PEQUEÑAS SEMILLITAS
Año 8 - Número 2104 ~ Domingo
4 de Agosto de 2013
- AÑO DE LA FE -
Desde la ciudad de Córdoba
(Argentina)
Alabado sea
Jesucristo…
Cada vez sabemos más de la situación social y económica
que Jesús conoció en la Galilea de los años treinta. Mientras en las ciudades
de Séforis y Tiberíades crecía la riqueza, en las aldeas aumentaba el hambre y
la miseria. Los campesinos se quedaban sin tierras y los terratenientes
construían silos y graneros cada vez más grandes.
En un pequeño relato, conservado por Lucas, Jesús revela
qué piensa de aquella situación tan contraria al proyecto querido por Dios, de
un mundo más humano para todos. No narra esta parábola para denunciar los
abusos y atropellos que cometen los terratenientes, sino para desenmascarar la
insensatez en que viven instalados.
En estos momentos, prácticamente en todo el mundo está
aumentando de manera alarmante la desigualdad. Este es el hecho más sombrío e
inhumano: ”los ricos, sobre todo los más
ricos, se van haciendo mucho más ricos, mientras los pobres, sobre todo los más
pobres, se van haciendo mucho más pobres” (Zygmunt Bauman).
Este hecho no es algo normal. Es, sencillamente, la
última consecuencia de la insensatez más grave que estamos cometiendo los
humanos: sustituir la cooperación amistosa, la solidaridad y la búsqueda del
bien común de la Humanidad por la competición, la rivalidad y el acaparamiento
de bienes en manos de los más poderosos del Planeta.
Desde la Iglesia de Jesús, presente en toda la Tierra, se
debería escuchar el clamor de sus seguidores contra tanta insensatez, y la
reacción contra el modelo que guía hoy la historia humana.
José Antonio Pagola
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
En aquel tiempo, uno de la gente le dijo: «Maestro, di a
mi hermano que reparta la herencia conmigo». Él le respondió: «¡Hombre!, ¿quién
me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?». Y les dijo: «Mirad y
guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está
asegurada por sus bienes».
Les dijo una parábola: «Los campos de cierto hombre rico
dieron mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: ‘¿Qué haré, pues no tengo
donde reunir mi cosecha?’. Y dijo: ‘Voy a hacer esto: Voy a demoler mis
graneros, edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis
bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos
años. Descansa, come, bebe, banquetea’. Pero Dios le dijo: ‘¡Necio! Esta misma
noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?’. Así
es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios».
(Lc 12,13-21)
Comentario
Hoy, Jesús nos sitúa cara a cara con aquello que es
fundamental para nuestra vida cristiana, nuestra vida de relación con Dios:
hacerse rico delante de Él. Es decir, llenar nuestras manos y nuestro corazón
con todo tipo de bienes sobrenaturales, espirituales, de gracia, y no de cosas
materiales.
Por eso, a la luz del Evangelio de hoy, nos podemos
preguntar: ¿de qué llenamos nuestro corazón? El hombre de la parábola lo tenía
claro: «Descansa, come, bebe, banquetea» (Lc 12,19). Pero esto no es lo que
Dios espera de un buen hijo suyo. El Señor no ha puesto nuestra felicidad en
herencias, buenas comidas, coches último modelo, vacaciones a los lugares más
exóticos, fincas, el sofá, la cerveza o el dinero. Todas estas cosas pueden ser
buenas, pero en sí mismas no pueden saciar las ansias de plenitud de nuestra
alma, y, por tanto, hay que usarlas bien, como medios que son.
Es la experiencia de san Ignacio de Loyola, cuya
celebración tenemos tan cercana. Así lo reconocía en su propia autobiografía:
«Cuando pensaba en cosas mundanas, se deleitaba, pero, cuando, ya aburrido lo
dejaba, se sentía triste y seco; en cambio, cuando pensaba en las penitencias
que observaba en los hombres santos, ahí sentía consuelo, no solamente
entonces, sino que incluso después se sentía contento y alegre». También puede
ser la experiencia de cada uno de nosotros.
