domingo, 15 de diciembre de 2013

Pequeñas Semillitas 2223

PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 8 - Número 2223 ~ Domingo 15 de Diciembre de 2013
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
Alabado sea Jesucristo…
La actuación de Jesús dejó desconcertado al Bautista. Él esperaba un Mesías que extirparía del mundo el pecado imponiendo el juicio riguroso de Dios, no un Mesías dedicado a curar heridas y aliviar sufrimientos.
Jesús se siente enviado por un Padre misericordioso que quiere para todos un mundo más digno y dichoso. Por eso, se entrega a curar heridas, sanar dolencias y liberar la vida. Y por eso pide a todos: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”.
Jesús no se siente enviado por un Juez riguroso para juzgar a los pecadores y condenar al mundo. Por eso, no atemoriza a nadie con gestos justicieros, sino que ofrece a pecadores y prostitutas su amistad y su perdón. Y por eso pide a todos: “No juzguéis y no seréis juzgados”.
Jesús no cura nunca de manera arbitraria o por puro sensacionalismo. Cura movido por la compasión, buscando restaurar la vida de esas gentes enfermas, abatidas y rotas. Son las primeras que han de experimentar que Dios es amigo de una vida digna y sana.
El Papa Francisco afirma que “curar heridas” es una tarea urgente: “Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor, cercanía y proximidad a los corazones... Esto es lo primero: curar heridas, curar heridas”. Habla luego de “hacernos cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia y consuela”. Habla también de “caminar con las personas en la noche, saber dialogar e incluso descender a su noche y oscuridad sin perderse”.
Al confiar su misión a los discípulos, Jesús no los imagina como doctores, jerarcas, liturgistas o teólogos, sino como curadores. Su tarea será doble: anunciar que el reino Dios está cerca y curar enfermos. José Antonio Pagola

La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
En aquel tiempo, Juan, que en la cárcel había oído hablar de las obras de Cristo, envió a sus discípulos a decirle: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?». Jesús les respondió: «Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!».
Cuando éstos se marchaban, se puso Jesús a hablar de Juan a la gente: «¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué salisteis a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido? ¡No! Los que visten con elegancia están en los palacios de los reyes. Entonces, ¿a qué salisteis? ¿A ver un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta. Éste es de quien está escrito: ‘He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará por delante tu camino’. En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él».
(Mt 11,2-11)

Comentario
Hoy, como el domingo anterior, la Iglesia nos presenta la figura de Juan el Bautista. Él tenía muchos discípulos y una doctrina clara y diferenciada: para los publicanos, para los soldados, para los fariseos y saduceos... Su empeño es preparar la vida pública del Mesías. Primero envió a Juan y Andrés, hoy envía a otros a que le conozcan. Van con una pregunta: «Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?» (Mt 11,3). Bien sabía Juan quién era Jesús. Él mismo lo testimonia: «Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: ‘Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ése es el que bautiza en el Espíritu Santo’» (Jn 1,33). Jesús contesta con hechos: los ciegos ven y los cojos andan...
Juan era de carácter firme en su modo de vivir y en mantenerse en la Verdad, lo cual le costó su encarcelamiento y martirio. Aún en la cárcel habla eficazmente con Herodes. Juan nos enseña a compaginar la firmeza de carácter con la humildad: «No soy digno de desatarle las sandalias» (Jn 1,27); «Es preciso que Él crezca y que yo disminuya» (Jn 3,30); se alegra de que Jesucristo bautice más que él, pues se considera sólo “amigo del esposo” (cf. Jn 3,26).
En una palabra: Juan nos enseña a tomar en serio nuestra misión en la tierra: ser cristianos coherentes, que se saben y actúan como hijos de Dios. Debemos preguntarnos: —¿Cómo se prepararían María y José para el nacimiento de Jesucristo? ¿Cómo preparó Juan las enseñanzas de Jesús? ¿Cómo nos preparamos nosotros para conmemorarlo y para la segunda venida del Señor al final de los tiempos? Pues, como decía san Cirilo de Jerusalén: «Nosotros anunciamos la venida de Cristo, no sólo la primera, sino también la segunda, mucho más gloriosa que aquélla. Pues aquélla estuvo impregnada por el sufrimiento, pero la segunda traerá la diadema de la divina gloria».
Dr. Johannes VILAR (Köln, Alemania)

Santoral Católico:
Santa María de la Rosa
Fundadora
Información amplia haciendo clic acá.
Fuente: Catholic.net    

¡Buenos días!

