viernes, 6 de diciembre de 2013

Pequeñas Semillitas 2214

PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 8 - Número 2214 ~ Viernes 6 de Diciembre de 2013
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
Alabado sea Jesucristo…
Dios es el Ser infinitamente rico, y nosotros, los hombres, somos extremadamente pobres. Por eso cuando nos acercamos a Dios para pedirle algo, debemos hacerlo como el mendigo se acerca a los pies de un señor generoso y bueno.
Ya lo ha cantado la Virgen en su cántico, el Magníficat, que Dios colmó de bienes a los hambrientos, y despidió a los ricos con las manos vacías. Por eso tenemos que ir a Dios con la actitud del que es pobre y le falta todo, porque esa es la pura verdad, ya que todo lo que tenemos es don de Dios, y lo que podemos tener en el futuro también será don suyo.
Si vamos a Dios repletos de cosas y bienes, entonces no tendremos lugar en nuestro equipaje para guardar todos los dones y gracias que Dios nos quiere otorgar. En cambio si somos pobres y vamos a Dios con los bolsos vacíos, es decir, con pobreza de espíritu, entonces sí que el Señor hará maravillas, y nos regalará tantos dones y gracias, que no podremos contenerlas y las transmitiremos a los demás hermanos, y seremos como acueductos por donde pasarán las gracias desde Dios hacia los hermanos.
No nos cansemos de pedir. Así como el mendigo no se cansa de pedir, tampoco nosotros, mendigos de Dios, no nos cansemos de pedir a Quien nos puede y nos quiere socorrer abundantemente. Y esto lo hacemos en la oración.

La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
Cuando Jesús se iba de allí, al pasar le siguieron dos ciegos gritando: «¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!». Y al llegar a casa, se le acercaron los ciegos, y Jesús les dice: «¿Creéis que puedo hacer eso?». Dícenle: «Sí, Señor». Entonces les tocó los ojos diciendo: «Hágase en vosotros según vuestra fe». Y se abrieron sus ojos. Jesús les ordenó severamente: «¡Mirad que nadie lo sepa!». Pero ellos, en cuanto salieron, divulgaron su fama por toda aquella comarca.
(Mt 9,27-31)

Comentario
Hoy, en este primer viernes de Adviento, el Evangelio nos presenta tres personajes: Jesús en el centro de la escena, y dos ciegos que se le acercan llenos de fe y con el corazón esperanzado. Habían oído hablar de Él, de su ternura para con los enfermos y de su poder. Estos trazos le identificaban como el Mesías. ¿Quién mejor que Él podría hacerse cargo de su desgracia?
Los dos ciegos hacen piña y, en comunidad, se dirigen ambos hacia Jesús. Al unísono realizan una plegaria de petición al Enviado de Dios, al Mesías, a quien nombran con el título de “Hijo de David”. Quieren, con su plegaria, provocar la compasión de Jesús: «¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!» (Mt 9,27).
Jesús interpela su fe: «¿Creéis que puedo hacer eso?» (Mt 9,28). Si ellos se han acercado al Enviado de Dios es precisamente porque creen en Él. A una sola voz hacen una bella profesión de fe, respondiendo: «Sí, Señor» (Ibidem). Y Jesús concede la vista a aquellos que ya veían por la fe. En efecto, creer es ver con los ojos de nuestro interior.
Este tiempo de Adviento es el adecuado, también para nosotros, para buscar a Jesús con un gran deseo, como los dos ciegos, haciendo comunidad, haciendo Iglesia. Con la Iglesia proclamamos en el Espíritu Santo: «Ven, Señor Jesús» (cf. Ap 22,17-20). Jesús viene con su poder de abrir completamente los ojos de nuestro corazón, y hacer que veamos, que creamos. El Adviento es un tiempo fuerte de oración: tiempo para hacer plegaria de petición, y sobre todo, oración de profesión de fe. Tiempo de ver y de creer.
Recordemos las palabras del Principito: «Lo esencial sólo se ve con el corazón».
Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM (Barcelona, España)

Santoral Católico:
San Nicolás de Mira
Obispo 
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Fuente: Catholic.net    

¡Buenos días!

Si los pájaros hablaran…

Es justo amar la tierra y cuanto la adorna y enriquece; por eso nos sentimos solidarios con el movimiento ecologista que lucha por el uso responsable de los bienes naturales. Ha llegado a mis manos una advertencia para que protejamos a las criaturas aladas de nuestro planeta, de las cuales —como sabemos— algunas especies van desapareciendo.