Y es que las cosas materiales, terrenales, son caducas y
pasan; por contraste, las cosas espirituales son eternas, inmortales, duran
para siempre, y son las únicas que pueden llenar nuestro corazón y dar sentido
pleno a nuestra vida humana y cristiana.
Jesús lo dice muy claro: «¡Necio!» (Lc 12,20), así
califica al que sólo tiene metas materiales, terrenales, egoístas. Que en
cualquier momento de nuestra existencia nos podamos presentar ante Dios con las
manos y el corazón llenos de esfuerzo por buscar al Señor y aquello que a Él le
gusta, que es lo único que nos llevará al Cielo.
Rev. D. Jordi PASCUAL i Bancells (Salt, Girona, España)
Santoral Católico:
San Juan María Vianney
El Cura de Ars - Patrono de los Párrocos
Información
amplia haciendo clic acá.
Fuente: Catholic.net
¡Buenos días!
Puede tardar días… o años
Para iniciar la
jornada con una sonrisa, te ofrezco hoy un cuento humorístico, que también
ofrece ocasión para reflexionar con sabiduría.
Un señor llama
nerviosamente por teléfono preguntando:
—¿Ha llegado el
señor intendente?
— No, señor.
—¿Tardará mucho?
— No lo sé. Puede
tardar días, meses o años.
— Pero, ¿con
quién tengo el gusto de hablar?
— Con el
administrador del cementerio...
— Perdón,
equivocado.
El número estaba
equivocado, pero no la afirmación del administrador del cementerio. Porque es
verdad que el señor intendente, con una agenda llena de compromisos e
importantes actuaciones, podía llegar al cementerio —no por sus pies, sino
llevado a pulso de personas comedidas—, en término de horas, días, meses o
años. Sólo Dios sabe cuándo termina tú vida, mi vida, la del intendente, en
este mundo. ¿Lo pensamos? Es una reflexión seria, pero saludable, porque te
urge y motiva a llevar una vida justa y recta a los ojos del Señor. Si te
parece, cuenta este chiste a tus amigos.
Padre Natalio
Palabras del Beato Juan Pablo
II
“¡Os abrazo con gran cariño, queridos sacerdotes del
mundo entero! Es un abrazo que no tiene fronteras y que se extiende a los presbíteros
de cada Iglesia particular, hasta llegar de manera especial a vosotros,
queridos sacerdotes enfermos, solos, probados por las dificultades. Pienso
también en aquellos sacerdotes que, por distintas circunstancias, ya no
ejercitan el sagrado ministerio, aunque conservan en sí la especial
configuración con Cristo que es propia del carácter indeleble del orden
sagrado. Rezo mucho también por ellos y os invito a todos a recordarles en la
oración para que, gracias a la dispensa alcanzada de manera regular, mantengan
vivo en sí el compromiso de la coherencia cristiana y de la comunión eclesial”.
Juan Pablo II
(párroco)
(párroco)
Tema del día:
No almacenar en la tierra
Hoy comienza el evangelio diciendo que uno fue ante Jesús
para que fuera juez entre él y su hermano
por razones de herencia. No era raro en aquella sociedad judía el que una
autoridad religiosa hiciera las veces de juez. Quizá por eso, porque aquel
hombre vio en Jesús una cierta autoridad religiosa, le propuso el caso. Pero
Jesús no quiere hacer de juez entre aquellos hermanos. La razón es porque aquel
hombre buscaba la justicia con el poder; pero Jesús no quiere usar la vía del
poder, sino la del amor. Ve que aquel hombre no se acerca a Él para conocer la
Buena Nueva, sino para provecho propio material. Es el ejemplo de tantos que
esperan que sus problemas los solucionen otros o el mismo Dios, como de una
forma mágica, cuando en verdad Dios nos ha dado inteligencia y responsabilidad
para ir solucionando nuestras cosas.
Jesús aprovecha la proposición de aquel hombre para dar a
sus discípulos y a todos nosotros una gran lección sobre la avaricia o codicia
que corroe a gran parte de los seres humanos. Es decir, que Jesús va a
solucionar el caso desde la raíz: desde la caridad, que debe ser lo contrario de
la avaricia. Para ello cuenta una parábola.
