viernes, 13 de diciembre de 2013

Pequeñas Semillitas 2221

PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 8 - Número 2221 ~ Viernes 13 de Diciembre de 2013
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina) 
Alabado sea Jesucristo…
Si quieres conseguir más, entonces intenta más. Oblígate a hacer más de lo que ya sabes que eres capaz de hacer. Deja de lado la rutina de hacer siempre lo mismo para terminar alcanzando siempre los mismos resultados. Dedica algo de tiempo extra, ponle algo más de energía, pensamiento y creatividad a tus acciones. Acepta desafíos que te hagan sentir un poquito incómodo. Expande tus capacidades y obsérvalas crecer. Decide llegar más alto y descubrirás muchas maneras de elevarte más. Aumenta tus expectativas y mejorarás tu desempeño. Sigue aprendiendo, sigue creciendo y sigue aventurándote más allá de lo que ya sabes. Hazte el favor de regalarte a ti mismo metas cada vez más ambiciosas. Disfruta y agradece, valora cuán lejos has llegado. Luego retrocede un par de pasos, toma impulso y haz que sea mejor aún.

La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
En aquel tiempo dijo Jesús a la gente: «¿Pero, con quién compararé a esta generación? Se parece a los chiquillos que, sentados en las plazas, se gritan unos a otros diciendo: ‘Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonado endechas, y no os habéis lamentado’. Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: ‘Demonio tiene’. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: ‘Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores’. Y la Sabiduría se ha acreditado por sus obras». (Mt 11,13-19)

Comentario
Hoy debiéramos removernos ante el suspiro del Señor: «Con quién compararé a esta generación?» (Mt 11,16). A Jesús le aturde nuestro corazón, demasiadas veces inconformista y desagradecido. Nunca estamos contentos; siempre nos quejamos. Incluso nos atrevemos a acusarle y a echarle la culpa de lo que nos incomoda.
Pero «la Sabiduría se ha acreditado por sus obras» (Mt 11,19): basta contemplar el misterio de la Navidad. ¿Y nosotros?; ¿cómo es nuestra fe? ¿No será que con esas quejas tratamos de encubrir la ausencia de nuestra respuesta? ¡Buena pregunta para el tiempo de Adviento!
Dios viene al encuentro del hombre, pero el hombre —particularmente el hombre contemporáneo— se esconde de Él. Algunos le tienen miedo, como Herodes. A otros, incluso, les molesta su simple presencia: «Fuera, fuera, crucifícalo» (Jn 19,15). Jesús «es el Dios-que-viene» (Benedicto XVI) y nosotros parecemos "el hombre-que-se-va": «Vino a los suyos y los suyos no le recibieron» (Jn 1,11).
¿Por qué huimos? Por nuestra falta de humildad. San Juan Bautista nos recomendaba "menguarnos". Y la Iglesia nos lo recuerda cada vez que llega el Adviento. Por tanto, hagámonos pequeños para poder entender y acoger al "Pequeño Dios". Él se nos presenta en la humildad de los pañales: ¡nunca antes se había predicado un "Dios-con-pañales"! Ridícula imagen damos a la vista de Dios cuando los hombres pretendemos encubrirnos con excusas y falsas justificaciones. Ya en los albores de la humanidad Adán lanzó las culpas a Eva; Eva a la serpiente y…, habiendo transcurrido los siglos, seguimos igual.
Pero llega Jesús-Dios: en el frío y la pobreza extrema de Belén no vociferó ni nos reprochó nada. ¡Todo lo contrario!: ya empieza a cargar sobre sus pequeñas espaldas todas nuestras culpas. Entonces, ¿le vamos a tener miedo?; ¿de verdad van a valer nuestras excusas ante ese "Pequeño-Dios"? «La señal de Dios es el Niño: aprendamos a vivir con Él y a practicar también con Él la humildad» (Benedicto XVI). Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

Santoral Católico:
Santa Lucía
Virgen y Mártir
Información amplia haciendo clic acá.
Fuente: Catholic.net    

¡Buenos días!

