PEQUEÑAS
SEMILLITAS
Año
12 - Número 3538 ~ Jueves 21 de Diciembre de 2017
Desde
la ciudad de Córdoba (Argentina)
Alabado sea Jesucristo…
Ven
y sálvanos de nuestra ceguera para descubrirte presente, de nuestra pereza para
caminar contigo, de nuestras excusas para alejarnos de ti.
Ven
y sálvanos de nuestra sordera a tu palabra, de nuestros desplantes injustificados,
de nuestro gusto por el hombre «viejo de Egipto»
Ven
y sálvanos de nuestra dureza para comprender las Escrituras, de nuestras luchas
por los primeros puestos, de nuestra desconfianza en la semilla del Reino.
Ven
y sálvanos de nuestra comodidad puesta como valor primordial, de nuestra falta
de comprensión hacia los otros, de nuestro egoísmo disimulado.
Ven
y sálvanos de nuestra superficialidad, de nuestra insensibilidad por las cosas
de arriba, de nuestra pérdida de sentido.
Ven
y sálvanos de los dioses que nos hemos fabricado, de la rutina que nos
aprisiona, de nuestras miras pequeñas.
Ven
y sálvanos Dios salvador nuestro, Dios amigo nuestro, Dios anunciado por Jesús.
Amén
¡Buenos días!
Dos gallos y una perdiz
En
los grupos humanos suelen darse defectos que ya los apóstoles detectaron en las
primeras comunidades cristianas. Con frecuencia se refieren a las discordias,
envidias y rivalidades, que rebajan la calidad humana de los grupos. Y señalan
al mismo tiempo las virtudes sociales o comunitarias que deben cultivar, como
la benevolencia, la humildad, la dulzura, la paciencia.
Un hombre que tenía dos gallos, compró una perdiz
doméstica y la llevó al corral junto con ellos para alimentarla. Pero estos la
atacaban y la perseguían, y la perdiz, pensando que lo hacían por ser de
distinta especie, se sentía humillada. Pero días más tarde vio cómo los gallos
se peleaban entre ellos, y que cada vez que se separaban, estaban cubiertos de
sangre. Entonces se dijo a sí misma: -- Ya no me quejo de que los gallos me
maltraten, pues he visto que ni aun
entre ellos mismos están en paz (Fábula de Esopo).
La
incomprensión y rivalidad entre las personas es una realidad cotidiana. Hasta
entre los miembros de la familia y en las asociaciones religiosas sucede lo que
la Reina de la Paz advirtió en un mensaje: “Hijitos, oren y no permitan que
Satanás actúe en sus vidas con malentendidos, incomprensiones y faltas de
aceptación entre unos y otros”. Ora, pues, y vigila.
* Enviado por el P. Natalio
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
Texto del Evangelio:
En
aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a
una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que,
en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e
Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita
tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la
madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu
saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se
cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!». (Lc 1,39-45)
Comentario:
Hoy,
el texto del Evangelio corresponde al segundo misterio de gozo: la «Visitación
de María a su prima Isabel». ¡Es realmente un misterio! ¡Una silenciosa
explosión de un gozo profundo como nunca la historia nos había narrado! Es el
gozo de María, que acaba de ser madre, por obra y gracia del Espíritu Santo. La
palabra latina “gaudium” expresa un gozo profundo, íntimo, que no estalla por
fuera. A pesar de eso, las montañas de Judá se cubrieron de gozo. María
exultaba como una madre que acaba de saber que espera un hijo. ¡Y qué Hijo! Un
Hijo que peregrinaba, ya antes de nacer, por senderos pedregosos que conducían
hasta Ain Karen, arropado en el corazón y en los brazos de María.
Gozo
en el alma y en el rostro de Isabel, y en el niño que salta de alegría dentro
de sus entrañas. Las palabras de la prima de María traspasarán los tiempos:
«¡Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!»
(cf. Lc 1,42). El rezo del Rosario, como fuente de gozo, es una de las nuevas
perspectivas descubiertas por San Juan Pablo II en su Carta apostólica sobre El
Rosario de la Virgen María.
La
alegría es inseparable de la fe. «¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga
a mí?» (Lc 1,43). La alegría de Dios y de María se ha esparcido por todo el
mundo. Para darle paso, basta con abrirse por la fe a la acción constante de
Dios en nuestra vida, y recorrer camino con el Niño, con Aquella que ha creído,
y de la mano enamorada y fuerte de san José. Por los caminos de la tierra, por
el asfalto o por los adoquines o terrenos fangosos, un cristiano lleva consigo,
siempre, dos dimensiones de la fe: la unión con Dios y el servicio a los otros.
Todo bien aunado: con una unidad de vida que impida que haya una solución de
continuidad entre una cosa y otra.