El águila y el cuervo

Cada persona es un ser único, por naturaleza. “Cuando Dios crea un persona rompe el molde”, dice el proverbio. Por lo tanto el mejor consejo que puedo darte es: sé tú mismo. Pero sé lo mejor de ti mismo. Ten valor de ser diferente y seguir tu propio camino. No hagas vanos intentos de imitar ciegamente a los demás… como le sucedió a un cuervo.

Lanzándose desde una cima, un águila arrebató a un corderito. La vio un cuervo y tratando de imitar al águila, se lanzó sobre un carnero, pero con tan mal conocimiento del arte de saquear que sus garras se enredaron en la lana y, ni batiendo al máximo sus alas, logró zafarse. Viendo el pastor lo que sucedía, se apoderó del cuervo y, cortando las puntas de sus alas, lo llevó a sus niños. Le preguntaron sus hijos acerca de qué clase de ave era aquella, y les dijo: - Para mí, sólo es un cuervo; pero él, se cree águila. Esopo.

Para fortalecer esta decisión de ser tú mismo, puedes decirte: “Proclamaré mi singularidad ante el mundo. No intentaré imitar a otros. Soy una cosa rara, y existe valor en todo lo raro. Soy un ser único de la naturaleza”. Esto es honrar al Creador que te dio cualidades valiosas para una misión destacada. De allí la importancia de conocerte y valorarte a ti mismo.
Padre Natalio

Tema del día:
Las “dudas” de Juan
En este domingo, como en el anterior, la Iglesia todos los años nos presenta a san Juan Bautista que nos ayuda a preparar el camino de nuestro corazón para la venida del Señor. Hoy nos presenta al precursor hacia el fin de su vida cuando, al estar ya en la cárcel, parece ser que tiene dudas sobre la personalidad de Jesús. Algunos dicen que la duda no era suya, sino que mandó la embajada a Jesús para que los discípulos que le visitaban en la cárcel pudieran hacerse discípulos de Jesús. Pero parece que sí eran dudas del mismo Juan, pues éste, formado en la línea más dura de los profetas, pensaba, como así lo decía el domingo pasado, que el Mesías tenía el hacha ya dispuesta para cortar de raíz todo árbol que no diera buenos frutos, y tenía el bieldo para separar la paja del trigo, los buenos de los malos. Por eso creía que el Mesías sería la imagen justiciera de “la ira de Dios”. Sin embargo oía decir que Jesús era misericordioso con todos, que acogía a los “pecadores” y comía con ellos, que trataba bien a los paganos y ofrecía el perdón a todos. Todo esto a Juan no le encajaba con sus ideas. Y por eso, con humildad y con franqueza, envió una embajada para preguntar a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?”

Jesús les recibió con amabilidad porque conocía la franqueza y la buena voluntad del Bautista. Para responderles, lo hizo con las obras que solía hacer y recordándoles dos citas de profetas, en la línea amable, que también era propia de los profetas. Además de milagros palpables, les recordó lo importante que era el hecho de que los pobres fuesen evangelizados y que eran dichosos los que no se escandalizaren por esta postura amorosa de Jesús, los que no se escandalizaren por la aparente debilidad de Dios, por su infinita paciencia y su desconcertante silencio.

A veces queremos leer la Sagrada Escritura como nos conviene o como es nuestro pensamiento, aunque no coincida con el pensamiento y el querer de Dios. Él está cerca, nos repite hoy varias veces la liturgia de Adviento; pero Dios está cerca con sencillez y amor, de modo que hasta parece debilidad, pero no lo es.