Antes de aterrizar

Más o menos con frecuencia surgen en tu vida los imprevistos. Situaciones inesperadas, que te exigen una reacción rápida. Necesitas sangre fría y aplomo. Aquí juega mucho la experiencia: haber vivido o bien escuchado o leído casos semejantes, y tener un esquema de buenos reflejos. Por eso se ensaya cómo evacuar un edificio en caso de incendio o movimiento sísmico.

En un avión de pasajeros ocurrió un desperfecto. El capitán anunció a los pasajeros:
—Señoras y señores, les informo que uno de nuestros motores se detuvo, tendremos que permanecer 15 minutos más volando para aterrizar.
A los 15 minutos el piloto volvió a anunciar:
—Señoras y señores, hemos perdido otro de nuestros motores, tendremos que permanecer 15 minutos más en el aire para pedir ayuda.
La tercera vez el piloto informó:
—Hemos perdido el tercer motor.
Entonces un pasajero muy preocupado exclamó:
—¡Dios mío, si la cosa sigue como va, permaneceremos aquí todo el día!

En la vida moral también pueden ocurrirte situaciones de peligro que se llaman “tentaciones”. Jesús nos aclara que para vencerlas necesitamos estar atentos y orar pidiendo fortaleza para no caer en las seducciones del mal. Está claro también que no debes buscarte las ocasiones de fallar porque “el que busca el peligro en él perecerá”. Que Dios te proteja y bendiga.
Padre Natalio

Tema del día:
El sentido cristiano del dolor

Comprender el sentido del dolor y del sufrimiento humano es uno de los desafíos más complejos de la fe cristiana. En efecto, cabe preguntarse: Si Dios es amor y omnipotencia, ¿por qué permite el dolor en el mundo?, ¿por qué no elimina el sufrimiento, haciendo que todas sus criaturas sean felices? Con razón ha dicho André Frossard que el origen del dolor y del mal "son la piedra en la que tropiezan todas las sabidurías y todas las religiones". Así el cristiano -como cualquier otro hombre-, al experimentar el dolor desgarrador, se pregunta, al menos en el primer momento: "Por qué, Señor, por qué" y, en su amargura, experimenta la radical soledad y se formula la espantosa interrogante de Cristo en la cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?".

Desde otra perspectiva, también muchas personas religiosas se cuestionan: si Dios es justo, ¿por qué tantos hombres virtuosos viven en la pobreza o la desgracia y tantos pecadores, en cambio, en la dicha y en la prosperidad? Desde luego, estas preguntas -que son racionalmente válidas- implican un concepto de Dios demasiado antropomórfico. Así, parecería que todos podríamos hacerlo mejor que Dios. No existirían las guerras ni los crímenes, o el hambre, la pobreza y la enfermedad… La teología cristiana nos enseña que Dios no desea el sufrimiento del hombre y que sólo lo permite porque es necesario para su crecimiento ético y espiritual y poder regresar así al goce paradisíaco original. Al respecto, Juan Pablo II nos recuerda en su encíclica Evangelium Vitae, que el hombre "está llamado a la plenitud de la vida, que va más allá de su existencia terrenal, ya que consiste en la participación de la vida misma de Dios". La experiencia del hombre en el mundo, entonces, no es su "realidad última" sino sólo la "condición penúltima" de su destino sobrenatural.

Siempre en el marco de la religión judeo-cristiana, el simbolismo del génesis nos muestra que fue sólo la rebeldía del hombre la causa tanto del dolor como de la muerte. En efecto, es el Pecado Original el que introdujo la vulnerabilidad en la existencia humana y -desde entonces- tanto el dolor como el sufrimiento se han hecho connaturales a la conciencia del hombre y se han mantenido a través de la historia, constituyendo algo así como la cara siniestra de la herencia adámica.

