lunes, 5 de enero de 2015

Pequeñas Semillitas 2561

PEQUEÑAS SEMILLITAS

Año 10 - Número 2561 ~ Lunes 5 de Enero de 2015
Desde la ciudad de Córdoba (Argentina)
Alabado sea Jesucristo…
No es necesario ayudar haciendo grandes cosas. Ni siquiera debe tomarme mucho tiempo dedicar a alguien. La ayuda más apreciada es aquella que se da en las más pequeñas cosas de la vida. Puede ser una simple mirada cuando saludas con un sincero "buenos días"; puede ser ayudar a cargar algo o simplemente preguntar con verdadero interés "¿cómo estás hoy?".
Las pequeñas cosas de la vida son las más grandes y las más permanentes. No podríamos saber si una mano en el hombro de esa persona triste -aún sin decir palabra alguna- puede reconfortar a alguien mucho más que si dijésemos un gran discurso.
Tenemos que enfocarnos en los pequeños grandes detalles de la vida para ayudar a los demás a sentirse más felices. A nosotros no nos va a costar demasiado… y para ellos será como recibir un inmenso tesoro de amistad.

¡Buenos días!

Tú conoces mis límites
La lepra es una imagen del desastre que produce el pecado en el interior del hombre. A los leprosos se los aislaba porque eran contagiosos. A los pecadores no los podríamos aislar, porque todos somos pecadores. “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros”, enseña san Juan (1Jn 1,8).

Padre, tú conoces mi corazón y conoces las heridas de mi historia. Tú conoces todo lo que he querido hacer y no he hecho. Conoces también lo que hice o me hicieron lastimándome. Tú conoces mis limitaciones, errores y mi pecado. Conoces los traumas y complejos de mi vida. Hoy, Padre, te pido que por el amor que le tienes a tu Hijo Jesucristo, derrames tu Santo Espíritu sobre mí, para que el calor de tu amor sanador, penetre en lo más íntimo de mi corazón. Amén.

La realidad del pecado es inseparable de la experiencia humana. Pero, por otra parte, la realidad del perdón es inseparable de Dios. Por eso, no hay ninguna situación de pecado que no se pueda cambiar y que no nos permita reencontrar la paz. Nunca Dios le quita al hombre la posibilidad de ser feliz. (AC). Aprovecha el amor sanador del Padre.
Enviado por el P. Natalio

La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
En aquel tiempo, Jesús quiso partir para Galilea. Se encuentra con Felipe y le dice: «Sígueme». Felipe era de Bestsaida, de la ciudad de Andrés y Pedro. Felipe se encuentra con Natanael y le dice: «Ése del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret». Le respondió Natanael: «¿De Nazaret puede haber cosa buena?». Le dice Felipe: «Ven y lo verás».
Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño». Le dice Natanael: «¿De qué me conoces?». Le respondió Jesús: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi». Le respondió Natanael: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores». Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre». (Jn 1,43-51)

Comentario
Hoy, Felipe nos da una lección cabal al acompañar a Natanael hasta el Maestro. Actúa como el amigo que desea compartir con otro el tesoro recién descubierto: «Ése del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret» (Jn 1,45). Rápidamente, con ilusión, quiere compartirlo con los demás, para que todos puedan recibir sus beneficios. El tesoro es Jesucristo. Nadie como Él puede llenar el corazón del hombre de paz y felicidad. Si Jesús vive en tu corazón, el deseo de compartirlo se convertirá en una necesidad. De aquí nace el sentido del apostolado cristiano. Cuando Jesús, más tarde, nos invite a tirar las redes nos dirá a cada uno de nosotros que debemos ser pescadores de hombres, que son muchos los que necesitan a Dios, que el hambre de trascendencia, de verdad, de felicidad... hay Alguien que puede colmarla por completo: Jesucristo. «Solamente Jesucristo es para nosotros todas las cosas (…). ¡Dichoso el hombre que espera en Él!» (San Ambrosio).
Nadie puede dar lo que no tiene o no ha recibido. Antes de hablar del Maestro, es necesario haber hablado con Él. Sólo si lo conocemos bien y nos hemos dejado conocer por Él, estaremos en condiciones de presentarlo a los demás, tal como hace Felipe en el Evangelio de hoy. Tal como han hecho tantos santos y santas a lo largo de la historia.
Tratar a Jesús, hablar con Él como un amigo habla con su amigo, confesarlo con una fe convencida: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel» (Jn 1,49), recibirlo a menudo en la Eucaristía y visitarlo con frecuencia, escuchar atentamente sus palabras de perdón... todo ello nos ayudará a presentarlo mejor a los demás y a descubrir la alegría interior que produce el hecho de que muchas otras personas le conozcan y le amen.
Rev. D. Rafel FELIPE i Freije (Girona, España)

Santoral Católico:
San Juan Nepomuceno Neumann
Obispo y Fundador
Nació en Bohemia el año 1811. Siendo clérigo emigró a Estados Unidos de Norteamérica, a la ciudad de Filadelfia, del estado de Pensilvania, y se distinguió por su solicitud a favor de los inmigrantes pobres, ayudándoles con sus consejos y su caridad, así como en la educación cristiana de los niños (1860). Allí recibió la ordenación sacerdotal e inició su ministerio. En 1842 ingresó en los Redentoristas y, en 1852, fue nombrado obispo de Filadelfia, donde murió en 1860.
Fuente: Directorio Franciscano    

Palabras del Papa Francisco

“Cuando nos damos cuenta de que Dios está enamorado de nuestra pequeñez, que Él mismo se hace pequeño para propiciar el encuentro con nosotros, no podemos no abrirle nuestro corazón y suplicarle: Señor, ayúdame a ser como tú, dame la gracia de la ternura en las circunstancias más duras de la vida, concédeme la gracia de la cercanía en las necesidades de los demás, de la humildad en cualquier conflicto”.

