PEQUEÑAS SEMILLITAS
Año 8 - Número 1963 ~ Domingo
24 de Febrero de 2013
- AÑO DE LA FE -
Desde la ciudad de Córdoba
(Argentina)
Alabado sea
Jesucristo…
Los cristianos de todos los tiempos se han sentido
atraídos por la escena llamada tradicionalmente "La transfiguración del Señor". Sin embargo, a los que
pertenecemos a la cultura moderna no se nos hace fácil penetrar en el
significado de un relato redactado con imágenes y recursos literarios, propios
de una "teofanía" o revelación de Dios.
Todo sucede durante la oración de Jesús: "mientras
oraba, el aspecto de su rostro cambió". Jesús, recogido
profundamente, acoge la presencia de su Padre, y su rostro cambia. Los
discípulos perciben algo de su identidad más profunda y escondida. Algo que no
pueden captar en la vida ordinaria de cada día.
En la vida de los seguidores de Jesús no faltan momentos
de claridad y certeza, de alegría y de luz. Ignoramos lo que sucedió en lo alto
de aquella montaña, pero sabemos que en la oración y el silencio es posible
vislumbrar, desde la fe, algo de la identidad oculta de Jesús. Esta oración es
fuente de un conocimiento que no es posible obtener de los libros.
La escena culmina con una voz y un mandato solemne. Los
discípulos se ven envueltos en una nube. Se asustan pues todo aquello los
sobrepasa. Sin embargo, de aquella nube sale una voz: "Este es mi Hijo, el
escogido. Escúchenlo". La escucha ha de ser la primera actitud de
los discípulos.
Los cristianos de hoy necesitamos urgentemente
"interiorizar" nuestra religión si queremos reavivar nuestra fe. No
basta oír el Evangelio de manera distraída, rutinaria y gastada, sin deseo
alguno de escuchar. No basta tampoco una escucha inteligente preocupada solo de
entender.
Necesitamos escuchar a Jesús vivo en lo más íntimo de
nuestro ser. Todos, predicadores y pueblo fiel, teólogos y lectores,
necesitamos escuchar su Buena Noticia de Dios, no desde fuera sino desde
dentro. Dejar que sus palabras desciendan de nuestras cabezas hasta el corazón.
Nuestra fe sería más fuerte, más gozosa, más contagiosa.
José Antonio Pagola
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, Juan y
Santiago, y subió al monte a orar. Y sucedió que, mientras oraba, el aspecto de
su rostro se mudó, y sus vestidos eran de una blancura fulgurante, y he aquí
que conversaban con Él dos hombres, que eran Moisés y Elías; los cuales
aparecían en gloria, y hablaban de su partida, que iba a cumplir en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, pero
permanecían despiertos, y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con
Él. Y sucedió que, al separarse ellos de Él, dijo Pedro a Jesús: «Maestro,
bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para
Moisés y otra para Elías», sin saber lo que decía. Estaba diciendo estas cosas
cuando se formó una nube y los cubrió con su sombra; y al entrar en la nube, se
llenaron de temor. Y vino una voz desde la nube, que decía: «Este es mi Hijo,
mi Elegido; escuchadle». Y cuando la voz hubo sonado, se encontró Jesús solo.
Ellos callaron y, por aquellos días, no dijeron a nadie nada de lo que habían
visto.
(Lc 9,28-36)
Comentario
Hoy, segundo domingo de Cuaresma, la liturgia de la
palabra nos trae invariablemente el episodio evangélico de la Transfiguración
del Señor. Este año con los matices propios de san Lucas.
El tercer evangelista es quien subraya más intensamente a
Jesús orante, el Hijo que está permanentemente unido al Padre a través de la
oración personal, a veces íntima, escondida, a veces en presencia de sus
discípulos, llena de la alegría del Espíritu Santo.
Fijémonos, pues, que Lucas es el único de los sinópticos
que comienza la narración de este relato así: «Jesús (...) subió al monte a
orar» (Lc 9,28), y, por tanto, también es el que especifica que la
transfiguración del Maestro se produjo «mientras oraba» (Lc 9,29). No es éste
un hecho secundario.
