PEQUEÑAS SEMILLITAS
Año 7 - Número 1863 ~ Martes
6 de Noviembre de 2012
- AÑO DE LA FE -
- AÑO DE LA FE -
Desde la ciudad de Córdoba
(Argentina)
Alabado sea
Jesucristo…
La razón se protege a sí misma. Si nos atenemos
exclusivamente a los dictados de nuestra razón, terminamos por defender siempre
y a toda costa nuestro bienestar personal. Solamente desde la apertura de
horizontes que nos regala el Señor Jesús, podemos sentirnos interpelados y
motivados a superar nuestra mezquindad.
Su forma de vivir estuvo totalmente volcada hacia Dios,
con quien oraba incesantemente buscando su voluntad; y a la vez estuvo
orientada hacia sus hermanos, es decir, hacia las personas más débiles a
quienes socorrió de manera eficaz, aliviando sus enfermedades y manifestándoles
un amor personal y único.
No fue con discursos que nos exhortó a vivir la doble
dimensión del amor; fue con su propia vida que nos trasparentó la indisoluble
conexión entre el amor a Dios y a los hermanos.
"La verdad católica"
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
En aquel tiempo, dijo a Jesús uno de los que comían a la
mesa: «¡Dichoso el que pueda comer en el Reino de Dios!». Él le respondió: «Un
hombre dio una gran cena y convidó a muchos; a la hora de la cena envió a su
siervo a decir a los invitados: ‘Venid, que ya está todo preparado’. Pero todos
a una empezaron a excusarse. El primero le dijo: ‘He comprado un campo y tengo
que ir a verlo; te ruego me dispenses’. Y otro dijo: ‘He comprado cinco yuntas
de bueyes y voy a probarlas; te ruego me dispenses’. Otro dijo: ‘Me he casado,
y por eso no puedo ir’.
»Regresó el siervo y se lo contó a su señor. Entonces,
airado el dueño de la casa, dijo a su siervo: ‘Sal en seguida a las plazas y
calles de la ciudad, y haz entrar aquí a los pobres y lisiados, y ciegos y
cojos’. Dijo el siervo: ‘Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía hay
sitio’. Dijo el señor al siervo: ‘Sal a los caminos y cercas, y obliga a entrar
hasta que se llene mi casa’. Porque os digo que ninguno de aquellos invitados
probará mi cena».
(Lc 14,15-24)
Comentario
Hoy, el Señor nos ofrece una imagen de la eternidad
representada por un banquete. El banquete significa el lugar donde la familia y
los amigos se encuentran juntos, gozando de la compañía, de la conversación y
de la amistad en torno a la misma mesa. Esta imagen nos habla de la intimidad
con Dios trinidad y del gozo que encontraremos en la estancia del cielo. Todo
lo ha hecho para nosotros y nos llama porque «ya está todo preparado» (Lc
14,17). Nos quiere con Él; quiere a todos los hombres y las mujeres del mundo a
su lado, a cada uno de nosotros.
Es necesario, sin embargo, que queramos ir. Y a pesar de
saber que es donde mejor se está, porque el cielo es nuestra morada eterna, que
excede todas las más nobles aspiraciones humanas —«ni el ojo vio, ni el oído
oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman»
(1Cor 2,9) y, por lo tanto, nada le es comparable—; sin embargo, somos capaces
de rechazar la invitación divina y perdernos eternamente el mejor ofrecimiento
que Dios podía hacernos: participar de su casa, de su mesa, de su intimidad
para siempre. ¡Qué gran responsabilidad!
Somos, desdichadamente, capaces de cambiar a Dios por
cualquier cosa. Unos, como leemos en el Evangelio de hoy, por un campo; otros,
por unos bueyes. ¿Y tú y yo, por qué somos capaces de cambiar a aquél que es
nuestro Dios y su invitación? Hay quien por pereza, por dejadez, por comodidad
deja de cumplir sus deberes de amor para con Dios: ¿Tan poco vale Dios, que lo
sustituimos por cualquier otra cosa? Que nuestra respuesta al ofrecimiento
divino sea siempre un sí, lleno de agradecimiento y de admiración.