Pero ¿cuál fue el pecado original? Es en definitiva un misterio que desborda la comprensión intelectual, porque su enigma es interno y constituye la esencia misma del misterio. El relato bíblico nos dice que el hombre -tal vez más por curiosidad que por soberbia-, al comer el fruto del árbol prohibido, usurpó el conocimiento del bien y del mal que sólo le pertenecía a Dios. Fue este acto de rebeldía el que lo separó, al menos parcialmente, de su esencia divina, sometiéndolo ahora -después de su felicidad paradisíaca- al dolor, al sufrimiento y a la muerte, propios del orden natural del universo. Más allá del relato bíblico, el curso de la historia nos demuestra trágicamente cómo el hombre era y es incapaz, por sí solo, de discernir el bien y el mal. De ahí el absurdo de reprochar a Dios por nuestros errores y nuestros crímenes, que El sólo permite por respetar nuestra libertad y -tal vez- para el cumplimiento pleno de su designio providencial. El único responsable, entonces, de la mayoría de los dolores y sufrimientos, es el hombre mismo, que creyó, y aún con frecuencia cree, poder dirigir -autónomamente su vida y su propio destino.

No obstante, Dios -en su infinita misericordia- le dio a la desobediencia de Adán un valor y un sentido positivos, otorgándole al mal y al sufrimiento un carácter purificador que culminará -en la historia- con la pasión redentora de Jesús que, sin conocer el pecado, con su martirio inocente asumió para siempre todos los dolores y sufrimientos de la humanidad. En efecto, el martirio de Jesús no fue producto de un azar, sino que estaba previsto en el designio divino para la salvación del hombre y es por eso que ya fue anunciado por los profetas del Antiguo Testamento como una promesa divina de redención universal.

Por otra parte, el que Dios haya permitido, y permita, la actividad diabólica -intrínsecamente unida al dolor y al sufrimiento del hombre-, es otro misterio; pero -como nos enseña el Catecismo de la Iglesia católica- sabemos que más allá del dolor y del pecado, en todos los casos, interviene Dios para transformarlos en un bien de los que ama. Así el Padre, por su amor al hombre, si bien no suprimió el dolor, le dio un sentido moral, tanto para el crecimiento y la madurez espiritual de cada individuo, como para la actualización -en la especie humana- del supremo sentimiento de la compasión. De este modo, Dios transformó nuestra propia imperfección del amor que, paradojalmente, no habría podido existir en un mundo armonioso y perfecto.

Definitivamente, la vida humana está destinada a un fin que trasciende al pecado, y Dios permite el mal para sacar de él un bien mayor. Como dice San Pablo: "Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rm 5, 20). Es por lo mismo que el Pecado Original no es un mal definitivo, sino susceptible de restauración, precisamente a través -como hemos dicho- de la misión redentora de Cristo y su calvario. En cierto modo, puede equipararse el pecado original a la mítica caja de Pandora, que según los griegos- fue abierta por la curiosidad de "la primera mujer" desatando todos los males y sufrimientos sobre la tierra. Pero en el fondo del ambiguo cofre, según la leyenda helénica, quedó algo:... la esperanza. Del mismo modo se puede decir que después de la caída del hombre, persiste la posibilidad de redención y es por eso que la fe y la esperanza permiten al género humano sobrevivir con entusiasmo y aun con alegría, en un mundo hostil y en una vida efímera, precaria e incierta.

En la antigüedad se pensó que el dolor del hombre era un castigo por sus pecados. Pero -para el cristianismo- las congojas y desgracias no son el castigo de una culpa, sino una oportunidad de purificación. Parecería que Dios, en la "economía" de su misericordia, jamás condena y sólo nos hace vivir lo que nuestra alma necesita para su crecimiento interior. Ya lo señaló Juan Pablo II, al referirse a los "dolores inocentes", como lo demuestra la tribulación de los santos, las pruebas de Job, o el sufrimiento de María ante el martirio de su hijo y el propio dolor y la angustia de Jesús en el Getsemaní y en el Gólgota.

