miércoles, 11 de diciembre de 2013

Pequeñas Semillitas 2219

PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 8 - Número 2219 ~ Miércoles 11 de Diciembre de 2013
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
Alabado sea Jesucristo…
Gracias, Dios mío. No quiero olvidar tus beneficios. Quisiera que mi interior se llenara de gratitud para cantarte. Gracias, Señor, ante todo por la vida. Gracias por todos los días de mi existencia. Gracias por las personas que me amaron y que fueron amables conmigo alguna vez. Gracias porque me has alimentado, me has acompañado, me has ofrecido tu consuelo y tu amistad. Gracias porque soy tu hijo. Gracias porque puedo hacer el bien, porque siempre puedo volver a empezar. Gracias por el aire que respiro, por la música, por la tierra, por los árboles, por las calles. Gracias a ti, mi Señor amado, porque todo lo bueno viene de ti. Amén.
P. Víctor Fernández

La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».
(Mt 11,28-30)

Comentario
Hoy, Jesús nos conduce al reposo en Dios. Él es, ciertamente, un Padre exigente, porque nos ama y nos invita a darle todo, pero no es un verdugo. Cuando nos exige algo es para hacernos crecer en su amor. El único mandato es el de amar. Se puede sufrir por amor, pero también se puede gozar y descansar por amor…
La docilidad a Dios libera y ensancha el corazón. Por eso, Jesús, que nos invita a renunciar a nosotros mismos para tomar nuestra cruz y seguirle, nos dice: «Mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11,30). Aunque en ocasiones nos cuesta obedecer la voluntad de Dios, cumplirla con amor acaba por llenarnos de gozo: «Haz que vaya por la senda de tus mandamientos, pues en ella me complazco» (Sal 119,35).
Me gustaría contar un hecho. A veces, cuando después de un día bastante agotador me voy a dormir, percibo una ligera sensación interior que me dice: —¿No entrarías un momento en la capilla para hacerme compañía? Tras algunos instantes de desconcierto y resistencia, termino por consentir y pasar unos momentos con Jesús. Después, me voy a dormir en paz y tan contento, y al día siguiente no me despierto más cansado que de costumbre.
No obstante, a veces me sucede lo contrario. Ante un problema grave que me preocupa, me digo: —Esta noche rezaré durante una hora en la capilla para que se resuelva. Y al dirigirme a dicha capilla, una voz me dice en el fondo de mi corazón: —¿Sabes?, me complacería más que te fueras a acostar inmediatamente y confiaras en mí; yo me ocupo de tu problema. Y recordando mi feliz condición de "servidor inútil", me voy a dormir en paz, abandonando todo en las manos del Señor…
Todo ello viene a decir que la voluntad de Dios está donde existe el máximo amor, pero no forzosamente donde esté el máximo sufrimiento… ¡Hay más amor en descansar gracias a la confianza que en angustiarse por la inquietud!
P. Jacques PHILIPPE (Cordes sur Ciel, Francia)

Santoral Católico:
San Dámaso
Papa
Información amplia haciendo clic acá.
Fuente: Catholic.net    

¡Buenos días!

Anillo de diamantes

“Vanidad de vanidades y todo vanidad”, dice la Biblia. La vanidad y la inconsistencia de la belleza, del poder, de la fama, del dinero, tiene especial actualidad en nuestra civilización que propone como supremo ideal de la vida del hombre el bienestar, el placer, la acumulación, sin límite, de los bienes materiales. Jesús, en cambio, dice: “Sean ricos a los ojos de Dios”.

—Mi amor, anoche soñé que el domingo, en mi cumpleaños, me regalabas un anillo de diamantes, ¿Qué significado tendrá ese sueño?
—¡Tranquila, mujer, que el domingo lo sabrás!
El domingo por la mañana el hombre le entrega a su esposa un paquete envuelto en papel de regalo y con un elegante adorno. La dama muy emocionada lo abre y encuentra un libro: "El significado de los sueños".

