viernes, 20 de abril de 2018

Pequeñas Semillitas 3636

PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 13 - Número 3636 ~ Viernes 20 de Abril de 2018
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
Alabado sea Jesucristo…
Hay muchos tipos de equipaje que llevamos con nosotros y que sabotean nuestra felicidad y éxito.
Viejas heridas, palabras duras, actos inacabados, desconfianza de uno mismo, promesas rotas y miedos.
Estas -y muchas otras más- son las cicatrices que nos han infligido los amigos, amados, socios o clientes.
Permite que todo esto se vaya, antes de que te sofoquen y envenenen sus actitudes y acciones.
No permitas que el sol se ponga hoy, sin perdonar tus errores del pasado o a todas aquellas personas que te han hecho mal (desde el desaire más pequeño a la más grande injusticia).  El verdadero propósito del perdón es aliviarte de una carga negativa.
Deshazte de todo el equipaje viejo, cualquiera sea su forma, antes de que se vuelva parte permanente de tu manera de ver, de tus actitudes y tus conductas.

¡Buenos días!

Ayúdame, Señor, a tranquilizarme
La paz y la serenidad son valores importantes que debes cuidar con diligencia. Con la ayuda del Señor, no te dejes perturbar por pequeñeces que debes despreciar y olvidar. Desde que te levantes elige conscientemente estar sereno y tranquilo. La persistente interiorización de estos valores producirá sus frutos.

Suaviza, Señor, los latidos de mi corazón, apacigua mi mente. Tranquiliza mi paso apresurado dándome una visión de la eterna trascendencia de mi tiempo. Dame, en medio de la confusión del día, la calma de las colinas eternas. Afloja las tensiones de mis nervios y músculos con la música del canto de los arroyos que viven en mi memoria. Ayúdame a conocer el poder mágico y restaurador del sueño. Enséñame el arte de tomarme vacaciones instantáneas, deteniéndome a mirar una flor, charlar con un amigo, leer unas líneas de un buen libro. Dame calma, Señor, e inspírame para hacer que mis raíces penetren profundamente en el suelo de los valores perdurables de la vida y así pueda crecer hacia las estrellas de mis más altas aspiraciones. 

Defiende y cultiva la paz en tu corazón, porque es el clima indispensable para crecer en plenitud en todas las dimensiones de tu vida. Vigila cuanto entra en tu corazón para que no se infiltre en él el polvo de la ansiedad, el ácido de la irritación, o el veneno del odio. Gozar de la paz profunda del alma merece estar en permanente alerta.
* Enviado por el P. Natalio

La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
Texto del Evangelio:
En aquel tiempo, los judíos se pusieron a discutir entre sí y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre». Esto lo dijo enseñando en la sinagoga, en Cafarnaúm. (Jn 6,52-59)

Comentario:
Hoy, Jesús hace tres afirmaciones capitales, como son: que se ha de comer la carne del Hijo del hombre y beber su sangre; que si no se comulga no se puede tener vida; y que esta vida es la vida eterna y es la condición para la resurrección (cf. Jn 6,53.58). No hay nada en el Evangelio tan claro, tan rotundo y tan definitivo como estas afirmaciones de Jesús.
No siempre los católicos estamos a la altura de lo que merece la Eucaristía: a veces se pretende “vivir” sin las condiciones de vida señaladas por Jesús y, sin embargo, como ha escrito San Juan Pablo II, «la Eucaristía es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y reducciones».
“Comer para vivir”: comer la carne del Hijo del hombre para vivir como el Hijo del hombre. Este comer se llama “comunión”. Es un “comer”, y decimos “comer” para que quede clara la necesidad de la asimilación, de la identificación con Jesús. Se comulga para mantener la unión: para pensar como Él, para hablar como Él, para amar como Él. A los cristianos nos hacía falta la encíclica eucarística de Juan Pablo II, La Iglesia vive de la Eucaristía. Es una encíclica apasionada: es “fuego” porque la Eucaristía es ardiente.
«Vivamente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer» (Lc 22,15), decía Jesús al atardecer del Jueves Santo. Hemos de recuperar el fervor eucarístico. Ninguna otra religión tiene una iniciativa semejante. Es Dios que baja hasta el corazón del hombre para establecer ahí una relación misteriosa de amor. Y desde ahí se construye la Iglesia y se toma parte en el dinamismo apostólico y eclesial de la Eucaristía.
Estamos tocando la entraña misma del misterio, como Tomás, que palpaba las heridas de Cristo resucitado. Los cristianos tendremos que revisar nuestra fidelidad al hecho eucarístico, tal como Cristo lo ha revelado y la Iglesia nos lo propone. Y tenemos que volver a vivir la “ternura” hacia la Eucaristía: genuflexiones pausadas y bien hechas, incremento del número de comuniones espirituales... Y, a partir de la Eucaristía, los hombres nos aparecerán sagrados, tal como son. Y les serviremos con una renovada ternura.
Rev. D. Àngel CALDAS i Bosch (Salt, Girona, España)