La oración es presentada como el contexto idóneo,
natural, para la visión de la gloria de Cristo: cuando Pedro, Juan y Santiago
se despertaron, «vieron su gloria» (Lc 9,32). Pero no solamente la de Él, sino
también la gloria que ya Dios manifestó en la Ley y los Profetas; éstos —dice
el evangelista— «aparecían en gloria» (Lc 9,31). Efectivamente, también ellos
encuentran el propio esplendor cuando el Hijo habla al Padre en el amor del
Espíritu. Así, en el corazón de la Trinidad, la Pascua de Jesús, «su partida,
que iba a cumplir en Jerusalén» (Lc 9,31) es el signo que manifiesta el
designio de Dios desde siempre, llevado a término en el seno de la historia de
Israel, hasta el cumplimiento definitivo, en la plenitud de los tiempos, en la
muerte y la resurrección de Jesús, el Hijo encarnado.
Nos viene bien recordar, en esta Cuaresma y siempre, que
solamente si dejamos aflorar el Espíritu de piedad en nuestra vida,
estableciendo con el Señor una relación familiar, inseparable, podremos gozar
de la contemplación de su gloria. Es urgente dejarnos impresionar por la visión
del rostro del Transfigurado. A nuestra vivencia cristiana quizá le sobran
palabras y le falta estupor, aquel que hizo de Pedro y de sus compañeros
testigos auténticos de Cristo viviente.
Rev. D. Jaume GONZÁLEZ i Padrós (Barcelona, España)
Santoral Católico:
San Modesto
Obispo de Tréveris
Su apelativo bien pronunciado indica al poseedor de una virtud
altamente costosa de conseguir y dice mucho con relación a la templanza que
ayuda al perfecto dominio de sí. Buen servicio hizo esta virtud al santo que la
llevó en su nombre.
El pastor de Tréveris trabaja y se desvive por los fieles
de Jesucristo, allá por el siglo V. Lo presentan los escritos narradores de su
vida adornado con todas las virtudes que debe llevar consigo un obispo.
Al leer el relato, uno va comprobando que, con
modalidades diversas, el hombre continúa siendo el mismo a lo largo de la
historia. No cambia en su esencia, no son distintos sus vicios y ni siquiera se
puede decir que no sea un indigente de los mismos remedios ayer que hoy.
Precisamente en el orden de la sobrenatural, las necesidades corren parejas por
el mismo sendero, las virtudes a adquirir son siempre las mismas y los medios
disponibles son idénticos. Fueron inventados hace mucho tiempo y el hombre ha
cambiado poco y siempre por fuera.
Modesto es un buen obispo que se encuentra con un pueblo
invadido y su población asolada por los reyes francos Merboco y Quildeberto. A
su gente le pasa lo que suele suceder como consecuencia del desastre de las
guerras. Soportan todas las consecuencias del desorden, del desaliento, del
dolor de los muertos y de la indigencia. Están descaminados los usos y
costumbres de los cristianos; abunda el vicio, el desarreglo y libertinaje.
Para colmo de males, si la comunidad cristiana está deshecha, el estado en que
se encuentra el clero es aún más deplorable. En su mayor parte, están
desviados, sumidos en el error y algunos nadan en la corrupción.
El obispo está al borde del desaliento; lleno de dolor y
con el alma encogida por lo que ve y oye. Es muy difícil poner de nuevo en tal
desierto la semilla del Evangelio. Humanamente la tarea se presenta con
dificultades que parecen insuperables.
Reacciona haciendo cada día más suyo el camino que bien
sabía habían tomado con éxito los santos. Se refugia en la oración; allí gime
en la presencia de Dios, pidiendo y suplicando que aplaque su ira. Apoya el ruego
con generosa penitencia; llora los pecados de su pueblo y ayuna. Sí, son muchas
las horas pasadas con el Señor como confidente y recordándole que, al fin y al
cabo, las almas son suyas.