Rev. D. Àngel CALDAS i Bosch (Salt, Girona, España)
Santoral Católico:
San Pedro Canisio
Jesuita y Doctor de la Iglesia
Nació
el año 1521 en Nimega (Holanda). Estudió en Lovaina y Colonia. En esta ciudad
frecuentaba el monasterio de los cartujos, pero la lectura de los Ejercicios de
san Ignacio y el practicarlos con el beato Pedro Fabre lo decidieron a entrar
en la Compañía de Jesús en 1543. Fue ordenado de sacerdote el año 1546. Publicó
las obras de varios Santos Padres. Participó activamente en el Concilio de
Trento como teólogo. San Ignacio lo llamó a Roma y luego lo envió a Mesina y a
Bolonia. Destinado a Alemania, desarrolló durante treinta años una valiente
labor de defensa de la fe católica con sus escritos y predicación, contra las
entonces recientes doctrinas protestantes. Su intensa y fructífera labor le
valió el título de apóstol de Alemania. Publicó numerosas obras, entre las
cuales destaca su Catecismo. Fue provincial de Alemania, consejero de príncipes
y papas, estuvo presente en los principales acontecimientos de la Iglesia de su
tiempo. Murió en Friburgo de Suiza el 21 de diciembre de 1597.
Oración: Señor, Dios nuestro, que fortaleciste a san
Pedro Canisio con la virtud y la ciencia para salvaguardar la unidad de la fe,
concede a la comunidad de creyentes perseverar en la confesión de tu nombre, y
a todos los que buscan la verdad el gozo de encontrarte. Por Jesucristo,
nuestro Señor. Amén.
© Directorio Franciscano - Aciprensa
Pensamiento del día
“¿Qué es la Navidad?
Es la ternura del pasado,
el valor del presente
y la esperanza del futuro.
Es el deseo más sincero
de que cada taza se rebose
con bendiciones ricas y eternas,
y de que cada camino nos lleve a la paz“
Tema del día:
San José, figura silenciosa del Adviento
Me
gusta mirar a José en este Adviento. Mirar la confianza de este hombre
enamorado de Dios y de María. Me gusta verlos abrazados caminando a Belén.
Miro
a José. Ese hijo dócil a los más leves deseos de Dios. Miro a este hombre
fuerte y frágil al mismo tiempo. Firme y tierno. Decidido y flexible.
Me
parecen combinaciones imposibles. En él se dan. Es el hombre fiel y honesto. Un
niño auténtico y verdadero. Un apasionado de la vida que va lleno de luz. Un
hombre alegre y paciente. Enérgico y respetuoso. Es José el hombre que se puso
en camino con alegría junto a María y creyó más allá de lo prudente.
Le
miro a él caminando en medio de la noche y me conmueve ver su paso firme, su
mirada alegre y confiada. Lo veo escuchando a Dios en sueños, guardando
silencio al ritmo de los pasos de María. Lo miro abrazando con pudor a su
esposa, a la Madre de Dios. Sujetando con mimo el don más grande de Dios.
Lo
veo tranquilo en la espera de ese niño venido de Dios que ahora tenía entre sus
manos. Lo miro acogiendo la voluntad de Dios con un sí alegre. Lo miro turbado
cuando los miedos llenan su alma antes de escuchar en sueños. Y lo miro
descifrando en la noche las voces que confirman su camino.
Me
gusta mirar a José en el Adviento abrazado a María. Es como mirar la roca, el
pilar, la montaña firme, sobre la que se asienta mi propia fe. Creo en su fe de
niño y creo en su sí de hombre. Un sí que es para siempre. Yo creo porque él
creyó.
José
creyó contra toda esperanza. Había decidido repudiar en secreto a María. ¡La
quería tanto! Había decidido renunciar a sus planes preciosos. Pero el ángel
calmó sus sueños y tocó sus miedos.
Me
gusta detenerme a mirar a José en el Adviento. Me fijo en sus ojos que miran un
amplio horizonte. Tienen miedo, tienen paz. Pienso en su fe firme en medio de
la oscuridad de los caminos. Cuando todo parece imposible. Cuando todo lo
posible ya no lo es. Cuando su proyecto deja de ser una realidad.
José
abraza esa noche un proyecto imposible. Se agarra fuerte de la mano de Dios.
Acariciando la mano frágil de María que coge la suya más firme. José se pone en
camino en medio de las dudas. Acompaña seguramente a María a Ein Karem para que
no vaya sola.
Va
después a Belén, cuando esa obligación de ir a inscribirse parece tan absurda.