Rev. D. Joan COSTA i Bou (Barcelona, España)
Santoral Católico:
San Alejandro de Sauli
Obispo
Alejandro nació en Milán en 1535. A los 15 años ya se
atrevió a desbaratar un espectáculo inmoral en su barrio. A los 17 entró de
religioso en la comunidad de los Padres Barnabitas, y una vez ordenado
sacerdote empezó a predicar con tal elocuencia y tan formidable doctrina que
San Carlos Borromeo, arzobispo de Milán lo invitó a predicar la cuaresma en su
catedral, y a sus sermones asistían el Sto. arzobispo y el cardenal Sfondrati,
que después fue el Papa Gregorio XIV, y los dos personajes derramaban lágrimas
de emoción al oírlo predicar.
Fue nombrado superior general de su comunidad, y San
Carlos Borromeo lo designó como su confesor. Su fama llegó hasta el Santo Padre
Pío V, el cual lo nombró como obispo de la isla de Córcega. Fue consagrado por
el arzobispo San Carlos. Alejandro encontró a Córcega en el más lastimoso
estado moral. Los sacerdotes eran poco instruidos, el pueblo tenía muchas
supersticiones; los campos estaban infectados por bandoleros y entre las
familias había terribles venganzas. Se propuso transformar ese ambiente y lo
consiguió.
Se consiguió varios religiosos de su comunidad y
reuniendo a todo el clero les anunció que desde entonces se proponía
enfervorizar lo más posible la vida religiosa de esa isla. Visitó una por una
todas las parroquias exigiendo que se enseñara catecismo y se diera buen
ejemplo. Predicaba en todas partes con gran entusiasmo y mucho fruto. El santo
trabajó en Córcega durante veinte años y el cambio fue tan notable que las
gentes lo llamaban "el apóstol de la paz" o "el apóstol de
Córcega". Construyó una bella catedral.
Dios le concedió el don de hacer milagros. Y así por
ejemplo un año en que se anunciaban malísimas cosechas y muchísima pobreza y
escasez, pasó por los campos bendiciéndolos, y en ese año la cosecha fue mejor
que en los demás años. Otra vez los piratas mahometanos llegaban con muchos
barcos a atacar las costas de Córcega, y cuando las gentes huían despavoridas
hacia las montañas, San Alejandro bendijo las aguas del mar y enseguida estalló
una espantosa tormenta que alejó las naves de los piratas.
Poseía también el don de profecía y anunciaba hechos que
iban a suceder, y se cumplía exactamente lo que había anunciado. Era muy amigo
de San Felipe Neri, el cual decía que el obispo Alejandro era un admirable
modelo de lo que debe ser un santo obispo. San Alejandro murió en 1592 y
también después de su muerte siguió haciendo milagros.
Fuente: EWTN
La frase de hoy
“Todas la pasiones son buenas
cuando uno es dueño de
ellas,
y todas son malas
cuando nos esclavizan”
Rouseau
Tema del día:
Ecos del Sínodo
en el “Año de
la Fe”
1) Para saber
Hace días se dio por concluido el Sínodo de Obispos cuyo
tema era “La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana”. Dado
que se quiere “evangelizar”, el Papa Benedicto XVI quiso reflexionar sobre lo
que significa la palabra “Evangelio”.
El Papa decía que esa palabra tiene una larga historia,
pues aparece desde Homero y significaba el anuncio de una victoria, de un bien,
de una alegría, de felicidad. También el profeta Isaías (cfr Is 40,9), la
utiliza para significar el anuncio de la alegría que viene de Dios, una voz que
hace comprender que Dios no se ha olvidado de su pueblo, que Dios está aquí y
renueva la historia de su amor. Los romanos, en tiempos de Jesús, utilizaban la
palabra “evangelizar” para indicar que se transmitía la palabra del Emperador,
un mensaje de salvación, pues estaba cargado de poder; era un mensaje de
salvación y de salud.