No deja otros medios que están a su alcance y que forman
parte del ministerio. También predica. Va poco a poco en una labor lenta;
comienza a visitar las casas y a conocer en directo a su gente. Sobre todo, los
pobres se benefician primeramente de su generosidad. En esas conversaciones de
hogar instruye, anima, da ejemplo y empuja en el caminar.
Lo que parecía imposible se realiza. Hay un cambio entre
los fieles que supo ganar con paciencia y amabilidad. Ahora es el pueblo quien
busca a su obispo porque quiere gustar más de los misterios de la fe. Ya
estuvieron sobrado tiempo siendo rudos, ignorantes y groseros.
Murió -y la gente decía que era un santo el que se iba-
el 24 de febrero del año 486.
Fuente: Catholic.net
¡Buenos días!
La paz de Dios
La paz interior
tiene enemigos: son los pensamientos y sentimientos negativos que confunden y
agitan de tal modo que turban el cielo tranquilo de tu corazón. Hombres sabios
que sondearon su interior con la luz del Espíritu los han especificado:
insatisfacción, ansiedad, irritación, miedo, odio, tristeza, etc. La Reina de la
Paz te invita a vivir la paz del corazón.
“¡Queridos hijos! Hoy les doy las gracias y
deseo invitarlos a la paz de Dios. Yo deseo que cada uno de ustedes experimente
en su corazón esa paz que sólo Dios da. Hoy quiero bendecirlos a todos; los
bendigo con la bendición del Señor. Les suplico, queridos hijos, que sigan y
que vivan mi camino. Yo los amo, queridos hijos, y les agradezco todo lo que
ustedes están haciendo por mis intenciones. Les suplico que me ayuden, para que
yo pueda ofrecerlos al Señor para que El los salve y los guíe por el camino de
la salvación. Gracias por haber respondido a mi llamado!”
Confía en el
Señor y vigila tu mente para que no echen raíces ideas o emociones funestas que
pueden dañarte y trabar las fuerzas de tu espíritu. Por una parte, mantén la
vigilancia y, por otra, fortalece con la meditación los valores perdurables del
amor, la paciencia, la serenidad y la alegría profunda. Que el Señor te bendiga
y proteja en este crecimiento.
Padre Natalio
Palabras del Beato Juan Pablo
II
“Durante la oración realizamos
una especie de ascensión a la luz divina
y, a la vez, experimentamos un descenso de Dios,
que se adapta a nuestro límite
para escucharnos y hablarnos,
para encontrarse con nosotros y salvarnos”
Beato Juan Pablo II
Tema del día:
Ver el rostro del Señor
Todos los años en el 2º domingo de Cuaresma la Iglesia
nos pone a consideración la escena de la Transfiguración del Señor. Este año el
evangelista que lo narra es san Lucas, pues estamos en el ciclo C. Nos lo pone
en este 2º domingo de Cuaresma, pues encierra una gran enseñanza para este
tiempo. Se supone que hemos comenzado la Cuaresma con verdadero sentido
cristiano de unirnos con Cristo, a quien consideramos ofreciéndose al Padre por
nosotros en la Semana Santa. Por lo tanto debemos sentir más vivamente el
arrepentimiento de nuestros pecados. La gran lección es que, si a Dios le
parece bien que suframos un poco por nuestros pecados, no es porque quiera para
nosotros el dolor, sino que es un paso para llegar a la felicidad de su gloria.
Habían pasado pocos días desde que Jesús les había dicho
a los apóstoles que iban hacia Jerusalén donde iba a sufrir y morir por
nosotros. Claro que también les había dicho que al tercer día iba a resucitar.
Los apóstoles, sin embargo, habían atendido demasiado a la parte de los
sufrimientos y no podían comprender cómo Jesús, a quien le tenían por Mesías,
como lo había proclamado Pedro, podía morir tan pronto y de forma tan
degradante. Estaban tristes. Ahora Jesús les quiere dar a los tres discípulos
más íntimos como un pequeño adelanto de lo que será la resurrección y
enseñarles la verdad de que su muerte dolorosa iba a ser un paso necesario o
muy conveniente para la resurrección. Después de la resurrección de Jesús,
darían una gran importancia a este suceso, como se verá en la predicación y
cartas de san Pedro.
