miércoles, 28 de noviembre de 2012

Pequeñas Semillitas 1881


PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 7 - Número 1881 ~ Miércoles 28 de Noviembre de 2012
- AÑO DE LA FE -
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
   

Alabado sea Jesucristo…
El reino de Jesús, reino de justicia, paz y servicio, debe crecer en medio de las personas y del mundo. Jesús no huyó del mundo ni invita a nadie a huir de él.
“Mi reino no es de este mundo” no debe llevarnos a despreocuparnos y evadirnos.
Estamos llamados a colaborar en la construcción de un Reino que no se identifica con los poderes de este mundo y que tenemos que empezar a realizar en él.
A eso se dedicó Jesús. A instaurar un reino de paz y fraternidad, de justicia y respeto por los derechos y la dignidad de todos. Reinado que no es sólo para el futuro, que está presente desde ahora.
¿Quién es el rey de mi vida? ¿Qué reyes permito que me quiten mi libertad? ¿Quién o qué determina mi vida? ¿Hay muchos reyes, muchos dioses dispuestos a impedir que sea persona libre, consciente, solidaria, comprometida?...
Pase lo que pase, tengo la capacidad y la suerte de poder elegir y decidir quién quiero que reine en mí.


La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy


En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto os sucederá para que deis testimonio. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y seréis odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».
(Lc 21,12-19)

Comentario
Hoy ponemos atención en esta sentencia breve e incisiva de nuestro Señor, que se clava en el alma, y al herirla nos hace pensar: ¿por qué es tan importante la perseverancia?; ¿por qué Jesús hace depender la salvación del ejercicio de esta virtud?
Porque no es el discípulo más que el Maestro —«seréis odiados de todos por causa de mi nombre» (Lc 21,17)—, y si el Señor fue signo de contradicción, necesariamente lo seremos sus discípulos. El Reino de Dios lo arrebatarán los que se hacen violencia, los que luchan contra los enemigos del alma, los que pelean con bravura esa “bellísima guerra de paz y de amor”, como le gustaba decir a san Josemaría Escrivá, en que consiste la vida cristiana. No hay rosas sin espinas, y no es el camino hacia el Cielo un sendero sin dificultades. De ahí que sin la virtud cardinal de la fortaleza nuestras buenas intenciones terminarían siendo estériles. Y la perseverancia forma parte de la fortaleza. Nos empuja, en concreto, a tener las fuerzas suficientes para sobrellevar con alegría las contradicciones.
La perseverancia en grado sumo se da en la cruz. Por eso la perseverancia confiere libertad al otorgar la posesión de sí mismo mediante el amor. La promesa de Cristo es indefectible: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas» (Lc 21,19), y esto es así porque lo que nos salva es la Cruz. Es la fuerza del amor lo que nos da a cada uno la paciente y gozosa aceptación de la Voluntad de Dios, cuando ésta —como sucede en la Cruz— contraría en un primer momento a nuestra pobre voluntad humana.
Sólo en un primer momento, porque después se libera la desbordante energía de la perseverancia que nos lleva a comprender la difícil ciencia de la cruz. Por eso, la perseverancia engendra paciencia, que va mucho más allá de la simple resignación. Más aún, nada tiene que ver con actitudes estoicas. La paciencia contribuye decisivamente a entender que la Cruz, mucho antes que dolor, es esencialmente amor.
Quien entendió mejor que nadie esta verdad salvadora, nuestra Madre del Cielo, nos ayudará también a nosotros a comprenderla.
Rvdo. D. Manuel COCIÑA Abella (Madrid, España)


Santoral Católico:
Santa Catalina Labouré
Religiosa


Esta fue la santa que tuvo el honor de que la Sma. Virgen se le apareciera para recomendarle que hiciera la Medalla Milagrosa.

Sus padres tuvieron diecisiete hijos de los que vivieron nueve. Catalina era la séptima. Nació en Fain-les-Moutiers (Francia), el 2 de Enero del 1806. Huérfana de madre desde los nueve años, pasó la niñez entre las aves y los animales de la granja porque tuvo que hacerse cargo de las faenas de la casa junto con su hermana pequeña Tonina. Dos amas de casa, en una familia numerosa, que tenían doce y nueve años.

