PEQUEÑAS SEMILLITAS
Año 8 - Número 2227 ~ Jueves
19 de Diciembre de 2013
Desde la ciudad de Córdoba
(Argentina)
Alabado sea
Jesucristo…
Un hombre feliz trae consigo la bendición; un hombre
infeliz causa preocupaciones. Un hombre feliz no es peligroso. Sabe que la
felicidad está compuesta de muchas partes y que siempre cualquier parte es
incompleta. Pero no se fija en eso sino que se alegra de lo que tiene. Un
hombre feliz no se enamora de sus propios problemas. Hará algo por sí mismo y
no esperará que todo venga de parte de los demás. No piensa que la felicidad es
algo como el premio de la lotería, sabe que la felicidad es como una sombra que
te persigue cuando no piensas en ella. Es un eco, que responde al don de ti
mismo.
Tal vez busco la felicidad demasiado lejos. Es como las
gafas, no las veo, pero las tengo puestas. ¡Tan cerca! Te saludo con alegría y amor en este día.
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote,
llamado Zacarías, del grupo de Abías, casado con una mujer descendiente de
Aarón, que se llamaba Isabel; los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin
tacha en todos los mandamientos y preceptos del Señor. No tenían hijos, porque
Isabel era estéril, y los dos de avanzada edad.
Sucedió que, mientras oficiaba delante de Dios, en el
turno de su grupo, le tocó en suerte, según el uso del servicio sacerdotal,
entrar en el Santuario del Señor para quemar el incienso. Toda la multitud del
pueblo estaba fuera en oración, a la hora del incienso. Se le apareció el Ángel
del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso. Al verle Zacarías, se
turbó, y el temor se apoderó de él. El ángel le dijo: «No temas, Zacarías,
porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo,
a quien pondrás por nombre Juan; será para ti gozo y alegría, y muchos se
gozarán en su nacimiento, porque será grande ante el Señor; no beberá vino ni
licor; estará lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, y a muchos
de los hijos de Israel, les convertirá al Señor su Dios, e irá delante de Él
con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los
padres a los hijos, y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para
preparar al Señor un pueblo bien dispuesto».
Zacarías dijo al ángel: «¿En qué lo conoceré? Porque yo
soy viejo y mi mujer avanzada en edad». El ángel le respondió: «Yo soy Gabriel,
el que está delante de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte esta
buena nueva. Mira, te vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que
sucedan estas cosas, porque no diste crédito a mis palabras, las cuales se
cumplirán a su tiempo».
El pueblo estaba esperando a Zacarías y se extrañaban de
su demora en el Santuario. Cuando salió, no podía hablarles, y comprendieron
que había tenido una visión en el Santuario; les hablaba por señas, y
permaneció mudo. Y sucedió que cuando se cumplieron los días de su servicio, se
fue a su casa. Días después, concibió su mujer Isabel; y se mantuvo oculta
durante cinco meses diciendo: «Esto es lo que ha hecho por mí el Señor en los
días en que se dignó quitar mi oprobio entre los hombres».
(Lc 1,5-25)
Comentario
Hoy, el ángel Gabriel anuncia al sacerdote Zacarías el
nacimiento “sobrenatural” de Juan el Bautista, que preparará la misión del
Mesías. Dios, en su amorosa providencia, prepara el nacimiento de Jesús con el
nacimiento de Juan, el Bautista. Aunque Isabel sea estéril, no importa. Dios
quiere hacer el milagro por amor a nosotros, sus criaturas.
Pero Zacarías no manifiesta en el momento oportuno la
visión sobrenatural de la fe: «¿En qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi
mujer avanzada en edad» (Lc 1,18). Tiene una mirada excesivamente humana. Le
falta la docilidad confiada en los planes de Dios, que siempre son más grandes que
los nuestros: ¡en este caso, ni más ni menos que la Encarnación del Hijo de
Dios para la salvación del género humano! El ángel encuentra a Zacarías como
“despistado”, lento para las cosas de Dios, como estando en “fuera de juego”.