Santoral Católico:
Santa Inés de Montepulciano
Virgen
Nació cerca de Montepulciano (Toscana, Italia) en la segunda mitad del siglo XIII de familia noble. Su trayectoria es sorprendente y se sale de lo habitual. A los 9 años ingresó en el monasterio de las monjas penitentes «del Saco», así llamadas por su vestido. Cinco años después acompañó a la maestra de novicias a Proceno, junto a Viterbo, para fundar un monasterio del que al año siguiente, con 15 años, fue elegida superiora. Sus cualidades y su santidad, su piedad, ternura e infancia espiritual, sin que le faltaran sufrimientos e incomprensiones, llamaron la atención de todos. En 1306 volvió a Montepulciano como superiora del nuevo monasterio allí construido. Pasados unos años, la comunidad adoptó las Constituciones de las monjas dominicas y se puso bajo la dirección de los frailes predicadores. En sus últimos años Inés sobrellevó con gran paciencia los dolores de una enfermedad del aparato digestivo, y murió el 20 de abril de 1317.
Oración: Oh Dios, que enriqueciste a tu esposa Santa Inés con un admirable fervor en la oración; concédenos que, a imitación suya, teniendo siempre en ti nuestro corazón, podamos conseguir el fruto excelente de sentirnos hijos tuyos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
© Directorio Franciscano - Aciprensa    

Pensamiento del día

“Las personas más bellas con las que me he encontrado
son aquellas que han conocido la derrota,
conocido el sufrimiento, conocido la lucha, conocido la pérdida,
y han encontrado su forma de salir de las profundidades.
Estas personas tienen una apreciación, una sensibilidad
y una comprensión de la vida que los llena de compasión,
humildad y una profunda inquietud amorosa.
La gente bella no surge de la nada”
(Elisabeth Kubler-Ross)
 
Historias:
Confesión de Tomás
Te habla Tomás, de sobrenombre "el mellizo", por parecerme tanto a mi padre. Pasé a la historia como el hombre que no creyó que el Señor había vuelto a la vida. Muchos me llaman incrédulo, y dicen bien de mi primera reacción. El asunto es que no ven lo que yo vi, no entienden la fuerza arrolladora de aquel viernes negro.

Algunos olvidan que al principio los demás no le creyeron a las mujeres que fueron al sepulcro ¡Éramos una comunidad de incrédulos!  Sólo quien había visto ese cuerpo colgado en la cruz podía experimentar que resucitar, que el hecho de que ese despojo de hombre resucitará, era un perfecto imposible. Una contradicción tajante.

Lo que se vio allí era un cuerpo desnudo demacrado, sangre que chorreaba sin pausa, cortes en la espalda, el cráneo y los pies; salivazos por todo el cuerpo, barro metido en las heridas profundas. En fin, nada había más parecido al infierno que ese hombre. No se podía agregar nada para que fuera más desagradable... era la encarnación... de la inmundicia y el asco.

Insisto, sólo los que vimos (y lloramos) esta tarde oscura en el Gólgota podemos experimentar la distancia infinita entre este espantoso espectáculo y una vida eterna, feliz, resucitada. Era imposible -y lo era realmente- que ese hombre, mi Dios y Señor, volviera a mirarme a los ojos con la ternura con que lo hacía siempre.

¡La muerte es muerte! La del Señor no fue una luz blanca al fondo de un corredor, fueron 2 días de un cuerpo helado, pálido... ¡No fue una muerte a medias!

Entonces, cuando a los 3 días de este acontecimiento, mis hermanos me dijeron que vivía, la reacción era obvia: "Pobres hombres, no pueden aceptar que murió y que murió para siempre con su utopía: el agua que brota hasta la vida eterna como un manantial". Ahí lancé mi frase tan propagada: "Si yo no veo la marca de los clavos en sus manos y no meto mi mano en su costado, no pienso creer esta novela de amor que ustedes están escribiendo con su dolor". Yo no quería sufrir más, quería terminar de aceptar que no volvería, que se había extinguido su vida como un cirio, que se termina y nadie puede encender nuevamente. Intenté convencerlos de que la tristeza les estaba jugando una mala pasada. No me escucharon.

Durante toda esa semana seguí llorando -nunca antes ni después lloré así- la muerte de mi amigo, mientras estos otros amigos sonreían felices por aquella visita que habían alucinado. Sufrí esos días, el pecho me oprimía el corazón, respirar era jadear entre las lágrimas. Lo confieso. Pensé en el suicidio, se me cruzó por la mente. Ya no había sentido. Todo era negro, negro muerte.

Hasta que un día estábamos todos juntos, yo llorando, y apareció Él, sí Él, al que yo estaba enterrando desde hacía ocho días. Dijo: "La paz esté con ustedes" ¿¡Cómo no reconocer ese saludo!? Siempre que entrábamos en una casa durante los 3 años que caminamos juntos, él saludaba así. Era su timbre de voz, era Él. Disculpen la insistencia, pero sólo aquellos que lo habíamos escuchado hablar, sabíamos hasta qué punto su voz era única, suave y profunda, como una daga.