Es la historia de un rico que tiene muchas riquezas, pero
quiere más. Como otras veces, no es que Jesús esté en contra de los bienes
terrenos, aunque sean bastantes. Lo malo es apegarse a ellos, lo cual suele ser
bastante fácil. Al rico de la parábola Jesús le llama “necio”, porque piensa
mal: piensa que las riquezas dan al hombre toda la felicidad y no se da cuenta
que se pueden perder en la vida y sobre todo se pierden definitivamente en la
muerte. Además es necio porque no sabe distinguir diferentes bienes con los que
nos podemos encontrar. El dinero no es todo ni siquiera para la felicidad
material. Y cuando se habla del dinero puede hablarse de poder, prestigio,
éxitos materiales, placeres corporales. Hay otros valores más importantes y que
dan una felicidad más íntima, como la amistad, la vida de familia, cultura,
naturaleza, etc.
Pero lo que Jesús quiere enseñarnos es que no hay
comparación entre los tesoros de la tierra con el atesorar y ser rico ante Dios
para el cielo. Y normalmente no suelen ir demasiado juntos, de modo que cuantos
más bienes materiales se poseen, menos se siente la necesidad de acudir a Dios;
y a veces la falta de bienes materiales nos ayuda para acercarnos más a Dios.
De hecho esto es lo definitivo e importante para nuestra vida que nunca se
terminará. Lo que Jesús quiere es que siempre contemos con Dios, en las buenas
y en las malas, porque Dios siempre quiere lo mejor para nosotros.
Lo malo de aquel rico es que, al almacenar riquezas,
prescindía de Dios, y porque lo hacía sin mirar a los demás, sino a su propio
provecho. Porque con el dinero se pueden hacer muchas obras buenas. Jesús lo
dijo claramente: que nos hagamos amigos para el cielo con el dinero. Pero hay
una gran tentación de almacenar dinero o querer que toque la lotería con el
pretexto de hacer muchas obras buenas, pero luego nos quedamos en el propio
provecho.
Hoy Jesús va contra la avaricia, sobre todo cuando con
ella se falta a la caridad. Así lo vemos desgraciadamente que pasa en tantas
familias con asuntos de herencias. Todo parece que va bien hasta que llega el
momento de la herencia y vienen las envidias y los odios u otras cosas peores.
Ello es porque falta la caridad. Si tuviéramos una gran caridad, se solucionarían
todos los conflictos terrenos. Tener caridad para con Dios es buscar sobre todo
los tesoros del cielo, y tener caridad para con los demás es saber ceder
nuestros propios derechos para que los demás estén más contentos.
Con esta actitud se solucionarían todos los conflictos
entre los pueblos y las naciones. La dificultad de hacer un buen tratado de paz
es que todos siguen con su avaricia y todos quieren lo mejor para ellos mismos,
no para el prójimo. Y así es muy difícil contentar a las dos partes. Busquemos
sobre todo el Reino de Dios, el almacenar para el cielo, y todo lo demás se nos
dará por añadidura.
P. Silverio Velasco (España)
Día del Párroco
Hoy 4 de agosto, memoria del Santo Cura de Ars,
celebramos el Día del Párroco. Este año lo hacemos en la cercanía de la
beatificación de quien podríamos llamar el cura de Ars argentino, me refiero al
Cura Brochero que será beatificado el próximo 14 de septiembre. En este marco
quiero dirigir mi oración y gratitud por esa figura tan cercana que es nuestro
Párroco. Es alguien que un día se sintió llamado por el Señor y encaminó sus
pasos para seguirlo. En esa llamada ya intuía que se trataba de un encuentro
que le exigía una donación total.
El contenido de esa llamada la fue madurando en esos
simples diálogos del Señor con sus primeros discípulos. El seguirlo significaba
un encuentro, una vivencia con él, no se trataba de seguir a una idea sino a
una persona: “venga y verán”, les decía el Señor a aquellos discípulos (Jn. 1
39). Estamos hablando del sacerdocio como una vocación que ha marcado su vida,
y a quien la Iglesia un día le confió la responsabilidad de presidir una
comunidad parroquial.