Tema del día:
La vocación del laico
El laico comprometido es aquel que sigue a Jesús incondicionalmente en medio de los avatares del mundo. Laico es aquel fiel cristiano que ha optado por seguir a Cristo desde sus ocupaciones y condiciones ordinarias de la vida familiar y social, ejerciendo su apostolado en medio del mundo a la manera de fermento.  "Id también vosotros a mi viña" (Mt. 20,4)

El fundamento de toda vocación son los sacramentos de la iniciación cristiana: el bautismo, la confirmación y la eucaristía. Con ellos tres, la persona inicia un camino determinado por la opción fundamental de seguir a Jesucristo; queda incorporado a Cristo y es miembro de la Iglesia; participa, de este modo, en la triple función sacerdotal-profética-real de Cristo. El Espíritu infundirá, además, en los laicos sus dones, para que desempeñen con fidelidad la tarea que les ha sido encomendada en la Iglesia y en el mundo.

Los laicos, pues, están llamados por Dios para que, desempeñando su propia profesión, guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo desde dentro. Es lo que se conoce con el concepto genérico de secularizad. Es propio del laico animar y ordenar las realidades temporales, para que se hagan continuamente según Cristo. Por ello si misión, como parte activa en la vida de la Iglesia, se extiende a ser testigos de Cristo en todo momento en medio de la sociedad humana.

La vocación laical es tan importante que, sin ella, la Iglesia perdería su dimensión fundamental: el ser-para-el-mundo, el ser misionera. Dios envió al mundo a su único Hijo, para anunciar la salvación a todos. Y el Hijo envía constantemente a la Iglesia para que anuncie el Reino de Dios, instaurando ya los valores evangélicos en el mundo presente. Por ello, todas las vocaciones tienen una relación esencial con el mundo actual en el que viven.

Y, además, la vocación laical significa, con toda su fuerza, esa dimensión secular de la Iglesia: enviados al mundo para hacer de él, a imagen de Dios creados, un cielo y una tierra nuevos. Son también signo de Cristo, que tomó nuestra condición humana y se implicó totalmente en la vida de los hombres, en las realidades del mundo.

Decálogo del laico comprometido:

I. Ser luz y sal de Jesucristo en el mundo.
II. La Palabra de Dios y sus sacramentos sean para ti un instrumento de comunión entre las personas.
III. La Cortesía, la rectitud y la prudencia te ayuden a superar y enfrentar las vicisitudes de esta vida.
IV. Sé caritativo y ayuda a tu prójimo, sobre todo cuando más lo necesite.
V. Que tu ser no sea instrumento ni ocasión de pecado, ni de expresión de dominio, ni poder.
VI. Convence con caridad a los jóvenes y a los que ya no lo son, cuando quieras librarlos de algún peligro, siempre velando por su salvación.
VII. Está atento a brindar apoyo a las familias o comunidades que hayan sido víctimas o sufrido algún abuso.
VIII. Reúne a quienes estén enemistados, buscando el momento oportuno, para que puedan vivir la experiencia liberadora del perdón.
IX. Cuida del más débil en toda circunstancia.
X. Siéntete tú mismo responsable de tu hermano.

Pedidos de oración
Pedimos oración por la Santa Iglesia Católica; por el Papa Francisco, por el Papa Emérito Benedicto, por los obispos, sacerdotes, diáconos, seminaristas, catequistas y todos los que componemos el cuerpo místico de Cristo; por la unión de los cristianos para que seamos uno, así como Dios Padre y nuestro Señor Jesucristo son Uno junto con el Espíritu Santo; por las misiones; por el triunfo del Sagrado Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de María;  por la conversión de todos los pueblos; por la Paz en el mundo; por nuestros hermanos sufrientes por diversos motivos especialmente por las enfermedades, el abandono, la carencia de afecto, la falta de trabajo, el hambre y la pobreza; por los presos políticos y la falta de libertad en muchos países del mundo; por la unión de las familias, la fidelidad de los matrimonios y por más inclinación de los jóvenes hacia este sacramento; por el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas; y por las Benditas Almas del Purgatorio.

Unidos a María
Cuando pensamos que María es verdadera Madre de Dios, nos entra una confianza muy grande porque también sabemos que es Madre nuestra. Somos hermanos de Dios porque tenemos una misma Madre, la Virgen, que quiere que sus hijos estén en paz y hace las paces entre ellos. Por eso si hemos pecado, no tengamos miedo, sino arrojémonos a los pies de María y pidámosle que nos reconcilie con su divino Hijo Jesús, nuestro Hermano y Dios. Es cierto que María no es Madre de Dios en la eternidad, porque Dios es eterno y María es una criatura. Pero María es la Madre de Dios en el tiempo porque es Madre de Jesús que es Dios, y así es verdadera Madre de Dios, y lo seguirá siendo para siempre. Acudamos, pues, a esta Princesa, y confiémosle todos nuestros problemas que Ella sabrá presentarlos a su Dios, a su Hijo, y nos obtendrá de Él las gracias que necesitamos en cada situación. Confiemos en María, ya que no hay nada más seguro que confiar en Ella ciegamente en todo.

Jardinero de Dios
-el más pequeñito de todos-

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