Cuando ya faltan pocos días para la Navidad, conviene que
el Ángel del Señor nos encuentre preparados, como María. Es necesario tratar de
mantener la presencia de Dios a lo largo del día, intensificar nuestro amor a
Jesucristo en nuestro tiempos de oración, recibir con mucha devoción la Sagrada
Comunión: ¡porque Jesús nace y viene a nosotros! Y que no nos falte la visión
sobrenatural en todos los quehaceres de nuestra vida. Hemos de poner visión
sobrenatural en nuestro trabajo profesional, en nuestros estudios, en nuestros
apostolados, incluso en los contratiempos de la jornada. ¡Nada escapa a la
providencia divina! Con la certeza y la alegría de saber que nosotros
colaboramos con los ángeles y con el Señor en los planes amorosos y salvadores
de Dios.
Rev. D. Ignasi FUSTER i Camp (La Llagosta, Barcelona,
España)
Santoral Católico:
San Urbano
Papa
Información amplia haciendo clic acá.
Fuente: EWTN
¡Buenos días!
Amar es servir
El amor auténtico
se manifiesta en servir, ayudar, proteger. “Obras son amores, y no buenas
razones”, dice el refrán español. Bajar a lo concreto, aterrizar en la realidad
de la vida, es el signo del amor maduro. Evidentemente esto requiere sacrificio,
entrega y olvido de ti mismo.
Amar es decidirse a servir, porque servir es
la exigencia imperiosa de la dinámica del amor; por eso es fácil descubrir sin
temor a engañarnos, si amamos de veras o si somos falsos en nuestras protestas
de amor. Cuando uno se cansa de servir es porque se ha cansado de amar; cuando
uno deja de amar es porque previamente ha dejado de servir. Para aumentar el
amor hay que mantener una actitud de servicio, pero teniendo presente que si
hay que amar a todos, —que es el primer
precepto de la Ley—, también hay que estar en disposición de servir a todos,
sin excepción, porque a todos debemos amar. El amor nunca puede fallar, y si
nos parece que falla, debemos examinar detenidamente y con sinceridad si
primero no hemos fallado en el servicio.
Cuánto puede
ayudar la gracia del buen humor al corazón que se encuentra abatido, la palabra
serena al que está irritado, la dulzura de una voz amable al que yace en el
abismo de la desesperación. Creo que no hay mayor alegría que saber que no
pasamos en vano por la vida de otra persona. La felicidad está más en dar que
en recibir (Hechos 20, 35).
Padre Natalio
Tema del día:
¿Cómo es el Cristo
que tú
esperas en Navidad?
Era tiempo de adviento y soplaban vientos nuevos.
Jerusalén se había corrompido, su olor era nauseabundo, los
olores que despedía el templo eran la grasa gorda, el dinero, las finanzas, el
influyentísimo y el ascenso hasta los primeros puestos para asegurar una buena
posición económica. La esposa del Señor se había prostituido y ya no había que
buscar nada en aquella ciudad que había perdido su frescura y su antiguo
esplendor. Hoy Dios ya no quería nada en aquella ciudad. Vientos nuevos, que
impulsaron a una ruptura total y nuevos derroteros para que Dios pudiera
habitar entre los suyos, entre los hombres. Dios buscaba una nueva esposa. Y
fue elegido para encontrarla el secretario de Relaciones Exteriores del Señor,
el Arcángel San Gabriel, y se escogió una aldea perdida en las montañas de
Galilea, donde habitaban los marginados, los despreciados, los palurdos, casi
casi paganos, aunque pertenecieran al mismo pueblo hebreo.
Y fue escogida la más sencilla de las mansiones y la más
fresca de las niñas de Galilea. Trece o catorce años. Muchachita de campo,
curtida por el sol y las limitaciones de la pobreza y casada con obrero pobre
de su misma comunidad, aunque él fuera descendiente del Rey David. . La
diferencia que se obró en un momento no podía ser más significativa: un ángel
de luz, ataviado para las grandes ocasiones y una muchachita que oraba y se
alegraba por la llegada ya inminente del Dios de los cielos para honrar a los
suyos.
El saludo fue particularmente significativo:
"Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo". Bendita palabra,
la alegría no se separaría nunca más de los hombres, porque Dios se complace en
vivir entre los pobres y los más desarrapados de los hombres. Nunca más la
alegría podría deshacerse entre las manos de los hombres.