María está muy avanzada en su embarazo. Surgen los miedos y las dudas. ¿Por qué
no podían permanecer mejor tranquilos en Nazaret esperando el momento? ¿Por qué
Dios no lo hacía todo más fácil? Grita la prudencia del corazón. Un deseo hondo
de permanecer en paz.
Y
surge el miedo ante las sorpresas de Dios, que conduce la vida. José temblaría
al tomar de la mano a María por los caminos a Belén. Solos. Sigue a Dios en sus
planes imposibles. Da un salto de fe y confía en un amor que no lo abandona en
sus dudas.
Decía
el P. Kentenich: Humanamente hablando, tenemos que contar, por último, con que
nuestro intento fracase por completo. Y, sin embargo, no podemos sentirnos
dispensados de correr este riesgo. ¡Quien tiene una misión ha de cumplirla,
aunque nos conduzca al abismo más oscuro y profundo, aunque exija dar un salto
mortal tras otro! La misión de profeta trae siempre consigo suerte de profeta.
José
tiene una misión de profeta. Tiene una misión pesada sobre sus hombros. No
importa. José se fía de Dios y lo hace con alegría. Es verdad que hay dudas.
Siempre hay dudas. ¿Y si fracasa? Hoy miro a José y pienso en mi propia vida.
¡Cuántas veces el miedo al fracaso detiene mis pasos ante la puerta de la
decisión!
Miro
a José con su fe tan sencilla, tan de niño, tan de hombre. Quiero ser tan
valiente como él. Quiero vivir de una fe sencilla. No sé si me falta fe o me
falta valor. Me cuesta creer en la misión imposible que se me confía. Prefiero
que otros actúen y decidan. Yo tengo miedo.
Es
verdad que quiero creer que Dios lo puede hacer todo bien aunque yo no pueda
solo. Me asustan esos planes absurdos que a veces toco con mis manos. Me da
miedo no ser fiel como lo fue José en medio de las dudas. Me cuesta dar un
salto mortal. Me falta esa audacia tan grande.
Mi
fe se ha vuelto débil con el paso del tiempo. Tal vez tan débil como la del
hombre de hoy. A lo mejor se ha enfermado al enfrentarse con las tragedias de
la vida, con las oscuridades del camino. Mi fe parece no sostener mis pasos.
Dudo. Me da miedo la aventura de la vida.
Miro
a José con esa fe tan firme y valiente. Me parece que su corazón es el corazón
que deseo tener yo.
Me
da miedo pensar que el fracaso, la enfermedad y la muerte forman parte de mi
vida, de mi camino. Y hay tantas cosas que no puedo cambiar ni controlar.
Quisiera ser una roca sólida como José. Una roca en la que otros puedan
descansar. Y creer. Y esperar.
Pero
es frágil mi mirada. Y se me acaban las fuerzas cuando lo posible se torna
imposible. Y lo imposible en apariencia se convierte en el único camino posible
hasta Belén.
Tengo
miedo a esa vida incierta y llena de dudas, de persecuciones y desafíos. Y sé
que la certeza que me mueve, como a José, es la de saberme amado por Dios. Mi
única certeza. Me alegro en Dios que me ama. He visto su amor. Es el Dios de mi
vida que no me deja nunca y sujeta mis pasos.
Me
gusta pensar en ese amor tan hondo que me saca de mi fragilidad y me envía al
mundo. Me sostiene en mi pecado. Y me pide que luche por cambiar todo camino a
Belén. En medio de mi Adviento. Ese Dios que cree en mí más de lo que yo mismo
creo. Y espera mi sí sencillo y débil para construir sobre él todo un mundo
nuevo.
Y
por eso le pido a Jesús que aumente mi fe. Que me haga más valiente para que la
duda no retenga mis pasos. Me abrazo a José. Para seguir los pasos de María.
© Carlos Padilla Esteban
Meditaciones
Considera
la grande amargura de que debía sentirse afligido y oprimido el corazón de
Jesús en el seno de María en aquel primer instante en que el Padre le propuso
la serie de trabajos, desprecios, dolores y agonías que había de padecer en su
vida, para librar a los hombres de sus miserias.
Ya
Jesús había dicho por el profeta Isaías: “El Señor me levanta por la mañana, y
yo no me resisto, mi cuerpo di a los que me herían” (Is. 50, 4); como si
dijera: “Desde el primer momento de mi concepción, mi Padre me hizo entender su voluntad de que
yo llevase una vida de penas, para ser al fin sacrificado sobre la cruz”.
