PEQUEÑAS SEMILLITAS
Año 10 - Número 2568 ~ Lunes
12 de Enero de 2015
Desde la ciudad de Córdoba
(Argentina)
Alabado sea
Jesucristo…
Con la Fiesta del Bautismo del Señor, que hemos celebrado
ayer, ha terminado el tiempo litúrgico de Navidad y a partir de ahora estamos transitando
lo que se denomina el “Tiempo Ordinario” o también “durante el año”, el cual a
su vez se verá interrumpido en la próxima Cuaresma y Pascua, para que lo
retomemos luego de Pentecostés y hasta el final del año litúrgico en las
vísperas del Adviento.
La denominación de “Tiempo Ordinario” no significa que
sea un tiempo de poca importancia para nosotros. Simplemente la Iglesia ha
denominado así a estas 33 ó 34 semanas del año litúrgico que no están
encuadradas en los llamados “tiempos fuertes” que son Cuaresma, Pascua,
Adviento y Navidad.
A lo largo de este tiempo Cristo se hace presente y nos
guía permanentemente a través de las lecturas y meditaciones de cada día, que
nos permiten conocer y meditar el mensaje de salvación apropiado a todas las
circunstancias de la vida.
El color característico del “Tiempo Ordinario” en los
ornamentos y vestiduras es el verde (con excepción de días festivos o
celebraciones de mártires). El verde simboliza la esperanza, el tiempo en que
todo reverdece, se renueva y florece.
¡Buenos días!
Aceptación
“Acepto”. Esta es
una palabra fundamental para recuperar la paz interior, para dejar de sufrir
tanto ante las dificultades, los imprevistos, las novedades que te rompen los
planes y los esquemas. “Acepto” quiere decir que no te rebelas ante lo que no
se puede evitar, que no desgastarás tus energías lamentándote por algo que no
puedes cambiar. (V. Fernández).
Aceptación significa que puedes encontrar en
tu corazón la serenidad que te libere del pasado con sus errores y pesares, te
transporte hacia el futuro con una perspectiva nueva, y te haga apreciar la
oportunidad de una nueva vida. Aceptación significa que cuando haya momentos
difíciles en tu vida, sabrás hallar el amparo y el consuelo para aliviar tus
pesares. Hallarás nuevas aspiraciones y esperanzas, e indulgencia en tu
corazón. Aceptación no significa perfección para siempre. Solo significa que te
sobrepondrás a la imperfección. Aceptación es la senda hacia la paz, para
liberarte de lo peor, conservar lo mejor, y hallar en tu alma la esperanza que
te acompañe toda la vida. (Regina Hill).
Un signo de
madurez es aceptar la realidad y poseer suficiente solidez y equilibrio para
vivirla. La persona madura es objetiva: sabe valorarse a sí mismo sin dejar de
valorar a los demás. Es capaz de tomar una decisión y sostenerla. Madurez es el
arte de vivir en paz con lo que no se puede cambiar. Ejercítate en la sabiduría
de ser objetivo.
Enviado por el P. Natalio
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y
proclamaba la Buena Nueva de Dios: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios
está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva». Bordeando el mar de Galilea,
vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues
eran pescadores. Jesús les dijo: «Venid conmigo, y os haré llegar a ser
pescadores de hombres». Al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando
un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan;
estaban también en la barca arreglando las redes; y al instante los llamó. Y
ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron
tras Él. (Mc
1,14-20)
Comentario
Hoy, el Evangelio nos invita a la conversión. «Convertíos
y creed en la Buena Nueva» (Mc 1,15). Convertirse, ¿a qué?; mejor sería decir,
¿a quién? ¡A Cristo! Así lo expresó: «El que ama a su padre o a su madre más
que a mí, no es digno de mí» (Mt 10,37).
Convertirse significa acoger agradecidos el don de la fe
y hacerlo operativo por la caridad. Convertirse quiere decir reconocer a Cristo
como único señor y rey de nuestros corazones, de los que puede disponer.
Convertirse implica descubrir a Cristo en todos los acontecimientos de la
historia humana, también de la nuestra personal, a sabiendas de que Él es el
origen, el centro y el fin de toda la historia, y que por Él todo ha sido
redimido y en Él alcanza su plenitud. Convertirse supone vivir de esperanza,
porque Él ha vencido el pecado, al maligno y la muerte, y la Eucaristía es la
garantía.
