domingo, 1 de enero de 2017

Pequeñas Semillitas 3227

PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 12 - Número 3227 ~ Domingo 1 de Enero de 2017
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
Alabado sea Jesucristo…
Con María: ¡Paz y Año Nuevo!
Un año viejo se ha cerrado. Dios, que es ante todo Padre, nos da una nueva oportunidad. Él pone ante nosotros doce meses que son, como 12 oportunidades, para intentarlo de nuevo.
Quiero comenzar, este primer día del año, invitando a vivirlo con intensidad desde estas primeras horas: ¡Feliz Año Nuevo! ¡Hagamos posible la paz! ¡Santa María viene con nosotros!
Dejemos atrás lo que ya no tiene remedio. Intentemos, como si fuésemos paredes recién pintadas, reservar un paño limpio para que, Jesús, pueda forjar obras grandes en nosotros. Para que la paz, en nuestra mente limpia y lúcida, además de pensamiento, sea un firme convencimiento de ocuparnos por ella.
¡Claro que tenemos que orar por la Paz en esta Jornada Mundial! Pero también es verdad, amigos, que hemos de pedir al Señor y, especialmente a María, que nos regale el gran don de la paz con nosotros mismos. La persona que está en paz consigo misma, irradia paz. Y, en el mundo, en la política, en la iglesia, en la familia y en todos los ámbitos, hoy más que nunca, son necesarias personas que estén primero en armonía y en paz consigo mismas.
En este primer día del año pidamos a la Reina de la Paz, a Santa María Madre de Dios, que no nos conformemos con ser pacíficos. Que trabajemos, además, por conseguir esa conciliación que es garantía de derechos y de vida, de futuro y de alegría. ¿Para qué un nuevo año si, del viejo año, seguimos arrastrando las antiguas guerras? Intentemos, de verdad, allá donde nos movamos –como decía San Francisco de Asís ser instrumentos de paz, de perdón, de fe y de tantos valores que no están de vigentes, ni en la educación para la ciudadanía ni en otros tantos modales de muchos ciudadanos de a pie.
Que Santa María, la Madre de Dios, la que vivió con paz y en paz toda su existencia, nos acompañe en este peregrinar de 12 meses.
© Padre Javier Leoz

Jornada Mundial por la Paz
Por iniciativa de Pablo VI, a partir de 1968, la Iglesia celebra el primer día del año la Jornada Mundial de la Paz. El mismo Pontífice dio inicio a la tradición de los Mensajes que abordan el tema elegido para cada Jornada Mundial de la Paz, acrecentando así el « corpus » de la doctrina social.
El Papa Francisco propuso la no violencia como “un típico ejemplo de valor universal que se encuentra en el Evangelio de Cristo”, que es el camino que debe convertirse en el estilo de vida a seguir “en el presente y el futuro” para lograr la paz. El Santo Padre reiteró así su llamado a la no violencia en su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz y que lleva como título “La no violencia: estilo de una política para la paz”. Para leer completo el mensaje hacer clic acá.

¡Buenos días!

Te deseo un año feliz
Al comenzar un nuevo año te deseo doce meses de crecimiento. La superación personal comienza con el conocimiento de ti mismo: tus fortalezas y tus debilidades. Sé sincero contigo mismo, no confundas lo que te gustaría ser, con lo que realmente eres. Crecer supone repetición de actos en la dirección correcta. Colabora con tu voluntad y esfuerzo. Dios ayuda al valiente.

Te deseo que este año tengas suficiente felicidad para mantenerte dulce; suficientes problemas para mantenerte fuerte; suficientes penas para mantenerte humano; suficiente esperanza para mantenerte feliz; suficientes fracasos para mantenerte humilde; suficientes éxitos para mantenerte sereno; suficientes amigos para recibir consuelo; suficientes entradas para cubrir tus necesidades; suficiente entusiasmo para enfrentar las dificultades; suficiente confianza en ti mismo para no caer en depresiones; suficiente determinación y valor para hacer que este año sea el mejor de tu vida.

Tu crecimiento personal depende de los hábitos buenos que vas incorporando a tu vida. Uno de éstos es la actitud de formación permanente, superándote de día en día, porque “crecer es un aprendizaje constante y culmina cuando nos retiramos de esta fiesta que es la vida”. El Señor te acompañe con su bondadosa bendición.
* Enviado por el P. Natalio

La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
Texto del Evangelio:
En aquel tiempo, los pastores fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al Niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel Niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían. María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho. Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno. (Lc 2,16-21)