Jesús en aquel monte, delante de sus tres discípulos, se
pone a orar. Pero es una oración tan sublime y mística que deja transparentar
parte de su esencia divina. Esto se expresa por lo de los vestidos blancos y la
presencia de la nube. Tan contentos están los discípulos que san Pedro está
dispuesto a hacer unas tiendas para quedarse allí por mucho tiempo. Dice el
evangelio que no sabía lo que decía, porque estaba como trasportado a otro
mundo. Esta es una primera enseñanza: que Dios está con nosotros cuando nos
ponemos en oración. A veces deja traspasar un poquito de su grandiosa presencia
dando una felicidad que no lo pueden dar las cosas externas.
Pero Jesús les quería dar la principal lección: que todos
los sufrimientos le llevarán a la gloria. Por eso aparecieron allí Moisés y
Elías conversando sobre lo que iba a significar la muerte de Jesús. Nos viene a
decir el evangelio que todo el misterio de la vida y muerte de Jesús es la
culminación de todo lo enseñado en el Antiguo Testamento, simbolizado por la
ley y los profetas. Y es la gran lección que hoy nos da la Iglesia: que todos
nuestros sufrimientos, llevados por amor a Jesús y llevados con El, nos
reportarán una gloria, que un día lo veremos cuando estemos con Cristo en el
cielo.
Jesús quería confirmar en la fe a aquellos apóstoles que
no acababan de comprender las palabras de Jesús; y que de hecho no
comprenderían hasta después de la resurrección. Hasta entonces el sufrimiento
de la cruz sería para ellos un escándalo, cuando debería ser una esperanza en
el triunfo definitivo. Así pasa hoy con mucha gente. Es muy difícil conocer el
misterio de la vida de la Iglesia. Muchos sólo ven la parte externa y por lo
tanto todo lo ven bajo su prisma materialista.
Hoy pedimos en el prefacio de la misa que el Señor nos dé
a entender que “la pasión es el camino de la resurrección”. En el salmo
responsorial se habla de “ver el rostro del Señor”. Ese debe ser nuestro anhelo
de toda nuestra vida. Y como dice san Pablo en la 2ª lectura, esperamos que
Cristo transfigure nuestro cuerpo en cuerpo glorioso como el suyo. A veces Dios
nos da en esta vida pequeñas alegrías, que son como anticipos de la gloria
futura. Sepamos agradecérselo a Dios. Pero sepamos que luego, como aquellos
tres apóstoles, debemos ir a la vida ordinaria a ser testigos de Jesucristo. Y
mientras tanto atendamos a la voz del Padre que nos dice: “Escuchadle”.
Escuchando a Jesús y siguiéndole tendremos un día la gloria eterna.
P. Silverio Velasco (España)
Nuevo video y artículo
Hay un nuevo video subido a este blog.
Para verlo tienes que ir al final de la página.
Hay nuevo material publicado en el blog
"Juan Pablo
II inolvidable"
Puedes acceder en la dirección:
Nunca nos olvidemos de
agradecer
Alguna vez leí que en el cielo hay dos oficinas
diferentes para tratar lo relativo a las oraciones de las personas en la
tierra:
Una es para receptar pedidos de diversas gracias, y allí
los muchos ángeles que atienden trabajan intensamente y sin descanso por la
cantidad de peticiones que llegan en todo momento.
La otra oficina es para recibir los agradecimientos por las
gracias concedidas y en ella hay un par de ángeles aburridos porque
prácticamente no les llega ningún mensaje de los hombres desde la tierra para
dar gracias...
Desde esta sección de "Pequeñas Semillitas"
pretendemos juntar una vez por semana (los domingos) todos los mensajes para la
segunda oficina: agradecimientos por favores y gracias concedidas como
respuesta a nuestros pedidos de oración.