Y
¡Oh almas! Todo lo acepté por vuestra salvación, y desde entonces entregué mi
cuerpo a los azotes, a los clavos y a la muerte. Pondera aquí que cuanto
padeció Jesucristo en su Pasión, todo se le puso delante, estando aún en el
vientre de su Madre, y todo lo aceptó con amor; pero al hacer esta aceptación, y
al vencer la natural repugnancia de los sentidos ¡Oh Dios! ¡Qué angustias y
opresión no padeció el corazón de Jesús! Comprendió bien lo que primeramente
había de sufrir, con estar por nueve meses en el vientre de María; con las
humillaciones y penalidades del nacimiento, siendo el lugar de este una gruta
fría que servía de establo a las bestias; con haber de pasar después treinta
años entretenido en el taller de un artesano: al ver, por fin, que había de ser
tratado por los hombres de ignorante, de esclavo de seductor, y reo de muerte, las
más infame y dolorosa que se daba a los malvados.
Todo,
pues, lo aceptó el Redentor nuestro en todos los momentos, y en todos ellos
venía a padecer reunidas en sí mismo todas las penas y abatimientos que después
había de sufrir hasta la muerte.
El
mismo conocimiento de su dignidad divina le hacía sentir más las injurias que
estaba para recibir de los hombres. Continuamente tuvo a la vista vergüenza, especialmente
aquella que debía causarle algún día verse despojado, desnudo, azotado y colgado
de tres garfios de hierro, terminando así su vida entre vituperios y las maldiciones
de aquellos mismos por quienes moría.
Se
hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Y ¿Por qué? Por salvarnos a
nosotros, miserables pecadores.
Pedidos de oración
Pedimos
oración por la Santa Iglesia Católica; por el Papa Francisco, por el Papa
Emérito Benedicto, por los obispos, sacerdotes, diáconos, seminaristas,
catequistas y todos los que componemos el cuerpo místico de Cristo; por la
unión de los cristianos para que seamos uno, así como Dios Padre y nuestro
Señor Jesucristo son Uno junto con el Espíritu Santo; por las misiones; por el
triunfo del Sagrado Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de María; por la conversión de todos los pueblos; por la Paz en el mundo; por los
cristianos perseguidos y martirizados en Medio Oriente, África, y en otros
lugares; por nuestros hermanos sufrientes por diversos motivos especialmente
por las enfermedades, el abandono, la carencia de afecto, la falta de trabajo,
el hambre y la pobreza; por los niños con cáncer y otras enfermedades graves; por
el drama de los refugiados del Mediterráneo; por los presos políticos y la
falta de libertad en muchos países del mundo; por las víctimas de catástrofes
naturales; por la unión de las familias, la fidelidad de los matrimonios y por
más inclinación de los jóvenes hacia este sacramento; por el aumento de las
vocaciones sacerdotales y religiosas; y por las Benditas Almas del Purgatorio.
Pedimos
oración para Irina, de Córdoba,
Argentina, persona joven y afectada de meningitis, internada en estado de coma.
Señor Jesús, con tu infinita misericordia, tócala con tus Santas Manos y ella
se podrá recuperar de esta afección.
Continuamos
unidos en oración por medio del rezo del Santo Rosario poniendo en Manos de
Nuestra Madre Bendita todas nuestras preocupaciones, alegrías y necesidades,
poniendo al mundo entero en Manos de nuestra Madre y pidiéndole a Ella paz para
el mundo, al rezar por la paz; rezamos por todo, por la paz en el mundo, en los
corazones, porque la violencia sea desterrada, por la paz para los niños que
están en peligro de ser abortados. Paz
para los jóvenes que no encuentran el camino, paz para los deprimidos. Paz para
los que no han tenido la dicha de conocer al Amor. En fin rezamos por la paz, y
sigamos haciéndolo.
Tú quisiste, Señor, que tu Hijo unigénito soportara nuestras
debilidades,
para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y
la paciencia;
escucha las plegarias que te dirigimos por nuestros
hermanos enfermos
y concede a cuantos se hallan sometidos al dolor, la
aflicción o la enfermedad,
la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu
hijo ha llamado dichosos,
y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la
redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Amén
Los cinco minutos de María
Diciembre 21
“Hágase
tu voluntad” fue la respuesta que la Virgen dio al Señor, sometiéndose a la
infinita y perfectísima voluntad de Dios.
A
partir de entonces su vida se regirá por el querer divino, incluso cuando ese
querer suponga sacrificios.
Al
rezar el Padrenuestro le pedimos a Dios que se cumpla su voluntad y, con ello, nos
ponemos incondicionalmente en las manos del Padre celestial. Jamás podremos
arrepentirnos de haberlo hecho, porque en ningún lugar nos vamos a sentir mejor
que en los brazos del Padre.
Nuestra Señora del sí, por tu mediación nos ponemos
en las manos de Dios Padre para hacer su voluntad.
* P. Alfonso Milagro
FELIPE
-Jardinero de Dios-
(el
más pequeñito de todos)
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