Ella nota el tirón de la vocación a la vida religiosa. Pero —los santos casi siempre lo tuvieron difícil— tiene que vencer engorrosas y complicadas dificultades familiares para poder realizarla. Incluso tuvo que trabajar como criada y camarera en los negocios de dos hermanos mayores suyos durante algunas temporadas. Lo que pasa es que, cuando Dios llama y uno persevera, las dificultades se superan.

Ingresó en las Hijas de la Caridad que fundó San Vicente de Paul. El amor a Dios le lleva a cumplir fielmente las ocupaciones habituales. Se desenvuelve en la vida sencilla y escondida de una religiosa que tiene por vocación atender a los que están limitados: asilos, hospitales, manicomios, hospicios etc., en donde hay enfermos, sufrimiento, camas, cocina, ropas… rezos y mucho amor a Dios.

Hubiera empleado su vida, como tantas religiosas santas, sin que su nombre hubiera pasado a las líneas de la historia, de no habérsele aparecido la Virgen Santísima en el mes de Julio del 1830 y luego varias veces más. Aún se puede ver, en la rue du Bac, de París, el sillón de respaldo y brazos muy bajos, tapizado de velludillo rojo en donde estuvo sentada Nuestra Señora en la primera aparición. Aparte de otras cosas personales, le pide la Virgen que se grabe una medalla con su imagen en la que aparezcan unos haces de gracia que se derraman desde sus manos para bien de los hombres. Luego, esa medalla ha de difundirse por el mundo. Es el comienzo de la Medalla Milagrosa.

Después pasó su vida desempeñando trabajos escondidos y sin brillo propios de cualquier religiosa. Nadie supo hasta la muerte de esta monjita bretona —no muy letrada— el hecho de las apariciones que ella quiso guardar con el pudor propio de quien conoce la grandeza, las finuras y la personal delicadeza del amor. Sólo tuvo conocimiento puntual el P. Aladel, su confesor.

Muere el 31 de Diciembre del 1876. La canonizó el papa Pío XII.

Fuente: Catholic.net


La frase de hoy

“Un cristiano que se deja guiar y formar poco a poco por la fe de la Iglesia, a pesar de sus debilidades, sus limitaciones y sus dificultades, se vuelve como una ventana abierta a la luz del Dios vivo, que recibe esta luz y la transmite al mundo"

Benedicto XVI


Tema del día:
Nuestra fe, la fe de la Iglesia


¿Es la fe algo meramente individual, que solo interesa a cada uno?

Una vez más se ha enfrentado Benedicto XVI, en su audiencia del 31 de octubre, con el individualismo que puede afectar a los creyentes.

Por supuesto, observa, “el acto de fe es un acto eminentemente personal, que tiene lugar en lo más profundo y que marca un cambio de dirección, una conversión personal: es mi vida que da un giro, una nueva orientación”. En la liturgia del Bautismo, quien acepta la fe católica en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo responde en singular: “Yo creo”.

Creer no es individualista

Pero, añade el Papa, explicando cómo se origina la fe personal, “este creer no es el resultado de mi reflexión solitaria, no es el producto de mi pensamiento, sino que es el resultado de una relación, de un diálogo en el que hay un escuchar, un recibir, y un responder”. Es el resultado de la relación con Jesús: “Este creer es el comunicarse con Jesús, el que me hace salir de mi ´yo´, encerrado en mí mismo, para abrirme al amor de Dios Padre”. Y hay que entender esa relación mirando cómo es en realidad: “Es como un renacimiento en el que me descubro unido no solo a Jesús, sino también a todos aquellos que han caminado y caminan por el mismo camino”. Pues bien, este nuevo nacimiento que comienza con el Bautismo, se prolonga luego a lo largo de la vida.

La fe me viene por la Iglesia, mi fe sólo existe en "nuestra fe"

En consecuencia: “No puedo construir mi fe personal en un diálogo privado con Jesús, porque la fe me ha sido dada por Dios a través de una comunidad de creyentes que es la Iglesia, y por lo tanto me inserta en la multitud de creyentes, en una comunidad que no solo es sociológica, sino que está enraizada en el amor eterno de Dios, que en Sí mismo es comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que es Amor trinitario”. Dicho brevemente: “Nuestra fe es verdaderamente personal, solo si es a la vez comunitaria: puede ser ´mi fe´, solo si vive y se mueve en el ´nosotros´ de la Iglesia, solo si es nuestra fe, nuestra fe común en la única Iglesia”.