Convertirse comporta amar a Nuestro Señor por encima de
todo aquí en la tierra, con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con
todas nuestras fuerzas. Convertirse presupone entregarle nuestro entendimiento
y nuestra voluntad, de tal manera que nuestro comportamiento haga realidad el
lema episcopal del Santo Padre, Juan Pablo II, Totus tuus, es decir, Todo tuyo,
Dios mío; y todo es: tiempo, cualidades, bienes, ilusiones, proyectos, salud,
familia, trabajo, descanso, todo. Convertirse requiere, entonces, amar la
voluntad de Dios en Cristo por encima de todo y gozar, agradecidos, de todo lo
que acontece de parte de Dios, incluso contradicciones, humillaciones,
enfermedades, y descubrirlas como tesoros que nos permiten manifestar más
plenamente nuestro amor a Dios: ¡si Tú lo quieres así, yo también lo quiero!
Convertirse pide, así, como los apóstoles Simón, Andrés,
Santiago y Juan, dejar «inmediatamente las redes» e irse con Él (cf. Mc 1,18),
una vez oída su voz. Convertirse es que Cristo lo sea todo en nosotros.
Rev. D. Joan COSTA i Bou (Barcelona, España)
Santoral Católico:
San Bernardo de Corleone
Laico Capuchino
Nació en Corleone (Sicilia, Italia) en 1605. Fue un joven
con buena formación religiosa y moral, pero de carácter irascible. En cierta
ocasión tuvo un enfrentamiento con otro joven y, en un breve duelo, lo dejó
gravemente herido. Invocó el derecho de asilo y se libró de la justicia humana,
pero no de su conciencia. Se arrepintió de su delito y de su vida disipada,
pidió perdón a Dios y a los hombres e hizo áspera penitencia. Tomó el sayal de
los Capuchinos como hermano lego en Caltanissetta (Sicilia). En el convento
ejerció diversas tareas domésticas. Dormía en el suelo pocas horas y
multiplicaba sus ayunos. Aunque inculto, alcanzó las alturas de la
contemplación, curó enfermos, distribuyó consuelos y consejos, intercedió ante
el Señor para alcanzar abundantes gracias para los demás. Su oración asidua, su
caridad ferviente, su filial devoción a la Virgen y a la Eucaristía fueron el
secreto de su santidad. Murió el 12 de enero de 1667 en Palermo. Juan Pablo II
lo canonizó el año 2001.
Oración: Oh Dios, que nos has dejado un vivo ejemplo
de penitencia y de virtudes cristianas en san Bernardo; te pedimos nos
concedas, con la fuerza de tu Espíritu, permanecer fieles en la fe y firmes en
la confesión de tu nombre. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Fuente: Directorio Franciscano
La frase de hoy
“Satanás nos quita la vergüenza para pecar
y nos pone la vergüenza para confesarnos”
~San Agustín~
Ordinario no significa de poca importancia, anodino,
insulso, incoloro. Sencillamente, con este nombre se le quiere distinguir de
los “tiempos fuertes”, que son el ciclo de Pascua y el de Navidad con su
preparación y su prolongación.
Es el tiempo más antiguo de la organización del año
cristiano. Y además, ocupa la mayor parte del año: 33 ó 34 semanas, de las 52
que hay.
El Tiempo Ordinario tiene su gracia particular que hay
que pedir a Dios y buscarla con toda la ilusión de nuestra vida: así como en
este Tiempo Ordinario vemos a un Cristo ya maduro, responsable ante la misión
que le encomendó su Padre, le vemos crecer en edad, sabiduría y gracia delante
de Dios su Padre y de los hombres, le vemos ir y venir, desvivirse por cumplir
la Voluntad de su Padre, brindarse a los hombres… así también nosotros en el
Tiempo Ordinario debemos buscar crecer y madurar nuestra fe, nuestra esperanza
y nuestro amor, y sobre todo, cumplir con gozo la Voluntad Santísima de Dios.
Esta es la gracia que debemos buscar e implorar de Dios durante estas 33
semanas del Tiempo Ordinario.