En realidad, no podemos equiparar nuestro concepto del bien y del mal con el de la sabiduría divina. Así, lo que nos parece favorable, puede no serlo a los ojos de Dios. Lo que estimamos infausto, puede ser útil y conveniente para el designio divino de nuestra personal existencia. Aquí nos enfrentamos a un hecho esencial y éste es que la existencia de Dios trastoca -en su raíz- el sentido de la vida humana. Si Dios no existiera -al margen de que todo se transformaría en un absurdo- lo único importante sería ser feliz y no tener congojas, enfermedades o desdichas. Pero si Dios existe, la vida se transforma de inmediato en experiencia y ahora lo que importa es que cada alma encarnada viva lo que ha venido a vivir y asuma con valor el superior designio de su propia existencia.

Cuando el cristianismo dice que Dios ama infinitamente al hombre, señala C.S. Lewis, no se refiere a una "benevolencia senil y soñolienta", sino a que lo ama a través de las condiciones concretas y necesarias de su existencia humana. En efecto, si este mundo tiene un sentido de "perfección de almas", sin duda que el dolor y el sufrimiento deben tener un significado importante para el hombre; algo así como un motivo de perfeccionamiento que, de algún modo, enriquece tanto la evolución individual como la experiencia general del hombre a través del curso de la historia.

La vida, en el fondo, es un permanente desafío hacia el auto crecimiento y, vista de este modo, sin la existencia de la desdicha o del dolor, se desvanecería la experiencia terrenal del hombre como un acontecer carente de sentido. Así, un mundo sin pecado ni sufrimiento sería un mundo estático, donde la existencia del hombre se convertiría en un hecho inútil y en una vida estéril. Ya lo decía Heráclito: el bien y el mal tienen un lugar necesario en la experiencia vital y aun en el universo, ya que si no hubiera un constante juego entre los contrastes, el mundo dejaría de existir.
Sergio Peña y Lillo

La frase de hoy

“No hay jóvenes malos,
hay jóvenes que no saben
que pueden ser buenos,
y alguien tiene que decírselos” 
San Juan Bosco

Pedidos de oración
Pedimos oración por la Santa Iglesia Católica; por el Papa Francisco, por el Papa Emérito Benedicto, por los obispos, sacerdotes, diáconos, seminaristas, catequistas y todos los que componemos el cuerpo místico de Cristo; por la unión de los cristianos para que seamos uno, así como Dios Padre y nuestro Señor Jesucristo son Uno junto con el Espíritu Santo; por las misiones, por la Paz en el mundo, por nuestros hermanos sufrientes por diversos motivos especialmente por las enfermedades, el hambre y la pobreza; por los presos políticos y la falta de libertad en muchos países del mundo, por la unión de las familias, la fidelidad de los matrimonios y por más inclinación de los jóvenes hacia este sacramento; por el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas, y por las Benditas Almas del Purgatorio.

Pedimos oración por nuestra querida amiga Gladys M., de Venezuela, 87 años de edad, que está padeciendo fuertes dolores en la columna (ya ha sido operada con anterioridad) que no calman con nada y hoy le harán un bloqueo analgésico directo en el sitio del dolor. Gladys está muy decaída por tanto sufrimiento y pide a Jesús que le dé fuerzas, pues siente que las suyas se terminan. Recemos mucho por ella implorando la misericordia de Dios.

Pedimos oración por Adriana A. de G., de México DF, que volvió a repetirle el paro hace unos días. Ya la desentubaron y están esperando a ver cómo reacciona para ver si ya sale de terapia intensiva. Que la Virgen de Guadalupe la proteja y Jesús le conceda la gracia de sanarse.