En efecto. Es claro que -como creemos- la vida cristiana es un vivir juntos con Cristo. Por tanto, la fe, que es participar de la mirada de Cristo sobre la realidad, sólo puede ser viva en cada uno en la medida en que participa de esa misma mirada. La fe no nos quita nuestra personalidad, sino que la dota de una mayor profundidad de conocimiento y de capacidad para amar.

De hecho, continúa Benedicto XVI, esto es lo que se manifiesta el domingo en la misa: rezamos el “Credo” en primera persona, pero al mismo tiempo lo hacemos junto con los demás en confesando la única fe de la Iglesia. De esa manera, “ese ´creo´ pronunciado individualmente, se une al de un inmenso coro en el tiempo y en el espacio, en el que todos contribuyen, por así decirlo, a una polifonía armoniosa de la fe”. Y esto, apunta el Papa, es lo que quiere decir el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 181) cuando afirma que “creer es un acto eclesial”, y explica el mismo texto: “La fe de la Iglesia precede, engendra, conduce y alimenta nuestra fe. La Iglesia es la Madre de todos los creyentes”. Por eso decía San Cipriano: “Nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por Madre”. En síntesis, resume el Papa, “la fe nace en la Iglesia, conduce a ella y vive en ella”.

La Iglesia es madre donde la fe vive y se transmite

La Iglesia es también -como una madre que siempre da vida- el ámbito donde la fe se transmite. En Pentecostés, el Espíritu Santo desciende sobre los discípulos y les da la fuerza para proclamar el núcleo de la fe cristiana: Cristo es el Hijo de Dios que ha muerto en la Cruz y ha resucitado para nuestra salvación (cf. Hch., cap. 2). Y muchos se convierten y son bautizados. “Así -muestra el Papa Ratzinger de un modo que gusta desde hace mucho tiempo utilizar-, comienza el camino de la Iglesia, comunidad que lleva este anuncio en el tiempo y en el espacio, comunidad que es el Pueblo de Dios basado sobre la nueva alianza gracias a la sangre de Cristo, y cuyos miembros no pertenecen a un determinado grupo social o étnico, sino que son hombres y mujeres provenientes de cada nación y cultura”. Este pueblo es una familia universal: “Es un pueblo “católico”, que habla lenguas nuevas, universalmente abierto a acoger a todos, más allá de toda frontera, haciendo caer todas las barreras” (cf. Col. 3,11).

Por tanto, la Iglesia es el “lugar” donde nace la fe, donde la fe se transmite y donde se celebra y vive, nos libera de la esclavitud del pecado y nos hace hijos de Dios; y “al mismo tiempo, estamos inmersos en comunión con los demás hermanos y hermanas en la fe, con todo el Cuerpo de Cristo, sacándonos fuera de nuestro aislamiento”. Así lo dice el Concilio Vaticano II: “Fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente” (Const. Dogm. Lumen Gentium, 9).

Esta es nuestra fe, la fe de la Iglesia: donde mi fe crece y madura

Y por eso el celebrante del bautismo, al concluir las promesas en las que expresamos la renuncia al mal y repetimos “creo” a las verdades de la fe, dice: “Esta es nuestra fe, esta es la fe de la Iglesia que nos gloriamos de profesar en Cristo Jesús Nuestro Señor”. Esta es la fe que transmite la Iglesia (en una “Tradición” viva) con la proclamación de la Palabra de Dios, la celebración de los sacramentos y la vida cristiana. El Concilio Vaticano II afirma que la Iglesia, “en su doctrina, en su vida y en su culto transmite a todas las generaciones todo lo que ella es, todo lo que ella cree” (Dei Verbum, n. 8).