Continúa el evangelio hablando Jesús sobre Juan el Bautista, cuando ya se han marchado los de la embajada. Y Jesús admira la firmeza y valentía de Juan: no es una caña agitada por el viento, como muchos que cambian fácilmente de actitud, ni es alguien dedicado a la comodidad. Él es “el más grande de los humanos”, aunque todos podemos ser más grandes, si dejamos que la gracia de Dios penetre en nuestro espíritu, pues por los méritos de Jesucristo recibimos una nueva vida superior.

Y por eso debemos estar alegres. Esta es una característica todos los años de este tercer domingo de Adviento: la alegría cristiana. La alegría es un distintivo del cristiano. Nace de la profunda convicción de que el pecado y la muerte han sido derrotados por la venida de Cristo, el Señor. Por eso la alegría de la Navidad. Por eso la ilusión y el entusiasmo en las cosas externas: el poner el Nacimiento, los villancicos y hasta los regalos; pero sobre todo porque debemos sentir que Dios quiere venir a nuestro corazón, por la paz que deben sentir los hogares, por el encanto infantil de sabernos hijos de Dios, de ese Dios lleno de bondad que quiere a todos y quiere que sepamos compartir las pequeñas alegrías que son anuncios de la gran alegría en el cielo.

Si tenemos esta alegría contagiosa podemos hacer, como Jesús, maravillas. Y podremos encontrar “ciegos” espirituales que logren ver nuevos valores de presencia y amistad verdaderas, y tendremos “sordos” que ya sí estarán atentos a las palabras y necesidades de sus hermanos, y tendremos hasta “muertos” en el espíritu que resuciten a otra vida de horizontes más amplios. Ya no habría comunidades de sólo “pobres”, porque pobres y ricos se evangelizarían mutuamente y compartirían sus bienes materiales y espirituales. ¡Animo, hermanos y alegría! porque el Señor viene estos días un poco más a nuestros corazones.
P. Silverio Velasco (España)

Palabras del Beato Juan Pablo II

“El Adviento nos recuerda que Jesús ha venido a nosotros y por nosotros en la humildad de un pesebre. A cada uno, por consiguiente, nos corresponde acogerlo, con espíritu de penitencia, en una existencia renovada por una fe auténtica y manifestada en obras”
Beato Juan Pablo II


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Nunca olvidemos agradecer
Alguna vez leí que en el cielo hay dos oficinas diferentes para tratar lo relativo a las oraciones de las personas en la tierra:
Una es para receptar pedidos de diversas gracias, y allí los muchos ángeles que atienden trabajan intensamente y sin descanso por la cantidad de peticiones que llegan en todo momento.
La otra oficina es para recibir los agradecimientos por las gracias concedidas y en ella hay un par de ángeles aburridos porque prácticamente no les llega ningún mensaje de los hombres desde la tierra para dar gracias...
Desde esta sección de "Pequeñas Semillitas" pretendemos juntar una vez por semana (los domingos) todos los mensajes para la segunda oficina: agradecimientos por favores y gracias concedidas como respuesta a nuestros pedidos de oración.

Fray Rafael Proenza-Bevia, O.P. nos escribe desde Hammond, Luisiana, y nos dice que estos días son para él motivos de gozoso agradecimiento: el 22 de noviembre fue el aniversario de su ordenación, el 29, sus 76 años y el 8 de diciembre el aniversario de la toma de hábito en la Orden de Predicadores. Todas son Celebraciones de lo que ha hecho en su vida el amor misericordioso del buen Jesús.

Zulema Josefina F. nos escribe desde la provincia de Buenos Aires, Argentina, y dice: Quiero agradecer por todos los pedidos de oración que he realizado y que por la intersección del Nuestro Señor han tenido buen resultado. Agradezco la posibilidad de acudir a ustedes cuando la tristeza nos acucia y la incertidumbre se aloja en nuestros corazones, porque son un bálsamo que nos genera  esperanzas. Gracias por Benjamín, por Hernán, por mis hijas, por mi hermano y cuñada,  por la gente que quiero y hoy anda bien por la vida y especialmente por mí, por todo lo que sus publicaciones me confortan. Dios los bendiga una y mil veces. 