En el Nuevo Testamento, con el nacimiento de Nuestro
Señor Jesucristo, “evangelizar” significará llevar la palabra del verdadero
Emperador y Rey del Universo, Jesús, a todas las gentes. Un mensaje que, como
Jesús mismo lo recuerda, lleva la alegría, felicidad y alivio a los marginados,
a los encarcelados, a los que sufren y a los pobres, en una palabra, anuncia la
salvación.
2) Para pensar
Algunas personas se preguntan: si Dios existe, ¿por qué
no nos habla? El papa Benedicto XVI responde: Precisamente «Evangelio» quiere
decir que Dios ha hablado, que Dios existe y ha roto su silencio. Este hecho
como tal es salvación: Dios nos conoce, Dios nos ama, ha entrado en la
historia. Jesús es su Palabra, es Dios con nosotros, el Dios que nos enseña,
que nos ama, que sufre con nosotros hasta la muerte y resucita. Este es el
Evangelio mismo: Dios ha hablado, ya no es el gran desconocido, sino que se ha
mostrado a sí mismo y esta es la salvación.
Una periodista, Paloma Borrego, acompañó al beato Juan
Pablo II a un viaje pastoral a Australia. Fue muy cansado y agotador, e implicó
el movimiento de muchas personas. A su regreso se animó a preguntarle si
merecía la pena tanta fatiga para un viaje. El papa le respondió: “Sí, claro
que merece la pena, porque soy portador para el mundo de un mensaje de
salvación. Un mensaje que ha costado nada menos que la sangre de Cristo. No hay
cansancio ni dinero suficiente para pagarla”. Eso es evangelizar.
3) Para vivir
Dios es quien hace su Iglesia, y a nosotros, los hombres,
nos corresponde dar a conocer lo que ha hecho Él. La Iglesia no empieza con el
«hacer» nuestro, sino con el «hacer» de Dios. Los Apóstoles no dijeron: ahora
queremos crear una Iglesia, y elaboraron una constitución. No, ellos oraron y
esperaron, porque sabían que sólo Dios mismo puede crear su Iglesia: si Dios no
obra, nuestras cosas son sólo nuestras y son insuficientes.
Sabiendo la necesidad de Dios, el Papa nos invita a
comenzar todos nuestros actos invocándolo. Puede ser también interiormente, sin
expresiones que puedan resultar raras. Pues sólo si Dios precede nuestras
obras, hace posible nuestro caminar. Solo si imploramos esta iniciativa divina,
podremos también ser ‑con Él y en Él‑
evangelizadores.
Pbro. José Martínez Colín
Pensamientos sanadores
Busca la presencia de Dios
En este momento entra en la presencia de Dios, siendo
consciente de que puedes aquietarte para orar y meditar en el amor de Jesús.
Busca conscientemente la presencia del Señor y permite
que, a través de ti, su amor fluya hacia todas las criaturas.
El darte cuenta de que eres una expresión viviente y
radiante, como si fueses un rayo del sol, hace que tu corazón se eleve y que te
llenes de la vitalidad que procede de la bondad de Dios.
Él quiere, durante este momento, tocar tu corazón y
limpiarlo, como quien limpia un cristal para que recupere su transparencia y
permita que pasen, a través de él, los rayos de luz.
De este modo, él irá transformando tu mirada, y tu rostro
se volverá resplandeciente, tu hablar será más positivo, y adquirirás una
actitud amorosa hacia los demás.
(…) los israelitas
veían que su rostro estaba radiante. Después Moisés volvía a poner el velo
sobre su rostro, hasta que entraba de nuevo a conversar con el Señor. Éxodo 34,
35.