Comentario:
Hoy, la Iglesia contempla agradecida la maternidad de la Madre de Dios, modelo de su propia maternidad para con todos nosotros. Lucas nos presenta el “encuentro” de los pastores “con el Niño”, el cual está acompañado de María, su Madre, y de José. La discreta presencia de José sugiere la importante misión de ser custodio del gran misterio del Hijo de Dios. Todos juntos, pastores, María y José, «con el Niño acostado en el pesebre» (Lc 2,16) son como una imagen preciosa de la Iglesia en adoración.
“El pesebre”: Jesús ya está ahí puesto, en una velada alusión a la Eucaristía. ¡Es María quien lo ha puesto! Lucas habla de un “encuentro”, de un encuentro de los pastores con Jesús. En efecto, sin la experiencia de un “encuentro” personal con el Señor no se da la fe. Sólo este “encuentro”, el cual ha comportado un “ver con los propios ojos”, y en cierta manera un “tocar”, hace capaces a los pastores de llegar a ser testigos de la Buena Nueva, verdaderos evangelizadores que pueden dar «a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel Niño» (Lc 2,17).
Se nos señala aquí un primer fruto del “encuentro” con Cristo: «Todos los que lo oyeron se maravillaban» (Lc 2,18). Hemos de pedir la gracia de saber suscitar este “maravillamiento”, esta admiración en aquellos a quienes anunciamos el Evangelio.
Hay todavía un segundo fruto de este encuentro: «Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto» (Lc 2,20). La adoración del Niño les llena el corazón de entusiasmo por comunicar lo que han visto y oído, y la comunicación de lo que han visto y oído los conduce hasta la plegaria de alabanza y de acción de gracias, a la glorificación del Señor.
María, maestra de contemplación —«guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19)— nos da Jesús, cuyo nombre significa “Dios salva”. Su nombre es también nuestra Paz. ¡Acojamos en el corazón este sagrado y dulcísimo Nombre y tengámoslo frecuentemente en nuestros labios!
* Rev. D. Manel VALLS i Serra (Barcelona, España)

Santoral Católico:
Santa María Madre de Dios
“He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38)
La Iglesia celebra con toda solemnidad el misterio de la maternidad divina de la Virgen el día 1 de enero, fecha en que también se conmemora lo que nos recuerda el evangelio de San Lucas: al cumplirse los ocho días del Nacimiento del Niño, lo circuncidaron y le pusieron por nombre Jesús. La fiesta de hoy está destinada a celebrar la parte que tuvo María en el misterio de la salvación y a exaltar la singular dignidad de que goza la madre de Jesús, Dios y hombre. «Francisco -dice San Buenaventura- amaba con indecible afecto a la Madre del Señor Jesús, por ser ella la que ha convertido en hermano nuestro al Señor de la majestad».
Oración: Dios y Señor nuestro, que por la maternidad virginal de María entregaste a los hombres los bienes de la salvación, concédenos experimentar la intercesión de aquella de quien hemos recibido a tu Hijo Jesucristo, el autor de la vida. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.
© Directorio Franciscano    

Palabras de San Juan Pablo II
“La contemplación del misterio del nacimiento del Salvador ha impulsado al pueblo cristiano no sólo a dirigirse a la Virgen santísima como a la Madre de Jesús, sino también a reconocerla como Madre de Dios. Esa verdad fue profundizada y percibida, ya desde los primeros siglos de la era cristiana, como parte integrante del patrimonio de la fe de la Iglesia, hasta el punto de que fue proclamada solemnemente en el año 431 por el concilio de Éfeso”. 

Predicación del Evangelio
Reconocer para agradecer
Celebramos hoy una gran solemnidad de la Virgen; una fiesta en la que reconocemos expresamente el profundo misterio de las bondades de Dios con los hombres. Celebramos la Maternidad de María, siendo virgen, y por eso nos referimos a un misterio. Misterio, más grandioso aún, por ser una criatura Madre del Creador.

Agradezcamos a Dios Nuestro Señor que haya querido hacernos conocedores de su omnipotencia y de verdades que están tan por encima de nuestra inteligencia. No sólo inalcanzables para nuestra personal capacidad, que fácilmente reconocemos limitada, sino absolutamente inabarcables para cualquier inteligencia humana. La fe, que supone confianza en Dios que revela y es efecto de la Gracia santificante, es un don divino que nos hace partícipes de algunas verdades de la vida que Dios ha querido para los hombres. Nos referimos a una vida en Él que, siendo divina, únicamente podemos conocer por revelación del mismo Dios.

El Verbo, la segunda persona de la Trinidad, se hizo carne, según nos anuncia san Juan nada más comenzar su Evangelio y como proclamamos en el rezo del Ángelus; y naciendo de María, siempre Virgen, vivió como hombre entre los hombres –Jesús de Nazaret–, para que pudiéramos vivir su misma vida divina, que nos entregaba muriendo en la Cruz. Y junto a su Cruz estaban María, su Madre, y Juan, el discípulo amado.

Jesús, viendo a su Madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, le dijo a su Madre:
—Mujer, aquí tienes a tu hijo.
Después le dice al discípulo:
—Aquí tienes a tu madre.