Lo miré y me miró. Mi corazón latía a una velocidad incalculable. Me dijo: "Trae tu dedo y mira mis manos". Sus palabras mansas se clavaban en mi corazón y me hacían doler. No había rencor en Él. Siguió: "Dame tu mano y métela en mi costado". Su costado abierto. No era romántico, no era poético su aspecto, en sus costillas tenía una herida profunda de unos diez centímetros producida por la lanza del soldado romano aquel viernes. Él me invitaba a meter mis manos llenas de lágrimas de dolor por su muerte en un hueco preñado de luz del que había brotado agua y sangre, símbolos de Vida sin fin.

Su última frase fue lo que quebró totalmente mis estructuras: "Deja de negar y cree. ¡Basta!" Fue su grito. "¡Basta Tomás de tu muerte, que no es la mía! ¡Basta de tus lágrimas incrédulas! Cree en el amor que inunda la muerte y la ahoga con una potencia arrolladora. ¡Anímate a confiar en mis palabras: salta Tomás, salta ese precipicio, te estoy esperando de este lado. Te has abrazado a mi cuerpo frío, pero resulta que hay sangre eterna corriendo por mis venas. ¡Salta el vacío, que mis manos llagadas te esperan! ¡No te me caerás de las manos, te lo aseguro, te llevaré en brazos si confías!"

Le respondí lo único que podía responderle. "Mi Señor, mi Dios".

"Crees -me dijo- porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!"

Por eso les escribo hermanos. Porque hablo con la autoridad que da el haber sido el primer infiel a gran escala. ¡Crean! ¡Crean en el viernes del horror sin par! ¡Crean en el Domingo de la Belleza luminosa! ¡El domingo en que la muerte quedó bajo tierra! ¡Ya nada, NADA puede contra mi Señor y mi Dios! ¡La muerte ha sido vencida!

¿Alguna vez entenderá nuestro corazón lo que significa que el Señor ha vuelto a la Vida?

Yo no quise creer, era demasiada Luz. Pero vi, vi y no pude contener mi llanto... estaba vivo mi amigo... y mi amigo era Dios.

El rincón del lector
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Meditaciones de “Pequeñas Semillitas”
Los que me han hecho sufrir, tal vez no sean tan malos.
Los que no son de mis ideas, tal vez no sean intratables.
Los que no hacen las cosas como yo, tal vez no sean unos locos.
Los que discurren de otro modo, tal vez no sean unos ignorantes.
Los que son más viejos que yo, tal vez no sean unos atrasados.
Los que son más jóvenes que yo, tal vez hay que dejarles que se equivoquen para que adquieran experiencia.
Los que tienen más éxito, tal vez se lo hayan merecido.
Los que me contradicen, tal vez me abren los ojos.
Los que tienen más dinero que yo, tal vez sean muy honrados.
Los que me han dicho una palabra amable, tal vez lo hayan hecho con sentimiento y desinterés.
Los que me han hecho un favor, tal vez lo ha hecho de mil amores.
Los que "pasan" de lo que a mí me importa, tal vez me ayudan a buscar lo verdaderamente importante.
Los que no van en mi misma dirección, tal vez me buscan lo mismo por otro camino.
Los que no me lo ponen fácil, tal vez me obligan a renovar el esfuerzo y la ilusión, día a día.

Cinco minutos del Espíritu Santo
Abril 20
Tenemos que decir que las tres Personas de la Trinidad habitan en nosotros porque están permanentemente dándonos la vida. Así viven en nosotros como el Creador en su criatura amada. Pero cuando estamos en gracia de Dios esa presencia es mucho más maravillosa, porque habitan en nosotros como Amigos, y todo lo bueno que podamos hacer nos va acercando cada vez más a una intimidad amorosa con Dios, a un conocimiento profundo, a la vida eterna.
Además, cuando estamos en gracia de Dios, podemos decir que de un modo especial habita en nosotros el Espíritu Santo, que es el "dulce huésped del alma". Porque cuando estamos transformados por la gracia, el Padre y el Hijo están derramando en nuestra intimidad el Espíritu Santo, que experimentamos en la vivencia del amor.
Por ejemplo, cada vez que confesamos nuestros pecados, o recibimos la Eucaristía, lo más importante que se derrama en nosotros junto con la gracia es el amor, y así, movidos por la gracia, podemos hacer actos de amor cada vez más bellos. Ese amor está particularmente unido al Espíritu Santo, y es un reflejo de lo que es el puro amor. Por eso podemos decir que el Espíritu Santo habita en nosotros de un modo especial, y que en los Sacramentos lo recibimos a él de una forma particular.
* Mons. Víctor Manuel Fernández
FELIPE
-Jardinero de Dios-
(el más pequeñito de todos)

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