Niño: tú que algunas veces me persigues, mírame bien. Yo soy el protector más importante de la agricultura. Yo destruyo por millares los insectos que constituyen las plagas de las plantas. Yo enseñé al hombre el arte de la cestería, mostrándole mi nido. Le he sugerido también la idea de volar corno yo, y ha construido sus aviones. La inmensa variedad de mis nidos le ha sugerido multitud de ideas. No me mates para lucirme en tu sombrero o envanecerte de tu puntería. Yo soy el enemigo de los insectos que destruyen las legumbres, los cereales y las frutas, que constituyen tus mejores alimentos. No me hagas víctima de tu deporte de caza. Yo distraigo con mi dulce y armonioso canto tus horas de fastidio. No destruyas mi nido, que es el sencillo hogar de mis pequeños hijos. Si eres bueno, como creo, no me tengas preso entre alambres; no me hagas mal y andaré sin temor más cerca de ti.

Hace poco una joven profesora de educación física me contó que con una compañera realizó una excursión inolvidable a la quebrada de El Condorito (Córdoba). Me refirió que al comer un tentempié con su amiga, se le acercaron los pájaros para picotear casi en sus manos. Fue una vivencia inolvidable. Era como vivir en la isla de Robinson Crusoe.
Padre Natalio

Mes de María
Día treinta (6/DIC)
El Cielo
CONSIDERACIÓN. Somos, aquí abajo, nada más que pobres desterrados; gemimos, sufrimos en este valle de lágrimas; nuestra verdadera patria es el Cielo donde gozaremos de la presencia de Dios y de una felicidad tal, que nuestras débiles inteligencias no pueden alcanzar a comprender.
El apóstol San Pablo, que fue arrebatado al tercer cielo, confiesa su imposibilidad de contarnos las maravillas de las que ha sido, por un instante, feliz testigo. “Los ojos no han visto, el oído no ha escuchado y el corazón del hombre no sabría comprender lo que Dios reserva a aquellos que ama”.
A medida que avanzamos en edad, el vacío se va haciendo a nuestro alrededor; perdemos a los seres queridos y dejándonos Dios mucho tiempo sobre la tierra, la tristeza, consecuencia inevitable de las crueles separaciones, invadirá nuestra alma. Tendremos sed de reposo, de calma, de consuelo y de luz.
¡Paciencia! Llegará el momento en que un día nuevo se levantará sobre nosotros; las puertas de la Jerusalén celeste se abrirán y contemplaremos a nuestro Dios cara a cara. Veremos también a María, nuestra Madre bienamada. Para nosotros, sus hijos, ¡qué felicidad, qué gloria, rodear su trono, cantar sus alabanzas, contemplar sus rasgos, oír su voz!
Después, en el Cielo, volveremos a ver a nuestros padres, a nuestros amigos que nos han precedido en la Patria y esta beatitud no dejará lugar a ningún deseo; tan completa será. Nadie podrá arrebatárnosla; los días sucederán a los días, los años a los años, los siglos a los siglos y la eternidad no hará más que comenzar.

EJEMPLOS. San Agustín había hablado tan frecuentemente a su pueblo de Hipona del reino de los cielos, que habiéndosele dicho, a este pueblo: “Supongamos que Dios os prometiera vivir cien años, mil años aun, en la abundancia de todos los bienes de la tierra, mas a condición de no reinar jamás con Él”... un grito se elevó en toda la asamblea: ¡que todo perezca y nos quede Dios!
Tales son los sentimientos que deberían animar a todos los cristianos y nosotros los encontramos en el alma simple y recta de un pobre obrero que hemos conocido: Esteban Carrete perdió a su esposa cuando sus hijos se hallaban en la primera infancia. Después de largos años de penosa labor para educar a su numerosa familia, llegó a una extrema vejez sin ningún recurso. No podía trabajar más y sus hijos no lo ayudaban sino en forma insuficiente.
Casi continuamente enfermo, solo, abandonado, parecía no obstante, verdaderamente feliz, sus rasgos denotaban calma, alegría y cuando le preguntaban qué necesitaba, respondía invariablemente:
“Aquí abajo, nada, pues no deseo más que el Cielo”. Y ese hombre sin instrucción hablaba entonces de la felicidad que le esperaba después de su muerte, con un ardor, una fe y, ¿por qué no decirlo? , con una elocuencia que sorprendía a las personas que lo visitaban.
“El Cielo, decía, es la patria, el gozo de Dios, es allí donde reinaremos durante la eternidad. Yo, tan pequeño, tan pobre, tan desconocido, entraré pronto en posesión de esa felicidad, de esa gloria de la cual no podemos siquiera formarnos una idea”.
“¡Oh, cómo Dios es bueno, repetía frecuentemente, de haber preparado tan magnífica recompensa a los elegidos!”

PLEGARIA DEL BIENAVENTURADO LUIS DE GRANADA. Os suplicamos, ¡oh Madre nuestra! tomarnos bajo vuestra protección y defender nuestra causa ante el tribunal de vuestro Hijo bien amado, a fin de que cuando Él juzgue a los vivos y a los muertos, seamos libertados por vuestra intercesión, de la muerte eterna y colocados a su diestra, en compañía de aquellos que deben reinar con Él por los siglos de los siglos. Así sea.

RESOLUCIÓN. Me consolaré de las penas y tristezas de esta vida, con el pensamiento del Cielo.