Finalmente, vuelve Benedicto XVI al principio de su argumentación, precisando que la Iglesia no es sólo el “lugar” donde nace la fe y se transmite, sino también “donde la fe personal crece y madura”. Por eso el Nuevo Testamento llama “santos” al conjunto de los cristianos: no porque todos tuvieran ya las cualidades para ser declarados santos, sino porque, por la fe, estaban llamados a iluminar a los demás, acercándolos a Jesucristo.

“Y esto -sostiene el Papa- también vale para nosotros: un cristiano que se deja guiar y formar poco a poco por la fe de la Iglesia, a pesar de sus debilidades, sus limitaciones y sus dificultades, se vuelve como una ventana abierta a la luz del Dios vivo, que recibe esta luz y la transmite al mundo”. Y recoge estas palabras de Juan Pablo II: “La misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola!” (enc. Redemptoris missio, n. 2).

Protagonistas de una experiencia que nos sobrepasa

En definitiva, la auténtica fe cristiana tiene esta dinámica personal, eclesial y universal, Y esto, señala Benedicto XVI, es contrario a la tendencia actual. “La tendencia, hoy generalizada, a relegar la fe al ámbito privado, contradice por tanto su propia naturaleza. Tenemos necesidad de la Iglesia para confirmar nuestra fe y para experimentar los dones de Dios: su Palabra, los sacramentos, el sostenimiento de la gracia y el testimonio del amor”. “Así -apunta-, nuestro ´yo´ en el ´nosotros´ de la Iglesia, podrá percibirse, al mismo tiempo, como destinatario y protagonista de un acontecimiento que lo sobrepasa: la experiencia de la comunión con Dios, que establece la comunión entre las personas”.

Y así concluye el Papa mostrando, en la perspectiva del Concilio Vaticano II: “En un mundo donde el individualismo parece regular las relaciones entre las personas, haciéndolas más frágiles, la fe nos llama a ser Pueblo de Dios, a ser Iglesia, portadores del amor y de la comunión de Dios para toda la humanidad (cf. GS, 1)”.

La fe cristiana, es, en efecto, el remedio para la fragilidad personal precisamente porque nos abre a Dios y a los demás.

Autor: Ramiro Pellitero Iglesias
Fuente: iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com.es


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Pensamientos sanadores


Recibe el gozo del Resucitado

Aunque los evangelios no dicen nada al respecto, la tradición asegura que a la primera persona a quien se le presentó Jesús resucitado fue a su Madre.
Es muy posible que, en aquellos momentos, ella estuviese sumergida en la oración.
En todos los recuerdos de lo vivido en los últimos días, hubo un profundo dolor, pero también había paz y esperanza, pues tenía la certeza de que su Hijo estaba por resucitar.
En medio de la dispersión de los apóstoles, ella se mantuvo fiel, esperando el regreso. En la oscuridad que experimentaban los discípulos, ella era la luz que anunciaba la espera de la Resurrección.
Tú puedes imaginar que, de pronto, se abre la puerta de la casa, y, con los primeros rayos del sol de la mañana, entra Jesús con su cuerpo glorificado. ¿Cómo habrá sido ese encuentro entre la Madre y el Hijo? ¿Cómo puede haber sido la mirada entre María y Jesús? Puedes pedirle al Espíritu Santo que te conceda la gracia de sentir internamente el amor de ese encuentro. Sumérgete tú también en ese abrazo y deja que el amor de Jesús resucitado y de María restaure tu corazón.

Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican. Lucas 8, 21.


Mes de María


Desde el 7 de Noviembre al 7 de Diciembre, se desarrolla en Argentina y en varios países del hemisferio sur, el Mes de María, pues es el mes de las flores aquí en el sur, tal como Mayo lo es en el hemisferio norte.