El sentido de nuestra vida no cabe en el corto espacio que media entre la cuna y la tumba. Hay que buscarlo más allá. El Eclesiastés, con su tono sombrío, señala que las cosas de este mundo son "poca cosa". No bastan para hacernos felices. No basta toda la prosperidad del mundo para colmar las ansias eternas del corazón del hombre. ¡Buena meditación!
Padre Natalio

Tema del día:
Carta al Papa Francisco
Papa Francisco y Padre Pagola

-Carta escrita por el P. José Antonio Pagola, Sacerdote y teólogo-

“Casi sin darnos cuenta, estás introduciendo en el mundo la Buena Noticia de Jesús. Estás creando en la Iglesia un clima nuevo, más evangélico y más humano. Nos estás aportando el Espíritu de Cristo…”.

Querido hermano Francisco:

Desde que fuiste elegido para ser la humilde “Roca” sobre la que Jesús quiere seguir construyendo hoy su Iglesia, he seguido con atención tus palabras. Ahora, acabo de llegar de Roma, donde te he podido ver abrazando a los niños, bendiciendo a enfermos y desvalidos y saludando a la muchedumbre.

Dicen que eres cercano, sencillo, humilde, simpático… y no sé cuántas cosas más. Pienso que hay en ti algo más, mucho más. Pude ver la Plaza de San Pedro y la Via della Conciliazione llena de gentes entusiasmadas. No creo que esa muchedumbre se sienta atraída solo por tu sencillez y simpatía. En pocos meses te has convertido en una “buena noticia” para la Iglesia e, incluso, más allá de la Iglesia. ¿Por qué?

Casi sin darnos cuenta, estás introduciendo en el mundo la Buena Noticia de Jesús. Estás creando en la Iglesia un clima nuevo, más evangélico y más humano. Nos estás aportando el Espíritu de Cristo. Personas alejadas de la fe cristiana me dicen que les ayudas a confiar más en la vida y en la bondad del ser humano. Algunos que viven sin caminos hacia Dios me confiesan que se ha despertado en su interior una pequeña luz que les invita a revisar su actitud ante el Misterio último de la existencia.

Yo sé que en la Iglesia necesitamos reformas muy profundas para corregir desviaciones alimentadas durante muchos siglos, pero estos últimos años ha ido creciendo en mí una convicción. Para que esas reformas se puedan llevar a cabo, necesitamos previamente una conversión a un nivel más profundo y radical. Necesitamos, sencillamente, volver a Jesús, enraizar nuestro cristianismo con más verdad y más fidelidad en su persona, su mensaje y su proyecto del Reino de Dios. Por eso, quiero expresarte qué es lo que más me atrae de tu servicio como Obispo de Roma en estos inicios de tu tarea.

Yo te agradezco que abraces a los niños y los estreches contra tu pecho. Nos estás ayudando a recuperar aquel gesto profético de Jesús, tan olvidado en la Iglesia, pero tan importante para entender lo que esperaba de sus seguidores. Según el relato evangélico, Jesús llamó a los Doce, puso a un niño en medio de ellos, lo estrechó entre sus brazos y les dijo: “El que acoge a un niño como este en mi nombre, me está acogiendo a mí”.

Se nos había olvidado que en el centro de la Iglesia, atrayendo la atención de todos, han de estar siempre los pequeños, los más frágiles y vulnerables. Es importante que estés entre nosotros como “Roca” sobre la que Jesús construye su Iglesia, pero es tan importante o más que estés en medio de nosotros abrazando a los pequeños y bendiciendo a los enfermos y desvalidos, para recordarnos cómo acoger a Jesús. Este gesto profético me parece decisivo en estos momentos en que el mundo corre el riesgo de deshumanizarse desentendiéndose de los últimos.

Yo te agradezco que nos llames de forma tan reiterada a salir de la Iglesia para entrar en la vida donde la gente sufre y goza, lucha y trabaja: ese mundo donde Dios quiere construir una convivencia más humana, justa y solidaria. Creo que la herejía más grave y sutil que ha penetrado en el cristianismo es haber hecho de la Iglesia el centro de todo, desplazando del horizonte el proyecto del Reino de Dios.

