martes, 3 de diciembre de 2013

Pequeñas Semillitas 2211

PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 8 - Número 2211 ~ Martes 3 de Diciembre de 2013
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
Alabado sea Jesucristo…
“Salgan al encuentro del Señor que viene” Así que el Adviento es un tiempo de despertar si nos habíamos dormido, de avivar la fe.
Es muy importante sin embargo recordar que éste no es un tiempo de amenazas. Decimos: “¡Viene el Señor!” Y algunos parece que lo dicen con espanto, como si viniera el desastre, como si hubiera que esconderse. Es al revés. ¡Viene el Señor, qué alegría!
Dios está con nosotros, Dios es el Libertador. ¿Ha tenido usted alguna vez la experiencia de ver amanecer? Es de noche y está oscuro, pero se adivina ya cierto resplandor más claro...
Viene la luz, viene el sol, y nos sentimos bien, nos sentimos llenos de esperanza.Éste es el mensaje de Adviento: “Alégrate, porque llega tu Luz”.
José Enrique Galarreta

La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
En aquel momento, Jesús se llenó de gozo en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron».
(Lc 10,21-24)

Comentario
Hoy leemos un extracto del capítulo 10 del Evangelio según san Lucas. El Señor ha enviado a setenta y dos discípulos a los lugares adonde Él mismo ha de ir. Y regresan exultantes. Oyéndoles contar sus hechos y gestas, «Jesús se llenó del gozo del Espíritu Santo y dijo: ‘Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra’» (Lc 10,21).
La gratitud es una de las facetas de la humildad. El arrogante considera que no debe nada a nadie. Pero para estar agradecido, primero, hay que ser capaz de descubrir nuestra pequeñez. “Gracias” es una de las primeras palabras que enseñamos a los niños. «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños» (Lc 10,21).
Benedicto XVI, al hablar de la actitud de adoración, afirma que ella presupone un «reconocimiento de la presencia de Dios, Creador y Señor del universo. Es un reconocimiento lleno de gratitud, que brota desde lo más hondo del corazón y abarca todo el ser, porque el hombre sólo puede realizarse plenamente a sí mismo adorando y amando a Dios por encima de todas las cosas».
Un alma sensible experimenta la necesidad de manifestar su reconocimiento. Es lo único que los hombres podemos hacer para responder a los favores divinos. «¿Qué tienes que no hayas recibido?» (1Cor 4,7). Desde luego, nos hace falta «dar gracias a Dios Padre, a través de su Hijo, en el Espíritu Santo; con la gran misericordia con la que nos ha amado, ha sentido lástima por nosotros, y cuando estábamos muertos por nuestros pecados, nos ha hecho revivir con Cristo para que seamos en Él una nueva creación» (San León Magno).
Abbé Jean GOTTIGNY (Bruxelles, Bélgica)

Santoral Católico:
San Francisco Javier
Misionero Jesuita
Memoria de san Francisco Javier, presbítero de la Compañía de Jesús, evangelizador de la India, el cual, nacido en Navarra, fue uno de los primeros compañeros de san Ignacio que, movido por el ardor de dilatar el Evangelio, anunció diligentemente a Cristo a innumerables pueblos en la India, en las Molucas y otras islas, y después en el Japón, convirtiendo a muchos a la fe. Murió en la isla de San Xon, en China, consumido por la enfermedad y los trabajos (1552).

Información amplia haciendo clic acá.
Fuente: Catholic.net    

¡Buenos días!

Súplica de paz interior

Defiende y cultiva la paz en tu corazón, porque es el clima indispensable para crecer en plenitud en todas las dimensiones de tu vida. Vigila cuanto entra en tu corazón para que no se infiltre en él el polvo de la ansiedad, el ácido de la irritación, o el veneno del odio. Gozar de la paz profunda del alma merece estar en permanente alerta. Del P. V. Fernández es esta oración:

Señor, mira mi mente y mi imaginación. Ayúdame a dominarlas para que reine la paz en mi interior. Domínalas tú con tu santísima luz. Calma ese mundo interior alocado y llévate lejos todo pensamiento que provoque angustias o nerviosismos. Armoniza esas imágenes desordenadas que dan vueltas dentro de mí, para que pueda reflexionar serenamente, orar en calma y vivir sin preocupaciones inútiles. Llena mi mente de pensamientos buenos y bellos, para que pueda recuperar la claridad interior y caminar en tu paz. Quiero que seas tú el Señor de mi cabeza y que reines glorioso en mi vida interior. Amén.