JACULATORIA. María, Puerta del Cielo, rogad por nosotros.

La frase de hoy

“Modelo de cooperación:
María como Madre no quiere
condecoraciones ni honras,
sino prestar servicios”
San Alberto Hurtado


Homenaje
Murió a los 95 años de edad, Nelson Mandela, símbolo de la dignidad humana y de la lucha contra el odio entre las personas.

Este abogado y luchador social, a quien cariñosamente apodaban Madiba, había nacido en Qunu, un pequeño poblado cercano a Umtata, en una familia numerosa, de 15 hermanos. Su educación primaria estuvo en manos de misioneros, en una escuela local. Luego ingresa en el Colegio Universitario de Fort Hare, donde entra en contacto con la política. Su compromiso social lo lleva a incorporarse en 1944 al Congreso Nacional Africano (ANC), un movimiento de lucha contra la opresión de los negros sudafricanos.

Su lucha contra la segregación racial le costó 27 años de prisión en un calabozo aislado y realizando trabajos forzados. Luego de ello, recuperada su libertad, fue presidente de Sudáfrica, marcando el fin de la segregación racial, Premio Nobel de la Paz y una de las figuras más importantes de la política del mundo en el siglo XX.

El presidente de Sudáfrica, Jacob Zuma, expresó visiblemente emocionado al anunciar su muerte: "Madiba nos unió y juntos vamos a despedirlo. Nuestro amado Madiba recibirá un funeral de Estado. Expresemos la profunda gratitud por una vida vivida al servicio de la gente de este país y de la causa de la humanidad. Es un momento de profundo dolor. Siempre te amaremos, Madiba"

“Intimidad Divina”

La vida en la voluntad de Dios

“Los sordos oirán aquel día…, los ciegos verán sin oscuridad y sin tinieblas” (Is 29, 18). Esta profecía de Isaías se cumplió perfectamente con la venida de Jesús, no sólo materialmente, sino sobre todo espiritualmente, pues dispuso el corazón de los hombres para escuchar la palabra de Dios y abrió sus ojos para reconocer sus caminos y su voluntad. El mundo de hoy tiene todavía necesidad de esta continua iluminación. La invocación lastimera pero confiada de los dos ciegos de Jericó: “Ten piedad de nosotros, Hijo de David” (Mt 9, 27) es siempre de actualidad, especialmente en el tiempo de Adviento, que es tiempo de renovada aspiración a la salvación y a la santidad. Es necesario que Jesús vuelva continuamente a librar al hombre “de la oscuridad y de las tinieblas” que impiden descubrir y poner en práctica con perfección e divino querer. “A fin de que la caridad crezca en el alma como una buena semilla y fructifique, debe cada uno de los fieles oír de buena gana la palabra de Dios y cumplir con las obras su voluntad con la ayuda de la gracia” (LG 42).

“La santidad consiste, propia y exclusivamente, en la conformidad con el divino querer, manifestada en el constante y exacto cumplimiento de los deberes del propio estado” (Benedicto XV, 1920). La santidad no consiste en empresas extraordinarias, sino que se reduce a la línea del deber, y, por lo tanto, está al alcance de todos los hombres de buena voluntad. Pero el cumplimiento de las propias obligaciones debe ser exacto y constante. Exacto: sin negligencias, solícito siempre por agradar a Dios en cada acción, dispuesto a abrazar con amor todas las expresiones de su voluntad. Constante: en todas las circunstancias y situaciones, aun en las menos felices y gratas, aun en los momentos oscuros de tristeza, cansancio y aridez; y esto día tras día.

Este ejercicio será cada vez más fácil en la medida en que el cristiano sepa considerar a la luz de la fe todas las circunstancias de su vida, acostumbrándose a ver en ellas las indicaciones de la voluntad de Dios. Cuando una criatura que ama de verdad al Señor advierte que alguna cosa es querida por él, la acepta o la pone en práctica sin lugar a duda, por más que pueda costarle. Ciertos retrasos o resistencias en esta materia dependen, más que de falta de voluntad, de no ver o entender la voluntad de Dios. Sobre este punto tan importante nos debe iluminar el espíritu de fe. La fe nos hace pasar más allá de las vicisitudes terrenas y ver la mano de Dios que ordena y guía todas las cosas para la santificación de sus elegidos. Y a Dios nunca se le dice no.

Sí, Señor, hágase tu voluntad en la tierra, donde no existe placer sin mezcla de algún dolor, ni rosa sin espinas, ni día sin noche, ni primavera sin invierno; en la tierra, Señor, donde los consuelos son pocos y los trabajos innumerables; hágase tu voluntad, pero no sólo en le ejecución de tus mandamientos, consejos e inspiraciones que debemos practicar, sino también en el sufrimiento de las aflicciones y penas que debemos recibir, a fin de que tu voluntad haga para nosotros, por nosotros, en nosotros y de nosotros, aquello que te plazca. (San Francisco de Sales, Tratado del amor de Dios)
P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D. 
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-

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