Jesús, a punto de consumar ya la obra de nuestra Redención, como verdadero hijo de María, encomienda a su Madre que tome como hijo al discípulo, y a Juan que tome como Madre a María. También ante la inminencia de su muerte, Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, manifiesta que es hijo de una mujer, María.

Así lo habían visto los pastores, como hemos meditado en los días pasados, que fueron a Belén siguiendo la sugerencia angélica: vinieron presurosos, y encontraron a María y a José y al niño reclinado en el pesebre. Los pastores contemplaron sencillamente a un niño recién nacido, junto a sus padres que lo cuidaban en circunstancias de extrema pobreza. San Lucas explica poco antes que, en aquellos días, siguiendo la orden de la autoridad civil, todos iban a inscribirse, cada uno a su ciudad. José, como era de la casa y familia de David, subió desde Nazaret, ciudad de Galilea, a la ciudad de David llamada Belén, en Judea, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Y, como no había lugar para ellos en el aposento, acabarían refugiándose en un lugar para animales. Y, comenta el evangelista, en esas circunstancias, le llegó a María el momento de dar a luz a su Hijo y lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre.

La Maternidad divina de María se nos presenta como un acontecimiento admirable en su profundo misterio. Deberíamos cerrar los ojos y trasladarnos a ese ambiente, a ese lugar de la Tierra en el que Dios quiso nacer de una mujer, después de que fuera concebido en el seno materno y de haberse desarrollado corporalmente durante nueve meses en el vientre de María. No dejemos de contemplar nunca, con agradecida sorpresa, la máxima intimidad de Dios –en María– con su criatura humana.

Demos gracias a nuestro Dios, que nos ha amado asumiendo nuestra humanidad y haciéndose –menos en el pecado– en todo semejante a los hombres, para que podamos los hombres, por su Gracia, hacernos semejantes a Él. Contemplar a María en su Maternidad divina; honrarla, sobre toda la Creación, por haber sido elegida por Dios y haberle Ella correspondido con su entrega generosa; y considerar el inmenso don que nos hizo Jesús desde la Cruz, haciéndola también Madre de los hombres; nos sitúa frente a otro misterio: el de la inapreciable grandeza y dignidad humanas; inmerecido don de Dios, que nos hace sus hijos por adopción y que llega al hombre por María, Madre de Dios y Madre nuestra. Regalo de Dios, que no podremos ponderar justamente ni agradeceremos bastante. Nos basta pensar, como consideraba san Josemaría, que es Madre nuestra la mejor de todas las mujeres, la criatura más próxima a Dios:

Dios Omnipotente, Todopoderoso, Sapientísimo, tenía que escoger a su Madre.
¿Tú, qué habrías hecho, si hubieras tenido que escogerla? Pienso que tú y yo habríamos escogido la que tenemos, llenándola de todas las gracias. Eso hizo Dios. Por tanto, después de la Santísima Trinidad, está María.
Dios rodeó a su Madre de todos los privilegios, desde el primer instante. Y así es: ¡hermosa, y pura, y limpia en alma y cuerpo! Y nos invita a quererla.
© Padre Luis de Moya

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Agradecimientos 
Imaginemos que en el cielo hay dos oficinas diferentes para tratar lo relativo a las oraciones de las personas en la tierra:
Una es para receptar pedidos de diversas gracias, y allí los muchos ángeles que atienden trabajan intensamente y sin descanso por la cantidad de peticiones que llegan en todo momento.
La otra oficina es para recibir los agradecimientos por las gracias concedidas y en ella hay un par de ángeles aburridos porque prácticamente no les llega ningún mensaje de los hombres desde la tierra para dar gracias...
Desde esta sección de "Pequeñas Semillitas" pretendemos juntar una vez por semana (los domingos) todos los mensajes para la segunda oficina: agradecimientos por favores y gracias concedidas como respuesta a nuestros pedidos de oración.

Agradecemos a Dios por todas las gracias recibidas a lo largo del año 2016 y nos confiamos en Sus Manos para el año 2017 que se inicia.

Desde Jalapa, Veracruz, México, llega un agradecimiento a Dios y todos los que rezaron ya que Lupita salió bien de la operación de cadera y se está recuperando.

Los cinco minutos de María 
Enero 1
En ninguna criatura se da tan perfectamente que Dios viviera en ella y que ella viviera en Dios como en María Santísima. Entre Dios y María hubo una estrechísima relación: Dios habitó en María en toda su plenitud, haciéndola su templo sagrado, y María vivió en Dios, entregada a la total realización de sus planes.
No nos olvidemos, y no dejemos a un lado, los planes de Dios sobre nosotros. Iniciemos el año poniéndonos a su disposición.
María, que recibiste la bendición y la misericordia de Dios, nuestro Salvador, ayúdanos a estar abiertos a Dios y a su amor en nuestra vida.
* P. Alfonso Milagro

Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-

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