San Francisco de Sales, el santo siempre dulce y amable, te da este valioso consejo: “No dejes que el enojo ocupe el más mínimo lugar de tu corazón. Deséchalo por completo, aun cuando parezca justificado y razonable. Porque una vez que entra en tu corazón, es difícil desarraigarlo”. Defiende con incansable dedicación la paz interior.
Padre Natalio

Mes de María
Día veintisiete (3/DIC)
Reforma de sí mismo
CONSIDERACIÓN. La Santísima Virgen hacía cada día, grandes progresos en su virtud, de suerte que, cuando llegó al término de su existencia aquí abajo, era rica en méritos para el cielo.
Así debemos nosotros proceder. Todos tenemos defectos que corregir, venimos al mundo con malas inclinaciones consecuencias del pecado original.
Alguno, es naturalmente vivo y colérico; otro, inclinado al descuido y pereza; aquél, se somete difícilmente a sus superiores; aquel otro, se siente inclinado a la malevolencia y envidia. Es necesario combatir resueltamente estos defectos y esforzarnos en reemplazar cada uno de ellos por la virtud opuesta.
Hay algunos que se asustan, viéndose malos y que dicen: “Jamás podré corregirme y hacerme bueno”. Esto es un error enojoso, puesto que no estamos abandonados a nosotros mismos; Dios nos ha prometido su gracia para ayudarnos a conseguir nuestra salvación. Su gracia es todopoderosa y con su auxilio, los santos han llegado a tan grande perfección; ellos no valían más que nosotros, tenían sus defectos y a fuerza de luchar contra ellos mismos, se han hecho imitadores de Nuestro Señor Jesucristo.

EJEMPLO. San Francisco de Sales, por naturaleza violento e irritable, llegó, a fuerza de combates, de esfuerzos perseverantes, a una dulzura inalterable. Sentía algunas veces las primeras efervescencias de la cólera, pero ni el menor signo aparecía al exterior. A las palabras desagradables, hasta injuriosas, que se le dirigían, respondía con caridad y afabilidad, dándonos así un gran ejemplo de lo que puede una voluntad enérgica, ayudada por la gracia todopoderosa del Señor.

PLEGARIA DE SAN EPIFANIO. Socorredme, oh Madre de Dios, oh Madre de Misericordia, durante el curso de mi vida, alejad de mí los ataques de mis enemigos; en el momento de mi muerte, ponedme en el número de los santos y hacedme entrar en la gloria de vuestro Hijo. Así sea.

RESOLUCIÓN. Combatiré el defecto por el cual estoy más dominado.

JACULATORIA. Madre amable, rogad por nosotros.

La frase de hoy

“Así como la respiración es señal cierta
de que el cuerpo no está muerto,
así el pensar a menudo e invocar amorosamente a María
es señal cierta de que el alma no está muerta por el pecado”
San Germán

Pedidos de oración
Pedimos oración por la Santa Iglesia Católica; por el Papa Francisco, por el Papa Emérito Benedicto, por los obispos, sacerdotes, diáconos, seminaristas, catequistas y todos los que componemos el cuerpo místico de Cristo; por la unión de los cristianos para que seamos uno, así como Dios Padre y nuestro Señor Jesucristo son Uno junto con el Espíritu Santo; por las misiones, por la Paz en el mundo, por nuestros hermanos sufrientes por diversos motivos especialmente por las enfermedades, el hambre y la pobreza; por los presos políticos y la falta de libertad en muchos países del mundo, por la unión de las familias, la fidelidad de los matrimonios y por más inclinación de los jóvenes hacia este sacramento; por el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas, y por las Benditas Almas del Purgatorio.

Pedimos oración por la señora Esperanza E. B., que está sufriendo muchos dolores de cintura y riñones, pidiéndole al Buen Jesús que la alivie y la cure.

Pedimos oración por Emirva M., de Otawa, Canadá, que dentro de dos días será operada para realizar reemplazo de rodilla. Le pedimos a Jesús, por le intercesión de San José, que todo se resuelva de la mejor manera para nuestra amiga.