Desde Chile, nos agradecen oraciones hechas por Paula,
joven madre que está mejorando paulatinamente, a la vez que solicitan que
sigamos rezando por ella.
Desde Las Tunas, Cuba, nos escriben dándole gracias a
Dios por Yannelis A., porque le ha dado negativa la biopsia de hígado que le
realizaron… Gracias Señor sabemos que ahí está tu mano.
“Intimidad Divina”
Domingo 2 de Cuaresma
La liturgia de este domingo está iluminada por los
resplandores de la transfiguración del Señor, preludio de su resurrección y
garantía de la del cristiano. A modo de introducción, la primera lectura (Gn
15, 5-12, 17-18) narra la alianza de Dios con Abrahán. Después de haberle
profetizado por tercera vez una numerosa descendencia “Mira el cielo y cuenta
las estrellas… Así será tu descendencia” (ib. 5), Dios le señala la tierra que
le dará en posesión; y Abrahán con humilde confianza le pide una garantía de
esas promesas. El Señor condesciende benévolamente y hace con él un contrato
según las costumbres de los pueblos nómadas de aquellos tiempos; Abrahán
prepara un sacrificio de animales sobre el cual baja de noche el Señor en forma
de fuego sellando así la alianza.
Sobre el Tabor (Evangelio Lc 9, 28-36) ante Jesús
transfigurado el Señor una vez más se compromete en favor de los hombres a
quienes presenta a su Hijo muy amado: “Este es mi Hijo, mi Elegido: escuchadle”
(ib. 35); se lo entrega como Maestro; pero en el Calvario se lo entregará como
Víctima. San Lucas precisa que la transfiguración aconteció sobre el monte
mientras Jesús oraba. Jesús permite que por un momento su divinidad
resplandezca a los ojos estáticos de sus discípulos como realmente es:
“resplandor de la gloria del Padre, imagen de sus sustancia” (Hb 1, 3).
Contemplar el rostro de Dios fue siempre el anhelo de los justos del Antiguo
Testamento y de los santos del Nuevo: “Señor, yo busco tu rostro. No me ocultes
tu rostro” (Salmo Resp.) Pero cuando Dios concede semejante gracia no deja de
ser más que un instante que, lo mismo que en la visión del Tabor, está ordenada
a robustecer la fe y a infundir nuevo valor para llevar la cruz.
La segunda lectura (Flp 3, 17-4, 1) es una fervorosa
exhortación a llevar con amor la cruz de Cristo, a fin de ser un día partícipes
de su gloria. “Muchos viven según os dije tantas veces, y ahora os repito con
lágrimas, como enemigos de la cruz de Cristo” (ib. 18). El Apóstol se queja de
los cristianos que se entregan a los placeres terrenos, a las satisfacciones de
la carne con el pensamiento preocupado solamente de las cosas de la tierra. Y
he aquí que el Apóstol toma el vuelo hacia la altura y nos recuerda la visión
del Tabor. Pero nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como
Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo
nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo (ib. 20-21). La transfiguración del
cristiano será realmente plena sólo en la vida eterna, pero ya se inicia aquí
abajo por medio del bautismo; la gracia de Cristo es la levadura que desde las
entrañas nos transforma y transfigura en su imagen, si aceptamos llevar con él
nuestra cruz.
Señor, busco tu
rostro, tu rostro deseo, Señor. Enséñame, pues, ahora, Señor Dios mío, dónde y
cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte. Señor, si no estás aquí, ¿dónde te
buscaré ausente? Y si estás en todas las partes, ¿por qué no te veo presente?
Más, ciertamente, tú habitas en una luz inaccesible… ¿Quién me llevará e
introducirá en esa luz para que yo te vea?
Señor, enséñame a buscarte y muéstrame a mí, que te busco, pues no puedo
buscarte, si tú no me enseñas a hacerlo, ni puedo encontrarte, si tú no te
manifiestas. ¡Oh Señor!, que yo te busque deseando, que te desee buscando, que
te encuentre amando, que te ame encontrándote. (San Anselmo)
P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
.
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