Sólo desde Jesucristo, que ha querido dejarnos su
ministerio en la presencia sacramental del sacerdote, podemos comprender su
vida: “Como el Padre me envió, yo también los envío a ustedes” (Jn. 20, 21).
Fuera de este ámbito el sacerdote pierde la razón última de su vida y el
significado de su misión. Su fuente es el sacerdocio de Jesucristo. Esto nos
habla de su identidad, misión y responsabilidad. Como el apóstol él debe vivir
con humildad esta simple verdad: “llevamos un tesoro, decía san Pablo, en
recipientes de barro” (2 Cor. 4, 7).
Esto significa que, además de la fragilidad humana, no se
elige el sacerdocio como una carrera, sino que se parte de un llamado. No somos
dueños de una profesión, somos servidores de un don que hemos recibido. Esta
mirada de fe la debe tener en primer lugar el sacerdote, para vivir con
sencillez y alegría su vocación; pero también los fieles y la comunidad, para
comprender desde la fe la vida del sacerdote como esa presencia sacramental que
Jesucristo nos ha dejado.
La fe cristiana, como vemos, no es sólo creer en un Dios
al que no vemos, sino creer en un Dios que habló y nos expresó su voluntad como
un camino de Vida. Esta encarnación de Dios en su Hijo es la que continúa de un
modo sacramental en la Iglesia. Así como decimos creo en la Iglesia, en cuanto
comunidad animada por el Espíritu Santo, debemos decir también creo en el
sacerdocio como don de Dios y presencia sacramental de Jesucristo.
Este marco de fe es el que nos ayuda a comprender la vida
y la misión del sacerdote. La misión del párroco encuentra su fuente en la
misma vida de Jesucristo, el Buen Pastor (Jn. Cap. 10). ¡Qué importante que
esta imagen que da sentido a la vida del sacerdote, sea también un motivo de
oración por él y por las vocaciones sacerdotales! El Señor sigue llamando.
Hagamos llegar a nuestros párrocos en su día nuestro saludo y gratitud.
Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oración, mi
bendición en el Señor.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
Nuevo video y artículo
Hay un nuevo video subido a este blog.
Para verlo tienes que ir al final de la página.
Hay nuevo material publicado en el blog
"Juan Pablo
II inolvidable"
Puedes acceder en la dirección:
Nunca olvidemos agradecer
Alguna vez leí que en el cielo hay dos oficinas
diferentes para tratar lo relativo a las oraciones de las personas en la
tierra:
Una es para receptar pedidos de diversas gracias, y allí
los muchos ángeles que atienden trabajan intensamente y sin descanso por la
cantidad de peticiones que llegan en todo momento.
La otra oficina es para recibir los agradecimientos por
las gracias concedidas y en ella hay un par de ángeles aburridos porque
prácticamente no les llega ningún mensaje de los hombres desde la tierra para
dar gracias...
Desde esta sección de "Pequeñas Semillitas"
pretendemos juntar una vez por semana (los domingos) todos los mensajes para la
segunda oficina: agradecimientos por favores y gracias concedidas como
respuesta a nuestros pedidos de oración.
Recibimos un pedido de agradecimiento a Dios y a todos
los que rezaron por el deseo de Jackie
C. W. y su esposo, que viven en Miami (USA), de recibir la bendición de un
hijo. Ahora nos llega la noticia que esperan la llegada de mellizos. Damos
gracias al Señor.
Desde Rosario, Argentina, los hermanos Mercedes y Rodrigo agradecen al Señor
haberles permitido viajar a Río de Janeiro y compartir con toda felicidad la
Jornada Mundial de la Juventud, con la presencia del Papa Francisco.