Día veintidós (28/NOV): Reconocimiento a Dios

CONSIDERACIÓN. – Los días tristes y penosos son, sin duda, los más numerosos en la vida del hombre; sin embargo, Dios le dispensa algunos consuelos y alegrías, en medio de sus penas.
Preguntémonos, si tenemos, por los bienes que nos da, un reconocimiento suficiente.
Vamos a Él con fervor, cuando somos desgraciados, cuando la muerte amenaza a alguien que amamos, pero si oye nuestra súplica, ¿la acción de gracias se eleva en seguida de nuestro corazón? En una palabra, ¿somos agradecidos?
La Santísima Virgen es aquí otra vez nuestro modelo y la Escritura santa nos ha conservado el sublime canto del Magníficat, que nosotros todos, que somos sus hijos, debemos gustar repetir después de Ella.
¡Oh! ¡sí! ¡que nuestra alma glorifique al Señor puesto que su misericordia hacia nosotros ha sido grande!
¡Que la expresión de nuestra gratitud sea como el arranque de un corazón que se eleva sobre las cosas pasajeras no mirándolas sino con los ojos de la fe!

EJEMPLO. – Se cuenta que los japoneses, cuando se les instruía con el Evangelio, de las grandezas, hermosuras, amabilidades infinitas de Dios, sobre todo cuando se les enseñaba los grandes misterios de la religión, todo lo que ha hecho Dios por los hombres; un Dios naciendo, sufriendo, muriendo por salvarlos: ¡Oh! ¡qué grande es! exclamaban en sus dulces transportes, ¡es bueno y amable el Dios de los cristianos! Cuando, en seguida, se les añadía que había un mandamiento especial de amar a Dios y amenazas si no se le ama, se sorprendían y no podían volver de su asombro. ¡Y qué! decían ¡que! A hombres razonables ¿un precepto de amar a Dios que nos ha amado tanto y a quien debemos todo? ¿Y no es, acaso, la más grande felicidad amarlo y la peor desgracia no amarlo? Pero cuando llegaban a saber que había cristianos que no sólo no amaban a Dios sino que lo ofendían y ultrajaban, exclamaban con indignación: ¡Oh pueblo injusto, oh corazones ingratos, bárbaros! ¿Es posible que los cristianos sean capaces de estos horrores? ¿Y en qué tierra maldita habitan esos hombres sin corazón y sin sentimientos?
Merecemos mucho estos justos reproches y un día, esos pueblos alejados de nosotros, esas naciones extranjeras, llamadas en testimonio contra nosotros, nos acusarán y condenarán delante de Dios.

PLEGARIA DE SANTO TOMÁS DE AQUINO. -  Haced, oh Reina del Cielo, que yo lleve siempre en el alma el temor y el amor de vuestro dulce Hijo y que le rinda sin cesar, fervientes acciones de gracias por los grandes beneficios que me han sido acordados, no por mis méritos sino por su bondad infinita. Así sea.

RESOLUCIÓN. – Cada noche, agradeceré a Dios los beneficios recibidos durante el día; si Él me ha enviado alguna pena, la aceptaré con resignación.

JACULATORIA. – María, Espejo de Justicia, rogad por nosotros.



Pedidos de oración


Pedimos oración por la Paz del Mundo; por la Santa Iglesia Católica; por el Papa, los sacerdotes y todos los que componemos el cuerpo místico de Cristo; por la unión de los cristianos para que seamos uno, así como Dios Padre y nuestro Señor Jesucristo son Uno junto con el Espíritu Santo; por las misiones, por nuestros hermanos sufrientes por diversos motivos especialmente por las enfermedades, el hambre y la pobreza; por los presos políticos y la falta de libertad en muchos países del mundo, por la unión de las familias y la fidelidad de los matrimonios; por el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas, y por las Benditas Almas del Purgatorio.

Pedimos oración por la salud de Pablo G., 70 años, de Buenos Aires, Argentina, a quien hoy realizarán una operación de cierto riesgo, para que el Señor esté junto a él y la Santísima Virgen de la Medalla Milagrosa acompañe su recuperación.

Pedimos oración por Carlos Alberto G., 85 años, de Santa Fe, Argentina. Se encuentra en unidad coronaria, con la salud muy comprometida. Que María Santísima interceda por él ante Jesús, ya que con solo pensar en Él puede sanarse.