"Intimidad Divina"
Como el Buen Pastor
Repetidas veces el Vaticano II presenta la caridad del
Buen Pastor como norma y modelo de la caridad apostólica (LG 41; PO 13). Para
ser cristianos, y más aún, para ser apóstoles, no basta un amor fundado en la
simpatía humana; hace falta la caridad teologal, que parte de Dios para volver
los hombres a Dios; y esta caridad no ha de ser teórica, sino concreta, vivida,
basada en la experiencia del amor que Dios tiene a los hombres. Sólo así es
posible amar al estilo de Cristo. El amor de Cristo a los hombres está
perfectamente centrado en el Padre y procede de la caridad del Padre, que nadie
como él conoce y posee. Cristo se adapta a todos y es de todos; pobres,
enfermos, pecadores, doctores de la ley, niño y gente sencilla pueden
acercársele y reclamar su tiempo y sus cuidados. Él se da sin reserva… Antes de
dejar a sus apóstoles, dijo: “Amaos unos a otros como yo os he amado” (Jn 15,
12). Sólo por la contemplación del misterio de Cristo podrán los apóstoles de
todos los tiempos tener una experiencia viva y concreta de su caridad,
semejante a la que los primeros apóstoles obtuvieron de la convivencia con el
Maestro.
San Pedro sacó su ardiente caridad apostólica de la
asidua penetración y contemplación del misterio de Cristo, siempre presente en
su espíritu, por el que intuyó “cuál es la anchura y la longitud, la altura y
la profundidad, y… el amor de Cristo que excede todo conocimiento” (Ef 3,
18-19). Esto le hizo capaz de prodigarse por la salvación de los hermanos con
un amor semejante al del Salvador. “El corazón de Pablo es el corazón de
Cristo”, ha dicho el Crisóstomo. “Nos mostramos amables con vosotros, como una
madre que cuida con cariño de sus hijos. De esta manera, amándoos a vosotros,
queríamos daros no sólo el Evangelio de Dios, sino incluso nuestro propio ser,
porque habíais llegado a sernos muy queridos” (1 Ts 2, 7-8). Con este estilo se
presenta y actúa San Pablo en medio de los fieles; no hace valer su autoridad
de apóstol, sino su amor, con una actividad no sólo paterna, sino hasta
materna. Y cuando se ve en la necesidad de amonestar o reprender, lo hace con
firmeza, pero sabe usar modales llenos de afecto.
Con ternura y solicitud de madre, se gasta el apóstol por
sus hijos espirituales: los engendra a Cristo en medio de tribulaciones y
fatigas apostólicas y no deja de asistirlos nunca con toda premura. Lo hace a
gusto, hasta con alegría, porque sabe que lo que para él es sacrificio, para
ellos es vida. Este es el estilo que asegura la eficacia del apostolado. Todos
los métodos e invenciones de la ciencia humana fallan si no van acompañados de
una caridad generosa, por la que el apóstol no sólo sea pródigo de ayudas y de
obras, sino se prodigue a sí mismo con un amor que sea reflejo vivo de la
caridad de Cristo. Y es justamente “la caridad del Buen Pastor” la que mueve a
los apóstoles “a dar su vida por las ovejas…, a ejemplo de los sacerdotes que,
aun en nuestros días, no han rehusado dar su vida” (PO 13).
Tú, oh Cristo, has
querido al sacerdote como reconciliador e intercesor; para eso ha sido
consagrado: para orar por el mundo a fin de unirlo a Dios, ofrecer el
sacrificio de la reconciliación, ofrecerse a sí mismo contigo como víctima y
perdonar a los pecadores en tu nombre. ¡Hasta qué punto no deberá estar revestido
de tu caridad! Tú quieres que el corazón de tu sacerdote sea un corazón
devorado, abrasado, sediento, doliente, atormentado, triturado, víctima; un
corazón magnánimo, tierno, que se compadece… Experimento una verdadera tortura:
¡Oh Amor, tú no eres amado! ¡Habría tanto que hacer! Quisiera estar doquiera,
gritar el mundo tu amor, ser sobre todo yo mismo imagen tuya… oh Señor, tú no
me impedirás conquistar para ti a mis hermanos. (P. Lyonnet, Escritos
espirituales).
P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
.
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