Tú quisiste, Señor, que tu Hijo unigénito soportara nuestras debilidades,
para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia;
escucha ahora las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos
y concede a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad,
la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos,
y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Amén

“Intimidad Divina”

Vida con Dios

Jesús comparó los hombres a unos niños caprichosos, a los que nada va bien y nada les contenta. “Vino Juan, que no comía ni bebía, y dicen: Está poseído del demonio. Vino el Hijo del hombre, comiendo y bebiendo, y dicen: Es un comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y pecadores” (Mt 11, 18.19). La historia se repite, y también los hombres de hoy encuentran más fácil criticar el Evangelio y la Iglesia que seguir a Cristo Salvador, luz y verdad infinita. Ni siquiera los mismos creyentes dan siempre testimonio de una completa adhesión a Cristo; muchas veces su existencia fluctúa entre los caprichos de un querer o no querer y entre la incoherencia entre la fe y las obras. Sólo una adhesión plena que abrace y empeñe toda la vida permite al hombre actuar una relación vital y amistosa con Dios. “Si alguno me ama, guardará mi palabra… y vendremos a él y en él haremos morada” (Jn 14, 23). Para vivir con Dios presente en nuestro corazón, no es necesario ni se puede permanecer siempre en soledad y en oración. Hay ocupaciones y contactos con las criaturas que son exigidos por las obligaciones del propio estado: son manifestaciones de la voluntad de Dios y, por lo tanto, no es posible para buscar a Dios sustraerse a ellas.

Todo el mal del hombre y todas sus desviaciones dependen de no seguir con generosidad las enseñanzas de Dios, sus indicaciones y sus preceptos. Y, al contrario, todo su bien procede de la adhesión perfecta a cualquier indicación de la voluntad divina. “Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando” (Jn 15, 14). El bien supremo de la amistad con Dios y de la vida de unión con él es, en efecto, fruto de una generosa disponibilidad a los divinos quereres; disponibilidad que de los momentos de intimidad en la oración debe extenderse a todos los aspectos de la vida. En esta vida la búsqueda de Dios y la unión con él se realizan mucho más por medio de la voluntad que por medio del entendimiento. Aun en los mismos casos que el deber –llámese estudio, trabajo, enseñanza, negocios– exige una intensa aplicación de la mente y una notable entrega de sí mismo a las obras externas, puede permanecer el alma orientada hacia Dios con el afecto del corazón, o sea, con el “deseo de la caridad” que incesantemente la impulsa a buscar a Dios, su voluntad y su gloria.

Si nos mueve la caridad de Cristo, nada podrá separarnos de Cristo. Entonces todas nuestras acciones, negocios y trabajos, en vez de apartarnos de Dios, se convertirán en medio para unirnos con él. El Concilio Vaticano II afirma: "Todas las obras, preces y proyectos apostólicos, la vida conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso del alma y de cuerpo, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de la vida, si se sufren pacientemente, se convierten en hostias espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo” (LG 34). “Hostias espirituales, aceptables a Dios” que consolidan cada vez más la amistad del hombre con Dios. Pero para que sean tales deben ser “realizadas por el Espíritu Santo que guía al alma en una sola dirección: el cumplimiento perfecto de la voluntad de Dios. Para ello es necesario, además del desasimiento, fomentar el recogimiento interior de manera que, aun en medio de las ocupaciones y de los negocios, se pueda acoger la voz del Espíritu, o sea sus inspiraciones y llamadas, para seguirlas con generosidad.

¡Oh Jesús!, hacer la voluntad de tu Padre y obrar sólo por él fue tu comida y tu vida… Sea también nuestro alimento y nuestra vida el obrar continuamente por agradarte; que vivamos siempre con el pensamiento de tu voluntad y de tu gloria… Tener continuamente delante de los ojos tu voluntad y tu gloria. He aquí nuestra vida, nuestro pan cotidiano, nuestro alimento de cada instante, siguiendo tu ejemplo, ¡oh mi Señor y mi Dios! (Carlos de Foucauld)
P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D. 
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-

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