Y a continuación vino la embajada. El ángel le anuncia
que si ella quisiera, podría convertirse en la madre del Señor, la madre de
Jesús, quien sería grande y sería llamado Hijo del Altísimo, que tendría el
trono de David su padre y reinaría por todos los siglos.
Es el gran anuncio, y es el Evangelio de la ternura y de
la delicadeza del Creador que propone y no se impone a su criatura. Ante tantas
mujeres que son maltratadas, vejadas, prostituidas, Dios estuvo pendientísimo
de la respuesta de aquella mujer que no cabe en sí de asombro ante tal
cometido: proporcionarle un cuerpo humano al Hijo de Dios, y proporcionarle al
Dios altísimo la oportunidad de acercarse para siempre a los hombres y
salvarlos pero desde dentro de su condición de humanos.
María pregunta, inquiere, se informa de las condiciones
pero no para poner ninguna condición más sino para poder dar una respuesta
plenamente satisfactoria al Dios que la llamaba. El ángel responde
adecuadamente: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del
Altísimo te cubrirá con su sombra", y el hijo de sus entrañas sería santo,
consagrado y sería para siempre hijo del Altísimo.
María no necesita más explicaciones, si Dios se las ha
dado, ha sido por su generosidad, su ternura, y el deseo ardentísimo de que
María aceptara el altísimo cometido. Y la respuesta fue clara, tajante,
luminosa, al grado que ha servido desde entonces y por siglos y siglos, de
inspiración para pintores, escultores y artistas que quisieran dejar plasmado
ese momento clave en la vida de los hombres, en que María, en nombre de la
humanidad quiso convertirse en la nueva esposa del Señor, aceptando el don de
la Maternidad que terminó para siempre el largo Adviento, para hacer presente
entre los hombres al primero de todos ellos, el más bello, el más comprometido,
el más solidario con todos los hombres, aquél que tuvo como gran honor
permanecer cercano a los que nada esperan para ser él el que pueda colmar los
deseos de paz, de progreso, de solidaridad y de salvación para todos los hombres.
¿Es ese el Cristo que tú estás esperando en esta Navidad?
Autor: P.
Alberto Ramírez Mozqueda / Fuente: Catholic.net / Imagen: Google
Palabras del Papa Francisco
"Sin Jesús no puede haber Iglesia, es la base, el
fundamento. Los apóstoles vivieron con Jesús, escucharon sus palabras,
compartieron su vida y sobre todo, fueron testigos de su muerte y resurrección.
Nuestra fe, la Iglesia que Cristo quiso, no está fundada en una idea, en una filosofía,
sino en Cristo mismo. Y la Iglesia es como una planta que ha crecido a lo largo
de los siglos... y ha dado frutos, pero sus raíces están firmemente plantadas
en Él y la experiencia fundamental de Cristo que han tenido los Apóstoles,
elegidos y enviados por Jesús, llega hasta nosotros"
Papa Francisco
Pedidos de oración
Pedimos oración por la Santa Iglesia Católica; por el Papa Francisco, por el Papa
Emérito Benedicto, por los obispos, sacerdotes, diáconos, seminaristas,
catequistas y todos los que componemos el cuerpo místico de Cristo; por la
unión de los cristianos para que seamos uno, así como Dios Padre y nuestro
Señor Jesucristo son Uno junto con el Espíritu Santo; por las misiones, por la
Paz en el mundo, por nuestros hermanos sufrientes por diversos motivos
especialmente por las enfermedades, el hambre y la pobreza; por los presos
políticos y la falta de libertad en muchos países del mundo, por la unión de
las familias, la fidelidad de los matrimonios y por más inclinación de los
jóvenes hacia este sacramento; por el aumento de las vocaciones sacerdotales y
religiosas, y por las Benditas Almas del Purgatorio.
Pedimos oración por Daniel,
de Buenos Aires, Argentina, que está teniendo un comportamiento extraño que
afecta a la familia. Que el espíritu del Adviento lo alumbre para que modifique
sus conductas y vuelva la armonía al seno de ese hogar.
Pedimos oración por la salud física y espiritual de Carolina y José, del sur de la
provincia de Córdoba, Argentina ,y pidiendo a la Virgen que interceda ante Dios
nuestro Señor para que Carolina pueda encontrar pronto un trabajo.