Juan Pablo II nos recordó que la Iglesia no es el fin de sí misma, sino solamente “germen, signo e instrumento del Reino de Dios”, pero sus palabras se perdieron entre otros muchos discursos. Ahora se despierta en mí una alegría grande cuando nos llamas a salir de la “auto referencialidad” para caminar hacia las “periferias existenciales”, donde nos encontramos con los pobres, las víctimas, los enfermos, los desgraciados…

Disfruto subrayando tus palabras: “Hemos de construir puentes, no muros para defender la fe”; necesitamos “una Iglesia de puertas abiertas, no de controladores de la fe”; “la Iglesia no crece con el proselitismo, sino por la atracción, el testimonio y la predicación”. Me parece escuchar la voz de Jesús que, desde el Vaticano, nos urge: “Id y anunciar que el Reino de Dios está cerca”, “id y curad a los enfermos”, “lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis”.

Te agradezco también tus llamadas constantes a convertirnos al Evangelio. Qué bien conoces a la Iglesia. Me sorprende tu libertad para poner nombre a nuestros pecados. No lo haces con lenguaje de moralista, sino con fuerza evangélica: las envidias, el afán de hacer carrera y el deseo de dinero; “la desinformación, la difamación y la calumnia”; la arrogancia y la hipocresía clerical; la “mundanidad espiritual” y la “burguesía del espíritu”; los “cristianos de salón”, los “creyentes de museo”, los cristianos con “cara de funeral”. Te preocupa mucho “una sal sin sabor”, “una sal que no sabe a nada”, y nos llamas a ser discípulos que aprenden a vivir con el estilo de Jesús.

No nos llamas solo a una conversión individual. Nos urges a una renovación eclesial, estructural. No estamos acostumbrados a escuchar ese lenguaje. Sordos a la llamada renovadora del Vaticano II, se nos ha olvidado que Jesús invitaba a sus seguidores a “poner el vino nuevo en odres nuevos”. Por eso, me llena de esperanza tu homilía de la fiesta de Pentecostés: “La novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos y planificamos nuestra vida, según nuestros esquemas, seguridades y gustos… Tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, nos saque de nuestros horizontes, con frecuencia limitados, cerrados, egoístas, para abrirnos a los suyos”.

Por eso nos pides que nos preguntemos sinceramente: “¿Estamos abiertos a las sorpresas de Dios o nos encerramos con miedo a la novedad del Espíritu Santo? ¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido la capacidad de respuesta?”. Tu mensaje y tu espíritu están anunciando un futuro nuevo para la Iglesia.

Quiero acabar estas líneas expresándote humildemente un deseo. Tal vez no podrás hacer grandes reformas, pero puedes impulsar la renovación evangélica en toda la Iglesia. Seguramente, puedes tomar las medidas oportunas para que los futuros obispos de las diócesis del mundo entero tengan un perfil y un estilo pastoral capaz de promover esa conversión a Jesús que tú tratas de alentar desde Roma.

Francisco, eres un regalo de Dios. ¡Gracias!

La frase de hoy

“La esperanza en el Adviento es saber
a quién estamos esperando: a Jesús…
Ir al encuentro de Aquel que viene
es poner luz en nuestro corazón
para disipar las tinieblas que nos impiden verle”

J. Leoz

Nuevo video

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Para verlo tienes que ir al final de la página.


Pedidos de oración
Pedimos oración por la Santa Iglesia Católica; por el Papa Francisco, por el Papa Emérito Benedicto, por los obispos, sacerdotes, diáconos, seminaristas, catequistas y todos los que componemos el cuerpo místico de Cristo; por la unión de los cristianos para que seamos uno, así como Dios Padre y nuestro Señor Jesucristo son Uno junto con el Espíritu Santo; por las misiones, por la Paz en el mundo, por nuestros hermanos sufrientes por diversos motivos especialmente por las enfermedades, el hambre y la pobreza; por los presos políticos y la falta de libertad en muchos países del mundo, por la unión de las familias, la fidelidad de los matrimonios y por más inclinación de los jóvenes hacia este sacramento; por el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas, y por las Benditas Almas del Purgatorio.

Pedimos oración por Teresa C. U., de Costa Rica y por Karol G., también de Costa Rica, a quien le han diagnosticado lupus. Que la Virgen de Adviento les dé su protección maternal y Jesús les conceda la gracia de la salud. 