Cecilia Claudia, de Argentina, agradece a Dios por la recuperación de Pablo R., 39 años, luego de la extirpación de un riñón; y también por sus vacaciones en las Sierras de Córdoba, donde está descansando y recuperando energías.

 “Intimidad Divina”

Domingo III de Adviento

Con el tercer domingo de Adviento el pensamiento de la Navidad ya cercana domina la liturgia imprimiéndole un tono festivo. En efecto, la Navidad, al celebrar la encarnación del Hijo de Dios, señala el principio de la salvación, y la humanidad ve cumplirse la antigua promesa y tiene ya al Salvador. Las lecturas del día son un mensaje de consuelo y de alivio. “Decid a los apocados de corazón: ¡Valor! No temáis, he ahí nuestro Dios…, viene él mismo y os salvará. Entonces se abrirán los ojos de los ciegos, se abrirán los oídos de los sordos. Entonces saltará el cojo como un ciervo, y la lengua de los mudos cantará gozosa” (Is 35, 4-6). Estas palabras de Isaías enderezadas a confortar a los deportados de Israel, se pueden aplicar bien a todos los hombres que, deseosos de convertirse más profundamente a Dios, se sienten incapaces de liberarse del pecado, de la mediocridad y de las vanidades terrenas; y los animan a confiar en el Salvador. El vendrá para infundirles fuerza, para sostener a los débiles, para curar las heridas del pecado y traer a todos la salvación.

Desde la prisión donde Herodes lo había encerrado, Juan Bautista sigue la actividad de Jesús; sabe que Jesús es el Mesías, pero su comportamiento tan diferente de como él lo ha vaticinado, quizá lo vuelve perplejo; y por otra parte también sus discípulos tienen necesidad de ser iluminados y Juan los manda a preguntar al Señor: “¿Eres tú el que ha de venir o hemos de esperar a otro?” (Mt 11, 3). Por toda respuesta Jesús presenta los milagros realizados: “Id y referid a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados” (Ib. 4-5). El cumplimiento de la profecía de Isaías es evidente. Pero Jesús añade aún: “y bienaventurado aquel que no se escandalizare en mí” (ib. 8). Jesús cumple su misión de Salvador no de una manera imponente, sino sencilla y humilde; no se presenta como triunfador, sino manso y como pobre venido a evangelizar a los pobres, a sanar a los enfermos y a salvar a los pecadores. Ante la bondad y la mansedumbre del Salvador, el corazón se dilata en la esperanza.

También a esto se refiere el mensaje de la segunda lectura: “Fortaleced vuestros corazones, porque la venida del Señor está cercana”. Los sentimientos de confianza para preparar a la Navidad son los mismos que nos deben disponer a la venida gloriosa del Señor, cuando vendrá no sólo como Salvador, sino como Juez. Durante la espera hay que practicar el precepto del amor que nos hace benévolos y misericordiosos para con todos, y “tomar por modelo de tolerancia y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor” (ib. 10) Como los profetas tuvieron la mirada constantemente dirigida hacia el Salvador prometido, también el cristiano debe vivir con la mente puesta en la venida de Jesús, que se renueva cada día por la gracia y la Eucaristía, que se hace más íntima en la celebración devota de la Navidad, y que se convertirá en definitiva y nos llenará de felicidad en el último día.

¡Oh Jesús!, tú eres el que debía venir. ¡Oh Jesús!, tú ya has venido. ¡Oh Jesús!, tú debes venir todavía en el último día para recoger a tus elegidos para el descanso eterno. ¡Oh Jesús!, tú vas y vienes continuamente. Vienes a nuestros corazones y nos haces sentir tu presencia llena de dulzura, de suavidad y de potencia. “Y el Espíritu y la esposa dicen: ¡Ven!” “Y el que tenga sed, venga”. Porque tú, ¡oh Jesús!, vienes a nosotros cuando también nosotros vamos a ti. “Si –dices– vengo pronto”. “Ven, Señor Jesús”. Ven tú, deseado de las gentes, amor y esperanza nuestra, nuestra fortaleza y nuestro refugio, nuestro alivio durante el viaje, nuestra gloria y nuestro descanso eterno en la patria. (J. B. Bossuet)
P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D. 
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-

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