Crecer. Crecer. Crecer. El que no crece, se estanca, se
enferma y muere. Debemos crecer en nuestras tareas ordinarias: en el matrimonio, en
la vida espiritual, en la vida profesional, en el trabajo, en el estudio, en
las relaciones humanas. Debemos crecer también en medio de nuestros
sufrimientos, éxitos, fracasos. ¡Cuántas virtudes podemos ejercitar en todo
esto! El Tiempo Ordinario se convierte así en un gimnasio auténtico para
encontrar a Dios en los acontecimientos diarios, ejercitarnos en virtudes,
crecer en santidad…y todo se convierte en tiempo de salvación, en tiempo de
gracia de Dios. ¡Todo es gracia para quien está atento y tiene fe y amor!
El espíritu del Tiempo Ordinario queda bien descrito en
el prefacio VI dominical de la misa: “En ti vivimos, nos movemos y existimos; y
todavía peregrinos en este mundo, no sólo experimentamos las pruebas cotidianas
de tu amor, sino que poseemos ya en prenda la vida futura, pues esperamos gozar
de la Pascua eterna, porque tenemos las primicias del Espíritu por el que
resucitaste a Jesús de entre los muertos”.
Este Tiempo Ordinario se divide como en dos “tandas”. Una
primera, desde después de la Epifanía y el bautismo del Señor hasta el comienzo
de la Cuaresma. Y la segunda, desde después de Pentecostés hasta el Adviento.
Les invito a aprovechar este Tiempo Ordinario con gran
fervor, con esperanza, creciendo en las virtudes teologales. Es tiempo de
gracia y salvación. Encontraremos a Dios en cada rincón de nuestro día. Basta
tener ojos de fe para descubrirlo, no vivir miopes y encerrados en nuestro
egoísmo y problemas. Dios va a pasar por nuestro camino. Y durante este tiempo
miremos a ese Cristo apóstol, que desde temprano ora a su Padre, y después
durante el día se desvive llevando la salvación a todos, terminando el día
rendido a los pies de su Padre, que le consuela y le llena de su infinito amor,
de ese amor que al día siguiente nos comunicará a raudales. Si no nos entusiasmamos
con el Cristo apóstol, lleno de fuerza, de amor y vigor… ¿con quién nos
entusiasmaremos?
Cristo, déjanos acompañarte durante este Tiempo
Ordinario, para que aprendamos de ti a cómo comportarnos con tu Padre, con los
demás, con los acontecimientos prósperos o adversos de la vida. Vamos contigo,
¿a quién temeremos? Queremos ser santos para santificar y elevar a nuestro
mundo.
P. Antonio Rivero, L.C.
Fuente: Catholic.net
Pedidos de oración
Pedimos oración por la Santa Iglesia Católica; por el
Papa Francisco, por el Papa Emérito Benedicto, por los obispos, sacerdotes,
diáconos, seminaristas, catequistas y todos los que componemos el cuerpo
místico de Cristo; por la unión de los cristianos para que seamos uno, así como
Dios Padre y nuestro Señor Jesucristo son Uno junto con el Espíritu Santo; por
las misiones; por el triunfo del Sagrado Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón
de María; por la conversión de todos los
pueblos; por la Paz en el mundo; por nuestros hermanos sufrientes por diversos
motivos especialmente por las enfermedades, el abandono, la carencia de afecto,
la falta de trabajo, el hambre y la pobreza; por los presos políticos y la
falta de libertad en muchos países del mundo; por la unión de las familias, la
fidelidad de los matrimonios y por más inclinación de los jóvenes hacia este
sacramento; por el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas; y por
las Benditas Almas del Purgatorio.
Unidos a María
No me abandones,
María, Madre mía. Ya sé que con mis muchas infidelidades y pecados me he hecho
indigno de recibir tu ayuda; pero Tú eres la Madre Misericordiosa y tienes
compasión de todos tus hijos, por eso te pido que no me abandones y que me
colmes de gracias para que yo sea en el Cielo una estrella de tu corona de
gloria y esté para siempre a tu lado para pasar una eternidad que más feliz no
puede ser. ¡Oh María, ten misericordia de mi pobre alma y defiéndeme de mis
enemigos, que son los tuyos! Ayúdame a
ser más fiel a tu Hijo de lo que lo he sido hasta el presente y quédate a mi
lado en todos los momentos de mi vida, especialmente los más dolorosos y
graves.
Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-
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