Pedimos oración por Martina, niñita de poco más de un año de edad, que hoy será operada en Buenos Aires por una cardiopatía congénita compleja. Que la Santísima Virgen, en su condición de Madre de Dios y de todos nosotros, la acompañe, la proteja y fortalezca a sus padres en la espera de felices resultados.

Tú quisiste, Señor, que tu Hijo unigénito soportara nuestras debilidades,
para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia;
escucha ahora las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos
y concede a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad,
la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos,
y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Amén

“Intimidad Divina”

Venid a mí

“Venid a mí todo los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré… y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mt 11, 28-29). Jesús que ha venido “a evangelizar a los pobres, a predicar a los cautivos la libertad… a poner en libertad a los oprimidos” (Lc 4, 18), llama a sí a todos los hombres, especialmente a los que sufren en el cuerpo o en el espíritu y a los que se sienten oprimidos por las dificultades de la vida: él los consolará, restaurará sus fuerzas y les dará alivio y descanso. Los hombres de hoy, arrastrados por una actividad desenfrenada, parecen incapaces de detenerse, pero su espíritu tiene una inmensa necesidad de “pausas restauradoras”. No se trata de la inactividad del perezoso, sino de un descanso hecho de soledad, de silencio y de oración, condiciones indispensables para hallarse a sí mismos y encontrar a Dios. Jesús nos invita y llama a esta quietud de intimidad con él: “Venid, retirémonos a un lugar desierto para que descanséis un poco” (Mt. 6, 31). Si estos “compases de espera”, sería ilusorio querer vivir no ya una seria, pero ni siquiera la más elemental vida interior.

“Tú, cuando ores, entra en tu cámara y, cerrada la puerta, ora a tu Padre, que está en lo secreto” (Mt. 6, 6). El Concilio Vaticano II, remitiéndose a estas palabras de Jesús, afirma: “El cristiano, aunque llamado a orar en común, debe, no obstante, entrar también en su cuarto para orar al Padre en secreto” (SC 12). Una cierta forma de soledad, de retiro efectivo del tumulto y de las preocupaciones de la vida, es indispensable para la oración, en la cual hay que tener oído sólo para escuchar a Dios, y voz sólo para hablarle. Pero si bien el retiro y la soledad material tienen gran importancia para la oración, no son suficientes si no van acompañados del recogimiento interior… No es sólo cuestión de cerrar la puerta material de la propia habitación, sino que se debe cerrar la voluntad a todas las cosas, negocios, preocupaciones, cuidados, deseos, afectos, dando de mano a todo para concentrar en Dios solo las potencias del alma.

Oigamos la exhortación de Santa Teresa: “Ya que aquel rato le queremos dar [a Dios en la oración], démosle libre el pensamiento y desocupado de otras cosas y con toda determinación de nunca jamás tornársele  a tomar, por trabajos que por ello nos vengan, ni por contradicciones ni por sequedades” (Camino 23, 2). Entonces el hombre podrá encontrarse definitivamente con Dios y hallar en él recreo para su espíritu fatigado, amargado con frecuencia por los afanes de la vida; y podrá sacar cada día de este contacto íntimo con Dios luz y fuerza para proseguir el camino en perfecta coherencia con el Evangelio. “Dios da vigor al fatigado y multiplica las fuerzas del débil. Y se cansan los jóvenes y se fatigan, y los jóvenes llegan a flaquear; pero los que confían en Yahvé renuevan las fuerzas…, corren, sin cansarse y caminan sin fatigarse” (Is 40, 29-31).

¡Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro! Ayúdame a olvidarme totalmente de mí para establecerme inmutable y plácidamente en ti como si mi alma viviera ya en la eternidad. Que nada pueda alterar mi paz, ni apartarme de ti, ¡oh mi inmutable!, sino que, cada momento de mi vida, me sumerja más profundamente en tu divino misterio. Pacifica mi alma. Estableced en ella vuestro cielo, vuestra morada predilecta, vuestro lugar de descanso. Que nunca os deje solo sino que, vivificada por la fe, permanezca con todo mi ser en tu compañía, en completa adoración y entregado sin reservas a vuestra acción creadora. (Isabel de la Trinidad, Elevación a la Santísima Trinidad)
P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D. 
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-

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