Tú quisiste, Señor, que tu Hijo unigénito soportara
nuestras debilidades,
para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la
paciencia;
escucha ahora las plegarias que te dirigimos por
nuestros hermanos enfermos
y concede a cuantos se hallan sometidos al dolor, la
aflicción o la enfermedad,
la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu
hijo ha llamado dichosos,
y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la
redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Amén
“Intimidad Divina”
Buscar a Dios en
amor
“Aunque se retiren los montes y también los collados, no
se apartará de ti mi amor, ni mi alianza de paz vacilará, dice el que se apiada
de ti, Yahvé” (Is 54, 10). De esta manera revelaba el Señor a Israel la eterna
fidelidad de su amor. Por encima de la omnipotencia de Dios, de su grandeza y
justicia infinitas prevalece su amor o, mejor dicho, todo en Dios es amor. Por
amor Dios crea, atrae hacia sí, castiga el pecado, promete al Redentor y
mantiene para siempre su afecto y sus promesas. “Dios es amor” (1 Jn 4, 16) y
quiere que el hombre le pague con amor. Si el grande acto de la fe es creer en
el amor de Dios, el grande acto del amor es comprometer la vida entera en pagar
el amor de Dios. La criatura que cree con todas sus fuerzas que Dios es
verdaderamente Dios, que es el ser supremo, a quien todos pertenecemos y que
merece todo nuestro amor, “merecerá que el amor la descubra lo que en sí
encierra la fe” (Cántico 1, 11). El mismo Jesús dijo: “El que me ama… yo le
amaré y me manifestaré en él” (Jn 14, 21).
El amor teologal, don divino que hace al hombre capaz de
amar a Dios, es pura benevolencia; su pureza es la condición de su intensidad:
es decir, que este amor debe consistir en el solo deseo de agradar a Dios y de
hacer su voluntad, sin buscar satisfacciones personales. El amor con que
tenemos que ir a Dios, no consiste en el sentimiento, sino que es un acto de la
voluntad. Amar a Dios es “querer bien a Dios”. Y el bien que podemos desear a
Dios, el mismo Jesús nos lo dijo cuando nos enseñó a orar: “Santificado sea tu
nombre; hágase tu voluntad”. Siendo Dios el Bien infinito del que todo depende,
el bien que él desea no es otro que su gloria y el cumplimiento de su voluntad.
Según esto amamos a Dios en la medida en que nos
entregamos al cumplimiento de su voluntad, sin preocuparnos de otra cosa ni
buscarnos a nosotros mismos. El alma que en todo momento y en todas sus acciones
no busca más que cumplir la voluntad de Dios, ama realmente a Dios y vive unida
verdaderamente con él, aunque no sienta ninguna suavidad. Pero, como es verdad
que, “si el alma busca a Dios, mucho más la busca su Amado a ella” (S. Juan de
la Cruz, Llama, 3, 28), algunas veces Dios la atraerá a sí, dándole a gustar la
suavidad de su amor y el gozo de ser toda suya. Pero ni aun entonces puede
detenerse en dichas consolaciones para satisfacerse a sí misma, sino que
aceptándolas humildemente, las aprovechará para darse a Dios con mayor decisión
y generosidad.
¡Oh sumo y eterno
Bien! ¿Quién te ha movido a ti, Dios infinito, a iluminarme a mí, criatura
tuya, finita, con la luz de la verdad? Tú mismo, fuego de amor, eres la causa,
porque es siempre el amor el que te obliga a crearnos a imagen y semejanza
tuya, a tener misericordia de nosotros, dando gracias infinitas y desmesuradas
a tus criaturas racionales. ¡Oh Bondad sobre toda bondad! Tú solo eres el que
eres, sumamente bueno, y tú fuiste el que nos dio el Verbo de tu unigénito Hijo
para tratar con nosotros, que somos corrupción y tinieblas. ¿Cuál fue la causa
de esto? El amor. Porque nos amaste antes que fuésemos, ¡oh Bondad, oh eterna
grandeza! Te rebajaste y te hiciste pequeño para hacer grande al hombre. A
cualquier parte donde me vuelvo, no encuentro más que abismo y fuego de tu
caridad. (Santa Catalina de Sena, Diálogo)
P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
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