“Intimidad Divina”
Domingo 18 del
Tiempo Ordinario
El tema que nos ofrecen las lecturas de este domingo se
refiere al valor de las realidades terrenas – vida, trabajo, riquezas, etc. – y
al comportamiento del cristiano frente a ellas. La primera lectura declara la
vanidad, es decir, la inconsistencia de las cosas terrenas que pasan con la
fugacidad del viento. La vida del hombre es breve, destinada a la muerte; su
trabajo y su sabiduría pueden a lo más procurarle un buen patrimonio, pero un
día se verá forzado a abandonarlo. Entonces ¿para qué afanarse? ¿Para qué
sirven sus días agobiados de dolor y de preocupaciones? ¿Para qué sus noches
insomnes? Este breve fragmento no da la respuesta y se limita a observar que la
vida terrena vivida por sí misma, sin relación a Dios y a un fin superior, es
totalmente desilusoria. Ya en el Antiguo Testamento, y sobre todo en el libro
de la Sabiduría que habla de la inmortalidad del hombre, se da una solución a
este problema. Pero sólo el Nuevo da la respuesta definitiva: todas las
realidades terrenas tienen un valor en relación a Dios y por lo tanto, cuando
son empleadas según el orden querido por él.
A esto alude la segunda lectura con la conocida frase
paulina: “Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá
arriba…; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra”. El cristiano
regenerado por el bautismo a una vida nueva en Cristo sabe que su destino no
está encerrado en horizontes terrenos y que, aun atendiendo a los deberes de la
vida presente, su corazón debe estar dirigido al fin último: la vida eterna en
la eterna comunión con Dios. No espera, pues, de la vida terrena la felicidad
que ella no puede darle y que sólo en Dios puede hallar. Por consiguiente, en
el uso de los bienes terrenos será moderado y sabrá mortificarse –en sus
pasiones, en sus deseos desordenados, en sus codicias–, para morir al pecado
que lo aparta de Dios y para vivir, por el contrario, “con Cristo en Dios”.
Pero la respuesta directa a la primera lectura está en el
Evangelio del día (Lc 12, 13-21) y está introducida por el rechazo resuelto de
Jesús a intervenir en la partición de una herencia. Él ha venido a dar la vida eterna y no a ocuparse de bienes
transitorios que no pueden dar estabilidad alguna a la existencia del hombre…
La necedad y el pecado del hombre [de la parábola] está en haber acumulado
riquezas con el objeto único de gozarlas egoístamente. Dios está absolutamente
ausente de sus proyectos, como si su vida, lejos de depender de él, dependiese
de sus bienes. “tienes bienes acumulados para muchos años”… Pero aquella misma
noche queda cortada su vida y se encuentra ante Dios con las manos vacías,
carente de obras buenas válidas para la eternidad. Y la parábola concluye: “Así
será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios”.
Todo pasa bajo el
cielo: primavera, verano, otoño, cada estación llegará a su turno. Pasan las
fortunas del mundo: el que antes dominaba, es ahora abatido, y se eleva, en
cambio, el que antes estaba en tierra. Cuando las fortunas se hunden, la
riqueza bate las alas y vuela. Los amigos se hacen enemigos y los enemigos,
amigos, y cambian también nuestros deseos, nuestras aspiraciones y nuestros
proyectos. No hay nada estable fuera de ti, Dios mío. Tú eres el centro y la
vida de todos los que, siendo mudables, confían en ti como en un Padre, y
vuelven a ti los ojos, satisfechos de poder dejarse en tus manos. Sé, Dios mío,
que debe operarse en mí un cambio, si quiero llegar a contemplar tu rostro. Se
trata de la muerte. Cuerpo y alma deben morir a este mundo. Mi persona, mi
alma, tienen que ser regeneradas, porque sólo el santo puede llegar a verte…
Haz que día a día me vaya modelado según tú y, abandonándome en tus brazos, sea
transformado “de gloria en gloria”. Para llegar hasta ti, oh Señor, es preciso
que pase por la prueba, la tentación y la lucha. Aun cuando yo no capte
exactamente lo que me espera, sé al menos esto, y sé también que si tú no estás
a mi lado, caminaré no hacia lo mejor sino hacia lo peor. Cualquiera sea mi
suerte, rico o pobre, sano o enfermo, rodeado de amigos o abandonado a mí solo,
todo acabará mal si quien me sostiene no es el Inmutable. Todo, en cambio,
acabará bien, si tengo a Jesús conmigo, a Jesús que es “el mismo hoy, mañana y
siempre” (J. H. Newman, Madurez cristiana).
P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
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