Tú quisiste, Señor, que tu Hijo unigénito soportara nuestras debilidades,
para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia;
escucha ahora las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos
y concede a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad,
la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos,
y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Amén

Nota de Redacción:
Para dar curso a los Pedidos de Oración es imprescindible dar los siguientes datos: nombres completos de la persona (habitualmente no publicamos apellidos), ciudad y país donde vive, y explicar el motivo de la solicitud de oración. Por favor: en los pedidos ser breves y concretos y enviarlos a pequesemillitas@gmail.com y deben poner en el asunto “Pedido de oración”, ya que los correos que llegan sin asunto (o con el asunto en blanco) son eliminados sin abrirlos. No se reciben pedidos de oración a través de Facebook ni por otro medio que no sea el correo antes señalado.
Los Pedidos de Oración se publican de lunes a sábados. Los domingos se publican los agradecimientos por las gracias concedidas.


"Intimidad Divina"

Mi lote es de Dios

“De ti recuerdo tu cariño juvenil, el amor de tu noviazgo; aquel seguirme tú por el desierto, por la tierra no sembrada” (Jr 2, 2). Así hablaba el Señor a Israel y así habla a la criatura que por su amor ha afrontado el camino áspero del desierto, aceptando seguirle en la soledad, en la primación de todo consuelo terreno y en el perfecto desasimiento de todo y de sí misma. Dios no deja sin recompensa un vaso de agua dado en su nombre (Mt 10, 42), paga de modo maravilloso a quien por amor suyo se ha sujetado a tantas asperezas. El “sí” perfecto con que el hombre ha entregado a Dios su voluntad, poniéndola completamente a disposición del querer divino, no es aún suficiente para dominar del todo la sensibilidad; ésta, por culpa del desorden causado en ella por el pecado original, intenta escapar al gobierno del espíritu y, por ende, al de la voluntad divina. El hombre sufre, pero es incapaz de poner remedio. Sólo Dios puede restablecer en él la armonía y la integridad original… y no rehúsa esta gracia suprema a quien le es totalmente fiel, y la concede por medio de una unión más íntima y completa consigo… Es la unión total que, por analogía, llaman los místicos “matrimonio espiritual”, el más alto grado de unión con Dios posible en la tierra.

“El que se une al Señor, se hace un solo espíritu con él” (1 Cr 6, 17). Esta unión profunda, especia de compenetración entre el alma y Dios, se realiza en su grado máximo en el matrimonio espiritual. Mientras en el desposorio la transformación en Dios afectaba sólo a la voluntad, en el matrimonio se extiende a las otras potencias. Esto depende de una donación más perfecta de Dios a la criatura y de la criatura a Dios. Dios se da a la criatura como principio motor no sólo de su voluntad, sino de todo su ser, tomando la dirección de toda su vida e inspirándolas en cada uno de sus actos. Es el fruto de un influjo más intenso de los dones del Espíritu Santo, que redunda en todas las facultades del hombre, hasta en la parte sensible, la cual queda así completamente sujeta al espíritu.

La criatura, entonces, posee a su Dios, no sólo como a quien mora en ella, sino como a quien la vivifica, la mueve y la gobierna; como a su principio de vida, su sostén, su fuerza y su todo. Siente que su vida es mucho más vida de Dios que propia; pues como Dios se ha dado toda a ella, así ella, en virtud de esa singular plenitud del don divino, puede darse toda a él. Por esa entrega total de sí al Amado, la criatura transfiere, por así decirlo, su vida en Dios viviendo más en él que en sí misma. Experimenta en sentido pleno aquel dicho del Apóstol: “Si vivimos, para el Señor vivimos, y si morimos, para el Señor morimos. Así que, ya vivamos, ya muramos, del Señor somos” (Rm 14, 8). Vive únicamente para Dios; es totalmente suya y vive en él; su vida está toda inmersa, perdida, “escondida con Cristo en Dios” (Cl 3, 3).

Grande es, Esposo mío, esta merced [de la unión con Vos], sabroso convite, precioso vino me dais, que sola una gota me hace olvidar de todo lo criado y salir de las criaturas y de mí, para no querer ya los contentos y regalos que hasta aquí quería mi sensualidad. Grande es éste; no lo merecí yo… No tiene comparación, a mi parecer, ni se puede merecer un regalo tan regalado de nuestro Señor, una unión tan unida, un amor tan dado a entender y a gustar, con las bajezas de las cosas del mundo. (Santa Teresa de Jesús, Conceptos de amor de Dios, 4, 6-7)

P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
.

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