Tú quisiste, Señor, que tu Hijo unigénito soportara nuestras debilidades,
para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia;
escucha ahora las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos
y concede a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad,
la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos,
y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Amén

“Intimidad Divina”

Santificados en Cristo Jesús

Sólo la gracia de Dios justifica al hombre y lo santifica; y esta gracia llega a la humanidad a través de los méritos infinitos de Jesús Señor nuestro y es concedida a cuantos creen en él. “Los seguidores de Cristo –enseña el Vaticano II– llamados por Dios y justificados en el Señor Jesús, no por sus propias obras, sino por designio y gracia de él, en el bautismo de la fe han sido hechos verdaderamente hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza, y por lo mismo realmente santos; conviene, por consiguiente, que esa santidad que recibieron sepan conservarla y perfeccionarla en su vida con la ayuda de Dios” (LG 40). El bautismo ha depositado en el cristiano el germen de la santidad: la gracia; germen sobremanera fecundo porque hace al hombre partícipe de la vida divina y por lo tanto de la santidad de Dios, germen capaz de producir frutos preciosos de vida santa y de vida eterna si la criatura colabora de buena voluntad a su desarrollo. Todo cristiano puede hacerse santo y lo será no en proporción de las obras más o menos grandes que realice, sino en la medida en que haga fructificar, con la ayuda de Dios, la gracia recibida en el bautismo.

Jesús dijo un día a sus discípulos: “Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis, porque yo os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron, y oír lo que oís, y no lo oyeron” (Lc 10, 23-24). Ver al Salvador, escuchar sus palabras de vida eterna y ser redimidos por él fueron las ansias y suspiros de Israel en los largos siglos que precedieron al nacimiento de Cristo. Y todo esto que constituyó el objeto de los ardientes deseos de innumerables justos, es ya una realidad para el nuevo Israel, para la Iglesia de Cristo que desde hace veinte siglos vive y crece por la gracia santificante de su Señor. Todo cristiano puede ya gozar de su plenitud; feliz quien sabe aprovecharse de ella. Pero para que la gracia de Cristo lleve frutos de santidad, es necesario que embista y transforme por entero nuestra vida humana, para que de este modo quede santificada en todas sus actividades; pensamientos, afectos, intenciones, obras; en todos sus detalles y en todo su conjunto.

La gracia no consiste en la grandiosidad de las obras exteriores o en la riqueza de los dones naturales, sino en el pleno desarrollo de la gracia y de la caridad recibidas en el bautismo, desarrollo que se cumple en la medida en que el hombre se abre al don divino y se hace completamente disponible para con Dios, pronto y dócil a sus llamamientos y a su acción santificadora. De este modo hasta el más humilde fiel que no tiene cargos importantes en la Iglesia ni posee grandes dotes humanas ni tiene grandes misiones que cumplir, puede llegar a un alto estado de santidad. Aún más, Jesús mismo declaró que había venido a salvar y santificar de modo especial precisamente a estos humildes, a estos pobres e ignorados de todos, exclamando: “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las revelaste a los pequeños” (Lc 10, 31).

¡Oh Padre eterno!, ¿cuál fue la causa de poner el hombre en tanta dignidad? El amor inestimable con el cual miraste en ti mismo a tu criatura y te enamoraste de ella: la creaste por amor y le diste el ser para que gustase tu sumo y eterno bien. Por el pecado cometido perdió la dignidad en que tú le pusiste. Por la rebelión entablada contra ti cayó en guerra con tu clemencia y nos convertimos en enemigos tuyos. Tú, movido por aquel mismo fuego con que nos creaste, quisiste encontrar un medio para reconciliar la generación humana, caída en esta gran guerra, a fin de que después de esta guerra viniese una gran paz. Y nos diste el Verbo de tu Unigénito Hijo, que se hizo intermediario entre nosotros y tú. Él fue nuestra justicia y castigó sobre sí nuestras injusticias. Rindióse a la obediencia que tú, ¡oh Padre eterno!, le impusiste al vestirle de nuestra humanidad, tomando nuestra imagen y nuestra naturaleza. ¡Oh abismo de caridad! ¿Qué corazón habrá que no estalle viendo la Alteza hundida en tal bajeza como es nuestra humanidad? Nosotros somos imagen tuya, y tú imagen nuestra por la unión verificada en el hombre, velando la deidad eterna con la nube miserable y la masa corrompida de Adán. ¿Cuál fue la causa de todo ello? El amor. Tú, ¡oh Dios!, te  hiciste hombre, y el hombre fue hecho Dios. (Santa Catalina de Sena, El Diálogo)
P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D. 
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-

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