo quiere ser el santificador de sus criaturas y en Jesús bendito nos ofrece a todos a manos llenas los medios para santificarnos.

“¡Oh Señor mío, cómo se os parece que sois poderoso! No es menester buscar razones para lo que Vos queréis, porque sobre toda razón natural hacéis las cosas tan posibles que dais a entender bien que no es menester más de amaros de veras y dejarlo de veras todo por Vos, para que Vos, Señor mío, lo hagáis todo fácil. Bien viene aquí decir que fingís trabajo en vuestra ley; porque yo no lo veo, Señor, ni sé cómo es estrecho el camino que lleva a Vos. Camino real veo que es, que no senda; camino que quien de verdad se pone en él, va más seguro. Muy lejos están los puertos y rocas para caer, porque lo están de las ocasiones. Senda llamo yo, y ruin senda y angosto camino, el que de una parte está un valle muy hondo adonde caer y de la otra un despeñadero: no se han descuidado, cuando se despeñan y se hacen pedazos… El Señor, por quien es, nos dé a entender cuán mala es la seguridad en tan manifiestos peligros como hay en andar con el hilo de la gente, y cómo está la verdadera seguridad en procurar en ir muy adelante en el camino de Dios. (Santa Teresa de Jesús, Vida)
P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D. 
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-

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